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viernes, 31 de julio de 2015

Cojin con la letra D de Vanessa Ouache


Me ha encantado hacer este cojín, bueno éste y otro que os enseñaré mañana.

He utilizado lonetas de lunares, y para la letra un lino blanco. 

La letra la he bordado a mano en color chocolate con hilo de la Finca del nº 12.

Para la trasera, un poquito de patcwork, sencillo a la par que elegante.


Va forrado con tela de algodón blanca para darle una mejor terminación y mayor consistencia.

El cierre "tipo sobre" que es muy cómodo.

Un primer plano del bordado:


Ha sido un encargo muy especial de una amiga para regalar a su hijo y su pareja con motivo del estreno de su vida en común.

Se lo di ayer y a ella le ha encantado, espero que a su nuera también.

Y sigo coso que te coso...

jueves, 30 de julio de 2015

Molinillos 3D

Lo bueno de llevar poco tiempo en el mundo patchwork es que todo es nuevo para ti, todo te sorprende, todo lo quieres hacer.

Y, claro, aunque tengas otros proyectos en marcha, paras un momento y te pones con lo "nuevo".



En este caso mi "descubrimiento" fueron los molinillos 3D, y tenía que experimentar con diferentes texturas, primero probé en lino y me encantó.

Después con algodones, en negro y amarillo, y me siguió gustando.



Y, ¿si hago el molinillo un poco más pequeño?


No queda mal....

Ya, lo sé, les falta un toquecito de plancha, pero con estos calores, seguro que me sabréis disculpar.

Ahora a esperar que se me ocurra algo para poderlos usar, no me preocupa, me encanta tener bloques hechos, en cualquier momento con uno de ellos algo bonito saldrá.

Y sigo coso que te coso...

martes, 28 de julio de 2015

Hexágonos


Entre proyecto y proyecto, trabajo y trabajo, me relajo haciendo hexágonos.

Cuando no estoy inspirada, saco mi cajita de hexágonos y disfruto haciéndolos. 

Lo de unirlos me resulta un poco más lento pero también me gusta ver como va creciendo mi manta de sofá.


A veces toca deshacer porque he puesto alguno repetido, o que no me acaba de convencer, pero tampoco me importa, ya estoy acostumbrada.

Deshacer sin enfadarnos, es una de las cosas que primero hay que aprender.

Es igual que ir modificando nuestra vida con las cartas que nos van dando.

Que filosófica me he levantado esta mañana!!!

Y sigo coso que te coso...

lunes, 27 de julio de 2015

Relatos de COSOqueTEcoso (XXIV)



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Entre puntada y puntada
XXIV

Venancio exigió a la Perla todo lo que ésta pudo darle, y la borrica respondió como pudo a sus prisas. Llegaron al cuartelillo, uno muy excitado y la otra empapada en sudor. La burra agradeció con un rebuzno que su amo descabalgara. Lo confirmó con un subir y bajar de cuello tras una sacudida que le recorrió todo el cuerpo.

1890. De guadiavicil.es.
—¡Señor sargento, señor sargento!
—¿Qué quiés, mozo? Y no me llames sargento, no ves —se señaló el guardia la bocamanga—, sólo llego a cabo.
—Que ya sé quien mató a nuestro padre.
—¿Vaya, y cómo tas enterao? —ironizó medio en broma el cabo que tomó a Venancio por un venado.
—Nos lo ha contao mi tío.
—Vamos a ver, desde el principio. ¿Quién eres? Identifícate —adoptó ya una postura profesional el guardia civil.
—Soy Venancio, hijo del Cornelio el Rana y Lorenza la Lavandera —Venancio se pisaba las palabras que le salían a borbotones. 
—Tranquilízate, zagal. Más despacio. ¿Dónde vives?
—Semos de Pozuelo, de ahí riba. Y vivimos en la casa de la Huerta Baja, junto al arroyo, al final del camino de las huertas. 
—Vale, sigue.
—Que mi padre salió de casa payudar a un vecino en su huerto y nunca volvió. Yo era pequeño, y mi hermano José más. Y mi madre y mi tío Eliseo se lo dijeron a ustedes.
—A mí no, yo estoy aquí desde el año pasao. ¿Lo denunciaron, quiés dicir?
—Sí, eso. Y el Ayuntamiento nos dijo que andaba desparecido. Y que no se podía heredar ni na. Entonces nos quedamos los tres en ca del tío Eliseo, que también era de mi padre. Y hoy hemos tenido un enganchón de los fuertes y ha sacao una navaja grande y nos ha dicho que labía matao con ella y adonde labía enterrao y to. Yo le tirao un botijo y le amarrao y he dejao a madre acostá. 
—Haber empezao por ahí —. El cabo se levantó y ordenó a Venancio que aguardara mientras desaparecía por una puerta. Al rato apareció acompañado del que parecía el jefe de puesto por los galones que lucía.
—Hola, Venancio. No, no se levante. Soy el teniente Salmerón, jefe de puesto. Ya me ha puesto al corriente el cabo. Así que, acompáñenos a su casa y veremos qué ha pasado. Cabo.
—Sí, mi teniente. 
—Organice una partida, dos hombres. Yo voy con ellos. Usted quédese al mando y espere noticias mías aquí. 
—A sus órdenes.

El cabo, abrió una puerta y dio un grito. Enseguida apareció una pareja de números y el subalterno ordenó que sacaran y ensillaran tres animales y que esperaran al teniente. Cuando salió al patio y vio a la Perla, junto a Venancio, pidió un caballo más. 

—Éste pollino ha echao el bofe, mozo. Mejor será que le dejes aquí pa que se reponga. Tú, Justino, sácale agua y media ración de cebada al burro.
—A la orden, mi cabo.

———— o O o ————

Con la tranquilidad del que se siente acreedor, don Mauro entró en la alcoba de Gertru mientras las dos hermanas permanecían en la sala de recibir. La paciencia con la que había gestionado sus sentimientos hacia la joven reforzaba esa seguridad y esa tranquilidad.

—Hola, Gertru. 
—Buenos días don Mauro.
—¿Qué, cómo te encuentras hoy?
—Bien, mucho mejor. 
—Me alegro, pero mi pregunta no es un formalismo. No te lo pregunto por preguntar o por educación.
—Ya lo sé, don Mauro. Estoy segura de que sinteresa por mi salú.
—¿Y crees que estás en condiciones para seguir la conversación que empezamos cuando volvimos de la verbena?

A Gertru le sorprendió la forma tan directa con la que su valedor abordó el asunto, aunque no la pregunta en sí, por eso contestó afirmativa y directamente.

—Sí, don Mauro.
—Habíamos quedado, si no recuerdo mal, en tutearnos —reprendió cariñosamente a la joven—. Así fue como comprendiste que un pobre hombre aburrido y con un hijo a cuestas se había enamorado de una mujer como tú.
—Tiene… Tienes, razón.
—Mauro —invitó éste.
  —Ma… Mauro.
—Bien, Gertru. ¿No es tan difícil, verdad?
—Con usté… Contigo, to es fácil, Mauro.
—Pero quiero que no te engañes en este sentido. No debes confundir el agradecimiento con el amor. Por ejemplo, aunque nuestras vidas tomaran caminos diferentes, yo siempre te estaría agradecido por haber hecho que encontrara otra vez la ilusión, que me hayas acercado a mi hijo, y que renacieran mis ganas de vivir después de que mi mujer nos abandonara. Yo sólo te pido que me des una oportunidad para que puedas enamorarte de mí, como yo lo estoy de ti. Me valdría con la décima parte. Bien es verdad que hay matrimonios de conveniencia que han terminado por ser felices. Pero, después de compartir un retazo, el más feliz de mi vida, con Adela, no podría hacerlo de nuevo con otra persona a la que no quisiera. Por lo tanto, entendería que tú hicieras lo mismo. ¿Me entiendes tú, Gertru?
—Sí, pero yo na más que soy una paleta que no sabe na. Seguro que taría pasar vergüenzas delante de tus conocimientos y amigos. No tengo ropa adecuá, ni sé vestir. No sé guisar, ni nunca he sío madre. Faltó poco, pero doña Elvira no lo quiso —Gertru se emocionó y se echó las manos a la cara.

Apunto estuvo don Mauro de abrazar a Gertru, pero recordó a tiempo a las dos señoritas que esperaban fuera y se controló, aunque sí tomó nota mental del comentario que le había traído los sollozos a Gertru.

—Gertru, los peros de los que hablas, todos, incluido el último, tienen arreglo. Y, aunque no lo tuvieran, no nos harían falta para ser felices. Nos podríamos ir a vivir a tu pueblo, eso sí, con Juanín y Servanda, cualquiera la deja aquí —se sonrió don Mauro e hizo sonreír a la lacrimosa Gertru. Además estaría encantada de volver a su tierra. Fíjate qué fácil solución tienen tus peros.
—No sé… No te creas que no he pensado en lo que me dijiste. Aquella noche Reme y yo hablamos mucho tiempo… Hicimos planes juntas, pero para cada una. Y quiero que sepas que no me pué parecer mal andar contigo de paseo o jugar con Juanín. Pero ca uno en su sitio.
—Tu sitio está a mi lado, y el mío junto a ti, Gertru. Eso es lo que sueño todas las noches cuando me acuesto. Tú y yo, y cualquiera… Todos somos iguales, aunque esta sociedad caduca y cabizbaja se refugie en lo contrario para olvidar sus derrotas.
—Eso no lo entiendo.
—Mira, Gertru. Los poderosos, los adinerados, como tú dirías, los que mandan han perdido tres guerras y sus ínfulas, Filipinas, Cuba y el Rif. De allí sacaban sus riquezas y su soberbia. Ahora las tienen que sacar de otro sitio, y sin reconocer su fracaso. ¿Y de quién crees que van a sacar todo eso?
—Nidea.
—Pues de la gente como tú, como Reme, como Venancio, como tu familia. Si quieren mantener su errónea supremacía moral y material, no les queda otro remedio, porque al poder no van a renunciar. Por eso, y otras razones, no está bien visto, ni siquiera por ti, que un hombre con recursos y educación, se mezcle con los que llaman lumpen. O lo contrario, que una mujer de alcurnia se case con un don nadie aunque se amen.
—No entiendo mucho de lo que me dices, pero lo que entiendo me gusta, aunque yo nunca lo haya pensao. Estoy deseando que don Luis me deje salir a la calle y pasear contigo.
—Ese día no te importará que sea cualquiera el que te acompañe, estoy seguro. Tienes que estar harta de tu encierro. Pero, cuando todo se normalice y hayas sanado te lo recordaré. 
—Una cosa.
—Dime.
—¿Cómo es que tan dejao entrar solo las señoritas?
—Porque me han visto enamorado. Y algo habrán visto también en ti.
—Pos, por eso mestraña más.
—La verdad es que también soy muy cabezón.

La franca y amplia sonrisa de la joven hizo presagiar a don Mauro un futuro agradable y acorde con sus deseos. 

———— o O o ————

—¡Mi cabo, mi cabo! —gritó el guardia civil aún sin descabalgar, cosa que no haría.
—¿Qué pasa, Justino?
—Que dice el teniente que llame usté a comandancia y pida refuerzos y no sé qué de una orden de busca para Eliseo Lázaro García, vecino de Pozuelo. Yo me vuelvo, son las órdenes del teniente.
—Espera, hombre. ¿Qué ha pasao?
—Luego se lo cuento, mi cabo, ma dicho el teniente que no pierda ni un segundo. A sus órdenes, mi cabo.
—Cagüen diez. Nunca mentero de na, leches. Refuerzos, ¿pa qué?  En fin, habrá que llamar El cabo giró con rapidez la manivela del teléfono de la pared y espero—. La que sa líao por un muerto de hace yo que sé el tiempo… Si, sí, perdón, con la comandancia, por favor —. El cabo apoyó la mano libre y sudorosa en la pared, allí donde el tono de la cal era más bien negro, y esperó—. ¿Sí? ¿Hablo con la comandancia…? Aquí el cabo Galindo, del cuartelillo de Aravaca. El teniente Salmerón ma pedido que le manden refuerzos a Pozuelo de Alarcón, parece que sa pergeñao un asesinato… Sí, sí, a Pozuelo de Alarcón, aquí al lao. Y otra cosa, quiere quemitan una orden de caza y captura para un tal… Espere que macuerde, ha sío to mu rápido…. Sí, a nombre de Eliseo Lázaro García … Eso es… A sus órdenes, mi sargento —el cabo no colgó el auricular, sino que con la mano libre dejó de apoyarse en la renegrida pared y pulso durante un momento la horquilla. Después volvió a girar con energía la manivela y pidió al telefonista que le diera línea. Una vez escuchado el tono, se sacó la cartera del bolsillo de la guerrera, buscó una tarjeta, marcó un número y espero. —Sí, señorita. Quería hablar con Hipólito Flores… De un amigo… Gracias… ¿Hipólito…? Vete pa Pozuelo, muchacho. Algo gordo ha pasao… No, lo único que sé es casío al final del camino de las huertas, en una casa de labor… Pero allí verás a mis compañeros, seguro. Luego te pasas por aquí. No se te olvide, no pase lo que la última vez, eh… De nada, venga hasta luego, y que no se te olvide la cartera. Así saldamos cuentas.  


———— o O o ————

—¿Vas a venir conmigo mañana al hospital?
—¿Te pasa algo, Carmina? —preguntó don Cirilo preocupado.
—No, tonto, tengo que ir a visitar a una a...
—Sí, ¿por qué lo preguntas?
—Porque como nunca me acompañas a ningún sitio...
—Un poquito obsesiva sí que eres, ¿eh?. Por uno o dos días que no me apetecía ir contigo, y no por ti, sino por quien ibas a ver, me has sambenitado(1), y punto, ya no hay marcha atrás. ¿No entiendes que tus amigos o amigas son tuyos, y los míos míos, y que no deberíamos imponérnoslos uno al otro? Que ya es hora, porque llevamos un rato largo juntos.
—Ya, ya, obsesiva y sambenitera. Pues nunca me dices que me quieres, y no te lo recuerdo tan a menudo. Y me deberías querer como yo quiero que me quieras.
—Eso es imposible, mujer. Yo te quiero como sé. Ni a mí, ni creo que a nadie, nos han enseñado a amar. Y la razón, para estos casos, está secuestrada por los sentimientos. Aunque tienes razón, deberíamos tener en cuenta ciertos aspectos de la personalidad del amado o amada, pero al final prevalece la forma de ser, y sabes que yo soy parco en todo. Y no quiero disculparme, sino entendernos. Yo te demuestro, te digo, con las caricias y cuando me arrimo a ti en la cama eso que tanto me cuesta expresar con palabras. Tú, por el contrario, necesitas oírlo de viva voz y continuamente. Esa es la pega al convivir. Piénsalo.
—Sí, para pensar estoy yo con todo lo que tengo que hacer hoy. Menos mal que soy como soy, y que todo lo veo de color rosa.
—Pero es que todo no es de ese color, Carmina. Por ejemplo, hay muchos grises en la vida, como en las sombras y en la pintura.
—¡Ya estamos! Don perfecto.
—Yo nunca he dicho que lo fuera.
—Pero lo piensas, que es peor.
—O sea, que tú sabes incluso lo que pienso, ¿y me llamas a mí perfecto?
—No lo sé, pero me lo imagino.
—Muy bien. No puedes pensar por las prisas, pero sí imaginar.
—Que yo no soy tonta, Cirilo.
—Yo nunca he dicho que lo fueras, sino más bien lo contrario.
—Y, además, prefiero ser tonta y feliz, que lista y una cenaoscuras, como otros que yo me sé.
—En definitiva, que todos deberíamos ser como tú.
—Mejor nos iría.
—¿Y con quién te ibas a comparar entonces?
—Ya me encargaría yo de buscar a alguien, no te preocupes. Hasta eso lo ves negro.
—En el fondo es lo que ocurre, Carmina.
—Claro, que lo ves todo como el azabache, ¿no? Menos cuando estás embelesado con uno de tus libros, entonces, el Siglo de Oro se convierte en un referente para todo. Lo que es históricamente una etapa de crisis como la que vivimos, tú la ves rosa.
—Pero no habíamos quedado en que lo veo todo negro, y "nunca jamás" rosa —don Cirilo hizo hincapié en el nunca jamás.
—Yo soy Géminis y puedo cambiar de opinión cuando quiera. Faltaría más. Y ahora voy a bordar un poquito. Y tú deberías arreglar la cerradura de la puerta, no abre bien, al menos con mi llave. Y, hablando de puertas, acostúmbrate a cerrar la de tu leonera. Huele toda la casa a pintura y a aceite de linaza.

Los problemas de la clase media eran otros. Ganada la batalla contra la miseria, pero sin poder hacer alarde de lujos, la pareja del segundo izquierda se planteaba entre sí las ventajas y desventajas de vivir en pareja durante una vida. El dinero no hace la felicidad, pero ayuda a no tener problemas básicos, sino secundarios a la hora de sobrevivir.

———— o O o ————

—Hija, no he podío venir hasta ahora. 
—No importa, Reme. Ha estao tu madre, Mauro…
—¿Mauro?
—Sí. Y baja la voz —pidió en un susurro Gertru—. Sí, Mauro, ya nos . 
—Mía tú qué bien. Ya os tuteláis. Hacéis pogresos
—Ma vuelto a decir questá enamorao de mí.
—¿Y tú qué las contestao?
—Que me pué acompañar a los paseos. Claro, cuando yo pueda pasear.
—Pero qué pánfila eres, Gertru.
—¿Y qué iba a decirle?
—Pues lo que le dijeras a ese animal de Anselmo cuando te pidió que fueras su novia.
—A mí el Anselmo nunca me preguntó na. Él se lo decía to.
—Pero ¿no ibas con él?
—Dos veces sólo fui. En cuanto le calé sacabó lo que se daba.
—Anda, pos yo creía…
—Como to el mundo, pero naranjas de la china(2). Fue él quien chuleaba de ser mi novio. ¿Y qué quieres que yo liciese?
—Bueno, deja a ese sinvergüenza. Y qué más.
—Ha sío mu comprensivo y cariñoso.
—¿Ta hecho zalalmerías?
—No, mujer. Ha entrao sólo, pero sa comportao, como siempre.
—La verdá es ques to un caballero. Y guapo como él solo.
—No sigas que se lo cuento al Venan.
—Uy la celosona.

Mientras reían entró la señorita Paulita con la cena en una bandeja.

—Como me gusta la alegría que dais a esta casa, hijas. Hoy, un gazpachito y una tortilla a la francesa. Y de postre, para celebrarlo, una buena ra¡ción de arroz con leche que ha hecho Pepita para ti.
—¿Y qué celebramos? —preguntó Gertru.
—Reme, Pepita y yo, nada. Tú seguro que algo tienes que celebrar, eh, pillina. Un hombre así…
—¿Usté nunca sanemarao?
—Sí, hija, pero Ese está muy solicitado, aunque hablo todos los días con él, eso sí. Mira, no había caído nunca, pero mi marido y el de tu madre son tocayos. Allá andarán juntos —. Y miró hacia el crucifijo que presidía la alcoba.

Cuando la señorita Paulita salió, las jóvenes se miraron y rieron con sordina.

—¿Tú sabías questaba casada?
—Yo no. Macabo denterar de quel marío se llama Jesús. Aunque me parece questá muerto.
—Pos yo, aparte mi padre, no conocía a ningún Jesús por aquí.
—¿Y por qué la llamamos señorita si está casá?

———— o O o ————

Al ganar el otero que dominaba el pequeño valle, la partida divisó una figura que parecía arrodillada bajo un olivo. Al verlo, el teniente advirtió al mozo que no hiciera tonterías y que al llegar junto a él, ni siquiera descabalgara. Se acercaron al galope. El primero en llegar junto a la figura y saltar a tierra, se echó la mano a la pistola, porque vio que aquel hombre empuñaba una gran navaja de muelles con la que apuñalaba la tierra y hablaba a gritos como si siguiera solo en el olivar.

—¡Siempre fuiste un cabrón, un buen cabrón! ¡Tú tiés la culpa de to, Cornelio! ¡Tú me robaste a Lorenza, cabrón! ¡Y ella teligió a ti! ¡Pos yastáis juntos para siempre!

Con la última puñalada la navaja quedó clavada en el suelo. Y el teniente en un rápido movimiento lanzó una brutal patada a tío Eliseo. Éste cayó hecho un ovillo y el número se abalanzó sobre él y le esposó.

—Supongo que éste es tu tío, ¿no?
—Sí —susurró Venancio desde la grupa del caballo con lágrimas en los ojos.
—Venga, mozo —el teniente montó y se acercó—. Ánimo, muchas personas no tienen el consuelo de ver preso al asesino de sus padres.

Efectivamente, Venancio cometió un error de omisión que una persona en su sano juicio y ajena a los sentimientos que le embargaban cuando salió hacia el cuartelillo, no hubiera cometido. Sí, es verdad que ató con fuerza a su tío, pero se olvidó de la navaja que yacía debajo de la mesa de la cocina. Eso jamás lo olvidaría. Siempre se lo recordaría el sentimiento de culpa que le atenazó el corazón y le martilleó la mente durante toda su vida. Es fácil suponer lo que ocurrió, sobre todo, después de ver el cuerpo acostado y ensangrentado de Lorenza. El olvido de Venancio posibilitó que el asesino, por partida doble, se librara de sus ataduras y llevara a cabo la amenaza que hiciera a mitad de la última discusión. Lorenza, sorprendida, al ver a su cuñado en el umbral de su dormitorio, no reaccionó para defenderse, sino para entender la muerte de su marido.

—¿Por qué, Eliseo, por qué?

El preguntado, con la cara crispada y la mirada perdida hundió la navaja repetidas veces en el cuerpo que antaño deseara tanto. Después, salió como un loco a rematar, según él, su venganza, a contar a su hermano Cornelio lo que acababa de hacer. “Pa que te jodas”. De vuelta al cuartelillo, la primera partida se encontró con los refuerzos que llegaban de Madrid junto con el mensajero, y el teniente ordenó que se acercaran a casa de Venancio y esperaran allí a que apareciera el juez.

—Y no toquen nada —les ordenó.
—A sus órdenes, mi teniente.
—Yo también voy con ellos —susurró Venancio.
—No, tú te vienes conmigo al cuartelillo. Tienes que hacer una declaración.
—Pero mi madre…
—Tu madre, ahora no te necesita, y nosotros sí. Así que tira para Aravaca. Y vosotros a Pozuelo.

———— o O o ————

La plaza del Campillo del Mundo Nuevo hacia 1900. De flickr.com/photos/nicolas1056
Joselillo, después de descansar frente a la fábrica de tabacos en la Ronda de Toledo, cayó en la cuenta de que no sabía donde estaba. Su continua deambular le había llevado allí como le podía haber llevado a otro sitio. Se rascó la cabeza y miró hacia un lado y otro de la ronda. Si hubiera tomado la dirección contraria a la que tomó, se hubiera encontrado con la estación de Atocha, allí donde estuviera su hermano de verbena, pero vislumbró una edificación curiosa y hacia ella se dirigió. Antes de llegar, a la derecha se abrió una plaza en la que distinguió un gran almacén que también le llamó la atención, pero las piernas le advirtieron que ya estaba bien, así que cruzó la plaza del Campillo del Mundo Nuevo(3) y siguió. Cuando llegó a una gran plaza observó la puerta con tres vanos por la que entraba en ese momento una piara de cerdos, acompañada de una manada de pavos con su pavera tras ellos. El joven labrantín siguió con la vista a los animales y volvió a rascarse la cabeza, con lo que sus pelos ya no obedecían a peinado alguno.
Puerta de Toledo, finales Siglo XIX.
Mariano Moreno García (Miraflores de la Sierra, 1865-Madrid, 1925)
Archivo Moreno. Fototeca del Patrimonio Histórico. Ministerio de Cultura.
De esa guisa tomó por la calle de Toledo sin darse cuenta de que la misma descendía en el sentido inverso a su marcha. Al poco se dio cuenta de ello, pero tras dudarlo, prosiguió la ascensión porque la calle se iba animando según subía. Su estómago ya había olvidado los churros y se lo recordaba. Pero las chinas en la alpargata no molestaban casi, y se buscó la vida como el de Tormes. Se metió la camisa por dentro de los pantalones, heredados de Venancio, y se apretó la cuerda que los sujetaba, después se desabrochó otro botón de la camisa y se la abombó. Se acercó a una frutería que mostraba sus productos en cajas en la vía pública. Eligió las manzanas porque estaban justo en el extremo más cercano a él. Así que se apoyó de espaldas a la pared y pisó la misma quedando a la pata coja y apoyado. Esperó a que pasara una mujer con mantón o toquilla. “Ahí viene una”. En el momento que pasaba junto a la caja de manzanas, Joselillo agarró el pico del mantón y sin soltarle tiró la caja de manzanas. La mujer que sintió el tirón gritó un “Dios mío” y se volvió, pero tardó el tiempo suficiente para que Joselillo soltara el mantón y la caja y se metiera una manzana por el escote. La pobre mujer se le quedó mirando y Joselillo se echó las manos a la cabeza y se sorprendió con un “Madre mía”. A los gritos y el ruido, salió el frutero, que al ver el desaguisado quiso saber lo que había pasado con un “¿Y esto?”, que fue respondido por la mujer con chulería: “Que menganchao en la caja. A ver, si no las pusiera en mitá la calle… No se pué ni circular por la cera. Y rece usté porque no maya roto el mantón”. 
Calle Toledo Principios Siglo XX. De josesanpepe.blogspot.com.es
Joselillo, con el fin de que no se le notara el volumen artificial de la camisa en su cintura, se agachó y empezó a recoger las manzanas, y a echarlas en la caja caída. El frutero, que no estaba por la labor, dejó hacer al muchacho, mientras la señora se alejaba muy digna y se colocaba el mantón no sin garbo, después de comprobar que no estaba desgarrado. Joselillo, cuando acabó, y sin levantarse, miró al frutero con cara de no haber roto un plato en su vida. El frutero, en jarras y agradecido, le pagó los servicios con un “Coje una si quieres”. Y desde el suelo, Joselillo le contestó con un “Mejor dos, ¿no?”, pregunta que acompañó con un gesto convincente asiendo una manzana con cada mano, y a la espera de la confirmación que llegó con un “Vale, venga, arrea, antes de que me arrepienta”. Se metió las dos manzanas por el escote, se levantó y corrió hacia la plaza de la Constitución(4) sin saberlo. De camino a la plaza, lavó las manzanas en la Fuentecilla de la calle Atocha, y se las comió sentado en el suelo, a la sombra de los soportales, y maravillado por lo que veían sus ojos. Se quedó adormilado y terminó en el suelo. Le despertó un perro que le olisqueaba la cara.
—Eh, chucho…

Plaza de la Constitución y plaza de la Puerta del Sol, inicios siglo XX. De viejo-madrid.es
Después de dar dos vueltas al ruedo con saludo desde el centro de la plaza, junto a Felipe III, el muchacho salió por el arco que da salida a la calle de ese rey que le llevó a la calle Mayor. Y acabó por entrar en la plaza de la Puerta del Sol. Una vez allí, y después de varios giros de cuello, vio que al arrancar los tranvías alguno jóvenes y mayores, todos hombres, se subían en la parte trasera, por fuera de la jardinera. Se plantó junto a una parada, y parecía acompañar a un hombre al que preguntó curioso.

—¿Y esos?
—Esos no pagan, chaval, pero les tiran tierra.
—Ah —Joselillo tardó poco en enhebrar la aguja—. ¿Y sabe usté si alguno desos trastos pasa por el mercao dolavide? 
—Creo que el que pasa más cerca es el quince.
—¿El quince, y ese qué número es?
—Conoces el uno.
—Sí, ese sí, un palote.
—¿Y el cinco?
—También, claro. Es así —Joselillo dibujó una especie de serpiente retorcida en el aire.
—Muy bien —el castizo se sonrió—. Bien, pues cuando veas el palote y eso —repitió el gesto de Joselillo— al lao, ese es el que buscas, el quince. Y si escuhas gritos de Chamberí por Fuencarral, mejor. Hay un par dellos que atraviesan la plaza dolavide. Si preguntas al cobrador te lo dirá, no sé que letra es.
—A mi me pasa igual, no me sé las letras, gracias, señor.

Aquel amable madrileño se quedó con ganas de decir al labrantín que él sí sabía leer, pero “qué más da, lo importante es que encuentrara el quince”.

[Continuará]


(1)DRE, 2014, sambenitar: 2. tr. Infamar, desacreditar. Viene de sambenito, de colgarle a alguien el sambenito. Aunque en un principio, este hábito lo usaron los primeros cristianos para su penitencia. Más tarde con la Inquisición pasó a ser el atuendo de los reos condenados que se cumplimentaba con un capirote, todo muy llamativo para ser reconocidos por el pueblo. Si bien no difiero del DRAE, yo creo que hay una tercera acepción, la más usada actualmente para mí, que se refiere a "etiquetar" a una persona de forma negativa y errónea. Por ejemplo: Me habéis (sambenitado) colgado el sambenito de tacaño y ahora no me lo quito ni con asperón. No reconozco ninguna fuente en particular porque lo tengo leído de siempre, y muchas veces, y no recuerdo dónde. No obstante es muy conocido, pero como suelo comentar el origen de los refranes y dichos proberviales aquí queda. 
(2)Antiguamente la gente no creía que fuera posible traer naranjas en buen estado desde un país tan lejano como China (aunque aquella región sea, de hecho, de donde proceden originariamente las distintas especies de cítricos que cultivamos en nuestras tierras, como es el caso de nuestra querida naranja). Por ello, cuando algún frutero afirmaba que las naranjas que vendía procedían de aquel remoto país, la gente se lo tomaba como una invención, fruto de la fantasía y del afán comercial del individuo, pero algo evidentemente imposible (para los medios de transporte de aquella época, claro). Fuente: Del hecho al dicho, Gregorio Doval, ed. Del Prado, 1995.
(3)Cuentan y escriben los madrileños que en esta plaza había una gran roca. Era tan alta que si uno se situaba en la cima (en-cima) se podía ver hasta el “mundo nuevo”. De ahí su nombre. Hoy es una plaza que muchos muchachos han pisado con sus padres en busca del último cromo de la colección. Fuente: varias páginas de Internet.
(4)Hoy Plaza Mayor.

sábado, 25 de julio de 2015

Diseños de Raúl

Hoy os presento otro de los dibujos que ha hecho Raúl para la boda de sus amigos.

En este caso, Isa está estudiando.

Me encanta!!!

También me gusta mucho el dibujo con sólo líneas.

Estoy deseando que vuelva de su viaje por Alaska, porque tengo un montón de proyectos en los que le necesito.

¿Un diseñador en casa y yo sin explotarle? No puede ser....

Y sigo coso que te coso...

viernes, 24 de julio de 2015

Canastilla


Me ha gustado mucho hacer esta canastilla, por si no se ve todo, os detallo las cosas que llevaba:

1) La cesta con el caramelo
2) El cojín de semillas, modelo Elefante
3) La mochila personalizada con su nombre bordado a mano
4) Una toalla eructitos
5) Un sujeta baberos
6) Un dudú 
7) Una bolsa para los zapatitos.

Ya tengo otra encargada, esta vez para una niña.

Y sigo coso que te coso...

jueves, 23 de julio de 2015

Cesta para canastilla

Esta semana he entregado una canastilla con varias cositas metidas en esta cesta.

Es de arpillera blanca y loneta en azul.

El caramelo me apetecía hacerlo en blanco porque al ser para un bebé quería que el conjunto quedase suave.

La mochila, ya os la enseñé aquí.

El cojín de semillas en este post.

Si aún no habéis visto el tutorial de la cesta, os invito a hacerlo aquí.

Y sigo coso que te coso...

miércoles, 22 de julio de 2015

Sorteo máquina Bernina


Ayer Marta de Patch Creatures me propuso participar en el sorteo de este pedazo de máquina Bernina.

Con la ilusión que me haría tener una Berni!!!

También me pidió si podía publicar un post para mayor difusión.

Ningún problema!!!

¿A cuantos de nosotros nos gustaría tenerla?

Las bases y la participación, aquí.

Yo ya me he apuntado, espero que tú también lo hagas.

Aprovechando, podéis dar una vueltecita por su tienda online que tiene cosas muy chulas.

Muchas gracias por vuestra colaboración, siempre es bueno ayudar en lo que podamos.

Y sigo coso que te coso...

martes, 21 de julio de 2015

Mochila Samuel


Esta mochila forma parte de una canastilla para Samuel, me la encargó mi amiga Maitxe, además del cojín de semillas y el resto de cosas ya las podía decidir yo.

De esta tela ya no me queda para hacer una mochila entera, algún trozito de panel que ya veré como le doy uso.

En esta ocasión, para el interior he elegido un vichy de rayas verdes y el resultado me ha gustado mucho.


Por si os interesa la trasera, aquí os la enseño.

Aunque las mochilas de bebés las suelo hacer sin culete, en este caso si lo he hecho porque se que las mamás empiezan a meter cosas y así tiene más capacidad.

Las letras, como siempre, a punto de tallo, a mano, con hilo de La Finca del número 12.

Y sigo coso que te coso...

lunes, 20 de julio de 2015

Relatos de COSOqueTEcoso (XXIII)

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Nota previa del autor.
Esta entrega me la dedico a mí. Como en el Canto A Mí Mismo de Whitman, "me canto y me celebro". Y no es por vanagloria. Sino por la descripción del Rastro a través de los ojos de Joselillo. Pido disculpas por la extensión del paseo por Madrid, quizá os aburra. Pero quiero que sepáis que era mucho más larga, y que durante ese viaje virtual he disfrutado tanto como el propio protagonista, o más si cabe, porque yo no me cansaba (de corregir, añadir y quitar). Tantas veces lo he leído, tantas veces lo he vivido. Gracias y perdón.

Entre puntada y puntada
XXIII

Joselillo pasó la primera noche en Madrid al raso. Las noches de finales de julio en la capital lo permitían. No durmió de un tirón. El banco era más duro que su colchón de borra y su despertar fue peor. El sereno que le zarandeó se recogía ya. Conocedor superficial de lo que en aquel entonces se conocía como la “mala vida”(1) que daría origen en 1933 a la Ley de vagos y maleantes, creyó haber encontrado a un randa, y así trató, en un principio, al somnoliento muchacho.

De laalecenadelas
ideas.blogspot.con.es
—¿No tienes casa, rapaz?
 —Sí.
—¿Y que haces aquí, si puede saberse?
—Que mi hermano ma dejao tirao —mintió Joselillo a su pesar.
—¿Cómo que te ha deixado tirado? —se extrañó Marcos, el sereno.
—Vivimos en Pozuelo y venimos tos los días a vender la verdura y la fruta al mercao desta plaza. Y luego volvemos a la hora de comer. Y mi hermano Venancio no ma esperao. Estábamos enfadaos y cuando he vuelto a la plaza ya sabía ido, no estaban ni él ni el carro.
—No sé si creerte, rapaz. Tienes cara de buena persona, pero todos los randas la tienen —. Marcos dio un sonoro golpe contra el suelo con su chuzo y dejó la linterna en el banco.
—Si sespera usté un rato vendrá el Venan, salimos de casa antes de que el sol levante, y hoy no es domingo. 
—Bien, pero que no te vea máis durmiendo por aquí, si no te llevo derecho a la comisaría —advirtió el sereno que cogió sus bártulos e inició su marcha, ante la perspectiva de perder un rato más de sueño.

Cuando Joselillo vio al sereno alejarse con su farol, su chuzo, su sobretodo y su gorra respiró aliviado. Había pasado miedo, pero había saboreado la libertad. Ahora tocaba desayunar porque la cena del día anterior se la había ahorrado y las tripas llamaban a la revuelta. Después del desayuno, un par de manzanas distraídas en la competencia, se dispuso a esperar a su hermano. Pero por más que esperó, su hermano no apareció esa mañana. Durante la espera le vinieron a la cabeza las palabras de Venancio.

—Y no te fíes de naide. La gente daquí nos ve como isidros y maleantes. Y menos te fíes de los que sonríen, desos de los que menos, José. Ten cuidao, por favor, le prometí a madre que cuidaría de ti y tú has decidío que no pueda. Ten cuidao, José, hay gente mu mala, más de la que timaginas. La capital no es como el pueblo. Tié cosas que ni conocemos.

Preocupado, se armó de paciencia y aguantó con la esperanza de ver aparecer a Venancio, pero quien apareció por la plaza fue Reme que se quedó perpleja al ver que el sitio del puesto de verduras lo ocupaba un nervioso Joselillo.

—Hola.
—Hola, Reme.
—¿No ha venío?
—No. No sé qué labrá pasao. Es mu raro. Había quedao en bajarme hoy más perras.
—Sí, y a mí me pidió que viniera temprano.

Después de irse la Reme, y a pesar de decirle que él le esperaría toda la mañana, Joselillo se aburrió a eso de las diez y sin más finalidad que deambular por la ciudad salió de la plaza por la calle Palafox, que por otro lado nunca había pisado. Miraba las casas, los escaparates, todo Madrid le entraba por los ojos, la nariz y los oídos. Al acabarse Palafox giró hacia la Glorieta de Bilbao, por Luchana y se quedó absorto al contemplar el tráfico de tranvías, carricoches, carretas e incluso algún vehículo a motor. La plaza, aunque era amplia, se la notaba llena de vida. Dejó a la derecha el trasiego y el tráfico y se adentró por la calle Fuencarral. Las pequeñas aceras de esta vía le acercaban a los escaparates. En ellos vio de todo, hasta una señorita, detrás de un cristal, sentada frente a un aparato negro con botonadura del mismo color que golpeaba sutilmente con los dedos, mientras, de vez en cuando, agarraba una palanca y movía hacia la izquierda una pieza de la máquina. Cuando hacía eso, lo que parecía un papel, daba un pequeño brinco. Se acercó a la puerta abierta y se asomó, entonces pudo oír el rítmico sonido que se desprendía de aquel artefacto, y vio en las estanterías más aparatos como el que usaba la señorita del escaparate. Se quedó embelesado hasta que un aguador le ofreció agua. Entonces volvió a la realidad y reanudó su vagabundeo. Pasó por un mercado cerrado, pero no entró, eso ya lo conocía, con lo que su andar le hizo cruzar una calle ancha en obras. Allí, en la Gran Vía, se quedó un rato y observó a los obreros con unos pañuelos blancos en la cabeza ajustados con cuatro nudos, el sudor empapaba los sombreros improvisados y las camisetas de hombreras que algunos lucían, sucias como las caras y las manos. Recordó sus trabajos al sol del verano. Vio que uno echaba un trago de un botijo a la sombra y se acercó.
—¿Me das un poco?
—Claro, chaval, pero nostá mu fresca.
—Es igual.
Saciada su sed, siguió por una calle que bajaba, y la eligió por ello. No sabía que la calle de la Montera le llevaría al "centro" de España. A la puerta del Sol, donde está el kilómetro cero de las carreteras radiales de este país. Y se dio de frente con el Palacio de la Gobernación, sin saber lo que era. Y si la Glorieta de Bilbao le había impresionado, la Puerta del Sol le dejó sin habla. Después de varias vueltas sobre sí mismo y alrededor de la plaza, sonaron en el reloj que presidía la plaza las once campanadas. Justo el límite que el sabía contar y se puso contento por ello. Lo que en principio le atrajera, la cantidad de comercios variados, terminó por angustiarle. Huyó de las sombrerería, los bares, las mercerías, las tiendas de telas, las pastelerías, las corseterías, las posadas, las guanterías, las zapaterías, las cuchillerías…, y se escabulló de la plaza por la calle Carretas, de lo que se arrepentiría a mitad de camino por ser cuesta arriba y andar ya un poco cansado. Porque si bien Joselillo estaba harto de trabajar, no andaba muy de continuo en su día a día. Cuando alcanzó la parte más alta de la calle se encontró en otra plaza, esta más humilde, la de Jacinto Benavente, llena de cererías, cesterías y alguna que otra tasca y tres o cuatro puestos que ofrecían sus mercancías a través de los gritos de sus dueños. Sintió otra vez el hambre en sus tripas y al pasar junto a un puesto de frutas, tuvo la ocasión de hacerse con un racimo de uvas, porque un caballo que tiraba de un simón se encabritó ante un tranvía que subía por la calle Atocha, lo que distrajo durante un momento al frutero y parroquianos. Corrió y se metió por la calle de enfrente, la de Atocha era ancha y le hubieran visto. Así, a la carrera y escondidas las uvas debajo de la camisa llegó por la calle del doctor Cortezo a la plaza del Progreso(2). Allí paró y se sentó en un banco a la sombra. Y como si fuera un ritual, se comió aquellas uvas tempranas de una en una, que si bien no eran dulces, le quitaron el gusanillo.
Plaza del Rastro, 1920, hoy plaza de Cascorro. De elrastro.org
Descansado y con algo en las tripas, se levantó y optó por seguir con su callejeo. Cuando acabó la calle del duque de Alba, se encontró con un militar que sujetaba un bidón de gasolina en lo alto de un pedestal. Joselillo había llegado a la Plaza del Rastro, como se conocía por los madrileños aquélla que posteriormente y por su estatua se denominaría Plaza de Cascorro, para más señas, Eloy Gonzalo, héroe de la guerra de Cuba. Y si venía impactado de la Puerta del Sol, lo que contempló en la Rivera de Curtidores, le dejó atónito. 
El Rastro, 1900. De elrastro.org
Ante él se desplegaba El Rastro(3) de Madrid. Donde los mataderos convivían con los curtidores y demás comercios y puestos donde las gentes más humildes iban a comprar objetos y ropas usadas. Allí hacían más ruido que las peñas de su pueblo en fiestas, pensó. La calle estaba tan abarrotada de público que, apenas se podía andar entre los puestos. Para aquellos ojos negros tan curiosos fue un regalo. En ese puesto vendían planchas, en aquel otro estufas de hierro, en el de al lado, un ropavejero ofrecía todo tipo de gabanes “y eso que estamos en verano”, pensó Joselillo. Enfrente, un hombretón voceaba que los trajes que podían ver eran los modelos que las tonadilleras habían lucido, nombrándolas a voz en grito:
—¡La famosa Fornarina, la inimitable Chelito y la espléndida Goya. Todas han pasado por aquí y han dejado para ustedes… ¡
Más allá se freían gallinejas, cuyo olor impregnaba tanto los ropajes como el ambiente. Un hojalatero restañada unos barreños que llamaron la atención del joven por su tamaño. Con el olor del estaño caliente se quitó el de las gallinejas y el ruido de la muela al rozar el acero del cuchillo, le hizo apartar la vista de los barreños y jugar con las chispas que se desprendían por el brutal roce de la piedra y el metal. Un joven como él, inclinado sobre un aparato montado sobre una carretilla de madera que accionaba con un pedal, la tarazana que los afiladores orensanos trajeron a la capital, manejaba un cuchillo de grandes dimensiones. De vez en cuando gritaba: “El afiladooooooooor”, a la vez que un mocoso hacía sonar una flauta de pan de cañas que a Joselillo le sonó a música celestial. También este instrumento musical, que los gallegos llaman xipro, llegó de la mano de aquellos gallegos, y no sólo a Madrid. Un empellón le hizo bajar a la tierra otra vez. “Cuidao, zagal, que tavío”, fue la disculpa del hombre que cargaba con un mueble y que le hizo girar sobre sí mismo. Por ello descubrió en una esquina a un hombre rodeado de orinales. Vio que voceaba, peo no le oía, así que se acercó.
—¡Orinales…, a dos reales! ¡Los mejores orinales del mundo, los tiene el tío Segismundo! ¡Eh, chaval!, ¿no quieres un orinal? 
—No, no señor —contestó el extasiado Joselillo al creer que ese chaval era él. Pero no lo era, porque el vendedor siguió con sus eslóganes sin hacerle caso.
—¡Orinales pa los hijos y los padres! ¡Orinales, los más originales! ¡Si se lleva un par, le pago los portes a Galapagar! ¡Anímense, señores, vendo orinales, los mejores, son geniales! 

Joselillo pensó que aquel individuo era un poeta, eso le había explicado un día su madre, que esas personas hacían que las palabras finales coincidieran en sonido con las posteriores y hacían versos. Al alejarse un poco de las voces del poeta le llegó la música inconfundible de un organillo, inconfundible para la mayoría, porque él nunca había escuchado uno. Se acercó al grupo de personas del que parecía salir la música a ritmo de chotis, como no podía ser de otra forma. Se coló entre los cuerpos y vio al organillero, que había hecho corro. Vestido de chulapo, aquel hombre manejaba la manivela con una cadencia que adormilaba. Menos mal que las sábanas viejas, y las grandes telas, unas de lona y otras no, atadas en las rejas de los balcones de los edificios, paraban el sol de mediodía, que caía con justicia sobre Madrid, sino, entre la mala noche pasada, el calor, la digestión de las uvas y el movimiento circular de la manivela, Joselillo se hubiera dormido de pie. Se despabiló un poco al ver que el pichi se quitaba la parpusa y se la ofrecía por turno a los integrantes del círculo. Nadie la cogía. No entendía nada, hasta que un hombre muy trajeado soltó unas monedas dentro de la gorra, cosa que agradeció el organillero:

—Gracias, caballero, que Dios se lo pague.

Joselillo huyó del calor de los cuerpos hacinados y se acercó a una esquina en la sombra. Se apoyó en la pared y se restregó la manga de la camisa por la frente. A su izquierda oyó como alguien con un hablar extraño estuviera contento, se asomó a la esquina y vio como un joven, que hacía gestos raros con las manos, hablaba con un isidro con boina y refajo que le recordó a sus paisanos de Pozuelo.

—Mide questampitas mencontrao, ¿a que zon bonita señó? —decía el joven que enseñaba unos billetes metidos en un sobre al parroquiano. En ese momento, apareció otro señor, éste con traje y sombrero, y le echó de la esquina.

—Anda, lárgate, chaval.


Trozos de palodúz
paladeando.blogspot.com.es
Y se largó, y enfrente descubrió sobre una manta vieja, en el suelo, la mayor colección de llaves que vería en su vida. Unas relucientes, otras negras y las más oxidadas, todas colocadas con esmero sobre la parda tela. Una mujer, que podía haber sido su madre, se agachaba de vez en cuando pisando con cuidado entre las llaves, cogía una, la comparaba con otra que llevaba en la mano y volvía a dejarla en su sitio con gesto de fastidio. Un niño, sentado en una silla baja, miraba al frente sin ver, mientras chupaba una raíz. Joselillo no conocía el paloduz(4), por Pozuelo no crecía, y le extrañó, nunca hubiera pensado que en la capital se pasara tanta hambre como para que los niños comieran raíces a palo seco, y menos cuando le llegó el aroma de los churros fritos. Se había levantado un poco de aire, lo cual lo agradecieron todos los madrileños. Con ello, el estómago le dio un brinco. Se echó mano a la alpargata, se quitó la derecha y la movió frente a los ojos, como si quisiera descubrir la piedra que le molestaba. Pero lo que sacó fue un par de monedas. Puesta la alpargata siguió los efluvios del aceite que le acercaron al puesto del churrero. Con la mano que no sujetaba las monedas hizo un gesto de parar con los dedos abiertos que acompañó con el índice de la otra mano.

—¿Media docena, chavea? —preguntó la chica que despachaba.
—No, seis.
—Vale —se encogió de hombros la vendedora—. Como tú quieras.
—Con mucho azúcar, por favor.
—Mucho pide el señorito pa diez céntimos. A ver, los cuartos —Joselillo le entregó una perra gorda—. Vale, toma anda.

Mientras se deleitaba con los churros, descubrió a un anciano fortachón vestido con una bata tan blanca como su lustroso pelo, que voceaba desde un carromato con grandes dibujos y letras de colores. Antes de acercarse escondió la otra moneda en la alpargata, se la acomodó y como no sabía leer, ni oía bien al que le pareció un doctor, se acercó para ver de lo que se trataba. Aquel hombre mantenía un frasco en alto y prometía desde la cura de sabañones hasta una melena como la suya. 

—Y tan sólo por dos pesetas. Y escuche, caballero, si tiene un amigo o un hermano o incluso un primo, llévese dos frascos por tres pesetas. Yo pierdo uno y ustedes lo ganan. Y como los van a necesitar también se llevarán dos peines como este. Elixir del doctor Maxgüel, previene y cura cualquier enfermedad de la piel y la calvicie.

Joselillo pensó, mirando las cabezas que le rodeaban, que eran bastantes, que si se ponían dos calvos de acuerdo, por menos de dos pesetas cada uno dejarían de serlo y se podrían peinar, “no como yo”. Y llegó a la conclusión que todo aquel personal estaba allí para mirar o pasar el rato. Y que tenían menos dinero que Paquito, el tonto huérfano de su pueblo o que él mismo. Tardó poco en irse porque “yo no estoy calvo”. Tentado estuvo de sentarse en el bordillo de la acera, pero algo curioso le llamó la atención. Aquél que miraba era el único puesto que había visto sin gente. “¿Qué vendarán?”.  Según se acercaba vio que un anciano de pelo blanco y largo, con un pitillo apagado entre sus labios, sentado en un sillón en plena calle y bajo un toldo, sostenía un libro abierto delante de sus ojos, que potenciaba con unas gafas redondas de concha negra. “Libros”, pensó y se acercó.
De bibliofiloenmascarado.com
—¿Se puen tocar, señor?
—Sería mejor que los leyeses, les gustan más que una simple caricia, aunque éstas les agradan también. Sí, sí se puede, pero hazlo como si tocaras a tu madre.

Joselillo sacó uno de entre sus compañeros y empezó a ojearlo con mucho tiento. Al poco lo cerró.

—Es mu bonito.
—Muy rápido lees tú, me parece a mí.
—Qué más quisiera yo —sonrió amargamente el joven—. No sé leer, sólo he mirao los santos. El señor ese delgao sale siempre.
—Pues no has elegido mal para no saber leer, chaval. Tienes entre las manos la primera parte de la mejor novela que pueda escribirse jamás. Y la escribió un tal Cervantes al que debemos, en parte, cómo hablamos tú y yo ahora.
—¿Y cómo se llama?
—¿Quién, el señor delgado o el libro?
—Los dos.
—Alonso Quijano es el hombre que en el libro se convierte en don Quijote, que es quien intitula el libro.
—¿Y el señor gordo y bajito que casi siempre está con él?
—Ese es Sancho Panza.
—¿Y en el libro cómo se llama?
—Igual. Es el fiel escudero de don Quijote. Es el que se libra de estar cuerdo al final.
—¿Y qués un escuredo?
—¿Un escudero, qué va a ser? El que porta el escudo de su señor.
—Entonces un zapatero es el que lleva zapatos, ¿no?
—No, hombre, los zapatos los llevan quienes se han hecho unos o los han comprado, precisamente a quienes los han hecho, que son los zapateros. Zapatero es el que hace o repara zapatos.
—Pos un frutero no hace frutas, eso lo sé yo de ley.
—Dejémoslo, pero tú sigue con tus pensamientos y tus preguntas, hijo. Si lo haces, llegarás lejos. Y si aprendes a leer ni te cuento. Yo podría enseñarte si quisieras. Aquí pocos paran a comprar.
—Es que… Ma dicho el Venan que no me fie de naide.
—Buen consejo, amigo, pero también existe la excepción a cualquier regla.
—¿Qués una esección?
—Yo.
—Usté es un hombre mayor.
—Y una excepción en este mundillo. Pregunta por ahí si quieres por  Mendrugo, el de la librería de viejo, así es como me llaman en el barrio. Y si decides fiarte de mí, yo estoy aquí fijo, como la funeraria. Y no me preguntes qué es una funeraria.
—Bueno, vale —Joselillo dejó el libro en el hueco donde estaba, dio las gracias a Mendrugo y comenzó a alejarse. 

“No estaría mal aprender a leer”, se dijo, cuando deshizo los pasos.

—Vale, pero yo no tengo dinero —le dijo al anciano.
—Vamos, a ver —Mendrugo miro al joven por encima de sus gafas—, para aprender a leer no hacen falta dineros. No todo se puede comprar, ni siquiera el interés por hacerlo. Ven cuando quieras.
—Vendré —aseguró Joselillo con una sonrisa en los labios, que fue correspondida con otra de complacencia por la boca adornada de una colilla apagada.

El viaje de Joselillo acabó en la calle Toledo. No podía más. Buscó algo para sentarse y encontró un poyete del que se alzaban unas rejas altas. Allí se medió sentó, medio se recostó, a la sombra de un gran árbol. No sólo estaba exhausto por la caminata, también por las experiencias que había vivido. En unas pocas horas, había experimentado más que en toda su vida.

———— o O o ————

Lo primero que hizo Venancio, después de tranquilizarse un poco y dolerse de la mano, fue atender a su madre, a la que acompañó a su alcoba con la recomendación de que descansara y no se preocupara de nada. Cuando salía por la puerta, Lorenza, desde la cama, le susurró unas palabras. Se acercó a su madre y ésta las repitió.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Venancio? —el consejo sobre la preocupación no había sido atendido, al contrario que el de descansar.
—Usté descansar y no pensar más. Yo voy a atar al tío pa que no se menee y luego me voy al cuartelillo, a decirles lo que ese asesino nos ha contao. Cuando vuelva quiero que esté acostada y sin procupaciones. Le voy a traer un vaso de agua. Ah, y no vaya a la cocina pa na, pa na, madre, ¿dacuerdo?
—Pero Joselillo testará esperando hoy pa los dineros.
—Lo siento, madre, Joselillo tendrá quesperar. El que tomó la decisión de no volver fue él, y esto le permitirá volver, así que no se procupe y alégrese, porque pronto le abrazará. Me voy madre.

Venancio, después de maniatar a su tío, montó a pelo en la Perla y salió hacia Aravaca, donde se encontraba el cuartelillo más cercano y por el que pasaban todos los días al bajar a Madrid.


———— o O o ————

Aquella mañana Gertru quiso levantarse de la cama. Esperó a que ninguna de las hermanas estuviera presente y con gran esfuerzo consiguió sentarse en un lado de la cama con los pies colgando. Tras tomar resuello y escuchar con interés, oyó cerrase la puerta de la calle. “Doña Paulita que se va a misa”. Y ruidos en la cocina, “la señorita Pepita me prepara el desayuno”. “Ahora”. Se puso de pie bruscamente, pero la cabeza se quedó en la cama. Consiguió dejarse caer y unir todas las partes de su cuerpo. Al poco, el mareo desapareció y pudo meterse bajo la sábana y la fina colcha. Cuando llegó la anciana con el desayuno, se fijó en la colcha y exclamó:
—Hija, si no supiera que estamos solas, diría que te has revolcado con alguien en la cama. 
—Pues se va a tener que confesar usté.
—Sí, hija. ¡Qué cosas se me ocurren! Los malos pensamientos son como los republicanos, están en todos los sitios. En fin... Venga, a desayunar. A coger fuerzas. Y luego a la clase, cuando vuelva Paulita de misa.
—¿No iban siempre la dos juntas?
—Claro.
—¿Y ahora?
—Ahora estás tú, chiquilla. Y no te vamos a dejar sola. Lo mismo se te ocurre levantarte, te mareas y te caes. Menudo disgusto. 
—Prometo que no me levantaré hasta que lo diga don Luis —. En ese momento se oyó la campanilla de la puerta.
—Mira, hablando del rey de Roma…(5) Voy a abrir. Tú desayuna. Hola Paulita... Hola doña Carmina —saludó la señorita Pepita por encima del hombro de su hermana. Carmina se acercó y las tres estuvieron un ratito de palique.


———— o O o ————

—¿Sabes?
—Qué —Cirilo dejó de leer.
—Que la chiquilla esa que se cayó por las escaleras ya ha vuelto del hospital.
Es muy guapa. Me alegro por ella.
—Y yo, parece buena chica. Y su amiga, Reme, es de mi palo. Siempre alegre y contenta. Se parece a su madre. La verdad es que hemos tenido suerte con la portería, don Eulogio se ha portado.
—Sí, me dijo que en un principio la señora Casta no quería, pero con la muerte del esposo cambió de parecer. Supongo que por motivos económicos. La verdad, todo esto que vivimos da pena.
—Tú es que no quieres ser feliz. Parece que te guste sufrir. Yo, en cambio, quiero ser feliz a toda costa. Si no se cuida una, ¿quién te va a cuidar?
—Mujer, yo creo que convivir con alguien nos posibilita que nos cuiden. Y de hecho es lo que ocurre, ¿no? Y no me sirve mirar para otro lado para que deje de existir la miseria.
—Bueno, déjate. Fíate tú de la Virgen y no corras(6). Para mí, lo primero es mi felicidad, así hago feliz a los demás.
—Yo creo que en tu ecuación falla algo. No sé qué es, pero algo falla. Los poetas y filósofos siempre han escrito lo contrario.
—¿El qué?
—Que uno es feliz porque hace feliz a otro. 
—Eso son pamplinas. Y no me des lecciones, que yo también leo de vez en cuando. Más te valdría dibujarme un bebé que pueda bordar para un babador que quiero regalar al pequeño de mi hermana. Quiero regalarle algo mío, aunque sea fuera de fecha. Ves, así es como yo me siento feliz.
—Pero eso no te pasa a ti sola. Todos sentimos alegría al regalar, y también al recibir, más el agradecimiento, claro.
—No sé yo. Hay gente que le duele tener que hacer un regalo.
—Sí, porque cualquier obligación por pequeña que sea, pesa en el ánimo.
—Lo dijo Blas, y punto redondo(7).


———— o O o ————

Reme acudió a casa de doña Consuelo más contenta y dicharachera que de costumbre. El recuerdo del último piropo de Venancio le revoloteaba todavía por la cabeza, y despertaba sueños imposibles de compartir, salvo con su amiga, a la que se propuso visitar al volver a casa, ya que esa mañana, al regresar del mercado, recibió la visita de un inspector de policía para tomarla de nuevo declaración. Encontró la escena de costumbre, aunque doña Consuelo andaba más mohína de lo normal. El origen de su contrariedad sólo lo sabía ella, pero la Reme no le dio demasiada importancia. Después de los saludos obligados, Reme cogió su labor, se sentó y se quejó con la boca pequeña.

—Anda que no son pesaos los policías —. El comentario hizo que las orejas de doña Consuelo se irguieran como las de un lobo al oír una posible presa.
—¿Por qué dices eso, Remedios?
—Porque esta mañana han estado otra vez en la portería. Querían entrelogarme otra vez, y a la Servanda también.
—¿Y que te han preguntado, hija?
—Que cuánto tiempo pasó entre el portazo de doña Elvira y el tiro que soyó, que si llevaba el dije de plata cuando subió. Y no sé cuantas cosa más. Como si una sabiera algo. Anda questaba yo para mirar, y menos relojes.
—¿Y tú qué has contestado? —seguía con su interrogatorio particular doña Consuelo.
—¿Pos no se lo he dicho? Que no estaba yo pa tonterías teniendo a la Gertru caída y hería. Y que yo llegué después.
—O sea, que Gertru se cayó antes del disparo.
—A ver. Yo llegaba de la calle y vi a don Mauro que la entendía en el segundo rellano y masusté mucho.
—Claro, hija. Cómo no ibas a asustarte.
—Pero bueno, mejor olvidar todo. Ayer me tiraron un piropo, sabe.
—¿Y qué tan dicho? —habló por primera vez después del saludo Susana.
—Una cosa mu bonita.
—¿Cuál?
—Quién fuera sandía.
—Pero, hija, eso no es un piropo —rieron doña Consuelo y Susana.
—Ya, pero yo mentiendo. Y antes man llamao guapa.
—Ves, eso sí.

De  empresa.nestle.es
Y así, las tres pasaron la tarde. Con una sonrisa en los labios producto de diferentes motivos. Doña Consuelo porque, entre puntada y puntada, había recabado más información. Susana porque, entre puntada y puntada, se le venía a la cabeza el piropo de la sandia y pensaba en el machismo, y Reme, también entre puntada y puntada, porque oía a Venancio llamarla guapa. Sólo dejó de oírle cuando se encendió la radio para escuchar la novela.

—Y el ganador recibirá un fabuloso premio consistente en quinientas pesetas contantes y sonantes. Patrocinado por leche condensada La Lechera —y tras las palabras del locutor se escuchó la canción que le gustaba tanto a Reme:

♪♪Tengo una vaca lechera
No es una vaca cualquiera. 
Me da leche merengada, 
¡ay! qué vaca tan salada
tolón tolón! ♪♪

———— o O o ————

Don Mauro se había propuesto que aquellas señoritas tan amables y caritativas no entorpecieran la conversación pendiente con Gertru, así que, esa tarde, después de entrar en su casa y saludar, le dijo a la señorita Pepita que deseaba hablar un momento con ellas.
—¿Pasa algo, don Mauro?
—No, no, para nada. Es un simple formulismo en el que estoy interesado.
—Pues espere, que aviso a Paulita, está con Gertru.

Cuando tuvo sentadas enfrente a las dos hermanas, don Mauro se aclaró la garganta y comenzó a hablar en tono suave y grave.

—Bien, señoritas. Supongo que habrán notado que estoy interesado en Gertru, y no sólo por su salud. Antes del fatídico accidente que les ha salpicado y que tan amablemente llevan, tuve una conversación con ella, si bien antes intenté hablar con sus padres, y en su defecto lo hice con doña Casta. Ésta me permitió lo que pretendía, que no era otra cosa que comunicar a Gertru el interés que tengo por ella y pedirle su beneplácito para pasear juntos con el fin de que nos conociéramos más, amén de que tuviera más roce con mi hijo. Bien, quedó en pensarlo y contestar, pero la pobre no ha tenido ocasión porque fue justo la tarde antes de su accidente. En estos días no he querido sacar el tema, bien por su estado, bien porque nunca hemos podido estar solos. Y ahí es donde quiero incidir y hacerles un ruego. 
—Usted nos dirá —invitó la señorita Pepita que parecía llevar la voz cantante.
—Quisiera hablar con ella a solas —declaró don Mauro lo que hizo que las dos hermanas se miraran y que la señorita Paulita, a duras penas, aguantara una risita.
—Paulita —regañó la señorita Pepita, con lo que consiguió que su hermana adquiriese el porte correcto—. No sé, don Mauro, en esta casa tenemos unas costumbres muy estrictas…
—Pepita —cortó la que mantenía cierta alegría en los labios—, ¿tú te acuerdas del motivo por el que te saliste del convento?
—Claro, Paulita. Cómo no voy a acordarme.
—Pues esto es lo mismo. Hay reglas que para los de fuera no sirven, porque viven otro mundo, como te pasó a ti en el convento, y no por ello los de fuera son peores que los de dentro, ni viceversa. El sutil y rotundo argumento de la menor de las hermanas, que involucraba a la mayor, dejó sin armas a ésta, que no tuvo más remedio que transigir.
—Dios te perdone, hermana. De acuerdo, pero con una condición.
—¿Qué es?
—Que no le cuente a nadie que han estado solos en una alcoba en esta casa.
—Tiene usted mi palabra.
—Bien, caballero. Adelante —invitó la señorita Paulita al levantarse del canapé. Y cuando don Mauro pasó junto a ella le susurró—. Suerte.
—Gracias, señoritas —contestó don Mauro con una sonrisa en la boca y una mirada a aquellos ojos que más que mirar acariciaban a quien veían—. Gracias, Dios la oiga.
[Continuará]


(1)«[…]. A finales del siglo XIX, la criminología italiana, introdujo un nuevo objeto de estudio, ‘la mala vita’. El concepto nace en Italia se exporta a España desde donde da el salto a Latinoamérica para volver años después reelaborado al viejo continente. En muy poco tiempo en ambos lados del Atlántico se suceden los trabajos que llevan como enseña en su título “la mala vita” o “la mala vida” acompañada del lugar geográfico al que se refieren: Roma, Madrid, Cuba, Buenos Aires, Barcelona. Las razones de su aparición y su éxito responden a la preocupación que las nuevas formas de delincuencia suscitaban entre las bienpensantes elites, en un momento en el que el crecimiento de las ciudades era exponencial y no iba acompañado de las infraestructuras necesarias capaces de neutralizar los profundos desajustes económicos y sociales que producían». Extracto de POBRES, ANORMALES Y PELIGROSOS EN ESPAÑA (1900-1970): DE LA “MALA VIDA” A LA LEY DE PELIGROSIDAD Y REHABILITACIÓN SOCIAL, de Ricardo Campos, Instituto de Historia, CCHS, CSIC. 
(2)Hoy plaza de Tirso de Molina.
(3)Llamado así por el rastro de sangre que dejaban las reses sacrificadas al ser arrastradas por esa calle en cuesta, y cuyo reguero de sangre y agua desembocaba en la Ronda de Toledo. Fuente: no recuerdo donde lo leí.
(4)Yo, de pequeño, lo llamaba palolú y otros palodú que, triturado con los dientes deja un saber agradable y dulce en la boca, predecesor del regaliz que contiene su esencia. No es más que la raíz de una planta, el orozuz o regaliz, que se usa como pectoral y emoliente, según el DRAE, 2014.
(5)Hablando del rey de Roma, por la puerta asomaEsta frase proverbial nace con la palabra “Ruin” y no “Rey”. Y al ruin que se refiere es realmente el Papa. Se acuñó durante los convulsos años denominados del Papado de Aviñón (1309-1377), en los que se llegó a considerar al heredero de Pedro el mismo diablo. El tiempo y la gente cambiaron rey por ruin, y sumaron la segunda parte del refrán, por la puerta asoma, en consonancia con Roma. Aunque José Mª Iribarren, en el Porqué de las cosas, reconozca que no conoce el origen de este refrán. Correas en su Tesoro de la lengua (1627), edición de Louis Combet, Castalia, 2000, lo recoge en su pag. 324, refrán 1837: «En mentando al ruin de Roma, luego asoma; o En nombrando…». El Diccionario de Autoridades recoge en su entrada ruin, el mismo refrán que Gonzalo Correas, explicando el significado que aún hoy conserva.
(6)Fíate tú de la Virgen y no corras. En El porqué de los dichos, José Mª Iribarren, (ed. Aguilar, 1955), pág. 171, podemos leer: «[…] [se] fundamenta en Joaquín Bastús, en La sabiduría de las naciones [1862-1867], serie 1.ª pág. 82, escribe acerca de este dicho: "parece que tomó origen de un imprudente torero que, entregado a la confianza celestial, se comprometía a los mayores peligros sin tomar precaución alguna para evitarlos, y que un día vino el toro y, cogiéndole entre los cuernos, le tiró contra los de la luna…, y que entonces, el público, recordando sus imprudencias, le gritó: Fíate en la Virgen y no corras”.  Otros suponen que la frase nació en 1835 […] Martínez Olmedilla, que en su libro La cuarta esposa de Fernando VII (Barcelona 1935) escribe:Por otra parte, el pretendiente, que no olvidaba detalle, nombró a la Virgen de los Dolores Generalísima de sus huestes, y estaba seguro de vencer. Lo malo es que sufrieron repetidos descalabros  en el camino, y entonces nació, e hizo fortuna, la frase impía que aun se repite, aunque sin recordar su origen: Fíate de la Virgen y no corras”». 
(7)Habiendo un artículo como éste de ABC, sobran mis palabras.