Capítulo 2
De quien soy y de mis primeros padres conocidos
o te quiero ocultar a ti, ni a nadie, de
donde vengo, si bien, verás que no sabía donde iba, como a muchos de vosotros
os debió pasar allá cuando no os interesaba lo más mínimo alcanzar una meta. Yo
nací cerca de Gwane, junto a la frontera
de la República
Centro Africana, si bien crecen otra cercana a Shasa, no
lejos de Karuba, estas dos en la provincia de Kivu del Norte, y las tres en la República Democrática
del Congo, tal llaman ahora a esta nación,
ubicada en la zona central del continente Africano. El país donde nací, que me es indiferente, no así el continente, tiene casi más nombres que el miembro masculino para los que hablamos el español, porque, a parte del histórico Zaire y anteriores Estado Libre del Congo o Congo Belga, también es llamado Congo-Kinshasa, Congo Democrático o RDC. Y todo ello sin entrar en los idiomas nacionales de mi gente como el kikongo, el suajili, el lingala o el chibula a los que habría que añadir el idioma francés traído por los belgas, como bien sabrás. Así que podemos pasar de Repubilika ya Kongo Demokratika a République démocratique du Congo sin ningún esfuerzo, aunque también en este recorrido podríamos decir Jamhuri ya Kidemokrasia ya Kongo, Republiki ya Kɔ́ngɔ Demokratiki y Ditunga día Kongu wa Mungalaata para que ninguno de mis compatriotas me tilde de acallar sentimientos nacionalistas, aunque los nuestros no sean como los vuestros. Cualquiera podría pensar que tal amalgama puede llevar a no entendernos, y, acaso, si lo pienso, tengáis razón por vuestras experiencias, pero allí en el centro del continente negro hablar thamasek o bambara, por citar dos lenguas foráneas, no tiene importancia. Aquí quizá extrañes tú el catalán o el asturiano. En fin, que no conozco si madre me parió en aldea, en selva o en mina a cielo abierto. El caso es que nací de mujer, como todos, y tuve abuelos y abuelas, como todos, aunque yo solo recuerde una, como algunos. Mayifa me crió y pasamos las hambrunas juntos, aunque mejor sería aclararte que yo viví una y ella una docena. También recuerdo, ya instalados cerca de Makumba que padre, por aquel entonces era Mbo Biyombo, se ganaba la muerte de minero extrayendo coltan, a pesar de su edad, porque decir que se ganaba la vida no sería preciso ni justo, bien porque se la jugaba a diario, bien por lo poco que llevaba a casa y lo mucho que se dejaba por el camino. Y no solo en la bebida, ya que consiguió el trabajo al compartir su sueldo con el capataz. Y, a veces, ni siquiera lo traía encima sin orinarlo siquiera, porque otros, más vivos, se hacían con lo que menos nos sobraba en casa y ya había sido compartido. A este respecto, recuerdo las palabras de madre cuando venía padre recién apaleado y sin el jornal: «Podrían quitarte el hambre en vez del dinero, nos iría mejor a todos y a ti el primero». O aquello otro cuando llegaba sin un rasguño y más borracho que una cuba: «Si lo malo no es que te bebas el dinero, sino que me lo mees encima por la noche». No había insultos, ni juicios, pero la mirada con la que acompañaba madre ese deseo o esa otra premonición era peor que la noche que pasaba mi padre al raso. Sí, madre, por aquel entonces Kady Bemba, hija de Mayifa, era más despierta y avispada que padre y encontró la manera de que el jornal que ella empezara a ganarse, obligada por las pérdidas de mi padre, llegara íntegro a casa, y, a veces, engrosado por otros jornales de aquellos que no conseguían llevar a sus hogares, cómo y por lo mismo que padre. Sabedora, por experiencia parida, de que ninguna hembra se salvaba allí de violación, dio la vuelta a la tortilla, como te he oído decir en más de una vez, y por unos francos evitaba sufrir la violencia entre sus piernas. A la vez que se la ahorraba al posible agresor y descargaba a padre de los deberes propios de un marido. Y si el cliente iba muy ebrio, cargaba en la factura una buena propina por los servicios realizados a la ciudad de Karuba, que era donde se acercaba a ejercer su ancestral labor. Cuanto mayor es el mercado más clientes puedes pescar. De hecho fue lo que ocurrió al engendrar en Gwane a mi hermana mayor, Delande, de la que ya te hablaré más adelante y que fue protagonista de mi vida. Y me alegro que no estemos frente a frente, porque me preguntarías el motivo, así, al yo escribirlo por tu gusto y tú leerlo cuando te llegue, me siento libre de no tener que responder al instante como siempre me exiges con tus prisas, mon ami. Más tarde, los peligros de la profesión de madre se lo harían pagar caro, y no solo a ella, sino también a padre. Pero eso es adelantarse a los acontecimientos que tengo que relatar y para salvaguarda de mi honor, ya que heredé poco de quien debía y no es que les juzgue, porque pobre de aquel que intente erigirse en juez de los hechos que allí se desarrollan día a día. Y no me refiero a los publicados en vuestros medios de comunicación o los que corren por las redes, sociales o no, del mundo y que yo he cogido prestado y conocido no hace tanto. Si tú mismo, o alguno más supiera lo que hay detrás de un artilugio digital de última generación, lo olvidarías tan rápido como pudierais para poder seguir con vuestras prácticas habituales, como yo te veo cada dos por tres, con esos soniditos que me crispan y rompen los silencios deseados y necesarios. Que se me antoja que el cacharro ese tiene más importancia que un amigo. El coltan o coltán solo interesa a las multinacionales, a los gobiernos vecinos del mío y a las mafias propias que lo mueven hasta aquí. A ti, como a la gente de a pie, os suena a chino, si es que no habéis nacido en China o en mi país o en Brasil, como he sabido desde hace poco. Y mientras mi padre se dedicaba a sacar partido del alcohol y mi madre a sacar partido de la carne, yo, las más de las veces, no sacaba partido de nada, así que me iba con Mayifa que me solía contar historias mientras me limpiaba el pelo de mosquitos «moribundos» como ella decía, porque los chicos de mi edad estaban como padre en la mina. Yo cuando iba, era para suplirle después de que los ladrones se excedieran en la paliza. Pero yo no traía los dineros, se los daban luego a él, y ya te he explicado en qué los ocupaba. Todos en la familia éramos católicos, mis tres hermanas mayores incluidas, aunque una de ellas sería algo más, como te he dicho. Bien es verdad que mi abuela rezaba por libre, pues libres habían sido sus ancestros. Se conoce que a mí me pillaban más lejos, pues la libertad llegué a sentirla muchísimo más tarde. Mayifa tenía un importante ramalazo de animista, religión de sus mayores que nunca pudo dejar a un lado, con lo que su dios solo lo reconocía ella, cuestión que no debe extrañar, pues creo que a todos vosotros, los católicos, os pasa lo mismo. Pero pronto acabó mi holganza y no tuve tiempo de oír más historias de mi Mayifa, porque, al final, madre acabó como padre, no en la mina, sino apaleada a diario. Los hombres congoleses son como mis actuales vecinos, aquello muy usado ya no les gusta y si se pone a tiro, pues se le da una patada en el culo, si lo tiene. Así es como me vi yo de minero a tiempo completo, con siete años y un mazo que pesaba más que yo y que usaba indistintamente contra un cortafríos o contra los dedos de las manos que sujetaban el enorme clavo. Claro está que el que hacía de mamporrero del cincel era menor que yo. A la hora de elegir herramienta, a parte de los años, se impuso mi tamaño que no era muy normal para mi edad. Aún de adulto me siguen llamando grande: «Señor Biyombo, es usted muy grande». Te aclaro que se refieren al tamaño corporal como ya he declarado y tú sabes, porque ver grandeza en un negro que viene de la selva por parte de un refinado occidental, solo se da una vez cada dos mil años. Bon, seamos justos, tres, si exceptuamos a Kin Kong o a Gargantúa, también llamado Buddy, uno de los gorilas más grandesjamás robados a la selva, allá por 1929. Y estoy de acuerdo con que los de mi raza compartimos con los gorilas la mirada, acaso porque vemos las mismas cosas y sufrimos las mismas vejaciones. Aunque algunos de mi color se lo tomen a mal, a mí la comparación me parece un halago.
ubicada en la zona central del continente Africano. El país donde nací, que me es indiferente, no así el continente, tiene casi más nombres que el miembro masculino para los que hablamos el español, porque, a parte del histórico Zaire y anteriores Estado Libre del Congo o Congo Belga, también es llamado Congo-Kinshasa, Congo Democrático o RDC. Y todo ello sin entrar en los idiomas nacionales de mi gente como el kikongo, el suajili, el lingala o el chibula a los que habría que añadir el idioma francés traído por los belgas, como bien sabrás. Así que podemos pasar de Repubilika ya Kongo Demokratika a République démocratique du Congo sin ningún esfuerzo, aunque también en este recorrido podríamos decir Jamhuri ya Kidemokrasia ya Kongo, Republiki ya Kɔ́ngɔ Demokratiki y Ditunga día Kongu wa Mungalaata para que ninguno de mis compatriotas me tilde de acallar sentimientos nacionalistas, aunque los nuestros no sean como los vuestros. Cualquiera podría pensar que tal amalgama puede llevar a no entendernos, y, acaso, si lo pienso, tengáis razón por vuestras experiencias, pero allí en el centro del continente negro hablar thamasek o bambara, por citar dos lenguas foráneas, no tiene importancia. Aquí quizá extrañes tú el catalán o el asturiano. En fin, que no conozco si madre me parió en aldea, en selva o en mina a cielo abierto. El caso es que nací de mujer, como todos, y tuve abuelos y abuelas, como todos, aunque yo solo recuerde una, como algunos. Mayifa me crió y pasamos las hambrunas juntos, aunque mejor sería aclararte que yo viví una y ella una docena. También recuerdo, ya instalados cerca de Makumba que padre, por aquel entonces era Mbo Biyombo, se ganaba la muerte de minero extrayendo coltan, a pesar de su edad, porque decir que se ganaba la vida no sería preciso ni justo, bien porque se la jugaba a diario, bien por lo poco que llevaba a casa y lo mucho que se dejaba por el camino. Y no solo en la bebida, ya que consiguió el trabajo al compartir su sueldo con el capataz. Y, a veces, ni siquiera lo traía encima sin orinarlo siquiera, porque otros, más vivos, se hacían con lo que menos nos sobraba en casa y ya había sido compartido. A este respecto, recuerdo las palabras de madre cuando venía padre recién apaleado y sin el jornal: «Podrían quitarte el hambre en vez del dinero, nos iría mejor a todos y a ti el primero». O aquello otro cuando llegaba sin un rasguño y más borracho que una cuba: «Si lo malo no es que te bebas el dinero, sino que me lo mees encima por la noche». No había insultos, ni juicios, pero la mirada con la que acompañaba madre ese deseo o esa otra premonición era peor que la noche que pasaba mi padre al raso. Sí, madre, por aquel entonces Kady Bemba, hija de Mayifa, era más despierta y avispada que padre y encontró la manera de que el jornal que ella empezara a ganarse, obligada por las pérdidas de mi padre, llegara íntegro a casa, y, a veces, engrosado por otros jornales de aquellos que no conseguían llevar a sus hogares, cómo y por lo mismo que padre. Sabedora, por experiencia parida, de que ninguna hembra se salvaba allí de violación, dio la vuelta a la tortilla, como te he oído decir en más de una vez, y por unos francos evitaba sufrir la violencia entre sus piernas. A la vez que se la ahorraba al posible agresor y descargaba a padre de los deberes propios de un marido. Y si el cliente iba muy ebrio, cargaba en la factura una buena propina por los servicios realizados a la ciudad de Karuba, que era donde se acercaba a ejercer su ancestral labor. Cuanto mayor es el mercado más clientes puedes pescar. De hecho fue lo que ocurrió al engendrar en Gwane a mi hermana mayor, Delande, de la que ya te hablaré más adelante y que fue protagonista de mi vida. Y me alegro que no estemos frente a frente, porque me preguntarías el motivo, así, al yo escribirlo por tu gusto y tú leerlo cuando te llegue, me siento libre de no tener que responder al instante como siempre me exiges con tus prisas, mon ami. Más tarde, los peligros de la profesión de madre se lo harían pagar caro, y no solo a ella, sino también a padre. Pero eso es adelantarse a los acontecimientos que tengo que relatar y para salvaguarda de mi honor, ya que heredé poco de quien debía y no es que les juzgue, porque pobre de aquel que intente erigirse en juez de los hechos que allí se desarrollan día a día. Y no me refiero a los publicados en vuestros medios de comunicación o los que corren por las redes, sociales o no, del mundo y que yo he cogido prestado y conocido no hace tanto. Si tú mismo, o alguno más supiera lo que hay detrás de un artilugio digital de última generación, lo olvidarías tan rápido como pudierais para poder seguir con vuestras prácticas habituales, como yo te veo cada dos por tres, con esos soniditos que me crispan y rompen los silencios deseados y necesarios. Que se me antoja que el cacharro ese tiene más importancia que un amigo. El coltan o coltán solo interesa a las multinacionales, a los gobiernos vecinos del mío y a las mafias propias que lo mueven hasta aquí. A ti, como a la gente de a pie, os suena a chino, si es que no habéis nacido en China o en mi país o en Brasil, como he sabido desde hace poco. Y mientras mi padre se dedicaba a sacar partido del alcohol y mi madre a sacar partido de la carne, yo, las más de las veces, no sacaba partido de nada, así que me iba con Mayifa que me solía contar historias mientras me limpiaba el pelo de mosquitos «moribundos» como ella decía, porque los chicos de mi edad estaban como padre en la mina. Yo cuando iba, era para suplirle después de que los ladrones se excedieran en la paliza. Pero yo no traía los dineros, se los daban luego a él, y ya te he explicado en qué los ocupaba. Todos en la familia éramos católicos, mis tres hermanas mayores incluidas, aunque una de ellas sería algo más, como te he dicho. Bien es verdad que mi abuela rezaba por libre, pues libres habían sido sus ancestros. Se conoce que a mí me pillaban más lejos, pues la libertad llegué a sentirla muchísimo más tarde. Mayifa tenía un importante ramalazo de animista, religión de sus mayores que nunca pudo dejar a un lado, con lo que su dios solo lo reconocía ella, cuestión que no debe extrañar, pues creo que a todos vosotros, los católicos, os pasa lo mismo. Pero pronto acabó mi holganza y no tuve tiempo de oír más historias de mi Mayifa, porque, al final, madre acabó como padre, no en la mina, sino apaleada a diario. Los hombres congoleses son como mis actuales vecinos, aquello muy usado ya no les gusta y si se pone a tiro, pues se le da una patada en el culo, si lo tiene. Así es como me vi yo de minero a tiempo completo, con siete años y un mazo que pesaba más que yo y que usaba indistintamente contra un cortafríos o contra los dedos de las manos que sujetaban el enorme clavo. Claro está que el que hacía de mamporrero del cincel era menor que yo. A la hora de elegir herramienta, a parte de los años, se impuso mi tamaño que no era muy normal para mi edad. Aún de adulto me siguen llamando grande: «Señor Biyombo, es usted muy grande». Te aclaro que se refieren al tamaño corporal como ya he declarado y tú sabes, porque ver grandeza en un negro que viene de la selva por parte de un refinado occidental, solo se da una vez cada dos mil años. Bon, seamos justos, tres, si exceptuamos a Kin Kong o a Gargantúa, también llamado Buddy, uno de los gorilas más grandesjamás robados a la selva, allá por 1929. Y estoy de acuerdo con que los de mi raza compartimos con los gorilas la mirada, acaso porque vemos las mismas cosas y sufrimos las mismas vejaciones. Aunque algunos de mi color se lo tomen a mal, a mí la comparación me parece un halago.
No sé lo que
pensaría mi amigo Mendes al leer esta palabras, pero yo pienso que ya es
bastante ser un niño para que encima te exijan resultados económicos. Ya no es
por la falta de moral o por crueldad que la esclavitud infantil es execrable,
sino porque no es exigible. Y eso la convierte en injusta. Aquel que aprovecha
su experiencia para que un niño produzca, cual obrero adulto, es digno de ser
colgado por las pelotas, metáfora que me permito por mi condición de varón. A
una cría se le puede enseñar cualquier cosa, que la aprenderá. Pero lo primero
debería ser que tomara conciencia de ser una persona que puede elegir. Un niño
puede obedecer por respeto o por temor. Meter miedo en un cuerpo infantil es
tan fácil que cualquier miserable es capaz. Que esa persona te respete, solo
está al alcance de pocos, por muchos padres que lo intentemos incluso. El “aquí
mando yo” y lo que sigue ha dejado de funcionar. La sociedad ya no lo admite,
aunque un hijo sí, porque él admite cualquier cosa. Otra cuestión es la
consecuencia que puede traerte poner tus cojones encima de la mesa. Cuando te
arrastres en las arenas movedizas de la vejez seguramente pienses “porqué no me
habré callado”. Aunque, tal como veo a mi alrededor, o hemos criado cuervos o
somos muchos los que hemos exhibido nuestros atributos en bandeja de plata. Si
no, no se explica la dedicación de algunos hijos frente al olvido de otros.
Estos últimos deben pensar que no han nacido de mujer como por el contrario
afirma Dikembe. Este tema me debería ocupar y no solo preocupar. “Ya es tarde”
es la disculpa que hoy me doy, mañana buscaré otra para acallar una conciencia
que nunca está de acuerdo con lo que hago o no hago. Yo diría que mi noción de
la justicia me la dicta el perro de un hortelano que ni come, ni deja comer,
pero que está todo el días jode que jode. Duele leer las cosas que cuenta
Dikembe, pero duele más pensar que siendo estas una ficción otras no lo son.
Pero sigamos con la carta, porque mis palabras sirven para poco o nada, por eso
mejor me callo.
En la aldea cerca de Karuba, que no es en la que
nací, como te he comentado, hablábamos mucho de un joven en ciernes de
convertirse en hombre. Unos sin saber nada y otros de oídas. Katuku se largó
antes de realizar el ritual de los guerreros watutsi y wahutu, cuya
mezcla define nuestra tribu, para dejar la adolescencia y convertirse en adulto
para siempre. Nadie supo si llegó a conseguir aquello que dejó pendiente. Pero
lo que sí consiguió fue sembrar entre nosotros la semilla de la duda. Si bien,
había quien opinaba que era un cobarde. Conversábamos sobre si era mejor
trabajar en la mina o seguir sus pasos. No todos podían elegir, porque, cuanto
mayor te hacías, menos posibilidades tenías de ser elegido por los amos del
yacimiento. Y claro, con la edad ya sabemos que nos hacemos más cómodos, y
preferimos morir en casa a recorrer un camino desconocido, salida que nadie
dudaba había sido abierta por Katuku. Un paréntesis, mi padre encontró un hoyo
porque untaba al capataz. Lo que nunca pensamos es que hubiera otra
posibilidad, aquella que me ocurriría a mí, por ejemplo. Pero con la edad que
teníamos ningún crío se pone en lo peor o relata lo que no imagina. Eso queda
para los mayores. Los niños fantasean, no se mienten ni pretenden engañar a nadie,
los de aquí y los de allí. Esos sí que son globales. Si tú no te crees que yo,
tu amigo, he visto a Muerte en la selva, es tu problema, porque estoy seguro de
haberla visto. Otra cosa es que aquello que imaginé se correspondiera con tu
realidad. De Katuku y nuestras habladurías aprendimos que la cuestión no era
mejorar, simplemente se trataba de vivir un día más. Lo que todos cobrábamos en
la mina volvía a manos de sus dueños. A través de las pocas tiendas que podías
encontrar en kilómetros a la redonda. Todas eran suyas. Por lo tanto, no se
trataba de ganar más, pues los precios se ajustaban a los jornales. Allí, mucho
y poco dinero era lo mismo. Cuando los cuartos dejan de tener importancia o
sirven para poco, es cuando aparecen los problemas. La semilla de aquel otro
camino contrario al de aguantar carros y carretas para llegar al día siguiente
germinaba entre algunos. También nos influía ver a los pocos ancianos que
sobrevivían a pesar de todo. Luchaban para que sus antepasados no se olvidaran
de ellos. Mantenían vivo lo que representaban y de donde veníamos. Y todo para
nada. Pero, cuando se es viejo, y ahora lo sé, y acaso tú también, recordar es
una de las pocas motivaciones que encontramos para seguir adelante, aparte de
pedirle a un amigo que te escriba sus memorias, y no uso la ironía. La falta de
alimentos y de futuro para los jóvenes que te rodean, te recuerdan lo que tú
pasaste para llegar hasta donde nadie quiere llegar. Todo viejo que todavía
tenía algún diente, podía roer las raíces que los niños cogíamos y llevábamos a
la aldea en un juego tan macabro como divertido. Y el que más raíces y bayas
encontraba era yo. Sí, yo, no te extrañe. Todos mis amigos decían que era
porque yo veía más lejos, por mi altura. Y puede que tuvieran razón, además
porque yo nunca me miraba los pies. Eso sí, les despistaba una vez avistada la
mata y recogía de ella todo lo que podía. Cuando ya no cabían más bayas o
raíces en el hato que hacía con mi camiseta de tu equipo de fútbol favorito,
mira tú qué casualidad, llamaba a gritos a mis colegas, que antes de llegar ya
sabían a qué iban. Por ello me gané el respeto de todos. Mi abuela me lo decía,
«Dikembe, tienes un aire tan despierto
como tus ojos que brillan sobre una piel tan oscura como tu suerte». Nunca
supe si era un piropo o una maldición, incluso hoy no sé cómo tomármelo. Acaso era
simplemente una verdad. Eso era lo que admiraban mis compañeros de juegos, un
chico grande y despierto, con la misma ventura que ellos, diestro en hallar lo
que sus abuelos podían roer y que me agradecían dándose palmadas en la calva.
Si a eso le sumamos mi altura, poco normal para nuestra edad y para ti, se
puede entender que destacara, porque el resto de características, la delgadez,
la oscuridad de la piel, ir medio desnudos y sin zapatos, las compartíamos
todos, amen de nuestro tiempo venturo.
Aunque había otro chaval, este de
estatura normal y más bien tímido, como tú, que también destacaba y cuyo futuro
se truncó tempranamente. Su diferencia no la marcaba un físico heredado de los
Twa, sino una gorra blanca y sucia en la que
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(1)
[↑] El Espíritu de San Luis pilotado por Charles
Augustus Lindbergh (1902–1974) fue el primer avión en sobrevolar el Atlántico
uniendo América con Europa en una travesía sin escalas. El vuelo partió de
Nueva York y terminó en París, a más de 5.810 km . de distancia. Duró
33 horas y 30 minutos. Fuente: EcuRed.cu y National Air and Space Museum.
(2) [↑] Pues eso, amigo mío (fr.).
(2) [↑] Pues eso, amigo mío (fr.).
Parece que ya va tomando "forma" para mis entendederas... Me imagino la dureza en que debió vivir Dikembe, como tantos niños hoy día. Abrazos
ResponderEliminarQue decir de estas cartas que se vislumbran interesantes. Qué poco sabemos de las penurias del continente vecino!
ResponderEliminarAbrazos y hasta el lunes.
Aquí dejo una búsqueda de Kivu Congo en Flickr para poner algo de color a las imágenes que evocas.
ResponderEliminarYa te dije que lo que veo más delicado es el tema del victimismo europeo y, por ahora, me va encajando.
Una primera pincelada de los orígenes de Dikembe. Si ya era suerte poder sobrevivir, un milagro llegar a viejo. Se viene encima un aluvión de infortunios.
ResponderEliminarSaludos.
A veces creo que escondéis una bola de cristal, jaja. Un saludo JC
EliminarA veces creo que escondéis una bola de cristal, jaja. Un saludo JC
EliminarPues ya se vislumbran las penalidades que ha pasado este chico y su familia...
ResponderEliminarVoy a seguir...
Chary :)
Gracias, Chary. También habrá buenos momentos. Un saludo, JC.
EliminarY tanto que duele leer las cosas que cuenta Dikembe...
ResponderEliminarBss
Gracias, Amanda. Busca un poco el humor de Dikembe. Besos y gracias, JC.
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