Seguidores

lunes, 7 de diciembre de 2015

Relatos de COSOqueTEcoso (XLIII)

¿Quieres empezar a leer desde la primera entrada? Pulsa aquí.
¿Te has perdido los anteriores? Pulsa aquí.

Entre puntada y puntada 
(XLIII)

De religionmitologia.wordpress.com. No he conseguido saber de quien es el cuadro.
—Lázaro, levántate y anda —ordenó don Zacarías con la voz engolada. Joselillo obedeció.
—¿Hacia dónde, hermano?
—¿No le suena esa cita, señor Lázaro?
—Sí, ya sé que Jesús resucitó a Lázaro, si es a eso a lo que se refiere, hermano. Pero no le ordenó eso, sino: ¡Lázaro, sal fuera!(1) —Joselillo también quiso poner la voz gruesa y le salió un gallo—. Creo que es San Juan quien lo cuenta en su evangelio.
—Muy bien, pero la cita anterior me sirve de metáfora para que cojas tus cosas y vayas al aula con tus compañeros.
—¿De verdá? —exclamó sorprendido el alumno.
—¿Por qué habría de mentirle, caballerete? Se lo ha ganado usté a pulso. Ande, que le veo impaciente. Y tome, dé esta nota al hermano Candelas de mi parte —. Joselillo salió como un rayo del despacho del hermano Señormío, tropezó en el pasillo y cayó todo lo corto que era, y sus cosas se esparcieron por el suelo. Tan rápido como cayó se levantó y metió sus cosas de mogollón en la cartera abierta. Don Zacarías, que salió al pasillo al oír el golpetazo, sólo pudo ver la espalda del crío alejarse por el pasillo, tras lo cual reparó en su nota, que había olvidado su alumno en el suelo. La recogió, y con la parsimonia que le caracterizaba fue detrás del corredor—. Ay, Señor, Señor—. Justo en el momento en que iba a llamar a la puerta del aula del hermano Candelas, un tren que salió le arroyó  y a punto estuvo de dar con sus huesos en el suelo. Al reconocer la locomotora, y apoyado en la pared, le dijo al maquinista—. Quizá busque esto —. Joselillo, colorado y aturdido, bajó la vista, mudó el gesto de asustado a arrepentido, pidió perdón y cogió la nota. Se quedó en el umbral de la puerta y esperó la reprimenda. No la hubo. Con el gesto del fraile indicándole que se metiera en el aula y cerrara la puerta se canceló la escena tan incómoda para maestro y alumno—. Mira que le gusta correr a este muchacho, Señor mío—. Don Zacarías, aparte de su pachorra, era famoso en la escuela porque siempre tenía de contertulio a su Jefe supremo, asunto que no le molestaba, ya que era consciente de que había venido a este mundo para ser un paciente siervo de Dios.

El primer día de Joselillo en clase, entre sus compañeros, fue un día feliz para él. Había demostrado en los recreos que era el que más corría de la clase. Y eso, entre muchachos, se tiene en cuenta y se valora. Su carácter introvertido le había evitado el inevitable enfrentamiento con los gallitos del curso. Y su ausencia, sumada a la dedicación exclusiva de don Zacarías, alias Señormío, le había granjeado el apodo de El enchufao. Esa mañana levantó varias veces la mano para hacer notar que sabía la respuesta a las preguntas planteadas por el hermano Candelas, a pesar de saberse todas. Sólo tuvo la ocasión de responder una vez y correctamente. La ley infantil y escolar que afirma que los listos son debiluchos y envidiados por los torpes y brabucones con él no se cumplió. Durante el recreo nada cambió, y después de dar cuenta del bocadillo que le había preparado la señora Casta, a costa de que ella no desayunara (“Ay, Reme, es questoy desganá últimamente”), se puso a jugar como cualquier otro día, eso sí, impaciente por oír el pitido con el que acababa primero la hora de asueto y después la jornada matutina. Durante ese intervalo, no dejó de pensar en las mañanas pasadas al aire libre en el Rastro, hiciera el tiempo que hiciera, junto a Mendrugo, y en especial aquel día que le enseñó la importancia de las comas. Tema que se trataba en clase mientras él se ausentaba:
«—¿Y qué es una coma, Mendrugo?
—¿Has visto las hormigas que hay en tu libro, entre algunas palabras, las que no tienen sombrero y son más grandes?
—Sí.
—¿Y te has dado cuenta que al hablar, a veces, te paras un poquito y respiras, pero sólo un poquito?
—Claro, ahora lo has hecho tú dos o tres veces.
—Pues bien, eso es una coma. Se distingue del punto, al hablar, porque se para uno un poco más, y al escribir porque éste es la hormiga chiquita al que sigue una letra mayúscula o cambias de línea en un escrito. Es tan pequeño como el sombrero de la otra hormiga, que juntos son el punto y coma y que más o menos es lo mismo que la coma. Las tres se pronuncian, no se te olvide. Ya te contaré el uso del punto y coma en la escritura, porque en la pronunciación no se distingue de la coma en nada. Son muy importantes para la entonación, igual que otros símbolos.
—Pero, Mendrugo, yo cuando hablo no digo tal y tal, coma, ni tal y cual, punto.
—No, pero haces una pequeña pausa o una más larga. Y me estoy refiriendo a cuando lees, pollino, ya sé que nadie habla así. La pausa de la coma y del punto son al contrario que su tamaño, la de la coma es chiquita y la del punto más larga, pero no te pases, no vaya a ser que duermas al que te escucha. Son muy importantes. Las pausas siempre están, al hablar o al callar. Las palabras con el silencio se van, porque, a veces, no hacen falta, pero los silencios siempre son necesarios.
—¿Y las palabras dónde van?
—¿Dónde irías tú?
—¿Yo? A ver a mi madre.
—Pues te aseguro que ellas no quieren estorbarte cuando la veas. Además, si eso ocurre, no te quiero engañar, no podrás usarlas, no te harán falta. ¿Quieres que te cuente una historia sobre una coma que al irse antes de tiempo provocó el asesinato de una persona?
—Sí, cuenta —a Joselillo le encantaban los cuentos de Mendrugo, relatos que calaban en su mente y dejaban una simiente de conocimiento que más tarde florecía.
—Verás, José, hace tiempo cuando se usaban lanzas y adargas, más o menos en la época en que don Quijote cabalgaba por La Mancha y más allá, ocurrió que prendieron a un ladrón en el Toboso, malandrín que huía de Toledo donde le habían pillado con las manos en lo ajeno, pero que había podido escabullirse y se había escondido en una alhóndiga. Antes, los hombres, como ahora, eran brutos, así como sus leyes. Debido a ello y que lo ajeno pertenecía a un noble del rey de aquella época, le cayó la mayor. Si hubiera robado una gallina a un isidro como tú, le hubieran dado una paliza, en vez de ajusticiarle, de ahí las leyes brutas. Bien, pues el alcalde de ese pueblo manchego, famoso porque en él vivía Dulcinea, la novia de don Quijote, aunque ella no lo supiera…
—La de Venan se llama Reme.
—¿Y es guapa?
—Sí, y coja.
—Hay muchos que cojean y no se les nota, José.
—No tentiendo, Mendrugo.
—Tampoco es el momento, amigo. Mejor sigamos con la historia. Te decía que el alcalde de El Toboso, que no tenía que escribir mucho, pero que sabía, le puso un mensaje en papel al noble agraviado que había dado parte a todas las alcaldías de la zona. En él escribió que había apresado al truhán y le preguntaba si le ajusticiaba.
—Si le mataba, ¿no?
—Sí.
—¿Y por qué has dicho antes que labían asesinao?
—Al fin y al cabo, matar a alguien premeditadamente y con alevosía, por el motivo que sea, es asesinar, ¿no? Al menos eso pone en el diccionario.
—Bueno, sí. Si tú lo dices.
—Bueno, el caso es que el alcalde preguntó por escrito al noble si mataba al reo.
—Cuando el mensajero entregó la carta en el palacio del conde, éste estaba en una partida de caza, y su secretario, al exigirle el correo del alcalde una contestación, escribió unas palabras en un billete, que así se llamaban antes las cartas y se la entregó con encargo de llevársela al alcalde de El Toboso. Pero el secretario cometió un error en esa carta, ya que su intención era esperar a su señor para que éste decidiese, por eso escribió: No espere, sin coma entre las dos palabras.
—Pos vaya cosa.
—A ver, José. ¿Qué te he dicho antes? ¿Cómo se pronuncia una coma?
—Con una espera pequeña.
—Pues pronuncia esas dos palabras con una pausa entre las dos.
—No —Joselillo alargó la espera—, espere.
—Y eso ¿qué quiere decir? ¿Que mataran al reo o que no?
—Claro, que no le matasen, que esperaran.
—Y, ahora, dilo sin coma, es decir, sin pausa.
—No esperen.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Aybó, que le matasen enseguida. Es verdá.
—¿Te das cuenta lo importante que son las comas y los puntos al hablar y al escribir?».

El hermano dormilón había hecho honor a su alias y había doblado el cuello a falta de un cuarto de hora para que acabara la clase. Como Joselillo, ni oyó que los demás alumnos salían sin hacer ruido para no despertarle, eso sí entre risas contenidas, ni tampoco los tres pitidos que avisaban desde el patio el final de las clases. Cuando el hermano Candelas abrió el ojo, miró su reloj y no se sorprendió: “Otra vez”, se dijo. Se levantó y reparó en el alumno que, abstraído, miraba por la ventana.
—Eh, señor Lázaro, ¿para celebrar su primer día entre nosotros se va a quedar aquí a comer? —la voz del hermano Candelas devolvió al aula a Joselillo.
—No, no hermano, es questaba pensando en Mendrugo.
—No me extraña, porque ya va siendo hora de llenar la andorga. Venga, que no le va a dar tiempo a comer y volver a las tres. Vamos, vamos, perillán.
—Hasta la tarde —. Y como siempre, Joselillo corrió como si le fuera la vida en ello.
—Sí que tiene hambre el nuevo, sí.

Pero ocurrió lo mismo que cuando salió del despacho de Señormío. Esta vez tuvo la culpa quien estaba fregando el pasillo al pensar que todo el mundo se había marchado ya. Joselillo resbaló y cayó, y como llevaba la cartera abierta, se desparramaron sus cosas por el suelo. Lento, pero seguro, apareció el hermano Candelas y le ayudó a recoger, después de comprobar que Joselillo, alias señor Lázaro, se encontraba bien. El golpe, y ver al otro hermano arrodillado y con la bayeta dale que te pegó, le recordó al muchacho que sólo fregaban los sábados, y cayó en la cuenta: no había que volver después de comer. 

—Yo esta tarde no vengo, hermano Candelas. Usté verá.
—Pues tendrá usté que justificar su falta, no se le olvide —. Amonestó y recordó el hermano Durmiente que quedó cariacontecido por la contestación del nuevo alumno y por el recuerdo del libro que había metido en su cartera. “¿Este chico lee El Quijote?”.

Al llegar al chiscón de Españoleto en un periquete, Joselillo, que lo hizo con retraso, se quedó olisqueando el ambiente del portal. Y en vez de dar los buenos días, se olvidó de los modales, y entró a la vez que preguntó si se había quemado la comida. La señora Casta, que no se lo tuvo en cuenta, le contó sin detalles lo que había ocurrido en el tercero derecha, y le tranquilizó respecto al condumio.

—Pos yo traigo una sospresa, pero la cuento cuando llegue el Venan y las chicas.
—Entonces tendré caguantarme, y espero que la sospresa, como tú dices, sea buena.
—Claro, pa mí sí, ya verá. Y además he conocido al hermano Durmiente. Y ma pasao una cosa que da risa.
—¿Y eso cuándo lo vas a contar?
—También luego, cuando diga la sos… la sorpresa —consiguió decir el crío.
—Pues yo pensaba que fueras comiendo, porque los demás van a llegar un poco tarde hoy, como tú, pero voy a hacer yo lo mismo, voy a esperar a los demás para servir las lentejas.
—Señora Casta, si le cuento lo de la risa, ¿puedo comer ya?
—¿Y la sorpresa?
—No, esa no, se la quiero contar al Venan primero.
—Pues, entonces no sé cacer.
—Ande, por favor, tengo muchambre.
—Pues claro que sí, tonto. Venga empieza y yo te pongo las lentejas.
—Vale. Es que cuando he salido de clase…

Joselillo no sabía que no podía contar lo “que da risa” sin contar la sorpresa. Así que, la señora Casta, al atar cabos y comer a la vez que su hijo putativo, se imaginó enseguida cual era la sorpresa que Joselillo guardaba para su hermano. Por supuesto, el orgulloso alumno repitió y a la señora Casta le sentaron tan bien las lentejas como  al crío.

———— o O o ————

Y llegó el sábado. Y, a pesar de insistir por la mañana en que Susana les acompañara al baile, ella se negó en redondo con diferentes excusas. No consiguieron convencerla. Gertru y Reme dedicaron toda la tarde a arreglarse. Mientras, dándole al pico, construían un nuevo futuro lleno de felicidad. E incluso soñaron con viajes en tren, de los que ya habían leído algo. La señora Casta se complacía al ver con qué alegría se lavaban el pelo y se lo secaban mutuamente. Disfrutaba al verse reflejada en ellas de joven. Al oír a Reme quejarse de que su pelo no se alisaba ni a tirones, les recordó cómo se hacía ella la “toga(2) ” y después de que Gertru amenazara a Reme con plancharle el pelo, les enseñó cómo hacérsela.

—¿Y así se va a secar, madre?
—De eso se trata, y salvo que salgáis con sol a bailar de noche, seguro que se os seca a las dos.

Ver a Reme feliz e ilusionada, le hacía recordar a su marido. Y una ráfaga de tristeza cruzó su rostro al reconocer que él no podía disfrutar de esos momentos en los que uno se alegra de haber tenido descendencia, deseada o no. “Al menos yo sí puedo hacerlo”. Y no se complacía menos al ver a esa otra muchacha, maltratada, y que, de mala gana, todo había que decirlo, había acogido y que con el tiempo y las desgracias ajenas le había robado el corazón. “Aunque tus padres no te disfruten, ya me alegro yo por ellos”. Ver a Reme junto a la belleza de Gertru no la afeaba, sino que realzaba otra belleza distinta, menos llamativa pero tan fresca y lozana como la de su amiga.

—¿Sabéis lo que os digo?
—¿Qué, madre?
—Que si yo fuera hombre, no salíais de casa.
—¡Qué cosas tié usté!
—Pues menos mal señora Casta —se rió Gertru acompañada de Reme.
—Eso, menos mal. ¿Qué hora es, sabe usté?
—Acaban de dar las seis en el reló de la iglesia, si no mequivoco.
—Uy, sólo faltan dos horas, y no hemos pensao siquiera qué nos vamos a poner.
—Mujer, tampoco estamos hablando de poner una pica en Flandes(3), pero no decidir y vestirse en ese tiempo, es mucho batallar, hija.
—Venga, venga, que yo no sé qué ponerme.
—Vamos a ver Gertru, menos nervios, eh. Sólo tiés dos faldas y un vestío, y tres blusas, aparte de dos pañuelos, aunque también pués usar los míos si alguno te place. A ver, con ese panorama, ¿qué lío tiés?
—Oye, Reme, ¿por qué no hacemos una cosa? —Gertru parecía no oír a la señora Casta, acaso por los nervios.
—¿Cuála, Gertru?
—¿Por qué no te pones tú algo mío y yo algo tuyo? Así estrenamos las dos y to.
—Sí, y a lo mejor también les hacemos un lío a los hombres.
—Sí, vosotras volved más locos a esos dos, que ya veréis.
—Madre, a mí no me parece tan mala idea. Y así nosotras nos vemos distintas.
—Si sois preciosas... Pero como queráis. Las dos tenéis más o menos la misma talla, sólo falta que Gertru cojee y ya parecéis gemelas.
—Más quisiera una tener la cara y el cutis désta.
—Venga, no digas tonterías, Reme. Ya me gustaría a mí tener ese tipo. Pero, hala, ¿lo hacemos o no?
—Vale, venga.

Mientras las estrellas aparecían en el cielo madrileño, otras dos salieron del portal de Españoleto cuatro, a las que esperaba un chulapo cuyos gestos y ademanes no se correspondían con la vestimenta que lucía. Al poco, una burra conducida por un isidro auténtico apareció en escena y paró junto al trío.

—Yo no sabría a cual elegir, desde luego.
—Ya, pero sólo le toca una, don Mauro.
—¿Te parezco un don, Reme?
—No, así no—rió la joven—. De todas formas, con don o sin don, tié quelegir una. Se siente, si no el otro mozo…
—Antes de contestarte, vamos a dejar claro, que no quiero ser don para ninguno de vosotros. Así que Mauro a secas, si no, no me sentiré a gusto. Nunca me han gustado ni las barreras ni las distancias sociales. Y respecto a lo de elegir, si lo hiciera por la indumentaria me confundiría así que, en vez de por los ojos lo voy a hacer con el corazón. Y si me pidieras que lo hiciera por los dos mantones, tendría que ir a hablar con la portera, ¿no?
—Sí, los dos son suyos. Eres muy observador, Mauro.
—Y muy galante, ¡quién supiera! —añadió Venancio.
—Con la edá todo llega, no te preocupes.
—Pero si quiere usté pelea… —bromeó el joven y todos rieron menos la Perla que andaba a otras cosas diferentes del galanteo.
—Venancio.
—Diga, don Mauro.
—Lo del don también te incluye.
—Pos a mí me va resultar mu difícil.
—Inténtalo al menos.
—Dacuerdo, Mauro.
—Así se habla, don Venancio —y los cuatro volvieron a reír.
—No sé porqué, pero me parece questa noche lo vamos a pasar de maravilla.

Y así fue, hasta que la guardia civil entró en el baile. En estos lugares de goce y disfrute, no debería hablarse de asuntos serios. El caso es que, la dotación del cuartelillo de Aravaca, tuvo que intervenir para poner paz por la trifulca que se armó. La pareja se olvidó de la política para hacerse cargo del lugar de nacimiento de cada uno, y así, la reyerta que se inició por los diferentes ideales, terminó por enfrentar a oriundos y “extranjeros”. Aquéllos, que se conocían entre sí, golpeaban a éstos y a todo aquél que no conocían, al grito de “ese baile es pa los daquí”. De hecho, Venancio tuvo que intervenir un par de veces a favor de don Mauro y dar la cara por él con el argumento de que “es mi amigo, le traído yo”. Los de la capital, que se veían en minoría, reculaban y contestaban desgañitados “isidros, gañanes, que no sabíais que era el dinero hasta que vinimos nosotros, paletos, muertos dambre”. A don Mauro, al ver a Gertru y a Reme a salvo detrás de Venancio, se le veía dispuesto a responder a cualquier agresión, asunto que se le fue de la cabeza al oír su nombre tantas veces repetido por Gertru con voz suplicante. Tras las súplicas decidieron escabullirse hacia la salida. Se pegaron a la pared, Venancio abría filas y don Mauro las cerraba. Sortearon algún obstáculo que otro, y consiguieron llegar los cuatro cogidos de la mano a la salida, donde Venancio hubo de usar todo su cuerpo y su energía para abrir un hueco entre tanto cuerpo por el que se colaron las dos jóvenes y el caballero. A él le costó un poco más salir porque el tapón de la puerta lo hacían los de la capital y Venancio no podía disimular su origen. Pero consiguió salir después de un par de mamporros y otros tantos empujones. Fuera pudieron comprobar que la guardia civil no se tomaba el asunto muy a la tremenda, amén de que descubrieron que tanto Venancio como su burra eran muy conocidos en su pueblo, porque desde el teniente Salmerón hasta el último número, Justino, saludaron al muchacho.

—Nada, nada, Venancio, venga, fuera, fuera, aléjate —recomendó el teniente.
—Éstos vién conmigo —señaló Venancio a su compañía.
—Pos qué bien acompañao vas, zagal —opinó Justino.
—Muchas gracias, señor guardia civil —agradeció una nerviosa Reme.
—Dejaros de formalidades, que en nada doy la orden de cargar, a ver si esos energúmenos se aplacan. Pero, de momento que gasten fuerzas entre ellos. Ya estáis tardando en iros, esto se puede poner feo, aunque normalmente, en cuanto damos tres gritos o disparamos al aire, todo el mundo se tranquiliza y, salvo el propietario del baile, nadie pierde nada.
—De todas formas, Venancio, ya sabíamos questabas dentro —informó Justino.
—¿Y eso?
—Porquemos visto a la Perla.
—Ah, claro. Gracias otra vez, hacemos caso al teniente, nos vamos. Pero siempre nos vemos palgo malo, ¿eh?
—Sí, tiés razón.
—A ver, pelotón, atento —gritó el teniente Salmerón mientras las dos parejas corrían hacia la Perla. Lógicamente, llegaron antes don Mauro y Gertru, y la Reme tuvo otra de sus salidas por ello.

—Ay, Venancio, ten cuidao que a las cojas sigue el toro(4), corre —dijo Reme tras tomar aliento por la carrera. Los otros tres no tuvieron más remedio que sonreír —. Aquí, en tu pueblo, los adustos parecen niños.
—Los adustos... Venga, sube, que no tenéis arreglo ni tú, ni tu cojera, ni tus ocurrencias —contestó Venancio con cariño y ayudó a las dos muchachas a subirse al pescante—. Hacer sitio, juntaos, que no vais a estorbaos por la relente. Don Mauro, usté subatrás. Lo siento, salvo que quiera llevar a la Perla.
—No, no te preocupes más por mí.

Ya, lejos de la trifulca y la Perla encaminada a la Cuesta de las Perdices, camino a Madrid, entre los nervios y el relente de la noche, las mozas empezaron a tiritar. Venancio mandó parar a la burra y tras ver don Mauro que éste se quitaba la chaqueta y se la daba a Gertru, él se bajó, se quedó en mangas de camisa e hizo lo propio con Reme. Cosa que las dos agradecieron. Entonces, Venancio ofreció su casa para que las mujeres se tranquilizaran y entraran en calor. El silencio del resto de la cuadrilla lo interpretó como un sí, con lo que dio la vuelta donde pudo, se subió atrás con don Mauro y ordenó a la Perla que les llevara a casa.

—Vamos, Perla, pa casa, y rapidito quéstas tién frío. ¡Arre, bonita!
—Sí, Venancio, creo que es lo mejor —oyó a su espalda.
—Reme, ¿tatreves a llevarla tú? —preguntó Venancio que manejaba las riendas de pie desde la caja del carro. Pero Reme negó como pudo por la tiritera—. Bueno, la llevaré yo desde aquí atrás. Juntaos más, así os daréis calorcito y no os estorbaré con las riendas —. Y así, con la dos mozas en el pescante, tan pegadas que parecía un cuerpo con dos cabezas, Venancio con los brazos abiertos tras ellas para no darles con las riendas, y don Mauro acurrucado en la caja, partieron rumbo a Huerta baja—. Llegaremos enseguida, no está lejos. Enciendo el hogar y os calentáis.
—O sea, que tu pueblo es tranquilo —intentó don Mauro una broma.
—Hasta que llegaron los de la capital —Venancio la siguió.
—¿Qué, es que tú también quieres pelea? —. Gertru se volvió un tanto preocupada, y Venancio, al ver su gesto de incertidumbre, la tranquilizó.
—Es broma. Yo nunca pelearía con tu hombre —. Comentario que hizo sonreír de agrado a la asturiana, a pesar del frío y la humedad. Deslizó la mano en busca de la de su amiga, la encontró y la asió. Y Reme la miró levemente.
—Venga, coger una rienda cada una, la Perla ya sabe donde vamos, ella os llevará a vosotras. Y animaros —. Tanto insistió Venancio que Reme asió la rienda que le ofrecía. La Perla se detuvo, como a la espera de que Gertru aceptara la otra. Animada por un pequeño empellón de su amiga, Gertru agarró la otra brida, y la burra que pareció entender la maniobra reanudó la marcha.
—Veis, mi Perla está más educá que algunos madrileños —. Don Mauro no dejó pasar la pulla e intentó levantar la moral de la tropa femenina.
—Es que, en este pueblucho, no todos sus burros son tan educados como sus burras —. Venancio se giró y quedó de espaldas a la marcha agarrado con las dos manos al varal y contestó al que ya sentía dentro el frío de la sierra madrileña. Pero, antes de contestar y ver que don Mauro, en mangas de camisa empezaba a tiritar también, saltó al pescante con un “qué tonto eres, Venancio”. Las carreteras no dijeron nada a quien les molestaba al hurgar debajo del pescante y sacó un par de mantas, más raídas que los calzones de San José. Saltó a la caja otra vez, y abrigó con una a la pareja de delante. Luego tiró la otra a don Mauro.
—Tome, aquí los burros no son educaos pero son menos frioleros que los de la capetal. Aunque queda poco, va llegar usté helao.

Entre las bromas, a veces forzadas de los hombres, y el estado de ánimo mejorado de las mujeres, la Perla se paró en la oscuridad.

—Ya hemos llegao —anunció Venancio—. Esperar quenciendo un candil y vengo a por vosotros —Saltó a tierra y corrió como si fuera de día. Al poco una luz tambaleante, dentro de una casa, anunció su regreso. Con un candil en una mano y un farol con una vela apareció por la puerta de su casa. A medio camino se paró e invitó al trío a entrar en la casa. El ambiente era frío, así que después de dejar encima de la mesa de la cocina las luces, Venancio salió y regresó con unas mantas que habían sufrido menos que las que llevaba en el carro.

—Gracias, Venancio.

A continuación se puso con el fuego prometido, montó un pináculo de astillas y encima unos delgados troncos y con una hoja de periódico prendió fuego a la primera.

—Bueno, ya está, pronto entraréis en calor. Acercar las sillas al fuego.
—Nos ayudaría un poco de coñac, sobre todo a Gertru y a Reme.
—Lo malo es que ni José ni yo bebemos. Pero, espere, había alguien en esta casa que se ponía morao. Nunca hentrao en eshabitación, pero ya va siendo hora, al fin y al cabo es nuestra casa. Ahora vuelvo, seguro quencuentro algo —. Mientras los tres invitados iban entrando en calor, Venancio revolvía las cosas de su tío. No tuvo que enredar mucho para localizar una botella de coñac y otra de anís—. Hemos tenío suerte —entró en la cocina y, a modo de banderillero alzó las botellas asidas por el cuello.

De
articulo.mercadolibre.com.ar
De Revista Española del Pacífi-
co. Núm. 8, Año 1998 en CVC
—A mí no meches mucho, jamás lo he catao.
—Pos yo igual.
—No —se levantó don Mauro—, sólo un culín para que se active la circulación de la sangre —. Don Mauro estaba tan equivocado con el poder calorífico del alcohol como todos. El coñac no calienta el cuerpo, sino que cuando su alcohol llega a la sangre el cuerpo pierde calor y pide más. Pero él no lo sabía y, además, sirvió tan poco en los vasos de las chicas que no tendría prácticamente efecto sobre sus cuerpos, aunque sí sobre sus mentes.
—Bebed de un trago, sino, no daréis un segundo —. No las costó bebérselo, pero las dos protestaron por lo malo que las supo.
—Yo no sé cómo alguien se emborracha con esto —protestó Gertru al poner cara de asco—. Está malísimo. Un poco de agua, Venancio, por favor.
—Nadie se emborracha la primera vez porque le guste lo que bebe, supongo.
—Entonces, ¿por qué lo hacen?
—Bueno, realmente no lo sé. Supongo que muchos se emborrachan para olvidar. Otros por vicio, no sé.
—Mi tío seguro que lo hacía por lo primero. Tenía mucho que olvidar.
—Desde luego.
—¿Y qué se siente? —se interesó Reme.
—Yo no lo sé, pero mi tío se ponía inaguantable, y le daba por pegar a José. Nunca he bebido, coñac, ni vino, no sé.
—Yo estuve una vez a punto de emborracharme, bueno, la verdad es que me cogí una buena buena . Me pasé en el Casino, después de cenar. Nos pusimos a charlar unos cuantos, y después de que un contertulio invitara, el resto no quiso ser menos y bebimos tantas copas de coñac como personas éramos. Cuando me levanté para ir al retrete no pude hacerlo. Me senté de nuevo porque la cabeza se me iba y las piernas no me sujetaban. Tuvieron que acompañarme a mi casa. Recuerdo que el empleado del casino que me acompañó, durante el trayecto en el coche de punto, sólo se callaba para que hablara el cochero, lo hacían entre risas. Supongo que se reían de mí y de mi poco aguante. Por desgracia, en esta sociedad, da igual al grupo que pertenezcas, beber mucho es sinónimo de valer mucho. El día siguiente fue lo peor. Me sentí fatal.
—Pos cada vez lo entiendo menos —dijo Reme—. Si encima tencuentras tan mal al día siguiente…
—Supongo que yo me sentí así porque no estaba acostumbrado.
—Pero pacostumbrarte hay que sentirse mal más duna vez, ¿no?
—En eso llevas razón, Venancio. Pero según me ha comentado Luis, hay personas que buscan hacerse daño a sí mismas para purgar sus pecados inconfesables. Y ésta es una forma de hacerlo.
—¿Cay gente que quiere hacerse daño?
—Sí, Gertrudis. Luis dice que es más normal de lo que creemos.
—Madre mía.
—Sí, mira que somos raras las personas.
—De todas maneras, creo que hemos huido de un lugar en el que los hombres actuaban tan violentamente por lo que habían bebido. Eso lo hemos visto todos.
—Sí, no me lo recuerdes, Mauro.
—No era mi intención, Reme. Sólo quería decir que el vino nos parece inofensivo, pero, a veces, no lo es.

———— o O o ————

Las gallinas, acostumbradas a producir para dos humanos, habían puesto sus huevos. Huevos que acabaron en los platos de los dos varones. No hace falta explicar los motivos, que haberlos haylos, y que hubiera sido necesario en el caso de que en el plato de Xana hubiera caído alguno. En respuesta, Antón ofreció su embutido para acompañar los huevos “masculinos” y las dos patatas cocidas con las que “se premió” la mujer por su generosidad.

—Deberíamos volver al asunto que nos ha traído hasta aquí, ¿no cree, Queitano? —propuso el invitado a su igual.
Yo creía que quedara claro.
—Y yo en buscar una solución al hecho de que ustedes no puedan abandonar la quintana.
Pos usté va dicir, porque nin la Roxa nin yo vemos una salida.
—Hay una.
—¿Cuál? —preguntó Xana con el ansia del que ve que la esperanza se le ha escapado entre los dedos.
—Que me haga cargo yo de todo esto mientras ustedes viajan a Madrid y vuelven, claro.
Usté ta llocu —le espetó Queitano.
—Eso ya lo sabía, pero mi locura no elimina la posibilidad que he expuesto, porque, convendrán conmigo, en que vivir aquí es de locos —Antón devolvió la pelota.
—En eso, el caballero lleva más razón que un santo —intervino Xana.
Pero pa trabayar esto, amás de tar llocu, hai que ser un home, non mediu.
—Pues yo no veo a dos hombres u medio sentados a la mesa y almorzando, ni que usted o yo hayamos echado abajo un roble cada uno.
La Roxa non cuenta, la Roxa ye la Roxa, y más home qu'usté según lo que me paeció na carbayera(5)  —Queitano seguía con su ataque a la hombría de Antón, que tampoco cejaba en defenderla de palabra.
—Lo siento, señor, pero eso no se lo consiento yo a nadie, ni siquiera a quien me ha dado cobijo y alimento.
Pos ende tien usté la puerta(6) .
—No, por favor —intervino rápido Xana, que sujetó del brazo a Antón por encima de la mesa—. ¿No sabes que los hombres chicos pueden llegar donde los grandes no, Queitano? Y usté, si se va de aquí porque su hombría se siente herida, no será más hombre por ello. Así que siéntese y acábese el almuerzo. Y, tú, animal, que sepas que no veo tan descabellada la idea —. Las lágrimas en aquellos ojos replicados en la memoria de Antón le hicieron más mella a Antón que las palabras que salieron de aquella boca, también replicada. Antón se sentó y Queitano se avino a razones.

Perdone, caballeru, la mio intención nun yera falta-y, sinón esclariar que caúnu vale pa lo que vale, y nun-y veo a usté equí na engarradiella por sobrevivir(7) .
—Acepto sus disculpas, caballero. Aunque no le haya entendido del todo. Pero, yo que usté no comería huevos durante una temporada, ampliaría el gallinero y, seguramente, en un futuro podrían comer más huevos y pollo. Y otra cosa, y es lo que tiene pensar un poquito —Antón se toco con el dedo índice la sien—, construiría un carro menos pesado y con más volumen de carga, así podrían descansar a sus bueyes un día sí y otro no, y en vez de dar cuatro viajes, daría dos. Ganarían tiempo y esfuerzos, usté y los bueyes.
—Lo ves, bruto. Ya puedes aprender del poco hombre. Él, al menos, piensa.
Yá lo dixi antes, Xana. Caúnu vale pa lo que vale —. Xana miró a los ojos de aquel hombre que admiraba más que a nadie, y comprobó que la forma de mirar de éste al madrileño había cambiado en ese mismo momento. Después de un silencio en el que los tres se ocuparon del contenido de sus platos, Xana, que seguía aún con la esperanza de ver a su neña, planteó otra posibilidad.
—Yo ya he ido y he vuelto sola de Xixon que está más lejos que Villamayor.
—No entiendo —dijo Antón.
—Pues que se podían quedar los dos aquí y yo viajar con sus indicaciones a Madrid, cosa que el gran hombre de esta casa no podría hacer porque no le entendería nadie fuera de Asturias.
—¿Una roxa perhí sola?
—Sí, una rubia sola por ahí. ¿Me quieres decir de una vez qué puede hacer un castaño cabezón que no pueda hacer una rubia que quiere volver a ver a su hija? Les fuerces y el valor salen de l'alma, non de los coyones. Tú se lo acabas de restregar por la cara a tu invitado. Que namá pensáis en quién los tien más grandes, coyona —Xana mezclaba idiomas un tanto avergonzada por usar palabras gruesas—. Es mi hija, y voy a decidir yo. He luchado y trabajado tanto o más que tú, así que me lo he ganado. Y, además, la he parido.
—Eso no lo puede negar nadie, se lo aseguro —Antón trató de templar gaitas (8) . Y, ahora que me acuerdo, ¡si yo traía una fotografía de Gertru! Y recién sacada. ¿Cómo he podido olvidarme? ¡Dios mío! ¿Podrán perdonarme? — Antón saltó del banco donde estaba sentado, se hizo con la mochila, y buscó en todos sus compartimentos. Al final puso boca abajo el petate y le sacudió. Cayeron al suelo toda clase de objetos, papeles, migas de galletas, guantes… Rebuscó entre los papeles y encontró lo que buscaba—. Miren —dijo. Queitano encendió una vela mientras Antón, con una palmada, depositaba la foto encima de la mesa —. Ven porqué digo que nadie puede negar que usté la ha parido —. Los padres de Gertru se quedaron sin habla al ver el vivo retrato de Xana con veinte años menos, pero con pelo castaño claro.
—Tiene tu pelo, Queitano.
Ye lo único.
La mio neña, qué guapa ta. Y sonríe —pareció sorprenderse Xana.
—Porque es feliz ahora. Se lo aseguro. Y más lo será si les ve… A los dos. Ella no tiene la posibilidad de verles en fotografía.

Ni Xana ni Queitano apartaban la vista del retrato de su hija. Incluso el padre, en un gesto que no pasó desapercibido a Antón, extendió el brazo hacia la fotografía.

Ye igual que tu, Xana —susurró el padre mientras acariciaba con los dedos las facciones de papel que le eran tan familiares.
—Pero no es rubia, menos mal —sonrió con tristeza la madre, que tras tragarse las lágrimas, dio un golpe sobre la mesa con el puño cerrado que hizo temblar la palmatoria, a la vez que tomaba una tajante decisión.— Yo me voy a verla y se acabó —. La cara de Queitano se curtió de dudas. Ahora no podía tomar la decisión corporativa él solo. Ahora cada individuo tomaba sus decisiones. Y él debía hacerlo sin contar con la Rubia. Su gran corazón volaba a Madrid, y su corta lógica le clavaba en el valle. Al final, como casi siempre, ganó la víscera. También suele ser cierto que este tipo de resoluciones se visten de razonamientos para disfrazar de cerebral aquello que se siente. En el silencio, sólo roto por el trasiego de Xana, Queitano se levantó lentamente sin apartar la vista de la imagen de su hija, mientras Antón le miraba con curiosidad.
Yá tien usté trabayu, caballeru. Venga conmigo —ya en la puerta se volvió—. Roxa, tu non te vas sola, pero non güei. Esti caballeru tien qu'aprender lo mínimo por que los animales nun tean muertos cuando volvamos. Cueye tamién daqué pa mi y nun cargues enforma, que'l monte yá pesa lo suyo(9) .

———— o O o ————

A esas horas en las que no hay sombras, en las que la luz se enamora de los grises y hace un guiño a la noche, Cirilo levantó la vista de las páginas del libro que descansaba en sus manos. Ya no veía las palabras escritas, y al mirar a su mujer, observó que ella también había dado un descanso a la aguja. Había dejado escapar su mirada a través de los cristales del balcón que ya no recogía ningún resto de sol que se hubiera agazapado entre las pesadas cortinas. Y así, la cara de Carmina recordaba aquella otra que conociera Cirilo y le atrapara, sin las líneas que el tiempo y sus consecuencias habían definido una edad que distorsionaba menos su interior que su piel. A pesar del sosiego que desprendía aquella figura, cada vez más oscura y miles de veces vista, reconoció la alegría y el esfuerzo por tirar siempre hacia delante. Si de algo pecaba Cirilo en demasía era de la autocrítica, por ello no pudo dejar de ubicar, junto a esa mujer, a aquel otro joven, enamorado hasta las cejas, que nunca le había pedido en matrimonio y que, muy a su pesar en cuanto a las formas, había terminado por pisar la sacristía con ella. Al poder compararse con el espectro, por tener la mayor información al respecto, un viento de tristeza meneó sus pensamientos. No pudo verlo, pero sí confirmar todo aquello que había perdido por el camino, y, a su vez, todo aquello que había sumado a su acervo personal, y sonrió al reconocer lo más notorio, los años pasados, la edad. Aunque, a pesar de todo, eso era lo de menos. Aquel joven alegre con un hambre que le incitaba a comerse el mundo, y que aún hoy no había satisfecho, ahora se conformaba con que las cosas no empeoraran; aquel rebelde inquieto había reducido su actividad anti-sistema a la crítica cómoda desde cualquier sillón, como el que ahora ocupaba. Aquel muchacho, henchido de curiosidad, no había conseguido saciarla, sino incrementarla, ya que las preguntas, si bien traían respuestas, también incluían otras interrogantes que se resolvían de igual manera o quedaban en el limbo de las dudas eternas. No es que supiera menos, es que, a esas alturas, desconocía más que antaño. La complejidad femenina de Carmina, tan criticada por él a nivel de murmullo interior, le atraía y desconcertaba  cada día más. Cómo era posible mantener intactas las ganas de vivir, las de ser feliz durante una vida de lucha con el único, ¿único?, incentivo de que mañana iba a ser mejor que hoy. Cómo era posible que una persona, rayana ya en la vejez, todavía creyese en Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Cómo era posible que todos los años se despertara ese día seis ilusionada con lo que Melchor le hubiera podido traer. Cómo era posible que él fuera todavía su príncipe azul, aquél que la sacaría a bailar en la fiesta de palacio sin que el roce de los años hubiera desgastado un mínimo su ilusión. Cómo era posible que su bendita risa no hubiera variado un tono de aquélla que oyera hacía ya cuarenta y tantos años. La única forma de explicarse todas esas preguntas, era reconocer su propio error, aceptar que él estaba equivocado, o al menos, que no tenía la respuesta de nada, lo que, por otro lado, ya había constatado. Aquella versatilidad, que él tachaba de inconsciencia y de inconsecuencia, permitían a Carmina afrontar cualquier situación confiando en sus posibilidades a pie juntillas. Mantener sus creencias y cómo quería que los demás la vieran habían ganado batallas contra monstruos y dragones que a él y a otros habían vencido con facilidad. Pronto llegaría la cena y ella, como todas las noches, trataría de que comiera más despacio en la increíble certeza de que era capaz de cambiar los hábitos de su marido adquiridos durante más de medio siglo y que, además, era algo que él mismo no deseaba. Ahora bien, si él opinaba sobre sus hábitos alimenticios nocturnos, sobre el hecho de acudir más a las verduras que al mantecado casero, ella argumentaba que nadie sabía nada acerca de lo saludables que podían ser la harina, los huevos y el azúcar, pero que lo que "tu y yo tenemos muy clarito, es que nadie va a quitarte del plato lo que te pongo". Cuando Carmina regresó a su cuarto de labor con todos sus sentidos ya dentro de ella vio que Cirilo la miraba como embobado.

¿Qué piensas, Cirilo? ¿Qué me miras?
—Perdona, nada. Me había quedado ensimismado en el libro —mintió sin motivo.
—Igual que yo, me había quedado en blanco —mintió también ella—. Pero seguro que tú estabas pensando en mí y no me lo quieres decir —. Ambos se conocían lo suficiente como para que las mentiras lo fueran. Y, además, si de algo pecaba ella era de creerse el ombligo del mundo de su marido, la referencia de todo aquello que sentía a su rededor. Incluso estaba convencida de que el sol entraba en su alcoba todos los días porque a los dos les gustaba,  pero a ella más, por eso premiaba al astro rey y se levantaba con él.
Ves, yo no quiero ser marquesa, porque no podría madrugar. Entre la nobleza no está bien visto, ¿sabes? —afirmaba, incluso en la certeza de que ambos sabían que mentía, tanto al no desear ser noble como a que, si lo fuera, no madrugaría. Y aún llegaba más lejos al afirmar que ella era capaz de rechazar el nombramiento por él, porque sabía que Cirilo no se veía de marqués.
—Como tampoco veo a tus hijos disputándose el título confirmó él.
—Déjate, déjate, que no sé yo si Isra renunciaría a ello —. Como casi siempre, desde que sus dos hijos abandonaran el nido, aparecían en la conversación con más frecuencia que en persona, como hubiera deseado ella. De esa manera se explicaba Cirilo la idealización que la madre hacía de sus hijos, de sus virtudes, de sus éxitos y que tanto chocaba con la aceptación de Cirilo de que sus hijos, aun no siendo del montón, tampoco eran muy distintos al resto de jóvenes. Y tras dos miradas que decían lo mismo: "Tú dirás lo que quieras, pero sé en lo que estabas pensando", ambos se acercaron a la cocina. Él tenía prisas por saciar el hambre, ella por picar algo dulce.  

[Continuará]

(1)[Volver] Lázaro, levántate y anda. Realmente Joselillo tiene razón. En ningún Evangelio aparecen esas palabras referidas a Lázaro. En San Juan, 11.23, se puede leer: «[...]. Al decir esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera [...]»Por el contrario la frase que en general se dice, 'levántate y anda' antecedido por el nombre de Lázaro, lo citan Mateo (9.5) y Lucas (5,23), pero al hablar de un paralítico: «[...]. ¿Qué es más fácil decir: 'Quedan perdonados tus pecados', o 'Levántate y anda'? [...]». Marcos también cita el milagro de la curación de un paralítico, pero con palabras parecidas («[...].¿Qué es más fácil decir al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete[...]»). La culpa de la confusión, que ningún religioso me ha corregido jamás, acaso la tenga G. A. Becquer, aunque parezca mentira, porque su rima 7 la termina así:  «[...]. y una voz como Lázaro espera / que le diga: 'Levántate y anda']». Fuentes: Biblia NACAR-COLUNGA, Biblioteca de Autores Cristianos, 1986. Y Rimas de G. A. Becquer, leídas en CVC
(2)[Volver] Hacerse la toga. Proceso de alisado natural que consiste en humedecer  y cepillar el pelo muy bien. Después de hacerse una raya a un lado, volver a cepillar para alisarlo. Sacar un mechón medio de pelo y sujetarlo por delante y por detrás con pinzas, después de cepillado y enroscado en la cabeza a partir de la raya. Repetir esta operación hasta que todo el pelo esté formando una especie de turbante. Y por último, dejar secar bien el pelo. Se puede usar una redecilla para más comodidad y mejor sujeción. Fuente propia.
(3)[Volver] Poner una pica en Flandes es: «[...]. Conseguir una cosa difícil. [...]. Según Bastús (Sabiduría de las naciones [1862-1867], serie 1ª, pág. 153) alude a lo difícil que era en tiempo de Felipe IV encontrar reclutas españoles que quisieran alistarse y tomar la pica (como si dijéramos ahora el fusil) para pasar a servir en los Tercios de Flandes, pues los mozos no se alistaban voluntariamente y huían del servicio militar, eximiéndose con fútiles pretextos. Sbarbi añadé que ‘fue tan grande en aquella época la escasez de soldados que en 1655 había tercios y compañías que sólo contaban con 28 hombres armados’ [...]». El porqué de los dichos, José Mª Iribarren, (ed. Aguilar, 1955), pág. 126.
(4)[Volver] A los cojos sigue el toro, que quiere decir que las desgracias se ensañan con los más débiles, y Reme, con su ingenuidad se toma por coja y débil y se lo advierte a su novio. El refrán es de origen taurino.
(5)[Volver] La Rubia no cuenta, la Rubia es la Rubia, y con más hombría que usted según lo que me ha parecido en el robledal.
(6)[Volver] Pues ahí tiene usted la puerta.
(7)[Volver] Perdone, caballero, mi intención no era insultarle, sino aclarar que cada uno vale para lo que vale, y no le veo a usted aquí en la pelea por sobrevivir.
(8)[Volver]  Templar gaitas «es recurrir a contemplaciones y miramientos con ciertas personas para evitar contrariarlas y enojarlas. Para algunos expertos, como Seijas Patiño, el modismo proviene 'del modo como en los instrumentos de cuerda y viento se tocan todas las llaves y registros para armonizar los tonos'. En este caso, el verbo templar se utiliza en el sentido de afinar. Otros autores, sin embargo, opinan que el origen de la frase es otro distinto. Antiguamente, gaita se usaba como sinónimo de lavativa, el instrumento con forma de perilla que se emplea para administrar un enema y que en cierto modo recuerda al instrumento musical. Además, templar es también entibiar o suavizar, por ejemplo, el agua demasiado caliente. De ser así, templar gaitas equivaldría a entibiar el contenido de una lavativa, para que el paciente sobrelleve mejor este poco agradable tratamiento médico [...]». Fuente: muyinteresante.es y 1de3.es.
(9)[Volver] Ya tiene usted trabajo, caballero. Venga conmigo. Rubia, tú no te vas sola, pero no hoy. Este caballero tiene que aprender lo mínimo para que los animales no estén muertos cuando volvamos. Coge también algo para mí y no cargues mucho, que el monte ya pesa lo suyo.





15 comentarios :

  1. Buenos días JC, sigo enfrascada en la lectura de tus maravillosos relatos. Eso sí, aún no he llegado hasta aquí (como ya sabes, me incorporé con bastante retraso a la lectura), pero quería que supieras que sigo en ello a buen paso y disfrutando con todos y cada uno de los párrafos de esta historia.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Puri, uno agradece el interés de TresP y, sinceramente, me emociona. Otro abrazo para ti. JC.

      Eliminar
  2. Un poquito de cada uno de los personajes nos traes en este interesante capítulo. La imagen tampoco sé de quién es y me da la impresión de que su autor debe ser desconocido. La encontré en la página "imagenesbonitas.com".
    Lo de la "toga" me ha hecho gracia y me ha recordado mis intentos de alisarme el pelo con quince años y las incómodas noches con las pinzas en la cabeza. Y por la similitud con algunas personas, entresaco esta frase referida a Cirilo: "aquel rebelde inquieto había reducido su actividad anti-sistema a la crítica cómoda desde cualquier sillón".
    Hasta la próxima. Abrazos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también con trece años estaba a disgusto con mi rizos, hoy desaparecidos curiosamente. Las canas, supongo. Lo pasé fatal primero al tener que ir a la peluquería de mi madre, antes no había las "unisex" y segundo el secador. Aguanté esas circunstancias y otras, risitas, porqie yo quería ser el quinto "beatle", jaja. Respecto a Cirilo, no le critico, siempre hay que pelear, pero de la misma forma que él pertenecdió a ese grupo de jóvenes y no tan jóvenes que luchó en la calle y en el trabajo contra lo que no le gustaba, ahora deben ser otros los protagonistas. Gracias, Ligia, por hacerme pensar. JC.

      Eliminar
  3. Hoy me ha emocionado mucho Cirilo, una declaración en toda regla.
    Te quiero.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nunca las hago de palabra, ya lo sabes, siempre me escondo detrás de un papel. Eres correspondida. JC.

      Eliminar
  4. Y una aquí llorando como una magdalena... Aún habiendo leído antes esa declaración tan especial.
    Ha sido un capítulo muy emocionante JC.
    Joselillo con su buena "sospresa".
    Las chicas con esa ilusión preparándose para su esperado baile.
    La noticia del posible reencuentro de Gertru con sus padres.
    Y la guinda del pastel, esa preciosa declaración.
    Qué otra cosa puedo decirte que GRACIAS una vez más.
    Besitos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. He intentado buscar el origen de la repetición, pero no la he encontrado, lo siento. Son errores propios de un aprendiz que es lo que soy y espero serlo muchos años. Así tienes excusa, jaja. A los maestros les exigimos demasiado, a mi parecer. Y gracias a ti, Amanda, por tu fidelidad y comentarios. Un beso, JC.

      Eliminar
    2. Ya me he acordado. Bueno, miento, me lo ha recordado JeruVT que es otra de mis "listillas" particulares. Es que, parte del capítulo XLIII lo publicó MC en un post (28/10/2015). Ya me quedo más tranquilo, pensé que era un error mío, jaja. UYn beso, JC.

      Eliminar
  5. Que buen relato, cuantas aventuras estan pasando todos los protagonistas, cada dia mas intrigada me tienes.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Rubi, espero "desintrigarte" algún día, jaja. Un beso, JC.

      Eliminar
  6. A medida que terminaba de leer, me dije, ésto es una declaración de amor en todo regla, pero mira por donde "coso que te coso" me quitó las palabras de la boca.
    Me alegra la solución y pobre Antón.
    Las imágenes del Joselillo corriendo y tropezando, dignas de verlas.
    Hasta el lunes y feliz puente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que "coso que te coso" es una listilla, jaja. Crep que las palabras que crean imágenes, como las canciones y la mente humana son maravillas. Grascias, Varinia y una feliz puente (en el Siglo de Oro esta palabra era del género femenino). JC.

      Eliminar
  7. Aunque con retraso, este capítulo me ha encantado, por su paseo por las vidas de nuestros ya queridos personajes.
    Y la guinda del pastel, la declaración de amor para empezar la semana con alegría.
    Espero leer pronto el capítulo de hoy...
    Feliz semana.
    Chary :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Chary. Que alguien haga el más mínimo esfuerzo por leerte ya es suficiente aliciente para escribir. Ferliz semana para ti también, JC.

      Eliminar