De cómo me 'convertí' al Islam
De cómo me 'convertí' al Islam
olví de mear y me dije que en el fondo no debería importarme lo que pensara
el viejo por llevarme el odre de agua. Sí, desconfiaba de él, pero por sólidas
razones. Le había ofrecido un trago y se había bebido medio pellejo. Y cuando
entré en la cueva no me callé. Me había calentado yo solo la cabeza y me había desahogado.
Le dije que después del cambalache quien había salido con mermas era yo, que ni
había bebido ni había comido y que su hospitalidad se reducía a ninguna. Él
miró de soslayo a Hamal y me contestó que no me faltaba razón, pero que en el
desierto camello y camellero eran lo mismo. No se podían separar. Y que por
extensión, yo era tan ladrón como mi animal «devora almocelas», tal como llamó Makondele a Hamal. Yo me defendí
como pude y le eché en cara que perteneciendo a una cultura tan milenaria como
hospitalaria parecía mentira que en vez de socorrer, acoger y alimentar al
caminante se le pusieran trabas para ello y se beneficiase el dueño de la casa
de lo que debía proveer a su huésped. Y que yo no había visto por ningún lado
la hospitalidad debida, sino más bien al contrario, que el caminante había sido
el que había proveído. Aquellas palabras terminaron por enfurecer y enloquecer
más, si cabía, al desnudo y flaco orate, de manera que ya no cabía ni en su
casa. Por ello debió ser que me echó de la cueva al son de cajas destempladas. «Y no vuelvas, si no, también me proveeré de
buenos filetes», dijo en clara alusión al mehari que golpeó en las ancas. Tiré del mencionado ladronzuelo, y
posible vianda, y salí de donde me echaban. Ya en el exterior, miré a mi
alrededor y, acaso por darle en las narices, me dirigí hacia su ‘maldito’ norte
porque ya no me creía nada de lo que me había dicho Makondele. Y me volví para
ver la cara que ponía. Pero lo que vi fue a un esqueleto envuelto en pellejo
que saltaba sobre la arena como si esta quemara. También le oí maldecir e
insistir en que en esa dirección estaba el mal. Y a mí, en vez de darme miedo,
lo que me producía era risa. No sus palabras, sino ver sus atributos varoniles
como colgaban y rebotaban con sus saltos. Me hacían olvidar sus advertencias y
su tremendo enfado. Esto es la primera vez que lo cuento sin que sienta vergüenza
ajena. ¡Pobre vejete, jamás dejará de hacerme gracia! Parece que le estoy
viendo y hace ya de esto más de cincuenta años. Hay imágenes que nunca se
borran de tu mente, y no todas son malas. Supongo que a ti te pasa lo mismo, al
fin y al cabo, barajamos todos los mismos sentimientos, aunque cada cual juegue
sus cartas como quiera, ¿no crees? Eh bien, c'est ça, mon ami. Tras coronar la cuarta
duna, hice arrodillar al camello, le golpeé el cuello con cariño y le felicité:
«Bien hecho, mon ami, si se tiene hambre,
se come», y me eché a reír. Después, me subí a su grupa y noté que su paso
era más alegre. Ocho dunas más allá averigüé el insistente interés del viejo Makondele para que no tomara dirección
norte. Distinguí brillos y sombras en la lejanía. Y con el paso cansino de Hamal
y ciertas precauciones, hacia allí me dirigí. Cuando murió la luz del sol
confirmé que aquello que veía era más una aldea que el campamento de una
partida perseguidora o el infierno. Y mandé correr al camello. Ya tenía ganas
de encontrarme con alguien que no pudiera confundir con una cabra. Para
confirmar que todo aquello había sido un mal sueño me volví y no vi roca
alguna. Después tanteé el odre y confirmé lo contrario. Pero ya me daba igual.
Si me había hecho un mal juicio del viejo, empeoró al sentirme cerca de la
gente de aquella aldea. ¿Por qué no me había dicho que estábamos a un tiro de
piedra de un pueblo? ¿Por qué era el mal? ¿Por qué vivía allí, alejado y sin
disponer de nada? Pronto daría contestación a esas preguntas, supuse. Pronto
sabría los motivos de aquel personaje tan mentiroso y ladino. Estuve por
maldecir mi suerte, pero me di cuenta que si lo hacía sería injusto con mi
destino, al menos con el recién vivido. Así que, me tragué las maldiciones y
las troqué por una sonrisa al verme entre otros semejantes más semejantes y
porque daba por acabada la larga huida de los ‘norienses’. Todavía tenía tiempo
de pensar cómo me iba a presentar ante aquellos aldeanos, porque estaba claro
que no podía hacerlo como lo que era, un esclavo huido, fugitivo y ladrón de
camellos. Tenía que inventar otra historia. Una sencilla y creíble. Pero el
caso es que yo era un extranjero en aquella tierra. Yo no había nacido en el
desierto, ni junto a él. No, yo había nacido en una tierra fértil con selvas,
ríos y lagos, praderas, ganado y animales de todo tipo. Todo lo que sabía del
Sahel era lo que había aprendido de los tuaregs, lo que me habían enseñado Moussa,
Souleymane, Fahdag y Mutabazi que, aunque
fuera bueno para mí, no servía como para pasar por un nómada, y menos con mi
color de piel. Debía inventarme otro pasado reciente, pero la necesidad
acuciaba. Aquel viejo loco solo me había hecho perder el tiempo y ganar en
hambres. Dudé entre hacer noche en las dunas o en la aldea. La duda fue corta.
Mi voluntad tuvo que ver poco con la decisión. Me vi entre aquellas gentes.
Tanto pensar en una mentira creíble y nadie reparó en mí. Ni los famélicos
perros que andaban olisqueando por las esquinas y en la basura. Tan solo
repararon en mí un par de niños menores que yo. Eso sí, la mirada que nos
dedicaron la mantuvieron acaso dos segundos, y creo que no fui yo el admirado.
Aquella aldea, tan destartalada como mi vida y tan pobre como yo, me acogió con
una frialdad impropia de aquellos lugares donde el sol se adueña hasta de las
noches, porque entonces se le echa de menos. Aguzado de hambre como estaba no
supe qué hacer. Acostumbrado a la impotencia, la inactividad y la falta de
iniciativa no iban conmigo, pero la debilidad comenzaba a pasarme factura. Y lo
único que se me ocurrió fue resguardarme del sol junto a la tapia de una
mezquita. Y su alminar fue lo último que vi antes de caer desde lo alto de
Hamal. Esto lo supongo. Porque entre el sofoco que me dio al mirar el yamur del
minarete y el fresco que sentí al despertar en una habitación en penumbra, no
tengo recuerdo alguno. Ni lo tengo mientras te escribo, ni lo tuve. Y tampoco
lo pregunté, la verdad. La habitación, sin mueble alguno, era de paredes y
techo blancos. Habría que ver a un negro allí dentro. El contraste debía ser
llamativo. Esas eran las tonterías que se me ocurrieron al entreabrir los ojos
y tomar conciencia de donde estaba. Mi mano, en la que fijé la vista para
ahuyentar los vahídos, me pareció más oscura. De eso si que me acuerdo. La
primera tontería que pensé fue que la habitación sería tan blanca para
distinguir con claridad, en aquella penumbra, a las personas de mi color.
Bajada de www.eduyeriviajes com |
Las quejas de Dikembe son entendidas. Al menos por
mí parte, que disfruto tanto del lenguaje. Es imposible no ser machista en el
hablar si te ajustas a las frases hechas, a cómo se habla en la calle, entre amigos
e, incluso, en sociedad. Estos y los tacos salen a veces sin medida por la
boca. La misma suerte corres en el aspecto homófobo o
racista. Son incontables los proverbios, medio refranes, frases de moda,
chistes, giros chulescos y palabras que usamos para herir, porque así lo dice
incluso el diccionario de la RAE (buscaros por ejemplo la entrada barragana,
veréis). Si le llamo a un tío “barragán” (que también es un apellido español)
le ensalzo. En cambio, en cuanto llamo a una tía barragana, ya la he
jodido. Uso de un insulto. Ella ya no es ni fuerte ni valiente, como mucho
camarada, pero si conoces el adjetivo lo conoces por peyorativo. De hecho las dos
únicas acepciones que no están en desuso son vejatorias respecto a las féminas
(y si usamos la entrada zorra, ni te
cuento) y la última, la quinta, ¿se puede dar aquí en España, o también está en
desuso? ¿Esta academia no debería enseñar y corregir algo más que las palabras
que llevan hache? No debería añadir una abreviatura más para marcar esas
expresiones o palabras peligrosas que deforman la realidad cotidiana. Por
ejemplo, y ya que la RAE aplica adjetivos a las entradas, en la acepción 7ª de zorra, aparte de “despect.” y
“malson.”, yo agregaría “mach.” Creo que a nadie habría que explicar esta
abreviatura. Pues eso, como dice nuestro protagonista en su insistente
coletilla (eh bien, c'est ça, mon ami).
Nada más que añadir por el momento. Y perdón por la interrupción. Hay veces que
no puedo callar.
Perdonad que corte aquí a Dikembe otra vez, pero he de hacer una aclaración por si alguien ve una incongruencia temporal. Hasta 1966 con el Concilio Vaticano II recién estrenado no se eliminaron las normas católicas que prohibían comer carne todos los viernes del año, al igual que poder pagar un dinerete a la Iglesia, la bula papal (la dispensa de la Santa Cruzada), para poder darte un festín de carne roja, verde o negra, si te daba la gana. Bien, aunque nuestro protagonista nunca fechó sus cartas, en el matasellos de algunos de los sobres aparece un año, da igual cual, pero que sitúa su infancia anterior a ese año citado. Y, a mí desde crío me ha llamado la atención eso de las bulas. Noconocía yo el dato este de 1966, pero sí las bulas que se vendían en el medievo alto o en cualquier otro rato (chiste fácilón) con las que más de uno hizo fortuna, sobre todo el papa correspondiente aunque fuera para gastárselo en guerras (otro chiste facilón) contra los infieles en Jerusalén. Quizá yo fuera un niño “mu listo”, además de “probe”, pero aquello no me gustaba. Más que nada porque yo pocas bulas hubiera podido comprar, aunque entendía que algunas eran muy baratas para que el Espíritu Santo también entrara en casa de los menos favorecidos. A lo mejor a mi familia y a mí nos hubieran dado para un desayuno de viernes, ya que para comida y cena no todos los días había. Pero siendo crío es muy fácil explicarse las cosas. Sí, las acatas y ya está, aunque tu madre te acueste a las seis de la tarde en invierno. Mi madre nos mandaba a mis hermanos y a mí a la cama y punto, había que irse a dormir. (“¿Por qué, mamá?”. “Vaya pregunta… Porque mañana hay colegio. Venga a dormir, y no me contestes!”). Aquel, como este que describe Dikembe, eran otros mundos. No es que uno se conforme cuando conoce detalles de la vida de los demás, pero, me es difícil no congratularme por haber nacido donde lo hice y no en África, como Dikembe y tantos otros sin voz ni voto. Yo, al menos los tengo desde hace, más o menos, cuarenta años, y los he vivido todos en paz. Perdón otra vez porque creo que me he enrollado un poco y es la segunda vez.
Bon, dejemos el idioma, que me
despisto. ¿Por dónde iba? Sí, que después del festín aquel del queso, el
almuecín me ayudó a levantarme y a
recorrer unos pasos, hasta salir de la habitación. Tras atravesar parte del sahn y la saqifa(2)
, llegamos
frente a la grande y fresca sala de oración. Estuve a punto de perder el
equilibrio al descalzarse mi lazarillo, justo cuando dejaba su calzado en el
cajón dispuesto para ese fin. Yo no hube de hacerlo porque iba descalzo. Una
vez dentro, noté la diferencia de temperatura entre el suelo interior y el
exterior. Sin mediar palabra alguna, aunque sí fuerzas, me depositó dentro de
la macsura, donde había unos grandes almohadones sobre los que yo me acomodé. Una
vez a gusto sobre los cojines vino el problema. Como otras tantas veces la boca
y la ingenuidad de mis doce años me traicionaron, porque, después de comentar
el almuédano que me convendría orar a Alá, no se me ocurrió nada más que
contestarle con la verdad por delante: «Pero si yo soy católico, señor”. La que
armé. Toda la delicadeza del traslado desde la habitación se convirtió en
prisas y brusquedades para salir de aquel reservado. Sus quejas, según salíamos
de la sala de oración, las medio entendí. Se refrían a la solicitud del perdón
por haber ofendido a Ala, el único Dios y a Mahoma, su profeta. Pero al llegar
al patio, el tono de oración trocó amonestación tanto para el infiel como para
el creyente. El volumen creció y llegó, supongo, a las groserías, porque, a
partir del último “merde”, ya fuera de tierra santificada, se pasó del francés
al árabe y habló tan deprisa y tan despreocupado de mí, que yo bastante tuve
con seguir agarrado a su chilaba, temeroso de caer. Hecho que llegó a ocurrir12
en mitad del sahn donde me dejó
tirado sin darme explicación alguna, aunque, después de unos minutos, supe el
motivo del abandono y de las prisas porque le oí llamar a la oración desde el
almiar. Como te digo, a partir de ese momento todo el cuidado y la atención
recibidos cesaron de golpe. Aquel caldo vigorizante que tenía que tomar a
sorbos cortos porque me quemaba los labios, más parecía el agua de mi pellejo
cuando me mojaba el gaznate por el desierto. Me lo dejaban mientras dormía
junto a la bujía que jamás volvió a lucir en aquel dormitorio. Incluso la manta
que fungía de almohada debió destinarse a alguien más cercano a Mahoma, porque
desapareció. Y volvimos al menú de plato único. Supongo que se enteró de que el
queso no me gustaba. Lo que hacía, porque ya podía, era pasear arrastrando los
pies, despacio y con sumas precauciones por el sahn y la saqifa. De las
pocas palabras que después de aquello me dirigió el enfadado almohacen fueron
estas: «Cuando estés recuperado, infiel,
ya sabes donde está la puerta» y «No
te quiero ver por aquí cuando haya rezo». Lo primero era evidente y pensaba
hacerlo. Lo segundo lo cumplí de inmediato, pero no como él lo hubiera querido.
Aparecí, pero nadie me vio, que era lo que él pretendía. Y eso que era difícil
que alguien no te viera en aquel magnífico edificio que nada tenía que ver con
la corta imagen que pude retener al llegar al pueblo. Y he de decirte que en
los oficios del viernes, apenas una veintena de hombres parecían esperar a
muchos más en la sala de oración. Aquella aldea debió vivir tiempos mejores.
Daba penita ver aquel gran salón apenas ocupado. El volumen del runrún de las
oraciones contradecía el número de bocas que las recitaban. Tal era el efecto
que el espacio vacío y las paredes desnudas provocaban en los sonidos de las
palabras. Diríase que las ensalzaban. Y sé que había veinte porque conté
veintiún pares de babuchas en los cajones de la entrada, más vacíos que llenos.
Desde luego, aquella aldea era una ciudad venida a menos, como ha ocurrido con
tantas otras árabes según he leído después, si exceptuamos las grandes urbes
islámicas. Granada, sin ir más lejos, ya no es capital de ningún califato. Y,
esperemos que no lo sea nunca más, ¿verdad? Si no, malo. Aunque los motivos de
la despoblación rural son distintos según la época y el lugar, la verdad es que
el pez grande siempre se come al chico. En eso coinciden todos los éxodos. Al
menos eso creo yo. La mejora de todos los sistemas de comunicación han hecho
que lo que se denominó “necesidad de mano de obra” de las capitales
industrializadas, ahora se designe como “efecto llamada” de los que han llegado
a ellas porque les llamaron. La manipulación es bien clara. Para mí, claro:
Ahora que nos sobráis, quedaos donde estáis, coño, no nos jodáis, que bastantes
puestos de trabajo hemos creado ya. Para hacernos dueños de todo, añadiría yo. Bon, bon,
bon, que nos dispersamos otra vez. Con
la cabeza más despajada y los miembros más útiles llegué a la conclusión que mi
estancia en aquella mezquita o bien había terminado o bien tenía que dar un
profundo giro que no superara los ciento ochenta grados, desde luego. Si atendía
a las fuerzas y a las gorduras de aquel muecín llegaría a una fácil conclusión.
Si bien a mí se me había alimentado con un caldo y poco más, ese no era el menú
normal de los que allí dentro vivían. Mi dieta era la que Mayifa aplicaba a
todo el que salía de una enfermedad. «Líquido,
mucho líquido y con sustancia es lo que necesita esta cría. Anda, Dikembe, trae más agua a Mayifa, anda
hijo». Aún recuerdo sus palabras exactas. Deducido todo ello pensé que allí
no se debía comer mal y más de una vez al día. Pero, claro, mi infidelidad me
ponía muy difícil, por no decir imposible, mantenerme debajo de aquel techo.
Estaba seguro de que una vez me viera recuperado, para lo que ya faltaba poco y
menos, me daría la patada en el culo. Y, hala, otra vez a trabajarme el
desierto. No, no podía ser. Si tenía que rezar cinco veces al día, se rezaban
las cinco. Si el viernes tenía que ir al salón de oraciones a orar con los
demás, pues se iba, tampoco tenía tanto que hacer, ¿no? A mí qué más me daba
ser católico que musulmán. Bueno, no me daba igual, por eso me planteaba pasar
a ser un negro muladí. Lo único que me mantuvo un rato más sin decidirme fue el
ramadán. Pero pensé que no era peor que las normas del Vaticano durante la
cuaresma.
Perdonad que corte aquí a Dikembe otra vez, pero he de hacer una aclaración por si alguien ve una incongruencia temporal. Hasta 1966 con el Concilio Vaticano II recién estrenado no se eliminaron las normas católicas que prohibían comer carne todos los viernes del año, al igual que poder pagar un dinerete a la Iglesia, la bula papal (la dispensa de la Santa Cruzada), para poder darte un festín de carne roja, verde o negra, si te daba la gana. Bien, aunque nuestro protagonista nunca fechó sus cartas, en el matasellos de algunos de los sobres aparece un año, da igual cual, pero que sitúa su infancia anterior a ese año citado. Y, a mí desde crío me ha llamado la atención eso de las bulas. Noconocía yo el dato este de 1966, pero sí las bulas que se vendían en el medievo alto o en cualquier otro rato (chiste fácilón) con las que más de uno hizo fortuna, sobre todo el papa correspondiente aunque fuera para gastárselo en guerras (otro chiste facilón) contra los infieles en Jerusalén. Quizá yo fuera un niño “mu listo”, además de “probe”, pero aquello no me gustaba. Más que nada porque yo pocas bulas hubiera podido comprar, aunque entendía que algunas eran muy baratas para que el Espíritu Santo también entrara en casa de los menos favorecidos. A lo mejor a mi familia y a mí nos hubieran dado para un desayuno de viernes, ya que para comida y cena no todos los días había. Pero siendo crío es muy fácil explicarse las cosas. Sí, las acatas y ya está, aunque tu madre te acueste a las seis de la tarde en invierno. Mi madre nos mandaba a mis hermanos y a mí a la cama y punto, había que irse a dormir. (“¿Por qué, mamá?”. “Vaya pregunta… Porque mañana hay colegio. Venga a dormir, y no me contestes!”). Aquel, como este que describe Dikembe, eran otros mundos. No es que uno se conforme cuando conoce detalles de la vida de los demás, pero, me es difícil no congratularme por haber nacido donde lo hice y no en África, como Dikembe y tantos otros sin voz ni voto. Yo, al menos los tengo desde hace, más o menos, cuarenta años, y los he vivido todos en paz. Perdón otra vez porque creo que me he enrollado un poco y es la segunda vez.
Mi
fidelidad a la fe católica era frágil, como verás. Pero ya me conoces, gasto la
lealtad en otras cosas que no son la religión. El único problema que se me
presentaba no era otro que Mayifa se revolviera en su tumba. Los musulmanes no
le caían nada bien, ¿sabes? Los llamaba “brutos eruditos”, sabría ella el
motivo para tal oxímoron. Pero, al estar lejos y ser cuestión de comer o no
comer, tampoco pensé que fuera insalvable para su conciencia esto de apostatar
de la cristiandad y abrazar el Islam. Pensé y decidí. La próxima vez que viera
a mi descontento bienhechor le expresaría mi deseo de que Alá me bendijera.
Desde luego no iba a aclararle los motivos. Estaba seguro de que él se los iba
a imaginar o, al menos, se inventaría algunos mejores que los míos para no
pensar mal de un posible hermano. Los móviles de la fechoría tan solo me
atañían a mí. Lo que es cierto a toda vista, ¿no, mon ami? Eh bien, c'est ça, mon ami. La religión, como el sexo, es una opción
personal de la que no hay que dar explicaciones a nadie. Ni siquiera al dios
correspondiente que abrazas o rechazas. Y si hablamos de sexos con más motivo,
hay uno o dos que no terminan de entender ni el cristiano, ni el mahometano.
Quizás, después de leer esta parte del relato de mi vida, entiendas mejor el
motivo por el que conozco la lengua árabe, idioma que tanto provecho hemos
sacado juntos. En los dos casos, si has de vivir de alguien, dale lo que pide
o, al menos, ves que necesita. Y si además no te cuesta trabajo y es cómodo y
alimentoso, con más motivo. Aunque he de confesarte que me aburría como una
ostra, tanto con Abd al-Rahman como contigo. Ni el ajo del Corán y ni el de tus
informes me sabían muy bien, qué quieres que te diga… Como esperaba, volvió el
caldo humeante y las tajadas de queso. Y por la noche la mejora: leche y
dátiles. Como entenderás ya me remito tan solo al imán aquel, imán porque
también presidía la oración canónica del viernes. Viernes que tú y yo
dedicábamos al parloteo sobre tu presente y entorno y que tú, equivocadamente,
creías que también era mi actualidad. Bon,
te dejo a un lado ya, que nada tienes que ver con aquel tiempo. Eres pesadito
hasta en la distancia. Como ves, tras mi primera clase algo cambió. No era poco
alcanzar las dos comidas al día. Manutención y albergue. Aunque poco duraron
las pitanzas a la luz del día. Eso sí, acabado el ramadán volvieron no el par,
sino el trío de comidas diarias. Por eso di por bien pasado, aunque inoportuno,
aquel mes de ayuno que trajo a la mezquita a más de un vecino de la aldea para
su particular Ítikaf(3)
.
Y no es que me estorbaran, es que había más ojos a los que engañar, ¿no crees? Eh bien, c'est ça, mon ami. Pero, como nada
dura para siempre, ni siquiera tus problemas(4)
, estos aparecieron
en forma de trabajos físicos para la mezquita. Y la verdad, en mi ingenuidad,
no había yo contado con la faena, tan solo en no tener las tripas como los
bolsillos, vacías. Las labores manuales rompieron el aburrimiento del estudio,
tanto del árabe como del Corán. Mi mazestro recitaba y el nuevo creyente
repetía como un loro. Al final, de tanto oír y tanto repetir las aleyas
terminaban por fijarse en mi memoria. Un día, para romper esa monotonía, le
pedí humildemente que me buscara un nombre adecuado, puesto que Dikembe
Biyombo no lo veía yo muy adecuado para alguien que profesara la fe islámica y
viviera en una mezquita gracias a la caridad de un buen almuecín. Coincidió
conmigo y cayó en la trampa, pues conseguí distraerle.
Bajada de www.ardiffi.com |
Eso sí, primero me
explicó que al día siguiente, viernes, yo realizaría el shahāda(5)
, primer pilar del islamismo, ante los
correspondientes testigos como marca la tradición. Con ello ya me podría
considerar musulmán, aunque debería ejercitar los otros cuatro pilares de la
religión árabe. Después se enrolló con que eso no bastaba, que faltaban los
otros cuatro. También me explicó que conocía el rito del aqiqah(6)
para recién nacidos, pero que nunca se le
había presentado el bautismo de un fiel que hablara. Al final me dijo, que si
no estaba a gusto con mi nombre infiel, me llamaría Alí hasta decidir el
definitivo. Y que me daría a elegir. Como ves allí hay menos burocracia que
aquí. Que quieres cambiarte el nombre, pues te lo cambias. No hace falta que
remuevas Roma con Santiago. También me informó de que el rito incluía el rapado
del pelo de la cabeza, la circuncisión y un sacrificio. Como en aquel momento yo
no tenía posibles para sacrificar dos corderos me insistió que lo hiciera el
primer día que pudiera. En principio no me preocupó ni el afeitado de cabeza,
ni la circuncisión, ni los corderos. El corte porque sabedor de lo que era, me
vendría muy bien para sanear los rizos. La ofrenda porque yo no me veía, ni en
sueños, propietario de dos corderos. Y lo tercero, porque desconocía el
significado de “circoncision”(7)
.
En mi vida había oído esa palabra. Jamás le hubiera dado el significado
correcto. Pero te puedes imaginar qué cara puse cuando lo supe. Aunque como
decís aquí trasquila y no desuelles. Por eso me callé, no quería ser ingrato
con aquel pedazo de pan que Alá o Yahvé había puesto en mi camino de piedras.
Reconoce que vuestro dios no es lo que era, ha cambiado mucho en dos mil años.
En cambio el suyo es invariable. Después de las derrotas de sus guerreros en
occidente, y por tanto su retira de territorios como tu España, y ahora es
también mi país de referencia, gentes a las que debo más que podré pagarles
nunca, como me pasa contigo. En el fondo las naciones, las ciudades, los
pueblos, las aldeas son lo que son sus hombres, sus mujeres y sus
circunstancias. Y esto no me lo he inventado yo. Un refugiado, un inmigrante,
un extranjero solo tiene contacto con los que mandan en los filtros que habéis
inventado para no veros inundados por gentes con otras culturas. Una vez
pasados o rotos estos filtros quienes te marcan son aquellos con los que
quieren convivir contigo. Sobre todo cuando llegas solo, aunque yo llegara con
Adama, ambos llegamos solos. Bon, el
caso es que yo supuse que el aprendizaje de un idioma, que algo entendía, y de
una religión, tan enfrentada como cercana, iba a ser tranquilo y cómodo. Pero
ni una cosa ni la otra. Aunque nada tenía que ver con el idioma ni con la fe,
también había trabajos físicos dentro de la mezquita. Pero no lo sabía. Eso es
lo que te pasa cuando jamás ha vivido bajo un techo con tejas, ni entre paredes
de ladrillos. Que no sabes que hay que mantener el edificio. Y si encima la
construcción tiene que ser ejemplo de virtud entre los fieles, la hemos jodido,
mon ami. Y como se me va un poco la
olla y no termino de recordar todo aquello que pasó mientras fui musulmán,
aunque no sería la única vez, te dejo. A ver si en la cama, en esa hora tonta
en la que se te ocurre de todo y a todo das vueltas me viene la aclaración de
algunos hechos. Abrazos,
[1][Volver]
Dios te
de protección y seguridad (en árabe).
¡Muchacho, muchacho! Buenos días (en
francés).
[2][Volver]
Patio (sahn) y galería (saqif) de una mezquita (en
árabe).
[3][Volver]
El Ítikaf consiste en que el creyente se retira a la mezquita varios
días, aún comiendo y durmiendo en ella, y sin salir sino para lo necesario,
dedicado a la adoración y sumisión a Dios. Fuente: www.nurelislam.com
[4][Volver]
Frase atribuida a Arnold H. Glasow, Jefe del Estado Mayor de
la USAAF (1949-1950)
[5][Volver] Shahāda. Profesión de fe islámica, primer pilar
de los cinco que se exigen al fiel musulmán. La Shahāda puede traducirse como “el
testimonio”, y consta de una frase que en traducción inexacta, pero habitual,
es muy conocida entre los infieles: No hay más dios que Alá y Mahoma es su
profeta. Frase que ha de decirse señalando el cielo y ante testigos. Para el
que no sepa árabe, como yo, si conoce la bandera de Arabía Saudí, ha visto
escrito este pilar encima de la espada. Nadie
tiene derecho a ser adorado más que Alá, y Mahoma es el mensajero de Alá.
[6][Volver]
Aqiqah. Rito islámico que puede entenderse equivalente
al bautismo cristiano y viceversa. Fuente: https://alkafala.wordpress.com.
[7][Volver] Circoncision. Circuncisión (en francés).
Las experiencias de la vida, aunque sea corta como la de Dikembe, hacen crecer la picardía y tambalear cualquier creencia que se tenga. De todas formas, personalmente creo que "casi todos" tomamos de la religión lo que nos interesa... Hasta el próximo capítulo, J.C., un abrazo.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, Ligia. Aunque algunos no cojamos nada. Un abrazo, JC.
EliminarPara un día que me levanto temprano a leer la historia, va y me lo chafas. Jajajaja.
ResponderEliminarQué listillo me salió Dikembe, con tal de comer, lo que sea. No está mal la idea.
Vale, hasta la próxima J.C.
Lo siento, se me fue el santo al cielo. Pero del todo. Ni tenía corregido el cap. 13. Así que desde las ocho hasta las doce. Sabía que alguien me iba a poner falta, jaja. Cualquier puntual llega tarde una vez, jaja. Un abrazo, Varinia y gracias. JC.
Eliminar