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Entre puntada y puntada
Nunca estuve totalmente satisfecho de
cómo había “tratado” el personaje de Susana. Bueno, y ninguno, pero en
particular el suyo. Aunque esté dedicado a una persona en concreto que, por
cierto creo que se ha dado cuenta. Por ello me esmeré al preparar su
entrevista, aunque tampoco quería ser pesado y meterme donde no me llaman.
Había tenido la posibilidad de hacerlo mejor al escribir sus ideas y peripecias
en este relato, pero ya se me había pasado la ocasión. Así que mi deseo era
hacerlo ahora, era mi última oportunidad. Con esa idea me recosté esa recién
empezada tarde en mi sofá y pensé en Mendrugo. Y, de nuevo, allí estaba, frente
a las cuatro puertas que aún quedaban, si bien, éstas libres de ranas, no
aparecían sin colores porque una pintada las enlucía o las ensuciaba, no lo sé,
una pintada de una frase que yo usara en mi niñez cuando un amigo mío se
enfadaba: “CONTRA EL CABREO, PASTILLAS MACABEO”. No pude por menos que sonreír.
Me acerqué a la palabra “contra” y vi que pegado en el centro de la “o” había
uno de esos papelitos amarillos de uso en las oficinas. Leí: “Hemos ido a
apagar otro cabreo, suponemos que el tuyo ya se te ha pasado. Nos vemos. Las
ranas bomberas. P.D.: Susana te espera. Suerte”. Esta vez hice algo más que
sonreír y pensé en los pobres que podrían pillar las ranas al apagar cualquier
cosa, fuego o cabreo. Luego, al coger el picaporte pensé en aquella joven con
las cosas tan claras y la vi sentada frente a mí, guapa ella, franca.
—Lo primero de todo gracias por acercarse a Madrid
para realizar esta entrevista, señorita Susana.
—Tutéeme, por favor. Con Susana basta. Bastante
tengo con todos mis alumnos. Tienen todo el día en la boca el señorita,
señorita. Yo también lo haré. Soy de las personas que piensa que el usted
separa. Y te devuelvo el agradecimiento por hacerte cargo de los gastos del
viaje, incluida la estancia en Madrid. Amén de que este pequeño descanso me
posibilita visitar a todas las personas que dejé aquí y que no veo desde hace
un tiempo, salvo a Gertru que, por suerte, veo todos los meses. Tiene la
deferencia de visitarme con esa frecuencia. Dice que es para que no se le
olvide conducir, que en Madrid apenas usa el automóvil, ni ella, ni Mauro. Pero
me da la impresión de que miente, que esa es la excusa, no la causa.
—Me alegro de que los daños colaterales de nuestro
encuentro sean agradables —sonreí—, no siempre lo son. Bien, la idea de esta
entrevista es que los lectores de Entre puntada y puntada conozcan un poco más
de las vidas de los protagonistas del relato que han tenido a bien leer, y hoy
le toca a usted, perdón, te toca a ti, Susana. Lógicamente, a partir del
momento en el que acaba el relato y que coincide con la llegada de los padres
de tu amiga a Madrid.
—No me creo que no sea nada personal.
—Siempre tan desconfiada —. Pensé que empezábamos mal.
—Es mi naturaleza.
—Sobre todo en lo referido a los hombres.
—Si. Motivos nos dan a las mujeres. ¿No crees?
—Sí, seguro que tienes razón. Nunca lo he visto
desde vuestro punto de vista, pero seguro que sí. Yo, y no por naturaleza,
rechazo el machismo. Y lo mío me ha costado, no te creas. El macho dominante
fue durante muchos años el ideal de los que me “deformaban”, aunque les deba
saberme todos los ríos de la Península Ibérica incluidos sus afluentes y
subafluentes.
—Lo cual me agrada y refuerza mi idea sobre todos
los varones.
—Sí, no pretendía que cambiaras de opinión, sólo
que no generalizaras.
—Entiendo, disculpa. Tienes razón. En este tema sigo
siendo tan visceral como siempre. ¿Pero dices, o al menos sugieres, que mi vida
interesa a ciertas personas?
—Sí, lo he dicho. Aunque es una presunción por mi
parte.
—Es decir, ¿que nos estás entrevistando a todos por
una suposición tuya?
—Sí.
—¿Y me aseguras que no hay un motivo personal?
—Bueno, podría decir que, aparte de los lectores,
yo también estoy interesado en conocer la historia de cada uno de vosotros.
—Ves, eso ya me convence un poco más.
—Pero, no lo entiendas como el motivo principal. No
tendría ningún inconveniente en reconocerlo si fuera así. De hecho cuesta más
escribirlo que pensarlo, ¿no crees?
—Bien, me has convencido. Cuando quieras puedes
comenzar con tus preguntas. Y no me juzgues mal.
—No, nunca lo haría. Bien, tu personalidad nunca
quedó del todo definida en el relato.
—Pero eso, como entenderás, no es culpa mía, sino tuya.
Creo que jugaste conmigo a la ambigüedad. Yo no voy a definirme de ninguna
manera. No me voy a convertir en mi propio verdugo con los tiempos que corren…
—guardé y guardó silencio—. ¿Se ha quedado sin palabras o se le ha comido la
lengua el gato, como les digo a mis chicos?
—Perdona, Susana. Es que pensaba… Pensaba que si
hubieras nacido en mi tiempo todo sería distinto para ti, aunque eso no quiere
decir que hubiera sido más fácil. Ah, y yo tampoco voy a ser tu verdugo, las
leyes en esta época son muy duras para los que quieren vivir en libertad.
—Duras e injustas.
—¿Nunca conseguiste votar en unas elecciones libres?
—Sí. Tuve la suerte de hacerlo, una vez, antes de
que estallara la guerra. Una vez perdida, aquí, como sabrá, no votó nadie, mas
bien les botaron. Si antes estábamos mal ahora estamos peor, sobre todo las
mujeres, y eso que tenemos la inestimable ayuda de la Sección Femenina de la Falange Española —ironizó—.
Puedo ponerme en la piel casi de cualquier persona, salvo empatizar con una
mujer machista. Me parece una postura antinatural, aunque si ellas supieran…
Bueno, dejémoslo.
—Sí, más vale dejarlo. ¿Llegaste a ser abogada?
—Sí, claro. Si no, hubiera muerto en el intento.
Soy muy cabezona. Sólo ejercí un año. Y de abogar poco, la verdad, aunque nunca
perdí la esperanza.
—¿Retomaste tu profesión después de la guerra?
—No. Como me depuraron, me prohibieron ejercer.
¿Cómo iba a defender una roja a otra roja en un consejo de guerra sumarísimo,
católico y dictatorial? Tú no sabes lo que es eso. Ni te lo imaginas.
—Bueno, algo sí, me crié bajo esa dictadura. Tuve
que aguantar hasta los veinte años para que cambiara el panorama. Aunque
supongo que mis vivencias no tienen ni punto de comparación con aquellas que vosotros
estáis viviendo. Cuanto más joven es una dictadura más cruel es, me parece a
mí.
—Cruel y tonta. Porque ya ves, me prohíben formar
parte del entramado judicial y me ubican en el entorno más delicado a mi
entender, la formación de su juventud, como dices bien, de los futuros
machistas dominantes y las futuras sumisas sirvientas. Aunque no te creas,
todos los días siento arcadas con los dichosos himnos, por ejemplo.
—¿Himnos? Ah sí, no me acordaba, también yo cantaba
dos, me había olvidado del Triunfa España.
—Y de los vítores.
—Sí, sí, es verdad. Un profesor gritaba: ¡España! Y
los niños contestábamos: ¡Una! ¡España! ¡Grande! ¡España! ¡Libre! ¡Viva…!
—Calle, calle, que cuando le toca a una hacerlo, se
me revuelven las bilis.
—Mis disculpas, pero acabo de hacer un viaje de
cincuenta años. De críos nos gustaba asistir a todo tipo de circos. O sea, que
sigues dale que te pego en la brecha.
—Sí, en un pueblo perdido, en Soria. Cuna de uno de
los generales del ejército nacional.
—¿San Leonardo de Yagüe?
—Sí,
—¿Cómo lo sabe?
—¿Cómo lo sabe?
—Por lo mismo que usté, Susana. A mi también me
machacaron con sus historias. Madre, qué recuerdos… San Leonardo, las
colonias, la visita de mis padres…
—Sí, el pueblo donde nació uno de sus héroes, el
General Yagüe, el Carnicero de Badajoz ni más ni menos.
—¿Y cómo fue el cambio?
—Pues teníamos que elegir entre picar en el Valle
de los Caídos o hacer unos cursillos de desintoxicación en Acción Católica y
otros en la Sección
Femenina de la Falange
Española. Y a mí picar no se me da bien, ¿sabes? Y como me
resbalan las consignas impuestas, elegí desintoxicarme. Aunque lo que
consiguieron fue que me envenenara más. Me conozco la vida inventada de todos
los cabecillas estos al dedillo. Y no me explico cómo se me emponzoñó tanto la
sangre, porque asistíamos a misa todos los días y confesábamos y comulgábamos
también a diario. Aunque, yo creo que los curas aquellos, de curas tenían sólo
la sotana y la estola, porque durante los ejercicios espirituales no aparecía
ninguno, y tampoco vimos a ninguno celebrar misa. Había que ver las caras de
las cincuenta rojas cantando en primavera aquello de con flores a María que
madre nuestra es. En fin, el calvario, que aún no ha acabado, duró cuatro años,
hasta que se creyeron que habíamos pasado por el aro. Aunque he de reconocer
que algunas sí lo hicieron, y se convirtieron en las mejores aliadas de los
comisarios políticos. Nunca hay que desestimar la fuerza del enemigo. Y ya
sabes no hay peor fanático que el converso.
—Tú no eres como Venancio. Él me confesó que había
pasado página y que se dedicaba a su familia.
—Ya, lo tenemos hablado. Es lógico, le entiendo. La
familia… Pero yo como no la tengo…
—Sigues beligerante —acabé yo la frase por ella.
—Bueno, yo no diría tanto. Pero no, no me conformo.
Día llegará que podamos ser libres y pensar en voz alto lo que queramos.
Matarán al perro y se acabará su rabia.
—Bueno, matar, matar, no. Pero ese día llegó, se lo
aseguro, Susana.
—Mire qué bien me ha venido tu requisitoria —ambos
reímos.
—Sigamos, ¿qué pasó después?
—Pues al final nos esperaba un consejo de guerra,
una parodia porque ya se sabía el fallo de antemano. Según los informes de esas
dos asociaciones por no llamarlas sectas políticas, así te iba. Yo tuve suerte
porque logré engañar a esas brujas, y me destinaron donde sigo, eso sí, bajo
vigilancia de las fuerzas vivas del pueblo y con la advertencia de que mi
alusión a cualquier asunto que perjudicara a su Generalísimo, a su España, a su
Dios o a sus niños, por este orden, daría con mis huesos otra vez en un penal
sin posibilidad ya de rehabilitación. Y, la verdad, se vive mejor con frío en
Soria que sin nada en un penal. Todos tenemos un precio. Así que, en el fondo,
no dejo de ser una payasa como ellos. Aunque doy mi espectáculo en una
habitación con un retrete adjunto. Es todo lo que se merecen esos preciosos
mocosos según ellos, porque si fuera para mí sola no tendría ni el retrete,
seguro. Les dejaba yo la misma temperatura en sus despachos en invierno, a ver
si podían coger el lápiz siquiera. Aunque empecé en un pueblo de Burgos, al
año, estos próceres de la patria consideraron que no debía echar raíces en
ningún sitio y me tuvieron dando vueltas por los pueblitos de Burgos y Soria
hasta que acabé en San Leonardo porque me olvidaron o porque pensaron que ya
habría aprendido la lección, como ellos dicen. Allí peleé, porque tuve tiempo. Intenté
que solucionaran el tema de la calefacción. Teníamos una estufa, pero ni leña
ni carbón. Fíjese con toda la madera que hay por allí. Cuando hacía buen
tiempo, y allí buen tiempo son diez grados, salía con los niños a los pinares y
recogíamos piñas y leña menuda, lo acopiábamos como podíamos en el retrete y en
la clase y así, cuando veía que ya no podían más los críos, encendía la estufa.
Aquel día eran felices y jugaban a tener calor. Es increíble. Bueno, pues
cuando conseguí que el ayuntamiento solicitara dinero al ministerio para leña
me pusieron mala cara porque ningún componente de las fuerzas vivas tenía hijos,
ni siquiera el cura —la ironía volvió a sus palabras—. Después de un año, se
recibió el dinero, pero se usó para la Iglesia.
Y lo sé, porque en un desliz del párroco lo reconoció al
darme las gracias por mis gestiones, aunque luego corrigió y me contó que él
también había aprovechado mi solicitud para incluir la suya, y que sentía que a
mí no me lo habían concedido y a los fieles sí, y acabó con un “Dios siempre
cuida a su rebaño” que de ser en otra época se hubiera tragado, se lo aseguro.
Al ver que la vaca daba leche, me comunicaron que habían solicitado, a petición
propia, presupuesto para hacer otra habitación para separar en dos clases a las
niñas de los niños, aunque debían compartir maestra porque no había “pa tanto”,
como dijeron. Pero, el proyecto no se llevó a cabo.
—¿Por qué?
—Porque se repartieron el dinero. ¡Mira tú!
—¿Y cómo te enteraste?
—Claro, me dijeron que se le habían denegado, pero
la secretaría del ayuntamiento, me lo contó. Yo creo que por envidia. Además,
se arregló parte del coro de la iglesia, el señor alcalde se hizo dos trajes
nuevos en Soria, el jefe de puesto que le acompañó un traje de gala del cuerpo
y el boticario colgó una nueva lámpara, bien bonita, en la botica.
—Bueno, ¿y cómo esa señora no lo puso en
conocimiento del ministerio?
—No sé en qué mundo vives, pero en este hay miedo y
corrupción a partes iguales.
—Pensándolo bien, en el mío mucho miedo no, pero
corrupción… Yo creo que incluso os ganamos.
—Pero deja, deja. Que mantengan la boquita cerrada.
Si me levantan otra aula tendré más problemas en mi trabajo y no podré educar a
los críos y a las crías en convivencia, mamando que una niña es igual que un
niño y viceversa, aunque las autoridades no sean conscientes de ello. Es lo
último que nos faltaba.
—Pero, en un pueblo se sabe todo de todos, siempre
hay alguien que se va de la lengua.
—Pero la opresión es tanta que nadie protesta. Los
fusilamientos diarios ya han parado porque si no se quedaban sin gente que
trabajara el campo y los pinos. Y las noticias verdaderas no las da la radio,
esas se escuchan como se oye un serial. Se dan en la calle, en un portal o en
la entrada a la iglesia, siempre soto
vocee. Igual que cuando alguna moza se queda preñada. Son noticias que no
se pueden transmitir en voz alta, da vergüenza hablar de ellas. Y aún hoy,
cuando alguien les estorba, pues le denuncian por rojo y se deshacen de él en
la tapia del cementerio.
—De todos vosotros eres la única que me ha hablado
de esta situación.
—No te extrañe, las causas son muy sencillas.
Primero, yo no tengo familia alguna, como te he dicho. Mis tíos de Madrid,
Julia y Felipe, el guindilla, ¿se acuerda?, murieron durante la guerra, igual
que mis padres y mi hermano. Yo no he vuelto a ir a mi pueblo. Así que no tengo
nada que perder. Ellos, todos tienen hijos o hermanos, y los pueden represaliar.
Luego tienen alguien que proteger. Y segundo, viven en la capital, que no tiene
nada que ver con el caciquismo y las envidias de un pueblito. Aunque, recién
acabada la guerra fue al revés, quienes peor lo pasaron fueron los de las
ciudades, y los madrileños sobre todo. Pero, aunque no tenga familia de sangre,
lo que nos hacen la vida imposible no saben que todo lo que tengo está aquí, en
Madrid.
—¿Se refiere a algo o a alguien en particular?
—Parecías más avispado en un principio. Además, ya
hemos hablado de eso, y ni tú ni yo queremos ser mi verdugo, ni el de nadie,
¿no?
—Perdona, me ha perdido la curiosidad por saber si
estoy en lo cierto.
—¿Dudas de lo que escribes entre líneas?
—A veces, sí, lo confieso. Entre otras cosas,
escribo para conocerme, así que todavía hay veces que me sorprendo a mí mismo
cuando me leo o no me entero de mis propias palabras.
—Eso dice mucho de ti.
—Supongo que para bien.
—En efecto.
—Gracias, Susana, es un bonito halago.
—Yo diría que le va bien a tu vanidad.
—Sí, es cierto. Cubrámoslo con un tupido velo.
—Como quieras, tú mandas que para eso eres el varón
—ironizó de nuevo, pero sin malicia.
—Permíteme ahora preguntarte cómo se vive inmersa
en las ideas contrarias a las propias y sin poder expresarse.
—Porque yo siempre espero que al día siguiente
salga el sol. Alguna amanecida será verdad y saldrá para todos, no sólo para
unos pocos. Aunque, por desgracias, siempre habrá clases, porque siempre habrá
quien quiera ser más que otro, tener más poder. Porque siempre habrá quien
quiera mandar por encima de todo y quien quiera repartirse lo que nos pertenece
a todos. Y me da igual que sean de un color o de otro, o de un sindicato que de
otro. Eso no cambiará jamás.
—Pero eso es pura rendición, pura desesperanza.
—Sí, no lo niego. Es más, creo que la situación de
las mujeres y de las minorías de cualquier tipo mejorará, pero nunca llegará a
conseguirse que nadie se sienta discriminado por nada. El odio es un
sentimiento muy arraigado en el ser humano, tanto como el amor. Pero siempre
hay alguien dispuesto a alimentar las diferencias, los rencores contra otro,
para alimentar su propio interés. Ante las circunstancias que una vive sólo
cabe pasar lo más desapercibida posible, salvo que esa una quiera ser una
mártir o una heroína inútil y desconocida. Es mejor dejar pasar a estas
personas de largo, ellas nunca miran para atrás ni para abajo, ¿me entiende?
—Perfectamente, yo también soy una persona que
espera la esperanza, Susana.
—Bien, caballero, debo irme. Se me está haciendo
tarde y he quedado con toda la familia en casa de Reme para cenar y no quisiera
llegar tarde. Además me apetece mucho ver a quien todavía no he visto, como a
la señora Casta y a Venancio.
—Sí, claro, no te entretengo más.
—Ha sido un placer inesperado.
—Me alegro —contesté y pensé que me había
equivocado en mi apreciación inicial, porque aquella entrevista había acabado
mejor que empezado.
Vi alejarse a Susana, con ese paso seguro con el
que muchas personas demuestran su decisión. Incluso vislumbré un halo militar
en su porte, idea que enseguida deseché. El sol empezaba a calentar y hacía una
buena temperatura para la altura del año en la que nos encontrábamos. Así que,
me quedé allí sentado, al calor de los rayos del sol y recorriendo con la vista
todo lo que mis ojos reconocían de aquella plaza tan mía, como de todos mis
amigos de infancia. Y por cierto, que se parecía más a aquélla que recordaba
que a la actual, en la que, en su momento, sembraron cemento sobre cemento en detrimento de la tierra y la yerba que algún frescor nos daba las noches del
verano madrileño, y donde mi madre me bajaba porque en casa, debajo de las
tejas y la caña que escondía el yeso del techo abuhardillado, no había quien
parara de calor, aunque el sol ya se hubiera puesto. Yo volvía, ya sin luz
natural, a la placita, como la llamábamos, pero con las rodillas y las manos
limpias, y entre ellas un bocadillo de nada, bueno sí, miento, con un tomate
restregado en la miga y acompañado de una Juana, todavía joven con sus avíos de
hacer punto. Ella ya no necesitaba luz para tricotar, lo hacía sin mirar, con
unos movimientos que yo, a veces, me quedaba mirando como encantado por un
hechizo, allí, por la comarca leonesa de Bavia. Un “¿tiene usté fuego, caballero?”
me sacó de mis recuerdos. Y después de que aquel joven encendiera su cigarrillo
de caldo liado marca Ideales y mirara con extrañeza el mechero que le presté, y
opinara sobre lo raro que era, no quise ahondar más en mis recuerdos.
Normalmente al recordar a la
Juana me alegraba, pero aquel día, no sé porqué, se me vino al corazón su ausencia. Supongo que a todos nos pasa. Así que, después de
alejarse aquel mozo que debía seguir pensando en el mechero eléctrico de gas,
saqué la carta de Mendrugo y busqué el recuadro donde usé la palabra “puntada”
como billete de vuelta a mi presente real. Nada más llegar al salón de casa, me fui a por la foto de mi madre y le dediqué una sonrisa.
(Bajada de rafaelacastillejo.com)
Dentro de su resignación, me ha parecido ver en el fondo de Susana una luchadora que no ha perdido la esperanza de ver reconocidos los derechos de las mujeres. Cada vez encontramos unas chicas más cómodas en su papel femenino, que no piensan sino en tonterías y que les importa un huevo lo que se ha conseguido para ellas gracias a mujeres como Susana...
ResponderEliminar(Perdón, que hoy me he levantado guerrera...) Gracias, JC por esta nueva entrevista. Abrazos
Suscribo tus palabras, Ligia. Un abrazo, JC.
EliminarMe ha gustado tu relato/entrevista de hoy.
ResponderEliminarMe ha traído a la mente imágenes de aquellas horas de colegio religioso, con sus consignas, costumbres, proclamas, dogmas...que las niñas no podiamos entender pero a las que tampoco podiamos escapar..
Y mi "colaboracion" en el trabajo que la Sección Femenina hacia en la Biblioteca Nacional (madrid) marco el final de mi niñez y el estreno de mi adolescencia...aun coleaba aquel ambiente opresor que tanto marco mis días y mi mente..
Gracias por tu relato, por el recuerdo que dedicas a Juana y tu sonrisa ante su foto.
Besos
Gracias, Lola. No se si escapamos ilesos, pero escapamos. Un beso, JC.
EliminarEn los relatos me gustaba Susana pero no llegué a imaginármela de la misma manera que a otros personajes. Hoy me ha gustado mucho, su lucha y su coraje, las personas así nunca se rinden. Suerte que no me tocó lo del canto a la patria pero sin duda agradezco a todas las mujeres y hombres que lucharon para que ahora podamos decidir... Un beso y hasta el lunes.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mar. Tienes razón, todos somos un poco deudores de nuestros mayores. Un beso, JC.
EliminarUn ole por Susana, muy en la línea de la idea que me hice de ella.
ResponderEliminarEl relato también trajo a mi memoria algunas cosas del pasado, pero también al final con lo de los cigarrillos recordé a mi padre que fumaba cigarrillos 46 en caja cuadrada y amarilla.
Qué recuerdos! Saludos J.C.
Sí, yo me acuerdo de aquella cajetilla también y del papel amarillo. Un saludo, Varinia, JC.
EliminarCuantos recuerdos me ha traido.
ResponderEliminarGracias por estos maravillosos relatos.
Un beso
Me alegro mucho. Un beso, JC.
Eliminar¡Ya era hora! Me ha costado horrores incorporarme, pero al final lo logré. Para abreviar, me he abstenido en los anteriores comentarios, hasta hoy. Estupenda entrevista a Susana. Digna precursora de la independencia de la mujer. Primero tenenían que madurar las palabras en pensamientos para luego llevarlos al plano material. Y la tarea no era nada fácil. En la entrevista la encuentro un tanto desaminada, pero no dudo que es un estado pasajero y volverá a la carga en su deseo de hacer ver una posibilidad real.
ResponderEliminarSaludos JC.
¡Biennnnn! ¡Enhorabuena! Gracias, Nita. Susana sigue, como muchos otros hicieron, enseñando, bajo cuerda, que los derechos no son igual que las derechas, pero que una niña es igual que un niño, y viceversa. Algunos como yo, lo aprendimos más tarde, pero más vale tarde que nunca, jaja. Un saludo, JC.
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