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jueves, 31 de diciembre de 2015

Y se acaba 2015


Hoy quiero despedir a este 2015 como se merece, por la puerta grande, ha sido un año bueno, muy bueno, y estoy segura que 2016 va a ser mejor.

Como hoy no os enseño ninguna costurita, he querido acompañar este post con una foto en la plaza de Milan, de hace algunos años, pocos,  concretamente de 1978. Ole por el fotógrafo, el mismo que me sigue acompañando hoy.

Haciendo balance, he hecho lo que he querido, he podido  y mi responsabilidad me ha permitido.

¿Qué podía haber hecho más y mejor? Seguro que si.

Pero no hay que ser tan ansioso, hay que dejar algo pendiente y algo para mejorar.

Este año ha cuajado un grupo de amigas que nació poco a poco, una a una, que se sumaba otra, y otra que aparecía con otra... así hasta llegar a 10

Chicas, a vosotras, muchas gracias porque me enseñáis mucho, no sólo de patch, que también, me empujáis, me metéis en cada lío que "pa qué", que siempre estáis dispuestas a hacer lo que sea, que todos los días hay algo nuevo, diferente, que parecemos adolescentes con el washap, que no nos van a regañar nuestros padres (bueno, el mío cuando estoy con él, alguna me ha caído, y eso que con él disimulo lo que puedo), que nos van a regañar nuestros hijos, que eso ya es lo peor.

De maridos,  ni hablamos...

Y este tema me ha hecho reflexionar, yo a estas alturas de mi vida, la verdad es que no tenía intención de ampliar mi círculo porque ya me cuesta mantenerlo, pero ¿quién se puede resistir? 

Sois todas, todas, tan requetemajas!!!

Y es tan agradable hablar el mismo idioma!!!

No hay que explicar aguja-hilo-trapo y tarde feliz.

Hoy, quiero dedicaros esta entrada a vosotras, voy a intentar colocaros en el orden en el que entrasteis en mi vida, espero que la memoria no me falle.


También muchas gracias a los que día a día, con vuestros comentarios, tanto públicos como privados me hacéis feliz cada día.

Y no quiero que se me olviden los más tímidos que también los hay, que también se pasean conmigo muchos días que sé que están aunque no se manifiesten.

A todos muchísimas gracias, porque buena parte de mi felicidad es gracias a vosotros.

Y a mi familia, a mis amigos de siempre, sin ellos no sería nadie.

Os quiero.

Y sigo coso que te coso...

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cartel Lucas


Lucas ha venido a pasar las fiestas con su familia en Madrid, me acerqué a verle y quise tener un detalle con él.

Como estamos en Navidad le cosí las letras a una cinta verde y de remate una manopla y una botita.

Para que las letras no bailaran la samba, las cosí arriba con un botón en forma de estrella.

Aquí un detalle de una de las letras:


Como envoltorio, esta vez, me decanté por una bolsita, para que cuando sea un poco más mayor pueda jugar con ellas y construir su nombre.


El cuadrado de las letras tiene un tamaño de 6,5 x 6,5 cm.

Espero que os haya gustado y os pueda servir de idea para un regalito de última hora.

Y sigo coso que te coso...

martes, 29 de diciembre de 2015

Cojin de semillas modelo Elefanta

Es la época de canastillas, y ninguna puede ir sin el cojin de semillas tan útil en estas fechas.

Cuando son "de primera puesta" solo llevan 120 grs. de trigo para que el recién nacido pueda soportar el peso.

En esta ocasión me pidieron colores muy suaves, a juego con un cojín que ya os enseñaré porque todavía no lo he entregado.

Os recuerdo que el trigo los podéis comprar en las tiendas que venden productos para animales, que en los herbolarios al ser ecológico cuesta mucho más caro.

Con 30 segundos en el microondas tendremos caliente la tripita del bebé más de 30 minutos.

Y que siempre hay que probarlo por si quemara, igual que hacemos con el agua para bañarles.

Si queréis ver más cojines de semillas, pinchad aquí.

El patrón lo tenéis aquí.

Para que os hagáis una idea, el tamaño acabado es de 19 x 19 cm

Y sigo coso que te coso...

lunes, 28 de diciembre de 2015

Relatos de COSOqueTEcoso (XLVI)

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Entre puntada y puntada
(XLVI)

—¿Qué tal, señora Casta? ¿Cómo va el comienzo de la mañana?
—Hola, don Mauro, buenos días. Bien, bien. Usté al tajo, ¿no?
—Sí. ¿Está usté sola?
—Sí, las chicas pa su desgracia y la mía están ya en ca la Julia, con la costura. Y Joselillo sa ido también, a la escuela. Así questaoy sola.
—No se crea. Es mejor pillarla así, quería hablar con usté sin compañía.
—Mestá procupando, don Mauro.
—No, no se asuste. Es que necesito hablar con alguien que entienda de la vida.
—Anda que… Ya me dirá usté a qué puerta ha llamao, porque una…
—Yo me sé a qué puertas llamo.
—Bien, usté dirá entonces.
—Llevar un secreto a cuestas es a veces insoportable. Y más cuando uno domina el secreto —. La señora Casta esperó y no preguntó aquello que le apetecía. Al poco obtuvo su recompensa—. Verá, he mandado a Antón en busca de los padres de Gertrudis.
—Ya, por eso va vestido de domingo Balín, ¿no?
—Sí, pero, ¿cómo se ha enterado usté? —se sorprendió don Mauro.
—Por Joselillo, se ven frecuentemente pa correr y jugar. Y los críos ya se sabe, lo cuentan to sin malicia alguna. Pero, no se procupe, en casa naide le dio la menor importancia al asunto.
—Salvo usté.
—Una es que yata cabos aunque no haya motivos. Pero lo que ma contao no debe causarle pesar. Sino to lo contrario.
—No. Lo que pasa es que no tengo noticias de él desde que llamó por el teléfono hace una semana y me informó de que estaba cerca de su objetivo. Y que comenzaba un viaje a pie por los montes asturianos. Mentir no me gusta, no me siento bien, y cada vez que viene la mujer o el hijo de Antón, les digo que está bien y que no se preocupen. Pero no lo sé, y por no tener noticias me estoy poniendo en lo peor. No tenía que haberle mandado. Antón es un hombre de números, no de aventuras. Me maldigo por mi mala cabeza.
—Cuando uno toma decisiones dese tipo, la cabeza no tié na que ver. Todos los hombres enamorados, como es su caso, no piensan, sólo sienten y buscan agradar y atraer a quien la hecho perder la razón. Su pecado es venial por lo común ques, no es usté nada distinto de los demás hombres, en ese sentido. No se sienta mal.
—Sí, pero eso no me exime de haber puesto en peligro a Antón. Y lo peor es que no sé que puedo hacer. ¿Mandar a otra persona en su busca? Eso sería cometer el mismo error dos veces seguidas.
—Eso está claro, don Mauro.
—Y compartirlo con Gertrudis no lo veo razonable, ni prudente. Le traspasaría a ella el sentimiento de culpa que me embarga. Eso sin pensar en la familia de mi secretario. ¿Hasta cuándo voy aguantar con esta mentira? Y si ha ocurrido algo que nadie desea, ¿cómo se lo voy a decir?
—De momento, ha hecho usté lo correcto. Y no por haberme elegío a mí pa volcar el talego, sino por descargarse de lo que le mortifica. Y bien dice usté, Gertrudis se pregunta si le oculta algo, ese lo sé de buena tinta.
—Va a ser muy difícil mantener esto en secreto si no tengo noticias de Antón.
—Está claro que una servidora no le va servir pa na, pero ¿qué tal uno de sus conocidos?
—A ellos, en estas cuestiones de ceguera, no les veo.
—No, no digo que recurra a ellos pa el desahogo, sino pa que lechen una mano en Asturias. ¿No tiene algún amigo militar o policía?
—Policía no, militar sí. Pero su entorno y contactos están en Madrid y su conocimiento en la abogacía castrense.
—No sé ques eso, pero da igual. Entonces póngalo en conocimiento de la policía.
—Si por mí fuera, me iba ahora mismo a Oviedo, pero, irónicamente, sin Antón aquí no puedo dejar la fábrica sola. No la voy a dejar a cargo de Balín —se permitió una broma y una sonrisa amarga don Mauro, que también hizo sonreír a su confidente.
—No, desde luego. Mejor solución sería mandarle a la carrera para que llevara una denuncia de desaparición a la policía asturiana. Estaría en su salsa —. La señora Casta quiso mantener la hilaridad en la conversación.
—Me temo que todo esto termine mal, que en vez de felicidad cause dolor y daño a personas que yo he involucrado en mis planes egoístas.
—Pero vamos a ver, don Mauro, ¿dónde narices viven los padres de Gertru?
—Eso era y es el problema. Conseguir que Gertrudis me diera toda la información que ella tenía fue fácil. En definitiva se trataba de dos ríos, porque viven en mitad del monte, en una quintana. Ella no sabía más, ni calles, ni pueblos, ni nada. Ella solo sabe el nombre de esos ríos y menos mal. Al morir su tía se llevó el resto de información. Y no ha quedado nada escrito porque la pobre mujer no sabía ni leer ni escribir. No hay cartas, no hay nada, le repito. Bastante hizo su tía con sacarla adelante. No se la puede pedir más.
—Dice usté bien, porque tal y como están los tiempos, una mujer sola y sin ayuda de naide poco pué hacer pa dar techo y comida a dos.
—¿Y usté, qué me dice de usté? —sin querer la señora Casta logró sacar de la cabeza de don Mauro lo que le preocupaba, aunque sólo fuera durante unos segundos.
—¿Yo? Yo soy una privilegiá, don Mauro. Yo tuve a mi lao a mi Jesus, quen paz descanse. Y a mi Reme, que trabajó desde bien chica con la aguja. Luego don Ulogio mofreció la portería, y llegó ese ángel de Gertru que también aporta algo, a mi pesar. Y Venancio y Joselillo, mientras tuvieron la huerta, me quitaban de comprar muchas cosas, y ahora Venancio sampeñao en pagarme el pensionao de su hermano. Y, como digo yo, ¿a quién pago yo la alegría que meten en esta casa esas creaturas? Así es que, como ve, yo no hestao ni estoy mal atendía. Y eso que no he querido regalarle a usté los oídos, ni hablar de las señoritas del tercero. Yo sola no hubiera podido, se lo aseguro. O cambian los tiempos o las mujeres acabamos encerrás en nuestras casas, la que tenga, claro. Pero, dejemos lo mío, ya sé que necesitaba usté hablar con alguien, pero no desto. ¿Le puedo decir lo que pienso de su asunto?
—A eso he venido, señora Casta. Diga usté con toda libertá, por favor.
—Bueno, pos yo esperaría unos días más, contando con que usté confíe en Antón.
—Eso por descontado.
—Pos eso mismo, dele un margen de confianza. Si tenía que buscar en mitá del monte, ¿cómo liba a mandar recao, hombre? Si no da señal de vida, en ese tiempo recurre usté a la policía. No veo que se pueda hacer más. Bueno, sí, mienta a Gertru, es natural, pero no a la familia de Antón, hable con su mujer, aunque la preocupe, usté sequitará un gran peso dencima, o al menos lo compartirán. Y otra cosa, alegre esa cara, no mextraña que la Gertru… ¿Y eso no lo queremos, no?
—No, desde luego. Pero cada día que pasa, me cuesta más trabajo.
—Pos échele la culpa a él.
—¿A quién? —. Se descolocó don Mauro.
—Al trabajo. Es la excusa preferida de tos los hombres pa todo. Como si nosotras fuéramos inútiles y no tuviéramos procupaciones. Como si naciéramos y viviéramos mano sobre mano. Y cuando morimos, lo hacemos sin cambiar de postura porque pa parir no hace falta trabajar, se hace acostá en la cama.
—Tiene usté mucha razón, señora Casta. Y no sólo en lo de darme un poco de tiempo. Gracias por escucharme y por sus consejos.
—Aquí estamos pa lo que nesecite usté, igual que ha estao usté cuando lemos nesecitao, siempre dispuesto pa nosotras. La Gertru le debe mucho.
—Pero yo no quiero el agradecimiento de Gertrudis, quiero su cariño. 
Pos por eso no esté procupao. Si supiera lo que una escucha cuando ellas no saben que las oigo, se sorprendería.
—Gracias otra vez. Ya le contaré si hay novedades.
—Eso espero, don Mauro. Arriba ese ánimo y confíe.

———— o O o ————

—Buenos días, señora Casta.
—Ah, es usté. Buenos días.
—Buenos días, no —corrigió el nuevo vecino. Buenos días, don Agustín.
—¿Se saluda usté solo?
—No, le indicaba cómo saludarme a mí.
—Pos mire, llevo saludando desde caprendí hablar y nadie mabía corregido jamás.
—Bueno, usté sabe de lo que hablo.
—Sí, que usté vive en el principal y yo soy la portera de la casa, y como tal le pregunto qué es lo que le trae por el chiscón tan temprano, yo creía que los señores denjundia se levantaban más allá de las doce del mediodía. ¿A ver, qué se le ofrece, don Agustín Redondo Garci?
—¿Cómo sabe usté mi nombre completo?
—Una, ques una pofesional. 
—Bueno, es igual. Anoche, hablábamos mi señora, doñá Agustina, y yo de sus obligaciones como portera del inmueble.
—Mire usté, buen tema pa cuando uno está cansao dun viaje. Pero ladvierto que mis obligaciones son mu concretas.
—A ello voy, señora Casta, a ello voy. Porque uno de esos deberes concretos es mantener limpia la finca, ¿no?
—En efecto, don Agustíííííín —esta vez la portara alargó la i antes de acabar con el sonido nasal de la ene.
—Y convendrá usté conmigo en que la fachada forma parte de la finca, ¿verdá?
—Sería difícil que no lo fuera, don Agustín.
—Luego su limpieza corre a cargo de la portera.
—O sea, de aquí la menda, ¿no?, don Agustín.
—Claro.
—¿Y? —se encogió de hombros la señora Casta.
—Pues que los cristales de las puertas de los balcones forman parte de la fachada.
—Depende, don Agustín.
—¿De qué va a depender, señora?
—Es muy fácil, don Agustín. En cuanto le dé usté un poco al magín se dará cuenta.
—¿Qué insinúa?
—Nada, sólo que si el balcón está cerrado los cristales parecen de la fachada, pero si los abre, ¡pum!, desaparecen de la fachada. Y como una servidora no quié meterse en ca de naide ni sabe volar como las brujas aunque use escoba, pues ya me dirá, don Agustín.
—¿Me lo está usté negando, acaso?  
—Hace usté unas preguntas, don Agustín... Pos claro que estoy negando que vaya a limpiarle los cristales de sus balcones, faltaría más.
—Sólo sería por fuera.
—Ni por fuera, ni de canto. ¿Está claro, don Agustín?
—Esto no se queda así. No, no señora, no acaba aquí. Hablaré con don Eulogio —maniobró con el dedo en el aire el vecino exigente. 
—Hable usté con don Joaquín Ruíz Jiménez(1) si quiere, pero aquí la tuerta —la señora Casta se tapó un ojo— sólo limpia los cristales de las ventanas de la escalera y una vez a la semana. Aunque viviera aquí María Santísima —. El último comentario sentenció a la portera.
—Entonces, buenos días —se despidió don Agustín secamente— . Y no use el nombre de Dios en vano.
—Uso el de su madre que me viene más a mano y somo colegas, y nada de buenos días a secas, no, buenos días, señora Casta —corrigió la portera—. Todos nos debemos el mismo respeto —. Los humos con los que salió a la calle el nuevo vecino le habían dejado mudo, porque no contestó. Aunque peor volvería unos días después. Aunque no todos opinarían lo mismo. Como el tal don Agustín se metía en todo y con todos, buscando que los demás se encontraran, alguna vez tenía que encontrarse él con su perfecto antagonista. La lectura de las leyes y las normas sociales que aquel particular vecino hacía, hallaron otra lectura, y no solamente distinta, sino contraria. Tanto calentó a dos soguillas de Tetuán delante de un mozo de cuerdas, con aquello de que eran unos trabajadores ilegales que dañaban la noble profesión del anciano que escuchaba como el que oye llover, que los dos africanos cuando oyeron a don Agustín que ellos debían vivir en los árboles y comer plátanos, amén de asesinar españoles de bien, no pudieron más y, saltándose todas las ordenanzas municipales, le partieron la boca, sin que el profesional la abriera, que era lo que pretendía el enredador intrigante. Y lo de partirle la cara no fue una frase hecha, sino un hecho incuestionable. Tras la huida de los dos tetuaníes hubieron de llevarle un par de buenas personas a la casa de socorro. Allí, le inmovilizaron como pudieron la mandíbula y le trasladaron al hospital, donde le intervinieron de urgencia. Le colocaron la quijada y le cosieron la boca para que no pudiera articular el hueso fracturado. Estuvo hospitalizado tres días. Al cuarto volvió por su propio pie a la calle Españoleto, donde le esperaba su señora que, en ese tiempo, no había pisado la calle por miedo a la gentuza que había atacado a su marido. De lo que, curiosamente, fue avisada por un soguilla pagado por un médico de la casa de socorro, al no encontrar a un mozo de cuerdas por los alrededores de Eloy Gonzalo. Y según le contó a la señora Casta, esa gentuza había agredido a su marido sin motivo alguno y por ser español. Visita a la portería que aprovechó doña Agustina para ordenarla un pedido de pan y leche, entre otras cosas, porque ella no se atrevía a salir a la calle sola. La señora Casta quedó impactada por la geta que esa supuesta señora le echaba a la vida, más que nada porque para entrar en la vaquería no hacía falta ni salir del portal, y el pan, con cruzar la calle un par de veces ya estaba comprado y a buen recaudo. Pensó, a su vez, cómo se había enterado la mujer del ataque a su marido y recordó que Reme le había comentado que había dejado pasar a un crío, que le pareció un soguilla, porque le recordaba a Joselillo, y que había tardado muy poco en salir, al igual que una enfermera que llegó casi a la misma hora.

—Yo creo que la conocía, de cuando tiraron a la Gertru por la escalera.  
—¿Por qué dices tiraron, hija, si se cayó?
—No sé, madre, pos de cuando se cayó sería —y Reme se encogió de hombros y fingió no saber más.

———— o O o ————

Lo cierto es que ella conocía mejor los montes que él, pues los había cruzado varias veces. Aún así, la idiosincrasia del sexo masculino le daba ventaja a Queitano en cuanto a la orientación y ubicación espacial. Anduvieron sin descanso y Xana agradeció la cabezonería de su marido sobre su negativa a llevar más peso del imprescindible, porque ella era la que cargaba con el hato, acaso por un residuo de la cultura árabe, aunque por esos lares los Omeya estuvieron poco gracias a don Pelayo. En la primera jornada, sin saberlo, recorrieron la mitad del trayecto limpiamente, es decir, sin incidencias. El resto de embutidos y galletas, que Antón les ofreciera, les evitó hacer fuego, así como un anómalo viento del sur, si no cálido, no frío. Con una manta cada uno tuvieron suficiente para no sentir fresco durante la noche estrellada.

—¿Y los llobos, Queitano? —consultó Xana.
—Déxalos que vengan —argumentó el hombre y agitó su cayado—. Pero cuelga llueñe de nós(2) la comida. 

Esa madrugada les despertó el frío y la humedad. El viento había cambiado de dirección y temperatura, y la borrina había tomado los montes. No había amanecido cuando Queitano se arrepintió de haber confiado en el tiempo y no haber hecho una buena fogata por si ocurría lo que había terminado por ocurrir. Aún así, ambos descansaron bien, Xana un poco más porque antes del alba recibió una segunda manta sobre su dormido cuerpo. No hay mucha diferencia entre un jergón de paja y una cama improvisada de hojas , si acaso el ruido al moverse, pero cansada como estaba la pareja, poco se movieron una abrazada al otro. Desayunaron y junto al sol comenzaron la jornada, aunque éste último realmente no hizo acto de presencia derrotado por las densas y bajas nubes matinales. Esa no sería la única incidencia que sufrirían. En un momento determinado, Xana, que abría la marcha, se paró, se volvió y comunicó a su compañero que no sabía donde estaban, y menos conocía la dirección a Villamayor. Se había perdido. El informado, fiel a su manera de ser, primero se metió con la Rubia, pero tras pensar y otear el horizonte hacia un lado y otro, terminó por indicarla que volvieran hasta el punto anterior a la pérdida, allí donde Xana sí identificaba el camino. Recularon hasta un otero que dominaba un pequeño llano. Allí tras estudiar otra vez el horizonte y sin la referencia del sol, Queitano varió el rumbo y reiniciaron la marcha.

—¿Tas seguru?
—Non, pero vamos, nun vamos quedar equí —fue la contestación del nuevo guía.

Cambiado el orden de la marcha que mantendrían hasta arrimarse a Villamayor, la segunda noche comenzó con la recogida de ramas y hojas, las más secas usadas como yesca y las otras como colchón. Ella hizo las camas mientras el preparaba el fuego. Cenaron y, de nuevo abrazados descansaron, esta vez al calor de una hoguera y cubiertos con dos mantas cada uno, aunque, cualquiera que les hubiera visto, solo hubiera distinguido un bulto en el suelo. Reanudada la marcha al día siguiente, bien comidos, Xana insistió sobre el camino que habían tomado. Ella no conocía aquellos bosques ni aquellas rocas, pero el sol, en un acto de generosidad y ayuda apareció unos minutos y confirmó a Queitano que su decisión no había sido del todo incorrecta. Giró levemente a la izquierda. Después de comer y ya avanzada la tarde, salieron a un valle donde distinguieron un pueblo por el humo de sus chimeneas. Allí parados, en una atalaya, se miraron y comenzaron a acercarse a las casas, no sin que antes, el hombre mirara con cierta sorna a la mujer. 

Tampoco m'equivoqué tantu, Roxa. Vamos. 

A partir de ahí no dijeron nada hasta llegar al pueblo, ya sin luz y cansados. Pero andar las calles en las que Queitano no se sentía más seguro que en el monte, comenzó otra discusión. Ella quería dormir en una cama “como Dios manda”, y él no, él quería dormir como en las dos noches anteriores. Fueron los deseos de Xana los que se llevaron a cabo, y el rifirrafe se cerró con un tajante comentario femenino: “Pa esto sirve'l dineru, Queitano, pa nun pasar penalidaes, si conocieres el so poder te camudaría. Anque conociéndote tu seríes l'únicu que saldría indemne de la so influencia”. Y, de alguna forma, el hombre tenía razón, porque esa noche, entre sábanas, más o menos limpias, durmió poco y mal. En cambio, la Rubia, después de suspirar varias veces, cayó en brazos del dios más acogedor y hospitalario en momentos de cansancio. El ruido de los demás huéspedes de la posada real despertó a Xana. Él no los necesitó. No estaban acostumbrados a oír hablar tras las paredes, a oír el abrir y cerrar de puertas y el arrastrar de sillas, y tampoco lo mullido que puede resultar un colchón de lana. Como mucho, en el monte, se habían acostumbrado al ulular del viento tras la puerta y yacer sobre hojas húmedas. Queitano necesitaba orinar desde un par de horas antes y preguntó a Xana sobre lo que hacer. Informado, preguntó a un hombre que se encontró por el pasillo y éste le indicó cual era la puerta del retrete, aunque también le dijo que, a esas horas, era muy difícil que estuviera disponible, y que si era una urgencia, mejor haría en ir al corral. Y así tuvo que hacerlo, porque el váter lo había tomado, a golpe de paciencia, una pareja, madre e hija, que debieron de instalarse en aquel cuarto compartido para pasar el día, al menos de eso se habló durante el desayuno en la otra sala común, el reducido comedor con bancos corridos, que amplificó las quejas que los clientes transmitieron a la mocina que les atendía cafetera y lechera en mano. Xana, ante la negativa de Queitano, le obligó a probar el café con leche, si bien, conocedora de sus gustos, le cargó su infusión con el azúcar que escaseaba en el azucarero. Y, claro, al probarlo, su marido no puso mala cara, es más, trató de ordeñar el vaso que levantó y volcó a distancia sobre su boca, cuando apenas el dulce líquido goteaba de su interior y ante la queja de la Rubia para que se comportara civilizadamente porque no estaban solos. Tras lo cual, en dos bocados engulló una casadiella tras otra. Xana consumió una y le dio un manotazo para que no cogiera la cuarta.

—Ésta ye pa depués. Y otra cosa, nun enseñes el dineru como si fuera la to homía, equí les coses nun funcionar como na quintana, ¿te enteru? —advirtió al goloso comensal la precavida hormihuita—. Y, d'equí p'arriba, soi yo la que lleva les riendes y los billetes, ¿d'alcuerdu? Y non se te asoceda dámelo agora equí delantre de toos(3).

Antiguo autobús de la compañía asturiana Automóviles Luarca (Alsa). De elpais.es
Él no contestó, sabía que ella tenía razón y que entendería su silencio como su conformidad a lo propuesto. Xana cogió la casadielle casera que no había dejado comer a Queitano después del café y su ración, dio los buenos días y marcharon a su habitación. Una vez allí le pidió todo el dinero que Antón les había entregado y salió a ajustar cuentas con la viuda que regentaba la posada real, que su marido consideró siempre un lujo innecesario. Volvió, cogió el hatillo y salieron con la idea de subirse a una diligencia con dirección a Oviedo. Al primero que preguntaron les remitió a un punto de donde salían unos vehículos hacia la capital asturiana, pero les advirtió que no eran diligencias. Una vez en la plaza, Queitano se negó a subirse en uno de esos coches que se movían sin caballos y echaban humo por detrás. El ómnibus no gustó mucho al rudo labriego, así que hubieron de preguntar de dónde partían las diligencias hasta Oviedo o Gijón, porque a Madrid no había combinación. Estaba cerca, al otro lado de la plaza, por detrás, y vieron enseguida la recua de diez caballos que componían la fuerza motriz de la diligencia. Queitano preguntó cuánto tardaba en hacer el trayecto hasta Oviedo, y la contestación fue: “Casi un día, y los gastos van por su cuenta, posada y comida”.  Hasta ese momento habían seguido las indicaciones de quien no querían acordarse por miedo a volverse a la quintana ante la posibilidad de que aquél que no querían citar no se hubiera hecho con Toru y Güé, amén de las gallinas. Los dos sabían que sin aquellos animales sería imposible sobrevivir en aquel perdido valle. Por eso Xana obligó a volver a regañadientes a Queitano donde estaban los dos ombibus para que preguntara lo mismo. Queitano llegó antes que Xana y cuando ésta llegó junto al vehículo Queitano le informó.

—Entre tres y cuatro hores.
Pos te gusté o non, vamos nesta dilixencia. Nun podemos perder un día, y tu saber tan bien como yo, oh.

Así que el hombre no tuvo más remedio que tragar. Xana sacó los billetes y subieron al vehículo. Al pasar junto al conductor Queitano le preguntó cuándo iniciaban camino, y fue informado de que en media hora se ponían en marcha.

De colección de José Guitán, elcorreogallego.es 
Por otro lado y en otro sitio Antón durmió lo suyo, al menos eso le indicó la altura del sol al salir al abrevadero. Después de asearse como los gatos, se acercó al pesebre y se descubrió hablando a los bueyes. Dudó en seguir las ordenes de Queitano, pero al final dejó la puerta abierta y compartió de viva voz con ellos su propia capacidad para volver a encerrarlos por la noche. Después volvió a llenar los dos cubos de agua y los metió en el pesebre, donde trabajó un rato la paja de la que limpió también los excrementos de la noche. Cuando pasó junto a los bueyes, de vuelta a la cabaña, les gritó un “guarros” que no entendieron, pero que a él le satisfizo. Desayunó lo mismo que había comido, el guiso seguía caliente pero sin cocer, Xana había subido el caldero y el fuego apenas lo acariciaba, y le había recomendado echar un poco de agua tras cada toma. Y que echara un puñado de hortalizas todos los días, cuando ella volviera ya apañaría el desaguisado. También le había dejado unos trozos de tocino en salazón que dejara el último buhonero. Después de la tarea “gastromónica”, como decía Reme, se encargó de las gallinas. Y recordó el consejo de aquel particular hombre: “A éstes non los dexe salir. Y que namá guaren la metá, como dixo usté, caballeru. El restu comer usté, pero nun me toque nenguna pita, nin nengún pollu. Namá los güevos(4)”. Así que hoy comería huevos cocidos, aunque desconocía el tiempo que debían cocer, y aunque lo hubiera conocido, ¿de qué hubiera servido sin reloj? Con los huevos en las manos, salió del gallinero, entró en la cabaña y después de estirar la manta sobre el jergón, decidió dar un paseo. El día no era bueno, pero tampoco malo. Le había cogido el gusto a andar. Además quería echar un vistazo a los asturcones que se criaban libres en el valle. A eso dedicó la mañana, hasta que un inicio de hambre le hizo volver a la cabaña. Se había alejado mucho, y se lo reprochó su estómago. Pero sin reloj no era nadie, pensó. Aunque, de haberlo tenido, se hubiera sorprendido de lo que habían cambiado sus hábitos de comensal. Echó una siesta con el buche lleno de pote y huevos pasados por agua, porque la buena temperatura conseguida al alimentar el fuego y el sopor de la digestión le tumbaron sobre la manta estirada. “Que no se le apague Antón. Y quite las cenizas, ahí tiene una pala y un cubo. Y la ceniza la echa en el montón que hay en la esquina de la cuadra. Aquí no tiramos nada”. Con esas palabras de Xana en la cabeza se durmió. La tarde fue muy corta, en realidad inexistente, porque después de levantarse y salir de la cabaña, el tiempo había cambiado a peor y el valle se había borrado por las bajas nubes que lamían los lomos de Toru y Güe. Lo que le recordó que tenía que recogerlos por los ataques de los lobos. Se puso a una distancia prudencial de los animales, después de abrir de par en par la puerta del pesebre y sujetarla con una piedra, empezó a dar palmas y voces a los bueyes que, después de mirarle un buen rato, ante su extrañeza, comenzaron la perezosa marcha hacia sus limpios aposentos. El hombre aprovechó otra vez para insultarlos: “Guarros”. Contento y satisfecho de sus dotes boyeras, cerró la puerta de la cuadra y tras andar unos pasos volvió, se asomó y deseo las buenas noches a sus obedientes compañeros. Con cierta parsimonia entró en la cabaña y se puso a leer. Al poco, por lo mal que veía a la luz de una vela, cayó en la cuenta de que gastaba lo que no era suyo. Sopló la llama y se sintió más tranquilo, pero a la vez más incómodo. El resplandor que desprendía el fuego del hogar le permitía distinguir siluetas, se movió con precaución y alcanzó la puerta, pero se volvió y tanteó hasta encontrar la mochila. Sacó el sobretodo encerado y el gorro de lana, se lo calzó en la cabeza, y con la prenda de abrigo sobre los hombros, ganó otra vez la puerta y salió a la intemperie. La noche era tan oscura como boca de lobo. Y dudó. ¿Y si se perdía? La idea del paseo no había sido tan buena. La única solución que encontró le obligaba a encender una luminaria y ponerla junto al ventano, como en las fiestas del pueblo de su abuelo. Y, encima solo podía tomar esa dirección y no perderla de vista. No hizo ni una cosa ni la otra. Su soledad le hizo dar la vuelta a la cabaña y entrar en la cuadra. El habitáculo, pequeño y oscuro, acumulaba el calor de las bestias que imaginó más grandes de lo que eran. A tientas, al seguir la pared, encontró un rincón, y palpó. Ese era el rincón de las cenizas. Sacudió la mano para desprenderse de lo que hubiera quedado en ella y se limpió el envés y el revés con la parte posterior del cubretodo. Y recordó que debía limpiar el hogar. Siguió con el palpar de pared, y tras tropezar con algo, llegó a otro rincón. Según la imagen que tenía en la cabeza, estaba casi enfrente de los animales. Allí se dejó caer hasta topar con la paja. Tomó un puñado y la olió.
—¿Sabéis? Si Antón tuviera que vivir aquí con vosotros se volvería loco. Pero, claro, ¿dónde vais a ir vosotros? Eso sí, algún día tuvisteis que venir. Tenéis todo lo que necesitáis, pero jamás tendréis más. Y no es que Antón vaya a mejorar mucho, pero al menos puede esperar nietos y verlos, puede esperar que los de su apellido trabajen en este mundo en un futuro. Ahí está su Rafita para llevarlo a cabo. Vosotros no podéis echar de menos nada. Aparentemente no conocéis otra cosa que no sea el valle y estas cuatro paredes. Y menos una hembra como él, una buena hembra la de Antón, sí señor. Porque tiene mujer, ¿sabéis? Rogelia. Sí, tiene mujer y ella le tiene a él, y los dos un hijo como os he dicho. Y si hay suerte, porque la alternativa es la peor, le necesitarán ellos a él —. Toru mugió y Antón, al pensar que le contestaba se animó a hablar de él como si fuera un amigo—. ¿Sabéis?, Antón nunca había estado solo, ni siquiera había pensado en la soledad. Y ahora echa en falta hasta las carreras de Balín. Cualquier día le pasa una desgracia. Corre como un loco... No sé cómo pueden aguantar vuestros amos. Supongo que por lo mismo que Antón, porque se tienen ella a él y él a ella, y, aunque lejos, también comparten una hija. Bueno, que estarán a punto de ver. Y todo gracias a la generosidad don Mauro y a las hazañas de Antón. Aunque el origen sea el amor de su patrón por la hija de ambos. Bien es verdad que vuestros amos tienen un futuro común. Es lo único que le complace a Antón de este asunto. No, ¿sabéis? Antón miente, porque también están las personas que ha conocido en el viaje, gente como vosotros, bueno, no —Antón sonrió en la oscuridad y se desdijo—. No, como vosotros no, como él quería decir. Personas que se buscan de buena manera los garbanzos, que sueñan y luchan por realizar sus sueños, como Feliciano con su flamante Ford que debe al banco, como Pantaleón con su almacén de cachivaches todos útiles, no os creáis. Incluso como vuestra patrona, Xana, que sin decir ni mu, como vosotros —Antón volvió a sonreír en la oscuridad— va a cumplir su sueño después de quince años lo menos. Y no exagero, eh. ¿Sabéis?, bueno no, no sabéis lo que os perdéis…

De buvalevio.com
Y allí, al calor de los animales, abrigado con el sobretodo y el gorro perdió la noción del tiempo después de haber perdido la noción de sí mismo, y cayó en un sueño paralelo al de sus contertulios. Un sueño que le haría dormir hasta el alba. Como él mismo, o Antón dijera, antes de cerrar los ojos:
¿Sabéis? Por lo menos esta noche, Antón no va a dormir solo Cualquiera que le conociera y que le hubiera oído, pensaría que esa noche Antón habría leído mucho y que era atacado por el bendito mal de Alonso Quijano.


———— o O o ————

—¡Abre tú, Cirilo, por favor! —gritó Carmina al oír campanilla de la puerta —¡No puedo dejar ahora esto! —. Y Cirilo fue a abrir, no sin refunfuñar y constatar un hecho rotundo.
—Ni yo los pinceles, pero como te has adelantado, pues no me queda más remedio, claro —. Ese fue el rezo hasta que atendió la llamada.
—Telegrama, buenos días, caballero. ¿Don Cirilo Graipérez?
—Menos en el don ha acertado usté en todo.
—Es lo que pone en el impreso, señor. Y antes de su nombre han impreso un don con mayúscula y to, que uno sabe leer —presumió Isidro.
—Pues le felicito y me felicito. Pero no pretendo discutir con usté. Aquí, los dos, no vamos a cambiar el sistema.
—Pero si se queda más tranquilo tacho el don y Santas Pascuas(5). Mire, yastá. Y, ahora, fírmeme aquí, por favor.
—Pase, entonces, caballero.
—¿Con quién hablas, Cirilo? —se oyó la voz de Carmina—. ¿Me oyes?
—Espere un momento, por favor, Carmina —pidió el dueño de la casa al cartero, y acudió donde se originaban los gritos. 
—¿Con quién hablabas?
—Ya me lo has preguntado, por eso he venido. Traen un telegrama.
—¡Ay, Dios mío! Una desgracia, seguro —se alarmó Carmina que tiró al sillón su labor sin ningún miramiento y salió con prisas de la habitación e incluso empujó a su marido que, antes de poder reaccionar, oyó a su mujer discutir con el empleado de Correos.
—No, señora, después de que me firme…, el caballero —señaló el cartero a Cirilo que llegaba en ese momento—. El telegrama viene a su nombre, no al de usté, señora.
—Pero qué más da.
—Yo tengo mis órdenes, señora. No me las puedo saltar a la torera —. Cuando Carmina constató que no iba a sacar nada del extraño se volvió hacia el titular del telegrama y, nerviosa, le exigió más celeridad en firmar el recibí. Él siguió con su parsimonia habitual, se llevó a su taller el libro que le entregó el cartero y allí lo firmó, y se echó unas perras al bolsillo. Al volver al recibidor, notó cierta tensión. 
—Mujer, los telegramas no sólo traen malas noticias. Es la forma de avisarte de que has ganado un premio, por ejemplo.
—¿Qué me estás diciendo, Cirilo, que has ganado un premio y no me habías contado nada? —. Carmina necesitaba muy poco para subirse al barco del optimismo y menos en sobrevalorar a su marido. En realidad no necesitaba ni un telegrama ni nada.
—No, Carmina. Ahora nos enteraremos. Paciencia. Tome usté, caballero, firmado y rubricado —. El cartero comprobó que lo que decía Cirilo era correcto, sacó el telegrama de su cartera y se lo entregó a su destinatario.
—Gracias, don…, perdón, Cirilo Garcipérez.
—Por nada, hombre —contestó el aludido—. Tome.
—Gracias otra vez, que tengan un buen día. Tiene razón, no tienen siempre que anunciar muertes. Adiós.
—Adiós, adios —. Con el telegrama en la mano, Cirilo cerró la puerta.
—Pero quieres darte prisa y abrirlo, hombre.
—Ya voy, ya voy no se va a borrar.
—Venga, ábrelo.
—Qué nervios. Mira ya está.
—¿Qué dice?
—A ver —dijo Cirilo y después leyó—. Acenso STOP Director sucursal Londres STOP escribiré STOP Israel.
—¡Ay, mi niño director y en el extranjero!
—Lo ves mujer, no les ha pasado nada a tus hijos. Bueno, ni a mis familiares. No siempre se muere alguien y te lo comunican así. Bueno, aunque a lo mejor sí, quizá el anterior director.
—O que le han ascendido. Siempre piensas en lo peor, Cirilo.
—¿Quién, yo? —preguntó y se preguntó Cirilo sorprendido.
—Y no parece que te alegres mucho de la mejora de tu hijo. Parece mentira.
—Pues claro que me alegro, por él.
—Anda, y yo, mira éste.
—Y por ti también, no lo niegues. Anda que no vas a presumir con tus amistades, seguro que ninguna tiene un hijo director en Londres.
—¿Y qué importa ahora eso?
—Ahora, nada, pero esta tarde yo sé de una que se va a pavonear largo y tendido.
—Tonterías, sólo dices tonterías. Esto hay que celebrarlo.
—Mejor que lo celebre él. Es más barato.
—No me digas que tú no te sientes orgulloso.
—No sé qué decirte, si es porque es director de una sucursal bancaria no. Si es porque ha conseguido algo por lo que trabajaba, sí. Sí, porque, a pesar de la parquedad de la noticia, su redacción desprende buen tufillo. Luego si a él le hace feliz, yo contento. Pero orgulloso de que sea director de una empresa que se dedica a la usura… No sé yo. ¿Sabías que el cobro de intereses por un préstamo fue pecado hasta hace muy poco(6)?
—Hay que ver cómo eres, Cirilo. No hay quien pueda con tu negativismo. No sé qué esperabas. ¿Qué tus hijos fueran unos muertos de hambre? ¿Qué lucharan, no sé, por, por cualquier cosa?
—Sabes que siempre he opinado que no me importaba la profesión que eligieran, mientras no fueran toreros, políticos o curas. Pero se me olvidó incluir a las banqueros y bancarios.
—Tú y tus prejuicios. Bueno, piensa lo que quieras. Yo estoy la mar de contenta. ¡Israel director en Londres! Ya sabía yo que este chico iba a triunfar. Ya verás, dentro de poco se hace con el banco.
—Ya me extraña, Carmina, para eso, aparte de usurero hay que ser muy rico.
—O muy inteligente.
—No, muy rico, si quieres estar dentro de la legalidad, claro.
—No voy a discutir contigo y menos por una noticia que nos alegra a los dos. Me vuelvo a mi labor. Tú haz lo que quieras —. Y Carmina se encaminó muy digna hacia su salita —. Ah, oye, necesito que me dibujes un cuadrado de quince por ocho.
—¿Y no prefieres una circunferencia con ángulos de quinientos grados?
—¿Y esa tontería, a qué viene?
—A que los cuadrados lo son porque tienen todos sus lados iguales. Y trece por dieciocho…
—Bah, tú me entiendes.
—Claro, en mi caso es una obligación entenderte.
—Ya está protestando otra vez. No sé cómo se me ocurre piderte nada.
—Bueno, no te preocupes, te lo dibujaré.
—Lo dices como si fueran los trabajos de Hércules, ya ves, dibujar un simple cuadrilátero.
—Eso es lo que pienso yo. Se tarda más en pedirlo que en hacerlo.
—Ya, pero es que a mí me salen torcidos, qué le voy a hacer.
—Como a mí los hijos.
—No te quejes, anda. Que no tienes derecho.
—Tienes razón, mejor ladrón de guante blanco que ladrón de gallinas.

———— o O o ————

—Anda, ¿qué haces tú aquí a estas horas y con esa hogaza de pan, no labías comprao ya?
—Es que las están repartiendo en la plaza Chamberí, en lalcaldía.

 Reparto de pan 1944 en la alcaldía de Chamberí, frente a la plaza del mismo nombre.
De madridmemata.es
—¿Y eso?
—Madre, ¿pos no sa enterao de que los panaderos san subío a la parra(7) con el precio el pan? A veces pienso ques usté murciana, que se va de vez en cuando deste mundo a Marte.
—Menos mal que no has dicho que me ido al otro barrio(8) y que mas llamao marciana, supongo —se regodeó la señora Casta en el disfemismo de Reme. 
—¿No ve usté el hambre questá pasando la gente? 
—Pero si no salgo ni a la panadería, pa eso te tengo a ti o a la otra. Además, yo nunca he visto elambre, sólo lo he sentío, hija. Ahora se creen que dando un pan lo solucionan to.
—No, pero hoy comerá alguien más cayer. A cuarenta y ocho céntimos lo cobran ya, al menos eso he pagao yo esta mañana.
—Y otros darán fiestones por to lo alto en sus palacetes. Y no creo que coman poco o acompañao dese pan negro.
—No sé qué quié decir, madre.
—Pos es mu fácil, niña. El mal de muchos alimenta a pocos, como siempre ha pasao.
—Pos lo harreglao usté.
—A ver, Reme, ¿cuántos palacios conoces?
—Pos ahí bajo hay muchos.
—¿Y cuántos chamizos?
—Bué, esos no los podría ni contar la señorita Paulita. Los arrabales están llenos, y eso que no conozco tos.
—Tantas o más que las casas humildes, y tos viven arracimaos. Y si no, piensa en los que dormimos en casa y en los que comemos en el chiscón. Y mira tus vecinos.
—O sea, que la Seña Pe...
—También, porque tanta casa pa ella sola… Yo creo quese Dios del que tanto hablan se distrae con el resto de los hombres en las tabernas, porque si no, no me lo explico, hija.
—No hable usté así, madre —se preocupó Reme que temía el castigo divino, a pesar de no hacer nada para merecer todo lo que llevaba encima.
—¿Por qué? ¿Me va a castigar? No, hija, porque si está distraído pa lo malo, también lo estará pa lo peor.
—No quiero oírla, me voy otra vez a ca la señá Julia.
—Ves, ese es el problema de los ricachos esos. Tú eres coja, no te hagas ahora sorda por comodidad.
—Cuando se pone usté así no hay quien laguante.
—Pos ya deberías estar acostumbrá.
—¿Qué la pasa? Ahora no estamos tan mal.
—Ese es el asunto, que jamás nos irá mejor. Si vives pués esperar medrar. Pero si gastas el tiempo en sobrevivir, sólo pués aspirar a no morirte dambre. Y eso es lo que yo veo que te pasa a ti y a Venancio. Vais a trabajar como burros, como tu padre, quengloria esté, y yo. ¿Y qué? ¿Encima hay que dar las gracias porque tu novio no ha tenío quirse a la maldita guerra esa. Ya vendrá otra, nos procupéis. No sé quien se las inventa ni pa qué. Si fueran sus hijos a matarse seguro que no habría tanto tiro.
—Entonces, ¿devuelvo el pan? —preguntó la Reme ya convencida y tristona.
—No, ni se te ocurra. Llévasela al aguador ese que pasa to los mediosdías. 
—Seguro que alguien le avisará del reparto.
—Aun así, hija. Nueve bocas no se tapan con una hogaza.
—Como quiera, madre. Pero yo venía tan contenta…
—Porqueres tonta, pero de una tontuna buena, ven aquí, que te doy un beso.
—Si, encima que usté me llama tonta.
—¿No sabes el refrán ese del pan?
—¿Cuálo?
—Tú dame pan y llámame tonto(9).
—Y claro, como man dao pan, me llama tonta —se sonrió después de la pequeña tristeza que había ensombrecido su ingenuidad.
—Yo te llamo tonta con cariño. Pero hoy, cuando volvamos a comer las patatas cocidas y el pan, tacuerdas de los siete hijos del aguador, que gracias a ti se puen llevar a la boca dos cuscurros de pan en vez de lo que vende su padre. Y verás como talegras, bueno, aunque a lo mejor te sientan mal, no sé…
—¿Qué hecho mal, madre? —preguntó a punto de llorar Reme.
—Nada, hija mía. Tu no pués hacer mal na ni a naide —la señora Casta abrazó a su hija—. Todo lo contrario, cielo mío. Pérdoname princesa, ven, deja ese pan y abrázame tú.
—¿Echa usté de menos a padre, verdá?
—No sabes cuánto, hija. Ahora, por ejemplo, mestaría riñendo por hablar tan mal a su princesita. Y tendría razón. Bueno —se separó la señora Casta de Reme y se restregó los ojos con el pico del delantal—. Venga, 
¿caces aquí, no tendrías questar con la aguja?
—Sí, es que ha llegao la tía de Susana con otro pan destos y nos lo ha contao. Y la Gertru, después de limpiar la escalera también sa enterao y ha ido y también nos la contao. Entonces yo me bajao a la plaza a ver.
—¿Y la hogaza de la Gertru?
—Se la dao a un niño que no hacían caso los guardias. Y yo he pensao…
—Bien hecho por las dos. Habéis hecho lo que debíais. Venga, ve a ver si está el aguador donde tos los días. ¿Sabes dónde se pone a descansar?
—Sí, ahí enfrente.
—Pues anda, y luego a lo tuyo, que seguro que las otras dos no están mano sobre mano.
—¿Sabe, madre?
—¿Qué?
—Que su hija tié la mejor madre del mundo. Tié mucha suerte.
—Anda, anda, pamplinera. 

[Continuará]

(1)[Volver] Joaquín Ruíz Jiménez. Alcalde de Madrid de la época durante varios periodos.
(2)[Volver] Lejos de nosotros.
(3)[Volver] Ésta es para luego. Y otra cosa, no enseñes el dinero como si fuera tu hombría, aquí las cosas no funcionan como en la quintana, ¿entiendes? Y, de ahora en adelante, soy yo la que lleva las riendas y los billetes, ¿de acuerdo? Y no se te ocurra dármelo ahora aquí, delante de todos.
(4)[Volver] A éstas no las deje salir. Y que sólo empollen la mitad, como dijo usted, caballero. El resto se lo come usted, pero no me toque ninguna gallina, ni ningún pollo. Sólo los huevos.
(5)[Volver] Santas Pascuas. Hay que aclarar primero, para entender el sentido, que esta Pascua, a la que se refiere este dicho, es la Pascua de flores o florida y que coincide con la primavera, existiendo otras dos pascuas, llamadas del Espiritu Santo (Navidad y Pentecostés), que nada tienen que ver con la frase en cuestión. «[...] La voz y el concepto de Pascua llegaron a tener tantas connotaciones positivas que, de la órbita conceptual de la naturaleza y del calendario, dieron el salto a la vida social e incluso el cuerpo humano, a ser sinónimos de alegría, de fortuna y hasta de hermosura, y a impregnarse a veces de sentidos galantes y eróticos: 'Dios te de la Paskua buena, las ochavas en la cadena'; 'kual tenéis la kara, tal tengáis la Paskua'; 'más kontento -i más kontenta- ke una Pascua' (Correas, 1967: 327, 368, 438 y 746; ....... Exclamar '¡Santas Pascuas!' sigue equivaliendo, hoy, a hacer una declaración de nostalgia por un tiempo bueno que nos dejó: 'Santas Pascuas! Exclamación denotando que pasó lo mejor, y ya ni acordarse' (Bartolomé Suárez, 1993: 15) [...]». Pascuas faustas e infaustas, creencias y paremias, José Manuel Pedrosa, Universidad de Alcala. Leído en paremia.org. 
(6)[Volver] «[...]. Ante todo, es una cosa clara que la ‘usura’ en sentido estricto (cobro exagerado en el tipo de interés en el contrato de préstamo) es un pecado prohibido por el derecho natural y por la Sagrada Escritura que exige que el préstamo sea gratuito (cf. Lc 6,35; Mt 5,42). A lo largo de la historia eclesiástica el Magisterio de la Iglesia fue condenando con creciente severidad la usura; en tiempos del imperio romano se prohibía ésta sólo a los clérigos (mientras que en los demás era tolerada), pero en tiempos de Graciano se prohibió totalmente. Santo Tomás sostuvo que el préstamo es esencialmente gratuito y toda usura injusta; y así fue adoptado el juicio en los Concilios medievales; incluso el Concilio de Vienne (año 1315) declaró que debía ser castigado como hereje quien afirmase que la usura no es pecado (pues va contra algo revelado en la Escritura) [...]». Y en «[...] la encíclica Rerum Novarum (1891) del papa León XIII se habla de la 'usura devoradora… un demonio condenado por la Iglesia pero de todos modos practicado de modo engañoso por hombres avarientos'». Fuente teologoresponde.org y wikipedia.org.
(7)[Volver] Subirse a la parra. «[...]. El origen de esta expresión proviene del mundo de la viticultura. Una parra es una vid que se ha elevado artificialmente para que pueda extender sus ramas de una forma desmesurada. En el mundo de la viticultura, no está bien visto que alguien se suba a la parra para coger las uvas que crecen en las ramas más altas [...]». Fuente : www.newsinslowspanish.com
(8)[Volver] Irse al otro barrio. DRAE, 2014, 23ª edición, entrada barrio: «[...] irse al otro ~. 1. loc. verb. coloq. morir (llegar al término de la vida). [...]»
(9)[Volver] Dame pan y llámame tonto. No he encontrado el origen de este refrán. Sí he leído que en un libro de 1599 aparece este dicho. Esta es la cita: «[...] Es don Fulano, por ejemplo, un hombre que sin servicios y con muchos menos méritos, logra empleos en todas las situaciones, con lo que la suya es muy desahogada, y tiene por divisa, -como si dijéramos por moña,- aquel sabido dicho vulgar: Dame pan y dime tonto» (Anónimo, Diálogos de John Minsheu. Alcalá de Henares: Centro Virtual Cervantes, 1559=2004, p. 2). Fuente CVC.


Nota a la foto 3: ©Lucia Arana Igarza. No he encontrado forma de contactar con Lucia, así que, al no ver que la página de referencia prohibía la difusión de su foto (retocada para hacerla nocturna, y en la creencia que daba fuerza al relato, la he publicado sin otra intención que la dicha). Gracias, Lucia.