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Entre puntada y puntada
(XLIX)
Antón se sentía solo, y lo que era
peor, aunque incierto, se sentía también olvidado. La alternancia entre su
optimismo y su pesimismo cada vez era menos frecuente, porque el segundo
prevalecía sobre el primero. Y eso provocaba en su interior cambios de los que
no era consciente. Una corriente de ánimo que, incluso para él, era extraña. Si
no hubiera estado sumido en aquella situación hubiera podido reconocer que la
mente humana nunca se rinde, siempre intenta buscar una disculpa para no
apagarse. El instinto de supervivencia es el instinto más básico del hombre. De
la misma forma que, ante el hambre no hay alimento desechable, ante el
sentimiento de abandono buscamos cualquier salida, cualquier clavo ardiendo, y
el que encontró Antón fue él mismo, no le cabía otra. Sus recuerdos siempre
tenían algo en común, por muy tonto que parezca pensarlo. La conexión entre
todos ellos era él mismo. Sabía, en lo pocos momentos de clara lucidez, que
todo dependía de él. Y entre el consciente y el subconsciente, emergió su ego.
Ése que, hasta ahora dormido, tomaba las riendas para reconocerse a él mismo
ante la realidad externa. Nunca había pensado en sí mismo en segunda persona.
Tampoco se veía como un fuera de serie, sino más bien como un superviviente con
suerte y por suerte. Nacido de unos padres muy cercanos a la esclavitud, cuyo
diálogo más común y cotidiano era el “sí amo” en un latifundio extremeño, había
tenido la posibilidad de acceder al conocimiento como una deferencia de aquel amo
al que jamás importó "Tonito", salvo como juguete de su propio hijo. Con el fin
de que su vástago no se sintiera solo ante el preceptor que el padre “inmigró”
para educarle, asistía a las clases que se impartían de lunes a sábado en la
habitación del heredero de un futuro imperio del tabaco. En aquella finca
rústica se empezó a ensayar el cultivo de esta planta en España, por lo que
siempre fue muy bien mirada por los estamentos oficiales, amén de beneficiada
en sus diferentes convocatorias de los ensayos anuales. A su vez, el secretismo
del asunto, como lo diferente de lo cultivado en su entorno, hicieron que tanto
las tierras como los habitantes de aquella finca preservaran la intimidad y se
desgajaran de la realidad por la prohibición a cualquier trabajador de intimar,
y ni siquiera hablar, con nadie ajeno a la casa y sus barracones, si es que
alguien iba, porque ellos tampoco podían salir, salvo enfermedad. Incluso la
antigua quinta tenía su propio párroco con su correspondiente capilla y su
cementerio. En aquella etapa de su vida, curiosamente, la soledad no era
factible por la sencilla razón de que no se reconocía y porque la dependencia
que el “niño rico” llegó a tener de Antón, tampoco permitió que éste pudiera
sentirse nunca solo. Pero aquel entonces sí le dejaría claro otra cosa, que no
todos somos iguales, que su “amigo” y él pertenecían a mundos diferentes.
Aunque nunca pasaría necesidad de nada, salvo cenar, que cenaba con sus padres
y abuelos, Antón se alimentaba en la cocina de la casa grande, si bien no veía
en esa cocina lo mismo que en la que su familia compartía con otras en el
barracón donde dormían y descansaban el domingo. Para él era normal vestir como
un príncipe, porque aquél que si lo era crecía como la mala hierba, al
contrario que él, con lo que su madre recibía con gran alegría los vestidos y
calzados que le quedaban pequeños a su amito: “¡Mira lo que ta regalao la señá
ama, Tonito”. “Tiés que darle los agradecimientos si te pregunta cualquiera
cosa”. “Si no, no lables nunca, hijo”. “Al amito sí se las pués dar”. ”Pero qué
guapostás, hijo, paeces un señorito”. Y su madre le hacía girar encima de la
silla sobre la que le había vestido, cada vez más orgullosa y con las manos más
apretadas, dando gracias al cielo porque su hijo, a diferencia de los otros
hijos de labriegos, tuviera abrigo y zapatos y luciera como un San Luis. Cuando
los amos decidieron dejar la finca extremeña y ubicarse en Madrid, el padre de
Antón decidió seguirlos a Madrid con su abuelo materno que ya había “aterrizado”
en la capital y trabajaba de capataz en la quinta de don Marcial, padre
de don Mauro. En aquella hacienda, más pequeña que la extremeña, pudieron
meterse en una cabaña de aperos que sus mayores limpiaron y adecentaron. Ya
muerto el abuelo en un accidente durante sus labores, fue aplastado por un
árbol, su padre ocupó su lugar, así el receptor del jornal fue su padre. Al
dejarles su abuela al poco tiempo, y con dos bocas menos que alimentar, el poco
dinero cundía más. También mejoraron sus condiciones en el momento en que su
padre pasó a servir dentro de la casa de los amos, que, a diferencia de
aquellos otros anteriores, odiaban esa palabra, y con un don o una doña se
conformaban. Vistieron a su padre como nunca le había visto, hasta tal punto
que su hijo, las pocas veces que le veía así trajeado, se asustaba y casi no le
reconocía. Y su madre, siempre llena de esperanza y siempre con las manos
entrelazadas, mirando al cielo y orgullosa, le vaticinaba que algún día él se
vestiría así. Cuando don Marcial supo de la existencia de Antón, que al llegar
a Madrid dejó de ser Tonito, se hizo cargo de su educación, y para el pequeño
cambió la vida radicalmente, si bien sufriría en la escuela las consecuencias
de su inexperiencia escolar y de su pobre constitución, bien es verdad que
terminó por asumir su inferioridad física y de estar de moda como punching ball de sus compañeros y consiguió pasar
desapercibido salvo para su maestro, que recomendó al padre de don Mauro y al
del despierto crío que éste siguiera la senda de los números. Y aquel hombre
con el que nunca llegara a intimar por la edad, y que llegó a conocer un poco
más a través de su hijo Mauro mucho tiempo después, le apuntó a la
Escuela de
Comercio de Madrid y corrió con los gastos. Allí realizaría sus estudios de
peritaje Mercantil. Todos los días durante tres años, Antón tuvo que ir, y
volver, a pie al número quince de la céntrica calle de Los Madrazo. Nunca negó
Antón el posible interés que don Marcial pudo tener al enfocar sus estudios
egoístamente por sus necesidades mercantiles, ya que por aquellas fechas
comenzó a montar la fábrica de chocolates. Pero nunca pensó así en ello, su
agradecimiento todavía seguía vivo, aunque ahora se volcaba en la figura de su
hijo Mauro. Y de alguna forma aquel agradecimiento le devolvió al valle. Aunque
la fugaz imagen de su madre, tan menuda como él, le hizo huir otra vez de la
realidad no deseada. “Ay, madre, cada vez más anciana y más orgullosa”
de su “chiquitín”. Aquella buena mujer daba gracias a Dios a diario por la
suerte que habían tenido. Podían comer todos los días y su único hijo, raro en
aquella época, no pasaba necesidades más que de lujos, cosa que no pasaba en
las familias con las que se relacionaban y que veía por la calle, unos jugando
y siempre ociosos, y otros trabajando como borricos, descargando sacos más
grandes que ellos de carros que desafiaban las leyes físicas del equilibrio.
Por ello, Antón nunca tuvo necesidad de acudir a su yo interior. Aunque ahora
le pareciera mentira a Antón que en la época de su niñez no pasara necesidad de
nada, como le ocurriera a los demás niños de su entorno. Ni cuando su madre
murió sin que nadie supiera de qué, y sin verle trabajar por las mañanas en la
fábrica de chocolates de recadero durante el estío. Siempre la recordaría así,
con las manos entrelazadas y crispadas, con la vista en el cielo y dando
gracias por la suerte de su “chiquitín”, y cuando no trabajando. Tampoco su
padre conocería su encumbramiento profesional al acabar sus estudios contables.
Subiría a la oficina y se pondría bajo la tutela del anciano contable en
funciones que le enseñaría en un mes más que todo lo que había aprendido en
tres años. Ni su casamiento con Rogelia, aquella joven a la que arregló el
coche de bebé que paseaba por la plaza de Chamberí una primavera calurosa,
hacía ya diez años. Todavía creía que su madre le miraba con aquel gesto tan
suyo, pero bajada la mirada para verle, como ahora se imaginaba, para estar al
tanto de la vida de su “chiquitín”. Y la verdad es que Antón nunca dejó de
serlo. Ni de bebé, ni de niño, ni de adolescente, ni de joven, ni de adulto.
Así se lo recordaba a diario la figura de Rogelia que, por lo contrario,
siempre fue una joven corpulenta y era una mujerona que rompía con la
delicadeza de las “damiselas de alto postín”, como ella decía. El mugido de
Toru, “¿O había sido Güe?", le sacó de nuevo de sus cavilaciones, pero esta
vez, perdió el hilo.
—¿Qué muges, tú, buey? Si tienes de
todo, como yo. Ni más ni menos —y enseguida se dio cuenta de lo dicho. De lo
que significaban sus palabras para él mismo al hacerlas públicas, sin que para
sus compañeros oyentes, y castrados, fuera necesario oírlas por su inexistente
importancia. Y a ello se agarró, porque, si bien era consciente de la suerte
que siempre había tenido, como repetía su madre, él también había puesto lo
suyo. Y se sintió orgulloso de sí mismo. Y por fin entendió aquella mirada que
tras las manos entrelazadas y, a veces, crispadas, le dedicaba a él y a su Dios
al unísono prácticamente a diario.
———— o O o ————
Nota: al final de la conversación que sigue en asturiano está el enlace con la nota (1),
donde si ‘clicáis’ se verá la traducción completa.
—Espera, Queitano. Tengo la sensación de que se nos escaez daqué. Oh.
—Tu vas dicir, Rubia, yo nun tuvi al tantu de lo que nos pidió Antón, al qu'espero que vaigan bien les coses.
—Pa ende, nesi poyu, que miro tolos papeles que nos dio. Al meyor, dalgún dibuxu diznos daqué. Cuando dibuxó les coses tu tamién tabes delantre —. Xana volvió a deshacer por enésima vez el atillo y su contenido se desparramó por la piedra, incluso un cepillo para el pelo cayó en la tierra.
—Pos vamos a ver.
—Esti papel ye pa cuando lleguemos. ¿Ves la casa? Pa saber onde tenemos que dir. Esti otru que tien un neñu y una muyer de la mano ye por que la deamos a la so familia. ¿Te alcuerdes?
—Yo non, Rubia.
—Y esta otra con una… ¿trompeta redonda y una corona enriba…? ¿Te alcuerdes tu? —. Xana se sentó en el pico del poyo e intentó hacer memoria—. ¿Va ser posible, <oh? ¡Vaya memoria que tengo! —. Tras pensar un rato exclamó—. Pues no caigo, ¡me cachis na mar!
—Va haber qu'enseñala a daquién que sepa lleer, por que nos diga qué pon ende, debaxo de la trompeta esa rara. ¿Eso son lletres, non?
—Non te esmolezas, Rubia. Trai acá —. Queitano arrancó de las manos de Xana el sobre en cuestión y se fue directo a otro banco donde un abuelo, sentado al sol, leía tranquilamente el periódico—. Bonos díes, caballeru, veo qu'usté sabe lleer.
–Bonos díes. Sí, una cosa ye aparentar y otra hacer el tonto. Perdone, pero es que yo soy de León, ¿sabe? Entiendo el asturiano, pero no hablo muy bien, a pesar de los años.
—Nun importa, a mi pásame al aviesu, asina que nos entenderemos, y el más comenenciudu soi yo. Mire, usté —. Queitano esgrimió el sobre —. Un amigu de Madrid dionos esto pa faer daqué, pero nun nos alcordamos nin para qué yera, nin lo que ye.
—A ver, daca usté... Telegrama. Oviedo —leyó en voz alta el anciano.
—¿Tele qué?
—Telegrama. Es como una carta, bueno más corta, que se envía por un aparatito que suena pi pipi pipipi pi pipi, y que se recibe en otro aparato con lo que este sobre no vieja, sino solo las palabras.
—Usté va saber lo que diz, porque yo nun lu entiendo(1).
—Es igual. Tienen que ir ustedes a la oficina de Correos y decir que quieren poner un telegrama.
—¿Un telegrama?
—Sí. Y denle el papel al empleado que les atienda —. En ese momento Xana se llegó hasta la pareja de hombres y saludó al anciano con un gesto—. Bonos días, muyer. Le decía que el sobre no hace falta. Sólo denle el papel.
—Sí. Y denle el papel al empleado que les atienda —. En ese momento Xana se llegó hasta la pareja de hombres y saludó al anciano con un gesto—. Bonos días, muyer. Le decía que el sobre no hace falta. Sólo denle el papel.
—Ah, claro —usó el español Xana por respeto al anciano—. Es verdad, es un telegrama. Dijo que teníamos que buscar este dibujo. Ahora me acuerdo. ¡Seré tonta…!
—Sí —explicó el abuelo—. Es el símbolo de Correos.
—¿Y ónde ta esi Correos? —preguntó Queitano.
—Es muy fácil llegar desde aquí. Está muy cerca. Yo se lo explico—. Y así lo hizo.
—Y ya que es usted tan amable, tenemos que coger un tren a Madrid. Vamos a ver a nuestra hija, ¿sabe? —se explayó Xana más contenta que unas Pascuas(2) .—Me alegro que no sea por otro motivo. Yo acabo de volver de León, de enterrar a un hermano. La edad… Era el mayor de nueve, pero no se ha ido el primero. Bueno, que eso no les importa a ustedes. Como les digo, han tenido suerte, porque luego tienen que buscar esta misma calle, se llama Uría, ¿y ven allí al fondo? —indicó con el brazo extendido—. Aquello es la estación del Norte. Ahí he trabajado yo treinta años lo menos. Y como dice mi mujer, que es de aquí: Meyor eso que la mina, jeje. Yo me salí a tiempo. Ah, y no se les ocurra coger ustedes el tren ómnibus(3)
ni el correo, esos paran en todas las estaciones. Se hace muy largo el viaje, y querrán ver a su hija cuanto antes, supongo.
—Y ya que es usted tan amable, tenemos que coger un tren a Madrid. Vamos a ver a nuestra hija, ¿sabe? —se explayó Xana más contenta que unas Pascuas
—Muchísimas gracias, señor. Ha sido usted muy amable, le quedamos muy agradecidos, y reciba usted nuestro pésame por la muerte de su hermano.
—De nada, mujer. Para eso hemos quedado, los viejos lo único que podemos es saber y compartir lo que sabemos, y luego, que cada uno haga lo que quiera. Pero no cojan ustedes el ómnibus, ese lleva hasta vaques. Y buen viaje.
—Gracias —hizo un esfuerzo Queitano con el idioma—. Muchas gracias, caballero. Y buenos díes.
—Mejor que el de ayer, seguro. Vayan con Dios.
De coit.es |
Una
vez hecho el mandado del telegrama, cuyo precio enfadó a Queitano, a pesar de
no ser él quien lo pagaba, la pareja, ella dándole la razón a él, y él sin
apearse del burro(4), desanduvo sus pasos, encontró la calle Uría
y se alejó del centro de la ciudad hacia la estación del Norte. Una vez allí se
informaron primero de dónde se podían informar, y después, en la taquilla,
preguntaron cuál era el primer tren que salía hacia Madrid y el precio de los
billetes, pero con una condición, que no fueran ni trenes ómnibus ni correos.
El expreso había salido ya, partía muy temprano. Ya estaría cerca de León donde
pararía diez minutos. A medio día salía un ambulante que llegaba a la capital
por la mañana, y éste era más barato que el expreso.
—¿Ambulante?
—Sí, ye como llamamos nós al tren corréu,
señora.
Y a la noche un tren ómnibus que hacía una
larga parada en León, además de las otras muchas. Para ninguno, ni para el
expreso ni para el rápido que circulaba los domingos, ni para el resto había
problemas de billetes.
—Gracies, caballeru. Vamos pensalo.
Pero
más que reflexión, lo que apareció en un principio fue la discusión. Que si era
más barato coger el ómnibus y, además, se ahorraban la pensión, que si tardaba
más en llegar también era verdad que ellos estarían antes en Madrid que si
esperaban a coger el expreso y no digamos el rápido, que si el dinero parece
tuyo y no sé porqué te preocupa tanto, que si no te importa estar un día metido
en un tren. Que si el caso era llegar cuanto antes. Que qué pintaban allí en
Oviedo. Que si era mejor ir parando en cada pueblo, que si en cada pueblo
descargaban y cargaban correo, ¡vaya pesadez! Que si ya ves lo que nos pasó en
ese cacharro que olía fatal, “y eso que
non cuentu cola pita”. Al final, como casi siempre en esta pareja, primó la
opinión de Xana. Queitano, fuera de la quintana del valle perdía tanta
seguridad en sí mismo como autoridad ante los demás. Así que, la siguiente
tarea era encontrar una pensión para pasar la noche.
—Pero antes, vamos mercar los billetes.
———— o O o ————
—¿Qué, cómo van las letras, Venancio? —se interesó
Cirilo al abrir la puerta.
—Mejor que los números, señor. Las letras son más
fáciles. La a es mu fácil dentender y siempre es la a. No como los cargos y los
abonos.
—No, hombre, en la contabilidad también es siempre lo
mismo, a un cargo le corresponde un abono o varios y viceversa.
—¿Vice qué?
—Viceversa. Lo mismo, pero al contrario. Por ejemplo, yo hablo y tú me escuchas, y viceversa sustituye decir que también me hablas
tú a mí y yo te escucho a ti, ¿entiendes?
—A medias… Pero sí, que da igual una cosa que la otra.
—Bueno, no es así del todo, pero por ahí van los tiros. Aunque lo mío no es la lengua, sino el lápiz, eh. Así que la a es
siempre la a, ¿eh? Y el debe siempre es el debe.
—Ya, pero tiénfrente al haber. Y la a no tié na
enfrente.
—Pero sí al lado.
—Tié usté razón. Pero menseña muchas cosas que son novenosas pa mí. De las letras macuerdo
de lo poco que andé en lascuela…
—Anduve, se dice anduve, no andé.
—Eso, que anduve en lascuela. Macuerdo de casi todas. Y los acentos esos ma dicho la señá Carmina que no hace falta que los use de
momento pa escribir, así que sólo estoy aprendiendo en serio a leer. Su esposa
dice que luego será más fácil escribir bien si sé leer bien.
—Bueno, si ella cree que lo interesante ahora es leer...
Anoche seleccioné unos libros de contabilidad para ti. Aunque, escribir también
es muy importante para un contable. De hecho, en la carrera que hice yo, que no
tiene nada que ver casi con lo que se estudia ahora en las escuelas de maestros
y peritos mercantiles, la gramática y la ortografía y demás eran asignaturas
muy importantes. Fíjate, cuando contabilices un gasto, por ejemplo,
será muy importante que quien lea el apunte entienda el concepto. No es lo
mismo que una empresa se gaste diez mil pesetas en dulces que se los gaste en
pagar los jornales de los empleados. Debes dejar claro en concepto de qué se
hace el gasto o el ingreso en caja. Por ejemplo, si vendes al fiado, como
dirías tú, es decir, cobras en diferido una venta, si en el concepto no
escribes qué deuda te pagan pues no sabrás las que te siguen debiendo. Por eso,
a veces, no importa que un asiento tenga un apunte al debe y otro al haber,
pero otros como en el caso del cobro de varias deudas juntas, se podía
desglosar el abono al cliente en tantos apuntes como deudas, mientras que en la
caja no importa que hagas un solo apunte, porque en realidad recibes todo el
dinero y no te va a decir nada el hecho de que lo desgloses.
¿Entiendes?
—Algo le entiendo, pero…
—No te preocupes, esto es más fácil de ver en el
papel que hablando de ello.
—Además, si no sescribirlo, lo puedo dibujar.
—No es una mala idea, pero dibujar un dulce es fácil,
pero dibujar el pago de un jornal ya es más difícil, ¿no? Y otro problema es
que como llenes los libros de dibujos, vas a tener que gastarte mucho en ellos,
porque vas a necesitar unos cuantos, Venancio. Mira, ahí tengo uno, donde llevo
la contabilidad de casa. Ves, estos son los renglones, uno para cada apunte. Y
si el concepto del apunte es complicado, que los hay, puede ocuparte más de
uno, pero sólo en la columna del concepto. Pero lo más normal es un apunte un
renglón y todo el asiento seguido. Incluso hay abreviaturas ya estipuladas.
Libro diario s XVI cervantesvirtul.com |
—Pahorrar —confirmó Venancio que se había enterado.
—Buenos días, Venancio. Veo que ya vas conociendo a
mi marido —dijo Carmina al entrar en el cuarto—. ¿Queréis almorzar?
—Yo no, muchas gracias, señora Carmina. Desayuno fuerte
en Huerta Baja, macostumbre cuando trabajábamos la tierra.
—Ni yo, ya sabes que el almuerzo lo hago a la hora de
comer.
—¿Ni un cafelito tampoco? —insistió Carmina—. Sí, os traigo
un café calentito, que en esta habitación hace un frío de mil demonios. Aquí tu
maestro es muy caluroso y no aguanta el brasero. Menos mal que en mi salita se está
estupendamente.
—Yo estoy acostumbrao a las helás y a los calores. No
se procupe por mí.
—Bueno, vale ya, Carmina. Yo no te interrumpo durante
tus clases… —quiso cortar la cháchara Cirilo.
—Encima que una se preocupa…
—Gracias, señora Carmina —actuó Venancio de
catalizador entre el matrimonio.
—De nada, hijo. Menos mal que estás tú... Voy a por
los cafés. Y los traeré en silencio, señor profesor.
—Ah, y no dejes a un lado la escritura, quiero que
Venancio empiece ya a contabilizar en serio en mi diario de gastos de la casa y
necesito saber si nos gastamos el dinero en caprichitos o en comer. Y no me
importa si no escribe café con acento. Tenemos que ir un poco coordinados.
—¿Tú y yo coordinados? Pobre Venancio. Hijo, tanto
leer como escribir, e incluso contabilizar debe de convertirse en una rutina.
Ese es el secreto. Y para eso se necesita tiempo.
—No le hagas mucho caso a tu maestra, en cuanto a la
contabilidad. No hay nada más peligroso para un contable que hacer su trabajo
rutinariamente. El documento que estés contabilizando ha de ser el más
importante que hayas hecho en tu vida, y hay que leerlo con más atención que si
fuera un contrato que firmaras con el demonio, que siempre tratará de
engañarte. Y, anda, déjanos ya, Carmina. Venga, Venancio, sigamos. Quiero que
hoy te vayas con un asiento ya hecho en mi libro. Necesito de toda tu atención.
—A sus órdenes, mi capitán —ironizó Carmina al salir
y dejarles solos.
—Hay que ver esta mujer, es que no puede pasar
desapercibida ni en su propia casa. Vamos, centrémonos. Estábamos hablando de
los libros contables, si mal no recuerdo.
—Sí. Mabía dicho usté que el más importante es el
libro diario.
—En efecto, casi todos los demás, el libro mayor, por
ejemplo, salen del libro diario. Ah, una cosa que no es oficial, pero que a mí
me ha servido mucho para explicarme. En realidad un asiento contable es igual
que un apunte contable, pero yo uso esas palabras distinguiéndolas para
explicarme mejor y que el alumno me entienda. Yo llamo asiento a un conjunto de
apuntes que genera un soporte o documento contable en el que el debe suma lo
mismo que haber, por eso esta contabilidad se llama de doble partida. Las
partidas son el debe y el haber. Recordemos esto.
—Sí, ya me lo ha dicho más duna vez.
—Pues no será la última. Como dice Carmina, soy muy
pesado. Y lo reconozco. Pero el que enseña tiene una gran responsabilidad. Bien, volvamos al libro diario que no es otra cosa que la relación por orden de fecha de los hechos económicos acaecidos en una empresa.
—¿Cae qué?
—Acaecidos, ocurridos.
—Ya, caecidos.
—Acaecidos.
—Acaecidos.
—Un gerente, un socio o el dueño de una empresa, al
leer el libro diario vería con detalle lo acaecido u ocurrido en su empresa secuencialmente
por fechas.
—¿Secuencialmente?
—Sí, quiere decir, en sucesión ordenada, una detrás de otra, en este caso
ordenada por fechas. Bien, aunque a los responsables de las empresas, a los que
toman las decisiones en definitiva, los contables hemos de darles la información de
su empresa de una forma ordenada y clara, a veces, el diario puede hacerse
interminable, largo y tedioso, y les robaría mucho tiempo su lectura.
¿Entiendes?
—No del todo.
—A ver, ¿Qué persona crees de las que conoces que
está más ocupada y que toma más decisiones?
—La señora Casta o Alfonso XIII.
—Buena pareja has elegido, hijo. Yo elegiría siempre
a la primera, pero para lo que quiero que aprendas me viene mejor el rey. ¿Te
imaginas que, antes de tomar la decisión de entrar en guerra con otro país, el
rey quisiera saber cómo está su reino de dinero, es decir, si puede pagar o no
la munición, las armas, los soldados, etcétera, etcétera, y para ello tuviera
que leerse el diario contable de España? Y que luego los ministros le
informaran uno por uno de la situación de sus ministerios, tras los que
vendrían los embajadores que tenemos en todos los países a contarle si le
apoyarían o no esos otros países. Bueno, que si tuviera que leerse solamente el
diario contable de España cuando fuera a tomar la decisión ya nos habían
invadido y borrado del mapa. Me he enrollado un poco, como casi siempre, pero
me has entendido. Al rey debería dársele una información más resumida y que
reflejara la realidad de las arcas del estado.
—¿Arcadas del estao?
—Del dinero de que dispone España, las arcas del
estado. Bien, pues el siguiente libro que sigue al diario es el libro mayor,
que no es más que la agrupación y el resumen de los apuntes que en el diario se
han hecho, no fecha a fecha, sino durante un mes y hasta la fecha, y agrupados por
las cuentas contables. Para que me entiendas, cuánto nos deben los clientes al
acabar el mes, por ejemplo, cuanto dinero tenemos en la caja... Recuerda que el saldo es la diferencia entre el debe y el haber de
una cuenta. Así el rey sabría cuánto dinero hay en la caja del estado
español a una fecha determinada. Pero
dejemos los libros, y, de momento, olvídate del mayor. Sólo quería que supieras
que en la contabilidad de una empresa, y podemos considerar que España es una
empresa, hay más de un libro y que cada uno cumple su función. Pero la base de
casi todos los demás, es el libro diario. Y, permíteme un consejo. Si dejas que
la rutina te venza en la contabilidad la has cagado, muchacho —. Venancio se
extrañó del lenguaje usado por Cirilo. Éste se dio cuenta y lo explicó—. Es que
ella no está, y entre hombres… Bueno, que te decía que la rutina debe ser un
aliado, no un enemigo. En esta ciencia hay muchos actos mecánicos, pero como te
dominen los automatismos, es decir, la rutina y no la controles tú a ella, te
la puede liar gorda. Los controles has de ponerlos antes de realizar cualquier
apunte. La propia rutina contable te ayudará a encontrarlos a partir de ahí.
Porque si no pones tus controles antes de hacer el apunte, esa rutina contable
no te ayudará, al revés, te volverá loco, buscarás un error que está fuera de
la contabilidad, o no lo verás por eso mismo. Al papel y a la mujer, hasta el
culo le has de ver
(5)
. Y no me mires como antes, estamos entre hombres,
¿no? —. Cirilo, aunque diferente de los de su quinta, tampoco se libraba de esa
educación machista que todavía hoy arrastran los hombres y sufren las mujeres.
Los temas importantes, aquéllos dignos de tener en
cuenta, se diluyen como un azucarillo en agua con el día a día, a veces, hasta
ser olvidadas, incluso para quienes son importantes. Luego, después de la
desavenencia por el roce, caes en la cuenta, pero, también a veces, es a
destiempo. Aunque digan que los humanos no somos ríos y que podemos volvernos,
las circunstancias, como a ellos, nos obligan a seguir. Su pendiente hacia el
mar es nuestra rutina descontrolada, que nos vence, y llega incluso a ser
catarata o salto de agua, y nos aleja de lo que queremos tener lejos.
———— o O o ————
—No,
si bonito es. Eso sí, tanto como caro. ¿Estás segura de que nos lo podemos
permitir, Susana?
—De
momento sí, Gretrudis. Nunca viviré flotando a un metro de la tierra. En todo caso mis
pies están hundidos en ella más que encima. Seré yo la primera que os
proponga deshacernos del aparato este si no se cumplen mis expectativas,
ya lo verás.
—Ya,
y otra cosa es cuala de las tres va a hablar a esa cosa, porque yo sé que se
ríen de mí por cómo hablo y cómo ando. Aunque a mi me resbala, pero esas
señoras de alto copete…
—Gertrudis
también podría, porque ya se le nota mucho la mano de la señorita
Paulita. Pobre mujer.
—Quen
gloria esté —remató Reme la frase.
—Sí,
pero yo creo que sería mejor que empezara yo a contestar y a usarlo. Si yo no
estoy y le suena el timbre, debería ser Gertrudis la que atendiera la llamada,
Y, claro, si estás tú sola, Reme, pues no te quedará otro remedio, hija, ¡qué
le vamos a hacer! Ah, y otra cosa. Voy a hablar con mi tía Julia. Le voy a
cambiar lo que le damos todos los meses por poder usar el teléfono. Si dice que
no, pues que ni lo toque, y que si suena que no le haga caso. Y si acepta, eso
que nos ahorramos. Pero creo que sí va a aceptar porque es muy presumida y le
va a faltar tiempo para pregonar por todo el barrio y la vecindad que ya tiene
teléfono en su casa, aunque si lo pensáis un momento, no le va a servir para
nada. Porque, a ver, ¿a quién va a llamar o quién la va a llamar? Conoce a todo
el mundo, eso sí es verdad, pero no creo que nadie de sus conocidos pueda
permitirse este aparatito. Aunque yo creo que se va a poner de moda y que más
de uno no se va a despegar de él.
—Sí,
pa despegar estaba el muchacho ese que ha puesto los cables y eso. No despega los ojos de ti, Susana. Paecía que te se comía con la vista mientras trabajaba.
—Sí,
es verdad, yo también me he fijao —certificó Gertru—. ¿Tú no te has dado
cuenta?
—¿Yo?
Yo no me he fijado en él. Eso son tonterías vuestras. Estáis empeñadas en que
me ennovie como vosotras, eso es lo que os pasa a las dos. Lo mismo es que
también os parece mal que quiera estudiar y no cuente con los hombres.
—No,
deso na, Susana. Yo no anduve con mozos hasta que conocí al Venancio, y no por
eso estaba preocupá por ello. Tampoco estaba mu interesá, la verdá.
—Reme,
se dice anduve, no andé —recomendó Gertru—. Tienes que fijarte más cuando lees.
—¡Qué
más da, Gertru! Mabéis entendío igual. A que sí, Susana.
—Sí,
pero Gertrudis tiene razón. Y más ahora que tu novio también está aprendiendo a
leer. Y yo no me siento diferente de nada y de nadie.
—¿Mestás
diciendo que yo lo soy por hablar así o por otra cosa, como por ejemplo esto?
—. Reme se tocó la pierna deforme.
—No,
y no se te ocurra pensar que yo te veo menos persona por tu cojera. Me refería
a mí misma exclusivamente y dejemos el tema. No me gusta ni un pelo. Yo sé que
os agrada compartir experiencias y dudas y todo eso, cosas vuestras y de
vuestros novios, pero yo no soy así, como vosotras. Lo mío me lo guardo para
mí, y más si lo mío también afecta a otras personas. Son formas de ser y de
sentir.
—Chica,
nunca temos pedío que nos contaras na.
—Ya
lo sé. Pero tampoco creáis que es por vosotras, yo soy así con todo el mundo.
Soy como soy y hay ciertas cosas que no van a cambiar dentro de mí. Y tengo
tantas dudas como tengáis vosotras, aunque no os lo parezca. O acaso más.
Aunque insisto, dejémoslo —. Pero, realmente, lo que puso término a la
conversación fue el timbre de la novedad.
—Ay
ba, cómo suena.
—Si,
como pa noírlo.
—¿Quién
será?
—Lo
vamos a saber ahora mismito —dijo Susana mientras descolgaba el pesado
auricular de su horquilla.
—Mira,
sa callao —se sorprendió Reme a la que mandó callar con un gesto inequívoco la
telefonista.
—Buenos
días, ¿quién llama? —pasaron unos instantes y la joven pareció quedar
satisfecha con la contestación que le dieron—. Ah, sí, sí. Todo muy bien —.
Otro lapsus silencioso—. Sí, muy bien, quedo enterada. Adiós, adiós —. No había
colgado Susana el aparato cuando Gertru ya le preguntaba.
—¿Quién
era?
—Era
una mujer muy agradable, de la compañía del teléfono. Me ha dicho que ya está
activo.
—¿Y
eso qué quié decir?
—Pues
que ya podemos llamar y que nos llamen.
—Anda,
claro, ¿pos no han llamao ellos? Son unos pánfilos.
—Reme,
si no hubieran llamado no nos habríamos enterado.
—También
es verdá.
—¿No
has oído al muchacho que ha venido? Mucho vigilar…
—Pos
entonces reitero lo de pánfilos.
—Será
que lo retiras, reiterar es volver a decir lo mismo.
—Vale,
retiro, como el parque(6).
Pero
ésta no sería la gran alegría del día. Otra llegaría que les haría más ilusión
y que sería, a corto plazo, más provechosa. Vayamos a ella. Unas volvieron
después de comer mientras la otra les esperaba. Después de saludarse, Susana
contó a las otras jóvenes que su tía había aceptado la oferta, así que el
dichoso teléfono ya provocaba los primeros ahorros. No tenían que pagar nada
de alquiler. No era mucho, pero fue bienvenido. Cada una cogió su labor de la
alcoba de Susana, almacén de la empresa, y se sentaron en torno al aparato de
radio, aunque las miradas huían, de vez en cuando, hacia el otro aparato que
destacaba por encima de aquel humilde mobiliario y adornos casi inexistentes,
ya que la decoración lo era en absoluto. Escucharon el último capítulo del serial con la
tensión propia de la ocasión ya que el asesino no se dejó ver hasta el final.
Momento en que Gertru no pudo reprimir su alegría.
—Veis,
hemos acertado, chicas. Yo tenía razón.
—Y
la Susana. Menos
mal queráis dos contra una. Yo estaba equivocá, pero malegro por vosotras.
—Querrás
decir por nosotras.
—Pos
eso digo, Susana, por vosotras.
—Y
yo quería decir por todas nosotras, tú incluida. Al fin y al cabo fue la
respuesta que mandamos.
—Es
verdá.
—A
ver, callaos las dos que no oigo. Ahora va a ser el sorteo —en esos momentos
ninguna de las tres prestaba ya atención a la reciente adquisición. El locutor,
después de presentar al honorable notario de Madrid que daría fe de la limpieza
del sorteo y de su ganador o ganadora, anunció a bombo y platillo que el sorteo
comenzaba, tras lo cual, las cuñas radiofónicas de los patrocinadores de la
novela La muerte del señor Spay inundaron las ondas. Reme, que parecía que no
iba con ella el sorteo, tarareó las pegadizas canciones de los anuncios
mientras daba puntadas tranquilamente, igual que sus otras dos compañeras,
aunque éstas más esperanzadas con el devenir del sorteo. El locutor seguía con
su locuacidad presentando a la mano inocente que extraería el sobre del
ganador, si acertaba, claro está, en caso contrario el inocente hijo del dueño
de los Almacenes Bustamante extraería al azar otra carta, y así hasta que
apareciera un acertante. “Solo leeremos el nombre del remitente si la respuesta
es acertada. Esa os otra de las labores de nuestro señor notario. Y bien señor
notario…”. Redoble de tambores. “Lo siento, la respuesta de este oyente es
errónea”.
—La
verdad es que yo ya tengo suficiente con haber acertado —osó decir Gertru.
—Chis…
Calla, chica, que van a decir el ganador —reprendió la que estaba más en
tensión. Entonces, las tres sí pusieron atención a las palabras del locutor.
“Gracias, señor notario. Prosigamos. Hijo, procede a sacar otra carta. Gracias,
entrégala al señor notario. Gracias, hijo”. Redoble de tambores. “Esta vez sí
es correcta la respuesta”, anunció el notario. “Atención, damas y caballeros,
ya tenemos ganador o ganadora…”. Tambores. “Y el ganador es”, se oyó el enésimo redoble de
tambores seguido de otro. “Gracias a nuestro patrocinador Almacenes Bustamante el
nuevo rico es… En este caso nueva rica… Lea señor notario, por favor”. “Sí, el
notario se aclaró la voz. “Sí, la ganadora es… Doña Gertrudis Méndez Uría, de
la calle Españoleto de Madrid. Enhorabuena, doña Gertrudis. Quinientas pesetas
que se quedan a Madrid.
Lo
cierto fue que ninguna de las tres oyeron las últimas palabras dichas por el locutor,
porque al oír su nombre Gertru exclamó:
—Anda, si esa
soy yo.
—Sí,
Gertru, eres tú —gritó Reme saltando de la silla y tirando al suelo la labor.
—Es
verdad —compartió la alegría más moderadamente Susana—. Sí, eres tú, Gertrudis.
—Pero
si yo no he escrito, fuiste tú, Susana.
—Sí,
pero puso tu remite, no me fiaba de mi tía. Ven, dame un abrazo. Acabaron las
tres abrazadas y saltando en el reducido comedor de la vivienda de la portera
de la calle Luchana veintidós, sin que ninguna supiera lo que decía la otra.
—¡Quinientas
pesetas! La, la, la.
—Ahora
sí que podemos regalar algo a mi madre, Gertru.
—Yo
no me lo creo. Han dicho mi nombre —exclamó Gertru deshaciendo el abrazo
coral.
—¿De
verdá que somos nosotras?
—Pues
claro. ¿Cuántas Gertrudis conoces tú que vivan en tu calle?
—Madre
mía, y quinientas pesetas.
—Oye,
Susana, ¿y a cuántas tocamos ca una, que ya no macuerdo?
—Ay,
espera que me tranquilizo un momento —. Y Susana se tranquilizó pero porque
llamaron a la puerta. Era la vecina de abajo que se quejaba de los ruidos que
se oían en el techo de su casa, “que hasta parece que se va a caer la lámpara”.
Después de las amonestaciones a las jóvenes de ahora, disculpas de las mismas,
y las amenazas de queja a la porteria, “que es tu propia tía”, Susana cerró la
puerta y se echó a reír con la mano en la boca para no ser oída por varias
razones, entre ellas los nervios, la alegría y la cara de susto que tenían sus
dos socias, que terminaron igual que ella y medio agachadas por reprimir las
risas. Cuando pudieron calmarse comenzaron a hablar en bajo.
—Venga,
sentaros y no mováis las sillas —recomendó Susana—. Vaya humos…
—¿Que
a cuánto tocamos, Susana?
—Ay,
espera. A ver, si dividimos entre tres quinientos, sale… Sí, a ciento sesenta y
seis pesetas con sesenta y seis céntimos, y sobran dos. Esas para mi tía —. Y
volvieron las risas con sordina—. Aunque yo creo que deberíamos dividir por
cuatro.
—Pero
si doña Consuelo está morida —recordó Reme—. Pa qué quié dineros. No los nesecita.
—No
y sí.
—Susana,
a veces no hay quien te entienda, hija. ¿No y sí?
—Venga,
nos peleís, que nos han tocao las
quinientas pesetas —medió Reme después de que Gertru torciera el morro.
—Ya,
ya lo sé, Gertrudis. Por desgracia para mí. Perdona, pero en este asunto,
queramos o no, doña Consuelo tiene mucho que ver. A pesar de las diferencias
que nos separaban de ella, hay que reconocer que nos juntó, y fue ella quien
inició este taller con tu madre, Reme. Que todo hay que decirlo. Por eso digo,
y perdón otra vez, que sí y que no. Porque yo creo que deberíamos hacer cuatro
partes y no tres. La cuarta sería para doña Consuelo, es decir, para nuestro
taller.
—Anda,
pos entonces habría cacer cinco. La quinta sería mi madre.
—Eso
también lo había pensado, pero lo he descartado. Porque hace ya tiempo que dejó
la costura. Pensar que en el fondo esa cuarta parte sería lo que cada una de
nosotras cede al negocio y no olvidéis que aspiramos a vivir, de momento, de
nuestro trabajo. Además, si lo hacemos así, en vez de tener para dos meses de
teléfono tendríamos para más, y tendríamos también para comprar otra máquina
más moderna. A veces, y lo sabéis las dos, nos peleamos por usar esa.
—¡Madre
mía! Quinientas pesetas… Y vamos a ser famosas.
—A
ver, Reme, estamos a lo que estamos ahora.
—Pos
mejor sería que lo cerebrarramos. Y a
ver si ahora no voy a poder ponerme contenta. ¿Habrá quir a recoger el premio,
no? Oye, ¿cómo sabrán quien es la
Gertru los de la radio? —. La alegría de Reme, como la de
cualquiera, podía con todo, incluso, a veces, con la mismísima necesidad.
—Pues
porque tienen su dirección, tonta.
—Ah,
claro, es verdá, si lan leído. Pero, ¿y si no vienen?
—Mujer,
puede ser un timo, pero entonces el notario tendría que ser otro locutor, pero
yo creo que no. Hay mucha gente implicada.
—Dios
te oiga, Susana.
—Además
los almacenes esos querrán sacar partido de sus quinientas pesetas y salir en
los periódicos y eso.
—¿Qué
vamos a salir en los periódicos? No me digas, Susana.
—Pues
podías haber puesto tu nombre en el remite. A mí esas cosas me dan miedo. Yo no
sabré qué decir.
—Pues
al taller le puede venir muy bien. No os habéis dado cuenta que en los
periódicos y en la radio ponen anuncios.
—Claro,
anda ésta.
—¿Y
por qué se anuncian?, por qué pagan por ello.
—Ah,
pero ¿pagan?
—Pues
claro, ¿qué te crees?
—Pos
que son como las novelas. A mi me gustan y cuando tién canción más.
—Pues no, hija, Ellos creen que cuanta más gente
les conozca más podrán vender. Por eso te gustan los anuncios y sus canciones, para que te acuerdes de la Lechera y compres la leche condensada esa y no la del Niño.
—Ah, ya decía yo que los echaban muchas veces y
siempre lo mismo.
—Para que te acuerdes y se te metan en la cabeza.
—Y también para que conozcas las marcas —dijo
Gertru—. No sabríamos que hay Danone, ni Eko, ni las pastillas Juanola o Bambú
para la tos, ni las máquinas Wilson…
—Sois de lo que no hay, vais del coro al caño y del
caño al coro(7), y no decidimos nunca nada. Y luego me toca a mí
apechugar con una cosa y con otra.
—Porque tú sabes más que nosotras —reconoció Gertru—.
Y, además, nos fiamos de ti, como lo del teléfono ese.
—¿Tengo que daros encima las gracias? Pues estoy
aviada…
—No, no lo he dicho por eso, Susana —bajó la mirada
Gertru un tanto abrumada.
—Ya lo sé, Gertru, perdóname. Tienes razón, cada
una debe hacer lo que sabe, que no es siempre lo que nos gusta.
—Bueno, cay que cerebrarlo.
¿O ya sos ha olvidao que nos han tocao las pesetas?
—¿Y cómo lo celebramos?
—¿Con un chocolate con churros en San Ginés?
—Mu buena idea. Hala, venga, dejamos ya la labor y
nos vamos pallá, estoy deseando llegar a casa pa contárselo a mi madre. Aunque
si mesperáis macerco y se lo cuento.
—No, que si no, no nos tomamos los churros.
—Pero, chicas, ¿cómo nos vamos a tomar un chocolate
con churros a estas horas?
—Anda, de mierenda.
Mía tú, y si no cenamos, pos no pasa na. En media hora estamos allí. Venga,
reando.
[Continuará]
(1)[Volver]
—Espera, Queitano. Tengo la sensación
de que se nos olvida algo.
—Tú dirás, Rubia, yo no estuve al tanto de lo que nos pidió Antón,
al que espero que vayan bien las cosas.
—Para ahí, en ese pollo, que miro todos los papeles que nos dio. A
lo mejor, algún dibujo nos dice algo. Cuando dibujó las cosas tú también
estabas delante.
—Pues vamos a ver.
—Este papel es para cuando lleguemos.
¿Ves la casa? Para saber donde tenemos que ir. Este otro que tiene un niño y
una mujer de la mano es para que se la demos a su familia. ¿Te acuerdas?
—Yo no, Rubia.
—Bueno, no importa, yo sí.
—Y esta otra con una… ¿trompeta redonda
y una corona encima…? ¿Te acuerdas tú?—. Xana se sentó en un pico del poyo e
intentó hacer memoria—. ¿Será posible, oh? ¡Vaya memoria que tengo! —. Tras
pensar un rato exclamó—. Pues no caigo, ¡me cachis en la mar!
—Va haber que enseñarla a alguien que sepa leer, para que nos diga
qué pone ahí, debajo del dibujo. ¿Eso son letras, no?
—Mira que no acordarme.
—No te preocupes, Rubia. Daca —.
Queitano arrancó de las manos a Xana el sobre en cuestión y se fue directo a
otro banco donde un abuelo, sentado al sol, leía tranquilamente el periódico—.
Buenos días, caballero, veo que usted sabe leer.
—Buenos días. Sí una cosa es aparentar
y otra hacer el tonto.
—No importa, a mí me pasa al revés,
así que nos entenderemos, y el más interesado soy yo. Mire, usted —Queitano
esgrimió el sobre —. Un amigo de Madrid nos ha dado esto para hacer algo, pero
no nos acordamos ni para qué era, ni lo que es.
—Usted sabrá lo que dice, porque yo no lo entiendo.
(2)[Volver] Más contenta que unas Pascuas.
En elbatiblog.com podemos leer: «[...].
Se dice que su origen proviene de la obra de Cervantes 'La gitanilla', aunque
hay quien dice que también podría venir de la Pascua de Resurrección o Pascua Florida, que
se celebra cuando llega la primavera y es símbolo de alegría y renacimiento en la
naturaleza [...]». Amando de Miguel, por otra parte, opina «[...]. Doña Anouschka se pregunta
igualmente por la lógica de estar
más contento que unas pascuas. La pascua, para los judíos y los cristianos,
es sinónimo de ‘fiesta’. Pascua es palabra griega y latina que procede del
hebreo pesach (= paso, tránsito). Era la conmemoración de la salida de Egipto
por parte de los israelitas. Huían de una matanza segura y se dirigían a la
tierra prometida, el futuro Israel. También decimos en español hacer la pascua
(= fastidiar; para los argentinos “joder”). Quizá se diga así por antífrasis, o
acaso sea para indicar que se echa a perder la fiesta [...]». Fuente: El
origen de algunas frases hechas, 21/12/2015, libertaddigital.com.
(3)[Volver] Tren ómnibus. DRAE,
2014, 23ª edición, entrada tren: «[...] ~ ómnibus. 1.
m . tren que lleva vagones de todas clases y para en todas
las estaciones [...]». Ferropedia lo confirma: «[...] El que lleva vagones de todas
clases y para en todas las estaciones [...]».
(4)[Volver] Bajarse del burro: «[...]. Yo me contento
—respondió Corchuelo— de haber caído de mi burra(54) y que me haya mostrado la experiencia,
la verdad de quien tan lejos estaba [...]». Frase
que el bachiller Corchuelo responde a unas palabras de Sancho tras una reyerta,
a espada y a pie, contra un licenciado después de una discusión entrambos.
Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la
Mancha II , 1615, cap. XIX, pág. 696, edición
del IV centenario, RAE, Santillana Ediciones Generales, 2004. En una nota al
texto Francisco Rico aclara a pie de página «[...].
54. ‘de haber visto que estaba equivocado’ [...]». Acaso la metáfora/dicho no sea
original de don Miguel, pero, que yo sepa, es la primera vez que se usa en el
sentido que apunta F. Rico y por lo menos fija una fecha de antigüedad.
Actualmente el DRAE trae esta locución verbal coloquial, junto con otras
similares en la entrada burro.
(5)[Volver]
En este refrán no invierto ni
un segundo.
(6)[Volver] Reme se refiere al Parque del Retiro de Madrid.
(7)[Volver] Del coro al caño y del caño al coro . Realmente es un trabalenguas en el
que se pretende obligar al que lo dice a confundir, no caño con coro, sino con
coño. Probad a decirlo de continuo y rápidamente varias veces, algunas
terminaréis diciendo la palabrota. En cuanto a la frase proverbial en la que ha
derivado, significa, para el que no lo sepa, andar de un sitio o asunto a otro
sin propósito, estérilmente.
Alucino. Mira por donde.
ResponderEliminarPues si, yo creo que Cirilo y Carmina, van bastante coordinados hasta en las clases del Venancio.
De pequeña a mi no me gustaban las matemáticas, tenía un profesor antipático y "jodedor". Pero ya de mayor estudié contabilidad y cálculo comercial y se me daba bien eso de los apuntes. Luego me ayudaron bastante en cierta parte de mi trabajo. Como me enrollo!
Qué alegría el premio de las chicas, así dará un impulso al negocio.
Hasta el lunes J.C.
Espero no haber cometido ningún error gordo en el área contable, jaja, al menos una profesional como tú no cita ninguno. ¡Qué bien! Yo sí que alucino con vosotras. Hasta el lunes, Varinia, un abrazo. JC.
EliminarEl capítulo de hoy nos da unas cuantas alegrías. La de las chicas les vendrá estupendamente, sin duda. Las enseñanzas de Venancio van viento en popa con tan buenos maestros y la pareja parece que va llegando a su destino...
ResponderEliminarY me ha encantado la nota cinco, ja, ja...
Bueno, hasta el próximo. Muchos abrazos
Alegra alegrar. Un abrazo, Ligia. JC.
EliminarMira la Varinia como me hace la competencia... je, je
ResponderEliminarSí, hoy te ha ganado, jaja.
EliminarCada día nos engancha más. Hasta el próximo.
ResponderEliminarUn besote
Espero que no seáis como Ramón y Cajal porque yo os presumo por separado, jaja. Muchas gracias, chicas. Dos besos, JC.
EliminarFantástico cómo siempre, yo coincido con Venancio, una a es siempre una a, los números no son lo mío. Pobre Antón, que mala es la soledad, pero por lo menos le sirve para conocerse mejor que es muy importante. Me alegro que les haya tocado el sorteo a las chicas.Gracias por la nueva entrega y hasta el lunes.
ResponderEliminarGracias a ti Mar por seguir el relato. Recuerdo que yo me alegraba también según se me ocurría lo del sorteo, jaja.
EliminarUn saludo y hasta el lunes, JC.
Que buen relato,hoy todo son buenas noticias, me alegra, ya queda poquito para ese reencuentro??, se me esta haciendo tan largo como el viaje a Queitano, ja ja ja.
ResponderEliminarOh sera que soy una impaciente y quiero correr mas que tu?, ja ja.
Feliz semana.
No, lo que pasa es que como se veía de lejos parece que no llega nunca, jaja. Ya sólo nos quedan tres entregas, Rubí. Un poco de paciencia y s'acabó. Un saludo, JC.
EliminarBueno pues este capítulo tampoco me ha dejado indiferente, las reflexiones de Antón,Cirilo y Carmina en su línea y tan "compenetrados" como siempre, los padres de Gertru que pronto llegan a Madrid y el premio de las chicas, se ve que están en racha como yo...que me han tocado varios sorteos...
ResponderEliminarSaludos y hasta el próximo lunes.
Chary :)
Pues enhorabuena, Chary, es una alegría recibir la tuya. Un saludo y que siga la racha que, como dice el Corte Inglés, ya te tocaba a ti, jaja. JC.
EliminarAntón y su fortaleza; la suerte de Venancio de tener a esa adorable pareja enseňándole; los padres de Gertru un pasito más cerca de ella y la suerte de las chicas con el premio, ¡cuántas emociones juntas en este capítulo!
ResponderEliminarUn placer leer de nuevo tus relatos JC, aunque apenada al saber que han llegado a su fin...
Disfrutaré al máximo de los que me quedan por leer!
Besitos
Gracias Amanda. Pero te espera un sorpresilla. Un beso, JC.
ResponderEliminarSeré bobo, no había reconocido a Antón..."dio" hasta ahora. Otro al que has conseguido mostrar como el héroe que lleva dentro.
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