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Puerta 8
La verdad es que no hubiera tenido que
salir de casa para hacer esta entrevista, pero una cosa es la realidad y otra
la caricatura cariñosa con la que he retratado a MC en este relato. Y como esta
mujer es una caja de sorpresas, pensé que su personaje seguro que mantenía esta
característica y tal como dice ella después de hacer una trastada de niña
pequeña: “Ya, pero conmigo no te aburres”. Así que cumplí con el protocolo de
Mendrugo y volví a encararme con aquellas ranas, que, sin tener muchos motivos,
me empezaban a caer bien. No sé si lo esperaban o si lo habían notado, pero más
de una al pasar, me hizo una reverencia del tipo D’artagnan a su damisela
Constance y a las que contesté de palabra con un “exageráis mi lady” hasta que
una de ellas me cortó, no sabía que había ranos, la verdad, con una voz ronca y
me advirtió que él era “milord” no “lady”. Con una sonrisa en la boca, acaso
predispuesto por el personaje que quería entrevistar, agarré el pomo de la octava
puerta y pensé en Carmina. Y esta vez, por capricho del destino, o de Mendrugo
o de su cohorte de ranas, me vi delante de una puerta y en un descansillo que
reconocí al instante, estaba en el edificio de la calle Españoleto número cuatro,
en el segundo izquierda, así que llamé al timbre, aunque estuve tentado de
subir al cuarto derecha, donde, todo hay que decirlo, nací y me crié, viví mi
adolescencia y parte de mi juventud hasta que, después de cruzárseme en el
camino una chiquilla que asesinó mi libertad a los dieciséis años, terminé por
asumir que la quería más que a esa libertad que ella, en realidad, no mató.
—Señora… —dije con una sonrisa al descubrir que los
rasgos de quien me abría la puerta, de verlos cualquiera, hubieran traicionado
desde el principio el secreto que he mantenido hasta que he podido.
—Buenos días.
—Soy el autor de Entre puntada y puntada —me
presenté desde el descansillo. No olvidéis que ella no sabía quien era yo, ni mi
relación con el personaje de “su Cirilo”.
—Ah, sí, pase, pase. Por favor —. Siempre tan
educada y agradable, pensé.
—¿Habíamos quedado a estas horas, verdá? —pregunté
al verla un tanto dubitativa.
—Sí, sí, claro. Llega usté puntual. Sólo que estoy
un poco dispersa, como siempre —. Y Carmina me ofreció una preciosa sonrisa no
desconocida para mí. Yo le ofrecí mi mano que ella estrechó. El contacto fue
cálido y familiar.
—¿Acaso ensimismada en su labor? —quise ser cortés,
cuando no lo soy normalmente con ella.
—¿Cómo lo sabe?
—Intuición —mentí. Tampoco quería liar demasiado
las cosas.
—Venga, por aquí, vamos a mi salita, allí estaremos
más calentitos. Hoy, no sé, me he levantado con frío. Y si es usté quien dice,
ya sabrá cómo se las gasta mi marido, aunque mejor sería decir en este caso,
cómo no se lo gasta —se volvió sin dejar de andar por el pasillo y volvió a regalarme
una sonrisa de chiquilla—. Él es don caluroso, ¿sabe? Pero es el mejor hombre
que conozco —esta vez rió y yo engordé un poco—. Aunque sólo le conozco en
realidad a él, como hombre quiero decir —. Y ya dentro de la habitación siguió
con su perfecto recibimiento—. Pase, siéntese. Ah, espere, que le quito esto de
la butaca. ¿Quiere usté tomar un cafelito? —no me dejó contestar y recordé
cuando la visitó su hijo Israel y cuando MC me pregunta a mí —. Con este frío
apetece. Sí, y unas pastitas, las he hecho yo misma, ayer. Las tiene que
probar. Esta vez me han salido de rechupete. Ya verá —. A ella, en un principio
le sale todo fenomenal, pero luego, al verlo o probarlo juntos, empiezan las
descalificaciones y los “parecequés”, incluso puede llegar de la máxima
perfección al peor bodrio en cuestión de un minuto. Si es el caso, no importa, “estamos
(usa el plural) aprendiendo, ¿no?”.
—Pensé que no le gustaba cocinar —dije. Y me sentí
mal, porque aproveché mi ventaja.
—No, lo que no me gusta es meterme en la cocina
cuando me apetece hacer otra cosa más interesante. Y siempre hay algo mejor que
preparar que la comida —. Aquí había clavado sus palabras.
—Como bordar —sugerí para dar a entender que compartía
su punto de vista, aunque en realidad no lo haga.
—Por ejemplo. Pero si me apetece un bollo o unas
pastas, sea la hora que sea, no me da ninguna pereza ponerme a ello. Eso de que
haya una hora establecida y fija para comer… Lo llevo muy mal. Me gusta ir a mi
aire. No al son que toca Cirilo —. Estas últimas palabras apenas las oí, porque
salió de la salita en dirección a la cocina, supuse. Esperé, escarmentado por
sus palabras, y me distraje con la decoración de la pequeña sala, para la que
encontré un adjetivo perfecto, barroca. Cuadros de bordados, unas fotos
antiguas en sepia de una pareja joven y también antigua, otras de dos niños que
supuse eran sus hijos, cestas de tela y arpillera por todos lados y con
diferentes contenidos, pero sin dar la impresión de desorden, y también libros.
Me levanté y me acerqué para leer los títulos en los lomos, todos coincidían
con los que yo tengo en casa, y luego comprobé la hora de un precioso reloj de
pared, relojes ruidosos que yo odio por serlo, aunque estéticamente me gusten. El
reloj iba cinco minutos adelantado con respecto al mío, como el que MC y yo
tenemos en el salón, sin saber el motivo del desajuste horario. En ese momento
entró ella.
—Va adelantado, así no llegó tarde, ¿sabe? Es un
truco. Cirilo no lo entiende. Y todos esos libros son de él. Cualquier día nos
tenemos que mudar al palacio de Medinaceli para que quepamos todos. Este hombre
no para de leer y leer y comprar libros. Es para lo único que no le duele
gastar el dinero. En fin, a mi me ha dado por la aguja, qué le vamos a hacer.
Pero siente, siente. Si no le importa, yo le voy a acompañar con un vasito de
leche fresquita, es mi bebida favorita, y parece que esta habitación está un
poco cargada, pero no pienso sacar el brasero. Bueno, ya le escucho, le sirvo
el café y hablamos.
—No se preocupe, está usté en su casa —. Y yo en la
mía pensé, pero no lo dije.
—Y usté caballero, y usté. Pero, yo nunca me
preocupo. Mucho tiene que pasar para verme a mí preocupada. Si cualquier asunto
tiene solución pues se soluciona y santas pascuas. Y si no la tiene,
preocuparse no sirve de nada, bueno, nada más que para olvidarse de estar
alegre. Y de eso nanay. Yo siempre les digo lo mismo a mis amigas. Salimos
todas las tardes de diario a pasear, ¿sabe? Bueno, que las amenazo siempre
diciéndolas que me he levantado de buen humor y que al día siguiente pienso
hacer lo mismo. Ellas se ríen. Son muy majas. Pruebe, pruebe usté una pastita.
No es porque las haya hecho yo, pero están buenísimas. Yo también voy a coger
una. Y mire, voy a dejar la leche fresca y me voy a poner otro café, como usté,
así entro en calor, parece que estoy un poco destemplada. ¿Sabe? Y también
estoy un pelín nerviosa porque hoy vienen mis dos hijos a cenar —es decir, que estaba
atacada—. Por pitos o por flautas, es muy difícil que los dos coincidan y nos
juntemos los cuatro. Con lo que me gusta a mí. También estoy muy ilusionada.
Aunque no necesito mucho para ilusionarme. Es una satisfacción personal y
maternal ver que tus hijos son hombres de bien, y dentro de lo que se puede
esperar hoy en día, felices. Una madre no puede pedir más. Bueno, sí, tener
tiempo para hacer aquello que le apetece —. A mi esto siempre me ha sonado a
incongruente, pero bueno, llevo tanto tiempo oyéndolo…—. Son dos buenos
muchachos. Aunque ya no puedo decir eso, sino hombres hechos y derechos. Eso
sí, en lo cariñoso han salido a su padre —. Ya estamos, pensé—. Pero tampoco me
importa mucho, aunque los besos a una madre no deberían faltarle, y menos de
unos chicos. Dicen que las chicas son más hacía los padres, pero los chicos…
Claro que serán otros porque Javier e Israel… Y, además, el pequeño tira más a
padre que madre. De todas formas da igual, porque yo me pongo cabezona y ya
está, les saco todos los que puedo. Aunque, no se crea, hasta se enfadan
conmigo y me llaman pesada. También lo hacen cuando les pregunto por su vida y
por lo que hacen, adonde van, de donde vienen, por sus amistades. Se lo tengo
que sacar todo con sacacorchos, como a su padre —. “Pobre Cirilo”, pensé—. Ve,
en eso, también han salido a él. A veces me pregunto si tienen algo de su
madre. Menos mal que los he parido yo. Si fuera al revés cualquiera podría
pensar mal —otra sonrisa, esta vez pícara, asomó a sus labios—. Pero bueno, son
buena gente. La verdá es que Cirilo dice que el pequeño, Israel, es igual que
yo y que mi madre. Mi madre, ¿sabe?, fue una gran mujer que nunca se rindió
ante nada. Hoy día la sigo admirando mucho, siempre contenta, generosa, siempre
haciendo algo, hasta el final, a pesar de sus achaques. Cirilo, que es un gran
observador, dice que los tres somos igualitos. Se creerá que me ofende… Bien
orgullosa que está una de parecerse a su madre y que un hijo se parezca a ella.
¿O no? Pues eso. A ella no la fue mal. Así que, de tal palo, tal astilla. Y si
ellos, mis hijos, se enfadan, que se enfaden. Ya me he acostumbrado a las caras
largas de su padre. Son los tres iguales, bueno no, el mayor es difícil que se
enfade, es verdá, es como yo. ¿Quiere otro café? Sírvase usté mismo si quiere y
coma pastas, hice muchas —. La verdad es que en ese momento me podría haber ido
e imaginado esta entrevista, mi imaginación me hubiera dictado las mismas
palabras que oía de aquellos labios tan besados como deseados.
—No, muchas gracias, con una tengo bastante.
—¿No me diga que no le gustan, hombre? Se parece
usté a Cirilo —. “Y no sabe usté cuanto”, pensé.
—No, no es eso. Están riquísimas. Pero es que ya
vengo merendado. Además, a mí el dulce no me llama, prefiero el salado, ¿sabe
usté, doña Carmina?
—Uy, doña. No, Carmina. Uy, si le oye Cirilo...
Pero, ¿a lo mejor prefiere un trozo de pan tostado con aceitito y ajo
restregao? ¿O un vinito con unas olivas? Es usté demasiado educado, y así no se
va a ninguna parte, hay que saber pedir lo que a uno le apetece, eso sí, si se
lo preguntan y con discreción. Y en lo que se refiere al dulce se parece usté
también a mis tres hombres, cada vez que hago algún dulce me lo tengo que comer
yo, y, encima, me critican, aunque Israel, a veces los cata. Ahora, que peor
para ellos. Se lo pierden, ¿verdá usté? Ahora, dígame, ¿por qué quería verme?
—Para hacerle una entrevista, y saber qué ha sido
de ustedes después de que acabara el relato, sus impresiones, y eso.
—Ah, pues espere que aviso a Cirilo, no creo que se
moleste, es muy suyo y muy raro, pero le gusta hablar con gente que merece la
pena, y usté lo parece. Andará con sus lecturas, seguro. Sabe que lee el
diccionario todos los días. ¿A que es extraño? No conozco a nadie más que lo
haga, que lo habrá, no digo yo que no…
—No, por favor, no le moleste —paré a tiempo a
Carmina—. Me gustaría hacerles las entrevistas por separado.
—Ah, pues lo siento, hoy no va a poder ser. Ya le
he dicho que vienen mis hijos a cenar, los dos.
—Ya, ya, Carmina. Cuando hablé con su marido por
teléfono…
—Mira, luego dice que a él no le llama nadie. Mira
que le costó ponerlo, mejor dicho pagarlo.
—Le decía que cuando hablé con él, ya le expliqué y
quedamos en vernos otro día. Vamos a dar un paseo juntos por el barrio.
—No me lo creo. ¿Qué le va a sacar de casa? Le
habrá pillado usté en el día tonto. Sale menos de esta casa que el frío. Pero
bueno, me alegro.
—Bueno, ¿y de qué quería hablar conmigo me ha
dicho?
—Pues, aparte de lo mucho que ya me ha contado, y
que le agradezco, cuénteme algo del periodo que va desde que el hijo mediano de
su hermana cumplió seis años hasta hoy.
—Anda, ¿y por qué desde esa fecha?
—Pues porque ahí les dejé yo en el relato. Si no
recuerdo mal, Cirilo se quejaba de que había demasiadas celebraciones a las que
asistir.
—Cirilo, en cuanto tiene que salir de casa o romper
su rutina, se molesta. Por lo que no me sirve esa pista. Pero lo de los seis
años de Andresito sí me acuerdo. A mí recordar las fechas se me da muy bien. A
ver… Sí, bueno, de Cirilo le puedo contar poco, aunque ya me ha dicho que va a
hablar con él. No sé qué le va a contar, su vida es pura rutina. Para mí, en
cambio, ha sido un sin parar. Mientras él bosteza, yo me he hecho ya siete
bodas. Claro, si exceptuamos el periodo que usté y yo sabemos. De eso no me
gusta hablar. Hay que dejar a un lado las penas. En Madrid, a última hora,
bueno, y antes, se pasó muy mal. Lo que menos me apetecía era bordar, así que
me enrolé de voluntaria y mire si es casualidad, no creo que dé más puntadas al
día en toda mi vida que en aquella época. Me hice más guerreras que hombres
había para ponérselas. ¡Madre, mía! Cirilo ya le contará cómo lo pasó, pero él
hizo mucho más que yo por mantener las libertades. Aunque fue muy listo. Yo
creía que era sólo inteligente, pero no, también me demostró en aquella época
que era un pillo.
—¿Por qué? —quise saber a destiempo.
—Ya se lo contará él. Cuando aquello acabó, nos
refugiamos en casa. Yo encontré trabajo antes que él y me puse a fregar suelos
y escaleras. Y también es curioso que fregara las escaleras de la sede de la Sección Femenina , ahí abajo, en
la calle Almagro. Me pillaba muy cerca. Con eso malcomíamos porque tampoco
había mucho que llevarse a la boca, pan negro y poco más. Entre la cartilla de
racionamiento y lo que me arrimaron las falangistas estiradas esas comíamos, e
incluso había días que cenábamos. Tuvimos suerte, otros lo pasaron peor por las
purgas y esas cosas. Y sobre todo que a mis hijos les pilló la contienda fuera
de España. Su padre no les dejó volver. Y fíjese que Cirilo jamás ha prohibido
nada a nadie. Pero en ese deseo sí se mantuvo firme. Yo creo que es lo único
que les ha exigido en su vida, todo lo demás lo ha razonado con ellos, hasta
cuando eran chicos. Bueno, eso, que luego Cirilo enganchó unas clases de
contabilidad y las cosas mejoraron un poco. Y más tarde empezó a llevar las
contabilidades de unas empresas y dejamos atrás las penalidades. Incluso
llegamos a ahorrar. Los chicos pudieron volver. Habían cambiado, tan altos, tan
guapos. No sé como no están ya comprometidos los dos. Aunque yo me alegro. El
día que les enganche cualquier lagartona de esas… No sé yo si voy a soportarlo.
—Mujer, no tiene porqué ser así.
—Para una madre la que se lleva a su hijo, por buena
que sea, siempre es una lagartona. Nos los roban, así de claro.
—Si usté lo dice.
—No, no lo digo yo, caballero, lo dice la vida. Lo
único por los nietos, aunque tampoco sé, no me veo yo abuela. Me miro al espejo
y me encuentro de buen ver —. No tuve más remedio que ser galante, aunque
tampoco mentí mucho.
—No sé, ni me importa la edad que tiene, Carmina,
pero estoy seguro que si diera mi opinión me equivocaría.
—Lo dice usté por galanteo.
—No, se lo aseguro. Me he llevado una sorpresa al
conocerla —. Aquí sí que mentí bellacamente.
—Le acepto el piropo porque soy coqueta. Aunque le
voy a contar un secretillo. Yo me arreglo por mí, para verme yo guapa.
—¿Lo puedo publicar? —. Me alegré que me lo dijera
porque yo siempre lo he pensado.
—Claro, hombre. Es un secreto a voces. Además toda
mujer lo sabe. Como que los hombres no son el motivo de hacerlo todas las
mañanas, no. Son las mujeres, sus amigas y sus enemigas.
—Vaya, eso no lo sabía yo.
—Creo que no le pasa a usté solo. A muchos hombres
la hombría les deja ciegos.
—¿Se refiere al machismo?
—¿Usté lo llama así?
—Sí. ¿Es usté feminista?
—Pues no lo sé, la verdá. Ni a Cirilo ni a mí nos
gusta pertenecer a ningún club, pero lo que sí le digo es que no me siento
inferior ni superior a nadie, sea hombre o mujer. Con eso creo que está todo
dicho al respecto, aunque si quiere le doy un parecer para ilustrar lo dicho.
Mientras que, por ejemplo, Cirilo es más inteligente, yo soy más lista. Cada
persona tiene sus virtudes y sus defectos, ¿entiende?
—Perfectamente.
—Seguro que exagera para agradarme —. Como siempre,
según lo veo yo, todo gira alrededor de ellas. Yo, en la intimidad la llamo
“ombligo del mundo”.
—No, tiene razón. Lo que pasa es que le digo que no
es que no me vea los defectos, es que no tengo —la risa de esa mujer volvió a
alegrarme—. Ahora, si un hombre me dice una galantería, no me enfado, al
contrario, me agrada.
—Aunque sea una grosería.
—He de reconocer que sí, pero no se lo diga a nadie
—bajó la voz—. Pero no me agrada tanto, me rechina un poco, eso es verdá. Lo
que cuenta es la intención, y un juez no se expresa igual que un albañil. No
todo el mundo ha tenido la suerte de recibir una buena educación. Por ejemplo,
si don Mauro, un vecino que es un caballero de los pies a la cabeza, me hubiera
dicho una grosería, que no es el caso, le hubiera dado un bofetón.
—Muy bien. Me ha quedado perfectamente claro,
Carmina.
—Uy. Veo que se nos ha echado el tiempo en cima. No
quiero parecer maleducada pero no puedo atenderle más tiempo —. Siempre tan directa
y clara.
—No, perdóneme a mí. Estaba tan a gusto
escuchándola que no me he dado cuenta de que el tiempo hasbía corrido tanto.
—Ese reló tiene estropeado no se qué, y no da las
horas. Pero le agradezco su delicadeza —. Yo sabía quien lo había estropeado,
pero no dije nada—. Aunque sé que no soy
una gran oradora. Pienso y me expreso según hablo, por eso, a veces, soy un
poquito inconsecuente. Y no lo confunda con mentirosa. Solo me miento a mí
misma y si es necesario.
—Bien, pues no la entretengo más, Carmina. Muchas
gracias por su tiempo y su hospitalidad. Le aseguro que he pasado uno de los
momentos más gratos desde hacía mucho tiempo.
—Le acepto todos sus cumplidos porque sé que siente
lo que dice, se le nota, y lo dice con sinceridad. Yo el tiempo lo valoro
mucho, y más si es el mío. No sé a quien se le ocurrió que el día sólo tuviera
veinticuatro horas. Para mí también ha sido un placer. Le acompaño.
—Gracias —. Salimos al pasillo, y ya en la puerta,
me despedí—. Ha sido un placer, señora. Salude a su marido de mi parte. Adiós.
—Adiós, caballero.
Cuando me paré en el descansillo y por el silencio
que reinaba en la escalera pude escuchar a Carmina que le gritaba a Cirilo
desde el recibidor “Cirilo, vaya hombre más educado que me ha visitado. Como
los de antes. Tenías que haber estado y haber tomado nota…”.
No quería salir a la calle, aunque creo que no
hubiera podido, así que pulsé la llave de la luz de la escalera, muy satisfecho
y en cierta manera emocionado por haber conseguido transmitir al personaje de
Carmina, tan fielmente como había notado, las maneras y fondo de MC. A la débil
luz de la bombilla leí la palabra que ya aparecía en el recuadro de la carta de
Mendrugo, y más que una palabra me pareció un punto y seguido, ya que solo vi
una Y griega mayúscula. “¿Y?” pregunté y me di de bruces con MC que con un
habitual “¿De dónde sales?” y un “Ten cuidado, hombre” solventó el inesperado
encuentro, después de recordarme que si diera la luz no la asustaría como suelo
hacer. Y razón no le falta. Esa noche soñé que dormía con MC a mi derecha y con
Carmina a mi izquierda, y fue un sueño casto, que quede claro.
Qué bueno!! La esperada entrevista a Carmina!! Me ha encantado y me la imagino así, hablando y pensando como MC, y viceversa... Simpatía, entrega y un no parar... Mis buenos deseos para ella y para ti también. Abrazos
ResponderEliminarMuchas gracias, Ligia, en mi nombre y en de ella. Un abrazo, JC.
EliminarComo me ha gustado!!!!
ResponderEliminarNo me imaginaba que me conocieras tan bien.
Me has "clavao" y me has sorprendido.
Estar a tu lado, además de un placer, potencia mis locuras.
Te quiero!!!
Y a ti, ¿qué decirte...? Prefiero hacer. JC.
EliminarPues no sé yo, si fue muy casto teniendo a esos dos bombones a tu lado J.C.
ResponderEliminarUna entrevista muy entrañable y simpática.
Nos "vemos" el lunes. Abrazos.
Muchas gracias Varinia, nos "vemos", JC.
EliminarMe ha gustado mucho la entrevista a Carmina, me ha hecho sonreir unas cuantas veces y sobre todo me gusta la manera que tiene de decir las cosas, directa, sincera, pícara, divertida... En fin una grande! Besos y feliz semana.
ResponderEliminarGracias, Mar, coincidimos. Un beso, JC.
EliminarJolín, cómo has disfrutado ésta entrevista. Has dado rienda suelta a todo el vesuario de MC. Desprendiendo prenda por prenda, nos has dejado ver sus aficiones, gustos, inquietud, recelos... Nos has mostrado su forma de ser: sincera, directa, coqueta... Como dice ella, no hay aburrimiento en casa. Lo que me ha sorprendido de veras, es que tuvieras tan claro algo tan importante y transcendente como atarte de por vida a alguien a tan temprana edad. Y por supuesto lograr que esa determinación perdudara. No contestes imagino las razones.
ResponderEliminarCarmina ha estado radiante con el escritor, igual como con todo aquél que llega a su casa. Pocas preguntas se la pueden hacer.
Hasta pronto.
De no haberlo decidido en aquel momento, nunca lo hubiera hecho. Y aquí estamos, jaja. Gracias, Nita, un saludo, JC.
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