Seguidores

lunes, 9 de mayo de 2016

INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Andanzas y tropezones de Dikembe Biyombo


 Declaración de intenciones


HE DECIDIDO SER ‘FAMOSO’. ¿Y por qué? Pues porque he llegado a la conclusión que desde el anonimato he influido en mi sociedad el 0,0%, entendido en términos publicitarios de cerveza. Salvo servir de ejemplo, a seguir o no, a los dos hijos que he criado, mi aportación consciente como individuo social se refiere a votar un programa político que luego, tras el recuento de votos, se olvida, aunque en mi juventud fuera un revolucionario teórico, como hoy. Eso sí, ahora puedo decir lo que quiera (no siempre fue así), aunque debo cuidar las formas para no chocar contra el Código Civil o Pernal, y menos mal, que no el Militar. Me he referido a mis hijos como personas a las que he criado porque el varón nunca tiene la seguridad de que aquellos que pare la hembra que cree haber fecundado lleven sus genes. Y no es que dude, y menos a estas alturas. Este es un hecho que, aparentemente, pasa desapercibido y que por el contrario es de una relevancia crucial para la historia y el devenir del ser humano. Cuando el varón se da cuenta (el conocimiento da poder) de que tiene algo que ver en la perpetuación de su especie, empieza a destruir el sistema matriarcal de una forma progresiva y exhaustiva. Para mí es cuando se alumbra el machismo que perdura y perdurará, por desgracia, por los siglos de los siglos, sencillamente, porque quien hace las leyes es la sociedad machista y corporativa que sufrimos. Si no, es inexplicable, al menos para mí, que pase lo que pasa y sigamos hoy igual o peor que ayer, aunque las formas hayan cambiado: ya no es políticamente correcto poner un twitter machista, por ejemplo, acaso porque el teléfono móvil no es propiedad del político, ya que se lo han costeado bastantes mujeres con sus impuestos. O porque, ahora, lo que se lleva es defender La Ley de Paridad, acaso por eso los más ven a las parejas homosexuales como no procedentes, porque yo la paridad solo la veo entre las parejas heterosexuales, ni en la cámara de diputados, ni en la empresa privada, ni en los clubes de fútbol, ni en las familias monoparentales, ni en ningún sitio, salvo en el citado matrimonio heterosexual mientras dura, y porque no hay más remedio, si no... Hay que joderse, como diría de estar acodado en la barra de un bar. He de reconocer que si bien no nací machista ni homófobo, me educaron para ello, por lo que, durante un tiempo, ejercí de macho hispano. No por actitud, sino por manipulación. Y ya sé lo que cuesta bajarse de un burro que te han vendido como el caballo de batalla que te llevará a todos los triunfos y en el que debes cabalgar si quieres mantener tu dignidad y personalidad intactas, es decir, ser un hombre que se viste por los pies. No soy feminista porque no puedo serlo, pero he llegado, y no sé si del todo, a no ser machista. Y todo gracias a mis propias recriminaciones (cuando me he dado cuenta), a las lecturas, y al consejo de algunas de vosotras. Como tampoco me enseñaron a pensar, debo agradecer a mis genes esta capacidad. Que nadie piense que presumo de nada, porque mis genes los debo compartir con media humanidad, si no con toda, si hacemos real el cuento de Adán y Eva. Así que, mi ego y yo hemos decido poner todo el empeño en hacernos un hueco en el panorama actual de celíbrites. Otra cosa es que lo consigamos, claro, porque no nos van a seleccionar para ningún reality show televiso, eso lo tenemos claro, tanto como que no aceptaríamos, ni mi ego ni yo. De ahí este empeño literario tras ‘el gran éxito‘ del anterior (jaja). No sé exactamente el motivo por el que cambio de actitud y quiero salir a la palestra. Seguramente, de conseguirlo, me arrepienta más de una vez, pero me lo debo y me lo debe mi ego también. Al menos intentarlo. Acaso sea para que se escuchen otras voces, no mejores, pero sí distintas, de las que actualmente oigo y de las que desconfío de la misma forma que otros desconfiarán de la mía. Pero que se lo monten como se lo montan algunos, y encima les escuchen, me parece, si me lo permitís, un agravio comparativo con cualquiera que se levanta a las siete de la mañana y no para hasta que los niños se acuestan, aunque curiosamente sea este personal el que les dé la audiencia. Pero que quede una cosa clara, no represento a nadie, solo a mí mismo, y tampoco quiero sentar cátedra, ni dar lecciones. Eso sí, quiero gritar lo más alto posible mis ideas y ayudar, aunque sea a una persona, a que se forme una opinión propia o se informe sobre cualquier asunto o simplemente a distraerse. Por todo ello escribo esta novela desde la humildad de quien quiere ser cuentista y no pasar por la fama de una forma efímera o televisiva. Estoy seguro que si Cervantes hubiera ganado un Gran Hermano VIP, se le conocería más que por ser el autor de la mejor novela escrita en todos los tiempos. Y, además, debido a ese triunfo pírrico y personal, su novela hubiera sido leída por más personas de las que hoy declaran haberla leído y no solo empezado, que empezar, los humanos empezamos mucho. Como yo, que hoy empiezo a hacer público lo que ya empecé hace unos meses. Ahora, os advierto, la densidad de este nuevo relato puede aburriros, pero confío en vuestra fidelidad. Con que una de vosotras acabe de leerlo, me daría por satisfecho. Y no lo digo con la boca pequeña, sino con la precaución del que no desea engañar. Por eso las entregas serán un poco más cortas, porque requeriréis de más atención. Este texto, por su propia historia y lo que pretende, no podía ser escrito de otra forma, y eso que me costó encontrar la manera de que no saliera más ladrillo de lo que es. Mientras la señora Casta es cercana e incluso cualquiera puede proyectar sobre ella a su propia madre o abuela, Dikembe es un personaje extraño, ajeno a nuestro día a día, e incluso incómodo, alguien que puede irritar nuestra conciencia, aunque creo que también moverá nuestra ternura. Lo mismo ocurre con los nombres propios y con las culturas que, aunque mezcladas quizás en el tiempo y lugar, he querido que fueran reflejo de la realidad. La picaresca, como género literario, siempre me ha fascinado. Luego me enteré de que era consustancial a España. Es el único país en el que se puede hacer esta catalogación gracias a los títulos escritos por los autores de una época concreta de nuestra historia que, según nuestros estudiosos, también es consustancial al género. En ellos hicieron aflorar, generalmente, críos y no tan críos que, usando de la astucia, del ingenio y de las malas artes, pudieron sobrevivir a un destino que, en un principio, parecía más un fracaso. Más tarde me hice con un librote, compendio de Florencio Sevilla, que leí con avidez. Y cual fue mi sorpresa cuando descubrí que no solamente había pícaros, sino también pícaras, como La pícara Justina. Los expertos discuten, y hacen bien, sobre si tal obra pertenece o no a la novela picaresca, de lo que aprendes a pensar. Y también sacas algo de las propias introducciones de estas novelas, sean las que sean que haya seleccionado el filólogo de turno, preciosas por otro lado. Hay que recordar que Internet no ha estado siempre ahí. Ahora es más fácil, gracias a esta red de intercomunicación y las entidades como la RAE o el CVC, entre otras muchas, que se han esforzado y han creado portales virtuales, para que todo quisqui, que pueda y quiera, entre a consultar o leer incluso incunables. Bien es verdad que algunas de estas joyas ya estaban en mi biblioteca, quién no conoce al de Tormes o al Buscón. Aunque conocerlos no te hace mejor, sí es verdad que te abre a un mundo desconocido que a mí, particularmente, me hizo y me hace pensar mucho. ¿Y por qué digo esto?, pues porque hace un tiempo, se despertó en mí la “necesidad” de escribir una novela picaresca. Pero claro, uno no es aquel fraile al que atribuyen el Lazarillo, que todos dicen que fue la novela que inauguró el género, ni un Mateo Alemán, ni un Quevedo…, ni tampoco estamos en el siglo XVII. Así que hube de conformarme con el “no puedes”. Hasta que, recientemente, me crucé en la calle con un chaval de piel oscura en el que resaltaban unos ojos grandes y despiertos, además de una sonrisa blanca y fresca. Iba trajeado y cuando desapareció de mi vista, porque me le quedé mirando descaradamente, mi neurona selectiva envió un mensaje al resto y las tres se pusieron a trabajar como locas. Mi imaginación se disparó, retrocedí cuatro siglos, vestí de harapos al chaval y no supe el tiempo que le estuve poniendo aquella mañana en situaciones, digamos, complicadillas. Me divertí de lo lindo. Esta novela es el resultado de esa chispa que el mes de octubre de 2015 se encendió, al pasear y escribir Entre puntada y puntada, gracias a ese crío que, por desgracia, no reconoceré aunque le vuelva a ver.

Y ya solo queda decir que este libro está dedicado a Mateo, abuelo materno de mis dos hijos que, sin saberlo, me regaló un tercio de lo que más quiere y la niña de sus ojos, aunque ella tampoco lo sepa. Gracias, abuelo.

P.D.: Perdóname José María por haberte “matado”.






INTRODUCCIÓN

Andaba uno sin saber qué hacer, en medio de uno de esos silencios que desprende la soledad, cuando llamaron a mi puerta. Era una tarde tan anodina como lluviosa en la que, desde luego, no esperaba que nadie fuera a visitarme. Abrí, lógicamente, y vi a una mujer dentro de una gabardina salpicada de gotas, que usaba un ridículo sombrero a juego y maletín de cuero, todo del año venaquíquetepeino. Por cierto, que la cartera también estaba moteada de gotas, por lo que deduje que había llegado hasta mi calle en coche, si no, sin paraguas, hubiera aparecido hecha una sopa. Me fijé en el portafolio porque alguien parecía haber embutido en él un balón de fútbol. Muy educadamente, aquella dama, que podría ser mi madre, por la edad, dijo mi nombre en tono de pregunta. Afirmé con un gesto y ella se presentó: «Me llamo María Marlasca del Pino y soy el abogado de una persona que fue amiga suya hace mucho tiempo. Me gustaría hablar con usted unas palabras». Le extendí la mano, que estrechó, y me di cuenta de mi mala educación. Le hice pasar y cerré la puerta. Le invité a seguir su historia. Sus palabras habían levantado mi curiosidad.

—¿Recuerda usted a José María Mendes González?
—¡Cómo no, señora! Nunca podré olvidar a ese hijo de asturianos que vivía en la plaza de los Chisperos, compañero de colegio y de niñez hasta el inicio de la adolescencia. Pero, mejor nos tuteamos, ¿no? Y pasa, pasa al salón. Quizá quieras deshacerte, en el buen sentido, de tus prendas de abrigo y del peso muerto ese. Déjalo ahí mismo —le indiqué una silla.
—Bueno, acaso porque al salir voy a notar el cambio de temperatura, pero he venido en coche y no me hadado tiempo a sentir los rigores del invierno —. Se quitó la gabardina, pero conservó el sombrerito y asió otra vez la cartera sin aparente esfuerzo. Esperé a que se sentara en una butaca y yo ocupé la otra.
—Me ha costado encontrarte, pero al fin aquí estoy. Verás, siento decirte que tu amigo ha muerto.
—¡Vaya por Dios! Ahora empiezas a no caerme tan bien.
—Espero no darte más motivos. ¿Puedes enseñarme tu carné de identidad, por favor? —. Al verme sorprendido, añadió una explicación a tan extraña petición viniendo de una persona que acaba de llegar a tu casa y no viste de uniforme—. Tengo el encargo de mi cliente de entregarle algo, pero debo constatar su identidad. Puro formalismo —. La presunta abogada quiso quitar hierro al asunto. Me levanté y, antes de salir del salón le pregunté si deseaba tomar un café u otra cosa. Contestó que no. Me dio la impresión de que aquella señora había recibido una educación más autoritaria que la mía. Volví con el susodicho documento de identidad y se lo tendí según me sentaba. No me lo devolvió enseguida, sino que miró la foto y mi cara alternativamente un par de veces, se sacó del bolsillo interior de su chaqueta un smarphone, y sacó dos fotos de mi DNI, una por el anverso y otra por el reverso. Esperé a que acabara y le advertí.
—O me cuentas a qué viene todo esto o me quedo con tu móvil —. Ella se sonrió. Mi bravata había servido para poco.
—No te preocupes. Has heredado. Por eso necesito tus datos.
—Entiendo. ¿Y qué he heredado? Porque llevo sin ver a Mendes lo menos cuarenta y cinco años.
—Un buen legajo de cartas. Si eres tan amable de acercarme la cartera, mi reuma se pone pesado con la humedad, te lo entrego y me firmas un recibí, y si te he visto, no me acuerdo.
—No me lo tomes a mal, pero no pienso levantarme a por tu cartera —. Ahora la sorprendida fue ella, hasta que le di la razón de mi negativa—. Porque la tienes junto a tus pies.
—Uy, es verdad. Tiene una la cabeza que pa qué.

Firmé donde me dijo, aunque antes me leí el documento, y le comenté que no pensaba contar los sobres para confirmar que me entregaba ciento noventa y tres. Deshicimos el resto y nos despedimos, yo con un ‘gracias, buenas tardes’ mientras ella con un simple ‘adiós’ desaparecía dentro del ascensor. No cerré la puerta de casa, pues me quedé mirando ese gran legajo de sobres que me había entregado, y que no sé porqué no había dejado encima de la mesa bajita del salón. La curiosidad, en un principio, parecía haberse ido con la abogada. Dejé las cartas en el mueble del recibidor y supe lo que hacer: leer. Busqué el libro con el que estaba liado. ¿Dónde me lo había dejado? Y me sonreí del comentario que hacía tantos años no oía: “Tiene una la cabeza que pa qué. ¿Una? Y uno también”. Cuando encontré El jilguero de Donna Tartt en el bidé, volví al despacho y me puse a leer. No tardé tiempo en darme cuenta de que me costaba. Dejé el volumen boca abajo en la mesa y me restregué con dos dedos los ojos. El caso es que ni estaba cansado, ni tenía sueño, ni nada, pero se me hacía cuesta arriba, lo que normalmente bajo vertiginosamente. Leer es mi obligación preferida, y lo digo así porque cuando oigo que leer es el ‘pasatiempo’ preferido de alguien me llevan los demonios. “Su hobby. Leer. ¿Hobby? Vaya usted al carajo, oiga”. Bueno, el caso es que no me había enterado de las últimas cinco páginas, así que dejé en su sitio el marcapáginas que no había tocado y cerré El jilguero. “¿Qué te pasa, hombre?”. Me recosté en el sillón, apoyé la nuca en él, cerré los ojos y suspiré. Enseguida vinieron a mi memoria imágenes de aquellos veranos, aquellos recreos en los que Mendes y yo habíamos compartido tanto los bocadillos, que de vez en cuando nos preparaban nuestras madres, como secretos, castigos, picias e incluso peleas. No me sorprendí de no sentir su muerte. Si nos hubiéramos encontrado en vida solo hubiéramos podido compartir aquellos recuerdos. No teníamos otros en común. El tiempo es cruel. A saber qué había sido de su vida después de que tuviera que irse de España por motivos que no vienen a cuento, pero que tienen que ver con la brutalidad y errores policiales de antaño. Y que nadie se moleste, porque haberlos, los hubo, como en toda dictadura, sea cual sea su signo. “Mendes, Mendes —susurré—. ¿Por qué no te respondí a aquella postal que me enviaste desde Puerto Rico? ¿A qué viene esta herencia?». Así que tuve que levantarme e ir al recibidor. Cogí aquel material y lo dejé en mi mesa de trabajo. Las cintas de dos legajos se soltaron y los sobres tomaron media mesa mientras otros se suicidaban contra el suelo. No me hizo gracia y los recogí con desgana. Luego me arrepentiría de tratarlos mal y desordenarlos más de la cuenta. De pie observé que las direcciones estaban escritas con la misma letra, y que los envíos eran para el mismo destinatario, don José Mª  Mendes. Volví un sobre y leí el remite: Dikembe Biyombo. No me sonaba a nada. Así que hice un chiste que al remitente no le importaría porque no se iba a enterar: “Dikembe el del bombo”. No me hizo gracia ni a mí. Volví a girar la muñeca y terminé por lanzar el sobre contra los demás. Me senté y cogí otro. Era igual que el anterior: mismo destinatario, mismo remitente, mismo tamaño, mismo deterioro. Miré el matasellos. “Pues sí, ya han pasado unos añitos”. Y la misma curiosidad que mató al gato, me hizo a mí preso de esta historia. Saqué las cuartillas y comencé la lectura como el que empieza a rascarse. He de reconocer que la historia me atrapó desde la primera línea. La letra era clara, infantil y fácil de leer. Enseguida intuí que todas aquellas cartas formaban un todo, que individualmente eran gotas de una misma tormenta. No acabé de leerla, sentí la necesidad de ordenarlas. Y eso hice. Busqué una caja de zapatos, que no sería suficiente para contener toda esa correspondencia, y empecé a colocar los sobres por orden cronológico según adivinaba en el matasellos, aunque tuve que sacar alguna carta para comprobar su fecha. Después de despojar de su continente dos pares de zapatos más, pude arreglar aquel pequeño desastre que yo mismo había provocado. Aunque he de decir que los otros paquetes tampoco estaban ordenados, al menos por fechas. Renuncié a la comida por empezar a introducirme en aquel océano de sentimientos y hechos que el protagonista contaba al que fuera mi mejor amigo de niñez. Me leí todas de un tirón. Cuando acabé más que satisfecho me sentía empachado, a pesar de que el hambre me atacaba. Como un sonámbulo decidí comer algo, pero antes casi me bebí un tetrabrik de leche fría y desnatada. Es lo que conlleva ir al médico con más de sesenta años: nada de sal, nada de azúcar, nada de grasa, nada de tabaco, nada de alcohol y dos litros de agua diarios más un paseo de, al menos, una hora. Pero lo que nadie me podía quitar era mi curiosidad, al menos eso me mantenía vivo y consciente de que, en contra de mi edad, seguía siendo el niño con el que jugara aquel que me había metido en ese asunto. Para aclararos las cosas os diré que uno de los sobres era distinto al resto, más nuevo pero del mismo tamaño estándar. En él aparecía escrito mi primer apellido y no tenía remite. Fue el que primero leí, naturalmente, y su contenido he de compartirlo con vosotros. Explica el motivo por el que recibí esta singular herencia y decía así: «Tú, al que tanto te gustaba imaginar, vas a disfrutar con esto. Yo ya lo hice, ahora te toca a ti. P.D.: No sabía qué hacer con estas cartas, todo menos tirarlas y que se perdieran, y me acordé de ti». Sin duda, Mendes llegó a conocerme. Como no he cambiado demasiado, mi otrora amigo había acertado al dejarme ese bien, digamos cultural, que ahora yacía colocado en tres cajas de zapatos a la espera ya de un análisis literario, porque la decisión ya estaba tomada: organizaría un libro y daría a conocer a Dikembe, que nada tenía que ver ya en mi cabeza con Manolo el del bombo. En fin, que así empezó este trabajo más organizativo que literario debido en primer lugar a su autor, Dikembe Biyombo, en segundo lugar a José María Mendes, mi amigo, y en último a mí mismo. Si bien mi labor ha sido más organizativa que creativa, ya que he respetado escrupulosamente el texto manuscrito de los originales, aunque haya cambiado de sitio algunos párrafos para que el hilo cronológico de la historia sea más fácil de seguir. A veces, no me he podido resistirme a escribir algún comentario que publico en este mismo color azul para diferenciarlo de la historia en sí misma y de las palabras escritas por el remitente. También he estructurado los capítulos y los he titulado. He disfrutado mucho con ello. Antes de acabar esta pequeña introducción, quisiera resaltar el dominio del lenguaje popular que su autor maneja como si su lengua madre fuera el español, si bien, por lo que cuenta no lo es. Lo que sigue es el resultado de este mal llamado por mí trabajo, debido a que ha sido una de mis labores más agradables y satisfactorias. Firmo con seudónimo porque no quiero quitar el mínimo mérito a quien lo merece y porque mi nombre carece de importancia.

EL AFORTUNADO RECOPILADOR








Nota:-En la imagen del pie la figura del anciano corresponde a Chinua Achebe, novelista y poeta nigeriano conocido como el abuelo de la literatura africana, y su foto la he recuperado de eleconomista.com. El crío, por desgracia no sé como se llama, pero me lo comería. No apunté de donde me baje esa cara tan bonita. Perdón.

20 comentarios :

  1. Acaba de leer la introducción... ¿¡¡Cómo!!? ¿Que pretendes publicarte? Jaja, no esperaba que me sorprendieras así a estas alturas.

    Me pongo a buscar megáfonos para ayudar en la parte que me toque :D. Aunque no sé si queremos que tengas éxito, jeje.

    En cualquier caso: ¡Suerte!

    ResponderEliminar
  2. Quienes pertenecemos a cierta generación (que comparto contigo) llevamos a cuestas cierta carga de machismo ineludible en nuestros actos, pero en tu caso creo que lo disimulas bastante bien, por lo que llevo visto...
    No se si te harás o no famoso pero para mi eres ya un referente literario, de esos que no son fáciles de seguir pero que no sabes porque te enganchan por el lado del sentimiento..
    Ya estoy deseando saber quien es Dikembe.
    Seguro que en sus cartas descubriremos hechos insospechados de una vida interesante cuanto menos...
    Me quedo con la frase que subtitula tu relato "los ojos...", me la apropio como un tesoro.
    Gracias por tu vuelta.
    Gracias por compartir tu dedicatoria al abuelo Mateo quien, sin conocerlo, con-forma parte ya de mi universo.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Difícil de contestar tu comentario sin acudir al simple y rotundo gracias. Nuestra generación pronto copara los récord de senectud. Cada uno llegará como pueda, yo espero hacerlo contento. Un beso, Lola. JC.

      Eliminar
  3. Qué alegría. Muy contenta por tu decisión de volvernos a alegrar los lunes con otra de tus historias.
    Apunta maneras y ya me has dejado el gusanillo de nuevo.
    Es verdad, que cara más preciosa tiene el niño. Al escritor Nigeriano lo desconocía.
    Ánimo y gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, al final me decidí porque la semana pasada encontré a quien contara la historia de Dikembe, y eso que más cerca no podía estar, jaja. Al incluir al heredero de las cartas el círculo se cerró y tomo forma lo ya escrito y aquello pendiente de las musas encajará mejor. Comparto tu alegría. Gracias. Nos vemos. JC.

      Eliminar
  4. Que sopresa más agradable me he llevado, no pensaba que hoy publicarías , así que genial. Hoy también hace un día lluvioso como en la história, así que aún es mas fácil imaginarse a esa mujer con su gabardina... La história promete, así que hasta el lunes. Y gracias por seguir ahí. Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Gracias por seguir ahí? ¡Qué bueno! Será gracias por seguir allí, jaja. Un beso, Mar. JC.

      Eliminar
  5. Al final intuíamos que volverías a asomarte a ésta ventana de la comunicación JC, bienvenido. Ha sido una estupenda introducción al nuevo relato. Y a pesar de que lo tildas de cierto aburrimiento, la verdad es que la picaresca no es por menos que interesante donde se relata la vivencia o aventuras y desventuras del personaje/es. Si bien la intención crítica del género puede chirriar un tanto, ya se sabe que va en el paquete como elemento inseparable. Así pues empezamos a ocupar posiciones para ponernos en primera fila.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Vamos, sinvergüenza, tú eras la única que lo sabías, jaja. Así que habrás cogido buena butaca. Gracias, Nita. JC.

      Eliminar
  6. Bueno, bueno, qué sorpresa al volver de mi semana onubense. Me alegro mucho y ya puedes contar con mi interés por las andanzas de Dikembe... Seguro que serán unas aventuras muy entretenidas. Gracias y abrazos para los dos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya te echaba yo de menos, jaja. Pero estabas por tierras andaluzas, ¡qué suerte! Gracias, Ligia. Abrazos para ti, JC.

      Eliminar
  7. Que buen comienzo, ya despertaste toda mi curiosidad, así que aquí seguiremos disfrutando de tus relatos.
    Besos

    ResponderEliminar
  8. Estoy preparando los exámenes pero en cuanto tenga un rato no me pierdo esta nueva aventura.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso, lo primero es lo primero, jaja. Un saludo, Beatriz.

      Eliminar
  9. Pues yo no me he movido de casa, pero no he podido seguirte como a mi me gusta, pero al menos no he tenido que esperar, ahora con un poco de tiempo espero ponerme al día, la introducción ya me ha atrapado, así es que aunque tarde espero
    ponerme al día rápido.
    Feliz jueves.
    Chary:)

    ResponderEliminar
  10. ¡Qué alegría, verte por África, Chary, jaja. Buendía para ti también, JC.

    ResponderEliminar
  11. Hola JC, encantada de leerte de nuevo, aunque aún tengo pendiente los capítulos de cada personaje de "Entre puntada y puntada", no he podido resistirme, aunque comience un poco tarde, a ser cómplice de tu salto a la fama =) ¡Me sumo a esta aventura africana! Mil gracias por compartir. Besitos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Qué sorpresa más agradable, Amanda. No me acuerdo de todas vosotras individualmente, pero cuando os asomáis a nuestros relatos, enseguida os identifico. Y como pensar bien es de agradecidos, imagino que has pasado unas felices vacaciones. Eso espero. Gracias a vosotras (a ti) por usar un poco de vuestro tiempo en mí. Un beso, JC.

      Eliminar