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Entre puntada y puntada
(y LII)
—Voy a luchar toda mi vida porque esa
exagerada frescura tuya no se aje. Para que la vida no te arranque esa
inocencia que te permite iluminar todo lo que tocas.
—Cuando hablas así no soy capaz de
entenderte del todo, Mauro, aunque ahora me guste. Antes me daba miedo, pero ya no.
—Me alegro que no me entiendas del
todo, Gertrudis, porque si no, hubiera fracasado ya en mi intento. Sé que no puedo luchar por
Juanín en el mismo sentido, al fin y al cabo le espera la libertad de sentirse
herido o a herir cuando llegue su momento. Pero tú jamás herirás a nadie, por
lo que en la ecuación sólo queda que te hieran a ti. Y no estoy dispuesto a permitir que ocurra otra vez. Soy consciente de que esa determinación me
obligará a actuar en ciertos momentos de una forma paternalista, espero me
perdones por ello. De hecho, ya lo he tenido que hacer en alguna ocasión.
—De todas maneras, no necesito
entenderte para quererte. Me pasa lo mismo con Juanín, con la señora Casta, con
todos los que quiero, aunque a unos entienda más que a otros.
—¿Pero hay alguien a quien tú no
quieras o te quiera? —bromeó Mauro.
—Uy, claro. Mira, el otro día mientras
hacía la escalera me topé con tu nuevo vecino.
—Y el tuyo.
—Por desgracia, me parece a mí.
—Te refieres a don Agustín, ¿no?
—Sí, a ése. Y no sé, me da a mí que no
soy mucho de su agrado.
—Eso es porque no te conoce. Pero me
parece a mí que ese caballero es de los que no deben ser tenidos en cuenta,
como los anteriores inquilinos del mismo piso o como el tal Anselmo que,
gracias a Dios, desapareció de tu vida.
—¡Anda! ¿Y por qué no van a contar?
—Porque ese tipo de personas que no
respetan ni su propia vida, y que reniegan hasta de su existencia, sea cual
fuere, odian con el mismo fervor a los demás que a sí mismos. Y el odio cuanto
más lejos mejor. Te vendo un consejo.
—Vale, te lo compro.
—Pues ya sabes el precio.
—Este juego que te has inventado, no sé
yo si no es un poco marrullero.
—Bueno, como quieras, no lo niego. Pero
si quieres el consejo, has de pagarlo.
—Bien, pero esta vez me lo rebajas, te
lo pago en la mejilla. Estamos llegando a casa.
—A mí me es igual, me sentiría igual de
pagado si me besaras la punta de la nariz, como le hago yo a Juanín.
—Mira, esa es una buena idea, señor
tramposo. Ven, acércate… Y ahora el consejo.
—Es una tontería.
—¡Encima! —protestó Gertru. Y él se
sonrió.
—A mí me ha funcionado, no te creas.
Aunque ello no es garantía para que te funcione a ti. Verás, cuando te cruces
en tu vida con ese tipo de personas actúa como si fueran de cristal.
—No lo entiendo, Mauro. ¿Cómo si se fueran a romper?
—No, que va, como si fueran
transparentes. ¿Entiendes? Como si vieras a través de ellos. No tengas en
cuenta nunca su opinión. Aunque parezca que pones interés en lo que dicen,
obviales. Ni te lo plantees, tú como el que oye llover. Lo único que te pueden
aportar es su propia confusión y su mala sangre. Aunque tu sangre…
—¿Qué le pasa a mi sangre?
—Que ni aunque tomaras el peor tósigo
del mundo se te pudriría.
—¿Tósigo?
—Sí, veneno, ponzoña.
—Muy bien, eso que lo dices tú. Y ahora
me venderás otro consejo, ¿no? Pero éste no te lo voy a comprar, que lo sepas.
—Mira, me has salido peleona o tacaña,
no lo sé.
—Tacaña, no sé, pero peleona… No te
queda na que aguantar. No pongas esa cara, lo decía en broma… ¿Qué te pasa,
Mauro, por qué te has puesto tan serio?
—Porque tengo que hablarte de un asunto
que no he querido hasta verte así.
—¿Cómo?
—Repuesta del todo… Fuerte…
—Ahora sí que me asustas.
—No, no te asustes, pero no es nada
agradable —. Gertru notó las reticencias que Mauro tenía para hablar y le dio
tiempo.
—He de confesarte algo que ni Luis ni
yo quisimos participarte cuando sufriste la caída en las escaleras.
—Cuando te pones así de formal conmigo…
—Es que lo que he de decirte te va a
doler, pero la vida es como es y no podemos cambiarla, Gertrudis.
—No me tengas en vilo más tiempo, por
favor.
—Está bien. Después de que se malograra tu
embarazo, Luis me dijo que… Que nunca más concebirías. Lo siento de verdad,
Gertrudis —. La joven se le quedó mirando, incapaz de que la noticia entrara en
su corazón—. No te lo quisimos decir hasta que no hubieras superado todo… He
intentado decírtelo muchas veces, pero me sentía incapaz de hacerte daño. Pero debes
saberlo, tienes todo el derecho del mundo y yo no soy quien para… —. A don
Mauro se le quebró la voz—. Pero quiero que sepas que a mí no me importa, que
tenemos a Juanín… —Los sollozos de Gertru en el momento de ser totalmente
consciente de la mala nueva rompieron su cara de sorpresa y el hilo de lo que
su prometido decía. Éste abrió los brazos a la espera de recibir aquel cuerpo
ya con tara, pero ella, cual banderillero ante el toro, hizo un quiebro y
corrió hacia el portal justo en el momento en el que la señora Casta salía a
cerrar el portal. Al verlos salió a la calle y ambas mujeres se cruzaron.
—¿Qué le pasa a esa chica? ¿Se ha
enfadado con ella?
—No, para nada. Sólo que, a veces, uno
no tiene más remedio que disgustar a quien más quiere si pretende ser fiel al
amor que siente por esa persona. No sé si haría bien en decírselo a usté,
porque forma parte de la intimidá de su hija.
—Entonces, ante la duda, se lo calle,
por favor. Si he de saber algo della, que sea por su boca, no por la dusté.
—No, creo que yo cometería un error y
perdería una gran aliada para ayudar a Gertrudis —. Y don Mauro puso al
corriente de la situación a la portera.
—¡Dios, mío, otra injusticia que
cometes! —. La señora Casta miró al cielo interrogante mientras don Mauro
entraba en el portal sin decir más—. ¿Pero que ta hecho esa chiquilla pa que la
trates asín? —. Después se dispuso a entornar las puertas y echar los cerrojos
y vio que el vecino la esperaba en el portal.
—Y tú, no lo entiendas mal. Su
desplante no está dedicao a ti. Precisamente porque pronto pensará questá en
deuda contigo por no poder darte hijos. Y que se quede ahí la cosa, que no vaya
a más. Una cojera se pué sobrellevar, pero no poder concebir, y menos cuando
sestá enamorá por primera vez… Eso… Eso no sé yo —. Las palabras de la portera,
lejos de tranquilizar al vecino le acercaron más a la impotencia y sólo pudo
responder con un “Ayúdala”—. Entre todos lo conseguiremos. Ya verás—. Esta
sería la única vez que ambos se tutearían.
La fortaleza de la señora Casta sufrió
una crisis en el chiscón, pero cuando comenzó a subir lentamente las escaleras,
tanto sus cimientos como su alzada no caerían ante ningún terremoto. Si Dios,
como ella pensaba, le jugaba tan mala pasada a su hija, que se fuera preparando
ese Dios. Por ello, antes de llegar al cuarto, a pesar de la hora, hizo una
parada en el tercero derecha. Sabía que allí encontraría una buena
intermediaria entre el cielo y la tierra, amén de un alma comprensiva que haría
menos amargo el trago con otro de anís, como mandaban las buenas costumbres.
———— o O o ————
—Vete haciendo a la idea de que el
domingo celebra mi hermana el cumpleaños del mediano. Cumple seis.
—Pero bueno, Carmina, es que hay que ir
a todas las onomásticas.
—No es su santo, es su cumpleaños, don
perfectito.
—Me es igual.
—No, no hace falta ir a todas las
celebraciones, sólo a los de mi familia. Si no fuera por ello, ni tú te
moverías de casa, ni yo vería a mi familia.
—Como que no salgo a hacer la compra
todos los días, por ejemplo.
—Bueno, es que tú y la comida os
lleváis muy bien, al contrario que con tu familia.
—Cosa que no te pasa a ti con la
cocina, ni con tu cuñado. Pero el cajón de los dulces tiene más visitas que la
casa de tu hermana.
—Lo que no entiendo es lo mucho que te
gustan los niños y lo mucho que protestas en estas ocasiones.
—Porque a mí, como a ellos, lo que no
me gusta es hacer las cosas por obligación. Sabes que huyo de ellas. Con
bastante carga ya una persona como para que encima vengan los demás y te
carguen con las suyas.
—¿Y qué culpa tienen esos demás de que
hayas discutido con tus hermanos, bueno ni siquiera has discutido, simplemente,
no os veis.
—Tú sabes el motivo. Y supongo que
entre la indiferencia y el agobio debe haber un término medio.
—Y, además, no se te olvide que Andresito
es tu ahijado.
—Otra obligación.
—Pero tú no dijiste que no a mi hermana
Pura ni a Salvador.
—A las personas que quiero, bueno y a
las que no, me es muy difícil decir que no cuando me piden algo.
—Pues conmigo debes hacer una
excepción.
—Una cosa es negarse de palabra y otra
que no lo haga. ¿O no?
—Las voy a apuntar.
—Cuando dije yo eso en la última
discusión sobre este tema, a poco me denuncias por ser un pejiguera(1)
.
—Las cosas cambian.
—Sobre todo tú, pero otras no.
—¿Cuáles, a ver?
—Por ejemplo, la forma en que ajustas
la realidad a tus intereses o necesidades inmediatos.
—¿Y con eso qué quieres decir, si se
puede saber?
—Que según tu situación, o tu estado de
ánimo, el blanco puede ser gris e incluso negro, pero, a los dos minutos y sin
que hay cambiado nada en el exterior, para ti el blanco siempre ha sido blanco,
y lo será. La inconsecuencia de tu criterio, aun no siendo un defecto, es un
gran obstáculo para quien vive contigo.
—Ya te lo repetido mil veces, los
géminis somos así. Mientras que los virgo nunca veis nada que no tenga mejora,
nunca estáis satisfechos con nada, ni de lo que hacéis, ni de lo que tenéis
alrededor.
—El fallo de tu razonamiento, Carmina, es que antes
de socios del zodiaco, somos personas irrepetibles. Al menos, eso opinas tú,
sobre todo de ti misma.
—Primero, según tú, cambio de opinión
cada cinco minutos. Y segundo, aunque seamos irrepetibles, compartimos
características con los demás. ¿O las pasiones humanas no están definidas y
contadas? Y mira los que somos, para que no se repitan, vamos. ¿Y cuantos
pecados capitales hay? Son como las notas musicales. Fíjate lo que dan de sí
sólo siete. Todos compartimos en mayor o menor medida virtudes y defectos.
Tampoco hay tantos.
—Yo no tengo todos.
—Amén. Como que a ti te tienta el
dinero, por ejemplo.
—Pues claro que sí, pero desde luego
menos que a ti. Aunque eso no me hace mejor o peor que tú. Otra cosa es que
sacrificara todo por tenerlo o por no tenerlo, me da igual. Entonces, en vez de
un planteamiento sería una obsesión, una pasión desenfrenada, aunque jamás sería una meta. Y eso sí me haría
peor que otros, porque, entonces, sóla y exclusivamente miraría por él sin saber
ni el motivo.
—Déjate, que el dinero nunca sobra.
—Pero a algunos el exceso nos estorba,
o mejor dicho, pienso que nos estorbaría porque creemos que si no hubiera tanta
sobra en un punto habría menos necesidad en otro.
—En eso estamos totalmente de acuerdo,
porque estar caliente cuando tienes frío es una necesidad, pero nadie debería
ser el dueño del calor.
—Ahora me he perdido, Cirilo.
—Es igual, son cosas mías. A veces no
sé ni lo que digo.
—Total, que el domingo vamos a casa de
mi hermana.
—Total, que el domingo habrá que ir a
casa de Pura.
—Ay, Cirilo, hijo, tampoco te exijo tantos esfuerzos.
—No vamos a entrar en eso. Cada uno
tiene una percepción distinta y somos partes y jueces, con lo que nuestras
opiniones no tienen demasiado sentido. No nos vamos a convencer de lo que el
otro opina. Así que, dejémoslo.
—Pues visto así, no podríamos hablar de
nada.
—Sí, podríamos hablar de las
radionovelas.
—Pero si tú no las oyes.
—No me hace falta. Todas, según tú,
tratan de lo mismo. Igual que las relaciones de pareja. ¿No creerás que el
resto de matrimonios en nuestras circunstancias habla de otras cuestiones
distintas a las que nos planteamos nosotros, verdá?
—No lo sé, pero ellos no son padres de
Israel y Javier.
—Lo dices como si fueras la hacedora de
su bienestar. Los habrá que vivan mejor y sean más felices que tus hijos.
—Pocos.
—¿Y todas las preocupaciones que me
trasmites?
—Ya no las tengo.
—Querrás decir que en este momento no
las sientes, ¿no? Porque esta tarde volverás con eso de que uno viaja mucho y
el otro está muy lejos. O con aquello de que ninguno tiene novia.
—Bueno, como dices tú, dejémoslo. Tú
opinas una cosa y yo otra.
—Perdona, Carmina, pero en este caso te
equivocas. Yo sí tengo una única opinión sobre un tema concreto, pero tú tienes
muchas distintas sobre el mismo. Según te pille.
El amor en esta pareja era como una
marea subterránea. Él, consciente de casi todo, había renunciado por ella a
llevar a cabo su ideal de vida. Ella, consciente de querer vivir, había
apostado todo por él. Curiosamente lo que una daba al otro, y el otro a la una,
estaba por encima de ellos mismos, reforzaba al otro en su forma de ser
individual, le animaba a seguir siendo él mismo, aunque parezca lo contrario.
Ella envidiaba la capacidad de análisis de él, pero no la quería para ella. Él
hubiera dado todo por tener la alegría que ella le trasmitía, aunque no deseaba
la inconsistencia que esa alegría conlleva. Cuando dos seres imperfectos crean
una sociedad, el resultado jamás puede ser perfecto. Ni nadie debe pretender
que lo sea, ni interferir. Se puede admirar a alguien y no querer ser como él.
———— o O o ————
Antón no se lo podía creer. ¿Estaría
soñando? El punto oscuro que parecía moverse en el horizonte no podía ser una
persona, tenía que ser uno de esos asturcones que se criaban salvajes en el
valle. Pero la forma de moverse, que más que verse se adivinaba, y el camino
recto que parecía trazar, así como las hechuras del punto en cuestión, no
apuntaban a que fuera un animal. No dejaba de mirarlo con los ojos
entrecerrados. Había salido a la quintana para echar de comer a las gallinas y
abrir las puertas del establo para que sus dos amigos tuvieran el tiempo de
holganza al aire libre aquel día. Con el talego del maíz, almacenado en un alto
del establo, todavía en la mano, se había quedado mirando el horizonte al
parecerle que aquel punto oscuro no estaba fijo. Pero no, movió la cabeza, no
podía ser. ¿Quién iba a aparecer por allí, salvo un tonto como él? En todo
caso, si fueran personas, serían dos como mínimo o tres si quieres, ¿pero uno
sólo? Así que hizo lo que tenía que hacer, volvió a la cuadra a colgar el saco
estrecho de su clavo, pero antes de entrar se volvió y miró de
nuevo la mosca que había aparecido en el horizonte. Le pareció que le saludaban
con la mano. Entornó los ojos para enfocar mejor y una alegría le inundó el
corazón como un tsunami. Aquello era una persona, una persona que le saludaba.
Veía claramente cómo se movía su brazo. Sí, ahora estaba seguro. No era una alucinación.
Quedó paralizado durante unos segundos que a otro le hubieran parecido horas.
Tenía que moverse. Tiró el talego a un lado y comenzó una carrera como ladrón
perseguido. Durante la galopada observó que la figura apretaba el paso, pero
que no corría, cojeaba, sí, parecía cojear. Se le vino a la mente Reme, pero
enseguida lo descartó. A cada instante sentía que corría más deprisa aunque más
descontrolado. Hasta que reconoció aquella figura. Era quien menos se esperaba,
aunque fuera lógico. Quizá por ello se paró en seco. Aunque lo cierto era que
le faltaba el aliento. Se dobló sobre sí mismo y apoyó las manos en sus
rodillas sin doblar más que su cintura y el cuello, éste para no dejar de ver
ni un segundo al que ya nombraba repetidamente en voz baja, como un mantra
hinduista. El volumen de la letanía de Antón fue in crescendo hasta que la
figura renqueante se paro frente a él. Entonces Antón se irguió y después de abrazarse
a su visitante gritó con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Feli! ¡Feliciano!
———— o O o ————
Mientras Xana y Queitano bajaban la
calle Españoleto para encontrar el portal número cuatro, escucharon el ruido de
los cascos del grandullón contra el suelo de adoquines.
—¿Qué atentu, verdá?
—Mira, este tien de ser, ye'l segundu como dixo'l cocheru. Pero la
puerta ta cerrada. ¿Y agora qué faemos, Roxa?
—Paecióme entender qu'había que llamar un tal Serenu —. Queitano
obedeció y llamó a Sereno a voces—. Nun glayes(3)
, ¿a saber qu'hores son, oh? —. Al
punto, el golpe de un chuzo contra el suelo y un “¡va!” resonó en el
silencio de la noche como respuesta a la llamada. La pareja se miró con una
sonrisa y un encoger de hombres. Giraron la cabeza hacia abajo de la calle y
vieron cómo se acercaba un farol que sostenía Sereno con una buena garrota en
la otra mano.
—A las buenas noches. Pero
no hace falta dar esos gritos, con dar palmas basta y molesta menos. ¿Van
ustedes al cuatro?
—Sí.
—¿Y a qué piso?
—Al primeru o al cuartu —contestó Queitano.
—Mira qué ben —contestó el de Vigo—. Ya conocen el
dicho, galegos y asturianos, primos
hermanos. Eu son de Pontevedra y
ustedes no pueden negar de donde veñen
—. La amabilidad interesada volvía a aparecer ante ellos.
—No, no lo conocíamos.
—Como me pasa min con vostedes. E non é que non me fíe de vostedes, pero
é que nin o primeiro nin o cuarto desta casa vive ningún asturiano, que saiba
eu.
—Pues sabe usted mal,
porque en uno de esos dos pisos vive nuestra hija Gertrudis. Y si no, mire el
sobre —Xana hurgó de nuevo en su hato y sacó el papel.
—Non deixe, muller,
non sei ler. E si coñezo a la Gertru. Boa moziña. —contestó Marcos que buscó entre el
gran manojo de llaves, eligió una y abrió el portal y entró. Con el farol en
alto sujetó la robusta hoja e invitó a pasar a la pareja de primos hermanos.
—Gracies.
—Para
iso estamos —contestó el sereno, ya con la mano extendida y la palma hacia
arriba. Y al ver una sombra de duda en las dos caras que le miraban y que él
iluminaba aclaró la situación para beneficio propio. — A min non me paga ninguén por estar toda a noite na rúa e eu tamén teño
fillos, ¿saben?
—Entiendo —contestó Queitano—, Roxa da-y dalgún dineru al caballeru.
—Yes
tu'l que lleva les monedes, Queitano.
2 ptas. de 1905. De ebay.es |
—Ah, sí, ye verdá —recordó éstey se volvió hacia el
sereno—. Allúmame(4)
equí un momentu, por favor —. Tras rebuscar y sacar de su bolsillo unas monedas, eligió una al
azar, como si conociera su valor y
supiera distinguirlas—. ¿Con esto va
bastar, señor Sereno? —dijo al depositar la moneda de dos pesetas en la
mano de Marcos, al cual le resplandeció la cara y le reafirmaron los modales
serviles y amables.
—Claro —Marcos se olvidó incluso del
gallego—, el servicio incluye el alumbrado hasta el piso, suban ustedes eu les alumbro por detrás, aunque no
llegó a pisar el rellano del primero—. Este es el primero, que tengan ustedes boas noites —y bajó las escaleras. El
resto de luz duró unos segundos escasos en los que la pareja hubo de decidir a
qué puerta llamar. Y, sin saber el motivo llamaron a la más lejana. En
principio nadie contestó a los golpes en la puerta. Ninguno conocía la
existencia de la palanca exterior para hacer sonar la esquila interior. Después
de golpear varias veces más la puerta, a pesar de las reticencias de Xana,
vieron que una luz se había encendido en el interior de la casa, al menos eso
dedujeron al ver una línea de luz que salía por debajo de la sólida puerta.
Después oyeron unos ruidos detrás de ella y a continuación la luz les cegó por
un momento.
—¿Y ustedes quienes son? ¡Leñe! ¿Saben
la hora que es? —. Tanto él como ella se quedaron sin habla ante la mujer en
bata que abrió la puerta y que les regañaba. A continuación otra cara
somnolienta pareció detrás de la primera.
—¿Tú conoces a estos, Agustina?
—¿Yo? No. Para nada.
—Pues entonces cierra, que se vayan a
molestar a otro sitio. ¡Será posible lo mal educada que está la gente! —se
quejó un enfurecido don Agustín. A pesar de ello, Queitano logró articular una
palabra.
—Gertrudis —. El murmullo fue oído por
el desagradable vecino.
—¿Gertrudis? ¿Y quién narices es esa
Gertrudis?
—Nuestra hija —logró contestar Xana.
—Bueno, ¿y a mí qué me importa?
—El nombre me suena, pero no sé,
Agustín.
—¿Quieren irse ya de una vez? Si no,
tendré que avisar al sereno.
—Decías tú de los moros esos, no hace
falta ser de Marruecos para no saber comportarse ni oler mal. Dios mío, ¿pero
qué hemos hecho nosotros para tener que aguantar a toda esta gentuza? —. Su
marido no contestó, con un gesto dulce, retiró del umbral de la puerta a
Agustina. En eso, Xana hechó mano al hatillo y sacó el sobre con el dibujo de
la casa y se lo tendió al desconocido. Éste, sin ni siquiera mirarlo, lo tiró
al suelo y lo pisó y sin decir una
palabra más, pulsó con el dedo índice el hombro de Xana como si pulsara
reiteradamente un timbre. Queitano que entendió las sugerencias como empujones
saltó, se puso delante de ella y agarró la mano de Agustín que todavía estaba
por el aire y la sujetó con una fuerza desmedida, de modo que el atacante se
dobló como pudo por el dolor con un quejido animal. El asturiano no soltó la
presa y doña Agustina, al ver a su marido atacado y humillado, empezó a gritar
y a quejarse y, por supuesto, a insultar a su atacante. Pasaba la media noche,
y don Mauro, después de echar de menos a Antón y acabar de contabilizar los
movimientos del día, pasaba por el recibidor camino de su alcoba y oyó los
gritos de la vecina. Sin pensarlo abrió la puerta y se plantó en el
descansillo, con lo que otro foco iluminó la escena.
—¿Qué pasa aquí, señores? No son horas
de discutir —. Ese fue el momento en el que Queitano soltó su presa que, de
rodillas, se retorcía y escondía su mano maltrecha entre sus piernas y su
estómago.
—Que qué pasa —gritó doña Agustina que
se inclinó y puso una mano sobre la espalda de su marido—. Que estos dos
desalmados, aparte de presentarse en una casa decente a estas horas de la
noche, así, como el que llega a la suya, no tienen bastante y encima este bruto
casi mata a mi pobre marido que aún anda convaleciente de una operación
—exageró la agraviada.
—¿Eso es cierto? —preguntó don Mauro a
la pareja que pisaba el rellano.
—No señor, no todo es verdad. Sí hemos
llamado a su puerta, pero mi marido sólo me ha defendido de este caballeru.
—Eso no es cierto —dijo don Agustín al
levantarse sin dejar de abrazar su brazo—. Yo sólo les he atendido educadamente
a pesar de no conocerles de nada y de las horas que son.
—¿Sí? ¿Y quién ha tirado al suelo la
carta que le he entregado? Usted. ¿Y quién me ha empujado? Usted —. El segundo
usted no lo escuchó el matrimonio porque él cerró la puerta de un portazo, lo
que disminuyó la iluminación.
—¿Ónde
nos metimos, Roxa?
—comentó más que preguntó el hombre.
—No lo sé, Queitano, no lo sé —. Al oír
el nombre, a don Mauro le dio un vuelco el corazón.
—¿Ustedes son los padres de Gertrudis?
—preguntó y se extrañó a la vez.
—Sí, señor.
—¿Y Antón?
—Antón está al cuidado de la quintana.
No podíamos dejar morir a los animales.
—Pero… Está bien, ¿no?
—Cuando-y
dexamos sí, y nun creo qu'ellí-y pase nada —intervino Queitano.
—Encantado de conocerles. Yo soy Mauro
Pérez Martín, para servirles. Y debo decirles que yo soy el responsable de que
estén aquí. Espero no haberles causado muchas molestias. Gertrudis… Gertrudis
es mi prometida. En la ausencia de ustedes me he tomado la libertad de… Bueno,
dejemos eso para luego. Ahora lo que importa es que vean a su hija. He de
decirles que ella no sabe nada de su viaje…
—Entonces eso de ahí es para usted,
creemos. Nos lo dio Antón —informó Xana del sobre que todavía estaba
en el suelo. Don Mauro recogió el sobre pisado, leyó el remite y se lo guardó
en el bolsillo de la bata.
—Gracias, luego lo leeré. Sabiendo que
Antón está bien… Pero debería decírselo a su mujer… Aunque a estas horas lo
mismo es peor... Vamos, lo digo por el
susto que pueda… La verdá, no sé qué hacer… —. Los padres de Gertru escuchaban
a don Mauro pero, lógicamente, parecían ajenos a sus palabras. Los dos zarpazos
de felicidad habían afectado a don Mauro igual que si hubiera recibido dos
violentos puñetazos que le hubieran dejado grogui. Uno siempre espera lo peor,
pero que llegue lo mejor no hay mente que lo aguante. Al final hubo de ser
Queitano quien cortara la palabrería, para él y Xana vacía de contenido y
pusiera tranquilidad, porque el supuesto prometido de su hija parecía ahora
ausente y feliz.
—Perdone,
caballeru, pero nun entendemos lo que nos quier usté dicir. Nós namá queremos
ver a la nuesa fía. Asélese, paez usté abondo nerviosu, anque contentu(5).
—Perdóneme usté a mí, no le acabo de
entender.
—Dice que no le entendemos, que solamente queremos ver a Gertrudis y que se tranquilice.
—Sí, sí, claro, pero esperen ustedes un
momento. Pasen, pasen a mi casa. Antes tengo que resolver un asunto que afecta
a la familia de Antón. Su mujer está más preocupada que yo y he de comunicarle
la buena nueva —. Don Mauro entró el último en su casa, llevó al saloncito a
sus invitados y después llamó suavemente a la puerta del dormitorio de
Servanda.
—Sí, ¿qué pasa, don Mauro? —apareció tras
la puerta Servanda en camisón y un tanto sobresaltada.
—Servanda, no se preocupe, ya sé que no
son horas, pero es que necesito que me haga usté un favor —dijo don Mauro a
través de la rendija que el aya había dejado abierta—. Están aquí los padres de
Gertrudis. Acaban de llegar y me han dicho que Antón está perfectamente.
—Ay, señor, gracias a Dios.
—Sí. Rogelia, su mujer está
preocupadísima y quisiera informarla de la buena nueva, a pesar de la hora. ¿Podría
hacerlo ustéd? —. Después de dar las oportunas indicaciones a Sevarda, don
Mauro volvió al soloncito.
—Perdonen, no sé lo que les decía
antes. Me he puesto muy nervioso. Las emociones… Estábamos todos muy
preocupados por Antón, hacía tiempo que no teníamos noticias de él… Y también
estaba muy ilusionado con su visita. No saben lo que representa para mí verles
aquí. Pero, perdonen ¿Necesitan ustedes algo? ¿Tienen hambre o sed?
—No, no se preocupe por nosotros hemos
cenado y todavía nos queda algo en el hatillo. Gracias. Nuestra necesidad es
otra.
—Imagino, señora. Ya subimos. Gertrudis
vive en el cuarto con una familia que la ha cogido de buen grado.
—Pero,
Roxa, yo preciso mexar —corrigió la situación Queitano.
—¿Perdón?
—Que éste necesita ir a mear.
—Ah, pase, pase. Pase al retrete. Por
aquí —en el pasillo se encontraron con Servanda, que ya con el abrigo puesto se
apresuraba a salir.
—Gracias, Servanda. Yo voy a subir con
ellos a casa de la señora Casta.
—Pero, señor, ¿y Juanín?
—No se preocupe, yo me encargo de él.
Usted vaya —. Todavía se demoraron un poquito más porque Xana también quiso
pasar por el váter. Cuando estuvieron los tres otra vez juntos, don Mauro no
tuvo más remedio que estirar la impaciencia de los recién llegados.
—Ya sé que están deseosos de ver a su
hija, pero yo también tengo uno pequeñín y no puedo dejarle solo aquí, así si
me lo permiten voy a cogerle y subimos. Perdonen —don Mauro desapareció y al
cabo de lo que les pareció una eternidad volvió con un bulto sobre los brazos.
La manta que le cubría sólo dejaba ver un poquito de pierna y un pie por abajo,
y unos pelos revueltos por arriba—. ¿Vamos? —al llegar al recibidor, don Mauro
se paró—. Perdone, señora…
—Xana, sin señora.
—Xana, ¿podría meterme esa llave de ahí
encima en el bolsillo de la bata?
—Sí, claro. Ya está.
—Pues entonces vamos, suban ustedes.
—Coja usté también la palmatoria y las
cerillas… Gracias —Queitano fue más rápido que ella, y antes de que abandonaran
la vivienda ya había encendido la vela.
—Xubamos
yá, oh.
—Insisto en que ella no sabe nada, ni
siquiera que yo les estaba buscando. Va a ser una sorpresa tremenda verles a
ustedes. Y a estas horas… Incluso puede que estén todos dormidos ahí arriba.
Pero, vamos, yo también estoy nervioso e impaciente—. Cierre usté la puerta.
Gracias —Y empezaron a subir—. ¿Cuánto hace que no se ven?
—Va para quince años, creo yo, porque
allí en el valle el tiempo se mide muy mal.
—¿Podría iluminar la cara a su mujer,
si no le importa Queitano?
—¿Para
qué? —preguntó
Queitano extrañado.
—Para comprobar lo que me ha parecido
ver en mi casa. Es que no me lo puedo creer.
—Como
usté quiera, home, si ye'l so gustu —Queitano, en el descansillo del
segundo, se paro y Xana que sabía lo que querían los dos hombres se volvió. Su
compañero levantó la palmatoria y don Mauro se convenció de que no estaba
soñando.
—¡Su hija es igual que usté! No me
había equivocado! Se va a ver usté con veinte años menos y con el pelo del
color de su marido. Y si me lo permiten
ustedes, su hija es tan guapa como usté, Xana.
—Muchas gracias —. Ella se giró
rápidamente un tanto turbada mientras Queitano miraba fijamente los ojos de don
Mauro, sin decidir si sentirse halagado o mancillado. Eligió lo primero por la
situación y porque ya no aguantaba más tanta espera y palabrería, bajó la
candela y empujó levemente a su mujer.
—Vamos,
Roxa, qu'espera la to fía enriba, nun sías creyida, oh. —. Se volvió hacia
don Mauro y sin sentirse del todo halagado intentó medir fuerzas—. Si pésa-y a usté enforma se lo coxo, yo toi
acostumnbrado a cargar…
—¿Qué dice?
—Que si pesa mucho su hijo, que lo coge
él que esta acostumbrado a llevar peso. Y yo se lo confirmo, es un bruto, se lo
aseguro. Yo no sé de dónde saca las fuerzas que tiene. Bueno, de lo que come,
claro. Es una lima.
—Bueno es saberlo, pero no, no hay
problema, Queitano. Gracias. Además, estamos llegando ya.
—Pase
usté delantre, ende tras nun va ver bien —. A mitad de tramo el asturiano,
pegó la espalda a la pared y dejó pasar al cargado don Mauro, que al rebasarle
perdió pie. Pero no hubo traspiés porque una mano férrea sujetó el brazo del
madrileño, que confirmó las palabras anteriores de la mujer. En el penúltimo
tramo del cuarto piso, oyeron cómo se abría una puerta y ganaron luz. Al poco
una silueta se dibujó en el vano de la escalera. La señora Casta se asomaba
extrañada y atisbando. Antes de reconocer a don Mauro, cumplió con su función
de portera.
—¿Qué pasahí, no saben la hora ques…?
Ah, es usté, don Mauro.
—Sí, señora Casta, no se preocupe.
—De todas formas bajen la voz, por
favor.
—Mire a quien traigo —. En ese momento
llegaban al cuarto y la portera se retiró un poco para que los recién llegados
cupieran en el descansillo, largo pero estrecho.
—Pero si se sube usté hasta Juanín…
¡Madre mía! ¿Y estos señores quienes son?
—Por eso, a ver si lo acierta. Ilumine,
ilumine la cara de Xana, Queitano.
—¿Otra
vegada?
—¿Otra vez? Sí, por favor —. Queitano
obedeció con desgana.
—Mire, mire —. Exigió el vecino—. ¿Qué
le parece? —. La señora Casta vio como aparecía de las tinieblas la cara de su
hija adoptiva, con el pelo rubio.
—¡Por el amor de Dios, si es clavadita
a la Gertru! Entonces… Entonces… ¡Ay, María Santísima! Entonces…
—Sí. Son sus padres —. La señora Casta
prácticamente se echó encima de Xana y la colocó dos besos, uno en cada
mejilla. Acaso por los nervios, se olvidó del padre.
—Encantá. Yo soy Casta, pa servirla —.
Don Mauro acudió en ayuda de la madre putativa.
—Éste es Queitano, su padre.
—Ah, sí, claro, perdone usté. Soy Casta
—y ella también probó las energías del asturiano, que por otro lado se comportó
muy educadamente.
—Enforma
gustu, señora, encantáu de conocela. El mio nome ye Queitano, y el de la mio muyer
Xana, anque yo llamar Roxa.
—¿Qué dice este hombre? No lentiendo.
—Perdónele, es que no habla mucho el
castellano. Pero dice que tiene mucho gusto en conocerla. Que se llama
Queitano, y yo Xana, aunque el me llama Rubia, Roxa.
—¿Ónde
ta Gertrudis, Casta? —preguntó el asturiano.
—Eso sí lo entendío —exclamó toda ufana
la portera—. Está dentro, dormida. Ya puede tronar que ninguna se despierta. Pero, ¡uy!, qué maleducá soy. Pasen, pasen
ustés, aunque vamos a despertar a Joselillo y no sé si vamos a entrar tos. Si
acaso, esperen quentro yo la primera y retiro algún asiento. Y usté, don Mauro,
derechito a mi alcoba y allí apaña a Juanín. —. Efectivamente, el que dormía en
la cama turca ya se incorporaba y preguntaba qué pasaba. Y lo curioso es que entre
la somnolencia y la luz que le cegaba al venir de la oscuridad del sueño, se
extrañó de que Gertru entrara en casa.
—¿De dónde viés, Gertru? ¿Y ése
señor?
—Son los padres de Gertru, Joselillo
—le susurró cerca de su oído la señora Casta como si le molestara más ahora
despierto que antes dormido—. Venga, échate otra vez a dormir. Sólo será un
momentito, hijo. Vienen a verla desde mu lejos. Vamos, digo yo.
—Sí señora, del Conceju de Piloña —contestó Xana con lo que dejó a los madrileños
con un palmo de narices—. Hemos tardado unos días en llegar a Madrid —.
Mientras Joselillo se tapaba hasta la cabeza con la manta, don Mauro volvió ya
después de descargar a Juanín.
—Le he puesto su almohada para que no
se caiga de la cama.
—Ha usté hecho bien.
—Lo raro es que ninguna de sus hijas se
haya despertado, ¿no? —sugirió don Mauro.
—Uy, a ésas no hay quien las despierte.
Cuando se duermen se convierten en troncos. Las dos, eh. Si lo sabré yo. Ahora,
hasta que se caen dan bien la lata charla que te charla. Como si no hablasen
durante to el día, me digo yo.
—¿Cuántas hijas tiene, Casta? —preguntó
Xana.
—Dos. Una es la Reme y la otra su
Gertru.
—Eso
nun puede ser, Xana ye la madre de Gertrudis —intervino Queitano.
—No se procupe, yo hablo asín porque
quiero a las dos por igual. Ya sé ques su hija de ustedes —. El padre no
terminó de entender a la madre putativa, pero el tono en el que había hablado
la señora Casta le tranquilizó, tanto como la reprimenda de Xana.
—Nun
sías desagradecíu, enriba que te la críen y te caltiénenlo. Sé más estimosu y
non tan quisquillos, oh(6) —. Ante la regañina, que oyeron pero no entendieron, la señora
Casta y don Mauro se miraron y sonrieron.
—Buena le ha caído, señor Gitano.
—Queitano, Casta. Este bruto se llama
Queitano —puntualizó la regañona.
—Uy, me parezco a la Reme. Pero , venga,
vamos a despertarla. Aunque traigamos un organillo y nos bailemos un chotis,
éstas no despiertan.
—¿Le importa que la despierte yo?
—pidió Xana.
—No, para nada. Está en esa alcoba, era
la mía, pero al quedarme viuda y aparecer la Gertru era mejor pa tos que
durmieran ellas en la cama de matrimonio. Lleve la palmatoria, en esa alcoba no
hay luz, bueno, en ninguna, sólo en la cocina y aquí en el comedor. Queitano,
que había apagado la vela al entrar en casa de la señora Casta, volvió a encenderla y se la pasó a Xana que con algún problema por las estrecheces entró
en la habitación de su hija. Queitano, desconocedor de las normas sociales de
la capital, que advertían a los hombres de no entrar en las habitaciones de
otras mujeres que no fueran la suya, siguió a su Roxa con menos problemas. La
señora Casta y don Mauro quedaron en el comedor, en silencio y expectantes.
Así, poco a poco pudieron escuchar la canción preferida de Gertru, pero convertida
nana: ♪♪Que me los regaló, olé y olé, una
rapaza soltera...♪♪ Y Gertrudis despertó de un sueño para entrar en otro.
[Fin del relato]
(1)
[Volver]
Pejiguera.
Esta palabra, según el DRAE, no admite masculino, ya que se refiere a una cosa.
Aunque yo la he oído y dicho en multitud de ocasiones referida tanto a mujeres
(pejigueras) como a hombres (pejigueros), pero habrá que acatar las órdenes de la RAE porque para una vez que no
existe el masculino no lo vamos a despreciar, aunque el significado en
femenino, como casi siempre, es peyorativo. DRAE, 2014, 23ª edición, entrada pejiguera: «[...]1. f .
coloq. Cosa que sin traernos gran provecho nos pone en problemas y dificultades[...]».
(2)[Volver]
Ande yo caliente y ríase la gente. Lo dice Sanchica a su madre: «[...] Y
¡cómo, madre! —dijo Sanchica—. Pluguiese a Dios que fuese antes hoy que mañana,
aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre en aquel coche:
‘¡Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y cómo va sentada y tendida en
el coche, como si fuera una papesa!’ Pero pisen ellos los lodos, y ándeme yo en
mi coche, levantados los pies del suelo. ¡Mal año y mal mes para cuantos
murmuradores hay en el mundo, y ándeme
yo caliente, y ríase la gente! ¿Digo bien, madre mía? [...]». Miguel de Cervantes
Saavedra, Don Quijote de la
Mancha II , 1615, cap. 50, pág. 935, edición del IV
centenario, RAE, Santillana Ediciones Generales, 2004. Si bien quien popularizó
el proverbio fue otro monstruo de la literatura española, Luis de Góngora que
tituló así unas letrillas que puedes leer aquí. Fuente CVC y las notas de
Francisco Rico al texto de Cervantes.
(4)[Volver]
Alúmbreme.
(5)[Volver]
Perdone, caballero, pero no entendemos lo que nos quiere usted
decir. Nosotros sólo queremos ver a nuestra hija. Tranquilícese, parece usted
bastante nervioso, aunque contento.
(6)[Volver] No seas desagradecido, encima que te la crían y te la mantienen.
Sé más agradecido y no tan quisquilloso, oh.
EPÍLOGO
Jamás pensé que algo tan frío como la Informática pudiera
hacerme sentir la calidez de todas vosotras (en adelante hablaré en femenino).
Y creedme, sé de lo que hablo, pues he desarrollado mi vida laboral en ese
entorno durante veintiséis años. Fui de las privilegiadas que, allá por el año
1979, se encontraron con una tecnología que nos hacía dioses ante las demás. Para
que lo entendáis, ya usé la tecnología de la comunicación entre ordenadores en
1982 (Internet no apareció en España hasta 1986), y ese mismo año programé un ordenador para que
un plotter dibujara los gráficos de costos de una empresa de construcción de autopistas. Ya
ha llovido. Como diría una amiga mía: “Fíjate si soy vieja en la profesión que
trabajo en esto antes que el PC”. Nunca había escrito para los demás, ni
siquiera en el blog que abrí en el 2007 en el que un rano de peluche compartía mi
día a día y me criticaba para conocerme a mí mismo. También hacía chistes para
reírme y poder seguir con ese caminar que tan difícil nos ponen algunos y nosotros mismos a veces. La
verdad es que intentaba sacar de mí lo mejor, y hasta me ponía serio a veces,
jaja. El tema que he usado como excusa en este relato que hoy acaba, sin que por ello no haya más entregas de Entre puntada y puntada, se me
ocurrió por el entorno de COSOqueTEcoso, es decir, un ambiente costumbrista que
se acercara a las participantes en ese blog. No he publicado todo lo escrito
porque o bien me parecía redundante o bien no me gustaba. También soy
consciente de que el relato admite correcciones. Si fueran necesarias, se
harán. Supongo que lo han dicho otras antes, y yo lo he oído o leído un
millón de veces, pero tengo que decirlo: Sin
vosotras hubiera sido imposible escribir esta historia. Y sin aquellas
mujeres, que intento retratar, también. No soy lo suficientemente mayor como
para haber vivido aquella época, mal llamada en España los “felices años
veinte” o “años locos” (ésta es una etiqueta, ¡cómo no!, estadounidense), pero
sí lo suficiente como para acordarme de las penalidades que me contaba la Juana (mi madre), que nació
en 1920, así como lo poco que me contaron mis abuelas. A mis abuelos no los
conocí, ambos murieron en la última guerra civil que tanto daño hizo, e
impensablemente sigue haciendo, a las personas como tú y como yo, como a los
personajes que dejamos atrás. ¡Ojalá que otros los hagan vivir!, como diría
Mendrugo. Quiero decir que todos los acontecimientos históricos de los que
hablo, así como los escenarios que se describen, son reales. Lo que no he
podido mantener es la misma exactitud en el tiempo en el que ocurrieron. Mezclo
algunos hechos anteriores con otros muy posteriores y viceversa, pero es una
licencia que me debéis perdonar y que yo me he tomado para homogeneizar nuestro
relato. Lo siento, pero no me arrepiento. Yo escribo ficción, no historia. ¡Qué
más quisiera una que poder interpretar la Historia !
No podéis imaginar, o sí, el placer que ha sido
para mí vivir más de un año inmersa en aquella época. Pero no sólo eso, sino
también compartir y construir el relato con vosotras. La edición en el blog, al
que me ha permitido asomarme MC, ha sido "enfermiza". Sí, no exagero. Me ha obligado
a documentar con imágenes que a veces no encontraba en la Red , no porque no estuvieran,
sino porque no sabía encontrarlas. Me ha obligado a leerme estudios extensos
para saber si decía una pequeña tontería o una verdad para alguien, a la vez que citar
cada fuente de donde he bebido (supongo que en algún caso se me ha pasado,
perdón). Me ha obligado también, por mi mala memoria, a rebuscar entre mis
libros, citas, refranes, giros y palabras que sabía que había leído y que no me
acordaba donde. Por otro lado, y eso lo sabréis las que administráis un blog, a la hora de componer las entradas
me encontré con una herramienta de edición, la de Blogger, que es tela marinera. Y por si fuera poco, aparece un día
mi hijo y me dice: ¿Sabes que puedes
poner las notas al pie para que se lean sin tener que desplazarte hacia abajo y
luego tener que subir donde estabas? Mi error (?) fue decirle que no lo
sabía, bueno no, que me gustaría hacerlo. Y digo error porque eso hay que hacerlo
a mano, como vosotras hacéis la puntada escondida, no hay ningún botón en una máquina de coser que al
pulsarlo lo haga. Así que, después de diez años de inactividad me encuentro con
un lenguaje de programación informático que no se parece en nada a los que yo
había usado. Hay más, pero lo que quiero compartir es que si no hubiera tenido
una motivación importante, acaso no lo hubiera hecho, por eso os doy tanta
importancia. También es verdad que soy Virgo, jajaja, y ya sabéis lo
perfectitas que somos las de ese signo (esto me suena a Carmina). He intentado
seguir vuestras sugerencias, incluso en una entrada hicimos una encuesta para
ver por donde seguía el relato. Como “semos” como “semos” había, si no recuerdo
mal, cuatro posibilidades, y claro me escribí la continuación de todas. Cuando acabé me di cuenta de que era una burrada, que no podía
hacerlo más, pero la experiencia me encantó. No repetí porque durante una
semana me volví loca. No sabía donde estaba, ni yo, ni tampoco los personajes.
Así que eché el freno. Y la verdad es que el sistema me encantó, pero era
inviable si quería llegar al siguiente lunes viva y habiendo dormido algo cada
noche. En definitiva, que escribir casi ha sido lo de menos y lo más grato,
junto a recibir vuestros comentarios, y ver que erais más las que leíais que
las que comentabais. A todas esas anónimas también les agradezco igualmente
haber estado ahí. Y a las que me habéis dado ánimo solo deciros que os he
cogido cariño, ¡qué coño! Una confidencia, Entre
puntada y puntada está imaginada al andar, al igual que su borrador está escrito durante mis paseos matinales. No sé porqué os cuento esto, acaso porque me parece curioso. He
aprendido mucho durante este largo año, pero no os lo voy a contar todo, sirva
como ejemplo que he valorado más El Quijote o el trabajo de María Moliner al
componer su diccionario (por fin me lo compré en la Feria del libro de viejo).
¡Vaya mujer! ¡Y vaya trabajo! (luego me quejo yo), parece mentira que una
persona sea capaz de tamaña hazaña sin desatender sus obligaciones como madre o
persona. Tanta como la gesta de Sebastián de Covarrubias en 1611 al escribir su
Tesoro de la Lengua Castellana o Española.
Éste usaba plumas de ganso por bolígrafos, pieles por papel y velas por luz
eléctrica, y el tío se hizo un diccionario maravilloso. Leer estas enciclopedias
es una gozada, como decimos ahora, eso sí, no hay que desanimarse y mirar el
número de páginas que las componen. Sí, no os extrañe, yo leo diccionarios, no
sólo los consulto. ¡Qué tía más rara! ¿no? Pues sí, ¿acaso vosotras no? Pues
eso.
Bueno, podría enrollarme un año, pero no os lo merecéis, jajaja. Tan solo añadir que, aunque el relato se acaba con esta entrega, la sección en el blog no, porque en estos días he conseguido hacer una entrevista a cada personaje principal, sí, a cada uno cuyo nombre aparece en rojo y en negrita en la relación de personajes editada aquí. Si os interesa, nos vemos el próximo lunes hasta agotar las entrevistas. Ha sido un inmenso placer. Gracias, y mil veces gracias,
Juan Carlos,
alias JC,
alias Mendrugo,
alias Cirilo
y sólo para
ti, que lo sabes, Cq.
AGRADECIMIENTOS
A todas vosotras, lectoras, conocidas y anónimas. Y no sabiendo cómo ordenar vuestros nombres he decidido hacerlo por la cantidad de comentarios que habéis dejado en el blog hasta las 00:00 del día 8/1/2016, sin que con ello quiera subrayar nada. Simplemente odio el orden alfabético. (Yo, de pequeño y de joven, siempre era el último para todo salvo que algún Yuste o Zárate apareciera, jaja):
Ligia 51; Chary Aceituno 51; Amanda AG 46; Jeru VT 33; Varinia 31; Rubí 24 ; Nita 21; Arya Forel 18; Beatriz Muñoz 14; Lola, laboreando 13; Oki 11; Mar 11; Maritza 9; Abril Sampere 8; CosoQUEteCOSO 8; Carmen y Prady 6; Paz Pélaez 6; Carmen (El atelier de) 5; Forjera/Forcatering 5; Crul 4; Esperanza Ramírez 4;
|
A mi correctora, Jeru VT. Ha sido un placer trabajar contigo.
A mi programador y “voceador” personal, Raúl J.,
alias Crul.
A Internet y a todos los que nutrimos esa nube
donde, entre verdades y mentiras, encontramos opiniones y datos tan objetivos como subjetivos,
instantáneas y vídeos que nos acercan unas a otras.
Y a la Juana , mi madre, porque de niño, mientras planchaba “para fuera” y mi padre estaba “de más”, me contaba cosas que he incluido en este relato, y, porque, en el fondo, es quien ha inspirado esta historia.
¡Como me ha gustado!
ResponderEliminarHoy si que no podía esperar para leer esta delicia de relato, como te he dicho semana tras semana, a veces hasta me he leido dos capitulos el mismo día, estos personajes entrañables y llenos de humanidad me han atrapado dulcemente, y en este relato final hasta me han emocionado, muchas gracias por estos relatos y muchas gracias por incluirme como "parte" del relato.
Hasta la próxima.
Chary :)
Hoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarQue bonito el final Jc me ha emocionado mucho, porque cuando yo tuve a mi hija la mayor la primera vez que la cojí en brazos en el paritorio la empecé a cantar una "nana" sin saber porqué,ni de donde me venía, y cuando ya estabamos en la habitación y la tenía en brazos otra vez entraron mi padre y madre y me dijo mi padre: hija lo que bien se aprende mal se olvida, ¡era la nana que me cantaba a mí mi madre de chica!
ResponderEliminarHoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarNo se que decirte, me ha encantado. Semana tras semana nos has deleitado con estos relatos maravillosos. Gracias.
ResponderEliminarUn besote
Hoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarQué risas. Me imagino la situación en la escalera y me desborrego toda. La conversación de Cirilo y Carmina, puro complemento, que más se puede pedir. Me ha gustado muchísimo el relato. Gracias, como dice Chary, por incluirme como parte.
ResponderEliminarVolveré el próximo lunes y, espero que pronto haya otro relato ahora que ya dominas la informática jajaja.
Ha sido todo un placer. Gracias J.C.
Hoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarTodavia en alicante, con las maletas preparadas para volver a mi isla, intento desde el movil comentar con una alegria por todo lo q he leido, y con una penita de que se haya terminado el relato.
ResponderEliminarLas entrevistas a los personajes prometen, asi q has tenido buena idea para seguir conociendolos.
Muchas gracias a ti, JC, Cirilo, Mendrugo o quien seas por todos los momentos compartidos, mostrandote a veces como yo te imagino aunque sea formando parte de una historia.
Muchos abrazos.
Hoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarBueno, hoy me acuesto conociendo una nueva palabra: tósigo...jolinnn, ni sabia de su existencia..jajaja!!
ResponderEliminarEn serio ya....no imaginas cuanto he aprendido contigo y con lo que has puesto de ti en estos relatos..
Cada uno de los personajes llevará seguramente una pizca de lo que tu eres, mil facetas que conforman lo que somos las personas, con nuestras luces y sombras..
Me gusta como nos dejas con el misterio, ese rostro adormilado de Gertru al despertar y verse reflejada en su madre como si se mirara en un espejo...un reencuentro envuelto en melodia..
Como también he sido (ya no) de escribir...imaginaba lo que supone una mínima documentación (lecturas, estudio, revisiones, correcciones...)para poder escribir con tan buen fondo como lo haces, pero leyendo tu epilogo (que en algún punto me ha emocionado) consigo hacerme una mejor idea del enorme trabajo que escribir (y hacerlo bien) supone.
Ahora estoy deseando leer las entrevistas a los personajes, no imagino como las vas a plantear..
Y oye...tal vez en el futuro se arregle ese "problemilla" y Gertru nos traiga descendencia???
De nuevo, agradecerte tu dedicación y la alegria que has aportado a muchos de mis lunes.
Y también me uno a tu homenaje a la Juana, no seriamos lo que somos si no fuéramos moldeados por nuestras madres...
Un abrazo
pd: me encanta, perfecta tu descripción de lo que une a esa pareja formada por Cirilo y Carmina...a veces no nos damos cuenta de lo que nos une a quien convive con nosotros, solo cuando esa invisible cuerda que medio nos "ata" se tensa sentimos que si se rompe se romperá también sin remedio y en lo mas profundo algo tan esencial que no querríamos resistirlo...y entonces reaccionamos..
Hoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos (ahora ya encharcados) apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarYo también te escribo con lágrimas no te creaa... Te descubrí este verano y me enganché!!! Ha sido un placer leerte y cómo ya te había comentado en alguna ocasión me gustaban los lunes:-) y me seguirán gustando porque aquí me quedo. Besos y mil gracias.
ResponderEliminarHoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos (ahora ya encharcados) apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarUn año?, pues se me paso volando...!!!,
ResponderEliminarCon las ganas que tenia de que llegara el final, y ahora?, pues que penita me da.
Mil gracias te doy yo por tu dedicacion,ha sido todo un placer leer tus relatos cada semana.
Apasionante el ultimo capítulo,y aqui me quedare por que seguro que las entrevistas tambien van a ser apasionantes.
Que pases buena semana.
Besos.
Hoy no voy a contestaros individualmente. No puedo. Los ojos vidriosos (ahora ya encharcados) apenas me dejan leer el segundo comentario. Solo daros otra vez las gracias a todas. JC.
EliminarSonará a excusa barata, pero no me he leido el relato que has publicado por falta de tiempo... además de que cuando empecé a seguir el blog más asiduamente ya lo había pillado empezado. Siempre me han gustado las entradas de Mary Carmen porque son cortitas y muy saladas. Pero con tu epílogo de hoy y tus agradecimientos me has emocionado. Tendré que empezar a leerlo desde el principio jejeje
ResponderEliminarBesos
A ti sí te voy a contestar directamente por ser "nueva", jaja (los nuevos suelen salir ganando. Sólo decirte que todas las excusas, incluso las mías, suenan a baratas, excepto las de un amigo del cole (10-12 años) que cada vez que llegaba tarde se le habías muerto un abuelo o abuela. El profe, a final de curso, le hice un homenaje por ser el único niño que había tenido veinte abuelas sin contar los abuelos. Me lo has recordado y me he enrollado.
ResponderEliminarUnas gracias más, Petit Dudu. Un beso, JC.
Para mí, la cita del lunes, siempre se convierte en otro día de la semana, pero no por ello menos importante. Llegado a éste punto, será el último relato, pero en realidad has dejado uno más para que el lector ponga el punto final moldeado a su gusto. Eso es algo que a veces no se comprende, pero es más inteligente de lo que parece. Desde el primer momento y a medida avanzabas se ha visto el continuo esfuerzo realizado para que todo estuviese bien entendido, bien expuesto. En definitiva, te lo has “currao” a base de bien, como se suele decir. Debes sentirte muy satisfecho en propiedad, porque si para ti ha sido una total experiencia, para la gente que te sigue ha sido una devoción atrapada en tiempo.
ResponderEliminarMe resulta difícil saber quién está más agradecido si escritor o lector. Un gracias, parece muy sufrido y poco rimbombante para aplicar a tal dedicación realizada por y para todas nosotras, pero no tenemos otra más bonita con qué corresponder. Por tanto, y aún siendo válida la anterior, vamos a dejarlo en empate o tablas y decir que las dos partes han disfrutado y enriquecido por igual pues se mire por donde se mire, tiene un valor muy importante y con ello nos debemos de quedar.
Qué sorpresa guardabas ¿Eh? Saber la opinión de los personajes. Un postre inesperado por saborear. ¡Guau!
Saludos.
Podría contestarte copiando y pegando. Y, aunque sería lo justo, porque eres una de las asiduas, como las anteriores, excepto Petit Dudu, también me sabe a poco. Ya se me ha pasado la emoción primera e impactante de los comentarios de Chary, Beatriz, Varinia, Lidia, Lola, Mar y Rubí, y no mojo el teclado. Ahora estoy más tranquilo, orgulloso y en paz, como decíamos de pequeñas, con todas vosotras. Tienes (tenéis razón), basta con un simple gracias cuando sale del corazón. Uno no necesita más, aunque dos necesitan dos (jaja) y muchas, muchas gracias. Por todo ello, gracias Nita. Alguien dijo en un comentario, no recuerdo quien, que debería hacer más hincapié en la personalidad de cada protagonista, por ello se me ocurrió el "postre", ayudado por la sorpresa que yo también me llevé al pasarme lo que cuento en la primera entrevista y que me dio la posibilidad de "conocer" mejor a cada personaje. Lo publicito en la respuesta a tu comentario para todos los públicos, jaja. Saludos, Nita, JC.
Eliminar¡Acabé!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por seguir escribiendo.
Para mí, lo mejor los personajes de Joselillo y Balín y su frescura.
Nos vemos en la primera entrevista pues.
Cq.
Pd. ¿Has visto cuántos comentarios te había dejado? Sí, 33.
Te quiero. Cq
EliminarNo sabes la pena que me da no haber compartido contigo el encharcamiento de ojos el mismo día que de produjo, pero me queda la satisfacción de haberme leído todos y cada uno de los capítulos porque no tienen desperdicio! ¡Vaya final! Con sus risas, sus nervios, sus sorpresas, sus confesiones y algún que otro encontronazo con esos vecinos incordiosos que casi tod@s hemos sufrido alguna vez...
ResponderEliminarQue otra cosa puedo decirte que GRACIAS, mil gracias por compartir tu relato con nosotras, por todo tu esfuerzo y dedicación desinteresada y por dedicarnos tantas horas de tu valioso tiempo (aunque lo vivas y no lo midas ;-)).
Que bueno que aún nos queden unas cuantas entrevistas para seguir compartiendo contigo estos ratitos, los disfrutaré, aunque una segunda parte no estaría nada mal eh? Que digo yo, que después de los kilómetros que recorrieron Xana y Queitano no van a ver a su hijita vestida de blanco? Ahí lo dejo.. Jejeje
Besitoooos
Justo un mes después de que se me encharcaran los ojos al leer los comentarios de tus co-lectoras vuelves a conseguir lo mismo. Sólo me sale un gracias. JC.
EliminarAcabo el día de la última entrevista, si no me equivoco.
ResponderEliminarComo dije con Antón, lo que más me pesa de "Entre puntada y puntada" es el valor de los héroes cotidianos que siempre has defendido. A mí desde luego me han llegado los motivos que hacen a muchas personas merecedoras de un reconocimiento que no se ve en los medios de comunicación, salvo excepciones (solo se me ocurre Cándida de Gomaespuma).
Muchas gracias por los esfuezos, ni siquiera nos has cobrado un céntimo por entrega.