CAPÍTULO 3
De lo que fue de mi aldea
espués de la pérdida de
Kama, todos decidieron que ninguno de nosotros saldría sin compañía del poblado. ¿Sabes?, ahora la
medida se me antoja inútil e ingenua. Sirvió entonces para excusar el miedo que
teníamos de alejarnos de la seguridad de las chozas y de nuestros mayores. Y la
juzgo hoy en día inocente y vana porque cualquiera se puede imaginar un
encuentro entre una fiera de ese calibre, y hambrienta, y un grupo opositor
compuesto por unos cuantos críos cagados de miedo y desarmados. No hace falta
tener mucha imaginación y experiencia en estas lides para saber qué hubiera
ocurrido después del «¡Sálvese quien
pueda!». Pero las mentiras de ese tipo y la suerte eran la base de nuestra
supervivencia. Si no, ninguna madre nos hubiera mandado a por agua al día
siguiente de la tragedia. Eso sí, con la advertencia de que fuéramos
acompañados, sabedoras de que en el poblado nada más que había niños, mujeres y
ancianos; los guerreros que no guerreaban, se ganaban la muerte, como ya he
dicho, en la mina. Otros eran los que
hacían la guerra sin saber nosotros el motivo. Nuestros padres ya tenían
bastante con ser explotados, porque, no sé si lo sabes, pero allí los turnos
laborales no llegaban a las veinticuatro horas porque en la mina no había
recursos eléctricos. Hoy día seguro que ya han logrado incluir en el convenio
la jornada de veinticuatro horas. Por mucha fogata que encendieras no veías un
pimiento agachado dentro de los agujeros. Lo sé por experiencia. Mientras el
hambre nos mataba en silencio y los leones sin que fuéramos vistos, las
milicias revolucionarias, que las había para todos los gustos, como los
colores, sembraban el terror derivado y necesario para cualquier ambición de
poder o dictadura que se precie, o acaso no te acuerdas ya de lo que tú mismo
viviste y me has contado de los atentados terroristas. Sabes tan bien como yo
que esas gentes necesitan del horror para que el efecto de su violencia sea aún
mayor de lo que puntualmente es, que ya es bastante. De esa forma se ahorran
víveres, desplazamientos, munición y el esfuerzo de apretar los gatillos.
Cuanto más atroz es la toma de un poblado, cuantas más violaciones se cometen,
más lejos llega la barbarie en todos los sentidos y más se oyen los gritos de
las violadas. Los dos o tres que indultan los terroristas pasan por tantas
aldeas al huir y al informar que ni siquiera la labor de un gabinete de prensa
de un candidato a la presidencia de USA se le puede igualar. Y, además, gratis
y engrandecida. El boca a boca no solo hace viajar las noticias, también las
desvirtúa y exagera, para bien o para mal. Así, las veinte violaciones se
convierten en cincuenta y los muertos se multiplican por cinco aunque no sepas
multiplicar. Y así llegó la última masacre que no podíamos ni imaginar, por más
veces que nos lo hubieran advertido. A mi familia la indultó el destino, pues
en un esfuerzo por parte de padre para reconciliarse con madre, solo se le ocurrió
que toda la familia hiciera algo en común. Pero, claro, allí donde nací, salvo
cantar, dormir, y, a veces, comer, y siempre sufrir, poco se puede hacer en
familia. No hay cines sino imaginación, no hay zoológico sino selva, no hay
anuncios que te prometan la felicidad si compras un detergente, no hay televisión
sino una iglesia, no hay cumpleaños felices que celebrar, no hay nada, salvo
tirar para delante como sea. Bueno, la verdad que se puede ir a por agua en
familia y darse un baño con muchas precauciones. Y eso en la época de lluvias.
Así que con los cántaros y los pellejos nos fuimos todos al río donde, después
de bañarnos y disfrutar del agua, comenzamos a recogerla en los cacharros. Justo
en aquel momento, cuando casi acabábamos, oímos disparos y gritos. Madre mandó a
todo el mundo que se escondiera. Yo me di cuenta de que mi hermana mayor,
Delande, era la más afectada. Madre hubo de sujetarla y amordazarla con la mano
para que no gritara y nos descubrieran. Era como ya si hubiera vivido la escena
que ocurría en nuestro poblado, y que yo no era capaz de visualizar en mi mente
infantil. Pero eso me duraría poco como verás. Porque, nosotros, pegados al
suelo y tras unas matas, nos creíamos a salvo hasta que un miliciano a nuestra
espalda, desde la otra orilla del río, nos habló en francés y nos ordenó que nos
dirigiéramos a la aldea. Y para convencernos, porque dudábamos, disparó a
nuestros pies. Mi abuela, en contra de lo que pretendían aquellas balas, a
punto estuvo de meterse en el agua y encararse con el terrorista a manos
limpias, pero madre la sujetó y, con suavidad y firmeza, la unió a sus hijos.
Sin poder abarcar los cuerpos de todos nos guió pendiente arriba. Y allí
quedaron los cántaros y los baldes. Claro, que poco importaban. Padre que se había
quedado como una estatua después y antes de los disparos, reaccionó a los
gritos de aquel hombre que solo se diferenciaba de él en que iba armado. No
juzgo a padre, solo cuento lo que ocurrió. Yo no soy padre y, aunque quiera
meterme en su pellejo, no sé como hubiera reaccionado. Quizá fue lo mejor para
él y para la familia porque, a pesar de las diferencias con madre, seguimos
teniendo padre, al menos mis hermanas. Y al ver mi aldea, lo oído cobró sentido
y a partir de ese momento fui capaz de imaginar cualquier cosa. Llegamos en el
momento en el que otro miliciano, con gorra y hombros llenos de estrellas, se
subía los pantalones ante la madre de Kama que había dejado de gritar pero no
de llorar ni de sangrar, y, tras ceñirse el cinturón, sacaba su pistola y, como
el que bebe un trago de agua, disparaba en la frente a la mujer. Entonces, al
mirar a mi alrededor y ver tanto cadáver, tanto fuego donde había chozas y
tantos hombres armados sí pude imaginar el motivo de los gritos de las mujeres
medio desnudas y de las más viejas muertas sobre la tierra. Pude ver a esos
hombres disparando indiscriminadamente a cualquiera que se moviera y no fuera
mujer joven. Ésas iban a ser carne de otros cañones y mercancía de otras
madamas. Al menos estas mantendrían el pellejo y la esperanza, pero aquellas
otras personas, nuestras abuelas, nuestros ancianos, nuestras madres, nuestros hermanos,
y algún padre que otro, que debieron ser los primeros en caer no tendrían más
posibilidad que pudrirse allí donde habían caído si se lo permitían las otras
fieras. Nos dejaron allí, en medio de la explanada, rodeados de soledad y
muerte, escuchando el crepitar de la madera y la paja al arder. El de la gorra
se acercó y nos dijo: «Ya lo podéis contar —se volvió y ordenó
a uno de sus secuaces—. A la otra
familia, matadla, estos son más. A la niña no». Hizo un gesto y todos los
hombres armados desaparecieron rumbo a la selva, después oímos los últimos gritos
de las niñas con las que aquellos que se autodenominaban guerrilleros harían un
buen negocio con algunos de vosotros. Sin
pensarlo, cogí un cuchillo del suelo e hice un gesto
de rabia. Recibí un
mamporro de madre que me hizo soltar el arma, y en ese momento mi hermana
Delande cayó desmayada al suelo. Y no es que ella fuera más sensible que los
demás, que tardamos en hablar mucho tiempo, sino que tenía sus motivos, como
verás más adelante, aunque lo supe después. Padre dijo un «vamos» apagado al que todos obedecimos. Acaso era la primera vez
que lo hacíamos unánimemente y sin protestar. Nos alejamos un poco, menos mi hermana mayor, a la que hubo que
levantar del suelo y traer a la cruel realidad. De ello se encargó mi abuela
que, abrazada a su cabeza, parecía cantar sin palabras. Después le dio una
contundente y cariñosa bofetada y Delande abrió sus ojos. Mayifa apretó contra
su pecho la cabeza de su nieta para ocultarle todo lo que ya había visto más de
una vez. Así, con los hombros caídos y Mayifa abrazada a Delande dejamos atrás
nuestra vida, que buena o mala, nos habían arrancado como una muela de cuajo.
Antes de abondar la explanada, madre se volvió y e hizo intención de correr
hacia nuestra choza. Todos la seguimos con la mirada e imaginamos adónde y a
qué iba, pero se paró, se volvió y vimos que de sus ojos manaba hacia fuera
todo el dolor que nosotros sentíamos dentro. Y comenzó nuestra huida. O lo que
vuestras estadísticas llaman la migración interna centro-africana. Los
movimientos migratorios entre países africanos suman el 95% del total de ese
continente arrasado por los que viven allí, a sueldo de los que viven fuera,
para que velen por sus intereses. Solo te daré un dato: La RDC es uno de los países con más
recursos naturales del mundo. Y, aun así, es una de las naciones más pobres de
la tierra. Bien es verdad que los organismos oficiales occidentales culpan a
Ruanda y Burundi de esa explotación, sin tener en cuenta que sus clientes son
empresas del primer mundo que fabrican todo tipo de artilugios electrónicos miniaturizados,
como los tan necesarios teléfonos móviles o tablets.
¿Qué sería de vuestro día a día sin el coltan? ¿O sin el uranio? ¿Qué harías tú
sin tu móvil? Ya ni te lo imaginas. Ya sé que yo tampoco me salvo por tu
interés en que tuviera acceso a eso que llamas Interné, y que tantos datos me
ha aportado. Ahí he leído cómo vuestros avezados periodistas denuncian la trama
que la mafia africana ha creado para explotar y vender en negro estas materias
primas. ¿Pero quién compra a las mafias? ¿Quién hace rico a los militares
ruandeses de alto grado? ¿Te lo has preguntado? Si se computaran todas las
muertes segadas por las hambrunas, la religión u odio entre etnias, que Europa
alimentó, y las guerras para controlar los yacimientos, tanto Stalin como
Hitler serían hermanitas de la caridad al lado de los responsables de la
violencia en África, aunque haya otras opiniones contrarias. Y eso que no hemos
contado con la trata de blancas, en nuestro caso negras. Pero, agarrándonos al
acervo popular del refranero de tu idioma, cabría decir que todos la mataron y
ella sola se murió. Y, por supuesto ella es África. «Y encima nos salpican con sus gotas negras que deslucen nuestras
imperfectas democracias» como más de un frente nacional opina. Cuando uno
escucha que los ganaderos de tal o cual región o país han protestado por la
situación del sector, uno piensa que razones tienen porque «todo anda muy mal». Pero cuando a
continuación la noticia sigue y especifica que se han vertido no sé cuantos
litros de leche, a más de uno nos chirría la información y más, cuando, por
casualidad y tras informar de que en la ‘Tomatina’
(1)
se
han usado 150.000 kilos de tomates, las teles o las radios giran hacia las
noticias internacionales y hablan de nuestras hambrunas y guerras. Y no es que
este negro esté en contra de las fiestas populares, pero se pregunta ¿por qué
no se tirarán piedras y enlatan los tomates y los donan a quien pasa hambre,
aunque no sea en África y los tomates no sean comestibles? Las culturas son
caprichosas y los pueblos más. Ya es complicado un individuo, como para
entender las relaciones que establece con los demás y la sociedad que dan a
luz. Todo esto que digo te puede sonar a demagogia, pero aun así no dejaría de
ser cierto, aunque relativamente.
Bajada de elconfidencial.com |
Al leer toda la
correspondencia de Dikembe, si bien la primera vez lo hice de tirón y con
ansia, no encontré ningún victimismo en sus letras. En todo caso, habrá más en
mis palabras que en la suyas, aunque este no debe ser tenido en cuenta, pues es
falso a todas luces. En mi defensa aduciré que todo aquel que se alinea
puntualmente para defender una injusticia, y lo hace basado en la humanidad,
corre el riesgo de exagerar aquello que siente porque, precisamente, la
injusticia es un sentimiento, mientras que la justicia es un derecho más que
universal. Y dicho esto, no sé vosotros, pero yo, cuando siento el mordisco de
una noticia que nunca debería producirse, recurro a la aflicción y los
pensamientos tristes se suman a la sensación de injusticia. Todo ello ayuda a
que el siguiente donativo a una ONG duela menos en mi bolsillo. A otros,
mejores personas que yo, les mueve a un voluntariado que mitiga en magnitudes
muy pequeñas ese sufrimiento que nos hace arrostrar. No somos los individuos los
responsables ni los activos que deberían solucionar estos problemas. No, señor,
no. Deberían ser los estados y aquellas entidades que crean los desajustes en
los derechos humanos, y, aunque algunos se vistan de ovejas y creen fundaciones
para el desarrollo del tercer mundo, la verdad la sabemos todos. Podrían
arreglarlo si quisieran. Eso sí, a todos se nos escapa el motivo por el que no
lo hacen. Sentir dolor no sirve nada más que para sufrir. No arregla nada, como
yo mismo con mis palabras. Hechos es lo que necesitan esas y otras gentes. Y
por mucho que quiera hacer desde mi propia falsa seguridad de títere, sé que
necesitamos el consenso de los poderosos. Aquellos que ponen y quitan
gobiernos, aquellos que quieren arreglar sus mundos, aquellos que negocian con
el mineral de moda, aquellos que se erigen en los mayores demócratas del mundo,
aquellos que ensucian nuestros pulmones con sustancias tóxicas, aquellos que
nos envenenan la sangre con proclamas nacionalistas... Llega un momento en que
ves tantos aquellos como nosotros. Pero no me engaño, son más, y representan
más, quienes cuentan que quienes mandan.
Tú sabrás lo que haces y tus
motivos tendrás para pedirme que te escriba todo esto con detalle, porque no me
creo que sea para que llene mis horas de holgazanería, según tú, y que yo uso
para leer. Lo que sí te ruego es que seas prudente y no presentes mis miserias
a cualquiera. Tenlo presente, por favor. Ayer hube de dejar para hoy tu
encargo, la vista ya no me funciona como antes, prefiero leer a escribir. Ya
hace tiempo también que pierdo altura aunque todavía pueda darte capones con la
barbilla, no se te olvide. ¡Mira!, tu perro se está comiendo en estos momentos
mi otra media zapatilla, así que ya sabes lo que puedes traerme como souvenir de tu viaje, no te doy más
pistas. A buen entendedor… Ah, y le pongo la ración de comida que me dijiste,
no vayas a pensar que le hago pasar hambre al pobre animal y por eso devora lo
que no le corresponde, como tantos otros. Bon,
el caso es que nos tuvimos que ir de donde habíamos llegado ya en otro viaje.
Ni padre ni madre quisieron asentarse en el campamento de refugiados por el que
pasamos sin pena ni gloria, y donde también contamos lo ocurrido. Allí
repusimos fuerzas y víveres copiosamente, pero mis padres no aceptaron la
hospitalidad ni los consejos de los cooperantes europeos. Allí nos vio a todos,
menos a Mayifa, una médica muy amable. Y nos vacunaron de no sé qué. La más
reacia a quedarse, incluso a pincharse, fue Mayifa, que ni siquiera quiso pisar
el campamento, aunque madre consiguió que durmiera al final con nosotros bajo
unas lonas y en el suelo. Con la excusa de orar, siempre se retiraba lejos de
las tiendas de campaña. Ella decía que lo que contábamos nosotros pronto se
olvidaría porque otros llegarían que contarían otras desgracias más nuevas. Que
lo que había que hacer era dejar en paz a Delande y seguir hasta que nadie
supiera de lo que estábamos hablando. Yo lo segundo no lo entendía, pero lo
primero sí, y le daba la razón. Inevitablemente aquella familia, la mía,
portadora de semejantes noticias, haría el trabajo propagandístico gratis a las
milicias rebeldes, porque, por allí por donde pasábamos, dejábamos la simiente del
horror con nuestras palabras. Y como mis padres no sentían suficiente lejanía
con los hechos que te he contado anteriormente, ponían cada vez más tierra de
por medio entre nuestra aldea desaparecida y los suyos, sin saber que el pánico
lo llevaríamos siempre dentro de nosotros. No era cuestión de espacio, sino de
tiempo, como casi todo en esta vida. ¿O no dices tú que la distancia entre dos
puntos de esta ciudad se debe medir en tiempo y no en metros? Eh bien,
c'est ça, mon ami. Y seguramente, para nuestro descargo, fuera
cierto lo que mi abuela opinaba sobre el miedo que metíamos en el cuerpo a
quienes nos acogían, y que no era otra cosa que otros vendrían detrás y
contarían desgracias mayores que harían olvidar la nuestra, con lo que la bola
de horrores rodaría y se haría cada vez más grande. Era la forma que habían
encontrado aquellas malas gentes para llegar a Bamako. Lo que no sabían los
rebeldes es que esos oídos oficiales no oían esa clase de noticias, pero sí las
trasladaban al extranjero para que aparecieran en las portadas de vuestros
periódicos, y así presentarse como garantes contra el terrorismo en mi país.
Así llegaría más dinero de los fondos internacionales, más armas de cualquiera
de los bloques militares y más ayudas políticas. Con lo que, curiosamente, los
terroristas conseguían su propósito: llegar hasta las personas más lejanas a
sus ideas. Si las malas noticias surgían de las sedes de las ONG no tenían
tanta difusión y transcendencia, al fin y al cabo, están todo el santo día
denunciando hechos como los vividos por nuestra familia, ahora lo sé. Ya sabes,
la política se aprovecha de todo aquello que tiene a mano, por muy deleznable
que sea, y convierte cualquier asunto negativo en positivo para la causa del
político. ¿Cuántas veces has escuchado «No,
con la vida humana no se puede hacer política»? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y da
igual que el gobierno de un país sea democrático, seudodemocrático,
dictatorial o impuesto, la política busca el interés de los políticos. Con los
ciudadanos no cuentan, como mucho son usados en la capital para ser abrazados
por los ministros y presidentes en las pompas fúnebres de las víctimas, éstas
elegidas por el impacto en los medios de comunicación internacionales, y
aquellas, sus familias, para ser grabadas junto a los verdaderos protagonistas,
ellos, y difundidas por la CNN ,
la BBC o/y Al
Jaseera: «Miren ustedes lo humanitarios
que somos, lo preocupados que estamos por los ciudadanos». Los ciudadanos
muertos diría yo, porque por los vivos… Como dice una canción de hace unos
años: «Lo están gritando/siempre que
pueden/Lo andan pintando por las paredes»
(2)
. Pero,
una de dos, o ya os habéis avezado a estas denuncias y peticiones, o es que os
habéis quedado sordos y ciegos. Yo secundo esta segunda opinión, que los ojos
que no quieren mirar también son sordos, porque yo sí oigo los gritos de
angustia y no miro hacia otro lado. Y no solo me llegan los lamentos de mi
aldea, de mi país o de mi continente. Te lo aseguro. Bon, dejemos a un lado mis percepciones y opiniones, porque, a
parte de que no me has pedido estas últimas, vas a empezar con la cantinela de
siempre: que si soy un quejicoso, que si soy un gemebundo, un apátrida y no sé
qué cosas más… Mejor te dejo, que por
hoy ya es bastante y me he puesto de mal humor. Tu amigo,
(1)
[↑][Volver]
[↑] La Tomatina. Fiesta popular de Buñol (Valencia) declarada de interés
turístico. Se celebra el último miércoles del mes de Agosto desde 1945, con
algunas interrupciones. Fuente página oficial del evento.
(2)
[Volver]
[↑] Versos finales de Por las paredes (Mil años hace)
del álbum 1978, letra y música de Joan Manuel Serrat, lanzado ese mismo año.
A mí estos temas también me ponen de mal humor... y me dejan sin palabras. Abrazos, J.C.
ResponderEliminarLigia, te diría que tuvieras un poco de paciencia. En principio el relato "pone de mal humor", pero después Dikembe, gracias a su sutil humor e ironía, te hará sonreír. O eso espero. Gracias, JC
EliminarComo ya presentí,tras leer la presentación de tu relato,me tienes enganchada..
ResponderEliminarNo se si es algo bueno o no tanto ya que es un relato que refleja tan bien la realidad africana que al leerlo acabo con el animo algo desgastado de imaginar (levemente, ya que esa realidad solo puede vivirse) unas vidas con tanto sufrimiento.
La injusticia es un sentimiento, efectivamente. Las personas sensibles lo sufrimos mas, por ello a veces queremos cerrar aunque sea por un instante los ojos, pretendiendo jugar a ser un avestruz...sin saber que la realidad esta donde planta sus propias patas por mucho que no quiera verlo...Pero también es licito querer no sufrir,querer evadirse.....
Tengo un amigo con tu mismo nombre que ha viajado como turista bastante por África, y siempre volvía con una sensación agridulce, disfrutaba de una naturaleza única pero también paseaba por las orillas de "vidas" que no merecían ese nombre...
Algo semejante sentí yo misma al volver de India...pero esto es otra historia.
Simplemente, gracias por recordarnos que en este lugar del mundo en el que nacimos por casualidad debemos tener el valor de ser agradecidos.
Los políticos? Una raza aparte...
Besos
Mucho me dices en tu comentario, Lola. Yo tampoco mle miro siempre a la vida a los ojos. Pero sé cuando lo hago y porqué. Gracias, JC.
EliminarTriste realidad. Esta realidad es como la pescadilla que se muerde la cola.
ResponderEliminarLo de la tomatina, algo que siempre me ha molestado, como esas fiestas que derrochan el agua.
Veremos si mas adelante será tiempo de reír. Un abrazo J.C.
Ah! Feliz Día de Canarias. Jajaja
ResponderEliminarSeguro que sí. Siempre es tiempo de reír y más en vuestra preciosa tierra. Feliz día de Canarias. Gracias, Varinia.
ResponderEliminarCuando surgen estos temas suelo terminar discutiendo, porque NO ENTIENDO por qué no se buscan soluciones o determinaciones para tantas calamidades. Luego te das cuenta que hay muchos intereses de por medio y no se desea meterse en camisa de once varas. Y más tarde la impotencia te hace caer en pozos oscuros en los que ves que al fin y al cabo la vida es una ruleta, porque en un sentido u otro en todos los sitios hay sufrimientos en una escala imposible determinar su nivel. Y en mi caso concreto, no sé si por sensibilidad o por qué razón, empiezo a ver todo negro, en todas las cosas y en todos los sentidos. Con un estado de ánimo tan bajo he de hacer verdaderos esfuerzos por mantener la mente fuera del alcance de esa oscuridad.
ResponderEliminarCuántas cosas más pasarán y que no sabemos.
Una carta verdaderamente escalofriante JC, ojalá hubiera sido una película, NO LA REALIDAD.
Un abrazo.
Comparto tu pesimismo, pero gracias a mi inmadurez e idealismo a veces sonrío a un niño y me creo aquello de los Reyes Magos. Hay que acudir a cualquier recuerdo, a cualquier sueño para que la vorágine no nos coma. Gracias, Nita. Un abrazo, JC.
ResponderEliminarEs verdad que lo mas cercano que vemos es mas bien negativo, con muchos intereses y violencia gratuita, como la de los aficionados que han ido a la Eurocopa, pero como tu JC me aferro a los Reyes Magos o a lo que sea que aunque me cierre puertas me abra ventanas... a ver si lo conseguimos.
ResponderEliminarSaludos.
Chary :)
Ya medio centrado y con PC. Seguro que sí, Chary, gracias y
Eliminar♪♪ a por ellos, e o, a por ellos e o e ♪♪. Saludos JC.
Yo soy de las de los ojos sordos JC, quizá por consuelo, porque cada día hay que vivir sabiendo que, como bien dices tú quién realmente podría solucionar no lo hace porque no interesa, así que prefiero vivir en mi "burbuja de gominolas" como yo la llamo, aunque sé que puede ser egoísta por mi parte.
ResponderEliminarEn fin, espero con ansia los capítulos que me hagan sonreir.
Besitos
Todos somos así. No es más que el instinto de conservación. Pero el asunto, llevado a otros niveles no es instinto, sino interés. Y, creo, que lo que no saben, es que a los interesados les podría ir mejor si pudieran incorporar a sus mercados a todos los consumidores posibles. En fin que nunca dejaré de creer en las utopías. Gracias Amanda. Un beso, JC.
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