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Entre puntada y puntada
1ª puerta
Como adelantaba el lunes pasado al quedarme traspuesto en el sofá y pensar en Mendrugo me trasladé de nuevo a su biblioteca. No digo que me pareciera normal, pero tampoco terminó de sorprenderme. Sabía que podría ocurrir, aunque no estaba totalmente convencido. Así que le llamé por si acaso, pero las únicas que tuvieron en cuenta mis palabras fueron las ranas que empezaron a intercambiarse entre las puertas. Parecían invitarme a que eligiera una, como si tuviera importancia su elección, pensé. Yo sabía que no, que no importaba cual eligiera porque Mendrugo me había explicado que todas y cada una me introducirían en una parte de mi imaginación, precisamente en la que estuviera pensando en el momento de agarrar el picaporte, que por cierto, que era una rana de felpa que cambiaba de color a modo de los anuncios luminosos de neón. “Bien” —me dije— “¿Y ahora qué?”. En ese momento las ranas se hicieron más pequeñas y dibujaron un símbolo en cada puerta. Me retiré, miré y leí: “Túmismo¿no?”. Claro, qué tonto, podía elegir. Así que pensé en los libros que más había disfrutado. Tardé un poco, pero como soy bastante cobarde, todos los libros me parecieron peligrosos, hasta que se erigió en mi mente El Caballero de la Triste Figura. “Claro”, pensé, salvo que me pillara la entrada en su mundo en una de las suyas, mucho peligro no había. Si no recuerdo mal, nadie mata a nadie en esa historia. Pero podría aparecer dentro de la jaula del león aquel. Deseché las tonterías y me dispuse a coger el picaporte de la primera puerta. Para qué iba a elegir otra si sabía donde iba. Pero justo cuando iba a asir el pomo de la puerta las ranas volvieron a revolotear con sus saltos y se pegaron en la puerta elegida, delante de mis ojos, y dibujaron una palabra, mientras otra rana, esta parlanchina, me contaba un cotilleo desde mi hombro: “Tu Reme sa casao con el Venan y tién tres chavalillos”. “¿Reme?” me pregunté en voz alta según asía y giraba la rana amarilla de felpa y la otra saltaba con sus amigas. Y claro, en vez de en La Mancha, aparecí en una cafetería de Madrid, pero de los tiempos de Maricastaña. Evidentemente la persona que tenía en frente, una bella y madura mujer, no podía ser otra que Reme, ya que las ranas, como me advirtiera Mendrugo, me la habían jugado.
—Hola, Reme. ¡Qué sorpresa! Cómo me alegro de conocerte en persona —dije, y no mentía a pesar del fiasco de no encontrarme cerca de El Toboso. A lo hecho, pecho.
—Buenos días, caballero.
—También me alegro mucho de que te haya ido tan bien. Te casaste con Venancio y tienes tres hijos, ¿no?
—Sí. Casto, Jesús y Lorenza, la chiquitita. ¿Cómo lo sabe?
—Mejor no te lo cuento.
—En realidad me es igual.
—¿Eres feliz?
—Sí, pero no entiendo que una linterese a usté.
—No, a mí no me interesa, bueno, también, pero, ya que estoy aquí —pensé con premura— me gustaría hacerte unas preguntas —y mentí porque no sabía qué decir—. No son por mí, ¿sabes?, son por quien ha seguido el relato todo este año. Supongo que al lector le gustará saber de vosotros después del final del mismo. Yo soy curioso, no cotilla. No me gustaría que pensaras lo contrario.
—Pues pa no ser cotilla se ha metío muchas veces donde no le importa, no cree.
—Lo siento, no había otro remedio.
—Eso mismito decía la tía de Susana, la señora Julia, que si no era ella quien contaba todo lo que ocurría en el barrio no lo iba a hacer nadie. Pero, aparte de ser una interesada, lo cierto es que nadie le daba velo en los entierros que se colaba.
—¿Te cae mal?
—No, para nada. Además, nos acogió en su casa cuando murió doña Consuelo. Así que yo le estoy agradecida y la Gertru también.
—¿Tu madre vive? —pregunté con cierto miedo y precaución.
—¿Y dice usté que no es un cotilla…? Sí, sí que vive. Está ya muy viejecita y ha perdido todas las fuerzas que en su día tuvo. Pero, ahí está. Disfruta de sus nietos. Dice que anda esperando una visita de alguien. Creo que ya disparata un poco. ¿Quién va a venir a verla? —. Eso me dio qué pensar y me quedé en silencio.
—Usté es…
—Sí, el autor de Entre puntada y puntada.
—Entonces usté fue quien nos imaginó, ¿no?
—Sí, Reme, fui yo.
—¿Y por qué me imaginó coja, si pué saberse?
—Por la misma razón que te hice párvula.
—Eso no sé lo que es pero me da igual ¿Por qué me hizo eso?
—Perdona, he usado una palabra culta que no tienes porqué conocer. Párvula significa inocente, cándido y sin malicia alguna, incapaz de pensar en los demás como personas que nos quieren hacer daño, enemigos, ya sabes.
—Anda, ¿y quién iba a querer hacerme daño a mí? Está usté listo, si yo nunca me metío con nadie. Ni siquiera con ese don Agustín que no había quien lo aguantara. Mira quera pesao con que acabáramos todas las frases con la coletilla esa de “sí, don Agustín” —se burló Reme de aquel recuerdo al cambiar la voz e imitar al antiguo vecino de Españoleto.
—Veo que no has cambiado. Y me felicito por ello.
—Ya ve usté, la cojera que me colgó es pa to la vida. Y ahora paece que lo de paula también.
—Párvula —le recordé—. Pero no me refería a que siguieras con tu cojera, sino que no hayas cambiado o te hayan cambiado tu forma de ser. Tú siempre te has reído de esa cojera, al menos de jovencita.
—A ver qué liba hacer. Mejor reírse una que no que te den la lata los otros. Madre me contó lo que me pasó de pequeña. Yo no me acordaba, y eso que no era tan chica cuando se reían a mi cuesta.
—Sigues diciendo los dichos mal —me sonreí.
—Lo ve.
—No, yo no me estoy riendo de ti. Todo lo contrario, me agrada oírte, Reme. De verdá.
—Ande, ande.
—Bueno, ¿y a qué te dedicas ahora?
—Estamos apañaos —se quejó—. Pero no le dicho que tengo tres bichos más el Venancio… No paro quieta un momento en casa.
—Ya me imagino, ¿y sigues cosiendo para la calle?
—Pues claro, pero trabajo en casa. Todavía me quedan las hijas de unas cuantas clientas fijas dentonces. Con ellas tengo bastante. Lo malo es cuando viene la primavera y llegan las comuniones y las bodas. Menos mal que mecha una mano la Gertru, si no…
—Mira tú que bien. A ver, cuéntame un recuerdo alegre.
—Es usté un metijón, ¿sabe?
—No mujer, alguna pecatta minuta.
—Ya está usté con las palabrejas. ¿Y eso qué es?
—Perdona, en mi mundo eso lo entiende cualquiera aunque sea un latinismo. Me refiero a una cosa sin importancia.
—Aquí decimos una pampingrá o una zarandaja.
—Pues me gusta más pampingrada que pecatta minuta, mira tú por donde. Cuéntame una, por favor.
—Si lo pide usté así… Cuando nos tocaron las quinientas pesetas en la radio y le regalamos una a mi madre.
—¿Y una pampingrada triste?
—No hay pena sin importancia, por pequeña que sea.
—Bien, pues entonces dejemos eso. ¿Seguís siendo amigas las tres? Con Gertru veo que sí. ¿Y con Susana?
—También, pero casi no la veo. Eso sí, nos escribimos de vez en cuando y la Gertru, al menos una vez al año, la visita en el pueblo donde vive ahora.
—¿Vivís en Españoleto?
—No, cuando mi madre dejó la portería, nos tuvimos que ir. Aunque don Eulogio me ofreció a mí seguir con ella, pero ni Venancio ni madre quisieron que la cogiera. Ahora vivimos cerca, en el barrio, en Raimundo Lulio, entre la plaza Olavide y la de Chamberí.
—¿Tu madre vive contigo?
—Tié usté unas preguntas… ¿No le dicho también que está muy viejecita y que ha perdido casi todas las fuerzas? ¿Con quién iba a vivir? Pues con nosotros.
—Si tú supieras cómo hemos cambiado, Reme.
—Serán ustedes, porque yo me veo igual, bueno más mayor. Lo que pasa es que una ya es madre y ve las cosas de distinta manera. Na más. Si se refiere usté a eso, claro. Ah, y otra cosa, ya no meto tanto la pata con las palabras. Vaya manía que tenía usté de que dijera mal las palabras.
—Pero siempre supiste que los demás te entendían.
—Claro, yo sé que los míos mentienden. A los otros no les importa lo que dices, salvo que seas el que más manda. Como les pasa a mis hijos, que aunque no les importo, saben que en casa mandó yo, no ellos.
—¿Y Venancio?
—¿Venancio? Ese es un bendito. Es como ellos y un padrazo. ¿Se acuerda usté cómo se llevaba y se preocupaba de José? Pues peor. Yo creo que todavía no les ha dao un azote a ninguno. Y mira que a veces se ponen burros, sobre todo los dos mayores, los varones.
—¿Tus hijos van al colegio?
—Hombre, y que no mentere yo que no entran. Sí, todos van a la escuela. Bueno, no, Lorencita, la pequeña, todavía no. Sólo los dos mayores. No van a ser como su padre y su madre…
—¿Son tu mayor satisfacción?
—No lo sé, pero desde luego son lo que más mimporta en esta vida, se lo aseguro.
—Vivisteis tiempos difíciles, ¿verdá?
—¿Vivimos? Anda que ahora son fáciles, no tamuelas.
—Si, tienes razón. ¿Te sientes vencedora o vencida después de lo que pasó en el treinta y seis?
—Ni una cosa ni la otra. Lo que sí sé es que yo y mucha gente fuimos los que perdimos, y me da igual el bando. Ellos, los ricos, los marqueses y los generales, esos no pierden nunca. Hay más viudas que penurias, y las viudas van de negro, ni de azul, ni de rojo, ¿sabe usté?
—Don Mauro era rico —me atreví a criticar.
—Más de lo que usté cree, caballero.
—Me refiero sólo al dinero.
—Yo no. Y si ha contao usté bien las cosas como fueron, tampoco creerá nadie que don Mauro fuera uno desos ricachones que saprovechaban de los demás para hacer su agusto—sonreí, pero no le corregí el mes— sino todo lo contrario. Y no se ría, esto no es broma.
—No me reía, me sonreía, Reme. Pareces un poco molesta conmigo. Ya sé que soy inoportuno, yo tampoco pensaba venir, pero…
—Es que no sé a cuento de qué estamos hablando usté y yo aquí, en una cafetería.
—Eso ya te lo he dicho antes, mujer. En principio porque yo sentía curiosidad por saber como te había ido en la vida. Y porque creo que eres una gran persona, una mujer digna de admiración y de ser oída —. Esta vez me di cuenta de que no mentía en absoluto. Las ranas me la habían jugado, pero estaba feliz de estar allí.
—Usté está majareta —. Noté en su comentario que me escuchaba de otra manera después de lo que le había explicado. Acaso debería habérselo dicho desde un principio y no ser tan soltadizo.
—No, no estoy loco. Conozco, o mejor dicho, he conocido a mucha gente como tú. Personas tan humildes que nunca ven la importancia de lo mucho que hacen por los demás.
—¿Y ser humilde es bueno?
—No, creo que no es ni bueno ni malo. Aunque hay muchísima gente que lo considera una virtud. ¿Tú que piensas?
—Yo no pienso en esas cosas. Yo pienso en cómo dar de comer a mis hijos a diario, en que vayan a la escuela y limpios, que no les vean distintos, en que el Venancio lleve la camisa como es debido. En eso es en lo que pienso. Que yo sea humilde o no, no me va resolver ninguna labor que tengo por delante tos los días.
—¿Sigues leyendo?
—Menos que antes, no tengo tanto tiempo. Pero la Gertru me presta los libros que le gustan. Ella tiene más tiempo que yo para leer. Juanín ya es mayor. Y como sabrá usté —noté cierto despecho en su retintín—, no pudo concebir más hijos. Quizás por culpa de usté.
—No me quiero disculpar por lo que he escrito. Lo escrito, escrito está. Y yo soy su autor, pero, déjame que te cuente una cosa. Cuando imaginaba vuestra historia me sentía más como ahora, como un periodista que contaba lo que ocurría en mi cabeza, no como el creador de la historia. Yo estructuraba las entregas o capítulos, pero vuestras vicisitudes eran ocasionadas por los otros personajes, por las circunstancias que cada uno vivía, por vuestra forma de ser. Incluso por vuestra voluntad, aunque alguien me pueda llamar loco.
—Pero todo es imaginación suya, ¿o no?
—Sí, pero no creas que yo dominaba mi imaginación. Me pasa lo mismo que a los majaretas, como tú dices, es mi imaginación la que me domina a mí.
—Sí, ya. Usté es como mi Jesús, que sesconde detrás de su hermano mayor cada vez que hace una travesura. Y como el otro es tan bobalicón como su padre, siempre se lleva las culpas de todo, y el otro se libra.
—¿Qué echas más de menos?
—Qué nada, quién sí. A mi madre. Está conmigo, sí, pero ahora somos nosotros la que le damos, bueno, mejor dicho, la devolvemos. No al revés, como ocurría cuando yo era joven. Y no es egoísmo, no mentienda mal.
—No, te entiendo bien y perfectamente, Reme.
—Eso sí, sigue tan cariñosa como antes, a su pesar y a su manera. Ya sabe, nunca lo dice pero siempre se le nota, siempre lo es. Sus nietos la adoran, sobre todo Lorencita. Siempre la buscan para ponerse contra mí. Casto lo hace, Jesús no lo necesita, sesconde detrás dél y la pequeña pues es pequeña. Quizás sea porque son troncallos. Él se llama así por ella y los dos lo saben, aunque lo disimulen muy bien. Se le ocurrió al Venancio bautizarle así, no a mí, no se crea. Casto es el ojito derecho de su abuela. Los demás no lo notan, pero el Venancio y yo sí, aunque, ya le digo, ella lo niega.
—Claro, ¿qué va a decir?
—Pues lo niega y dice que no tiene porqué, ya la conoce. Es en lo único que se mantiene como antes. Que no le toquen a sus nietos. Hay que verla cuando cuentan los críos cosas de la escuela. El carácter es el carácter. Y madre tenía un gran carácter. Y si no que se lo digan a don Agustín y doña Agustina —rió complacida Reme—. Esos eran unos estiraos. No merece la pena siquiera hablar de ellos. Menos mal que los perdimos de vista cuando madre tuvo que dejar la portería por la salú y la edá. Aunque hay gente todavía peor, no se crea. A esa gente tan arrogante con no tenerla en cuenta basta.
—Bueno, creo que sólo me queda una pregunta, Reme.
—Pues suéltela usté, que tengo muchas cosas cacer en casa, y tengo pendiente la compra entoavía.
—¿Tienes alguna ilusión? ¿Cómo ves el futuro?
—Eso son dos, que ya sé contar.
—Perdón, quería decir que con esto acababa.
—Ah, bueno. Entonces le contestaré. La ilusión que tenemos la protagonizan nuestros tres hijos, y el futuro… El futuro, con mirar a madre ya lo tengo claro. ¿Hemos acabao? — preguntó, como el que no quiere la cosa, sin dar la menor importancia a sus contestaciones.
—Sí —me quedé un segundo sin palabras—. Esto… Gracias por venir.
—No me las dé, yo no he venido, ha sido usté quien me ha traído.
—Que tengas mucha suerte, Reme, y que te vaya bonito.
—Gracias y adiós, caballero. Igual le deseo a usté.
Reme se levantó, se abrochó el barato abrigo, se arrolló la bufanda de lana al cuello y con su paso irregular salió de la cafetería. Yo me quedé un poco más y pedí otro café con poca leche. Según me calentaba con él sentí un cosquilleo en el pecho, junto al bolsillo de la camisa. Me toqué allí pensando que el móvil vibraba, pero no, el móvil no podía ser porque no le llevaba encima, pero noté que el bolsillo contenía algo, un papel. Entonces recordé que me había metido allí la carta de Mendrugo. La saqué del sobre, y la desplegué. Vi que el “recuadro al uso” que había dibujado Mendrugo no estaba vacío, alguien había escrito la palabra “RELATOS”, la cual, según miraba sorprendido cambiaba de tamaño, de forma y de color. “¿RELATOS?” me pregunté en voz alta, y me levanté del sofá de mi salón. Corrí a mi despachito y no paré de escribir hasta que puse el punto final de lo que me había ocurrido, es decir, éste gordo que escribo a continuación•
Qué bueno, Reme, tal cual me la imaginaba, con un final feliz como ella siempre ha sido, a pesar de sus taras. Con su Venan y su prole, y además mandando, y sobre todo, cuidando de su madre, lo que refleja también su generosidad. Abrazos y hasta la próxima.
ResponderEliminarCreo que va a ser difícil que os sorprenda con los personajes. Al final les vemos el mismo futuro. Gracias, Ligia, JC.
EliminarMe lo guardo para luego Carmen.
ResponderEliminarUn beso
Pero no te lo guardes mucho, jaja.
EliminarUn beso, JC.
Reme como siempre es un amor. Como nos hemos reído con ella, que no de ella. Y parece tan madraza como la Sra. Casta que siempre tenía tiempo para todos a pesar de sus obligaciones que no eran pocas. Hasta el lunes, besos.
ResponderEliminarGracias Mar, porque por tu comentario veo que he conseguido "dibujar" al personaje como quería. Un beso, JC.
EliminarQue bien, no se podía esperar otra cosa de Reme. Ella tan generosa como su madre y siempre de tan buen humor. Se nota que realmente es feliz.
ResponderEliminarHasta el próximo, J.C.
Es relativamente fácil hacer feliz a un personaje, jaja. Lo difícil es hacer feliz a otra persona, aunque cuando lo consigues es de lo más gratificante. Gracias, Varinia, un saludo. JC.
EliminarPienso que los hijos son el reflejo de los padres y Reme lo demuestra cuidando ahora de su madre y reconociendo lo que ella les ha dado, ahora es Reme la madraza cuidando de sus hijos, precioso y humano personaje.
ResponderEliminarHasta el lunes.
Chary :)
Me gusta lo de "humano personaje". Gracias, Chary. Hasta el lunes, JC.
EliminarYa estoy por aqui de nuevo, disfrutando de tus entrevistas,y comprobando que a nuestros personajes les ha ido muy bien.
ResponderEliminarHe de decirte que andaba un poco perdida con lo de las puertas, las ranas, me ha costado cojerlo, ja jajaja, pero creo que ya me he centrado.
y sinceramente estoy encantada , como me gusta!!!
Besos.
Eres una alegría, Rubí. Gracias por todo, JC.
EliminarFantástico. Me ha encantado tanto ésta "entrevista" que no encuentro el calificativo adecuado. Cuando quedó el último relato con un desenlace evidente para el lector, es fácil imginar un final feliz para cada uno de los personajes. Para mí, magistral.
ResponderEliminar¡Qué decir!. Gracias, Nita. JC.
EliminarQue alegría saber de nuevo de la vida de Reme, un personaje inolvidable, me alegra que siga igual de inocente =)
ResponderEliminarBesitos
Sí, es entrañable. Gracias, Amanda. JC
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