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Entre puntada y puntada
(XLIV)
Plaza de las Descalzas Reales, 1920, allí se alquilaban carros para mudanzas. De www.slideshare.net |
La señora Casta escuchó muchos ruidos en la calle. Le pareció que se producían delante del portal, y, a su vez, notó que entraba menos luz de la calle. “Habrá que ver”, pensó, y salió del chiscón para asomarse. Era su deber. Se sorprendió de ver dos carretas que descargaban cuatro hombres. De ahí los ruidos. Habían parado justo enfrente del portal, y los muebles que cargaban los carros, atados y mal envueltos en mantas, alcanzaban una altura considerable. Uno de los hombretones, dejó a su compañero de brazos cruzados y se acercó al ver a la portera.
—A las güenas tardes, señora.
—A las güenas, señor.
—¿Es usté la portera?
—Pa servirle.
—¿Y éste es el número cuatro, verdá?
—Eso pone ahí riba —señaló la señora Casta el azulejo pegado encima de la puerta.
—Es un dicir, señora, no me senfade.
—Si no menfado, hombre, es que yo de números no sé, sólo conozco al uno, ques un palote. Por eso lenseño el cuatro pòr si no lo es.
—Pos a mí me pasa lo mesmo causté, pero si este no es el cuatro, éstos y yo vamos a trabajar en balde(1).
—¿Y a qué se dedican ustés?, porque que yo sepa, aquí no se muda naide. Y lo caparenta esto es una mudanza en toa regla. Pues no traen ustés cachivaches.
—Pos entonces la hemos líao, porque veníamos a rellenar el primero izquierda. Claro, siempre cabra esta llave.
—Don Ulogio no ma dicho na.
—Pos si el Ulogio ese es el mesmo questaba con don Agustín, me paece a mí que no hemos errao, señora. Sino que no lan contao a usté na.
—Ay, madre. Aquí cuenta una menos... Paezco el último mono. Venga conmigo, a ver si abre esa dichosa llave. Ande suba —. Y el mozo de cuerdas subió con la portera y comprobaron que la puerta se abría perfectamente con la llave.
—Voy a echar un ojo, no sea que no esté vacío y nos layan jugao a nosotros también. Espere —el hombre entró en la vivienda y salió satisfecho—. Sí, está vacío, menos mal.
—Pues, ande, suban lo que tengan que subir, pero no mensucien mucho la escalera, y cuidao con los caliches(2) en las paredes, que luego le caen a una las regañinas.
—Sará lo que se pueda, señora —. Y ya en la calle se encaró con los suyos—. ¡Eh, vosotros, dejad el cigarro, y a descargar, leñe!
—Oye, quen tos los trabajos se fuma.
—Pos en este mientras se fuma, se trabaja, y no echéis na al suelo, que luego lo tié que recoger aquí la doña.
—Venga, caballero, ca uno a lo suyo. Que yo también tengo faena —así que uno salió a la calle, y la otra se metió en el chiscón.
Al poco llegó don Eulogio, que al ver los carros supo que había llegado tarde para notificar que el primero izquierda se había alquilado, así que se ahorró el posible encontronazo con la señora Casta. “La contaré cualquier cosa”, pensó y se dio la vuelta antes de que le viera alguien. Mientras, la señora Casta se preguntaba cómo se podía hacer tanto ruido sin destrozar los muebles o los escalones. Temiendo estaba de que acabaran los de la mudanza y revisar las heridas en sus dominios. Tentada estuvo de preguntar al capataz sobre los dueños de los muebles, pero se retuvo. “Tiempo habrá pa conocerlos y pa sufrirlos”. Lo de don Mauro era una excepción entre la gente de esa clase. A ver si había suerte. “Bueno, Casta a lo que estás”. Normalmente el principal era habitado por la clase alta.
—Madre, ¿qué pasa en el primero? Acabo de ver cómo meten un aparador grandote, no sé cómo han podío. Y, claro, no he limpiao ese trozo.
—Ya ves, hija, que tenemos nuevos vecinos.
—¿Sí? ¿Y cómo son?
—No lo sé, sólo man presentao a sus muebles.
—¿Y los muebles son de alcuernia?
—Mujer, de cuerno no son, eso sí lo tengo claro. Y dalcurnia no he prestao muchatención. Oye, ¿tas fijao si han dañao la paré?
—No, la verdá es que no. ¿Y la Gertru?
—Ma dicho quiba a la mercería.
—Perdone, señora, ¿nos pué dejar un escobón, el patoso nuevo sa cargao un jarrón, y ca vez que pasamos pisamos los peazos.
—Me pilla usté con él en la mano. Tome —contestó Reme.
—¿Y aónde la roto, en lascalera?
—No, no se procupe, en la entrá el piso. Gracias, bonita, ahora te lo devuelvo.
—No corre prisa. Pero, ¿no quiere el recogedor?
—No, porque no tenemos donde tirar los cachos. Y pa que lo vean, lo vamos a dejar en un rincón, no crean que nos lo hemos agenciao. Ya me caerá a mí el rapapolvo, y bueno será si no me tocan el bolsillo. Ahora, que yo no lo pago.
La subida de enseres acabó y el balance de daños fue la puerta del primero izquierda, con un rasguño y herida de levedad, un raspón marrón en el segundo tramo de escalones, de pronóstico reservado y un desconchón grave en el largo descansillo del primero, debajo de su nombre pintado en marrón.
—Pues verás cuando se lo cuenta a don Ulogio. Ahora que a una sólo la faltaba hacer de guardia. Además, podía haberme avisao de que venían los mozos esos. A ver cace una, ¿no dejarles subir los muebles? Pues eso.
—No se preocupe usté, señora Casta. Aunque el casero la regañe sólo será eso. No le dé más güeltas. ¿No ha llegao todavía Joselillo? —preguntó Gertru al volver y enterarse de la refriega.
—No, y es raro, yo creo que a esta horas siempre está aquí.
—Sabrá entretenío con los amigotes. Desde questá en la misma clase quellos se le ve más contento.
—Más contento no sé, pero con más hambre… Hay que ver lo que come el jodío y lo delgao questá, aunque, claro, yo nunca he críao a un varón.
—Venancio dice que ha salío a su madre, quella era mu menuda.
—Pues el Venancio ha debío salir al padre. Cualquiera diría que son hermanos.
—¡Hola! —llegó Joselillo sofocado.
—¿Ya tas venío otra vez corriendo desde la escuela?
—No pue ser, madre, habría llegao hace un rato.
—Mencontrao con Balín. Y me reído dél.
—¿Por qué? Pobre mío.
—Porque parecía de domingo. Iba con traje y zapatos limpios.
—Mira tú, labrá ascendío don Mauro.
—Sí, pero no es pa siempre. Ma contao quel Antón sa ido de viaje a Asturias —Gertru tomó nota— y don Mauro la hecho secretario en fundiciones.
—¿Y qué funden en esa fábrica?
—Será el chocolate, madre.
—¿Y lo hacen vestíos de gala? Además, que yo sepa, las tabletas son duras. Bueno, y os habéis puesto a darle a la lengua, ¿no?
—Madre, que no es tan tarde.
—Pero una se propuca. ¿Mas oído, Joselillo?
—Perdone, señora Casta, es quemos echao unas carreras. Y todas las ha ganao el menda. Y él, venga que otra, questa vez te gano yo. Y na, que con el traje y los zapatos no corría bien —río el crío—. Creo questá hasta las narices y echaba pestes por la boca contra Antón, que a ver si vuelve de buscar a no sé quien —Gertru se quedó con el dato—, questá tardando mucho, que no saben na dél...
—Vamos, que viés con más hambre que de costumbre.
—No, señora. La misma.
—Que ya es bastante. Pues tiés cocido, así que te pués jartar.
—¿Y el Venan?
—Ahora vendrá, suele ser el último en llegar—. Y así fue.
La mayor parte de la comida la ocuparon los comentarios inventados sobre los nuevos inquilinos, porque nadie sabía realmente nada de ellos.
—Lo raro es que don Ulogio no haya venío a decirnos na.
—Sí, es verdá, madre, siempre avisa.
—O la pasao algo o estará al venir.
Y así fue. El casero apareció por la tarde. Primero pidió disculpas por no haber venido antes, como hubiera sido su voluntad, pero otras obligaciones particulares que no venían a cuento, no se lo habían permitido. Después informó a la señora Casta de la novedad, que no lo era, aunque sí le trajo nuevas, como que se trataba de un matrimonio maduro y con hijos mayores, como don Cirilo y doña Carmina, que él trabajaba en Correos, y que no tenía más referencias, ni buenas, ni malas. Y que se mudaban porque antes vivían en un segundo pero como ella andaba mal de las piernas y de la espalda, preferían un primero. Eso sí, ella era muy religiosa.
—¿Y cómo lo sabe usté?
—Porque en las cuatro o cinco cosas que dijo cuando firmamos el contrato, salió a relucir Dios y Nuestra Señora muchas veces. Además, vestía habito y con más medallas colgadas que un general.
—Y no es que me importe, ¿pero cuando vieron el piso?
—Ah, eso fue el domingo pasado por la tarde, casi noche. Ya le he dicho que he andado muy liado estos días de atrás. Usté, lógicamente no estaba. Y don Agustín Redondo Garci, y señora, venían de misa, ya le digo.
—Ya mextrañaba a mí. Pero, bueno, mejor beata que descreída. Al menos, temerá a Dios y no traerán pistola ni espada, supongo.
—Caye, caye, no mente al diablo.
—¿Y cuándo les conoceremos?
—Hoy mismo. Por eso he querido venir antes de que hicieran acto de presencia. Me dijeron que dormirían esta noche aquí por primera vez.
—Pos casi se descuida usté, don Ulogio. A ver qué hubiera hecho una sin saber na de na. Y porque el de la mudanza traía llave y venían a dejar, si no, no les dejo entrar.
—Yo estaba seguro de que usté lo iba a resolver con acierto.
—Como le veo mu contento y satisfecho con una, le voy a contar mis nuevas.
—¿Hay alguna?
—Claro, no ve cabío mudanza.
—¿No me diga que…?
—Sí, sí le digo que. En la puerta, en el rellano y también en el segundo tramo.
—Pues pienso cobrárselo, fui yo quien puso en contacto al mozo de cuerdas con don Agustín. ¿Y usté?
—¿Cómo que y yo? Usté cree que una pué hacer algo con cuatro hombretones como un armario ca uno? Usté delira, don Ulogio.
—Bueno, está bien, mandaré arreglarlo.
—Dese prisa, si no, los vecinos se mechan encima.
—Bueno, bueno, no me meta prisas tampoco, sangre no hay.
———— o O o ————
—Bueno, pues ya he echado la carta al correo. Ahora a esperar que nos toque y acertemos con el asesino. Y menos mal que ya no hay debate. Sólo somos tres a repartir —anunció Susana.
—¿Cuántas novelas faltarán? —preguntó Reme.
—Mujer, novelas no, serán capítulos. De todas formas parece que vives en la inopia o que no oyes la misma emisora que nosotras. Anda que no han dicho veces los que faltaban y que cuando queden cinco ya no admitirán ninguna carta.
—Pos yo no menterao, chica. Con esto de la vainica doble que se me da tan mal…
—Pues trae pacá, Reme. Y toma, que se te da mejor a ti la bastilla — Gertru intercambió la labor con su amiga.
—Tenemos que aprender a hacer de todo todas.
—No, si hacer se hace, Susana, otra cosa es cómo nos quede. Y yo creo que deberíamos hacer lo que nos sale bien a cada una —opino Gertru.
—Y lo que no se nos dé a ninguna bien, ¿quién lo hace?
—Pos la questé libre o le guste, como todo.
—Oye, a mí no me gusta nada coser, ni hilvanar, ni zurcir, ni la máquina, pero tengo que hacerlo, no me queda más remedio, sino, ¿de dónde voy a sacar el dinero para mis estudios?
—Pos a este paso te libras de aguëla —soltó Reme—, como los sargentos churreros esos.
—Querrás decir chusqueros, ¿no, graciosa? En los estudios no te libras, te doctoras, y en cuanto a lo de abuela, ya lo dudo, porque antes hay que ser madre, y la menda no está dispuesta a nada que tenga que ver con los hombres. No como tú.
—Mía tu, vamos a tener una amiga solterona y doctora. Y al Venancio ni le mentes, guapa —defendió Reme a su hombre.
—Pues Mauro se podía haber ahorrado un dinero —intermedio Gertru—, si tú fueras ya doctora. Entre el navajazo del Anselmo y mi aborto…
—Y lo de mi padre, que ahí también intervinió don Luis a deseo de don Mauro, aunque de poco sirvió, la verdá.
—Os estáis confundiendo las dos de cabo a rabo. No todos los doctores son en medicina. También hay doctores en Filosofía, en Geografía, en Filosofía, en Paleontología y en todas las ramas de las artes y las ciencias.
—Sí, ¿y por qué les llamamos a ellos doctores y a los otros no?
—Nunca has oído en la misa, por ejemplo, hablar de los doctores de la Santa Iglesia?
—La verdá es cahora voy poco a la iglesia, pero tiés razón, lo tengo oído. ¿Es que en aquella época también había universidá?
—Aquí, en Europa, no, pero en China hubo una(3) antes de que naciera Jesucristo que ya daba títulos a sus estudiantes. Pero en el caso de la Iglesia, ese título equivale a sabio, no titulado en una ciencia como también se le llama a todo aquél que acaba una carrera universitaria. La Iglesia siempre se busca truquitos. Como algunos hombres que usan la sotana para disimular, y saltarse el celibato. Como el que nos confesaba en mi pueblo. El párroco nos daba un repaso a todas las chicas, de los pies a la cabeza. Que si qué pelo tan limpio y tan bonito, que si qué lazo más bien hecho, y claro, aprovechaba para tocarte el culo.
—Mujer, no digas eso, cualquiera que te oiga va a pensar que es verdá lo que dices
—Tié razón la Susana, Gertru. Mi madre dejó de ir a la iglesia porque decía que uno de los curas de Santa Teresa y Santa Isabel se la comía con los ojos y algo más. Aunque nunca ma contao qué era ese algo más, pero te lo pués imaginar.
—¿Sí? Entonces, ¿vosotras creéis que hay curas que…? —Gertru no acabó la pregunta.
—Curas y monjas. Y no es que lo crea, es que lo afirmo. A una amiga mía, se la tuvieron que llevar del pueblo porque, según decía todo el mundo, se había quedado embarazada del cura ese que os digo. Y claro, le echaban la culpa a ella. Al cura le disculpaban, porque decían que claro, un hombre siempre es un hombre y que la carne siempre tira.
—¡Madre mía, Susana! ¿Y era verdá?
—Yo no lo sé de cierto, pero a ninguno de los dos, ni a mi amiga, ni al cura, se les volvió a ver el pelo por allí, os lo aseguro. Y hay quien dice haber visto al niño y contó que era pelirrojo, como el párroco desaparecido. Le sustituyó un viejo cascarrabias, que yo creo que mandaron para que se muriese allí. El pobre, no podía ni subir el cáliz en la consagración, así que para subirte las faldas estaba.
—Ay, no hables así, Susana —regañó Gertru.
—Parece mentira, Gertrudis. Con todo lo que te han hecho pasar a ti los hombres.
—Pero los curas no son hombres como dicen en tu pueblo.
—¿No? Que lo dices tú ¿Es que acaso has visto a alguno desnudo?
—Uy, no. Dios me libre. ¿Y tú? —esta vez tiró a matar Gertru.
—Tampoco, pero le he visto al de mi pueblo con la sotana arremangada y los pantalones bajados, y desde luego hombre era. Y no hay hombre bueno.
—¿Y las mujeres, qué?
—¿A qué te refieres?
—A nada, a nada. Tonterías mías. Vamos a dejarlo.
—Yo creo que ya es hora del Señor Spay, que no sé como se llama así la novela si está más morido que Carracuca(4) —criticó Reme.
—Lo que te digo. Pon más atención a lo que oyes, Reme, la novela, precisamente, se llama así.
—¿Cómo?
—La muerte del señor Spay.
—Ángelamaría, ya decía yo.
—Venga, dejaros de cháchara, que va a empezar, y tú luego no te enteras, Reme.
———— o O o ————
—Ahora casi me arrepiento de haberme ofrecido para cuidar todo esto. La verdá, no sabía donde me metía.
—Ya se metió cuando llegó, y llegó porque usté quixo.
—Pero es mucho para una persona sola y sin ninguna experiencia en estas lides.
—Nun tien que faese cargu de too. Solo hai de dar de comer a los animales.
—Es que no sé...
—Ye bien senciellu. Y comida y agua nun-y van faltar.
—¿A ellos o a mí?
—Dexaré-y dos tinajas pa beber usté.
—¿Y para asearme?
—Nun-y va faer falta, pero pa eso tien el bebederu. Y seguro que les besties nun la van a notar —Antón vio por primera vez la sonrisa de Queitano y recordó al instante otra, y pensó que no toda la herencia de Gertru iba a ser de madre.
—¿Pero cuantos días van a estar fuera?
—Yo calculo que… diez, sí, diez díes.
—¡Madre mía! ¿Y mi familia?
—Pos denos usté unes lletres, vamos facer llegar a la so familia. Ellí onde nos mande, van saber qué faer con elles, ¿non?
—¿Y si me pongo malo?
—¿Me curo? ¿Y si necesito algo?
—Equí solo precísase comida y agua. La muerte vien cuando quier, nun s'esmoleza(6).
—En eso tiene razón. Pero veo que lo tenía usté todo más que pensado, quien lo habría dicho.
—Nun había enforma que pensar. Y va entender usté que pa dexar a daquién solo nun diba escoyer a la Roxa. La culpa nun ye mio, sinón so, caballeru. Pa eso vieno. Pos esfrute del so yogur, home
(7)
—. Queitano enseñó todo lo que creyó necesario para que los bueyes, gallinas y asturcones no sufrieran su ausencia—. Anque los caballos déxelos al so aire, ellos búsquense la vida, salvo que quiera domar uno —volvió a sonreír Quitano. Una vez preparado e informado de todo Antón, la pareja volvió a la cabaña—. Supongo que sobe usté escribir.
—¿Qué si sé escribir? Claro.
—¿Y traxo ferramientes?
—No le entiendo.
—Dice que si ha traído usté herramientas —aclaró una Xana muy ocupada.
—¿Herramientas de qué?
—Para escribir, hombre, para escribir.
—Ah, sí, sí, claro. Y para leer.
—Pos perbién, apunte —ordenó Queitano.
—Espere al menos que coja el lápiz, ahora no traiga usted tantas prisas, buen hombre.
—Xana, di-y al caballeru lo que precisamos traer a la vuelta. Paezme qu'anguaño en cuenta de traenos los montes al bufoneru, traxéronnos a ésti que lo enredó tou —. Y así se escribió el pedido, encargo que haría discutir a la pareja—. Roxa, si quies traer tou eso, nun podemos llevar tou lo que tas preparando. Nin tu nin yo somos Toru nin Güe(8).
—Pero si sólo he metido comida y la muñeca de madera que le hiciste a Gertrudis.
—¿Y esi vistíu y esa camisa? ¿Y esos zapatos?
—¿El vestido y la camisa? ¿Es que, acaso, pretendes presentarte allí vestido así, después de un viaje de tres o cuatro días?
—¿Y qué tien de malu? Vamos cruciar los montes y depués quédanos una bona caminada hasta llegar ellí.
—Ah, non. ¿Nun vas pensar dir andando a Madrid, oh? —Xana cambió a su lengua materna.
—¿Y cómo quies que vaigamos, muyer, volando?
—En tren —intervino Antón.
—Yá, como qu'ésta y yo tenemos dineros. Col bufoneru nos apañamos col trueque, pero tarrezo qu'eso nun va funcionar fora del valle.
—Se lo daré yo. Bueno, yo no, Don Mauro, el futuro marido de su hija —. Y aquí Antón, volvió a toparse con la iglesia(9), porque Queitano no admitía caridades. Al final, entre Xana y él, convencieron al hombre herido en su orgullo.
—Pero mira que eres borrico, Queitano. No tienes conocimiento, en cuanto sacas la cabeza del valle, ya pierdes la razón. ¿A Madrid andando…? Tú no sabes lo que dices. Y, encima, tenemos que llevar lo mínimo. Con lo que tú comes no tendrías bastante con Toru. Y cualquiera se lo echa a la espalda —. Antón no pudo menos que sonreír con disimulo tras la regañina de Xana a su marido.
Ese fue el empujón que terminó por convencer a Queitano. Aunque, después de ceder en recibir el dinero de su futuro yerno, Xana continuó con la monserga de que había que aceptar lo que la vida te ofrece cuando no se tiene nada, igual que se admite lo que te quita.
—Eso me lo has enseñado tú. El orgullo no sirve para nada, y menos para comer. Sólo ha de tenerse orgullo cuando no se necesita nada. Burro que eres un burro. Señor, para que me habré venido yo con este hombre.
—¿Cuando quieren salir? —preguntó Antón para desviar el tema del orgullo asturiano.
—En cuanto quiera éste, yo ya tengo preparada los porsiacasos y las dos mantas para el viaje. Es lo que llevaremos.
—¡Qué razón tiene, Antón? Con estos bueyes, aunque sólo me llevo uno, menos mal.
—Nun vos entiendo, pero venga, en marcha que la nueche llega ensin avisar.
—Espere, espere. Tengo que escribir unas cuantas cosas. Una carta para mi familia, otra para don Mauro… y la dirección donde podrán encontrar a su hija, y también la de la fábrica de don Mauro, por si acaso. Además, tengo que darles el viático, si no, se tienen que ir andando a Madrid y pasarán hambre con lo que Xana ha echado en el hato —Antón aprovechó para meter una pulla a su igual.
—Pos apriesa, caballeru, esti animal que ve usté equí —se dio por aludido Queitano— ye diurnu, la nueche ye pa dormir.
—Bien, enseguida acabo. Pero en cuanto
lleguen a Oviedo, o a Gijón, ponen este telegrama. Va en sobre aparte. Bueno,
como todo, y cada uno lleva un dibujo para que los identifiquen.
—¿Ha traído usted sobres? —se extrañó
Xana.
—Claro —se sorprendió a su vez
Antón de la extrañeza de la mujer por su perfeccionismo.
Así, con las viandas y las mantas de equipaje, y las cartas y los billetes del banco de España, emprendieron viaje Queitano y Xana. Feliz ella, preocupado él. Antón no apartó los ojos de aquellas dos siluetas hasta que se confundieron en la lejanía con los colores que el sol arrancaba a la naturaleza, con sus formas y sombras. Entonces volvió a sentir en su corazón el peso de la soledad, aquel silencio extremo y aquella sensación de pequeñez ante esa colosal naturaleza que todo nos da, pero que nada acompaña y nos impone la lejanía. Para los urbanitas, la naturaleza es un solaz que se disfruta sabedores de que al volver a casa, recordarán y contarán los verdes que eran los prados, las cristalinas aguas del río, el bello canto de los pájaros, el verde olor de los pinos. Pero sobre todo el hecho de volver a casa, porque como en casa, en ningún sitio. Y eso es lo que traía en jaque a Antón. Cuándo volvería a casa. Agachó la cabeza después de un rato de no mirar nada, sintió hambre e hizo sonar la campana antes de entrar en la cabaña.
—¡A comer! —gritó cuanto pudo, con la esperanza de que alguien se uniera a él.
———— o O o ————
Llegado el lunes, y aseado a trozos el domingo, Venancio se presentó en casa de Cirilo y Carmina.
—Buenos días, señora —saludó Venancio con la gorra en las manos.
—Hola, mocetón. Pasa. Tú eres Venancio, ¿verdá?
—Sí, Venancio Lázaro Ulecia, pa servirla.
—Muy bien, gracias. Mi marido te estaba esperando. Yo soy Carmina, su mujer.
—¿Llego tarde?
—No, no. Es él, que siempre llega temprano. Tú has llegado a tu hora. Pero aunque hubieras llegado antes, el estaría a la espera. No sé cómo se las apaña, pero siempre lo hace. Yo jamás he tenido que esperarle, y eso que llevamos juntos la tira de años. ¿Has desayunado, hijo?
—Sí, doña Carmina.
—¡Carmina! —se escuchó el grito a modo de llamada de Cirilo—. Deja en paz al muchacho. Ha venido a aprender contabilidad, no a desayunar o a hacer vida social.
—Bien, ya oyes al cascarrabias. Vamos, ven, es por aquí. Mira, ahí tienes a tu profesor, que Dios te pille confesado. Si quieres algo me llamas —le ofreció al alumno un tanto impresionado. Carmina se volvió hacia su marido—. Y tú, Cirilo, si quieres algo, ya sabes donde está todo en esta casa. Yo voy a seguir con mi labor, y tampoco me gusta que me interrumpas. Hasta luego.
—Gracias —dijo apocadamente Venancio. Cirilo se levantó, dejó el libro que leía y se acercó al muchacho, al que ofreció la mano.
—Buenos días, don Cirilo.
—Hola, Venancio. Encantado de conocerte, pero no de oírte.
—¿Perdón? —preguntó azorado el alumno.
—Sí, que no me gusta oír el don delante de mi nombre. Aquí somos todos iguales, aunque te extrañe. Ya has visto como Carmina segrega al joven y al viejo. Es la máxima diferenciación que se hace en esta casa, y en ella nadie es más que nadie, luego nadie es menos que nadie. ¿Entiendes?
—Pero es que a mi man enseñao a hablar con respeto a mis mayores. Y, lo poco candé por la escuela, llamaba don al maestro.
—Primero, no todo lo que se enseña y se aprende es correcto. Segundo, el respeto no se demuestra con dones ni doñas, caballero. Aunque esto último no nos lo enseña nadie.
—Pos no sé que dicirle, Cirilo.
—Ves, eso está mejor, porque es verdad, respetuoso y además, no hay don. Me alegro que hayas venido. O al menos, mi ego.
—¿Su qué?
—Ese que se encarga de sentirme a gusto conmigo mismo. Pero no me hagas caso. A veces digo tonterías. Pero te prometo que después de decir una te lo avisaré. Y en cuanto a la contabilidad, te diré que con ella no bromeo, porque es como tú, dice siempre la verdá. Eso sí, como la engañes tú a ella, te puedes ir preparando, las lía bien gordas. ¿Empezamos?
—Cuando usté quiera, Cirilo.
—Pues bien, toma asiento. En esa silla, junto al buró. Ahí encontrarás todo lo que necesites.
—Gracias.
—Empezaré con un poco de historia, que nunca viene mal recordar. La contabilidad que se usa ahora fuera de las administraciones públicas la publicó un fraile italiano, y digo publicó porque se deduce que los mercaderes venecianos ya la usaban, por lo que no se puede tratar de inventor al religioso. Aún así, los contables le debemos mucho. Esto ocurrió allá por el año mil quinientos más o menos. ¿El motivo?, muy sencillo. Para que me entiendas, saber lo que un negocio tenía, lo que gastaban y en qué, lo que se debía y a quien, lo que debían al negocio y quien. La contabilidad son habas contadas, Venancio. ¿Sabes contar?
—Sí, señor. Pero no sé hasta cuánto.
—Ni tú, ni nadie. Y más vale que no lo intentemos averiguar, porque sería la forma más anodina de pasar una vida.
—¿Anodina?
—Sí, triste, vulgar, tonta. Y, aún así, no sería demostrativo de nada, porque podrías seguir contando si la muerte no hubiera hecho aparición. Bueno, esta es una de mis tonterías. Me ha contado Mauro que vendías verduras y hortalizas en el mercado de Olavide.
—Sí señor, mi hermano y yo. Él ahora va a la escuela —dijo orgulloso Venancio.
—Me alegro.
—Y también trabajábamos la tierra. Vendíamos lo que recolectábamos el día anterior. El puesto lo quitábamos a medio día, nos íbamos a Pozuelo, comíamos y a la huerta. Lo que no vendíamos y se ponía pocho se lo dábamos al tío Celedonio, pa los cerdos.
—¿Y qué hacías con el dinero que sacabas con la venta?
—Se lo entregaba a tío Eliseo, vivíamos con él.
—Mira, ahí tienes el primer concepto contable que vas a aprender: la caja. Tu tió será la caja. Y como vamos a seguir el ejemplo de lo que tú hacías para ganarte la vida, al bolsillo de tu tío le vamos a llamar así: la caja. Y recuerda, la caja no sólo recibe dinero. De ella también se saca.
—Espere, eso lo entiendo, pero ¿qués un conceto?
—Un concepto es lo que nos permite entender un todo, es una idea expresada en palabras. Hay conceptos que designan cosas, como libro, vaso, mesa. Tú tienes esos conceptos claros, ¿verdad?
—Sí.
—Claro, a lo largo de tu niñez los aprendiste sin darte cuenta. Bien, hay otros conceptos abstractos, que no se refieren a cosas materiales que se pueden tocar, como por ejemplo el concepto que tienes del amor, de la hermandad, de la belleza. Esos conceptos también los tienes y también los has ido aprendiendo desde pequeño. Pues bien un concepto contable, forma parte de estos últimos y sirven para entender cómo funciona la contabilidad. Como el concepto de caja. Como ves, nos apoyamos en algo físico, pero la caja contable no es un artefacto de madera para meter cosas en él, sino una cuenta contable a la que aludiremos para expresar el dinero en metálico del que disponemos. ¿Tú qué usabas para guardar el dinero en el puesto?
—Una caja de latón.
—Ves, pues tu caja de latón es un concepto que puedes aplicar al otro, al de la caja contable. Y como comprenderás nunca puede quedar en negativo, es decir, como mucho está vacía, nunca tendrá menos dinero que nada.
—O llena de pelusilla.
—Exacto, como el bolsillo de tu tío, ¿no?
—Si no limporta, yo preferiría olvidar el bolsillo de mi tío, y llamarle como usté dice, la caja, la de latón.
—Bien, de acuerdo. ¿Cómo sabremos cuánto dinero hay en la caja?
—Esa sí ques fácil, contándolo.
—¿Y cómo sabremos, y no me lo tomes a mal, que tu hermano, por ejemplo, no ha metido mano en la caja y se le han pegado unos pesetas?
—Porque al volverlo a contar en casa, habría menos. Yo lo hacía siempre.
—Bien, otro concepto contable, el saldo. Lo que dice la caja que tiene, se le llama el saldo de la caja, y como nuestra caja es una cuenta contable, el saldo de esta cuenta es el dinero que hay en la caja. Al hecho de contarlo, se le llama arqueo de caja. Porque, tú hermano, siendo honrado, como lo es, ha necesitado dinero para comprar… el pan, por ejemplo, y tú no estabas. Entonces él, te ha puesto una nota en la que te dice el dinero que te ha cogido y para qué. Entonces cuando cuentas la caja, el saldo no cambia, pero sabes que tu hermano le debe a la caja una diez céntimos, por ejemplo, en concepto de gasto de pan. Y ahí aparece otro concepto, uno muy importante: el debe. ¿Me sigues?
—Perfectamente. A mí había manolas que no me pagaban, entonces me lo debían, pero no se lo decía a naide.
—Es lo que se llama cargar en cuenta. Cuando alguién invita en la taberna dice algo así como: Cárgame en mi cuenta esta ronda. Eso es una frase contable, curiosamente. Entonces cuando le das a alguien le cargas, haces una anotación en el debe, pero para saber dónde está el dinero que te deben y en concepto de qué, lo tienes que compensar con otro apunte, en este caso una anotación al haber. No quiero liarte, solo decirte que el debe y el haber son unos conceptos contables que hay que tener muy claritos. Y son contrarios, o mejor dicho, complementarios. Es decir, lo que esta en el debe, debe estar en el haber. Imagínate dos carros juntos, y te dicen que tienen que llevar el mismo peso. ¿Tú qué harías? —Cirilo, embalado, no dejó contestar a Venancio—. Lo que echas en un carro, echarlo en otro, ¿no? Pues eso es el debe y el haber. Por ejemplo, cuando tu cobrabas una venta, lo que debías haber hecho es cargar a la caja, porque recibe dinero, y abonar a la cuenta de ventas. Si miras el saldo de caja, con el vale de tu hermano, te dirá el dinero que tienes, y si mirases la cuenta de ventas, verías lo que has vendido. Si lo haces siempre, cuando llegue fin de mes, sabrás el dinero que tienes y las ventas que has hecho.
—Ya, pero para qué voy a liarme con dos cuentas, como usté dice, si las dos me dicen lo que vendío.
—No. Se te ha olvidado que también sacas dinero de la caja. Imagínate que has necesitado cambiar una rueda al carro. Tendrías que pagar la reparación. ¿Y de dónde saldría el dinero?
—Del bolsillo, bueno de la caja.
—Y si la reparación te costara más que lo que tienes en la caja.
—Pos se lo dejaría a deber al carretero.
—Claro, porque la caja no te puede dar más de lo que tiene. ¿Y, entonces, qué saldro tendría la caja?
—Ninguno.
—Cero, eso es. Y entonces la ventas y el saldo de caja no coincidirían, ¿no?
—Tiene usté razón, ya lo entiendo. De la caja sale y entra dinero, pero del carro de las ventas solo entran ventas.
—¿Y cómo sabrías que le debes dinero al carretero, Venancio?
—Porque macordaría.
—Entonces imagínate que te vas dos años a África. ¿Cómo sabría tu hermano que se lo debe el negocio?
—Porque se lo diría. José se acordaría.
—Venancio, céntrate. Estamos hablando desde un punto de vista contable.
—No lo sé, Cirilo. Sólo seme ocurre apuntándolo.
—Bueno, ya es algo. Sí. Lo anotaríamos en una cuenta que llevara el nombre del carretero. Y en este caso el importe sería lo que has dejado de pagarle.
—Y cuando la caja tuviera saldo se lo pagaría, a mí no me gusta deber na.
—Muy, bien, Venancio. Y aprovecho. Cuando sacas dinero del carro de la caja debes hacer un apunte a su haber y uno al debe de la cuenta de gastos de reparación, o como en este caso, al debe de la cuenta del carretero con lo que su saldo quedaría zanjado, es decir no le deberías nada. Así sabes, el dinero que tienes, lo que has vendido y lo que has gastado y en qué. Y hoy solo nos queda saber si tú sabes lo que has ganado, pero explícamelo con conceptos contables.
—A ver, si cojo el ¿saldo?
—Sí, el saldo.
—Eso si cojo el saldo del carro de las ventas.
—Mejor cuenta que carro.
—Si cojo el saldo de la cuenta de ventas y le quito el saldo del carro… de la cuenta de gastos, sabré lo que ganao.
—Perfecto. Y si el gasto fuera mayor que la venta.
—Haría lo mismo.
—Ya, pero entonces no ganarías.
—Claro, perdería.
—Y si perdieras todos los meses.
—Pos habría hecho un mal negocio, ¿no?
—¿Has visto todo lo que te puede decir la contabilidad?
—Sí, es fenomenal.
—Pues no sabes de la misa la media, Venancio. Te pongo tarea. Escribe en ese cuaderno lo que has aprendido hoy, te puedes llevar también el lápiz, el lapicero, el sacapuntas y el borrador. Ten siempre la punta del lápiz afilada. El
lapicero
(11) es un regalo para ti, para que apures los lápices hasta el final.
—Muchas gracias, pero no me serviría de na, no sescribir.
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—Pues buena la hemos hecho, Venancio. Nadie me lo ha avisado.
—Perdone, usté, yo creía que lo sabía. No me lo ha preguntado y pensaba que se lo había dicho don Mauro.
—Tienes razón, hijo, la culpa es mía. Di por sentado que si sabías sumar y restar sabrías leer y escribir.
—Ya, aprendí un poco, sabía las letras y eso, pero se molvidó, porque cuando, cuando… Bueno, que mi tío me sacó de la escuela y claro, en el puesto, seguí con las sumas y las restas, pero con las letras no hice na.
—Te entiendo, no te preocupes. Lo único que tardaremos un poco más. Espera —Cirilo se asomó a la puerta y gritó—. ¡Carmina!
—Ya voy, ya voy, que no estoy sorda —. La mujer apareció en la salita—. ¿A ver, qué tripa se te ha roto?
—A mí, ninguna. Es a Venancio.
—¿Te duele la tripa, hijo? —se acercó con cara preocupada a Venancio.
—No, no señora. ¿Por qué? —. Carmina miró a su marido algo extrañada.
—No, no es eso, Carmina. Es que Venancio no sabe leer ni escribir, y así poca contabilidad va a poder aprender, bueno aprender sí, pero a llevar, imposible.
—Me alegro que sea eso, hijo. Los dolores de tripa son muy malos. Pero no sé cómo te extrañas, Cirilo.
—Mujer, me extraña, porque sí sabe sumar, restar y multiplicar...
—Y dividir por un número —aclaró el muchacho.
—Bueno, ¿y qué? —preguntó la mujer a Cirilo.
—¿Qué si le enseñas tú?
—¿Yooooo? —Carmina arrastró la o final expresando su extrañeza.
—No enseñaste tú a Javier e Israel. Son nuestros hijos —aclaró a Venancio.
—Sí, pero eran pequeños.
—¿Y qué más da? Además, sólo sería repasar, porque Venancio, como él dice, ya sabía las letras. Pero se le han olvidado. Y te podías ganar unas pesetas —. Cirilo sabía de qué pie cojeaba su mujer.
—Sí, de eso tendríamos que hablar tu y yo, pero ahora no es el momento, ya me ha contado don Mauro lo de tus honorarios, guapo —. Como doña Carmina sí le daba valor al dinero, sabía que sin él no se come, ni que dura para siempre, aceptó el reto pero con una compensación dineraria —. Venancio, ¿estás dispuesto a pagar diez pesetas al mes por aprender a leer y escribir?
—Sí, señora.
—Pues ya tienes maestra.
—Entonces, lo que vamos a hacer, es que te vienes mañana una hora antes —propuso Cirilo—, a las nueve. Y esa hora la dedicáis a las letras, y luego tú y yo nos metemos con los números. Así vamos adelantando en las dos materias. Recordaremos y fijaremos lo del día anterior y veremos algo nuevo todos los días. ¿Os parece?
—Por mí encantao.
—Yo también estoy de acuerdo.
—Entonces, por hoy ya está bien. Mañana empezáis y seguimos.
—Antes de irme, don Cirilo…
—Cirilo, Venancio, Cirilo.
—Eso, Cirilo, quería darle las gracias por lo del céntimo. ¿Se lo pago todos los días? Lo he traído.
—No, me lo abonas en mi cuenta, y cundo tengas mucho dinero en la caja, me lo cargas.
—Y se lo abono a la caja, ¿no es eso?
—Sí, hijo, es eso, justo de eso se trata. Me alegro que hayas venido, me he sentido treinta años más joven.
—No son ustedes mayores.
—Depende quien nos mire, hijo. Pero gracias.
—Y recuerda, Venancio —intervino Carmina—. Habría que sonreír dos veces al menos por cada lloro que echemos. No se te olvide.
Cuando Venancio se marchó, Cirilo se acercó a su mujer y le preguntó por qué le había dicho eso.
—Porque no tienes ni idea de lo que este chico y su hermano han pasado, y lo que han tenido que llorar, Cirilo. Y si no lo han hecho, deben de tener una congoja retenida que ni te cuento.
—Ya, pero el diablo no va a estar siempre tras la puerta (12).
—Eso lo dices tú. Y ahora, explícame lo del céntimo.
—Es muy fácil.—Ya, pero el diablo no va a estar siempre tras la puerta (12).
—Eso lo dices tú. Y ahora, explícame lo del céntimo.
—A sí. Pues a ver esa explicación tan fácil.
—Ya te lo has explicado tú sola, fíjate qué fácil, Carmina. Yo no tengo que decir nada. Pero lo diré. La educación es un regalo con el que nadie debería hacer negocio y todo el mundo debería recibir.
—Serás mal hombre, aprovechándote de mí para que yo... —Cirilo salió de la sala de costura de Carmina por miedo a recibir un “costurerazo”.
[Continuará]
(1) [Volver]
En balde, según el DRAE, 2014, 23ª edición, entrada balde(2) es una locución adverbial que significa en vano. Su etimología explica su origen: «[...]. Del ár. hisp. báṭil, y este del ár. clás. bāṭil 'vano', 'inútil', 'sin valor' [...]».
(2)[Volver]
caliche: «[...]. Costra de cal que suele desprenderse del enlucido de las paredes. [...]». DRAE, 2014, 23ª edición, entrada caliche, 3ª acepción, etimología: cal.
(3)[Volver]
Sobre las universidades: «[...]. ¿Por qué? Si olvidamos que uno de fundamentos de este tipo de instituciones [universidades] es otorgar títulos académicos, las universidades más antiguas serían: Nanjing en China (258 AC), Al Karaouine en Marruecos (859) y Al Azhar en ElCairo, Egipto (988) [...]». Fuente: finanzaspersonales.com.co. Aunque otros tienen otra opinión: «[...]. Algunos incluso sugieren que la primera universidad -aún en activo- sería la de Atenas por tener cierta relación con la Academia de Atenas, fundada por Platón hacia el 388 aC. Algo más de consistencia tiene la argumentación de los que sitúan a la Nanjing University (China) como la universidad más antigua del mundo. Se tiene constancia de la existencia de esta institución desde el año 258, sin embargo, distaba mucho de funcionar como universidad y, de hecho, no se estableció como tal hasta 1920. Ni siquiera en su web reclaman el honor de ser la universidad más anciana en funcionamiento [...]». Fuente: losapuntesdelviajero.com. Tal y como las conocemos hoy todo el mundo coincide en que la más antigua de occidente es la Universidad de Bolonia, Italia, fundada en 1088. Y la primera del mundo islámico fue la Universidad Al-Azhar en El Cairo (Egipto), en 972. Fuentes, las mismas.
(4)[Volver]
Más muerto que Carracuca. Cuentan que el tal Carracuca fue un cántabro infeliz, pero quién sabe. En 1925 apareció la frase que nos ocupa en una obra de autor anónimo, y apoyó su difusión la inclusión de la misma en la zarzuela La rosa del azafrán, allá por 1930. Como he leído, nuestra imaginación da para mucho y el tal Carracuca debía ser un dechado de virtudes (más feo que Carracuca, peor que Carracuca, más solo que Carracuca, más hambre que Carracuca, etc.). Antes de estas fechas, Carracuca apareció en una obra de teatro (1876) titulada precisamente La sombra de Carracuca. Incluso aparece en el DRAE, 2014, 23ª edición, entrada carracuca: «[...] estar más perdido que ~. 1. loc. verb. U. para ponderar la situación angustiosa o comprometida de alguien [...]».
(5)[Volver]
Pues se cura, vaya pregunta.
(6)[Volver]
Aquí sólo se necesita comida y agua. La muerte viene cuando quiere, no se preocupe.
(7)[Volver]
No había mucho que pensar. Y entenderá usted que para dejar a alguien solo no iba a elegir a la Rubia. La culpa no es mía, sino suya, caballero. Para eso vino. Pues disfrute de su logro, hombre.
(8)[Volver]
Xana, dile al caballero lo que necesitamos traer a la vuelta. Me parece que este año en vez de traernos los montes al buhonero, nos han traído a éste que lo ha enredado todo [...]. Rubia, si quieres traer todo eso, no podemos llevar todo lo que estás preparando. Ni tú ni yo somos ni Toru ni Güe.
(9)[Volver] Con la iglesia hemos topado. Esta frase se la debemos a Cervantes, si bien, él ni lo escribió así, ni le dio el significado que nosotros le damos actualmente a lo que hemos convertido en refrán. Don Quijote se refiere a la iglesia del pueblo de Tomelloso, como podía haberse referido a otro edificio, que en una noche se puede encontrar cualquiera en cualquier pueblo. Los hablantes fueron los que cambiaron y cargaron esa frase con la ironía, con la impotencia de encontrarse con un problema o una fuerza imposible o muy difícil de vencer. Estas son las palabras del Manco de Lepanto, que a mi humilde entender demuestran lo ajeno que Cervantes estaba del refrán: «[...] —Hallemos (...) el alcázar —replicó don Quijote— (...) Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea. / (...) / Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: / —Con la iglesia hemos dado, Sancho. / —Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida. /—¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?[...]». Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha II, 1615, cap. 9, pág. 610, edición del IV centenario, RAE, Santillana Ediciones Generales, 2004.
(9)[Volver] Con la iglesia hemos topado. Esta frase se la debemos a Cervantes, si bien, él ni lo escribió así, ni le dio el significado que nosotros le damos actualmente a lo que hemos convertido en refrán. Don Quijote se refiere a la iglesia del pueblo de Tomelloso, como podía haberse referido a otro edificio, que en una noche se puede encontrar cualquiera en cualquier pueblo. Los hablantes fueron los que cambiaron y cargaron esa frase con la ironía, con la impotencia de encontrarse con un problema o una fuerza imposible o muy difícil de vencer. Estas son las palabras del Manco de Lepanto, que a mi humilde entender demuestran lo ajeno que Cervantes estaba del refrán: «[...] —Hallemos (...) el alcázar —replicó don Quijote— (...) Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea. / (...) / Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: / —Con la iglesia hemos dado, Sancho. / —Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida. /—¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?[...]». Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha II, 1615, cap. 9, pág. 610, edición del IV centenario, RAE, Santillana Ediciones Generales, 2004.
(10)[Volver]
Con estos bueyes hay que arar. Al menos sabemos que en el Siglo de Oro se usaba: «[...] Decía nuestra sabia Santa Teresa, que hay que arar con los bueyes que nos han tocado [...]», Antonio Valdivia, alertadigital.com. Lo trae el DRAE, 2014, 23ª edición, entrada buey: «[...] con estos ~es hay que arar. 1. expr. coloq. U. para indicar que hay que arreglárselas con lo que se tiene [...]».
(11)[Volver]
Acaso esta nota sobre, pero yo no lo sabía. Si bien lápiz y lapicero, actualmente son sinónimos, lapicero [es el] «[...] Instrumento en que se pone el lápiz para servirse de él [...]». DRAE, 2014, 23ª edición.
(12)[Volver] Interpreto que lo que indica este refrán es que no siempre van a ocurrir desgracias. "La aportación" es de Varinia en un "comentario del 21/09/2015. Gracias Varinia, me venía que ni pintado.
Yo soy de las que apura los lápices hasta el final afilándolo por las dos puntas, pero lo del lapicero lo desconocía.
ResponderEliminarA Carracuca sí que lo conozco, ja, ja, y la verdad es que sirve lo mismo para un roto que para un descosido...
Me alegro que Venan ya tenga sus clases encaminadas, y no me imaginaba que le iba a tocar a Carmina el arte de enseñarle las letras, pero ahora que lo pienso, es lógico, ella tiene mucho arte haciéndolas...
Otro capítulo muy entretenido, J.C. Y nos vamos a hacer refreneros totales... Abrazos
refraneros...;)
ResponderEliminarGracias Ligia. Yo no es que apure los lápices, es que, a veces, me doy lástima. Uso de lapiceros las carcasas de los bolígrafos gastados, no te digo más. Además conservo aquellos con los que aprendí a programar allá por el pleistoceno, jaja. Tienes razón, con lo de Carmina, aunque la ironía es más sutil, porque hace alusión a su desenfreno (jaja) con las palabras, aunque tu sugerencia no esté mal traída. Un abrazo. JC. PD.: Corregir es de sabios.
ResponderEliminarGracias J.C. por tener en cuenta mi comentario.
ResponderEliminarQue gracioso el Antón, ya le está dando repelús quedarse solo,
Y mira por donde Venancio también se va a beneficiar y le hará competencia al hermano.
Me gusta los "porsiacaso" de Xana.
Y yo también soy de las que apuran los lápices, debe ser de familia.
Hasta el lunes. Un abrazo.
Gracias a ti, Varinia. Lo mío con los lápices también, tengo genes catalanes, jaja.
ResponderEliminarUn abrazo, JC.
Me ha encantado mucho mas ameno que el debate televisivo...
ResponderEliminarY lo de los refranes, cuando hay en casa alguna situación, dicen mis hijos, "mami, un refran que lo explique todo"... ja,ja,ja.
Veremos como se desenvuelve Antón en el monte y los padres de Gertru en la ciudad, y a esperar a los nuevos vecinos.
Hasta el lunes, hoy he tenido doble ración.
Chary :)
¡Dónde va a parar! Jaja. Siempre hay un refrán a mano, sirven tanto para ir como para venir, incluso el mismo.
EliminarGracias, Chary. Un abrazo. JC.
Hay que ver la lección de contabilidad que nos has dado hoy, ja ja ja, me crei que estaba en clase, aunque a mi me costo un poco mas entenderlo que al Venan, claro que el profe no era el mismo, ja ja ja.ya me hubiera gustado ya.
ResponderEliminarY el Anton?, este si que va a aprender pero sin ayuda,menudas aventuras que le va a contar a su niño cuando vuelva.
Muy entretenido el capitulo de hoy, a ver que nos tienes preparado para el lunes.
Gracias, Rubi. A mí, lo poco que sé, me costó una vida, jaja. Muchas gracias, Rubi. Un abrazo, JC.
EliminarGracias por las lecciones! La de contabilidad muy entretenida y no conocía ni al lapicero ni al Carracuca =)
ResponderEliminarTengo curiosidad por ver como se las apaňa Antón en su nueva situación, vaya aventura que le espera!
Besitos
Te aseguro que no lo va a pasar bien, jaja. La soledad impuesta, que todos hemos "disfrutado" alguna vez me lo dicta. Gracias a ti, Amanda. Un beso, JC.
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