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Entre puntada y puntada
(XXXII)
Antón llegó de mañana a la estación del Norte de Oviedo. A pesar de que el otoño no había entrado, el día era gris y triste. Cargado con su elegante maleta hecha para durar, se encaminó por la calle Uría, hacia el centro de la ciudad. Como nunca había viajado no tenía los mecanismos de los que acostumbran a hacerlo. Sintió la punzada del hambre y buscó una taberna. No le fue difícil encontrar una ya cerca del Campo de San Francisco. Hasta se tomó un café con leche, que le entonó, junto a unos churros calentitos. Le sentaron de maravilla. Cuando pagó, pidió factura. Y lo que para él era normal, para el que atendía el bar cafetería supuso una sorpresa. Era la primera vez que le pedían algo parecido desde el otro lado de la barra.
—¿Qué es lo que quiere?
—Verá, es que estoy de viaje —explicó al ver la cara de extrañeza del camarero—, de negocios, ¿sabe? Y el contable de mi empresa me exige el justificante de cualquier gasto por pequeño que sea. Por eso le he pedido la factura del café y los churros.
—Pero, hombre, ¿cómo le voy a dar una factura por unos céntimos?
—Eso le digo yo a él —siguió con la mentira Antón—. Pero si no le presento el recibo correspondiente no me paga, y soy yo el que lo pone de mi bolsillo.
—Pues dígale a su jefe que es un tacaño y un intolerante.
—Qué más quisiera yo —la mentira, como todas, se hacía más grande.
—A ver, ¿le vale una nota firmada?
—Sí, claro, si no tiene usted recibos…
—Hombre, tengo el cuadernillo para apuntar las comandas de las mesas.
—Pues ahí me vale, e incluya cinco céntimos de propina. Por las molestias…
—Muy bien.
—Y muchas gracias, caballero. Es que unos céntimos de ahí, otros de aquí, y otros de más allá, al final del viaje suman más de un duro. Y si uno viaja mucho…
—Mira que hay gente rara —comentó el camarero según escribía.
—Ya me lo dice mi mujer —. En esto no mentía Antón.
—¿Qué le dice su mujer? —preguntó un tanto mosqueado el que le entregaba la nota.
—Esto…, que me atan muy de cerca en el trabajo.
—Ah… Pues no le falta razón.
—Oiga, otra cosa.
—Dígame. ¿No me irá a pedir un duplicado?
—No, no, no es eso.
—Menos mal.
—¿Sabe usted si, aquí en Oviedo, hay Registro de la propiedad para toda Asturias?
—Pues no le puedo decir. Ni lo había oído nombrar, aunque imagino lo que es. Pregunte usted mejor a un guardia municipal o acérquese al ayuntamiento, está muy cerca. Si quiere le indico.
—Y ya que es usted tan amable, también podría recomendarme una pensión para dormir esta noche.
—Pero bueno, no viaja tanto.
—Ya, pero es la primera vez que me mandan por aquí. No conocía Asturias.
—¡Covadonga! —gritó el camarero. Una mujer asomó detrás de una cortina al fondo de la barra.
—¿Qué quies, Froilán?
—¿Sabes tú de una pensión para este caballero?
—La de Llara ye bien llimpia.
—¿Cuál?
—La de Llara, la to cuñada, que paeces tontu.
—Ah, es verdad.
—Gracias, señora.
—De nada —contestó la mujer como queriendo decir: ¡homes!
—Con las indicaciones del camarero llegó al ayuntamiento sin problemas. En el bolsillo llevaba el justificante del desayuno y la dirección de la pensión muy limpia.
—Perdón, buenos días. Mire, vengo de Madrid.
—Me parece muy bien. ¿Y qué desea?
—Estoy buscando a un matrimonio de personas mayores.
—¿Y?
—Lo único que tengo es el nombre y la zona donde vivían o viven.
—Pues lo tiene usted difícil. Pero aquí en el ayuntamiento de Oviedo, si no son de este conceju poco podemos hacer.
—¿Y dónde podría encontrar información?
—Depende del conceju del que se trate.
—Sólo tengo como referencia un río: el arroyo Valomero.
—Lo siento, pero no lo conozco. Lo que sí sé es que en Villaviciosa, en el ayuntamiento, tienen un archivo muy importante. O en el Registro Civil, si tienen alguna propiedad pudiera ser que aparezcan. Pero nosotros no podemos ayudarle, lo siento, caballero de Madrid.
—No se preocupe, muchas gracias. De todas formas le quedo muy agradecido. Buenos días.
Reme llegó jadeante al puesto de la plaza de Olavide. Se apoyó en él y dio la noticia con una sonrisa en la boca y con palabras entrecortadas.
—Jose... li... llo, yastá, ya pued... des ir a lascuela.
—¿Has oído, José? —preguntó Venancio con alegría.
Joselillo, con cara de asombro seguía callado. No es fácil digerir que un sueño se convierta en realidad, y menos para quien está acostumbrado a no esperar nada de la vida más que jugarretas.
—¿No dices na, Joselillo? —insistió el hermano.
—No sé qué dicir, Reme.
—¿Cómo ha sío? —preguntó Venancio.
—La señorita Pepita tiene un amigo cura de los que dan clase allí, en la plaza de Chamberí, en un colegio nuevo y tién las aulas medio vacías. Yo creo que ha sío también por eso. Pué ir cuando quiera.
—Pos mañana te presentas allí, eh, José.
—Claro —Joselillo seguía impactado—. ¿Y qué tengo que llevar?
—No te procupes deso. Tiés questar a las nueve y preguntar por el hermano Zacarías, él tatenderá y te guiará.
—Entonces, tengo cavisar a Mendrugo —soltó Joselillo—. Ya me lo había advertido.
—¿El qué?
—Que quedaba poco para dejar de vernos. ¿Me puedo ir, Venan?
—Venga, tontaina, ¿a qué esperas? Y llévale un melón.
—No, no voy a ir cargao to el rato con él. Y además no me podría subir al tope del tranvía. Hasta luego.
—Como te vea yo… Éste, cualquier día, se nos mata.
—Calla, Venancio, calla, no digas eso, que llevamos una racha… ¡Y tú —gritó al que ya corría—, no te se olvides dir limpio!
—¡Tesperamos a comer! Pero eso de ir limpio va ser difícil, Reme, le gusta menos el agua que a los gatos.
—Pos entonces, después de comer, le cogemos entre las tres y le damos un buen fregao como a los cachorros y le dejamos mondao.
—No creo que se deje fregar como los cacharros —Venan sonrió—, está con las vergüenzas subidas… Hasta conmigo.
—Hay que ver cómo corre, quién pudiera.
—Tú no lo haces mal a pesar de to. Mencanta verte trotar.
—Ni que fuera la Perla. Aunque tú me ves con buenos ojos.
—A ti no te se pué mirar dotra forma. Ni siquiera el Satanás ese.
—Olé el salero madrileño, anda, enamoriscao, dame una lechuga grande y una coliflor pequeña —dijo una manola que miró a Reme de arriba abajo y harta de esperar a que le atendieran—. Te llevas una buena prenda, Venancio.
—Mire, hoy le salió gratis la compra, señora Bernarda. Eso, por decir verdades como puños.
—Sí —confirmó Reme—. Y en este caso, no ha perdido amistades (1) , sino que sa ganao la mía.
—Pues muchas gracias, zagalón. Y a ti prenda, también. Y pués venir tos los días que a mí decir verdades no me cuesta na y me regalan la compra —. Y Bernarda se fue tan contenta como se quedó la parejita.
—Ah, que me se olvidaba, la Gertru ha llevao a don Mauro el papel de la martícula de Joselillo. Se lan dao a la señorita Paulita esta mañana. Creo que ha pagao ella lascuela.
—Habrá que devolverlo. ¿La señorita es una vieja mu menudita con cara de buena persona que siempre te mira con una sonrisa tonta?
—Sí, seguro. Ella te conoce. Y según la retratas no pué ser otra, es una bendita.
Mientras tanto, Joselillo recibía el aire de septiembre en la cara subido en el tope del tranvía hacia el Rastro. Y poco a poco se hacía a la idea de ser un niño como los demás, él no se veía adolescente, no sabía ni lo que era, ni lo que implicaba para sus hormonas. Empezó a pensar cómo sería ir a la escuela todos los días; en cómo serían los maestros; en cuántas cosas iba a aprender. Sabría dónde está ese dichoso Rif, África, Cuba, Filipinas, lugares de los que había oído hablar tantas veces como del océano Pacífico y de ultramar. ¿Qué sería ultramar, sería como el Pacífico o cómo el Caribe? Tan absorto iba que se pasó la parada. No le importó, sólo el sopapo que recibió de un empleado de los tranvías. Así que, huyendo del segundo cachete se vio subir calle Curtidores arriba.
—¡Mendrugo! ¡Mendrugo! —gritó.
Pero Mendrugo no estaba. El puesto sí, el toldo también, pero el sillón se veía vacío. En su asiento vio un sobre, se acercó y reconoció su nombre escrito en él. Lo cogió y miró en su rededor. No vio a quien buscaba. Sacó del sobre una hoja escrita y la miró. Y sin ningún esfuerzo leyó:
“Sé que todavía no dominas la lectura, pero esta carta la podrás leer porque está escrita con la misma ilusión con la que va a ser leída. Por eso podrás hacerlo y entenderla. Ya sé las buenas noticias y agradezco las molestias que te has tomado para hacérmela llegar, así como el melón que no has podido traer. No te espero porque no sé despedirme y porque estoy seguro que valorarás más leer esta carta que despedirnos en persona, así sabrás lo que se siente y lo que te espera. Simplemente hay otra niña o niño que necesita lo mismo que tú necesitaste. No sé quién todavía, pero ella o él me encontrarán como me encontraste tú. Me gustaría que cogieras a Don Quijote de la Macha y te lo llevaras contigo, es aquel libro que sacaste del montón el día que nos conocimos. Es un regalo, el mejor que te puedo hacer después de mi amistad. Tantas veces como lo leas, tantas veces te acordarás de mí. Y, aunque no lo creas, serán muchas. Él te acompañará siempre, y siempre te sorprenderá. Yo, a cambio, veré tu cara en la de todos los niños y niñas anteriores, y las de ellos en el recuerdo de la tuya. Nunca dejes de preguntarte, nunca dejes de ser curioso, que aunque la curiosidad mata al gato, al hombre le hace libre. Un beso de tu amigo,
Mendrugo.
Posdata: Por favor, da la vuelta al cartel que hay tapando los libros del puesto. Gracias”.
Sin pensarlo dos veces, Joselillo levantó el cartón y busco el regalo, lo cogió, metió la carta entre sus páginas y lo sujetó entre las rodillas, mientras daba la vuelta al cartelón, donde no pudo leer:
Joselillo se encogió de hombres, rescató el libro de entre sus piernas y echó a correr. Dadas unas cuantas zancadas se paró, se giró y miró el sillón vacío a la sombra. Por un momento le pareció ver a Mendrugo diciéndole adiós con las dos manos. Pero le echó la culpa a su imaginación que jugaba con las luces y las sombras de un verano que había muerto ya. Se dio otra vez media vuelta y asido al libro comenzó de nuevo la carrera hacia un horizonte que le prometía todo lo que deseaba. Ya no se acordaba de tío Eliseo. Y si lo hacía, como en ese instante, era sin miedo, sin rencor. Lo había conseguido como le había dicho Venan. Ya miraba hacia otro lado, hacia donde debía mirar. Saltó al tope del tranvía más alegre que la ciudad que le tragaba. Cuando llegó otra vez a la plaza de Olavide, se encontró de cara con Bernarda, que le dijo:
—Cuidao con tu hermano, questá un poco tonto. Mientras esté ahí la novia, no vais a sacar un real, te lo digo yo.
Joselillo corrió con el libro en alto y al grito de “Mira, Venan, mira lo que ma regalao Mendrugo”. Cuando llegó al puesto vio las caras sorprendidas de Venancio y Reme.
—¿Ya estás aquí? —preguntó su hermano incrédulo.
—Claro, ¿no me ves?
—Pero, pero si tacabas dir —confirmó Reme con el mismo gesto de incredulidad.
—¿Qué dicís? La Bernarda tié razón, mejor será que mencargue yo del puesto. Tú —miró a su hermano y señaló a Reme—, y ésta, estáis tontos. O lo questéis es enamoriscaos.
—Pero no pué ser, José. Si tas ido casi con la Bernarda.
—¿Y esto qués? —enseñó el libro Joselillo—. ¿Que me lo he comprao? ¿Y la carta, qué, que la hescrito yo?
—A ver.
—Toma, pero te va dar igual, no sabes leer.
—Esta hoja no tié na escrito, José.
—¿Cómo que no? Trae pacá. ¿Estás ciego, Venan?
—Yo tampoco veo na escrito, Joselillo —confirmó Reme mientras se asomaba y Venancio daba vueltas a la hoja de papel y miraba el anverso y el reverso.
—Pos si queréis os la leo. Eso sí, hay que leerla con la misma ilusión questá escrita, si no, no sentiende.
—A ver, chavales, atendéis o qué. Hola, Reme —saludó don Cirilo.
—Hola, buenos días, Cirilo. ¡Qué alegría!
—Lo mismo digo, señorita. Perdona. Oye, quería dos kilos de tomates, un par de pepinos, tres cebollas si son grandes, si no, cuatro y una lechuga.
—Pongo yo los tomates, José, tú el resto, anda.
—Sí, pero dame la carta, anda —exigió Joselillo, que la volvió a meter entre las hojas del libro y lo dejó debajo del puesto.
—¿Va pa casa, Cirilo?
—Sí, hija, para allá voy.
—Pos nos volvemos juntos.
—Mira qué bien acompañado voy a ir. Seguro que alguien se muere de envidia.
—Espero que no —contestó Reme con algunos colores en las mejillas.
—Vamos hija, que estos se tienen que ganar el pan.
—Hasta luego, nos vemos a la hora de comer.
Justo después de Cirilo, entró en casa Carmina, cuando aquél dejaba la compra en la mesa de la cocina.
—¿No me digas que has arreglado la cerradura y todo?
—Y todo. Antes de irme.
—¿Y qué pasaba?
—Un tornillo, que estaba un poquito suelto.
—Si lo que no sepas hacer tú... Qué gusto, pensaba que cualquier día me quedaba en la calle.
—También la he aceitado. Y el pago para que Israel sea mozo de cuota(2) . Eso también lo solucionado.
—¿O sea que puede, mejor dicho, podemos olvidarnos de que vaya a la guerra?
—Sí, tendrá que hacer el periodo de instrucción y luego un destino aquí en Madrid. Y los dos también pueden olvidarse de cualquier herencia.
—Si lo hicimos por Javier, ¿no íbamos a hacerlo por Israel?
—Eso estaba claro. Y a ver si nos dura el dinero lo que nos tiene que durar. Sino, algo tendrán que devolver uno y otro.
—¿No lo dirás en serio?
—Si lo necesitamos y lo tienen sí. Y también te digo que espero que no se lo tengamos que pedir.
—Pues ya lo sabes, menos libros y menos pinturitas y más ahorro.
—Sí, como si el problema de esta familia fuera el gasto en cultura. No creo que a ti te regalen los hilos y las telas.
—Vamos, para una distracción que tiene una, que está todo el día dale que te pego a la bayeta.
—Hombre, yo no le doy a la bayeta, pero he sostenido a esta familia durante muchos años.
—¿Me estas echando algo en cara, Cirilo?
—No, para nada, sólo te contesto al restriegue de bayeta que me has hecho.
—Pero te has jubilado. Y la bayeta, me parece a mí que no va a jubilarse nunca.
—Cada uno ha de cumplir con su papel, a ver si ahora voy a ser yo responsable de que hayas nacido mujer. Sois vosotras las que deberíais luchar porque el sexo de una persona no le marque negativamente la vida. Porque pobre de vosotras si pensáis que los hombres lo vamos a hacer.
—Sí, claro. Pero con hombres como tú, ¿qué podemos esperar?
—Yo me sumaría a vuestra causa con mucho gusto, pero no me lo argumentes en el plano personal. Yo siempre he querido que fueras independiente, nunca te he obligado a nada, siempre has podido elegir. Otra cosa es que la sociedad en que vivimos te lo haya permitido.
—Qué fácil es echarle la culpa a los demás.
—Sólo digo que no me corresponde a mí enarbolar esa bandera. Y mientras haya más mujeres que quieren el papel de mantenidas que ser independientes, la cuestión no cambiará. Los hombres están muy cómodos donde están y tampoco se dan cuenta ni les preocupa la mujer.
—Pues mira, me has dado una idea.
—Será la primera que tengas.
—No empieces, Cirilo.
—Lo decía sin segundas intenciones. Ahora, plantéate que no sólo te pones en contra de los maridos de tus amigas, sino de ellas mismas. Porque no conozco a ninguna que quiera cambiar ahora. Seguro que todas te van a decir lo mismo.
—¿Y qué crees tú que me van a decir?
—Que con la edad que tenéis, dónde vais.
—Y tienen razón. Bueno, pues si ellas no, las jóvenes si querrán.
—¿Las jóvenes? Mientras que a las mujeres no les paguen igual que a los hombres, no creo yo que no vean el casorio como única salida. Ésas, las que tienen que luchar día a día para llegar al siguiente. Y a las señoritingas no las vas a convencer de que renuncien a sus dotes y a sus privilegios por trabajar.
—Muy claro lo tienes, ¿no?
—Porque lo he pensado. Sólo tienes que fijarte en la Iglesia Católica.
—Pues a la Virgen María la tienen ahí, en gran estima.
—Sí, como madre de Dios y mujer virtuosa. Se han tenido que inventar que engendró sin intervención de hombre alguno. Eso sí que tiene mérito, bueno, eso y lo de creérselo, claro.
—Es lo que nos enseñan.
—Acabas de poner el dedo en la llaga (3) , al menos, eso cree este descreído. Mientras nos cuenten cuentos y nosotros les creamos, vamos aviados.
—O sea, que según su señoría, no podemos hacer nada. Tú siempre tan positivo —ironizó Carmina.
—No, Carmina, no digo que no podamos hacer nada, sino poco. Ahora bien, estoy seguro de que ese poco será vital para alcanzar cierta igualdad entre hombres y mujeres, pero no pienso que ni tú ni lo vayamos a ver.
—Pues no sé si lo sabes, pero ya hay una mujer abogada, una tal Clara Campoamor (4) .
—Bien recibida sea la noticia, a ver si cambia algo esto, porque entre unos y otros, está manga por hombro.
—Bueno, y volviendo al tema de Israel. ¿Se lo has dicho ya?
—No, no he tenido tiempo.
—Pero le gustará saberlo, ya sabes como es.
—Le mandaré un billete (5) a su casa o al trabajo con un mozo de cuerdas. Será más rápido que por correo ordinario y más barato que con un simón.
—Más barato y más correcto sería que se lo dijeras tú en persona, vamos, digo yo.
—O tú. ¿No quieres igualdad? Yo ya he ido realizar los trámites con la aseguradora. Y me gustaría pintar tanto como a ti bordar.
—Tonterías, eso es cosa de hombres.
Cuando esa tarde llegaron a Huerta Baja, se encontraron con Manolo que echaba un ojo a las lechugas.
—A las buenas, ¿qué tal? Espero que no os moleste queche un ojo al huerto. Pienso respetar vuestras siembras, y cambiaré en la mía lo caya que ajustar.
—No, no importa. Estás en tu huerto, ¿no? —contestó Venancio—. José empieza a descargar, ahora voy yo.
—Casi, pero en toavía es vuestro. Por cierto, estarás contento con lo que la caído a tu tío —. Venancio estuvo a punto de explotar, pero cayó. Era muy reservado y en el pueblo tenía fama de tal, como su hermano —. Ni así te sacamos un comentario, mozo. ¿No digas que no lo has pensao por lo menos? Vamos, cun cabronazo así, que se carga a tus padres, sólo pue tener una respuesta, ta claro.
—Hay otras respuestas —contestó Venancio que se acercó donde estaba liado con la descarga Joselillo.
—Venga ya —dijo con desprecio el Garzo acercándose a ellos—. Cualquiera que haga algo así se merece el garrote.
—O el perdón —añadió Venancio por lo que Joselillo le miró un tanto sorprendido y contento.
—Venancio, tú estás loco. Eso es pa los curas. Quellos le perdonen, pero quel verdugo lo ajusticie primero, o al revés, mes igual. Desde luego, el día que lo maten, aquí, en el pueblo, hacemos fiesta seguro. Nos ha perjudicao sólo a vosotros. Habrá que oír qué dicen las gentes ahora de Pozuelo. Estaremos en boca de to el mundo. Como si tos fuéramos igual que tío Eliseo.
—Pos yo a la fiesta esa no iré. Ya miro pa otro lao. No minteresa el tío Eliseo, ni su muerte, ni su vida.
—Y a mí tampoco —se sumó Joselillo sonriendo a su hermano—. Me dao cuenta al volver del Rastro, como mabías dicho tú.
—Malegro, José. Vamos acabar con esto, anda.
Al ver la postura que los dos huérfanos habían adoptado, Manolo supo que sobraba y se despidió. Aquéllos acabaron de separar lo que correspondía a los cerdos y al mercado para el día siguiente, y después de vaciar casi el botijo, se pusieron a la faena en la huerta, todavía quedaba mucho sol. Ya solos los hermanos, Venancio recordó a Joselillo que antes de acostarse tenía que lavarse entero, cabeza y todo.
—¿Y pa qué, si mañana mensuciaré otra vez?
—Pues no comas, porque mañana seguro que quiés comer otra vez.
—¿Y tú?
—Yo me lavo tos los días.
—Sí, ya.
—¿Tú te crees que siendo novio de la Reme no voy a lavarme? Pa eso las mujeres son mu quejicosas, ya te lo advierto pa cuando tenamores. De todas formas, pa que veas, nos lavamos juntos.
—No, deso, na. Primero tú y luego yo.
—Vale, como quieras, pero tú mañana vas limpio a la escuela como yo me llamo Venancio.
—¿Qué es lo que quiere?
—Verá, es que estoy de viaje —explicó al ver la cara de extrañeza del camarero—, de negocios, ¿sabe? Y el contable de mi empresa me exige el justificante de cualquier gasto por pequeño que sea. Por eso le he pedido la factura del café y los churros.
—Pero, hombre, ¿cómo le voy a dar una factura por unos céntimos?
—Eso le digo yo a él —siguió con la mentira Antón—. Pero si no le presento el recibo correspondiente no me paga, y soy yo el que lo pone de mi bolsillo.
—Pues dígale a su jefe que es un tacaño y un intolerante.
—Qué más quisiera yo —la mentira, como todas, se hacía más grande.
—A ver, ¿le vale una nota firmada?
—Sí, claro, si no tiene usted recibos…
—Hombre, tengo el cuadernillo para apuntar las comandas de las mesas.
—Pues ahí me vale, e incluya cinco céntimos de propina. Por las molestias…
—Muy bien.
—Y muchas gracias, caballero. Es que unos céntimos de ahí, otros de aquí, y otros de más allá, al final del viaje suman más de un duro. Y si uno viaja mucho…
—Mira que hay gente rara —comentó el camarero según escribía.
—Ya me lo dice mi mujer —. En esto no mentía Antón.
—¿Qué le dice su mujer? —preguntó un tanto mosqueado el que le entregaba la nota.
—Esto…, que me atan muy de cerca en el trabajo.
—Ah… Pues no le falta razón.
—Oiga, otra cosa.
—Dígame. ¿No me irá a pedir un duplicado?
—No, no, no es eso.
—Menos mal.
—¿Sabe usted si, aquí en Oviedo, hay Registro de la propiedad para toda Asturias?
—Pues no le puedo decir. Ni lo había oído nombrar, aunque imagino lo que es. Pregunte usted mejor a un guardia municipal o acérquese al ayuntamiento, está muy cerca. Si quiere le indico.
—Y ya que es usted tan amable, también podría recomendarme una pensión para dormir esta noche.
—Pero bueno, no viaja tanto.
—Ya, pero es la primera vez que me mandan por aquí. No conocía Asturias.
—¡Covadonga! —gritó el camarero. Una mujer asomó detrás de una cortina al fondo de la barra.
—¿Qué quies, Froilán?
—¿Sabes tú de una pensión para este caballero?
—La de Llara ye bien llimpia.
—¿Cuál?
—La de Llara, la to cuñada, que paeces tontu.
—Ah, es verdad.
—Gracias, señora.
—De nada —contestó la mujer como queriendo decir: ¡homes!
—Con las indicaciones del camarero llegó al ayuntamiento sin problemas. En el bolsillo llevaba el justificante del desayuno y la dirección de la pensión muy limpia.
—Perdón, buenos días. Mire, vengo de Madrid.
—Me parece muy bien. ¿Y qué desea?
—Estoy buscando a un matrimonio de personas mayores.
—¿Y?
—Lo único que tengo es el nombre y la zona donde vivían o viven.
—Pues lo tiene usted difícil. Pero aquí en el ayuntamiento de Oviedo, si no son de este conceju poco podemos hacer.
—¿Y dónde podría encontrar información?
—Depende del conceju del que se trate.
—Sólo tengo como referencia un río: el arroyo Valomero.
—Lo siento, pero no lo conozco. Lo que sí sé es que en Villaviciosa, en el ayuntamiento, tienen un archivo muy importante. O en el Registro Civil, si tienen alguna propiedad pudiera ser que aparezcan. Pero nosotros no podemos ayudarle, lo siento, caballero de Madrid.
—No se preocupe, muchas gracias. De todas formas le quedo muy agradecido. Buenos días.
———— o O o ————
Reme llegó jadeante al puesto de la plaza de Olavide. Se apoyó en él y dio la noticia con una sonrisa en la boca y con palabras entrecortadas.
—Jose... li... llo, yastá, ya pued... des ir a lascuela.
—¿Has oído, José? —preguntó Venancio con alegría.
Joselillo, con cara de asombro seguía callado. No es fácil digerir que un sueño se convierta en realidad, y menos para quien está acostumbrado a no esperar nada de la vida más que jugarretas.
—¿No dices na, Joselillo? —insistió el hermano.
—No sé qué dicir, Reme.
—¿Cómo ha sío? —preguntó Venancio.
—La señorita Pepita tiene un amigo cura de los que dan clase allí, en la plaza de Chamberí, en un colegio nuevo y tién las aulas medio vacías. Yo creo que ha sío también por eso. Pué ir cuando quiera.
—Pos mañana te presentas allí, eh, José.
—Claro —Joselillo seguía impactado—. ¿Y qué tengo que llevar?
—No te procupes deso. Tiés questar a las nueve y preguntar por el hermano Zacarías, él tatenderá y te guiará.
—Entonces, tengo cavisar a Mendrugo —soltó Joselillo—. Ya me lo había advertido.
—¿El qué?
—Que quedaba poco para dejar de vernos. ¿Me puedo ir, Venan?
—Venga, tontaina, ¿a qué esperas? Y llévale un melón.
—No, no voy a ir cargao to el rato con él. Y además no me podría subir al tope del tranvía. Hasta luego.
—Como te vea yo… Éste, cualquier día, se nos mata.
—Calla, Venancio, calla, no digas eso, que llevamos una racha… ¡Y tú —gritó al que ya corría—, no te se olvides dir limpio!
—¡Tesperamos a comer! Pero eso de ir limpio va ser difícil, Reme, le gusta menos el agua que a los gatos.
—Pos entonces, después de comer, le cogemos entre las tres y le damos un buen fregao como a los cachorros y le dejamos mondao.
—No creo que se deje fregar como los cacharros —Venan sonrió—, está con las vergüenzas subidas… Hasta conmigo.
—Hay que ver cómo corre, quién pudiera.
—Tú no lo haces mal a pesar de to. Mencanta verte trotar.
—Ni que fuera la Perla. Aunque tú me ves con buenos ojos.
—A ti no te se pué mirar dotra forma. Ni siquiera el Satanás ese.
—Olé el salero madrileño, anda, enamoriscao, dame una lechuga grande y una coliflor pequeña —dijo una manola que miró a Reme de arriba abajo y harta de esperar a que le atendieran—. Te llevas una buena prenda, Venancio.
—Mire, hoy le salió gratis la compra, señora Bernarda. Eso, por decir verdades como puños.
—Sí —confirmó Reme—. Y en este caso, no ha perdido amistades (1) , sino que sa ganao la mía.
—Pues muchas gracias, zagalón. Y a ti prenda, también. Y pués venir tos los días que a mí decir verdades no me cuesta na y me regalan la compra —. Y Bernarda se fue tan contenta como se quedó la parejita.
—Ah, que me se olvidaba, la Gertru ha llevao a don Mauro el papel de la martícula de Joselillo. Se lan dao a la señorita Paulita esta mañana. Creo que ha pagao ella lascuela.
—Habrá que devolverlo. ¿La señorita es una vieja mu menudita con cara de buena persona que siempre te mira con una sonrisa tonta?
—Sí, seguro. Ella te conoce. Y según la retratas no pué ser otra, es una bendita.
Mientras tanto, Joselillo recibía el aire de septiembre en la cara subido en el tope del tranvía hacia el Rastro. Y poco a poco se hacía a la idea de ser un niño como los demás, él no se veía adolescente, no sabía ni lo que era, ni lo que implicaba para sus hormonas. Empezó a pensar cómo sería ir a la escuela todos los días; en cómo serían los maestros; en cuántas cosas iba a aprender. Sabría dónde está ese dichoso Rif, África, Cuba, Filipinas, lugares de los que había oído hablar tantas veces como del océano Pacífico y de ultramar. ¿Qué sería ultramar, sería como el Pacífico o cómo el Caribe? Tan absorto iba que se pasó la parada. No le importó, sólo el sopapo que recibió de un empleado de los tranvías. Así que, huyendo del segundo cachete se vio subir calle Curtidores arriba.
—¡Mendrugo! ¡Mendrugo! —gritó.
Pero Mendrugo no estaba. El puesto sí, el toldo también, pero el sillón se veía vacío. En su asiento vio un sobre, se acercó y reconoció su nombre escrito en él. Lo cogió y miró en su rededor. No vio a quien buscaba. Sacó del sobre una hoja escrita y la miró. Y sin ningún esfuerzo leyó:
Ed. Saturnino Calleja, 1905. De todocoleccion net |
Mendrugo.
Posdata: Por favor, da la vuelta al cartel que hay tapando los libros del puesto. Gracias”.
Sin pensarlo dos veces, Joselillo levantó el cartón y busco el regalo, lo cogió, metió la carta entre sus páginas y lo sujetó entre las rodillas, mientras daba la vuelta al cartelón, donde no pudo leer:
“1 GRATIS, MÁS DE UNO 10.000 REALES.
RESPETA A LOS DEMÁS,
NO POR SER UN APROVECHADO VAS A SER MÁS FELIZ”.
Joselillo se encogió de hombres, rescató el libro de entre sus piernas y echó a correr. Dadas unas cuantas zancadas se paró, se giró y miró el sillón vacío a la sombra. Por un momento le pareció ver a Mendrugo diciéndole adiós con las dos manos. Pero le echó la culpa a su imaginación que jugaba con las luces y las sombras de un verano que había muerto ya. Se dio otra vez media vuelta y asido al libro comenzó de nuevo la carrera hacia un horizonte que le prometía todo lo que deseaba. Ya no se acordaba de tío Eliseo. Y si lo hacía, como en ese instante, era sin miedo, sin rencor. Lo había conseguido como le había dicho Venan. Ya miraba hacia otro lado, hacia donde debía mirar. Saltó al tope del tranvía más alegre que la ciudad que le tragaba. Cuando llegó otra vez a la plaza de Olavide, se encontró de cara con Bernarda, que le dijo:
—Cuidao con tu hermano, questá un poco tonto. Mientras esté ahí la novia, no vais a sacar un real, te lo digo yo.
Joselillo corrió con el libro en alto y al grito de “Mira, Venan, mira lo que ma regalao Mendrugo”. Cuando llegó al puesto vio las caras sorprendidas de Venancio y Reme.
—¿Ya estás aquí? —preguntó su hermano incrédulo.
—Claro, ¿no me ves?
—Pero, pero si tacabas dir —confirmó Reme con el mismo gesto de incredulidad.
—¿Qué dicís? La Bernarda tié razón, mejor será que mencargue yo del puesto. Tú —miró a su hermano y señaló a Reme—, y ésta, estáis tontos. O lo questéis es enamoriscaos.
—Pero no pué ser, José. Si tas ido casi con la Bernarda.
—¿Y esto qués? —enseñó el libro Joselillo—. ¿Que me lo he comprao? ¿Y la carta, qué, que la hescrito yo?
—A ver.
—Toma, pero te va dar igual, no sabes leer.
—Esta hoja no tié na escrito, José.
—¿Cómo que no? Trae pacá. ¿Estás ciego, Venan?
—Yo tampoco veo na escrito, Joselillo —confirmó Reme mientras se asomaba y Venancio daba vueltas a la hoja de papel y miraba el anverso y el reverso.
—Pos si queréis os la leo. Eso sí, hay que leerla con la misma ilusión questá escrita, si no, no sentiende.
—A ver, chavales, atendéis o qué. Hola, Reme —saludó don Cirilo.
—Hola, buenos días, Cirilo. ¡Qué alegría!
—Lo mismo digo, señorita. Perdona. Oye, quería dos kilos de tomates, un par de pepinos, tres cebollas si son grandes, si no, cuatro y una lechuga.
—Pongo yo los tomates, José, tú el resto, anda.
—Sí, pero dame la carta, anda —exigió Joselillo, que la volvió a meter entre las hojas del libro y lo dejó debajo del puesto.
—¿Va pa casa, Cirilo?
—Sí, hija, para allá voy.
—Pos nos volvemos juntos.
—Mira qué bien acompañado voy a ir. Seguro que alguien se muere de envidia.
—Espero que no —contestó Reme con algunos colores en las mejillas.
—Vamos hija, que estos se tienen que ganar el pan.
—Hasta luego, nos vemos a la hora de comer.
———— o O o ————
Justo después de Cirilo, entró en casa Carmina, cuando aquél dejaba la compra en la mesa de la cocina.
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—Y todo. Antes de irme.
—¿Y qué pasaba?
—Un tornillo, que estaba un poquito suelto.
—Si lo que no sepas hacer tú... Qué gusto, pensaba que cualquier día me quedaba en la calle.
—También la he aceitado. Y el pago para que Israel sea mozo de cuota(2) . Eso también lo solucionado.
—¿O sea que puede, mejor dicho, podemos olvidarnos de que vaya a la guerra?
—Sí, tendrá que hacer el periodo de instrucción y luego un destino aquí en Madrid. Y los dos también pueden olvidarse de cualquier herencia.
—Si lo hicimos por Javier, ¿no íbamos a hacerlo por Israel?
—Eso estaba claro. Y a ver si nos dura el dinero lo que nos tiene que durar. Sino, algo tendrán que devolver uno y otro.
—¿No lo dirás en serio?
—Si lo necesitamos y lo tienen sí. Y también te digo que espero que no se lo tengamos que pedir.
—Pues ya lo sabes, menos libros y menos pinturitas y más ahorro.
—Sí, como si el problema de esta familia fuera el gasto en cultura. No creo que a ti te regalen los hilos y las telas.
—Vamos, para una distracción que tiene una, que está todo el día dale que te pego a la bayeta.
—Hombre, yo no le doy a la bayeta, pero he sostenido a esta familia durante muchos años.
—¿Me estas echando algo en cara, Cirilo?
—No, para nada, sólo te contesto al restriegue de bayeta que me has hecho.
—Pero te has jubilado. Y la bayeta, me parece a mí que no va a jubilarse nunca.
—Cada uno ha de cumplir con su papel, a ver si ahora voy a ser yo responsable de que hayas nacido mujer. Sois vosotras las que deberíais luchar porque el sexo de una persona no le marque negativamente la vida. Porque pobre de vosotras si pensáis que los hombres lo vamos a hacer.
—Sí, claro. Pero con hombres como tú, ¿qué podemos esperar?
—Yo me sumaría a vuestra causa con mucho gusto, pero no me lo argumentes en el plano personal. Yo siempre he querido que fueras independiente, nunca te he obligado a nada, siempre has podido elegir. Otra cosa es que la sociedad en que vivimos te lo haya permitido.
—Qué fácil es echarle la culpa a los demás.
—Sólo digo que no me corresponde a mí enarbolar esa bandera. Y mientras haya más mujeres que quieren el papel de mantenidas que ser independientes, la cuestión no cambiará. Los hombres están muy cómodos donde están y tampoco se dan cuenta ni les preocupa la mujer.
—Pues mira, me has dado una idea.
—Será la primera que tengas.
—No empieces, Cirilo.
—Lo decía sin segundas intenciones. Ahora, plantéate que no sólo te pones en contra de los maridos de tus amigas, sino de ellas mismas. Porque no conozco a ninguna que quiera cambiar ahora. Seguro que todas te van a decir lo mismo.
—¿Y qué crees tú que me van a decir?
—Que con la edad que tenéis, dónde vais.
—Y tienen razón. Bueno, pues si ellas no, las jóvenes si querrán.
—¿Las jóvenes? Mientras que a las mujeres no les paguen igual que a los hombres, no creo yo que no vean el casorio como única salida. Ésas, las que tienen que luchar día a día para llegar al siguiente. Y a las señoritingas no las vas a convencer de que renuncien a sus dotes y a sus privilegios por trabajar.
—Muy claro lo tienes, ¿no?
—Porque lo he pensado. Sólo tienes que fijarte en la Iglesia Católica.
—Pues a la Virgen María la tienen ahí, en gran estima.
—Sí, como madre de Dios y mujer virtuosa. Se han tenido que inventar que engendró sin intervención de hombre alguno. Eso sí que tiene mérito, bueno, eso y lo de creérselo, claro.
—Es lo que nos enseñan.
—Acabas de poner el dedo en la llaga (3) , al menos, eso cree este descreído. Mientras nos cuenten cuentos y nosotros les creamos, vamos aviados.
—O sea, que según su señoría, no podemos hacer nada. Tú siempre tan positivo —ironizó Carmina.
—No, Carmina, no digo que no podamos hacer nada, sino poco. Ahora bien, estoy seguro de que ese poco será vital para alcanzar cierta igualdad entre hombres y mujeres, pero no pienso que ni tú ni lo vayamos a ver.
—Pues no sé si lo sabes, pero ya hay una mujer abogada, una tal Clara Campoamor (4) .
—Bien recibida sea la noticia, a ver si cambia algo esto, porque entre unos y otros, está manga por hombro.
—Bueno, y volviendo al tema de Israel. ¿Se lo has dicho ya?
—No, no he tenido tiempo.
—Pero le gustará saberlo, ya sabes como es.
—Le mandaré un billete (5) a su casa o al trabajo con un mozo de cuerdas. Será más rápido que por correo ordinario y más barato que con un simón.
—Más barato y más correcto sería que se lo dijeras tú en persona, vamos, digo yo.
—O tú. ¿No quieres igualdad? Yo ya he ido realizar los trámites con la aseguradora. Y me gustaría pintar tanto como a ti bordar.
—Tonterías, eso es cosa de hombres.
———— o O o ————
Cuando esa tarde llegaron a Huerta Baja, se encontraron con Manolo que echaba un ojo a las lechugas.
—A las buenas, ¿qué tal? Espero que no os moleste queche un ojo al huerto. Pienso respetar vuestras siembras, y cambiaré en la mía lo caya que ajustar.
—No, no importa. Estás en tu huerto, ¿no? —contestó Venancio—. José empieza a descargar, ahora voy yo.
—Casi, pero en toavía es vuestro. Por cierto, estarás contento con lo que la caído a tu tío —. Venancio estuvo a punto de explotar, pero cayó. Era muy reservado y en el pueblo tenía fama de tal, como su hermano —. Ni así te sacamos un comentario, mozo. ¿No digas que no lo has pensao por lo menos? Vamos, cun cabronazo así, que se carga a tus padres, sólo pue tener una respuesta, ta claro.
—Hay otras respuestas —contestó Venancio que se acercó donde estaba liado con la descarga Joselillo.
—Venga ya —dijo con desprecio el Garzo acercándose a ellos—. Cualquiera que haga algo así se merece el garrote.
—O el perdón —añadió Venancio por lo que Joselillo le miró un tanto sorprendido y contento.
—Venancio, tú estás loco. Eso es pa los curas. Quellos le perdonen, pero quel verdugo lo ajusticie primero, o al revés, mes igual. Desde luego, el día que lo maten, aquí, en el pueblo, hacemos fiesta seguro. Nos ha perjudicao sólo a vosotros. Habrá que oír qué dicen las gentes ahora de Pozuelo. Estaremos en boca de to el mundo. Como si tos fuéramos igual que tío Eliseo.
—Pos yo a la fiesta esa no iré. Ya miro pa otro lao. No minteresa el tío Eliseo, ni su muerte, ni su vida.
—Y a mí tampoco —se sumó Joselillo sonriendo a su hermano—. Me dao cuenta al volver del Rastro, como mabías dicho tú.
—Malegro, José. Vamos acabar con esto, anda.
Al ver la postura que los dos huérfanos habían adoptado, Manolo supo que sobraba y se despidió. Aquéllos acabaron de separar lo que correspondía a los cerdos y al mercado para el día siguiente, y después de vaciar casi el botijo, se pusieron a la faena en la huerta, todavía quedaba mucho sol. Ya solos los hermanos, Venancio recordó a Joselillo que antes de acostarse tenía que lavarse entero, cabeza y todo.
—¿Y pa qué, si mañana mensuciaré otra vez?
—Pues no comas, porque mañana seguro que quiés comer otra vez.
—¿Y tú?
—Yo me lavo tos los días.
—Sí, ya.
—¿Tú te crees que siendo novio de la Reme no voy a lavarme? Pa eso las mujeres son mu quejicosas, ya te lo advierto pa cuando tenamores. De todas formas, pa que veas, nos lavamos juntos.
—No, deso, na. Primero tú y luego yo.
—Vale, como quieras, pero tú mañana vas limpio a la escuela como yo me llamo Venancio.
———— o O o ————
Si pensamos en lo que tenía que ocurrir para que un crío de trece años, aproximadamente, pudiera acceder a la educación (la muerte de su padre y de su madre a manos de su tío, los maltratos recibidos en sus carnes, el trabajo, etc.), acaso deduzcamos que no hubiera merecido la pena. Pero la vida escribe nuestras historias personales, lógicamente, según los cánones del género dramático: drama, tragedia, comedia, tragicomedia, farsa, etc., porque, en cuanto a formato, todas son biografías. Joselillo hubo de perder mucho para pisar un aula, amén de todas las ayudas que hubo de recibir de la señorita Paulita con sus contactos, de la señora Casta con su generosidad, y la de don Mauro que también hizo lo suyo, con su dinero y amistades. Mendrugo, un librero de viejo, al que le venía igual despertó aún más la curiosidad de aquel muchacho ya de por sí curioso y despierto. He de reconocer que me duele más que un niño muera de hambre, que otro muera de ignorancia; aunque ningún caso debería darse. Pero aquel que muere por falta de alimentos no tiene tiempo para una biografía, sólo para una lápida en nuestra conciencia. En cambio el otro, el ignorante, no la escribe, se la escriben. Creo que aún hoy, en los centros de enseñanza, en los ambientes familiares nadie nos enseña a pensar, y aquéllos que vocean este error garrafal, terminan por ser acallados por esos negros
(6)
que escriben las biografías ajenas según se las dicta y se las paga. ¿Pero quién, quién se las paga? Ese es el asunto, ¿a quién le interesa que no pensemos, que no tengamos la posibilidad de explotar nuestra característica más intrínseca como es la libertad de decidir, lo que la religión católica ha bautizado como libre albedrío? ¿Por qué es mejor trabajar que ociar, cuando todos deseamos lo segundo? ¿Por qué al Sur no le deja el Norte pasar tranquilamente calor y dar palmas o tocar la pandereta? Eso sí, cuando el Norte se quiere divertir acude al Sur. Elegir, sabiendo lo que te juegas, es vivir, es escribir tu biografía en la piedra. Obedecer, porque te dicen por ahí, es vegetar sin escribir nada ni en el aire. Don Quijote sólo me da pena y asusta cuando se vuelve cuerdo y muere. En su locura es maravilloso, e incluso me atrevería a decir que sabio, y más cuando se junta con la naturaleza en su más humana concepción, un gordito ignorante y comilón con ansias de grandeza, sin ganas de hacer daño a nadie y bien a su hija Sanchica y a su mujer Teresa (o Juana), a quien le escriben más de un guión para que interprete una comedia para holganza de duques e hijosdalgos, por no decir otros hijos malsonantes. Largo me lo fías, Sancho, largo me lo fías.
Perdón por la digresión.
[Continuará]
(1)
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Sin duda Reme se refiere al refrán: El que dice verdades pierde sus amistades, o a otra de sus muchas variantes. El Arcipreste de Hita, Juan Ruiz, lo escribió en su Libro del Buen Amor, 1330 y 1343: «[…] / Por las verdades se pierden los amigos, / et por las non decir se facen desamigos […]». Red ediciones, S.L., 2012, pág 46, estrofa 165.
(2)
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Mozo de cuota. «[…] A partir de la ley de 1912 se decretó que el servicio militar era personal e insustituible, por lo que no se consentían ni las redenciones ni las sustituciones. Sin embargo, se creó la figura de los mozos de cuota que por el pago de una ¡cuota' lograban acortar el tiempo de permanencia en filas y en ocasiones cambiar el lugar de prestación del servicio. En la práctica, el sistema no era más que una continuación de la antigua exención, pero ahora parcial […]». Fuente: Quintas y servicio militar: Aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción (Lleida, 1878-1960), J. Fidel MOLINA LUQUE, Universitat de Lleida. Incluso existía un seguro según reza el texto del anuncio de la imagen: «REEMPLAZO DE 1898. QUINTAS. REDENCIÓN DEL SERVICIO MILITAR. L UNIÓN ESPAÑOLA SOIEDAD COMANDITARIA. Rambla Flores, 17 pral. - BARCELONA. Esta compañía, única que redimió a los excedentes de cupo del 94, tiene establecida en favor de los niños y jóvenes de todas edades hasta los 18 años, la inscripción preventiva de quintas, de pago mensual, trimestral ó anual á voluntad de los interesados. Por pequeñas cuotas desde ptas 3'90 adquieren la liberación del servicio militar que en su día les corresponda. Pídanse condiciones si convienen. La presente circular se concreta á la redención de los mozos sorteables el 13 Febrero próximo. Depositario general: EL BANCO DE ESPAÑA».
(3)
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DRAE, 2014, 23ª edición, «[…] poner el ~ en la llaga. 1. loc. verb. Conocer y señalar el verdadero origen de un mal, el punto difícil de una cuestión, aquello que más afecta a la persona de quien se habla. […]». En espanolenamerica.wordpress.com podemos leer que «[…] Es una locución verbal cuyo origen es evangélico […]». Y en es.answers.yahoo.com: «[…] El origen de esta frase se encuentra en el Evangelio de San Juan, concretamente en el relato de la incredulidad de Tomás ante la aparición de Jesús resucitado (Jn 20, 25). Según el citado evangelio, Tomás no solo dudó del testimonio de sus hermanos; exigió además ver para creer: 'Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré' […]».
(4)
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Efectivamente según uv.es Clara Campoamor (Madrid, 18881 – Lausana, 1972) «[…] en 1925 fue nombrada miembro del colegio de Abogados, fecha en la que inició sus actividades políticas[…]». Y según Wikipedia «[…]con 36 años, se convirtió en una de las pocas abogadas españolas de la época, y pasó a ejercer su profesión […]». Esta gran y luchadora persona sigue viva entre nosotros a través de una asociación que «[…] fue fundada en 1985 por un grupo de mujeres del movimiento feminista, por la necesidad imperante de defender los DERECHOS DE LA MUJER ante una continua transgresión de los mismos, tanto en el mundo laboral y profesional, sanitario, cultural o familiar, como por la indefensión de la mujer víctima de delitos sexuales y agresiones […]».
(6) [Volver]
Negro en el mundo editorial es aquel escritor que siendo autor de una obra la firma otro, el cuál le ha pagado por hacerlo. DRAE, 2014, 23ª edición, «negro. […] m. Persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios […]».
Bueno JC ya me he puesto al día!
ResponderEliminarMadre mía, la de cosas que han pasado. Me gusta mucho la Carmina esa que anda por ahí y las cosas que ha dicho el marido, sobre todo en lo de que las mujeres cobramos menos, todavía hoy pasa eso.
Me encanta que los chicos pasen página con lo de su tío, es lo mejor "quien no es nombrado ni recordado no existe"
Me ha hecho mucha gracia lo de la foto para el periódico, yo había visto fotos de pedida de mano hace muchos años y de boda pero así de la novia no.
Las maestrillas me recuerdan a unas señoritas dónde estuvo mi madre trabajando unos años y en dónde yo descubrí un mundo maravilloso: sillas que se hacían escaleras, belenes con luz eléctrica y agua corriente, muñecos que salían del altillo del armario para venir a parar a mis manos.
Me has hecho pasar un buen rato!!
En realidad la foto es una excusa que usa don Mauro para tener una foto de ella y sacar información a Gertru. Tú tienes razón en lo que dices. El resto de lo que me cuentas también me hace a mí retroceder en el tiempo. Me siento muy satisfecho por lo que me cuentas. Un abrazo y muchas gracias por tus comentarios. JC.
EliminarBeatriz me ha quitado hoy el podium, ja, ja. Yo también he pasado un buen rato, no solo con tu digresión y tus verdades manifiestas, sino con el devenir de la historia. Me ha emocionado el escrito mágico de Mendrugo a Joselillo, y la generosidad de los personajes en general. Abrazos
ResponderEliminarNadie podrá quitarte lo que te corresponde en este pequeño mundo de Entre puntada y puntada. Y has dado en el clavo "generosidad y magia", si le sumamos el "humor" tendríamos el trío perfecto. El pueblo, los que votamos, en general, tenemos estas características, pero, por desgracia, perdonamos la falta de ellas a quienes votamos. Gracias, Ligia, esto no sería igual sin ti. Un abrazo, JC.
EliminarUn poquito si le va a costar a Antón, encontrar a los padres de Gertru.
ResponderEliminarComo decía mi tía, el diablo no va a estar siempre tras la puerta, asi que da gusto que le pasen cosas buenas al Joselillo. Y lo feliz que se quedó.
Muy buenas esas reflexiones finales. Totalmente de acuerdo.
Hasta el lunes.
Me encanta el dicho de tu tía, con tu permiso lo usaré. Y creo que no es la 1ª vez que me apoyo en un comentario tuyo. Gracias por estar siempre ahí y por todo. Hasta el lunes. JC
EliminarMuy interesante como siempre. Consigues hacernos sonreir y a la vez enternecernos. La carta de Mendrugo me ha parecido preciosa. No hay mejor comienzo de semana. Besos
ResponderEliminarBienvenida, Mar. Me alegra que te incorpores a los comentarios. Me alegro que te parezca interesante, y sobre todo que sonrías. Muchas gracias, Mar. Un beso, JC.
EliminarMuy buen trabajo, felicidades...
ResponderEliminarBesos,
Muchas gracias, Arya. Por cierto, tienes un nombre precioso y que me llama la atención, supongo que fonéticamente la y griega pase a sonar como i latina. Un beso. JC.
EliminarPues ya me he puesto al día, ha sido un placer aunque me hubiera gustado más poderlos leer cada semana, a veces las circunstancias mandan, en fin, he pasado un desayuno y algo más, muy ameno.
ResponderEliminarMe encantan los personajes y sobre todo el final...
Ya hasta el lunes si Dios quiere.
Chary :)
Me alegro por todo y por todos. Y por supuesto te espero el lunes. Ahí estaré yo, animado por todas vosotras. Un besote, JC.
ResponderEliminarQue bueno todo lo acontecido en esta semana, me encanta, siempre nos sorprendes con tus historias.
ResponderEliminarQue pases un buen fin de semana .
Besos.
Gracias, Rubí. Igualmente, JC.
Eliminar¡Casi lloro con la no-carta!
ResponderEliminarAh, y a mí me ha gustado la disgresión (vaya, si se dice "digresión", bueno, lo dejo en honor a la Reme).
Cq.
¡Casi lloro con la no-carta!
ResponderEliminarAh, y a mí me ha gustado la disgresión (vaya, si se dice "digresión", bueno, lo dejo en honor a la Reme).
Cq.
Haces bien, llorar, de vez en cuando, suelta tensiones, jajaja.
ResponderEliminarGracias, JeruVT.
Ya leo que a Jeru de vez en cuando le sale la Reme que much@s llevamos dentro jejeje.
ResponderEliminarA mi también me ha gustado la "disgresión", es más fácil para quien verdaderamente mueve los hilos que aprendamos desde pequeňos a ser borregos....
Y menos mal que hubo mujeres que lucharon por conseguir lo que hoy en día tenemos, aunque aún no sea igualdad completa.
¡Qué bien me cae Mendrugo!
¡Y cuánto me alegro por Joselillo!
A ti, muchas gracias JC. Besitos
Sí, yo creo que todos cojeamos en algo (jajaja) y metemos la pata al hablar y al escribir. Yo, por ejemplo, como muchos, no aprendí ningún método para escribir a máquina, es decir, que soy de los que escribe con dos dedos. Y quizá por eso, me ha pasado siempre, como soy un torpón y la be y la uve están siempre juntas (¡a quién se le ocurre ponerlas juntas!) las pulso sin quere indistintamente, así que , a veces, burro se queda como vurro. Gracias a Jeru y MC muchas erratas no salen a la luz. Me alegro que os guste Mendrugo, ya os contaré el motivo. Besos, Amanda, y muchas gracias por estar ahí. JC.
ResponderEliminarTenía mis dudas de hasta dónde entraría Mendrugo en el relato. Veo que te has dejado otra posible secuela de Mendrugo como spin off del relato.
ResponderEliminarY me he dado cuenta de que me imagino a Venancio y Joselillo con las caras de los de Estopa, jaja. No sé por qué.