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lunes, 11 de mayo de 2015

Relatos de COSOqueTEcoso (XI)

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Entre puntada y puntada
XI


De lostimpos.com
Don Mauro llegó por los pelos. La portera recogía ya el avío para las firmas de condolencia colocado en el portal. La cruz de plata y el marco a juego con el retrato del señorito Luis que doña Virtudes le diera, el libro, la pluma, los recordatorios colocados en una bandeja también de plata, la flor y el mantelillo negro.
—Firme, firme usté —dijo la Julia.
—Gracias. ¿Sabe si recibe doña Virtudes? Estaba trabajando.
—Es un poco tarde, pero yo creo que sí, ahora mismito sa ido la última visita, así que usté no la va a importunar. De todas formas me dejó dicho que dejara subir a todo el mundo de bien vestir y eso. Y yo misma tengo que subirla todo esto.
—Entonces la ayudo.
—No, no sería correcto y me llevaría un rapapolvo. Ya sabe cómo se las gasta la señora. Suba, suba usted. Yo voy ahora.
—Bien, pues entonces subo.

Cuando salió de dar el pésame a la familia Miralles, don Mauro pensó en la educación de su propio hijo. La madre del difunto le había dejado claro que ella no había sabido educar al suyo, y que el único culpable de su muerte era él mismo. Si no hubiera dejado en estado a aquella pobre joven, ella no habría tomado la decisión de mandarle a la finca donde ocurriera el accidente.


———— o O o ————

La Gertru se aburría. No estaba acostumbrada a estar mano sobre mano y dejar pasar el tiempo. Apenas sabía leer, y si exceptuamos el poco palique que le daban la Reme o la señora Casta porque andaban a lo suyo, no había distracción. La radio permanecía muda por la enfermedad del señor Jesús, que cada día estaba peor. Pero escucharla le hubiera llevado a la actividad porque, en casa de doña Virtudes, las tareas las hacía con la radio puesta. Radio y fregar eran tareas dependientes, una incluía la otra y viceversa. Y después de los rapapolvos que la señora Casta le había echado, ya no se le ocurría ofrecerse para nada. Con lo que la imaginación volaba a su pueblo natal, y tras volver y tomar el problema que crecía en su vientre, volvía a viajar hacia Asturias ya sin idealizaciones pero con el pesar por el disgusto que iba a representar para su familia, no el embarazo, sino la falta de hombre que se hiciera cargo. 
De asturias.es

Por aquellos lares se estaba ya acostumbrado a engendrar sin casamiento. En esas cavilaciones andaba, sentada a la cabecera de la cama de matrimonio donde yacía el enfermo, cuando llamaron a la puerta. La faltó tiempo para gritar:
—¡Ya abro yo!
Pero tampoco esta vez la dejaron hacer.
—¡Un momento! ¡Que ya te dicho que testés quieta! Tú a cuidar al Jesús. Tate ahí sentada —regañó la dueña de la casa al asomarse a la alcoba—. Yabro yoSi bien la señora Casta se sorprendió, más por la hora que por quien llamaba, tampoco se extrañó mucho.
—¡Hombre, don Mauro! Buenos días nos dé Dios.
—Buenos días, tenga usted, señora Casta. Espero que no sea muy temprano para ustedes, me iba para la fábrica y he pensado que sería de buen vecino preguntar por la herida y por su marido. Ya me ha contado Servanda. Las desgracias nunca vienen solas.
La Gertru, de no estar recién reñida, hubiera salido de buena gana, aunque sólo hubiera sido por distraerse un poco, pero quedó quieta en la silla. Algo le decía que no debía salir.
—Eso dicen. Y que siempre les toca a los mismos. 
—No se queje, señora Casta, eso no es del todo cierto.
—Pero pase, pase y les saluda —forzó la señora Casta con cierto interés malsano.
—No, no. No quiero molestar —dijo el buen vecino y dio un pequeño paso atrás—. Además hoy ya voy tarde. Era sólo interesarme por los enfermos.
La Reme se asomó tras la cortina que separa cocina y comedor-recibidor-sala de estar-etc. No terminaba de creerse que la voz que había oído era de quien era, pues rara vez las gentes del principal subían hasta la miseria de los últimos pisos.
—Pues queda usté informado: la enferma mucho mejor, mi Jesús peor. Y yo agradecida. 
—Si necesitan algo, ya saben donde me tienen.
—En este caso lo que necesitamos no está en su mano. Ni en la de nadie. El cólico de Madrid… Ya sabe usté.
De espacio fundaciontelefonica com
—Puedo pedirle a don Luis que suba a visitar a su marido.
—Déjelo. Ya ha hecho usté bastante.
—Mujer, déjeme ayudar…
—Bien, sea, pero me temo…
—Bien, cuando llegue a la fábrica le doy el recado.
—¿Trabaja allí el doctor Ullastres?
—No, mujer. Le aviso a través por teléfono.
—¡Ah!
—Bueno, que tengan todos y todas un buen día. Adiós.
—Adiós. Y muchas gracias, don Mauro. Le quedamos muy agradecidas por todo.

———— o O o ————


Anselmo, el niño olvidado, ya que para nadie existía, parido en la calle, ocultado y almacenado en un hospicio que por error burocrático no había engrosado la lista de desgraciados, se había salvado de la mili por eso precisamente, por no existir civilmente. Y en su paso por el calabozo, el hecho de conocer a don Felipe, le había eximido de aportar documentación alguna. Acaso le había salvado la vida este olvido, o acaso se la había desviado. La obligatoriedad de estar dieciocho años al servicio del estado, tres en activo, marcaba la vida de aquella juventud que tuvo que hacerse cargo con sus vidas de tanto manganeo y ansias de grandeza. Eso sí, por cinco mil pesetas de aquéllas, como mucho, uno se salvaba de ir a Cuba o al Rif, salvo que fuera un olvidado y no constase en ayuntamiento alguno. Disponer de esa cantidad en aquel tiempo era como disponer de diez vidas para vivir sin trabajar, valga la exageración. Aquella era una sociedad militar y cuasi militarizada, devenida, precisamente, de los fracasos en Cuba. Y más, cuando el nuevo fracaso en Marruecos se hizo realidad. Por lo que llegaría la Dictadura de Primo de Rivera. Pero como Anselmo no sabía leer ni oía la radio, no estaba al tanto de tanta matanza de compatriotas pobres, ni de tanto desaguisado militar. Aunque lo oyera en las tabernas, no era asunto suyo. Cuba le sonaba muy lejana y a tabaco. Hoy nos quejamos de corrupciones y corruptelas, pero en aquel ejército español, ése del que tanto presumen algunos, protagonista de la primera mitad del siglo veinte, había militares que vendían sus propias armas al enemigo. Imaginaos. Evidentemente esto ni disculpa ni empequeñece los atropellos actuales. Amén de que los despropósitos de hoy se cometen dentro de nuestras fronteras, y no lejos de ellas, aunque el producto del delito duerma en el extranjero.

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Pero a lo que vamos, Anselmo no sabía lo que se cocía en las cocinas del ejército, pero ante el hecho de enfrentarse a cualquier cosa que no fuera un litro de tinto o una mujer indefensa, Anselmo torcía el morro y más si imaginaba el garrote vil. Era tan cobarde como el que más. Como dicen en el Barrio de Tetúan de Madrid el Anselmo era un bragas(1). Pero el miedo y la desinformación hicieron que el sargento de guardia se extrañase de que un joven se quisiera alistar. Extrañeza que aumentó al saber que Anselmo no sabía sus apellidos, nunca le habían interesado, aunque "en la inclusa le habían dicho que se llamaba Raimundo Expósito o algo así. Rai pa los amigos”. Con lo que el Sargento Castañeda, hubo de inventarse todo para cumplimentar la solicitud de reclutamiento voluntario, incluida la fecha y el lugar de nacimiento, por lo que el Anselmo no tuvo ningún remordimiento por mentir acerca de su nombre. Así accedería al ejército Raimundo Expósito de la Cruz, de ahora en adelante el “bragas” y no “Anselmo el querubín” como hasta ahora le conocíamos.

———— o O o ————

Acabada la colada, la Reme preguntó a su madre si había que comprar algo. La señora Casta después de unos segundos de vacilación, negó con la cabeza tras lo cual se desdijo.
—Si acaso pan, leche hay y está buena, además ayer compraste el avío para el gazpacho. Y luego, si quieres, distrae un poco a la Gertru. Y esta tarde, despacito, te la llevas a casa de doña Consuelo. 
—Sí, madre. Yo creo que la va a venir bien. Bajo a por el pan y subo en un petimetre.
—No, no te subas a ningún petimetre, pero hazlo en un periquete si quieres. Y no hace falta que vayas a La Flor, tu padre, por desgracia no come.
—Vale, pues lo subo de aquí abajo. 
La Reme, después de quitarse el delantal y de arreglarse un par de mechones sueltos de pelo, tardó poco en subir el pan, había prisas para la siguiente tarea. Así que, después de coger una silla baja, se acomodó junto a los convalecientes. Tenía ganas de contar a su amiga lo ocurrido con el frutero. No había tenido ocasión de estar a solas con ella, pues, desde el incidente, no dormían juntas en su cama. Por prudencia habían decidido que ella dormiría en el suelo, sobre una manta, en el comedor, y con la puerta abierta de par en par. Allí se dormía más fresquito que dos personas juntas en una cama pequeña sobre un colchón de lana. Aunque lo de fresquito era un decir.
—Te tengo que contar una cosa, Gertru —dijo la Reme en un susurro.
—¿Por qué hablas tan bajito?
—Porque no quiero que sentere nadie, más que tú.
—Tu padre sa quedao dormido hace na.
—Pero mi madre oye mejor que los búhos. 
—¿Y por qué no esperas a la tarde? Ya has oído a tu madre…
—Porque… Bueno, ¿quieres que te cuente o no?
—Sí, mujer. Cuenta.
—¿Conoces al Venancio, el frutero?
—Pues no.
—Tiene un puesto de verduras y frutas en el mercao.
—Pues vaya cosa.
—Espera, mujer. Ayer bajé a comprar y al pasar por el puesto, me soltó no sé qué de mis andares.
—Será imbécil.
—No, espera. Eso creí yo al principio, pero…
—Pero qué.
—Que yo menfadé y le dije que le iba a dar un bofetón.
—Bien hecho, Reme. Con no volver por allí asunto resuelto. Que se coma su fruta.
—Pero es que…
—Hija, estás de un no se qué que no tentiendo.
—Es que se disculpó, bueno no, me dijo que lo decía en serio, que le gustaban mis andares y hasta minvitó a la verbena.
—Mira tú, el Venancio. ¿Y qué le dijiste?
—Que no, ¿qué le iba a decir?
—Que sí.
—Ya. No hubiera estado bien que a la primera…
—Pues tendrás que volver, entonces. 
—No, Gertru.
—¿Cómo que no? ¿No es de tu gusto?
—No lo sé. No mabía fijao en él hasta ayer. 
—¿Y hoy, qué?
—¿Hoy que qué?
—¿Qué si hoy te agrada?
—No lo sé.
—Si hoy no lo sabes, entonces es que sí. Te hace tilín, seguro. Si no, no me hubieras contao na.
—No es por él, Gertru. Es por mí.
—¿Cómo que por ti?
—¿Aónde voy yo con esta cojera?
—¡Anda, ésta! ¿Y yo, adónde voy yo con esto?
—Eso se pasa, pero lo mío es pa to la vida.
En esa andaba la pareja, sin saber que lo de la Gertru también era para toda la vida, cuando asomó la señora Casta por la habitación.
—¿Qué secretitos os traéis las dos?
—Nada, madre. Cosas nuestras.
—Ya… Hay que arreglar un poco esto, el amigo de don Mauro va a subir a ver a tu padre.
—Vale, ya lo hago yo, madre. Aunque poco hay que hacer.
—Sí, arregla la cama un poco y esconde bien el orinal. Dame pacá ese vaso. Y cuando venga, enciendes la luz de la mesita de noche si acaso. Voy  a hacer la comida. ¡Ah!, ¿te ha dicho ésta que esta tarde, despacito, te vas con ella a la costura? 
—No, pero le he oídio a usté decirselo antes.
—Si, hija, a ver si se te quita esa cara de nabo cocido por esperar a quien creo que ya está esperando demasiado. Venga, os dejo con vuestras cosas.
La Gertru esperó a oír trajinar en la cocina a la señora Casta para reanudar la conversación.
—Reme, llevo mucho tiempo en Madrí y hace un año que conozco a tu madre, y cada vez la entiendo menos. Parece que hablara otro idioma.
—Mía tú, llevo yo con ella mis diecisiete años y me pasa lo mismo…
—¿Oye, y por qué tu madre no llama por su nombre al doctor Ullastre?
—Pues no sé, ya te acostumbrarás a sus rarezas. Aunque ya empiezo yo a entenderla un poco en este asunto, no te creas. O eso me paece a mí.
—¿Y?
—Ya te contaré, cuando esté segura. Oye, ¿tú sabes quien es Teléfono?
—Será Telesforo.
—No, eso lo digo bien, le he oído a don Mauro que iba a llamar a don Luis por el Teléfono.
—Mujer… Es un aparato por el que se habla con otro questá en otra casa. Doña Virtudes tenía uno. No es naide.
—Ah. 


———— o O o ————

Don Mauro llegó al despacho y después de saludar, lo primero que hizo fue telefonear al doctor Ullastres. 
—A mediodía tengo un hueco, aunque me lo tengo que quitar de la siesta.
—Venga, hombre. El pobre señor Jesús está muy mal… Y, además, querría consultarte un par de cosas.
—Sea. 
—Si quieres voy a buscarte y subimos juntos. Luego comes en casa. Aviso a Servanda y todo arreglado.
—Así quedamos pues. Pero no hace falta que vengas tú, me acerco yo a la fábrica cuando acabe la consulta.
—De acuerdo. Hasta luego, entonces.
—Y como llevaré el instrumental, le echo un ojo a Juanín, ya hace tiempo que no le traes.
de doctorfabian.blogspot.com.es
Después de colgar el teléfono, don Mauro hizo llamar al aprendiz. El crío, famoso por correr como un galgo, entró en el despacho y esperó las órdenes del amo. No eran otras que llegarse a su casa y avisar a Servanda de que había un invitado para comer. Como dijera en 1878 el responsable de la British Post Office, respecto al uso de los primeros teléfonos en Estados Unidos y con una gran visión de futuro, los norteamericanos necesitarán el teléfono, pero nosotros tenemos muy buenos mensajeros(2). Y Balín lo era, de ahí su apodo.
—Y cuidado con las jardineras(3) —advirtió don Mauro a Balín que ya bajaba los escalones de dos en dos—. Cualquier día tenemos otro disgusto.

 [Continuará]




(1) Vuestros comentarios no han caído en saco roto. En particular, esta expresión es de Beatriz del Ajuar de Beatriz: “porque como dicen por aquí ‘es un bragas’ sólo le mueve el vino y los indefensos”. Y en general esta opinión sobre el guaperas la compartís más de uno. Mary Carmen de Cotoquetecoso: “Es un cobarde que no afronta los problemas”. Oki, de Azules y violetas : “vamos que se 'acojona'”. María MR: “Anselmo se va sin hacer nada”.
(2) Fuente www.coit.es: El teléfono. De los orígenes a la actualidad.
(3) Coche abierto que llevaban en verano los tranvías. Fuente DRAE (23ª ed., acepción 5ª de la entrada jardinera).

16 comentarios :

  1. Ya vemos que nos tienes en cuenta... Me ha hecho gracia la confusión del Teléfono con el Telesforo, y lo del Balín. Una cosa que no he entendido es lo del "cólico de Madrid... ya sabe usté".
    A don Jesús lo veo mal, el pobre, a la Reme la veo con el Venancio y la Gertru con su bombo no sé como terminará... Ha estado muy entretenido el capítulo de hoy y estaremos a la expectativa. Abrazos

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  2. Seguramente no te acuerdas de que en la nota 6 de la entrada X se explica qué es el cólico de Madrid: (6) El cólico de Madrid era llamado así, fuera de la capital, por la cantidad de enfermos y muertes que produjo en esta ciudad, y en el resto de España, el uso de recipientes de estaño, cobre o peltre. Uso que viene de muy antiguo. Ya en 1751 un médico, el doctor Monardes, avisó del peligro de estos recipientes. Para saber más (https://books.google.es/books?id=Ep0jbyYGcw4C&pg=PA1&dq=disertacion+medica+sobre+el+colico+de+madrid&hl=es&sa=X&ei=pJMeVZeLDsT0UtesgZgF&ved=0CDQQ6AEwAA#v=onepage&q=disertacion%20medica%20sobre%20el%20colico%20de%20madrid&f=false) o (http://www.gorgas.gob.pa/museoafc/loscriminales/criminologia/colico%20en%20madrid.html).
    Gracias por estar ahí, Ligia. Un fuerte abrazo, su JC.

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  3. ¡Muy en tu línea!
    Me he reído mucho de mí misma porque en lo de "cuidado con las jardineras, que cualquier día tenemos otro disgusto", creía que se refería a que las que cuidaban los jardines estaban de buen ver y que el Balín iba a tener un disgusto como el de la Gertru con una de ellas. Menos mal que he leído la nota donde decías que era un vagón del tranvía...

    Tu Cq.

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    1. Gracias, porque supongo que "muy en tu linea" es un piropo, jeje.
      Tu CQ.

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  4. Efectivamente, tienes razón, no me acordaba de lo que pasó hace una semana ¡qué mal estoooy! Ahora releyendo la entrada anterior y mi comentario, parece que casi dí por muerto a don Jesús... (aunque le quedará poco por lo que escribiste de "...terminaría por llevársele en pocos días).
    De lo que dice Jeru de las jardineras, lo que yo pensé primero fue que el Balín iba a tropezar con ellas con las prisas, pero es que por aquí llamamos jardineras a una especie de macetas rectangulares para poner flores en las escaleras o en los pisos donde no hay jardines... Cada cual piensa lo que le parece... Gracias de nuevo...

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    1. La definición de jardinera que das es también la que los "terrícolas" conocemos. Esta otra acepción (caja de tranvía) la encontré leyendo artículos de periódicos de la época y la apunté. Y efectivamente, la imaginación de cada uno fabrica las imágenes que quiere. Porque yo al leer aquellos artículos pensé que los tranvías de la época llevaban flores en las jardineras. Un beso.

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  5. Me encantó el apodo del Balín!
    Y lo siento por Anselmo, pero se ha merecido caer en el olvido, aunque a veces me dé algo de pena al ir conociendo su infancia.
    Que continúe que sigue muy interesante tu relato.
    Besitos

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  6. Gracias, Amanda. Estoy contigo, caer en el olvido es un castigo. Un beso, su JC

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  7. Poco a poco nos vas introduciendo en el Madrid costumbrista y castizo donde conviven personas de todas partes de España, y nos has familiarizado con estos personajes y queremos saber mas de ellos y qué les depara el futuro.
    Me encanta.
    Feliz semana.
    Chary :)

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  8. Gracias, Chary, a mí me encantan tus comentarios. Así que, en paz.
    Un saludo, su JC.

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  9. Así que esto va avanzando.... y no sé, pero me parece que nos vas a introducir en la historia con más papel del que parecía al principio al doctor Ullastres... (no había oído en mi vida este apellido) y que Anselmo no va a salir de la historia tan pronto como el alistamiento al que se apunta....
    Te sigo leyendo.
    Besiños

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    1. Gracias, Oki. El apellido Ullastre es muy antiguo e incluso tiene escudo de armas. Yo lo conocía pero son ese final. De hecho, es el nombre de la empresa que nos factura el agua, jeje. Un beso,su JC.

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  10. Cada semana se pone mas intaresante, no se puede una perder ningun entrega, para no perder el hilo de la historia, y yo andaba un poco perdida , ja ja ja .
    pero ya estamos al dia.

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    1. Me alegro. Y espero que estés al día en todo, jeje. Un saludo y gracias, Rubi. Su JC.

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  11. Estupendo J.C. No puedo extenderme, pero te sigo. Nos vemos

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    1. Tampoco hace falta, Nita. Con estar ahí ya vale. Gracias. Su JC.

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