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Puerta 10 y última
Era mi último viaje a 1925. Me agarré a
mis recuerdos para no sentir un vacío en el estómago. Si era capaz de volver y
poner en negro sobre blanco mi conversación con Cirilo, se habría terminado un largo
año, un tiempo de fantasear en torno a los genes y las vivencias que me hacen
ser madrileño con sangre catalana sin que, a pesar de los tópicos, me ocupe ni
me cree problemas de identidad. Al respecto solo contar mi opinión sobre las
banderas. Sí, es verdad que agrupan, que estrechan lazos entre equis personas. Pero
también es cierto que nos separan de otras. Así que, a esperar una invasión de
marcianos para que la humanidad sea capaz de verse bajo la misma bandera. Si
no, siempre habrá quien nos recuerde aquellas palabras de Martin Luther King: “I have a dream”. Y, por supuesto, este
supuesto también se lo debo a mi imaginación, como cada palabra de Entre
puntada y puntada.
—Le veo muy bien, Cirilo.
—Eso quiere decir que me ve mayor —sonrió
pícaramente.
—No ha cambiado, ¿eh?
—La verdá nos hace libres, jaja. Aunque en este
caso, en vez de libertá deberíamos hablar de senectú, ¿no le parece? Y si
piensa que alguien puede cambiar a una persona, con mi edad y vicios contraídos
está usté tan equivocado como Carmina —esta vez Cirilo sonrió irónicamente y
miró hacía la esquina de la calle Españoleto.
—Veo que sigue viendo el vaso medio vacío.
—Lo contrario también sería mentirse. Y fíjese, si
estuviera equivocado, cuando fuera a beberme el líquido, me encontraría que
tiene más de lo que yo esperaba, con lo cual me llevaría una alegría. En caso
contrario, me disgustaría o me quedaría con sed. No tengo una gran capacidad
para amortiguar y asumir los reveses, justo lo contrario de lo que le pasa a quien
yo me sé, que bendita sea.
—Sí. Ya la conocí el otro día.
—Yo tengo la suerte de conocerla todos los días. Me
pasa algo que a cualquier hombre le serviría para presumir ante sus amistades
varoniles.
—¿Y es…? —le invité a seguir.
—¿Pues qué va a ser? Parece mentira que sea usté
quien dice ser.
—Ya, que todos los días nos levantamos con una
mujer diferente.
—En fin, hemos tenido suerte.
—A veces…
—Digo con el día, hace una mañana preciosa. Y me
alegro que conociera a Carmina. Como le digo es una persona a la que merece la
pena tratar y conocer.
—Están ustedes muy unidos.
—Pues no lo sé, la verdá. No me lo he preguntado. Lo
que sí sé es que prefiero faltarle yo a que ella me falte a mí. Y hablo de
ausencias no de insultos, jaja. En serio, Carmina es capaz de ser feliz en el
infierno y hacer sonreír a Satanás, si es que es anda por ahí. Amén de volverle
loco, se lo aseguro. Yo, en cambio, de existir el cielo, como algunos afirman
sin verlo ni saberlo de cierto, estaría allí incómodo. Ninguno podemos
renunciar a nuestra naturaleza. Y los demás tampoco deberían exigirte que
desertes. Es como la curiosidad, a unos mata, a otros hiere y a nadie deja
ileso.
—¿Filosofa?
—No, para nada. Intentó convencerme a mí mismo de
cómo debería ser yo. Y en modo alguno quiero sentar doctrina. No me entienda
mal, tengo una forma de hablar un tanto avasalladora. Se lo advierto desde el
principio.
—Dígame, ¿cómo ha envejecido?
—Como casi todo el mundo, cumpliendo años, pero sin
celebraciones. Ah, y de mal humor. Aunque ya me he acostumbrado. Lo mío me ha
costado, no se crea. No por envejecer, sino por soportar las felicitaciones y
regalos de quienes te quieren.
—Según Carmina, no sale usté mucho, ni habla con
mucha gente. No sé, da la impresión de que vive hacia dentro.
—Como tenga usté en cuenta las opiniones de
Carmina, sobre todo en lo referente a mí, va usté listo. Yo, para ella puedo
pasar de ser la persona más odiosa a la más admirable en cuestión de un
instante. Y si es usté de los que tienen en cuenta lo que oyen, corre el riesgo
de volverse loco si escucha a Carmina. Y no digo que ella no tenga razón, pero yo
me definiría más como una persona hogareña, no como alguien que no sale y no
tiene trato con los demás. Y a las pruebas me remito. ¿No estamos paseando y
charlando usté y yo? —Cirilo hizo un gesto interrogativo con la cejas—. Por
otro lado, la luz del sol me parece la mayor maravilla, pero como la vemos casi
todos los días, nos hemos acostumbrado. Y eso nos pasa con muchas cosas buenas
y agradables. Por ejemplo, tener agua corriente dentro de casa. Hoy en día, no
todos disponemos de un grifo en la cocina. Una pena ambas cosas, acostumbrarse
a tener lo bueno o no tenerlo. Aunque, lógicamente, uno apuesta por lo primero.
En cuanto a comunicarme, en eso sí tiene más razón, pero, siempre hay un pero,
no en el sentido de reservado, sino de oyente. A mí, aunque no lo crea, me
gusta más escuchar que decir. En nuestro caso es imposible, porque usté ha
venido a que yo le cuente mis vicisitudes. Ahora, la palabra amigo me la guardo
hasta que no tengo más remedio que usarla. ¿No le ha comentado Carmina que no
me gusta sobar las palabras? ¿Que le digo pocas veces que la quiero? Es raro
que no le haya hablado de ello y de mi obsesión con el idioma español.
—¿Por qué nunca dice “mi mujer” cuando se refiere a
ella? ¿Es casualidad?
—No, no es casual, es causal. ¿Está ya usted casado,
verdad?
—Sí.
—¿Y la mujer con la que contrajo matrimonio es
suya?
—Pues no, la verdá.
—Entonces tiene que entender el motivo de no usar
un posesivo cuando me refiero a ella. Carmina no es mujer de nadie, ni mía
siquiera. Solo se pertenece a sí misma, como cualquier ser humano. Y con el uso
del posesivo, a veces, se olvida esa independencia personal e intransferible.
¿Entiende?
—Sí, pero estará conmigo en que es un posesivo
inofensivo, coloquial, rutinario…
—En mi caso creo que lo sería y en el suyo también.
¿Recuerda lo que decía antes sobre acostumbrarnos a lo bueno? Pues también, por
rutina, nos acostumbramos a lo malo también o tomamos como verdá lo que decimos
continuamente sin que sea cierto o tengo otro significado. Convendrá conmigo en
que otros hombres entienden ese posesivo literalmente. Y eso, caballero, es muy
peligroso. Más de lo que creemos. Permite al hombre ver a la mujer como un
objeto de su propiedad y ella, por la misma razón, la rutina o el machaqueo,
asumirlo.
—¿No tiene usté sentido de la propiedá?
—Claro que sí, soy tan egoísta como
cualquier otro. Pero con respecto a Carmina, Javier e Israel no. Bueno, y con
el resto de personas tampoco, aclarémoslo. No me siento propietario de nadie,
ni le reduzco a un simple objeto inanimado. Otro asunto son las cosas
materiales. Por ejemplo, soy muy fetichista respecto a los libros. En cambio,
normalmente regalo aquel libro que más he deseado tener o más me gusta. Y me
duele. También es verdá que dura poco la ausencia de ese título en mi
biblioteca, y recalco el posesivo “mi” biblioteca. Que no me la toque nadie.
—Entiendo, Cirilo. Cambiemos de
registro, ¿qué tal la guerra?
—Esa pregunta no debería hacerla tan
coloquialmente, como el que pregunta por el trabajo o por un viaje. Lo siento,
me ha sonado fatal.
—Perdone. Tiene usté razón, no es un
asunto baladí. Murieron muchas personas y se destrozaron muchas vidas y
familias.
—Cierto. Por eso fue un desastre y la
excusa de unos pocos que destrozó a muchos. Y no sólo a los que perdieron. ¿Recuerda
la famosa frase del señor Churchill referida a sus fuerzas aéreas, la RAF , cuando acabó la guerra?
—No muy bien.
—Nunca tantos debieron tanto a tan
pocos.
—Sí, claro.
—Él la empleó como un reconocimiento a
una labor extraordinariamente positiva para los intereses del Reino Unido. Pero
yo, en el caso de la victoria de los nacionales y por mi forma de ser, la
empleo para lo contrario. Unos pocos están jodiendo la vida a muchos, y añado
por mucho tiempo. Espero que no sea demasiado.
—Ya le digo sí. Pero, no sé, me da la
impresión de que se desmarca de la contienda, como si la hubiera ganado o no le
importara.
—No, para nada. En ninguna guerra gana
nadie, salvo los que venden las armas y salen corriendo. Lo que ocurre es que,
una vez pasada, se simplifica la violencia entre dos facciones y tan solo entre
un ganador y un perdedor, pero yo no me identifico con ningún de los dos, ni
con ningún bando.
—¿No eligió?
—Libremente no. Me hubiera ido con mi
familia y mis pocos amigos de España. Esa hubiera sido mi elección. Pero las
circunstancias, como en tantos casos, me obligaron.
—¿Debo entender que no le afectó?
—Pero bueno, ¿cómo pregunta usté eso?
—saltó un tanto molesto y muy enfadado Cirilo—. Se nota, y no crea que no me
alegra, que no ha pasado ninguna guerra. ¿Qué si me afectó…? Será posible.
Pero… ¿Quién cree que soy?
—Otra vez vuelve a tener razón y otra
vez le pido disculpas. Creo que he deducido sin pensar demasiado. Me parece que
me he pasado un poco de la raya.
—¿Un poco?
—Es un eufemismo. Por la vergüenza que
siento.
—Pues a las cosas hay que llamarlas por
su nombre que para eso está. Así nos entenderemos mejor.
—Bien, vuelvo a expresarle mis
disculpas, Cirilo.
—Que quedan aceptadas y asunto zanjado.
—Gracias. ¿A sus dos hijos les cogió la
contienda fuera de España?
—Por suerte. Esta familia tiene suerte.
Nunca nos ha tocado nada en la lotería ni siquiera en una rifa de feria.
Nuestra suerte es de otro tipo. ¿No sé si me entiende? De esa que te hace no
estar en el peor momento en un sitio inadecuado y al contrario.
—Quiere decir que las desgracias pasan
a su lado y no les tocan de lleno, ¿no?
—Sí, se podría decir así. Al menos de
momento. Sí, nuestra suerte es no tenerla mala, simplemente, que ya es
bastante.
—¿Qué piensa del tiempo?
—Ya se lo he dicho antes. Hoy, para las
fechas que estamos, es maravilloso, para disfrutar de la mañana.
—Me refería a la eternidad y a la muerte.
—Pienso que el ser humano debería
dedicarse más a vivirlo que a medirlo o verlo dar vueltas en un reloj. La
eternidad, ni lo contrario, debería preocuparnos. La primera no la conoceremos
y la segunda es irremediable. Si nos preocupa, dejaremos en manos de otro la
responsabilidad de nuestra vida. Y fíjese que a mí las responsabilidades me
pesan en exceso. Pero la única que no me sobra y a la que jamás renunciaré es
la de vivir mi propia vida.
—Entonces, de Dios ni hablamos.
—Si quiere fabulamos.
—No, ya me queda clara su postura.
—No, no es una postura, es una
creencia, como la contraria, y ambas tienen el mismo valor.
—Y la esperanza, ¿en qué o quién la
pone?
—Nunca podríamos dejarla a un lado. Es
tan intrínsecamente humana como la mentira. Yo, a veces, las confundo. Pero la
esperanza no debería crearnos miedos ni hacernos aceptar sometimientos. Ni
convertirnos en borregos. Debemos defenderla incluso de nosotros mismos.
—Cambiemos de suerte, como en los
toros, ¿Venancio fue un buen alumno?
—No me gusta erigirme en juez de nadie.
No sé si fue bueno o malo. Sí aprendió muy deprisa. Pero hay que tener en
cuenta que desde niño, sin saberlo, estuvo inmerso en un sistema contable. Sin
saberlo, insisto. Cumplía de empresario y todo. La contabilidad es algo intuitivo
y necesario, tanto para la empresa pequeña como para el Estado. Incluso es
necesaria en los hogares. ¿Qué mujer no la aplica en sus compras? ¿Qué persona
no sabe que no puede gastar más de lo que gana, aunque a veces se haga?
—¿Se considera tacaño?
—¡Ay, Carmina de mis entretelas!
—Cirilo miró al cielo y enseñó las palmas de sus manos.
—Pero no se olvide que soy el autor del
relato en el que usté aparece. Algo sabré por mí mismo. No todo sobre usté me
lo ha contado ella.
—Ya, no se moleste usté, caballero. Le
contestaré sin condicionantes. Soy consciente de que no soy un tiraduros, y menos para mí mismo, salvo
para comprar libros, aunque muchas veces me freno. Con los demás me tengo por
muy generoso. Y no es presunción. Creo que es más fácil no sufrir si no tienes
grandes necesidades, y cada vez son más usuales las bibliotecas, aunque
deberían ser más las que abran.
—¿Dice que es más feliz el que menos
necesita?
—No, digo que tiene más posibilidades
de serlo. Pero de la felicidad no me gusta hablar mucho, ¿sabe?, en el fondo no
sé la idea que resume para usté o para cualquier otro ser humano. A saber…
Ahora, si se refiere a estar conforme y en paz con uno mismo, estoy de acuerdo
más que con su frase, con la mía. Hay un matiz muy importante, la mía no excluye
a nadie, la suya sí.
—No sé si publicaré esta entrevista,
¿sabe?
—¿Por?
—Porque me parece que no quedo muy bien
parado.
—Uno no está siempre acertado. Los
utópicos tenemos la ventaja de que no necesitamos esperanza, sabemos que jamás
se perpetrará nuestro sueño. Así que, felices, lo que se dice felices, no vamos
a ser nunca. Solo tenemos esperanza de que la haya.
—O sea, qué es usté utópico.
—No, no está usté muy acertado, o bien,
en este caso, está usté sordo. Pero, ¿acaso no se me nota, hombre?
—Es que en eso también coincidimos y
quería asegurarme.
—Pues no sabe cuanto me alegro. Estar
todo el día rodeado de fascistas, bien originales, convertidos o farsantes, no
es nada agradable. Menos mal que, de alguna forma, el romanticismo y la
ingenuidad de Carmina me vacunan contra cualquier virus ideológico o teológico,
si no, me podría descubrir cualquier día en la calle con el brazo en alto y
contando el Triunfa a España a la
Virgen del Carmen. ¿Usté cree que se puede nombrar capitana
generala a la madre de su dios? En fin, que, entre que la cancioncilla es
pegadiza y que la está uno todo el día escuchando…
—Yo también la aprendí y la canté de
niño. Cuatro veces al día durante siete cursos lo menos —reconocí con una
sonrisa.
—¿Tanto duró este infierno?
—Mucho más de lo que hubiera sido
necesario. Pero dejemos el futuro.
—Solo un matiz, el alzamiento no fue
necesario. Y, si además, me deja sin futuro, lo ha arreglado.
—No, no se alarme. La ventaja que
tienen ustedes los personajes respecto a nosotros, las personas, es que pueden
resultar eternos.
—Pero, la desventaja es que estamos
encerrados en nuestro tiempo.
—Y nosotros también.
—Mira que uno es retorcido, como me
dice Carmina, pero creo que usté me supera.
—De tal palo, tal astilla —contesté.
—Perdone, pero no veo que venga a
cuento su refrán.
—Claro, usté no tiene porqué saber que
Cirilo está basado en mi persona.
—¿Me está usté diciendo, caballero, que
yo soy usté?
—Sí.
—Luego entonces Carmina…
—También.
—Pues, perdóneme que le diga, pero no
tiene una muy buena opinión de sí mismo.
—Eso que lo dice usté. Sé que tengo
mucho margen de mejora para que el espejo en el que me miro no me critique o me
deje de hablar, pero tampoco me veo como un esbirro cualquiera.
—Me ha dejado usté de piedra.
—Pues será al único. Yo creo que todos
los lectores, si no lo sabían, lo habían imaginado. Sus escenas con Carmina no
puede escribirlas nadie que no las sufra a diario. Aunque, a lo mejor, sufrir
no está bien empleado.
—Así que Carmina es… O sea que no es
Carmina.
—Sí hombre sí, no se coma usté el tarro
ahora. Pero sí, Carmina es la proyección de la compañera que me busqué y con la
que he compartido casi cuarenta y cuatro años de mi vida. Y lo que nos queda,
jaja.
—Pues cuénteme, hombre. Ya le he dicho
que me gusta escuchar.
—No viene al caso, lo siento.
—¿Por qué el caso soy yo? Pero no ha
dicho usté que yo…
—No, vamos a ver, que me parece que nos
estamos liando un poco.
—Será usté, porque un servidor lo tiene
muy clarito.
—Pues entonces, seré yo solo. Al fin y
al cabo, para bien o para mal, la responsabilidad de todo lo que ha ocurrido y
ocurre en esta ficción es sólo mía. Bueno, no, también de las lectoras.
—¿Está jugando conmigo?
—Sí, pero no de la forma que piensa.
—Pues no sé cómo va a acabar todo esto.
—Ve, en cambio yo sí que lo sé.
—¿Cómo?
—Es muy fácil, así: FIN. Y sin leer la
palabra en el recuadro de la carta salí de Entre puntada y puntada, porque en
ese momento, la realidad coincidía con la de Mendrugo. Este relato había
llegado a su FIN.
Ahora y siempre, recordaré que al unir las palabras
que me posibilitaron salir de mi imaginación no eran otras que: RELATOS COSO
QUE TE COSO ENTRE PUNTADA Y PUNTADA FIN, si excluimos lo que Gertru y yo
gritamos juntos en su segunda entrevista. Son las mismas que aquellas primeras que
me obligaron a meterme en esta historia y sacar de mí lo que habéis leído. Y, a
pesar de todo lo que he aprendido al escribir, publicar, contestar, pensar y
leer sobre este relato, aún veo esa lucecita de Joan Bapt¡sta Humet que “va diciéndome que no soy yo, que aún no
soy yo”. Y que “a veces pienso
que tengo suerte, sin una perra y aún me divierte mi [actual] profesión, desde la noche en que Dios [?]
quiso comprometerme con el hechizo de una
canción [narración], y ahora acabemos
de ser sinceros que a mi también me mueve el dinero [poco] y la vanidad [algo], pa no ser menos que mis amigos que se conforman con un suspiro
[yo ni eso] de libertad, y una lucecita
que apenas se ve, cuando estoy a solas, va diciéndome que no soy yo, que aún no
soy yo”. Y que, “a veces pienso que lo más grande que tiene
el hombre es el hambre de conocer, y que abrir un libro es abrir las alas de lo
que nunca acabas de poseer [ni de conocer], y empiezas a edificar tu mundo de las ideas en un segundo de intuición,
para acabar bajo los cimientos esclavizando tus sentimientos a la razón” [y
ya estoy harto]. “Y una lucecita que
apenas se ve, cuando estoy a solas, va diciéndome que no soy yo, que aún no
soy yo”. Y que “a veces vibro con
cualquier cosa, una mirada se me hace hermosa si mira en paz, por un cachorro
que se extravía, que así yo entiendo a mis alegrías, vaivén fugaz. Y porque
sufro y me pongo al lado del oprimido y amordazado que se echa a andar, porque
él ha hecho que el mundo gire y hay que cantarle pa'que no olvide su malestar
[y algo más]. Y una lucecita que apenas
se ve, cuando estoy a solas, va diciéndome que
no soy yo, que aún no soy yo”(1).
Y lloro porque se me acaba el sentimiento
que me volvía dueño del mar.
Los sentimientos de los que admiro
están ocultos tras sus palabras al comentar.
Y acabo, sin darme cuenta,
por confundir mi alma con las demás.
Que amar a alguien sin cara y nombre
es lo que hace que crea en el hombre.
Moriré en paz.
“Y esa
lucecita que apenas se ve, va
diciéndome
que no soy yo, que aún no soy yo”.
¡Coño!
Así que, seguiré escribiendo, qué le voy a hacer. Gracias.
Me da la sensación de que eres excesivamente crítico contigo. Me gustó mucho este punto, pero espero que no final.
ResponderEliminarQue voy a hacer los lunes entonces sin mi lectura. Supongo tienes algo ya en mente. A las personas no se les puede acostumbrar a lo bueno porque ya sabes.....
Ni que decirte lo que agradezco que me lo comentará mi hermana y lo bien que me lo he pasado "viviendo" la historia todos los lunes.
Y ese toque final con la canción de Humet que tanto me gusta.
Un fuerte abrazo.
Para mí está claro en esta entrevista a Cirilo, que Carmina o Mary Carmen es el eje de su y tu vida, el complemento perfecto.
ResponderEliminarYo, como Varinia, espero que la lectura de los lunes siga adelante con cualquier historia, y también te doy las gracias por todos los momentos que he disfrutado hasta llegar aquí.
Muchos abrazos, J.C.
A veces,sin pretenderlo tal vez,he podido acercarme a esos sentimientos q conntus palabras pretendías ocultar.Toda una suerte,que sí,existe.
ResponderEliminarMe ha emocionado esta última entrevista que tan bien refleja la esencia de dos personas que son la una para la otra.
Me identifico con tu amor por los libros,la palabra escrita es en ocasiones el modo más directo de hablar con las personas.
Gracias por dejar de lado tu pudor tantas veces y por la valentía de mostrarte tal cual eres.
Espero q ya estés empezando otro nuevo relato q podamos compartir y disfrutar contigo.
Un abrazo
Comparto los comentarios anteriores, no nos dejes sin nuestros lunes de relatos, porfa... Recuerdo que empecé a leerte en verano y no paré hasta ponerme al día con los anteriores. Nos has hecho reír y llorar a veces y me encantaría seguir teniendo el placer de leerte. Carmina y tú formáis una pareja maravillosa,seguid así. Un beso y Gracias.
ResponderEliminarPor ser el último voy a contestaros a todas a la vez, ya que leo que coincidís en sentimientos y deseos. Primero, gracias y segundo gracias. Quiero que sepáis que sí, que nada más acabar Entre puntada y puntada y las entrevistas tenía miedo de ver las hojas del cuaderno en blanco, pero que gracias a un joven de piel morena con el que me crucé en uno de mis paseos matinales ese miedo se fue. Empecé a escribir como un poseso, pero ahora me encuentro agotado y exhausto. Por eso, y por otras circunstancias, me voy a tomar unas pequeñas vacaciones luneras (de lunes). Os prometo que volveré a compartir con todas otro relato, pero no empezaré el próximo nueve. Si bien tengo escritos unos diez capítulos, la estructura no la tengo clara y ya sabéis de que pie cojeo, corregir tras corrección, jaja. Un fuerte abrazo a todas, os habéis convertido en el motor de un cuentista aprendiz. Juan Carlos.
ResponderEliminarComo siempre la última, o de las últimas. 'Jo! ¡Qué le voy a hacer! Para ser Cirilo de pocas palabras, ha llevado todo el peso de la entrevista ¿Eh? Eso sí, se ha desahogado a su gusto. Y aunque al final ha quedado algo confundido, sabemos que volverá a su rutina de siempre. No ha podido quedar mejor final, con un epílogo de cada uno de los personajes y como colofón unas líneas de Joan Baptista que creo te vienen como anillo al dedo.Sí.Mi opinión personal es que si una lectura es capaz de provocar sentimientos, como ha sido el caso, ya es merecedora de reconocimiento. No digo ya si es mejor o peor, porque eso siempre lo será, pero que ha sido especial, desde luego, por varios puntos que me parecen obvios. Siendo la prueba, que ha sabido a poco, sobran las palabras. Por tanto si te encuentras con ánimo JC ahí tienes un filón.
ResponderEliminarPor mi parte, enhorabuena, sabes que no es fácil llegar a todos y como veo buena disposición deja a mendrugo relajarse para poder comenzar con nuevos bríos.
Felicidades y hasta que quieras. Un abrazo.
Pues si que ando yo tardia, tanto tiempo sin pasearme por estos medios, y no queria quedarme sin el final.
ResponderEliminarFelicitarte una vez mas y agradecerte el tiempo que nos has regalado con tus relatos.
Besos
Gracias, Rubí. La fidelidad no exige prisas, jaja. Un beso, JC.
EliminarPues yo más última todavía, pero no quería dejar de leer la guinda de este pastel que me ha llenado cada lunes y me ha hecho más ameno mi desayuno,es un digno broche de oro,gracias por mostrarnos como eres y ya veo que no has dejado de escribir,ya sólo falta que yo me ponga al día.
ResponderEliminarBesos.
Chary:)