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Entre puntada y puntada
(XXIX)
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—A los buenos días, Venancio.
—Buenos días Manolo —ambos se estrecharon las manos—. ¿Qué tal los asuntos dayer en Madrí?
—Espero quel nuestro me quite el mal sabor de la boca. Es la última vez cago un negocio con los de la capetal. Su palabra vale menos que una perra chica en el fondo de un pozo. En fin... ¿Y tú, no tabrás arrepentío, no?
—No, pa na. Lo único que podría parar esto es quencontrara un sustituto gratis. Y tontos quedan pocos. Ni el Paquito aceptaría —ambos sonrieron.
—¿Salvarte de la mili? Ni lo sueñes, Venancio. Si fueras el hijo el alcalde, en toavía, pero siendo lo que semos…
—Bueno, ¿vamos pa dentro?
—Sí. El alcalde ya está, le visto bajar cuando me tomaba el chispazo. Vamos, chaval. Tenemos aclarar cuando me hago cargo del huerto, no lo hablamos antiyer…
—Tampoco creo caya problema por eso —comentó Venancio ya dentro del ayuntamiento—. Mientras me dé usted un poco tiempo pa mudarnos y pa contarle to lo que hay en Huerta Baja...
—Tantos bártulos tenís que mover.
—No, es que no tengo claro donde dormiré yo hasta que mincorpore.
—Eso no es problema, Venancio. Pués dormir en tu propia cama, yo no voy a utilizar la casa pa na. Ya tengo la mía.
—Muchas gracias, Manolo. ¿Oíga, por qué le llaman el Garzo?
—Por mis ojos. Pocos los tenemos azules por aquí.
———— o O o ————
—Antón, tengo que encargarle un asunto personal. Puede usté negarse perfectamente y no habrá ningún problema, ni represalia por mi parte. Nada cambiará la buena relación que mantenemos.
—Usted dirá, don Mauro. Y espero que no sea ilegal, porque me pondría en un dilema moral —sonrió el secretario.
—No, no, nada de eso. Es un asunto íntimo que no tiene nada que ver con el chocolate.
—Si no recuerdo mal, mi cargo es el de secretario personal. Por lo que no veo problema alguno.
—Bien, todo lo que voy a contarle a partir de ahora es confidencial, Antón.
—Soy una tumba, don Mauro. Se lo he demostrao en múltiples ocasiones. De mí no ha salido bulo ni verdá ninguna sobre usté.
—No entienda mis palabras como desconfianza, sino en el sentido contrario, como un acto de confianza ciega en usté. Verá, me voy a comprometer con una muchacha. Lo voy a anunciar en los ecos de sociedad de algunos diarios y algunas revistas.
—Me alegra oírlo, don Mauro.
—Gracias, Antón. Bien. De ella sólo sé que es de un pueblo asturiano perdido en el monte. La trajeron a Madrí con menos de tres años, y la sacó adelante una tía que a los diez años, aproximadamente, moría. Se puso a servir y después de que la vida la tratara a batacazos, no voy a entrar en detalles por respeto a ella misma, bueno, el caso es que la conocí por casualidad y en ese mismo instante me prendé de ella. Supongo que también ayudó el vernos todos los días. Somos vecinos desde hace unos meses. Ella vive con la portera de mi casa. Nunca pensé que otra mujer, aparte de mi difunta Adela, me pudiera hacer sentir lo que hoy siento por esa chiquilla. Ya sé que es muy joven para mí, Antón, pero… Lógicamente, también sé sus apellidos, el nombre del río que pasa cerca del caserío de los padres, y poco más. En fin, que su trabajo consistiría en encontrar a esos padres y traerlos a Madrí. No quiero que nadie se entere porque no llegue a oídos de Gertrudis, que así se llama la joven. Y no quiero que se entere porque tengo mis dudas sobre el éxito de su misión, y no por su capacitación y capacidad de trabajo, sino por la pobre información que le brindo para llevar a buen puerto esta misión. Si no lo consiguiera, creo que le daría un disgusto gratuito, sin que se lo espere, ¿no cree? No quiero meter la pata, ¿entiende?
—Perfectamente. No se preocupe, don Mauro, en cuanto a la confidencialidad del asunto. Claro, respecto al éxito o al fracaso de mis averiguaciones, en lo que de mí dependa, sabe usted que me volcaré y que por mí no va a quedar.
—Entonces, ¿acepta?
—Por supuesto.
—Evidentemente tendrá usted todos los gastos pagados y una gratificación por abandonar a su familia por mi causa.
—No, don Mauro, deje usted las gratificaciones monetarias. La mía, en este caso, será poder devolverle parte de lo que me ha dado durante estos años. Eso es más que suficiente, tener la oportunidad de ser agradecido. No se puede imaginar lo que significa para mí. Mi mujer estará encantada, se lo aseguro. Bueno, de dejarla sola, no, pero de poder ser agradecido, sí, de eso estoy seguro.
—Gracias, Antón. Y déselas a ella también.
—Una duda.
—Dígame.
—¿Quién se va a hacer cargo de mi trabajo aquí en la fábrica?
—No se preocupe. Sabe usté que en verano baja mucho el trabajo. El chocolate es lo que tiene, estacionalidad. Bien lo sabe usté, se lleva muy mal con el calor. Entre Balín y yo sacaremos esto adelante, podremos aguantar unos días. Total falta poco para el cierre de agosto. Pero que no sean muchos, no vaya a ser que entre él y yo estropeemos el trabajo de toda su vida. Aún le recuerdo sentado donde hoy se sienta Balín, cuando yo venía a ver a mi padre de joven.
—Sí, yo también me acuerdo de usted. Y de su padre, no crea. Todo lo que hoy soy, se lo debo a él. Él pagó mis estudios… Cómo pasa el tiempo. Pero no creo que estropeen nada en mi ausencia. Nadie es imprescindible. ¿Cuándo quiere que empiece?
—Ahora mismo. En este sobre encontrará todo lo que conozco de Gertrudis, incluido una foto con sus padres poco antes de venirse a la capital. Será la carta de presentación que le abrirá las puertas de la casa paterna, supongo. Podría escribirles unas líneas, pero no saben leer, así que será usted de viva voz, ayudado de la foto, quien deberá convencerlos de que todo lo que les cuente es la verdad. Por eso no quiero confiar este trabajo a ningún extraño, tal como un detective por ejemplo. Pero si, por lo que sea, tuviera que recurrir a una o cien agencias de ese tipo, no dude en hacerlo. Ah, también le he metido una buena cantidad de dinero. Cuando vuelva, haremos cuentas. Gástese lo que sea necesario para encontrar a esas personas, pero encuéntrelos, por favor. Le quedaré eternamente agradecido.
—Gracias por la confianza que deposita en mí, don Mauro.
—Es usted poca cosa, Antón, pero ha resuelto todo lo que se le ha puesto en su camino, y en el mío. Pequeño…, ¿cómo dicen?, pero…
—Matón.
—Sí, eso. Pequeño pero matón. Gracias.
—¿Quiere que le firme un recibí antes de irme?
—Usted no cambiará nunca. Ni se le ocurra firmarme nada. Y no necesito recibos de nada de lo que gaste, que le conozco. Esto es entre Antón y Mauro, no entre Hacienda y la fábrica. Cuando salga, dígale a Balín que suba, por favor —. Don Mauro se levantó de su butaca, rodeó su escritorio, tendió la mano a su secretario y con la otra le abrazó—. Gracias, Antón, y mucha suerte —. Con la última palmada el abrazado contestó:
—Espero no defraudarle, don Mauro —. Y Antón deshizo el agradecido y sincero abrazo.
—No lo hará, aunque no consiga encontrarlos.
—Adiós, don Mauro, tendrá noticias mías, cuando las haya —. Y Antón dejó el despacho con el sobre bajo el brazo.
Balín llegó al despacho de don Mauro casi antes de que éste se hubiera sentado. Y tras llamar a la puerta, entró sin esperar respuesta.
—Pero no te he dicho…
—Ya, pero es questaba usté solo, don Mauro.
—Ya…
—¿Ma llamao?
—Sí, Balín, te he llamado. A ver, siéntate.
—¿Yo, don Mauro?
—Sí, Balín, tú. Siéntate.
—Vale —. El joven se sentó en el borde de la silla, como si estuviera de prestado.
—Mira, Balin.
—Sí, don Mauro.
—Antón va a estar unos días fuera solucionando un asunto que le he encargado.
—Sí, don Mauro.
—Quiero que en vez de estar sentado abajo, en la escalera, lo hagas en su silla y atiendas el teléfono y a todo lo que surja. ¿Podrías?
—¿Yo, señor?
—Por fin lo he conseguido.
—¿Qué?
—Que no digas, sí, don Mauro.
—Sí, don Mauro.
—Bueno, déjalo. ¿Con quién crees que estoy hablando, con Antón que se acaba de ir?
—No, don Mauro. Pero claro que podré, sí, sí que podré.
—Bien. Quiero que seas más educado de lo que eres normalmente. Que no te olvides de ningún recado, aunque de eso estoy más que seguro. Y que vengas vestido con chaqueta. Toma.
—¿Y esto? —pregunto Federico al ver tanto dinero.
—Es para que te compres tu nuevo uniforme de trabajo, gorra incluida. Pero aquí dentro la cuelgas en la percha de fuera. Cuando acabe tu misión temporal y vuelva Antón, podrás quedártelo y usarlo los domingos o en las celebraciones, como sea tu gusto.
—Sí, don Mauro. Pero esto… Son muchos reales.
—Ya verás lo que sobra cuando acabes las compras. Ah, y cómprate también unos zapatos, no vengas en alpargatas.
—¿No voy a correr?
—Estos días poco, aunque también tendrás que atender tu trabajo de siempre.
—Sí, don Mauro. No hay poblema.
—Ah, otra cosa.
—Sí, don Mauro.
—El tiempo que estés de secretario, cobrarás como tal, no como chico de los recados.
—Sí, don Mauro.
Cuando Balín llegó a su casa, a punto estuvo de cobrar.
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—De verdá que me lo ha dao él, se lo juro, madre.
—¿Y pa qué? A ver.
—Pa que me compre unos calcos.
—Con esto te compras la zapatería.
—Bueno, y una chaqueta y una gorra y una corbata, aunque eso no me la dicho. Voy a ser su secretario mientras el Antón está de viaje.
—Un mico como tú, ¿secretario?
—Sí, madre. Y voy a coger el teléfono y to. Y ma dicho don Mauro que voy a cobrar lo mismo que Antón.
—Madre, mía. Pero ya veré yo mañana. Y como mestés mintiendo te llevo al cuartelillo de cabeza.
Federico, alias Balin, era el adolescente más feliz del mundo. Hasta tal punto que tras calmar las dudas maternas, aunque su madre quedó en confirmarlo, salió a la carrera, cosa que a nadie extrañó, en busca de su nuevo amigo Joselillo. Quería contarle lo que le había pasado.
A su vez, su madre no esperó al día siguiente. La posibilidad de que su hijo hubiera hecho algo ilícito le hizo coger el tranvía y presentarse en la calle Españoleto. La mujer llegó un tanto angustiada y nervioso, pero volvió satisfecha y orgullosa. Al día siguiente harían las compras, Federico tenía permiso del jefe para llegar un poco más tarde a trabajar, pero eso sí, bien vestido y bien calzado. Cuando se “perpetró” la compra, nadie hubiera podido decir cual de los dos, madre o hijo, estaba más feliz y orgulloso.
———— o O o ————
—¿Pero por qué pones palabras que no he dicho en mi boca? —preguntó algo molesto Cirilo a su mujer—. Acordamos que la vida me debía algo. Pero la vida, no tú, tú no me debes nada, luego no tienes porqué pagar. Tú, además, no eres mi salvadora, ni el ombligo del mundo. Debo ser yo el que se lo cobre.
—Pero, claro, si no estuviera yo a cargo de todo, tú no podrías resarcirte de esa deuda que te has inventado.
—Vale, no niego que me la haya inventado, pero ha sido a lo largo de toda mi vida, la mente cree lo que quiere creer, bien es verdad. Nuestra mente es como un fanático religioso que oye en persona a su líder espiritual. Es decir, que puede que lleves razón, que mi verdad solo la reconozcan mis ojos como tal.
—¿Es que una no ha luchado, acaso?
—Claro que sí, y a brazo partido, pero quizá hayas sabido gestionar mejor que yo la presión exterior o interior. O has llevado una vida con un ligero parecido a tus sueños juveniles. No lo sé. Lo que sí sé con absoluta certeza, no es que la mía se parezca un poco a la soñada, es que es la contraria de la que siempre soñé. Y la he estado soñando durante mucho tiempo. Y más veces despierto que dormido. Luego aquí no hay culpables, ni inocentes, ni comparaciones ajenas a nosotros mismos, individualmente.
—Ves, ese es tu pesimismo. Si hubieras sido como yo, hubieras soltado poco a poco eso que te consume.
—De eso hablaba antes al mentar el verbo gestionar. Además, por el motivo que sea, mis autodefensas, esas que te hacen devolver un golpe cuando te lo dan a ti, por ejemplo, están muy despistadas en mi caso.
—Hombre, como que te da igual el dinero y las clases sociales. Dos elementos vitales para poder vivir bien y a gusto.
—Sí, también valdría como ejemplo.
—Cirilo, tú nunca vas a ser feliz.
—Pero, al menos, déjame intentarlo, ¿no?
—Yo no soy quien para permitirte o prohibirte hacer o deshacer. Sólo te digo que esta Carmina ni puede, ni quiere cambiar. Yo soy feliz como soy, y nadie me va a amargar la vida, ni siquiera tú.
—¿Quieres decir que tu felicidad es lo primero?
—Lo pienso sí, nunca lo he ocultado, es más, lo he dicho en múltiples ocasiones. O sea, que lo sabes desde hace ya tiempo.
—Pero no siempre fue así, recuerda que te conozco desde que tenías catorce años.
—Anda que tú eres el mismo que conocí con dieciséis, no te digo. Siempre de broma, divertido, transigente, lleno de amistades…
—¿Y nunca te has preguntado, Carmina, porqué desde hace equis tiempo no soy así?
—Yo nunca me he preguntado nada, y menos eso que dices. No lo necesito. Tú, en cambio, estás continuamente analizándote a ti y a todo el que te rodea, como si fuéramos animalejos de laboratorio.
—Sí, tú das fuera de casa aquello que necesitamos dentro, siguiendo tus creencias.
—Mira, Cirilo, no quiero seguir con esta discusión, al final acabamos enfadados y luego, tres días de morros por nada.
—Eso es lo que me preocupa.
—¿Qué, los morros?
—No, que ya no me enfado contigo.
—Mira, pues me alegro. Así tienes dos trabajos menos.
—O uno mayor.
—No sé lo que quieres decir, Cirilo.
—Es igual. Déjalo.
—Al final, ¿pagaste a Marcela?
—No.
—Pero no te dije que…
—Sí, pero es que ni siquiera sé a qué hora se marchó. Salió sin hacer el más mínimo ruido. No oí ni cerrarse la puerta.
—Es que eres tonto. Hay que ser más despierto. No sé como has llegado a lo que llegaste.
—Fiándome de la gente.
—Pues, anda que no te habrán engañado veces.
—Iban a hacerlo de todos modos, esos u otros. Eso sí, sólo me engañaban una vez, te lo aseguro.
—Tengo que hablar con Marcela, me ha dejado mal planchada la ropa, y encima se va a escondidas. Menos mal que está la portera o la hija para informarme a qué hora la vieron salir. Si me dejaras tener una interna. Pero no, al señor le molesta convivir con desconocidos.
—Ni me gusta la explotación. Esas niñas no tienen horario y trabajan como mulas por dos perras
(1) , que es lo que nosotros podríamos pagarle también.
—Pues todos nuestros conocidos tienen al menos una.
—Pues mejor para ellos y peor para ellas. Yo no podría dormir tranquilo.
—Desde luego. No puedes coger lo que la vida te ofrece sin cuestionártelo.
—No. Me gusta elegir lo que quiero hacer.
—Eso no funciona conmigo, porque puede ser que no pueda alimentar ese caballo que me regalan.
—Pues lo matas y te lo comes, o lo vendes.
—Tú estás loca Carmina, parece como si no me conocieras. ¿Y la ética?
—La ética es inversamente proporcional a la necesidad.
—En eso estamos de acuerdo, Carmina. Las discrepancias empiezan cuando definimos las necesidades, las comodidades y los lujos. ¿Tú estarías dispuesta a ganarte la vida trabajando de sol a sol por unos céntimos?
—Yo no necesito ganarme la vida, y cuando lo he necesitado no me he arredrado por nada. Y bien contenta que estoy. No como tú.
———— o O o ————
—¿Has cargao el carro, José?
—Sí, hace rato. ¿Qué tal ta ido a ti, Venan?
—Bien. Estoy contento. Pero vamos pa Madrí, en el camino te cuento. Si no se va a hacer tarde pa vender algo.
Con la Perla al frente, tomaron el camino de la capital. Al pasar junto al cuartelillo de la guardia civil, Venancio escuchó su nombre. Giró la cabeza y vio al guardia, que le había entregado otros papeles, hacerle señas con un sobre en la mano.
—¡Venancio, espera! ¡Venancio! —. Éste mandó parar a burra—. Que te tenía que bajar esto. Debe ser de la mili, viene de la Caja de reclutas. Toma.
—Gracias, Justino.
—A ti, me ahorras un viaje.
—Toma, José. Guárdalo. Hasta luego. ¡Arre, Perla! Vamos que llegamos tarde —Joselillo se guardó la carta entre el cuerpo y la camisa —. No lo pierdas.
Cuando llegaron a la plaza de Olavide y después de descargar la mercancía y montar el tenderete, Joselillo preguntó a su hermano si no abrían la carta. En el fondo le hacía ilusión, prácticamente no había tenido una en su mano nunca.
—¿Y pa qué, José?
—A lo mejor yo mentero, Venan.
—Pues ábrela, tonto.
—¿Puedo?
—Claro que puedes. Venga, a ver si eres capaz.
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—No pasa nada, hombre. Venga, inténtalo. Lee.
Mientras Venancio atendía a unas manolas, Joselillo se sentó en la trasera del carro e intentó estudiar las letras mecanografiadas en el papel. Cuando terminó de despachar, su hermano se acercó.
—¿Qué, José, tenteras?
—No, no paso de la fecha, Venan. Sí, paece ques de la Caja esa de reclutas ca dicho el guardia, pero no entiendo las palabras, no las he visto en mi vida. Lo siento. No sé ques una convocatorria, por ejemplo. Ni qués —leyó Joselillo guiándose con el dedo por el texto— "se le ha con si de rrado ap to pa ra el ser vi qui o“. ¿Qués apto?
—No pasa nada, José. Ya verás como dentro de poco, lo entiendes to y me lo explicas a mí. Trae pacá. Dámela que la guarde. Alguien nos la tendrá que leer. Estas cosas…
———— o O o ————
En el mismo momento en el que Venancio se guardaba la carta en el bolsillo, don Mauro ordenaba a Antón que llamara a Balín. Pero como Antón ya no estaba, tuvo que ser él el que se asomara al ventanal.
—¡Balíiiiiiiiiiiiiiin! ¡Sube! —. Y antes de que cerrara el ventanal, el recadero ya cerraba la puerta de la oficina.
—Sí, don Mauro —entró Balín sin llamar a la puerta.
—Hijo, siempre que veas una puerta cerrada y no sea de tu habitación, llama antes de entrar.
—Sí, don Mauro.
—A mí no me importa, Balín, pero puedes encontrarte con muchas sorpresas y algunas desagradables.
—Sí, don Mauro.
—¿No sabes decir otra cosa?
—Sí, don Mauro.
—Anda, ve a mi casa y le dices a la portera que tengo premura por ver a Venancio. No, espera, mejor… ¿Tú le conoces, no?
—Sí, don Mauro. ¿Es el hermano del que me regaló un suizo, no?
—Ese mismo. Venden verduras todos los días de diario en el mercado de Olavide. Vete para allá y le das personalmente el recado de mi parte. Dile que necesito verlo. Aclárale que es para algo bueno, que no todo van a ser noticias malas.
—Sí, don Mauro.
—Si sigues diciendo eso, te voy a tener que llamar Fede o Federico, que es como te llamas de verdad aunque no te guste.
—Sí, don Mauro. ¿Algo más? —Federico estaba deseando salir corriendo, de hecho los pies no los podía tener quietos.
—No, hijo, no. Anda ve —. Al quedarse solo, don Mauro se echó a reír—. Jodido crío del demonio.
Antes de que acabara otra gestión, e incluso que la empezara, porque pasó por el váter, Federico, más conocido como Balín, llamaba a su puerta y sin esperar respuesta entró jadeante.
—Don Mauro, don Mauro, el Venancio dice que vendrá en cuanto pueda —y resolló.
—Bien, muchas gracias, Balín.
—¿Algo más, don Mauro? —. El crío siempre estaba deseando que le encargaran algo. Con tal de correr, le daba igual ir al fin del mundo que al principio.
—Sí, algo más. Llamar a la puerta y no esperar a que te den permiso para entrar, no sirve de nada. Es como si no llamaras. ¿Lo entiendes, Balín? Es como si no llamaras.
—Sí, don Mauro —repitió Balín bajando la vista al suelo un poco avergonzado.
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—Sí, don Mauro.
—Pues gracias otra vez, “Federico” —don Mauro enfatizó el nombre—. Eso es todo por ahora.
—Sí, don Mauro. Estoy donde siempre— y se fue cerrando la puerta.
—Eso seguro, tanto como el “sí, don Mauro” —decía eso y a continuación oía unos taques en la puerta—. Sí —levantó la voz.
—Don Mauro.
—¿Otra vez tú?
—Es que me sa olvidao decirle una cosa.
—Pues dila, venga.
—¿Puedo salir hoy un poco antes y no venir por la tarde?
—Espera, pasa. Voy a ver mi agenda, y si no te necesito puedes ausentarte… —Balín se hinchó como un pavo—. A ver, veamos… Llamada a… Reunión con… Perfecto… Vale, cambio una cita para mañana, porque mañana si estás, ¿no?
—Sí, don Mauro.
—Bueno, pues la cambio, porque te voy a necesitar y así no tienes que venir hasta mañana. Y si quieres irte ya, puedes hacerlo. No creo que te necesite más por aquí.
—Sí, don Mauro.
—¿Sí a todo?
—No, don Mauro.
—Hombre, menos mal que has cambiado el discurso.
—Sí, don Mauro. Sólo a lo primero. Todavía no tengo quirme.
—Hala, hijo. Al trabajo, sino, esto no sale adelante. Y no se te olvide venir mañana vestido de secretario en funciones. Y si tienes que venir un poco más tarde, no pasa nada.
—Sí, don Mauro.
Balín bajó las escaleras como se imaginaba que la bajaban los hombres importantes que había visto de visita en la fábrica. Se sentía el obrero más importante, no ya de la fábrica de chocolate, sino de todo Madrid. Su jefe contaba con él para todo. Estaba orgulloso y se lo demostraba al mundo entero. Y, además, iba a ser el secretario. Ahí es na. Se sentó en el último peldaño de la escalera como se sientan los reyes en sus tronos. Allí estaba él, para seguir con el trabajo y que saliera la fábrica adelante. Y todo por un duro al mes. Que no estaba mal para ser un crío. Lo que no sabía Balín era que los sobres que pasaban por debajo de la puerta de su casa todos los meses, los metía Antón por orden de don Mauro.
[Continuará]
(1)
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En un artículo aparecido en el número 903 de la revista Nuevo Mundo de abril de 1911 podemos leer: «Veamos lo poquísimo que tiene que hacer una criada: Levantarse antes de amanecer, arreglar su cuarto y asear su persona. Bajar a la calle la espuerta de la basura. Ir a la lechería y al puesto de pan y traer lo de costumbre. Encender el fogón y preparar los desayunos. Servir sendos chocolates á las siete personas de la familia. Limpiar otros tantos pares de botas. Acompañar á los chiquillos al colegio. Disponer de ollas, cacerolas y sartenes para el almuerzo. Traer de la plaza las viandas é ingredientes necesarios para el mismo y para la cena. Hacer limpieza general en el comedor, cocina, despacho, sala, gabinete y pasillos, amén de otras dependencias íntimas. Preparar la ducha de la señora y el baño para los pimpollos. Arreglar las habitaciones, con otras tantas camas y lavabos. Poner la mesa, distribuyendo sillas, platos, copas, cubiertos y servilletas. Subir un botijo de agua de la gorda. Servir la comida y aguantar las impertinencias que originan los gustos de cada cual. Engullir á prisa y de pie los sobrantes, ni muchos, ni escogidos. Fregotear veintiocho platos, catorce copas, ocho jícaras, tres fuentes, una sopera, diez cuchillos, y un bazar de cubiertos, ollas y demás cachivaches. Lavar en la artesa una carga de ropa blanca y tenderla en la terraza. Y repetir, en cuanto á la cena, la desesperante función del mediodía.
Además, para que no enferme de aburrimiento, se ocupará de las siguientes tonterías: correr á la puerta cada vez que tiran de la campanilla, recoger el correo y pasar á la sala de visitas. Lavar recados, traer encargos y oír malas razones. Ir y venir con las niñas en sus esparcimientos. Echar agua a los geranios. Tostar y moler café. Cepillar ropas y sacudir alfombras. Poner alpiste al canario. Comprar La Correspondencia. Fregar la cocina dejando bien relucientes los metales y en orden todos los avíos. Y acostarse á media noche, harta de holgar, para dormir como una princesa cinco o seis horas. Por esta vida regalona percibe la haragana sirviente: tres durazos mensuales limpios de polvo y paja, que hacen un diario que se aproxima á sus dos reales. Ítem, una peseta que regala á la chica un generoso primo del señor, todas las Navidades. Ítem, unas botas usadas, ó cosa equivalente, con que alguna vez obsequian las señoritas por su santo. Ítem, participaciones para el gordo, regalo del carnicero y del tendero. Ítem, sisa de dos céntimos cuando viene pescado, y de tres, cuando se trae la salchicha, riñones ó callos. Ítem, un real al mes por periódicos atrasados, vendidos de ocultis en la chatarrería. Demostrado con esto que a mis buenas amigas les sobra a puñados la razón». Fuente: Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Geografía e Historia, Máster en Historia Contemporánea, El casco antiguo de Madrid a principios del siglo XX, de Luis Díaz Simón, dirigido por el dr. Luis Enrique Otero Carvajal, octubre de 2010, pág. 107.
(2)
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A caballo regalado no le mires el diente. En un foro del Centro Virtual Cervantes (CVC) aparecen estos dos comentarios que me parecen muy oportunos. El primero de Ignacio Frías, 09/10/2008 dice: «Su origen está relacionado con el método que los expertos emplean para calcular con bastante aproximación la edad de los caballos: mirándoles la dentadura. […]. Si el caballo es regalado, no merece la pena molestarse en mirarle la dentadura[…]». Y el segundo de Mireille Tóth, de la misma fecha: «Se dice en varios idiomas, entre otros en húngaro, en base a la frase atribuida a San Jerónimo: 'Noli equi dentes inspicere donati', que claro significa lo mismo». Así mismo, el CVC en la ficha de este refrán dice en las observaciones: «El referente de este refrán se encuentra en las ferias de ganado, en las que el comprador comprueba la edad y la salud del caballo por el estado de su dentadura». Y por otro lado, debemos a G. A. Becquer este texto de 1865: «[…] me he encontrado con la vida; y como suele decirse que a caballo regalado no hay que mirarle el diente, sin discutirla, sin analizarla, me limito a sacar de ella el mejor partido posible», Memorias de un pavo, Narraciones, Turner, pág. 326).
El capítulo de hoy ha estado teñido de masculinidad de principio a fin, a no ser la breve intervención de Carmina. He echado de menos a las chicas... pero está bien conocer el pensamiento "de ellos" de vez en cuando porque hay algunos a los que hay que sacárselos con sacacorchos... No sé si don Mauro, por muchas buenas intenciones que tenga, va a hacer bien en buscar a los padres de Gertru. Se puede llevar una sorpresa...
ResponderEliminarPor otro lado, te diré que no acierto a ponerle "edad" (quiero decir imaginarlos físicamente) a algunos personajes. El mismo don Mauro me sorprendió conocer su edad, yo lo hacía ya mayor y resulta que es muy joven (claro que yo lo veo desde mi óptica, ja, ja).
Bueno, J.C., me gustó como todas las semanas el devenir de los acontecimientos en esos Madriles. Espero el próximo. Abrazos
Quizá tengas razón, acosa falten los datos de muchos de los personajes. Pero es una omisión voluntaria, que no quiere decir que sea acertada. También tienes razón en cuanto a la "chispa" que aportan las modistillas. Al fin y al cabo, yo las he hecho el eje de todo lo que ocurre. En cuanto a "lo joven" que es don Mauro, no te creas, la vida media de un hombre en aquellos tiempos era aproximadamente la mitad que hoy en día (79,3). O sea que, visto así, 34 años no eran tantos. Edad que tiene mi hijo, jaja. Y desde luego, como imagino yo a don Mauro no tiene nada que ver con la imagen que me proyecta mi hijo. Un abrazo y gracias, Ligia.
EliminarDesde luego que hay mucha distancia entre la treintena de esa época y la de ahora.
EliminarPero cuidado con el dato de la edad media que es muy engañoso, la estadística la bajan sobre todo las muertes jóvenes. Históricamente siempre ha habido viejos de 60 años, incluso cuando la edad media era de 20, eso sí, por cada uno que llegaba a 60 unos cuantos cientos no llegaban a 5.
Uy! Yo hubiese abierto la carta inmediatamente. Y si le dicen que se libra de la mili?
ResponderEliminarEl Cirio y la Carmita, típicos, típicos, jajaja
Hasta el lunes, J. C.
¿Te imaginas que tu vida pendiera de un texto escrito y que no supieras leer, ni los de tu alrededor tampoco? Yo lo viví en cabeza ajena, en la mili. Mala experiencia te lo aseguro. Aunque, yo también hubiera hecho lo que tú, aun sin saber leer. Me alegra que veas así a la pareja del tercero, era mi idea. Gracias, Varinia y un abrazo.
EliminarA que va tener la suerte de librarse de la mili?,con todos los palos que le esta dando la vida.....,no le vendria nada mal una alegria!! Por que lleva una racha el pobrecito mio.........
ResponderEliminarEn cuanto a la busqueda de los futuros suegros...., aqui si que veo mucha intriga, que nos tendras preparado?,
Todo se andara, ja ja
Hasta la próxima entrega.
Besos.
Gracias, Rubí. No hay mal que cien años dure, jaja. Un beso, JC.
ResponderEliminarJajaja, me encanta Balín, me lo imagino muy delgado, muy nervioso, hablando siempre rápido y siempre brillante de haber sudado un poco de tanto correr.
ResponderEliminarCq.
Sin vuestra imaginación, este relato se quedaría en nada. Cq
ResponderEliminarHola!!! Ya me he puesto al día de todos los que has ido publicando en verano... y estoy deseando que haya más!!!!
ResponderEliminarMe encanta!!!!
Besos,
Hola, después de muchos días sin pasar por aquí, vuelvo a desayunar con mis relatos favoritos, y disfruto de esa época que nos relatas, donde los críos trabajaban por muy poco, pero donde había honradez y agradecimiento, unos valores de los que parece que nos hemos olvidado. Voy a seguir disfrutando.
ResponderEliminarBesos.
Chary :)
Me alegra un montón que vuelvas con fuerza, eso quiere decir que tienes un poco de tiempo para ti. Para "tragarse" cuatro entregas seguidas hay que desayunar fuerte, jajaja. Gracias por tu atención y tus comentarios, Chary, JC.
ResponderEliminarPero qué gracioso me resulta Balín y se nota el cariňo que le tiene Don Mauro, me ha quedado definitivamente claro por la última frase del capítulo de hoy.
ResponderEliminarQue triste sin embargo conocer la situación que tenían en general en esa época...
Ya me queda menos para ponerme al día con los relatos.
Gracias JC! Besitos
Coincides con Jeru VT, a ella también le cae muy bien. Yo, de niño, tenía un compañero en el "cole" así. Acaso sea por ese recuerdo que aparece aquí. También, de mi niñez, recuerdo esa sensación, pocas veces, de plenitud que se describe en el último párrafo. Al documentarme he leído muchos estudios médicos, sociales, seguridad ciudadana, policiales, higienistas, económicos, etc., y es alucinante las situaciones que describen. No sé cómo salieron adelante. Muchas gracias, Amanda, y no tengas prisas, aquí no se pasa lista, jajaja. Un beso, JC.
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