Entre puntada y puntada
—Lo que no me explico es cómo ha podido usted encontrarme.
—Creo que en su técnica de selección
infantil hay una particularidad que no ha tenido en cuenta, señor Mendrugo.
—Y usted otra, pues yo no soy señor. Pero no
ha contestado a mi pregunta. ¿Cómo ha podido encontrarme?
—Estoy en ello.
—Bien, pues adelante.
—Le decía que en su enfoque hay, o creo
haber encontrado, un fallo o un prejuicio, llámelo como quiera.
—Eso me interesa mucho. Siga, por
favor.
—Tome nota. Sé que a Mendrugo sólo se
le puede ver una vez. Usté sólo cree mirar y tener en cuenta niños niños.
—¿Cómo que niños niños? También niñas
niñas, si se refiere a eso.
—No, me refiero a que también hay niños
adultos. Esas personas que siguen siéndolo, que nunca dejaron de ser y sentir
como un niño o una niña. Por eso he podido encontrarle, por eso y por mi
imaginación, supongo. Piense usted en sus orígenes. ¡Ah!, y me alegro de haberle
encontrado.
—Yo también me alegro, no se crea. Era
curiosidad, no censura. Además, tiene razón, nunca había caído en ello.
—Sí, de hecho, entre la gente normal y
corriente se habla del síndrome de Peter Pan.
—Mire, a ese adulto sí que le conozco,
aunque no me ocupo de él, ya tiene buenos patrocinadores. Bueno, ¿y qué es lo
que quiere? Si está en mi mano…
—Pues, ahora que estoy aquí, no lo sé,
la verdá. Mire, aunque no aparece mucho en el relato que he escrito, Entre
puntada y p…
—Ah —me interrumpió—. Venancio,
Joselillo, la Perla.. Buena
gente, sí señor, incluida esa simpática burra. Ya.
—Bueno, pues algunas lectoras comentaron que
usté les gustaba por el puntito de magia que aportaba a la historia.
—Uy, yo mago. Que va, hombre, que va.
—Eso, que entonces decidí pasarle a la
categoría de protagonista y dejar que actuara según mi imaginación y sus dotes.
Lo hice a mitad de camino, como también me ocurrió con Antón.
—¿Y eso es motivo para buscarme?
—No, espere. Cuando escribí la palabra
fin no me sentí a gusto. Algo en mi interior me empujaba a seguir escribiendo,
no lo entendía. Si había terminado la historia, pues la había terminado, ¿comprende?
¿Qué iba a escribir más? Entonces me di cuenta de que los personajes habían sido
creados entre todos, las que me leían y yo, y también, alguna de esas cotorras, dicho con todo el cariño, apuntaron que les faltaba algo a los personajes.
—¿Yo también nací en ese momento?
—No, usté nació mucho antes, no en este cuento.
—Si es lo que yo digo siempre. Pero si
no le entiendo mal, yo también soy el producto de su imaginación, ¿no?
—De alguna manera sí. Aunque yo creo
que fue usté quien se coló en mi imaginación. Fue una noche, hace ya más de diez años. No podía
conciliar el sueño. Algo ocurrió en mi interior a las tres de la mañana. Me
levanté como un poseso a escribir un cuento que nunca pensé. Y resultó ser usté el protagonista. Luego, a partir de esa noche me dediqué a trabajar en ese
cuento y llegó a ser una novela. En realidad dos, una para adultos y otra para niños. Incluso
tiene una segunda parte. Luego, más tarde, me di cuenta de que usté había
estado ahí siempre, porque nunca he dejado de ser un niño.
—Vamos, que ha venido usted a verme
para que yo le cuente y es usted el que lo dice todo. ¿Actúa así
siempre, o deja hablar a los demás?
—Es que, ¿sabe?, a veces no tengo muy
claro donde acaba mi razón y donde empieza mi ilusión. O al revés.
—Jo, me lo pone usted muy difícil.
—Pues por eso, imagínese yo que tengo que ajustarme a las leyes físicas y sociales. Sólo un detalle más. En
mi mundo si te acercas actualmente a un niño desconocido para hablar simplemente
con él, todo adulto que está a su alrededor prejuzga que eres una persona con
intenciones insanas.
—Vamos, un pederasta. El peor de los enemigos.
—En efecto.
—Es increíble, pero los hay, no se
olvide, aunque también es injusto que paguen justos por pecadores.
—Dígamelo a mí que un día me detuvieron
delante de un colegio. Todavía no entiendo el motivo. Simplemente cogí la
costumbre de disfrutar de ellos cuando salen de clase, unos malhumorados otros
contentos, otros con hambre, todos ajenos a un mal que me supusieron. Por eso
es tan difícil protegerlos. Sí, me parece que me metieron en el calabozo.
—¿Cómo que le parece?
—Sí, porque yo de sus leyes sé poco por
no decir nada, usted así lo ha querido.
—No estoy yo tan seguro. Mire, a mí los
personajes, en un momento determinado del relato, se me van de las manos. Hacen
lo que quieren, se relacionan como y con quien quieren, es como si me llevaran
a mí de la mano. Pero lo suyo no me lo explico.
—¿Y eso es bueno o malo?
—Pues ni lo sé, ni me importa.
—¿No ve el peligro de que nuestras
personalidades, la suya y la mía, se terminen por fusionar y esas leyes de las que habla se vuelvan en su contra? El resto de personas le tomaría por loco.
—No me preocupa en modo alguno vivir su
mundo, Mendrugo. Lo que nunca van a conseguir esas leyes es que deje de imaginar y de fantasear. Precisamente lo contrario de lo que intentan.
—¿Y qué es lo contrario?
—Que usted se pasee por nuestro mundo.
—Vaya, otro xenófobo. A ver cómo le
convencemos de que los sustantivos “hombre”, “mujer”, “niño” o "personaje" no necesitan
adjetivo alguno para que definan a una persona.
—No, me parece que me ha entendido mal.
Al que le gusta que de vez en cuando se dé una vuelta por allí o aquí, es a mí,
que ya no sé ni donde estoy. Son otros los que no quieren ser niños, incluso
que han olvidado que lo fueron. Pero no se quede mucho rato por el mundo real, eso sí.
—Habla usted como yo.
—¿A usté también le pasa lo mismo? A mí
me parece que me oigo cuando habla.
—Sí, un poco. Pero, ¿por qué no quiere
que me una a ustedes si no es por repulsión?
—Porque mi mundo le destrozaría, y yo
me quedaría sin la posibilidad de ubicarle donde me diera la real gana.
—Entonces me decanto por el egoísmo, no
me diga más, usted es como todos sus congéneres, y no me entienda mal, ni mejor
ni peor.
—Me temo que hoy no está acertado,
Mendrugo. Si algo no soy es egoísta.
—O no se explica usted bien, señor mío.
Admitirá esa posibilidad, ¿no?
—Ya, pero una no excluye a la otra.
—Bien, una vez aceptado por los dos que
hay tres motivos, la xenofobia, el egoísmo y la que usted se esconde, explíqueme
primero porqué no es un acto de egoísmo su negativa a que yo me incorpore a la
rueda de la vida que usted no quiere compartir conmigo. Al menos me dejó intentarlo en su segundo libro sobre mí, si no recuerdo mal.
—A ver cómo se lo digo… —. Quedé
pensativo unos momentos y me vino una idea a la cabeza—. Ya está. Verá, ¿se
acuerda de Bastián Baltasar Bux, el niño protagonista de La historia
interminable?
—¡Cómo no voy a recordarle, hombre! Si no fuera por
su grito “¡Hija de la luna!” no estaría yo aquí charlando con usted. Le diré
más, somos amigos, y a veces viene con Atreyu y Fuchur conocido también como Fújur(1)
. Aunque, en realidad, también recuerdo que otro
niño, allá por 1980, gritó “La
Dama Eterna ” para salvar Fantasía. Por cierto, al que debo lo
mismo que a Bastián. Por eso es la historia interminable, cada vez que un niño
o un adulto niño, como les llama usted, lo lee, si no grita un nuevo nombre
para la princesa, ¡pum!, se acabó.
—Sí, ése fui yo. Me acuerdo perfectamente. Pero ve,
en aquel momento, yo no era un niño precisamente, prácticamente iba a nacer mi primer hijo.
—Pues, hijo, lo parecías, porque gritaste como un
poseso. Todavía me duelen los oídos.
—Es un poco exagerado, ¿eh?
—Sí, es una de mis virtudes —rió Mendrugo—. Pero,
¿ha conocido a algún crío que no lo sea?
—Volviendo al tema que nos ocupaba, que veo que usté se
dispersa mucho, como Carmina —sonreí—. ¿Cree que mis motivos o los de Bastian pueden
entenderse como egoístas, es decir, que a quienes interesaba que Fantasía
siguiera ahí para siempre, eran él o yo exclusivamente?
—Eso sería decir mucho sin hablar casi. No, no lo
creo. Pero entiendo lo que trata de decir.
—Me alegro. Porque, si esta Biblioteca, con todo lo
que contiene y el potencial que acumula para el futuro, fuera pública no sé que
pasaría. Eso de que los libros le hablen a uno según pasa por las estantería, a
veces, si no siempre, no hay quien lo aguante.
—¿Usted los oye?
—Quien parece que no oye es usté. No le acabo de
decir que sigo siendo un niño a pesar de peinar canas.
—¡Anda!, canas peino yo de siempre y míreme. Pero
tiene razón, soy un despistado.
—Pero, ¿por qué lo pregunta?
—No, por nada. Son cosas mías. Sólo que me
extrañaba un poco, pero ya me lo he explicado… Sí, dos veces, no le digo que
no, hombre. No ponga esa cara.
—Lo que yo sí tengo es curiosidad por ésta su
Biblioteca.
—Es usted quien la ve como tal, pero en realidad es
una casa, un hogar donde conviven las ilusiones infantiles que yo represento, a
parte de otras cosas. ¿No se ha preguntado alguna vez dónde van los besos o las
caricias que las madres no pueden dar a sus hijos y viceversa? Pues ya lo sabe.
Pero, quieto ahí, es mejor que la imagine a que la conozca, existe una zona
oscura que mejor no hablamos de ella. Eso me lo tiene que prometer por
Akhrirgt.
—¿Por quién?
—Por Akhrirgt, ¿no la conoce? Es el primer nombre
que le puso a una muñeca una niña. Aunque es normal que no lo sepa, no vea
los años y años que hace que lo oí. Y esta vez, no le exagero, cientos de miles
o así.
—Pues no, lo siento, no tengo el gusto, del cuaternario
no conservo ningún recuerdo ni familiar. Yo sólo he oído prometer por Snoopy, y
siempre en burla.
—Mire, ese y Mafalda, viven muy cerca de aquí.
—Otra vez se me va por las ramas. A ver, ¿por qué
no quiere hablar de ese lado oscuro, como usté lo llama?
—Porque para eso ya están otros. A mi nadie me lo
prohíbe, pero no me gusta hablar de ello ni una miajita. ¿Entiende? ¿A usted le
gusta el dolor? Pues a mi tampoco. ¿Está claro?
—Vale, vale. Queda claro.
—No se sienta ofendido, porque esa parte la llenan
ustedes los humanos casi más deprisa que esta Biblioteca, como usted la nombra, así que…
—O sea, que aquí —señalé con las manos el entorno—
no hay ninguna ilusión malsana, ni ningún personaje, no sé, cruel. Yo me
conozco unos cuantos, sin ir más lejos muchos magos del Señor de los anillos.
—Vamos a ver, aquí cabe todo el mundo.
—¿Pero no me acaba de decir que…?
—No. O sí. Se lo explicaré a ver si se aclara. Me
parece que no soy yo solo el despistado. Yo he hablado de un lado oscuro que
los humanos alimentan, no de ningún personaje que aparezca en sus cuentos o en
sus historias. Aquí no hay ni malos ni buenos, se le considera igual a James Moriarty
como a Frodo Bolsón(2), todos forman parte
de la imaginación humana. Esa que suelen perder muchos de ustedes cuando se
hacen adultos. Menos mal que hay otros…
—Me está usté tratando como a esos otros.
—Hasta que esté seguro de sus intenciones,
caballero.
—Me pasa igual cuando me pongo a hablar con los
críos durante el recreo en los colegios, las profesoras y profesores me miran y
me cuelgan el cartel de posible pederasta. Ya no puedes hablar con los niños y
niñas sin que piensen mal de ti. Vaya una sociedad que hemos creado si no
podemos comunicarnos entre adultos y niños. Aunque entiendo las precauciones.
Ah, y si no está ya seguro de mí después de lo que hemos hablado…
—Eso, hasta que no sepa usted quienes son las ranas y se
pronuncien, no estará dicha la última palabra.
—Pero bueno, yo ya sé quienes son sus ranas, las
que viven en las puertas y se mofan de todo —contesté un poquito molesto—. Anda que no me han dado quebraderos de cabeza hasta que conseguí proyectar su humor sobre ellas, sí, el de usté.
—Sí, exacto, esas son. Usted las conoce, pero sus
lectoras no. Así que no podemos seguir hablando de ellas, no son como todos los
personajes que hemos citado, estoy seguro que sus lectoras han oído hablar o
han leído sobre alguno de los personajes que hemos citado. Pero sobre las ranas de esta biblioteca es la
primera vez que lo hacen.
—Pero mis hijos saben quienes son las
ranas, han leído mis libros, conocen a las ranas. Ah, y un amiguito, Carlos
también. Además de quien vive conmigo —levanté
la voz.
—¿Se refiere usted a Carmina o a MC?
—Vaya usté al c… —exclamé cerca del enfado por su
ingerencia en mi vida privada, aunque yo había abierto esa puerta.
—Eh —me advirtió—. Si no está dispuesto a jugar, ya
puede marcharse. Puedo intentar hacerle trampas pero faltarle, jamás le faltaré.
Y enfados los justos, es decir, ninguno. ¿Me entiende?
—Lo siento, no debí pensarlo siquiera —me arrepentí
enseguida.
—Vale. Le haré otra pregunta. ¿Se imagina el cuento
de Caperucita sin el lobo?
—No, la verdá es que no.
—Pare, pare. Eche usté el freno. Ya me
ha convencido.
—Aunque no todos las historias
necesitan un malo, muchos de ustedes entienden que cualquier historia imaginada
y hecha pública funciona mejor si hay uno. Así que no es idea mía. Aunque
Cervantes, por ejemplo, no creó ningún personaje que quisiera el mal para don
Quijote o Sancho, que se rieran de ellos sí, pero que le quisieran muerto, no.
En cambio les enfrentó a ellos dos, ya ve, a un soñador material y a un soñador
espiritual. Y mire usted la novela que se marcó el pavo, como dicen ahora los
muchachos.
—Se ha ido usté arriba con eso de mi
salida de tono, se ha puesto en un plano pedagógico que da miedo.
—Perdone si le he dado esa impresión,
sólo quería remarcar una serie de diferencias entre las personas y los
personajes, nada más.
—Bueno, pues cuénteme que ha hecho desde
que se bajó del carro de Venancio y hemos terminado con la entrevista.
—Me temo que no le iba a gustar. Así
que, preferiría no cantarle nada. No voy
a descubrir nada que usted ya no sepa.
—Vaya, ahora parece que soy yo el que
se choca contra el secretismo de las leyes xenófobas —dije con mucho retintín e
ironía.
—¿Le ha dolido, eh?
—La verdá, es que sí. Pero no tengo esa
fobia social, se convive mejor sin ella.
—¿Insiste en saberlo, entonces?
—Sí. A eso he venido, y no me gustaría
irme sin ello. Ah, y no me llame egoísta. Así no me enfadaré y podremos seguir
con el juego.
—Tampoco le ha gustado ese comentario,
eh. Bien, pues si insiste le complaceré. Pero que conste, muy a mi pesar. Verá,
quería tomarme unas rosquillitas caseras al sol, ya sabe, como las que hacía la
señora Casta, por la zona que llaman ustedes África, y allí me coloqué. Una
tierra feroz y hermosa como pocas. De donde dicen sus científicos que nació la
raza humana, por cierto. Estuve sólo, y como no tengo sentido del tiempo, no
puedo decirle cuanto estuve, como tampoco le voy a decir cuantas rosquillas me
comí —. Mendrugo bajó la voz para hacerme una confidencia—. Yo como por
glotonería, no por hambre, si no tendría que medir el tiempo. Bien, pues lo
primero que vi, que por otra parte es lo que buscaba, fue a un crío de unos
doce de sus años. Yo lo digo así porque en el ex planeta Plutón un año equivale
a 247 de la Tierra ,
ya me entiende.
—Se enrolla usté un poco, ¿no?
—Es que me gusta hablar y como intento
siempre escuchar a los críos, tengo pocas oportunidades.
—Pues siga, siga. Ande.
—Ese crío llevaba entre las manos un
Kalashnikov.
—¿Un qué?
—Un arma.
—¿Un arma? ¿Un niño con un arma?
—Sí, hombre, sí. ¿Pero de dónde dice
que viene?
—Es que lo dice usté como si tal cosa,
sin darle importancia.
—Para lo bueno y para lo malo intento
no volcar mis sentimientos en mis palabras, tampoco mis juicios. Eso me permite
expresar los hechos con la mayor objetividad posible. Pero, déjeme emitir uno:
que se extrañe usted de algo que ya sabe, no me parece bien. Y punto —me quedé
sin palabras y me puse colorado—. Venga hombre, no es para tanto, todos nos
mentimos.
—¿Sabe? Tenía razón. No me iba a gustar
—. No me hizo caso o no quiso entenderme, porque prosiguió. Claro, que yo me lo había buscado.
—Asha, que así se llama el mocete, me
apuntó con el trasto ese, más grande que él y me ordenó que me tirara al suelo.
Casi me pega un tiro a pesar de que su nombre significa vida. Menos mal que llevaba las gafas de swahili, si no…
—Será que llevaba las gafas de
entender. El swahili es una lengua
viva africana.
—Ya lo sé, pero estará conmigo en que
las gafas sirven para ver, ¿no? Y, además, no me interrumpa tanto. Lo digo por
usted, va a volver a su sofá después de cumplir un año o más. A mí no me
importa, pero perder el tiempo conmigo a lo mejor a usted sí. Así que calle y
escuche. No me tiré al suelo, pero le hice un gesto de amistad. Él se puso
nervioso porque no le obedecía y empezó a gritarme. Al momento, supongo que por
los gritos o porque veían que me tenía dominado, aparecieron cinco chicos más, todos
armados de diferente manera. Al que portaba el machete le faltaba una mano.
—¿Y no tuvo miedo?
—¿No ha visto a nadie manco? ¿Le dan miedo los mutilados? —preguntó haciéndome burla al cambiar la voz. Pero la pregunta era eso,
una pregunta retórica, un juego—. Que se
calle. Ay… El miedo sólo sirve para mantener la vida, es un producto del instinto
de conservación, y yo no lo tengo. Por ser imaginado no lo necesito, sólo necesito lectores. Sigamos.
Hablaron entre ellos y yo me senté en un tocón. El niño manco se me acercó y me
miró con curiosidad. Y después les dijo a los demás que yo no parecía muy
fiero, pero que era un hombre raro. El de la pistola le contestó que vaya cosa,
que ya lo habían notado y se rió de él. No sé si por mí o por las risas, se
pusieron a discutir. La discusión acabó cuando el que parecía el jefe, Asha,
disparó su arma al cielo, y le dijo al manco que si seguía así le iba a cortar
la otra mano. Éste otro no se arredró, y resumiendo, se quedó sin la otra mano
y sin el machete, claro.
—¿Qué dice? ¿Cómo es posible?
—Entre otras cosas porque todos estaban
drogados. Los soldados esos de las milicias revolucionarias que les secuestran,
al principio les dan la droga entre la comida. Luego, cuando les hacen adictos
hacen con ellos lo que quieren. Y no se extrañe, que esto también lo sabía
usted. Ya le he dicho antes que no le iba a contar nada que usted no supiera. No
haga conmigo el paripé y no ponga cara de asco que como le vean las ranas van a traerle una palancana. Bueno, el caso es que me levanté del tocón, me
acerqué al muchacho que sangraba desmayado y tendido en el suelo. Le pegué la
mano mientras la cuadrilla nos rodeaba. Asha, el verdugo, me preguntó asombrado
sobre la magia que había usado y yo le contesté que no lo sabía, pero que lo
que sí sabía, en cambio, es que era injusto que ese crío se quedara sin la
única mano que le quedaba, que si estaba enfadado él, que se la cortara a otro
que tuviera dos. Claro, los otros al oírme salieron de estampida, pero Asha no,
el tiró el machete y se echó el fusil al hombro, me apuntó y me disparó.
—¿Le disparó? —. Tras la pregunta que
me salió sin querer me tapé la boca.
—Sí, me disparó —dijo Mendrugo con tono
paciente—. Sí, me disparó a bocajarro.
—¿Y cómo está aquí?
—Porque a mí lo que me mata es la
injusticia como le he dicho. Que ustedes no pongan freno a esa situación. Hay
quien se preocupa y hace una gran labor recuperando a esos niños soldados, pero
pocos intervienen para prevenir y evitar que ocurra. ¿Usted tiene teléfono
móvil? —. La pregunta no me pareció venir a cuento, pero le contesté.
—Sí, pero apenas lo uso. A veces para
escuchar la radio y que me machaquen con los anuncios —me quejé fuera de lugar,
según me di cuenta después.
—También tendrá todo tipo de artilugios
electrónicos en miniatura, ¿no?
—No, lo siento, ya le digo que soy
visto como raro. Pero sé a cuales se refiere, claro —me hice el listo y lo
pagué más tarde.
—¿Y sabe usted lo que hay detrás de un
móvil y de esos otros aparatejos?
—Mucha tecnología, mucho I+D, supongo.
—Pues supone usted mal o poco, no sé
qué decirle.
—Entonces me enteraré.
—Busque usted en Internet con su ordenador
o con su tablet o con su smarphone la
palabra “coltan” y sígala, a ver donde le lleva. Ya me dirá, aunque esto último
es un decir.
—Pero, ¿qué tiene que ver eso con la
historia que me está contando?
—No sé que va a ser mejor para usted,
que lo sepa o que lo ignore. Porque los poderosos son tan poderosos que son
capaces de silenciar los gritos de media humanidad.
—Me deja usté…
—Se repondrá, no se preocupe. Igual que
cuando averigüe qué es el coltan. Su instinto de conservación le ayudará.
—Pero, ¿cómo le pudo pegar la mano?
—No le he dicho que no lo sé.
—Me extraña —dudé de él porque se lo
noté, noté que no quería decirlo.
—Está bien. Fue muy fácil. En su mundo,
como en el mío todo es posible. Lo malo, como puede usted ver, y lo bueno, como
lo veo yo. Pero ya le digo, no se me vaya abajo, el hombre es capaz de
recuperarse de cualquier cosa, y si no, siempre tiene el recurso de volverse
loco. Yo, me doy unos pasos para atrás, doy un salto y lo que dejo en medio no ha ocurrido. Y no se crea que es una mala solución. Al menos así lo veo yo que no
tengo la salida de la locura. No me extraña que no duerma como ustedes. No podría, ja, ja
—. Y se rió a la vez que todas las ranas lloraban—. No nos entienda, como
le digo debo alejarme de los temas cuando los cuento, otra cosa son mis
sentimientos y mi humor, que como usted ha querido son las ranas.
—Pensé que iba a salir loco de contento
de esta visita inesperada y en cambio, me voy a ir destrozado o tocado de la
cabeza.
—Acaso eso le haya pasado por mirar
hacia otro lado y por insistir en saber. Pero no quiero que se marche así, creo
que no se lo merece.
—Yo, en cambio, ahora creo que sí.
—Le ha dado el bajón, ¿no?
—Me dirá usted —exclamé tristemente.
—No, decir no le voy a decir nada,
caballero. Bueno, sí, simplemente que me mire fijamente a los ojos un rato.
Luego, no diga nada y márchese, es decir, túmbese en el sofá, cierre los ojos y
las ranas se encargarán de llevarle a su casa. Eso sí, no sé cuando les
apetecerá hacerlo, así que, paciencia. ¿De acuerdo?
—De acuerdo, pero no sé…
—No discuta, por favor y haga lo que le
digo. Hágalo con paciencia cuando me quite las gafas, son para ver en español,
después no nos entenderemos. Por eso le doy esta nota, para que la lea luego.
Es mi despedida, ya lo sabe por Joselillo. Espero que no se enfadara ese crío,
aunque si lo hizo ya me habrá perdonado. Dígaselo si le ve. Y dele un beso de
mi parte, y otro a Venancio, también me habrá perdonado por haber jugado un
poco con él, supongo.
—Está bien, haré las cuatro cosas —. Me
levanté, cogí el sobre que guardé y apoyé mis muslos en el canto de su mesa. Me
incliné hacia Mendrugo mientras se quitaba las gafas y una rana venía solícita,
las cogía y las echaba por un gran embudo. Cuando pude despegar los ojos de
aquella rana encarnada los fijé en los de Mendrugo, eran multicolores, claros y a la
vez turbios como los de un recién nacido. Esperé. Al poco tiempo empecé a ver
sonrisas y risas, una sucesión de imágenes hipersuperreales
en las que niños de todas las razas y edades disfrutaban de mi propia mirada y
yo de las suyas, y sin venir a cuento empecé a hacerles mimos y tonterías, gestos
que hacía mucho que no hacía. No sé el rato que pasé mirando y haciendo el
tonto delante de aquellos niños, pero lo que sí noté fue que mi tristeza se fue
trocando en alegría. Supe cuando irme, al reconocer a Joselillo según me lo
había imaginado yo que, desde esos ojos que no habían pestañeado ni una vez,
reía y me decía adiós con la mano. Y ahora me despido de aquel entrañable
hombre, ¿hombre?, porque en aquel momento no pude articular una palabra. Adiós,
Mendrugo, que encontremos todos la paz y la felicidad que vi en tus ojos. Ya sé porqué pareces tan triste y duro, y
tienes esa mirada tan alegre.
Me desperté en mi sofá, por asuntos que
no vienen al caso —yo me quedo dormido ahora a cualquier hora y en cualquier
sitio, aunque esté recién descansado. Antes nunca me había pasado. El caso es
que me dolía el cuello. “¡Vaya sueño! —me dije—, aunque no ha sido del todo
malo, por lo menos me acuerdo y sobre todo del final, bueno, no, es raro, me
acuerdo de todo”. En fin. Eso pensaba hasta que al levantarme se me cayó algo
al suelo. Era un sobre con un sello de una rana bizca y de perfil. Me quedé
atontado, ¿pero cómo puede estar de perfil y verla yo bizca? Pensé que eran
imaginaciones mías o que no veía claro porque tenía los ojos un poco llorosos, la verdad, mucha luz no había —no puedo dormir
con ella encendida. Me volví a sentar cogí el sobre del suelo y me volví a
levantar. No veía ni jota. Así que encendí la luz, saqué la hoja y lo primero que vi
fue la firma. Casi me caigo redondo. “¡Mendrugo!” exclamé. Pero si no puede
ser, ¿cómo es que…? No entendía nada. Pensé que seguía dentro del sueño. Por
eso me fui derecho a la habitación y vi dormir plácidamente a MC. Me acerqué y
la besé levemente en los labios. Aquella sensación era real, inolvidable, no
era un sueño, me había traído la carta de Mendrugo. Y si me había traído la
carta, es que yo no había soñado. Y si no había soñado, había estado en su
biblioteca con él. Y las ranas no eran imaginaciones mías. “¿Pero cómo no van a
ser imaginaciones tuyas?”, me pregunté. Al final, la curiosidad, como siempre, venció
a la sorpresa y a lo inexplicable. Recordé aquello de la navaja de Ockan(5)
, que para aquel que no lo sepa es un principio que
reza: «En
igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta». Y
en ese momento, lo más creíble con esa carta entre las manos era pensar que
todo lo soñado había sido vivido, y como un imbécil, rematé el pensamiento con
las palabras que al final de su soliloquio(6)
dice
Segismundo: «Y los sueños, sueños son». Y ahora que lo escribo, pienso que esa frase era muy acertada para lo que
estaba viviendo en aquel momento (y si no, leéroslo, es tan bello como corto, pinchar
aquí si queréis). Y me quedé tan a gusto. Así que me puse a leer la carta:
Estimado amigo:
Como habrá observado en su visita, a su
espalda estaban las puertas donde viven las ranas. Bien, cuando vuelva
encontrará solo diez puertas. La siguiente visita no encontrará la que haya usado
en la anterior. Y así sucesivamente, hasta que sólo se encuentre una. Esa será
la última vez que pueda trasladarse hasta aquí. Cada una de esas puertas le
llevará a un lugar de su imaginación, al que usted piense cuando coja el
picaporte. Le recomiendo no molestar el descanso de esos batracios, son muy
bromistas y podrían ponerle en algún apuro. Piense que las hay para todos los
gustos, hasta pintadas con la discordia. Si se pregunta como llegar otra vez a
la biblioteca, piense en cómo llegó la primera vez y habrá solucionado el
problema. Sí, no dude, relájese échese en su sofá y piense en mí. Con respecto
a esa primera vez habrá unas diferencias. Yo no podré estar, ya sabe que sólo
puedo verle una vez. Y segundo, podrá venir diez veces, una por puerta.
Aproveche las diez ocasiones. No las vivirá otra vez. ¿Por qué diez? Pues porque
es un número redondo y recurrente. Y también porque las ranas y yo nos hemos
apostado unos cromos. No se extrañe y le preocupe más lo que nos jugamos
nosotros que el motivo de nuestra apuesta por usted. Lo sabrá al final. La verdad,
en las observaciones de su ficha, decía que era rarito, pero no me imaginaba
cuanto. Aquí llamamos ficha a una pieza redonda y aplastada que me dan las
ranas y que yo me como, como al parchís, y luego me cuentan veinte cosas de la
imaginación del autor de cada libro que está a punto de terminarse. Yo no puedo
hacer todo. Lo siento. No es que usted no me importe, ocurre siempre. Es como un
protocolo establecido. Y si le parece raro que dialogue con unas ranas pintadas
en una puerta, imagínese a nosotros cuando les vemos hablar con perros, gatos,
periquitos... Ellas, al fin y al cabo, me cotillean lo que saben, pero ustedes
no reciben respuestas coherentes, sólo ladridos, maullidos y cantos melodiosos, aunque también cariño y compañía.
Y no digo que eso esté mal, sino que podría también extrañarnos a nosotros más.
Para volver a su sofá no se le ocurra usar una de estas puertas. Gastaría una
tontamente. Túmbese en mi sofá, cierre los ojos y esta vez le llevarán las
ranas en un pispás. Las veces siguientes saldrá de su imaginación diciendo la palabra que
aparecerá en este mismo papel, en el recuadro inferior a tal efecto, cuando el
papel sea consciente de que quiere volver. Pronúnciela en voz alta y volverá a
su sofá. Así que no se olvide de llevar pegada a su cuerpo esta misiva, si no,
no podrá volver nunca y quedará atrapado en su propia imaginación, es decir, le
tomarán por loco. Es el riesgo que corre y que puede hacerle no usar las
puertas. Sólo le detendrá su propio miedo. Sí, su instinto de conservación,
como ya hemos hablado. Bueno, ha sido un placer conocerle, caballero. Suerte y
que siga disfrutando de los críos igual que hago yo. Ah, y espero su próximo
libro, porque éste ya se le acaba.
Notas:
(1) Bastian,
Atreyu, Fújur, todos personajes de la novela citada, La historia interminable
(1979), de Michael Ende. [...].
(2) Personajes de las novelas protagonizadas por Sherlock Holmes (1877)
escritas por Sir Conan Doyle y de la trilogía de El señor de los anillos (escrita
entre 1937 y 1949 y publicada entre 1954 y 1955) escrita por John Ronald Reuel Tolkien, respectivamente.
(3) Heptalogía (iniciada en 1997) escrita por J. K. Rowling.
(4) Personajes de Don Juan Tenorio (1844), obra de José Zorrilla.
(5) Guillermo de Ockan (en inglés Willians of Ockhan, 1280/1288-1349) fue un
franciscano inglés al que se le tribuye este principio económico que puede
usarse en múltiples disciplinas.
(6) Pedro Calderón de
Mendrugo tal como es...o como lo imagino... Te diré que La historia interminable me parece "interminable", El señor de los anillos "interminable" también y Harry Potter "inempezable". A Ockham no tenía el gusto de conocerlo, pero ya fui a la Wiki.
ResponderEliminarBueno, me imagino que la próxima entrevista será a Carmina... Abrazos
Eres un cielo, pero no eres buena pitonisa en este caso, jaja. Sí, hay entrevista a Carmina, pero no es la siguiente, jaja. Un abrazo. JC.
EliminarImaginación al poder. Eché en falta al principito. Esperaremos a las siguientes entrevistas. A ver que nos deparan las nueve puertas. Hasta el lunes J.C.
ResponderEliminarPor imaginación que no quede, ¿verdad?, jaja. El misterio de las nueve puertas que todos sabemos lo que esconden, jaja. Hasta el lunes, Varinia.
EliminarBueno, cada vez nos sorprendes más. Veremos mas entrevistas.
ResponderEliminarUn besote
Que me quede capacidad de sorprenderos me alegra. Las veremos juntos, un beso, JC.
EliminarOjala conserváramos intacta esa parte de niños que siempre llevamos dentro...las circunstancias a veces nos hace olvidarnos que nuestro niño sigue siempre ahí por mucho que lo neguemos...
ResponderEliminarAyyy...como me gusto "La historia interminable" !! la leí al menos dos veces, y a mi hijo le encanto también!!
Oye, muy interesante tu propuesta de alejarse del problema para hablar de el...nunca lo había pensado,. pero ahora que me detengo a ello....uhmmmm..voy a meditarlo..pero sin pensar que lo "que hay en medio nunca ha ocurrido" sino todo lo contrario..a ver que saco de ello..
La carta de la Sra Rana...un estupendo broche final a tu entrevista..nos dejas ahí pensando...
Besos
Gracias, Lola. A veces, saltarse un recuerdo o volver a empezar sirve para algo. Aunque otras veces no se pueda. Cuanto más te alejes de los árboles, mejor verás el bosque, pero, también a veces, es difícil salir a campo abierto. Todo es intentarlo. Un beso, JC.
EliminarDulce y maravillosa tu entrevista a Mendrugo, siempre le he tenido cariño por el trato a Joselito. Lo de los niños soldados triste realidad igual que la de los refugiados que debería avergonzarnos a todos... Besos y feliz semana.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Un beso, y gracias, Mar. JC
EliminarAunque leí la entrevista ayer, al final no pude comentar, pero ningún problema, hoy la he leído otra vez, y he vuelto a disfrutar de ese personaje tan real algunas veces y otras tan imaginario y que nos gustaría tener a mano... Y el niño que llevamos dentro y que a veces nos esforzamos por no mostrarlo...
ResponderEliminarEn fin, esperando a la próxima entrevista, aunque esta ha dejado el listón muy alto.
Feliz semana.
Chary:)
Gracias por el "listón" y el "alto", pero no soy ninguna de las dos cosas, jaja. Gracias, Chary. Un saludo, JC.
Eliminar¿Qué sería la vida sin imaginación? ¿Hay personas sin imaginación? NO. todas tienen imaginación, lo que ocurre es que algunas tienen tan poquito que parece no la tienen en absoluto. Huy, ¿Me ha salido rima?.. Casi.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la entrevista, porque sin éste personaje el relato no hubiera sido posible.
Pero me quiero centrar en un punto que no se ha aclarado del todo y es importante, a mí me lo contó mi hijo. (yo ni idea, como creo que muchiiiiisima gente) "coltan", no sé tampoco lo que significa, ya me enteraré, pero supongo que está relacionado con la explotación infantil. Lo que se menciona con respecto a los móviles y otros aparatos electricos en miniatrura es que existen minas de las que se extraen los materiales para su fabricación con elementos tan rudimentarios como son las propias manos y poco más. Y las personas encargadas en hacer éste trabajo son precisamente los niños y niños pequeños. A los de doce o trece años ya no los quieren, porque son más conflictivos. Obra de mano barata, que además son obligados por dos euros al mes. Es rentable, ¿Verdad? A costa de un niño. Un niño que nunca será niño, un niño al que arrancan su vida infantil. Un niño que no desarrollará esa imaginación mágica de los cuentos. Un niño al que matan en todos los sentidos, de la peor manera posible y todo para que personas consumistas tengan esos fantásticos juguetitos de mesa. Es triste, muy triste y que nadie haga algo por solucionar ese crimen. Nosotros podríamos poner nuestro granito de arena consumiendo éstos "adelantos" lo menos posible, uno sólo, en lugar de tres o más... Es muy triste.
En cuanto al reportero más vivarachero, veremos cómo entrevista o en qué aprietos nos pone al resto de los personajes. ¿No? JC.
Hasta pronto.
Hola Nita, lo que me cuentas tan bien se refere al coltan o coltán, precisamente. Ese es el mineral que hace posible que los aparatos electrónicos puedan ser cada vez más pequeños, de momento. Así que no hace falta que busques, ya eres consciente de lo que supone "consumir" microelectrónica. En cuanto al reportero, lo único que ha intentado es darles más protagonismo a los protagonistas de esta historia y "quizá" la satisfacer mi propia curiosidad tal como acaba el relato. Un abrazo, Nita, y hasta siempre, JC.
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