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Entre puntada y puntada
XXI
—Parece que nos damos prisa, ¿eh? Llenar la andorga nos trae cuenta, ¿no? Eso es lo único que tira más que unas tetas. En hablando deso, Venancio, ¿cuándo conoceremos a la del beso, porque si las besao será por algo. No me digas queres desos que van de flor en flor y nunca asientan la mollera… —. Como quiera que Venancio no contestara, el tío Eliseo insistió—. Eh, caballerete, que lestoy preguntando a usté. Ta comio la lengua el gato(1) o ¿qué?
—No tío, estaba pensando en mis cosas.
—Mira tú, el enamorao piensa. ¿Que cuándo vamos a conocer a ésa?
—Ésa se llama Remedios.
—Pues a ver si se los pone a tus males —río el tío de su ocurrencia—. Tiés que traerla pa que tu madre la conozca. Supongo que será fuerte. Si va a formar parte de la familia deberá tener mi bendición. Y espero que sea de nuestra calaña y no una señoritinga desas del quiero y no puedo porque me quiebro.
—Pero, tío, la Reme y yo todavía no hemos hablao de casamiento.
—¿Y a quésperas, bobalicón? ¿A que otro sadelante? No nos vendrán mal otras dos manos, aunque supongo que también tenga boca que alimentar.
—Y tampoco quisiera yo que se deslome con lazada.
—To lo que entra vivo bajo este techo tié que ganarse lo que come. ¿O es quesa Reme es menos que tu madre?
—Eliseo, deja al chico, tos hemos sío jóvenes —terció la Lorenza.
—No importa madre. Y no, ni es menos, ni más que madre. Pero lo que siempre he soñao es irme a la capital. Casi paso allí más tiempo que en este pueblo de mala muerte que no me gusta na, ni las fiestas de la Virgen siquiera.
—¡Amos que…! Repudiar de la tierra aonde tan parío y que te da de comer… Y has de saber, que si te vas desta casa, te llevarás lo puesto. Así que ya lo sabes, Venancio. Esto es lo que hay.
—¿Y to el dinero que lentrego yo a diario de lo que vendemos en Madrí?
—Eso no da ni pa lo que os coméis.
—No creo yo queso sea así. Además, los huertos y esta casa también eran de mi padre. Y de to la vida los hijos han tenío lo de los padres.
—¿Ahora viés con esas? Ya no tacuerdas que quien ta dao de comer ha sío tu tío y no tu padre, igual que a este malandrín. ¿Quién sa partío los lomos en esos huertos que tú dices, pa sacar adelante a dos mocosos y a una medio mujer, questá más días enferma que sana?
—A madre no la meta en esto, si no, saldremos mal.
—Como si fuera mentira lo que dice el tío Eliseo —retrancó un poco el tío que vio las orejas al lobo reflejadas en la corpulencia de Venancio.
—No, señor, usté no miente. Pero eso no le permite quedarse con lo que no es suyo.
—Mío es porque yo lo he trabajao y era de mis padres, desagradecío. Y que sepas que no sólo seredan los campos, también las obligaciones, con que en el lote van la enferma y el vago, y ya sabes, nadie quiere alhajas con dientes(2)… Y de lo otro, a ver lo que sacas, ya mencargaré yo de que sea na, por éstas—y se besó el dedo pulgar cruzado con el índice—. Y no sé de aonde vas a sacar las perras pa los leguleyos. Y piensa que tu padre sólo está muerto pa nosotros, pa los de lalcaldía todavía está vivo. Tién que pasar algunos años pa que le den por muerto.
La comida acabó como el rosario de la aurora(3). Lorenza aguantó porque tenía que recoger y fregar, pero, entre sollozos, lo hizo todo menos comer. Los tres varones sí comieron, pero ya en silencio y con mucho enfado. Tardaron poco en hacerlo y cada uno se fue a sus obligaciones, aunque José se escaquearía un rato en la caballeriza con Perla y soñó que llegaba su padre y ponía a cada uno en su sitio.
El Rosario de la Aurora, Grabado de José García Ramos, 1894. De saboranejo blogspot.com.es |
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Doña Consuelo mandó recado con Susana a casa de la señora Casta para advertir que no podía estar sin Reme. Que si no volvía al trabajo habría de buscar a otra operaria, porque ya era mucho tiempo y le faltaban cuatro manos. Que esperaba que lo entendieran, y que la vida seguía como un río que todo lo atropella.
—Dile a tu jefa que mañana irá la Reme. Que no se procupe y que si quiere darla trabajo pa mí, que se lo dé. Ya sacaré tiempo de donde sea. Y que será gratis durante un mes. Más no. ¿Queda claro?
—Sí, señora Casta. Gracias, señora Casta. Y lo siento. Yo de momento poco hago, aunque aprenderé.
—Niña, tú no tiés la culpa de na. Anda, ve con Dios.
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Gertru fue liberada de su reposo absoluto bajo la tutela del doctor Ullastres a petición, naturalmente, de su amigo el señor Pérez Martín. Ella había expresado su hartazgo del hospital, a pesar, como ella misma dijera, del “cariño con el que todos me han tratao aquí”. El doctor se acercó a la calle Españoleto, esta vez al tercero derecha, y dejó claro a las señoritas que se iban a encargar de su cuidado de cómo debería ser éste. El médico también habló con la señora Casta y la puso al corriente. Gertru llegó a casa en coche de punto acompañada de Reme y don Mauro. La señora Casta esperaba impaciente en el umbral del portal y la recibió con gran efusión y grandes alharacas.
—¡Ay, Dios mío, mi niña! ¡Qué buena cara trae! ¡Qué alegría, Gertru! Dame un beso, hija. ¡Qué ganas tenía de verte! ¿Te han tratao bien? Sí, por las pintas que traes, seguro. ¡Dame otro beso, hija mía! —toda esta retahíla de cariños los recibió Gertru con una gran sonrisa en la boca y sin saber qué decir, hacer, ni decir.
—Vamos, madre, que no pué estar mucho tiempo de pie —hubo de cortar Reme—, y todavía le quedan las escaleras. Luego la abraza todo lo que quiera. Anda, vamos, Gertru. Despacito, ¿eh?
—Gracias, señora Casta. Yo también malegro mucho de verla.
Después de despedirse de don Mauro y dejar a la portera en su tabuco, la pareja de jóvenes inició la lenta subida. Ya en el segundo piso, a Gertru le sorprendió que Reme dijera que ya casi habían llegado, pero entendió que exageraba para darle ánimos. Pero a falta de un tramo de escaleras, para llegar al tercer piso, su amiga volvió a descolgarse con un “Ves, ya hemos llegao”.
—¿Es que os habéis cambiao al tercero?
—No, sólo tú, y temporeramente.
—¿Cómo que sólo yo?
—Te van a cuidar la señorita Pepita y la señorita Paulita.
—¿Y eso?
—Pues porque madre no pué por la portería y yo tampoco. Doña Consuelo ya sa quejao de nuestra falta de inexistencia. Tabrás dao cuenta que ya por las tardes no iba al hospital, ¿no?
—Sí.
—Es lo mejor, Gertru.
—Si lo que me pasa es que siento importunar a tanta gente. Me da vergüenza, Reme.
—Pues cuando te diga quién va a hacer la comida…
—¿Quién?
—La Servanda, sa ofrecío sóla al través de don Mauro.
—Válgame el cielo, a otra quenredo.
—¿Llamamos?
—Llama, qué le vamos hacer.
Fueron recibidas por la señorita Paulita quien, muy cariñosamente le condujo a la alcoba que habían preparado, le ayudó a desvestirse y a ponerse un camisón que, según le contó la anciana, era suyo, de cuando fuera joven, y que sólo se lo había puesto una vez porque no se veía con él.
—Deja mucho que ver —. Al mirarse al espejo de cuerpo entero, Gertru se preguntó el motivo, ya que entre el cuello y el suelo sólo vio en el cristal un poco de su piel que se adivinaba malamente tras una puntilla en forma de corazón, debajo del cuello y muy cerca de él—. Así que te lo puedes quedar si quieres.
—Gracias.
—De nada, hija. Mi hermana, a pesar de Servanda, ha querido hacer un caldo con sustancia. ¿Te apetece una tacita?
—No, señorita, muchas gracias.
—Bueno, pero a la hora de comer no podrás negarte, hija mía. No querrás hacer de menos a Servanda, ¿no? Pensamos ponerte fuerte y lozana como una jaca andaluza enjaezada. Alguien nos ha dicho que un moscardón revolotea a tu alrededor, pillina. Bien, ahora descansa. Le digo a tu amiga que pase un momentito y que se despida. Después a descansar y a comer. Y esta misma tarde seguimos con las clases —la señorita Paulita no dio opción a Gertru—. Reme, pasa. Sólo un momentito, eh. Tiene que descansar según nos dijo don Luis. Y tú tienes que ayudar a tu madre, que la pobre lleva unos días que para qué.
—Sí, me voy enseguida, no quiero molestar.
Cuando Reme salió de la alcoba, la señorita Pepita se le acercó y en voz baja y al oído le hizo un comentario.
—Has de traerle ropa interior. Toda la que tenga, va a hacer falta—. Para ella esos asuntos eran muy delicados y había que tratarlos en la más estricta intimidad.
———— o O o ————
—Supongo que me acompañarás a visitar a mi hermana, ¿no? Sabes que te quiere mucho. Ah, y nos han invitado los Alcántara, a tomar el té en su casa —anunció doña Carmina a su marido.
—¿Cuándo?
—Esta tarde.
—Son amigos tuyos, no míos.
—Pero no me irás a dejar sola como una viuda, que es lo que parezco siempre.
—Es que él me cae muy mal, Fermín es un derechón inaguantable.
—Pero son muy buenas personas, Cirilo, sobre todo Felipa. Hay que ver el lado positivo de las cosas.
—Está bien, iré. Pero por ti, y si meto la pata lo siento, pero, a veces, no puede uno callarse.
———— o O o ————
Por la tarde, después de la comida y la siesta obligadas, Gertru volvió a la tarea. Como dijera la señorita Paulita en más de una ocasión “eres una chica muy espabilada, no hay que repetirte las cosas”. Incluso la alumna era cuidadosa y pulcra, cosa que la maestra también ensalzaba y agradecía.
—La lástima es que tu amiga se va a quedar atrás por sus quehaceres. Y más a partir de mañana, que tendremos clase matutina y vespertina.
—¿Y esa cuála es?
—Vespertino se refiere a lo que acontece después de comer y antes de la cena, es decir, por la tarde. Matutino por la mañana, vespertino por la tarde y nocturno por la noche.
—¿Y por qué no nocturnino?
—Porque las palabras son muy caprichosas, aunque en realidad como aprenderás si sigues tus estudios, las palabras tienen madre latina en su mayor parte y además algunas son hermanas entre sí. Como te he dicho son un poco caprichosas. Ah, y a partir de mañana tendrás que empezar a pulir tu dicción. Al sitio donde te manda la vida, no puedes hablar como lo haces, hija.
—¿Qués dición?
—Dicción —repitió la maestra jubilada—. Dicción es decir bien las palabras, cómo decirlas, con todas sus letras y una detrás de otra sin juntarlas como haces ahora. No se debe decir "qués dición", sino "qué - es - dic-ción. ¿Lo ves? —repitió palabra por palabra y sílaba por sílaba la señorita Paulita.
—Pero yo no quiero hablar como esas señoritingas estirás.
—¿Estiradas? No, no vas a hablar como ellas, Gertru, porque ellas no hablan bien. Tú, simplemente, vas a hablar como yo: bien, al menos eso creo —sonrió dulcemente la docente—. ¿O te parezco yo una de esas señoritingas presumidas que usan el francés para diferenciarse de quienes erróneamente sienten inferiores? Esas personas no se deberían llamar a sí mismas cristianas. El cristianismo nos iguala a todos.
De tal guisa, Gertru aprendería no sólo a leer y a escribir, también otras artes de la vida tal y como la entendía la señorita Paulita y su hermana.
Tarde se hizo porque tarde empezaron y además tuvieron visita. Don Mauro, acompañado de Juanín, hizo acto de presencia en el tercero derecha. Éste pensó que tal y como creía que eran las dos señoritas, sería conveniente llevar carabina. Además, también le interesaba a él que las dos personas que en ese momento quería más, tuvieran roce. Juanín de por sí era tímido y retraído, y pretendía que se abriera a Gertru, y a su vez, ésta se hiciera con el niño. Pero lo que no hizo bien fue forzar a su hijo a besar a la convaleciente.
—Déjele, don Mauro. Si él no quiere, no pasa na.
—Nada, corrigió la señorita Paulita, que estaba en la escena.
—Sí —contestó el padre—, tiene que acostumbrarse a estar con la gente y cumplir.
—Muy bien, don Mauro, estoy de acuerdo con usted —aplaudió la dueña de la casa—. Mi hermana y yo pensamos lo mismo, ¿a que sí, Pepita?
La pareja de guardia no se separó de Gertru hasta que la visita no se retiró.
—Muy correcto este don Mauro.
—Ya me lo parecía a mí cuando me cruzaba con él en la escalera.
—Y parece un buen partido.
—Lo es, Paulita, sin duda lo es.
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Después de la reyerta familiar, la noche llegó a Pozuelo , y tras cenar en silencio, todos se fueron a dormir. Los dos hermanos lo hacían en la misma habitación, en sendas camas y cuando estaban ya entre las sábanas, José, le dijo a su hermano:
—Venancio, algo hay cacer.
—Piénsalo mientras te duermes, y mañana lo hablamos. Y aquí en casa no digas na de na, que las paredes oyen(4).
Al día siguiente, de mañana temprano y de camino a Madrid, los dos hermanos terminaron de urdir un plan que se le ocurrió la noche anterior al menor y más avispado de los dos. Se trataba de desviar parte de los ingresos diarios por la venta a un fondo del que sólo participarían ellos, aunque su madre también sería beneficiaria. Para ese fondo, Joselillo ya había donado sus ganancias de la venta de peonzas, a pesar de la oposición de Venancio. Además, esa mañana y sin decir nada a nadie, había cargado alguno de los productos que no habían pasado el control de calidad del tío Eliseo, y que se entregaban a un tal Celedonio que los usaba para alimentar a sus cerdos. Tras la matanza, la familia de agricultores recibía algunos productos porcinos a cambio. La idea era que Joselillo tirara una manta en el suelo junto al puesto, y allí colocara esos frutos macados y con hojas externas o puntas podridas y los vendiera mucho más baratos. La acogida superó sus expectativas, de hecho, esa mañana pasaron más clientes por la caja de Joselillo que por la de Venancio. Lo que provocó una rotación de stock que benefició claramente la caja B. Cada vez se vendía menos en el puesto oficial y más en el de saldo. Y el tío Eliseo, aunque revisaba los ingresos en metálico y los productos que volvían, no encontraba desajustes, porque los que no vendía Joselillo, llegaban de vuelta a casa y engrosaban el alimento de los cerdos, y los que no vendía Venancio los vendía al día siguiente Joselillo. Y como los hermanos dejaron de meter mano en la caja familiar todo parecía una mala racha de ventas. Y como es lógico, el viejo dictador no controlaba el volumen de productos desechados para los cerdos, aunque fuera él personalmente quien decidía qué iba o no iba para los animales. Pronto se lo contaron a Lorenza, a la que nombraron tesorera del negocio sumergido. Les costó convencerla, pero al final accedió porque intuyó que si su cuñado descubría el pastel, ella podría ofrecerse como cabeza de turco, y descargar a sus hijos de responsabilidades. Pero la sangre, en este caso y por este motivo, no llegaría jamás al río(5). Aquella conspiración comercial uniría a los dos hermanos como nunca. La complicidad jugó más fuerte que la diferencia de edad que les separaba. Joselillo encumbró a su hermano en un altar en el que siempre le mantendría por haber tenido los arrestos de enfrentarse al ogro de su tío y vencerle en su propio terreno. Ya no le importaba levantarse antes que el sol, ni pasar las tardes doblado sobre esa tierra que le proporcionaba la posibilidad de ser libre. Este niño, y otros tantos como él, serían aquéllos que algún poeta del pueblo retrataría, con trazos de palabras, a golpes de vergüenza entre estiércol puro y vivo(6) allá por 1937. A su vez, Venancio encontró a su mejor aliado, más listo que el hambre y dispuesto a lo que fuese, capaz de pensar y llevar a cabo hazañas que él no podría. Y llegó a prometerle incluso que algún día aprendería a leer y escribir, y también los números, mejor de lo que él ya le había enseñado para ser suficiente en el puesto clandestino. Había aprendido a contar hasta diez y con esos números era capaz de sumar y restar al recordar de memoria todas las operaciones. Había aprendido que una peseta era lo mismo que diez monedas de diez céntimos, que diez céntimos eran 5 monedas de 2 céntimos, que un céntimo era la mitad dos… Y eso les hizo sentirse orgullosos uno de otro y ante sí mismos. La vida y la necesidad enseñan más que las escuelas. De ahí el carácter de esa generación y de la posterior, nuestros abuelos y nuestros padres, si no vienes de una familia de posibles, que no por ello vas a ser menos tampoco. Y no sé de donde llegaron los que ahora habitan los palacetes, pero siguen ajenos a los gritos y a los derechos de cualquier persona por serlo. No saben lo que es no poder llegar a fin de mes, ni los sordos de antes ni los de ahora, no saben que tu padre, al caer enfermo, fue despedido y tu madre hubo de fregar suelos, no saben que a algunos niños les acostaban en invierno a las seis de la tarde porque no había cena. No saben que los que no comparten su estatus son personas en definitiva. Y como Francisco de Rojas escribiera en su Celestina: A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo(7). Y como escribo yo: Son viejos podrigorios con achaques de ambiciones desmedidas y con conciencias más anchas que sus bolsillos.
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Foto propia. |
—Hola, hija. ¿Ya sacomodao la Gertru?
—Sí, madre. Arriba sa quedao. Yo bajaba payudarla. Deme, yo mago cargo de la escalera.
—No, deja, Reme. Si ya mecho a la idea.
—Que sí, madre. No me voy a quedar yo aquí cruzá de brazos. Traiga, ande.
—Va, como quieras. En el segundo han escrito algo en la paré, miraver si lo pués quitar. Agua y este trapo. No uses el cepillo de raíces. Si acaso antes le das ligera con la escoba. Ya se ma quejao más de uno. Mira que aprender a escribir pa hacerlo en la paré y una palabra tan fea —. Y allá que subió Reme—. Ah, y después barre también el trozo de cera del portal, y vacías ahí el cubo con el agua sucia. Y cuidao no tires la bayeta ni el cepillo.
—Vale, madre. No se procupe, usté —. Reme inició por segunda vez la subida.
—Yo me pongo con la comida. Así comes temprano, y temprano te vas a casa doña Consuelo, que falta laces.
Así que Venancio hubo de esperar. Aunque no en el recuerdo, porque durante el trabajo tan mecánico y rutinario, la limpiadora no dejó de saborear el beso robado, ni de pensar en lo bien que sentía junto al frutero.
Venancio, a su vez, atendía a la clientela con un ojo en la romana y otro en la calle Trafalgar, por donde solía entrar Reme en la plaza. Pero, ni ese ojo, ni el otro se alegraron esa mañana. Las mujeres le recriminaban su despiste, pero en ningún momento volvió del todo de allí donde su mente o su corazón le hubiera llevado.
—Chico, si te pedío zanahorias, no cebolletas…
—Pero cómo me vas a cobrar dos pesetas por dos kilos de patatas… ¿Se ta ido la olla?
—¿Pero esto es un kilo? Tú estás mal de lazotea, Venan…
E incluso alguna clienta buscó complicidad en Joselillo.
—¿Quién la sorbío el seso a tu hermano? Más vale que eches un ojo, hijo, está mal de lalmendra.
En un momento en que no tuvieron que atender, Joselillo, que sabía lo que pasaba por la cabeza y el corazón de Venancio, le preguntó con ciertas artimañas si estaba preocupado por la discusión con el tío Eliseo, a sabiendas de que su hermano le mentía en raras ocasiones.
—No, José. Bueno, sí, pero no es eso. Es la Reme. Hace no sé cuanto que no viene. ¿Labrá pasao algo?
—No, hombre. Qué ha de pasarla. Si supiera donde vive macercaba en un momento.
—Yo sí.
—Pues, si te haces cargo desto…
—Vale, pero, espera, toma, llévale unos tomates y preguntas por ella en la portería. En la calle Españoleto, en el cuatro. La portera es su madre. ¡José!
—Qué
—Gracias, maces un gran favor.
—Ya lo sé.
—¡Oye, si a la vuelta te haces con unos diarios, mejor! —le gritó al que ya corría y cruzaba la plaza.
Un “vale” lejano le llegó a Venancio entre el gentío. Poco tardó en recorrer Raimundo Lulio, bajar por Santa Engracia y entrar en la calle Españoleto. Aunque al cruzar la plaza de Chamberí un tranvía a punto estuvo de llevarse por delante los tomates y al corredor.
—Buenos días —saludó sofocado Joselillo.
—Hola, hijo, buenos días.
—¿Está la Reme? —preguntó todavía jadeante el crío.
—No, está por ahí riba, limpiando.
—Tome usté.
—¿Y esto? —. La señora Casta abrió el envoltorio—. Tomates.
—Sí, los manda el Venan, bueno, el Venancio.
—Pues dale las gracias al Venan. Y a ti por traerlos. ¿Y tú quién eres?
—Yo soy Joseli… José, su hermano.
—¿Quieres un mantecao, Joseli José? Los hice anoche. Tienen azucar y to.
—Claro —fue lo primero que le salió al golosón—. Pero, no, déjelo —ahora habló el vergonzoso.
—Voy a dejarlo… Toma dos, uno pa ti y otro para tu hermano, aunque si te comes tu los dos, no se va a enterar naide.
—No, no, señora. Se lo llevo.
La señora Casta aprovechó el papel de periódico que envolvía los tomates y le entregó a Joselillo los dulces.
—Y ahora sube a dar el recao que traes pa la Reme, anda.
Obediente, José subió la escaleras de dos en dos hasta el segundo piso donde encontró a Reme. Fue poco tiempo, pero le dio tiempo a preguntarse si llevaba algún recado.
—Y ahora sube a dar el recao que traes pa la Reme, anda.
Obediente, José subió la escaleras de dos en dos hasta el segundo piso donde encontró a Reme. Fue poco tiempo, pero le dio tiempo a preguntarse si llevaba algún recado.
—Hola, Joselillo. ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasao algo?
—No, no ha pasao na… Ah… Sólo que el Venancio estaba procupao. Creía que tabía pasao algo a ti, como no vas por el mercao…
—No, a mí no. A mi amiga sí. Y la hestao cuidando. Dile al Venancio que mañana sin falta macerco por allí, que no se procupe.
—Vale. Me voy que dejao el puesto a Venancio y hoy está un poco pallá.
Bajó las escaleras a saltos, los tramos de seis escalones de un tirón y los de quince en tres veces, a pesar de los mantecados que cuidaba como un tesoro. Al llegar al portal, se giró, se asomó a la portería y dijo:
—Oiga, señora, perdone.
—¿No las encontrao?
—Sí, sí. No, es que necesitamos periódicos viejos pa envolver. A lo mejor usté tié algunos, se ma ocurrío al bajar.
—Pues sí que piensas veloz… y bien, porque don Mauro y otro vecino me bajan los ya leídos del día anterior, yo los uso pa encender el fogón y algunos vendo al chamarilero(8). Pero pa lo que dan… Toma, llévatelos, aunque no sé si vas a poder con todos.
—Sí, señora, sí.
—Espera, que me quedo con uno. Hala, hijo, con Dios.
Y así Joselillo, aunque cargado, también llegó contento al mercado.
—Mira lo que te traigo, Venan. Y además, un mantecao pa cada uno.
—Cómete tú los dos , José, a mi no me gusta el dulce, ya lo sabes. Además, te los has ganao, chaval. Contigo da gusto.
—Como quieras(9)—. Joselillo no se hizo de rogar.
—¿Y de lo otro? —preguntó Venancio.
—Ah, sí —habló con la boca llena—. La he visto. Está bien. Ma dicho que mañana viene.
—Menos mal.
—A ver, pichón, menos hablar y más atender. Ponme unas acelgas y unas cebollas, que tengo prisita.
—José, inclina la plaza pa donde vaya la señora, así irá más rápido. Vamos, no ves que tié prisa. Mueve el culo, hombre. Tome aquí tié las acelgas y las cebollas. Pa usté veinte céntimos.
—José, inclina la plaza pa donde vaya la señora, así irá más rápido. Vamos, no ves que tié prisa. Mueve el culo, hombre. Tome aquí tié las acelgas y las cebollas. Pa usté veinte céntimos.
—Eso es mu caro.
—Pues éste lo tiene más barato. Pero como tenía prisa…
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—Cirilo, ¿quieres ver la colección de uniformes militares que he reunido a lo largo de mi carrera?
—Anda, ve —contestó doña Carmina por su marido—. Así hablamos nosotras de nuestras cosas.
Cirilo hubiera contestado que no, el militarismo del señor Alcántara le exacerbaba pero había prometido portarse bien. Así que, resignado se levantó y se fue con su huésped.
—Sí, la verdad es que mi Cirilo es maravilloso. Y sabe mucho de todo.
—Entonces, seguro que se divierten juntos. A Fermín le encantan las guerras y los soldados, y todo eso. Siempre está con libros de militares y mapas.
—Cirilo es igual, todo el santo día con un libro ante los ojos o con un pincel en la mano. Tenemos suerte, no como esos otros maridos que dicen que se van al casino a leer el periódico o al café, y a saber qué hacen o qué se juegan por ahí. Yo no me puedo quejar, desde luego.
—No insinuarás, Carmina, que mi Fermín...
—No, mujer, pero acuérdate de Joaquín, el marido de Rosario, ese que se jugó la hacienda y luego a ella misma al julepe. Nosotras deberíamos estar orgullosas de lo que tenemos en casa. Mi alegría empieza por ahí. Y ahora, cuéntame cosas de tu hijo. ¿Qué tal le va en el extranjero?
—Bueno, y luego me cuentas tú de los tuyos...
—Los míos, ya sabes, bien. Uno está en el banco y muy bien visto. Es el que más se parece a su padre, listo como él solo. Eso sí, también ha salido a él en lo poco cariñoso. Y el otro, anda con ese arquitecto tan famoso, cómo se llama... Ah, sí, Antonio Palacios(10), el del Metropolitano y el Palacio de Comunicaciones de Cibeles. Trabaja en su estudio. Y le conoce personalmente. Incluso se le ha llevado de viaje a Galicia. Se le da tan bien el dibujo como a Cirilo. Menos mal que han salido a él, porque yo soy una torpe. Pero bueno, también hago bien otras cosas. Hay que ser positiva, mujer...
[Continuará]
(1)Comer la lengua el gato. En cuanto al origen de este refrán, sólo he encontrado opiniones, y mira que he buscado. La primera: «[…] Algunos argumentan que viene de las técnicas de castigo de Oriente Medio cuando se les arrancaba la lengua a los mentirosos y se les daba de comida a los gatos del rey, mientras que otros sugieren que se refiere a los látigos de siete colas con que azotaban a los marineros para silenciarlos». Fuente: Bettybridgertraductora.wordpress.com. Y la segunda: «[…] En realidad es ‘te comió [comieron] la lengua los ratones’, tiene sus orígenes en la época de la oscura [Edad Media] en plena peste bubónica, los agonizantes siempre tenían la boca abierta por la dificultad de respirar, como no se podían mover, las ratas se metían en su boca y se comían la lengua, […]». Opinión de ELOHIM en es.answers.yahoo.com.
(2) «[…] Si Hablando de un comilón decimos a veces que come como una lima, o como un sabañón o como un buitre. […] también que se pone como un pepe, o que se pone tonto, o que se pone como un trompo, o que se pone como el chico del afilador, o como el chico del esquilador. Y es que tal vez piensa [así] quien así come —y posiblemente no le falte razón— que "Más vale un hartada que dos hambres". Como reacción en cierto modo egoísta ante estos comilones insaciables surgió el expresivo dicho "no querer alhajas con dientes"». Biblioteca fraseológica y paremiológica, serie Monografías, nº 1, Por la pureza y por el esplendor de nuestro idioma, Jesús Cantera Ortiz de Urbina, Instituto Cervantes, 2012.
(3)José Mª Iribarren en su Por qué de los dichos explica: […] Acabar como el rosario de de la aurora. A farolazos. La frase alude a la procesión de la Cofradía del Rosario, que recorre las calles […] al asomar la aurora. En Andalucía dicen: Acabará como el Rosario de Espera, […] Cádiz, donde suponen acaeció la escena de los farolazos. […]». Ed. Aguilar, 1955, pag. 307. Y, en ABC, 11/11/2014, podemos leer: «[…] La bronca surgió por la fuerte rivalidad que existía entre las dos hermandades importantes de Espera, la de la Vera Cruz y la de las Ánimas. "Espera era un pueblo muy religioso y había mucha competencia entre las dos hermandades. La localidad, que tendría entonces entre 1.500 y 2.000 habitantes, estaba dividida", señala a ABC este licenciado en Historia y autor de cinco libros sobre la historia local que añade cómo "ya había antecedentes de broncas entre hermandades desde antes de 1773". De la tensión entre las dos hermandades da cuenta Fray Baltasar de San José, un religioso jerónimo del monasterio de Bornos autor del Retablo de las Ánimas de la Iglesia de Santa María de Gracia de Espera. Según relata Garrucho Jurado, la muerte en 1749 de un vecino de Espera miembro de las dos hermandades estaría en el origen de la bronca posterior. Al entierro de un hermano acudía tradicionalmente la hermandad con su cruz y en éste ambas se disputaban la prioridad. La tensión entre ambas a raíz de este fallecimiento habría estallado después en el rosario de la aurora. A ello habría contribuido también el presbítero Domingo Antonio Pérez, quien «intentó suprimir la hermandad de la Vera Cruz", continúa Garrucho […]».
(4)Según Alfred López, las paredes oyen «[…] Es un modismo que procede de Francia, del tiempo de las persecuciones contra los hugonotes […] 1572. Según algunos historiadores, en aquellos tiempos, la reina Catalina de Médicis mandó construir, en las paredes de sus palacios, conductos acústicos secretos que permitieran oír lo que se hablaba en las distintas habitaciones, para así poder controlar cualquier conspiración en su contra. La frase las paredes oyen, con el tiempo, pasó a ser utilizada como señal de advertencia acerca de lo que se dice en determinado momento y lugar […]». Por otra parte, Covarrubias en su Tesoro de la lengua (1611) no aclara su origen, pero si lo recoge en su entrada pared: «[…] Las paredes tienen oídos […]». En realidad la historia anterior no tiene que ser falsa, pero lo que sí es falso es que sea el origen de este dicho. He encontrado una referencia en el libro de Alfonso Martínez de Toledo (Toledo, 1398 - ¿1468?) más conocido como Arcipreste de Talavera, titulado Corbacho o Reprobación del amor mundano del año 1438 (un siglo y pico antes de que reinara Catalina de Médicis) , donde en el cap. II, parte 4ª, se puede leer: «[…]Guarda tu lengua y no quieras mucho hablar en público ni en secreto de tu menor, igual y mayor, y especialmente de tu señor o rey, que por secreto que tú el mal dijeres, guárdate que no pase alguna ave por el aire volando, que le lleve las nuevas». Por tanto, se dice: "Guarda qué dices, que las paredes a las horas ([palabras]) oyen y orejas tienen" […]». Leído en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Llego a ello gracias a una nota de Arturo Ortega Morán.
(5)No llegar la sangre al río. Ocurre que desde antiguo era habitual que muchas batallas se celebraran cerca de los ríos, pues los pueblos o ciudades se solían fundar en las cercanías de uno. Así, cuando algún ejército ponía sitio a alguna ciudad —que solía estar enclavada en una zona alta para una mejor defensa— la sangre de los muertos y heridos corría pendiente abajo hasta alcanzar el agua y teñirla de rojo. Si la escaramuza era ligera, no daba lugar a que la sangre llegara al río. Fuente: varias.
(6)Miguel Hernández, El niño yuntero, 1937.
(7)A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo. Justa o injustamente, nuestra casa llena.
(8)DRAE, 2014, 23ª edición, «[…] chamarilero, m. y f. Persona que se dedica a comprar y vender objetos de lance y trastos viejos […]».
(9)Cq :)
(10)Un gran desconocido en Madrid. Para saber más del arquitecto Antonio Palacios pulsar aquí. Y si quieres conocer su obras, aquí. Merece la pena.
(10)Un gran desconocido en Madrid. Para saber más del arquitecto Antonio Palacios pulsar aquí. Y si quieres conocer su obras, aquí. Merece la pena.
Cada vez está más interesante esta historia. Me gusta el hermano del Venancio!
ResponderEliminarSí, a mí también, creo que va a ser una gran persona, jeje.
EliminarGracias, Beatriz. Un saludo, JC.
Un capítulo con mucho jugo, J.C. Desconocía lo del Rosario de la Aurora, aquí siempre aprendo cosas nuevas y orígenes de los dichos, y eso me gusta. La Reme y el Venan me encantan también, hacen buena pareja, ya yo me los imagino físicamente. Y a la Carmina se le nota lo orgullosa que está de su Cirilo, aunque él debe ser todo un personaje.
ResponderEliminarBueno, muy interesante el capítulo de hoy, y a esperar por el siguiente. Muchos abrazos
Eres un cielo, Ligia, siempre ahí. "Mencanta" que "materialices" a la pareja. Yo, la verdad, los tengo todo el día en la cabeza con muchos más, pero soy incapaz de ponerles cara. Si les veo moviéndose, gesticulando, etc, pero no, no les pongo cara. Algún día te contaré la historia real de Carmina y Cirilo. Pero por ahora, vamos a mantener el secreto. Casi todos mis personajes, incluso algunos sin importancia, están basados en recuerdos de personas que conocí y que conozco. Por ejemplo, las "patadas" que da al hablar Reme (ultramaridos) lo he sacado de una vecina a la que quiero mucho. A Leroy Merlin le llama Elror Meyer, por ejemplo. Bueno, que me enrollo, gracias, Ligua, un beso, JC.
EliminarOtro lunes y otro capítulo interesante como sus personajes. Y ahora, se me vino a la mente un dicho que decimos por aquí, bueno no sé si por ahí también. De domingo a domingo te vengo a ver, cuando será domingo para volver.
ResponderEliminarSaludos.
Preciosa frase, cargada de amor. Así la entiendo yo. Fresca y rotunda, del pueblo, tradicional (no sé si lo es pero a mí me lo parece). Espero no olvidarme de ella. La escribiré cien veces, jeje. Seguramente la incluiré, aunque no sea madrileña, merece la pena divulgarla (a gritos). Gracias, Varinia. Un saludo. JC.
ResponderEliminarPero este relato nos tiene en vilo, con idas y vueltas de los personajes, besos
ResponderEliminarMe lo tomo como un piropo, jeje. Gracias, Abril. Besos, JC.
ResponderEliminarMe encanta... Joselillo es todo un personaje, me encanta!!!
ResponderEliminarY el resto que decir, me encanta cómo estás construyendo la historia.
Besos,
Y a mí que me lo digas. Luego me preguntan de qué engordo, jeje. Muchas gracias, Ayra y muchos besos. JC.
EliminarEstupendo y estupenda ésta vez el origen de las frases, que aunque conozco el significado de la gran mayoría, ignoro su origen. No me digas que tomarse el trabajazo de buscar datos y consultar, no tiene su mérito. Un mérito de escritor de primera linea, al menos para mí, lo es.
ResponderEliminarY en cuanto al capítulo de hoy todavía no veo de qué manera se va a entre cruzar el matrimonio Cirilo-Carmina en la vida de Gertru. Como es lógico estás poniendo en antecedentes. Bueno, habrá que esperar.
Nos vemos.
Muchas gracias, Nita. No es por humildad, ni siquiera falsa, es que me encanta nuestro idioma y soy muy curioso. Lo único que hago es compartir información, porque sentirse un diminuto eslabón entre mi ayer y su mañana, es una forma de agradecérselo a los que antes lo hicieron para que yo supiera algo. Es un poco enrevesada la explicación, pero espero que se entienda.
ResponderEliminarNo sé si se cruzarán las vidas de esos personajes, de momento son paralelas, tal como yo las he imaginado. Entre los pobres y los marqueses, empezó a aparecer una clase que hoy es la más grande de la pirámide poblacional: la burguesía. Y el matrimonio es su representante. También puede servir para que otras parejas se puedan ver reflejadas puntualmente en ellas. Gracias, de nuevo, Nita, eres un encanto. Nos vemos.
Ay el Joselillo, que listo nos ha salío!
ResponderEliminarBuenas lecciones de humildad nos das en cada capítulo, está bien leerlas a veces para que no se olviden ;-)
Continúo con el siguiente... Gracias JC!
Besitos
Gracias a ti, Amanda. A mí Joselillo atambién me está haciendo pensar de lo lindo, no te creas :-)
ResponderEliminarBesos,
JC.
Con Fermín no creo que haya peligro, pero alguna Felipa sí podría llegar a reconocerse, jeje. Yo diría que te la has jugado un poco.
ResponderEliminarDe Joselillo reconozco los andares obviamente :).