Seguidores

lunes, 5 de septiembre de 2016

CAP. 17 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Andanzas y tropezones de Dikembe Biyombo


De cómo escapé de los terroristas
y del miedo que pasé

enerar expectación no es lo mío, ¿verdad? Pero bueno, algo te habré intrigado, supongo. Pues eso, que antes de que se cerrara el portillo salí de mi escondrijo y pude fisgar el interior del hotel de mis compañeros de viaje. Llegué a ver un jardín con una fuente, un barandal al fondo que medio ocultaba a cuatro mujeres vestidas con velos y mucho colorido que hacían seguramente lo mismo que yo: cotillear. No pude ver más pues la puertecita se cerró tras la entrada del último terrorista. Mi curiosidad me llevó a la sorpresa. Con la edad que tenía no sabía qué pensar de las mujeres, salvo aquello que traía a mi cabeza las de mi familia, pero algo me imaginé e intuí porque había visto a mis padres, bueno a Mbo y Delane, ¿como decis…? Sí, haciendo el amor. Cuando reconocí mi hotel, Abu Dharr tenía razón, no tenía pérdida, nada tenía que ver con lo que me dio tiempo a atisbar en su alojamiento. Y, además no había portero. Tuve que desencajar yo la puerta de tablones, que pesaba lo suyo. Y una vez franqueada la misma, de jardín nada, de fuente nada y de mujeres menos. Aquello era un corral abandonado a su suerte, como yo, y el concepto de corral tuve que corregirlo más tarde, porque estercolero no es su sinónimo, ni mucho menos. No es que fuera muy grande, pero entre tanto cachivache y porquería distinguí en la esquina más lejana a la entrada algo parecido a un chamizo. Y a su sombra me dirigí seguido por Hamal. Hube de sortear algún que otro trasto que no sabía ni lo que había sido y mirar por donde pisaba, porque me dio la impresión que allí cagaban todos los vecinos de la calle e imaginé cómo olería el rincón. Lo primero que identifiqué fueron dos pilas de cajas de madera podrida entre las cuales se acurrucaba un viejo que no desmerecía para nada la imagen del lugar. Parecía otro cachirulo antiguo. Dormitaba y no le desperté. Miré por allí y al volver junto a la sombra encontré una tinaja, la más cercana a la sombra, que contenía lo que buscaba. En aquellos momentos yo no aplicaba la lógica sino la necesidad, y esta siempre te lleva al desorden. Y luego vosotros tenéis aquí la ley de Murphy (1) que confirma mi tardanza en encontrar el agua. Al buscar descubrí que también en una especie de abrevadero blanco de piedra pulida manchado de marrón (vamos, en una tina de baño) había agua, pero esta de un color que no invitaba a beber. Aun así Hamal se hartó de aquel líquido. ¿Sabías que un camello africano puede beber hasta cien litros de una vez? Pues ya lo sabes. Dejé al animal que se olvidara de la sed y fui yo a lo mismo. Agradecí que la tinaja estuviera a la sombra, por el agua y por mí. Ese día ya había tenido suficiente ración de rayos UV-A. El anciano había medio despertado solo o le habíamos despertado porque al mirarle noté que tenía un ojo abierto y otro cerrado, o eso me pareció. Cuando fui a meter las manos en forma de cuenco en la tinaja me hizo gestos de que no lo hiciera. Se incorporó y sacó de detrás de las cajas un pellejo y me lo ofreció. No le dije que no. Y mientras bebía yo, él sacó del mismo lugar un talego que sin decir palabra me largó después de haber saciado yo la sed. Hizo otra seña, puso los dedos de la mano a modo de alcachofa y se la llevó varias veces a la boca abierta. «Comida», dije yo, y él confirmo con la cabeza. Bon, aquello no se parecía en nada al palacio de mi jefe, pero el recibimiento no había sido malo del todo. Me senté en el suelo y él lo hizo frente a mí. Y al mirarle me di cuenta que seguía con el ojo cerrado. Y tanto insistí que se tapó el ojo cerrado con una mano y e hizo como si se lo arrancara. Con la boca llena le pregunté que si era tuerto y confirmó con la cabeza. Luego me di cuenta de que había sido un desconsiderado y le ofrecí aquella bolsa de piel para que comiera también pero me encontré con la palma de su  mano  cerca  de  mi
nariz. Por el turbante pensé que era musulmán, por eso le saludé como tal y me presenté, no sin antes pedirle perdón por mi descortesía. Aquel hombre nada parecía tener que ver con los que había dejado en el palacio. Y lo comprobé con mis propios ojos, porque al acabar él, con las manos en forma de tipi, me hizo una pequeña reverencia, que le acercó a mí, abrió la boca e intentó sacar la lengua. Luego hizo un gesto como en el juego de papel, piedra o tijera, si le hubiese tocado esta última. ¡El tuerto no tenía lengua! Se la habían cortado. Por lo tanto tampoco iba a tener nombre, al menos para mí. Yo le he bautizado en mis recuerdos como el viejo-tuerto-deslenguado. Menos mal que no he hablado nunca de él. Sino, tenía que haberle renombrado con un apelativo más corto. Tras disimular mi sorpresa, y porqué no decirlo, mi asco juvenil, le di las gracias y proseguí con el vaciado de la despensa. Mientras terminaba de comer el viejo-tuerto-deslenguado me trató de hacer una pregunta, pero no le entendí. Hasta que puso las manos de tal forma que parecían la silueta de una joroba, mientras con la garganta imitaba el ronquido de Hamal. Entonces supe por quien me preguntaba. Le dije que estaba por el corral y que ya había bebido. Cuando volví a mirarle, tras tresdoblar la bolsa vacía, había cerrado otra vez el ojo. Debió pensar que una vez atendidos y satisfechos animal y hombre, ya podía descansar tranquilo. Con la tripa llena, busque un sitio donde tumbarme y descansar también yo. El sol estaba muy alto y la sombra escaseaba, así pues me tumbé con los pies al sol. Por algún motivo no había desensillado a Hamal y después de darle vueltas en la cabeza mientras intentaba coger el sueño, supe el motivo. Ese era el mejor momento para huir. Abu Dharr, según él, iría a buscarme al día siguiente, a mediodía. Por lo cual si me marchaba en ese momento, sacaría una jornada de ventaja a todo el que me persiguiera. Tampoco sabría nadie la dirección que había tomado del fugitivo. Al estar dormido mi guardián, no se podría ir de la lengua. Aquel hombre poco podría decir. ¿Y si le mentía y le dejaba tranquilo? Eso haría que no fuera con la noticia de mi fuga al palacio de los placeres. Así pues, le sacudí en el hombro y le conté una patraña. En eso ya tenía oficio. «Tengo familia en la ciudad, voy a visitarles. Ahora vuelvo», le susurré. Me agarró de la mano a la vez que negaba con la cabeza. Pero vi que el gesto le había mudado. Tenía cara de terror. Intenté soltarme, pero aquellas nervudas y fuertes manos se negaban a dejarme ir. Y en su ojo apareció el pánico mientras balbucía y negaba con la cabeza. Tiré hacia atrás y el viejo-tuerto-deslenguado, al no desasirme, se incorporó. Al tenerle tan cerca y darme cuenta de la intensidad de su miedo y pensar que no podría ser por él, por lo que ya le habían hecho, y pasarse el dedo por el gaznate y señalarme después, entendí que el terror no era por él mismo, sino por mí. Me advertía de lo que me podía pasar si dejaba el hotel. Pareció preguntarme si le entendía al hacer unos movimientos con la cabeza en los que adelantaba la barbilla. Claro que le entendía. Era lo mismo que me había ordenado Abu Dharr: «No abandones el solar bajo ningún concepto hasta que vaya a recogerte, sino tendrás que atenerte a las consecuencias». Vio en mi cara que me había llegado su mensaje al leer en mis ojos el pánico a su vez. Me soltó y pude ver lo pequeño y delgado que era, estaba hecho solo de pellejo. El viejo-tuerto-deslenguado se preocupaba por mí. Su lenguaje corporal era muy parecido al de mi abuela Mayifa en esas circunstancias. Cuando mi padre volvía borracho y violento, mientras Kady se ponía delante de mis hermanas, ella me escondía tras su cuerpo y cogía un escobón. El temblor, la postura, todo su cuerpo respondía como el de mi bienhechor. Por algo le habían dejado sin ojo y sin lengua. Algunas habría hecho. Había cambiado en un segundo mi idea sobre aquel hombre. Otra vez mi abuela me mandaba un mensaje. Eso creía yo con doce o trece años aunque aparentaba más por mi corpulencia. Y decidí no mentirle más. Le ayudé a sentarse. Y le recosté contra la pared sucia y desconchada. Acerqué mi boca a su oreja y le susurré mis intenciones. Me erguí miré a mi alrededor y seguí. Y esta vez le conté el motivo que me empujaba a huir de aquella situación y de aquellos hombres. Se lo dije de un tirón y, claro, no interrumpió mis palabras. Eso sí, no le hablé de mis querencias religiosas o más bien de mi incredulidad, pero no hizo falta. Por primera vez el viejo-tuerto-deslenguado se levantó solo, no sin esfuerzos y sacó otra talega y otro pellejo de agua de su particular almacén. Después me asió fuerte del brazo y tiró de mí. No sabía lo que quería pero no deshice su presa y seguí sus pasos. No paró hasta llegar junto a Hamal. Dio unos golpes sobre la silla del mehari y monté. Y antes de dirigirse otra vez al chamizo me indicó que fuera hacia la puerta del corral. Allí le esperé. Movió con más mañas que yo aquellos tablones y me franqueó la salida. Antes de internarme en la arena de la calle, paré y le miré al ojo. El viejo-tuerto-deslenguado después de echar encima del cuello de Hamal una manta roída, se tapó primero la boca con una mano y luego las orejas con las dos. Terminó al señalarse el ojo que no tenía, mientras que guiñaba el que le quedaba. Después me indicó que saliera hacia la derecha. Señaló el sol y se tocó la espalda. Pero ante su asombro, me bajé del camello y le di dos abrazos al modo musulmán. Y luego le besé la mano en signo de respeto y agradecimiento. A partir de aquel momento, quedé en deuda con aquel viejo-tuerto-deslenguado que me facilitó mi alejamiento del odio y la maldad. Nada, ni nadie, ni un dios, ni la justicia divina o humana justifican la muerte de una persona. Los que así piensan son unos fanáticos que habría que recuperar para bien suyo y de la sociedad. Cada uno es libre de tener las creencias que desee, pero no hay ningún credo superior a otro, no hay ninguna fe contraria a otra, sí diferente, pero no opuesta. Si los dioses de las diferentes iglesias se juntaran, estoy seguro que no discutirían porque iría en contra de su esencia. La calle se deshacía poco a poco, hasta que dejé de ver tapias y casas y aparecieron alguna que otra choza redonda con tejados de hojas y cañas. Luego, con el sol a mi espalda, vino la arena y los matorrales bajos que después desaparecieron. En ese momento, le pedí a Hamal el pago de su descanso. Y me respondió. Como siempre lo haría. Otra vez debía poner tierra de por medio entre un pasado y un presente para poder soñar un futuro, un mañana incierto, pero disponible. Ya disponía de experiencia en escapadas por el desierto, si bien, esta no me ofrecería solo arena. Estaba más al sur del Sahel. Entre la nada y las sabanas africanas. Esas zonas en las que ahora se invierte tanta ilusión para mantener con vida las faunas y las floras en riesgo de extinción. Y, aunque me declaro demagogo, saco una conclusión muy mía: El ser humano no esta en ese peligro, somos muchos. Y pasados los peligros de la Guerra Fría, aunque no las contingencias nucleares, solo gente como los talibanes o Kim Jong-un serían capaces, junto con la gente que dejaba atrás, de acabar con nuestra especie. Hace más o menos setenta años, alguien encontró la solución final para eliminar con urgencias a millones de personas y, pocos años después, a otro se le ocurrieron las purgas y, ahora, esas dos barbaridades luchan por tener el récord de asesinatos. Hoy no hace falta que alguien tenga una idea genial. Con cruzarse de brazos es suficiente. Si tú no haces nada, otras hacen su santa voluntad porque ellos lo valen, y es fácil encontrar la perfecta excusa: Yo no he sido, han sido ellos. Y eso tú lo sabes también porque lo vives en tu mundo. Vuestra sangría es económica. No se puede votar con odio ni con miedo. Se corre el riesgo de que forme gobierno Alí Babá y los cuarenta ladrones o un lobo feroz cualquiera. ¿Cómo es posible que algunos medios de comunicación desmientan con pruebas fehacientes las palabras de un ministro de un gobierno y no pase nada? ¿Dónde está la individualidad de cada uno, su conciencia? Por cierto, no es que los otros medios desmientan a su vez a los primeros, sino que sacan o intenten sacar a relucir los trapos sucios, inventados o no, de aquellos que se benefician de la primera noticia. ¿Qué argumentos quedan en una conversación cuando otro tertuliano aduce su preferencia por ser robado por aquellos que son afines a sus ideas?: «Mejor que me lo quiten ellos que los tuyos, ¡no te fastidias!». ¿Cómo le haces saber que, aunque tengas otros ideales, él y tú formáis el nosotros y a quien votamos deberíamos conjugarlos con el ellos? Son ellos los que tienen la obligación de entenderse, no nosotros. Los demás podemos discordar. Pero bueno, esto que quede entre tú y yo. El valor de mis opiniones políticas lo pongo en duda hasta yo mismo. Eso sí, acaso entienda mejor a Alí Babá porque me pasé toda mi juventud entre engaños, robos y timos para poder pisar este u otro país, porque no sé los que he pisado. Por ello, no siento patrioterismo alguno, y si me apuras, patriotismo. Considero que es una forma de corporativismo cultural interesado. Y más quien usa y abusa de ese supuesto valor para convencer de lo que no hablan y hacer prosélitos de una causa viciada por eso mismo. En vuestra última guerra civil, tan español era quien se levantó en armas contra la constitución elegida por todos, como quien la defendió y quemó iglesias. ¿O no? De todas formas, ¿qué más da que una persona haya nacido en mi país de origen o en La Martinica? Pero, espera, no, no da igual. ¿Sabes porqué? Pues porque esa isla volcánica solo tiene debajo de su suelo el magma hirviente, en cambio en la RDC, el subsuelo es rico en minerales que están de moda. Se podría decir que donde haces una agujero encuentras un yacimiento mineral. Y eso es lo que marca la diferencia. Pero no para ti o para mí, ni para ningún francés de ultramar. No, eso le importa al mercado. Oh là là, el sacrosanto mercado. Seguro que los martiniqueños no tienen que aguantar la usurpación de recursos por parte de otros países. El interés de la demanda industrial influye mucho en el día a día de las personas. Más de lo que creemos. Menudo invento ese de los Estados o de las patrias. Somos capaces de inventar cualquier entelequia. Y si no, vuelve la vista y contempla nuestra Historia. ¡Ay, madre!, como dirías tú, la permanente necesidad que tenemos los humanos de pertenecer a un grupo. Esa exigencia, casi siempre, nos anula como individuos y nos define como masa. Pero forma parte de nuestra idiosincrasia y como tal debe asumirse. Lo que me es más difícil es asumir las consecuencias. ¿O no? Eh bien, c'est ça, mon ami.







Es curioso, cómo Dikembe suele acabar su diálogo epistolar con su amigo José María con esta frase que convierte en muletilla: Eh bien, c'est ça, mon ami. Cuya traducción al castellano podría ser: Pues eso, ¿no? Supongo que la usaba también en lengua hablada y coloquial cuando conversaba de viva voz con su amigo. También se denota su lengua materna cuando usa constantemente el adverbio de negación “jamais”, muy francófono, en vez de nuestro “nunca” más normal en la conversación diaria, salvo que uno quiera ser más tajante y use el “jamás”. De hecho, nuestro protagonista se diría que mantiene una conversación en su cabeza mientras desarrolla su historia y la escribe. Mezcla el ayer y el presente sin ningún pudor ni diferencia, salvo el que se desprende de sus palabras, porque ni siquiera los tiempos de los verbos usados se ajusten al tiempo que vive o que vivió. Ese es uno, quizá el único, de los problemas para entender y seguir estas epístolas. Otro asunto respecto al lenguaje es lo cuidado y, a veces erudito, que parece y otras como se mezcla con lo vulgar o soez. No deduzco otra cosa que conocimiento del lenguaje que ya me gustaría tener a mí. Tampoco ha de perderse una perspectiva que el nuevo lector no puede tomar: las gentes con las que convivió al llegar a España y con las que aprendió sus primeras palabras en nuestro idioma. Todos sabemos que, salvo excepciones, los primeros vocablos que se aprenden de una lengua son las llamadas palabrotas. Y en ningún momento usa la más fuerte en francés, es más no usa ninguna palabra malsonante en otro idioma que no sea el español. Esto quiere decir, a mi juicio, que cada una de aquellas usadas lo son por propia voluntad, no por rutina o muletilla como la anteriormente citada.

Por otro lado, los lugares por donde pasa no tienen ningún mensaje escondido porque no fueron elegidos por nadie. Por el azar de su periplo en todo caso. Son y serán pueblos y ciudades vivas en los que ocurrieron y ocurren historias que, salvo que nos las cuenten, quedarán sumidas en lo mucho que desconocemos, sin que ello sea ni para bien, ni para mal. De la misma forma que en ellos nos desconocen. A veces, el mundo no es un pañuelo.

Otro asunto es el de su edad. Más adelante descubriréis, él lo escribe, que no es consciente de la suya y que no sabe ni siquiera el día en que le parieron, aunque sí le contara su abuela que fue debajo de un árbol y tan arcana como anónimamente. No tiene la menor importancia para entender su historia. Si bien, yo, después de leer más de una vez sus escritos, diría que respecto a los hechos de esta carta que comento, Dikembe no tendría más de catorce años, aunque, como según él explica, parecería mayor por su corpulencia y estatura. Si esto fuera una novela, el autor debería dejar claro la edad y datar los avatares que su protagonista sufre. Y un recopilador como yo, salvo que elucubre como pueda elucubrar cualquier persona, no puede añadir más datos a lo ya escrito y aquí reproducido fielmente. Tampoco sabemos las fechas en que escribió a su amigo porque el matasellos se ha borrado de los sobres y Dikembe no dató ninguna de sus misivas. Tampoco pensaba él, también lo escribe, que algún mamarracho iba a hacer pública su historia. Lo de mamarracho lo incluyo yo porque si alguien me hiciera a mí la faena que yo le estoy haciendo al divulgar su intimidad, como mínimo, me enfadaría. Y creo que hay suficientes motivos como para dar a conocer su vida y faltarle en este sentido al respeto. Consideración que, cuanto más leo su correspondencia, más me anima a que su historia no quede en el anonimato.

He creído oportuno aclarar estos puntos porque a mí me ha pasado perderme entre sus andanzas y tropezones, y no quisiera que al lector le ocurra lo mismo. Si bien es verdad que, en lo referente al primer punto, nos obliga a deducir y distinguir si se refiere a los hechos ocurridos en su infancia o a los pensamientos y preocupaciones mientras redacta sus cartas. Es un precio que hay que pagar y que no había pensado hasta ahora.

Por cierto, no sé si he dicho que las notas al pie son mías. Espero que sirvan de aclaración. En cualquier caso, espero que no confundan.


Pero volvamos a la zona semidesértica del Chad, por donde Hamal corría jaleado por mí con la cabeza puesta en una duda.  Incertidumbre que se convertiría al poco en preocupación. ¿Cómo iba a justificar aquel buen hombre que tanto los alimentos, el agua y sus correspondientes continentes, hubieran desaparecido? ¿Incluso los que correspondían a sus raciones para pasar el tiempo de vigilancia? Esa fue la primera vez que recuerdo dar valor a la experiencia de los años vividos. Y sentí la necesidad de tener una mínima esperanza al plantearme que aquel desconocido viejo-tuerto-deslenguado sería capad de ver, aunque solamente fuera por un ojo su victoria. Él nunca sabría si el riesgo corrido sirvió para algo, pero estoy convencido de que confiaba en ello, si no, no me hubiera ayudado, ni se hubiera aventurado a perder el otro ojo. Dos esperanzas por lo mismo suman la posibilidad de cumplir lo esperado. Y vive Dios que yo estaba por la labor de llevarlo a cabo. ¿Por qué todo aquel que me echaba una mano corría algún peligro? Fahdag, aquel hombre que me avituallara en Um Dukhum cuando huí de Abdel Hadi alias NadjimAsad, y ahora este anciano. Por supuesto que no paré hasta después de ponerse el sol. Esperaba que aún no se hubiera descubierto mi ausencia de Abeché. Desde luego mi compinche no habría dicho nada, al menos de palabra, por ello podríamos descansar el resto de la noche Hamal y yo. A partir del mediodía del siguiente comenzaría la búsqueda y captura del falso imán por parte de Abu Dharr y sus prosélitos. ¿Qué haría el pobre tuerto? Decirle que no había aparecido. Sí, yo creo que sí. ¿Pero la ausencia del odre y el talego? A lo mejor ni lo sabían y había sido cosa del propio anciano. Tampoco creo que registraran aquel estercolero en busca de pruebas que contradijeran mi no aparición. ¿Habría borrado las huellas de Hamal? Seguro que sí, ese hombre, en principio tan anodino y poca cosa, tenía mucha experiencia y había aprendido duramente a sobrevivir. Abu Dharr no le vería al hombrecillo con arrestos ni inteligencia suficiente como para engañarle. Y más sabedor del pie que cojeaba el terrorista, quien destilaba por todos los poros de su piel soberbia. Con esos pensamientos eché pie a tierra para dar un merecido descanso al mehari y comer por segunda vez aquel feliz día. Por allí no tendría problemas Hamal por la cantidad de arbustos secos y espinosos que salpicaban la arena. La flora semidesértica es la ideal para alimentar a los camellos. Se pasaba el día acumulando grasa en su joroba y yo le dejaba hacer. Cada día se la veía más lustrosa y voluminosa. Por el contrario ya no se le marcaban las costillas, aunque le apretaras no las llegabas asentir, a pesar de que perdía la gruesa piel para afrontar la época seca. Crucé, mejor dicho, rodeé una aldea porque no quería dejar pistas. Alguien podría preguntar por un muchacho sobre un camello. No quería correr ningún riesgo. Al sobrepasarla y llegar al otro extremo pude leer en un cartel hecho con pequeños tablones: “Bienvenu” y debajo “Tiré”. Para leer el nombre tuve que limpiar con la mano el tablón. A ella llegué el mismo día de la fuga por lo que todavía no tenía la necesidad de abastecerme de comida y sobre todo de agua. Y como veía que Hamal tampoco lo necesitaba, preferí aumentar la distancia con mis posibles perseguidores. ¿Qué pensaría Abu Dharr cuando se enterara de mi marcha? De alguna manera, había confiado en mí. Seguro que se sentiría en peligro. Un elemento incontrolado de una célula terrorista es como un virus que puede destruirla. Estos pensamientos me alegraban. Y seguro que también cambiarían de emplazamiento y cerraban los palacios y los corrales francos. Aunque la mezquita no podrían eliminarla, aunque capaces eran de poner unas bombas y decir que había sido un bombardeo israelí. Y me sentí orgulloso de crearle tantos problemas a ese indeseable. Lo que no sabían es que mi voluntad era no contarle a nadie todas aquellas vicisitudes pasadas junto a ellos. Aunque tampoco hubiera sabido donde acudir a denunciarlo. De hecho es la primera vez que lo cuento, y juro no repetirlo una segunda vez. Y no por miedo, que lo tuve y mucho por aquel entonces, sino tanto por vergüenza propia como ajena. Pero aun así, no consiguieron que sintiera odio. Ni Abu Dharr, ni ninguno de sus incondicionales, que, por otro lado, me parecían unos corderitos macabros criados para el sacrificio. Ojos que no ven, corazón que no siente. Que les dieran por el culo a todos. Eso les deseaba a todos por haberme obligado a ayudar a un suicida. A saber a quien se había llevado por medio para entrar en su cielo. No tenía claro si se lo reprochaba a ellos o a mí mismo. Pasemos página pues. Escapaba y no sabía de qué, pero sí de quienes. El miedo es una sensación inconfundible. Huía por el Sahel, esa basta zona que parte en dos el continente africano, aunque este no necesita que le partan. Bastante la partimos ya sus hijos con muestras fobias y odios, nuestras religiones y creencias, nuestras rivalidades y etnias. El Sahel es el aviso de lo que se va a encontrar el viajero del sur si deriva hacia el norte, antes de llegar al interior de la costa mediterránea. Mar tan nuestro como vuestro, aunque los romanos se apropiaran de su nombre al derrotar a los cartagineses, guerreros fenicios, asentados en Túnez. Los nombres de las ciudades y los idiomas que hablamos normalmente son consecuencia de las guerras habidas, de la definición de los vencedores en algún momento de la historia. Es curioso observar cómo el Mare Nostrum une las ciudades europeas y, en cambio, os separan de las nuestras, si las aguas que bañan todos esos pueblos es la misma. Y, que yo sepa, no desteñimos, y si están sucias me da la impresión que es más cosa vuestra que nuestra. Y, seguramente, cuando esa cuenca mediterránea estaba seca, porque los reinos de España y de  Marruecos estaban unidos por tierra que evitaba la entrada del Atlántico en esa depresión, ese fue el camino por el que la vida y la cultura llegaron a Europa, o bien a través de oriente próximo. Que para el caso me da lo mismo. Este es un pensamiento mío. Sabes que yo oigo campanas y luego tarareo mi repiqueteo particular. Pero alguna vez ese “din-dón” particular coincidirá con la melodía tocada. Y así mi interpretación será un acierto, ¿no? Eh bien, c'est ça, mon ami. Como te decía, seguía montado sobre Hamal y nos alejábamos de Tiré. Ni qué decir tiene que evitaba las pistas de arena que de vez en cuando aparecían y que debían unir pueblos. Esos terroristas tienen ojos hasta en el desierto. El mehari me permitía avanzar por cualquier superficie sin ninguna dificultad. Sus grandes pezuñas le permitían pisar las dunas sin hundirse, pasar pedregales sin perder pie. Hamal era un todoterreno que no necesitaba gasolina. Los camellos son unos animales increíbles, adaptados a las condiciones tan particulares de las zonas desérticas y semidesérticas, mejor que los tuaregs. Quizá porque los animales no piensan y la evolución les ha hecho avanzar porque no encontraba otra solución para que siguieran en la faz de la tierra. Me guiaba por el sol y lleva rumbo oeste, sin perder de vista esa naturaleza arisca pero apropiada para encontrar algún pozo de agua y alguna sombra así como alimento para Hamal. Y volví a exigirle todo lo que su naturaleza daba de sí, y me lo volvió a dar. Ahora sé que viajamos a una velocidad de unos cuarenta kilómetros por hora, que es la velocidad de crucero de estas bestias, según los científicos, claro. También dicen que en un momento determinado, también pueden alcanzar los sesenta. Yo estoy seguro que más de una vez Hamal superó ese límite. Al menos, déjamelo pensar y presumir, ¿no? Hice noche al ver a lo lejos cierta claridad. No podía ser otra cosa que una ciudad. Y no quise entrar por las razones que ya te he expuesto. Y de no ser por la naturaleza, aquella noche hubiera sido anodina, una de tantas. Antes de dormirme eché de menos aquella mirada mutilada del que me guardaba la retaguardia. Y pensé en mi abuela Mayifa y me dormí. Pero lo más notable de aquella noche fue que, bien abrigado con dos mantas tuve mi primera experiencia sexual. Ya no era un niño, mi entrepierna lo gritaba y lo escupía. Aunque tardaría bastante en conocer aquello que denomináis el sexo contrario al que yo llamo sexo complementario que creo más acertado. Aquella noche no la he olvidado jamás, pues sin darme apenas cuenta cambió de alguna manera la forma en como veía el mundo. Supongo que debido a que se despertó en mí el instinto de perpetuar la especie. Y me acordé de la leyenda que me contara mi abuela Mayifa sobre la petición que aquella pareja estéril hiciera a Imana. Yo, la verdad, es que le hubiera pedido otra cosa distinta a un muñeco de barro para meter dentro de una vasija. De todas formas, tanto Hamal como yo nos despertamos más frescos que unas lechugas. Nos desayunamos, y sin mirar hacia donde veníamos seguimos camino. Pero ya no le exigí tanto como en días anteriores. Pensé que ya era muy difícil, pero no imposible, que aquella gente diera con la ruta que había seguido. Más que nada porque no tenía lógica alguna, tan solo la de alejarme cada vez más. Solo podrían saberlo a través de aquel buen musulmán, que, a pesar de lo que piensan algunos por aquí, también los hay buenos y honrados, aunque una fe religiosa no es una aval para nada. No supe calcular lo que me separaba de del último lugar donde había visto a Abu Dharr, pero lo cierto es que siempre pareció poco, incluso hoy. El miedo y mi pesar habían fabricado una obsesión en mi mente y un fin insistente: ¡Aléjate, Dikembe, aléjate! Y seguí hacia delante y dejé un reguero de huellas que a los cinco minutos ya habían desaparecido. Obsesionado y sabedor de ello, me paré para ver como las grandes huellas de Hamal, desaparecían en la arena. También ayudó el agua, aunque te parezca mentira, pues por el Sahel entre septiembre y noviembre hay precipitaciones. Pocas veces había visto llover en el último año. Recordé cómo jugaba en mi aldea, junto a Karuba, con los charcos y bajo la lluvia. Había visto en el horizonte unos nubarrones grises que terminaron por ocultar el sol y mojar la ansiosa y seca tierra. Nos cayó encima un chaparrón de los buenos, lluvia que fue una bendición para el mehari y para el humano. Por supuesto no nos importó. El agua se alió con el viento y las gotas nos azotaron la cara. Pero era mejor que fueran ellas y
no los granos de arena. Hasta pude llenar del todo mi pellejo de agua con la caída en poco tiempo y antes de que el quebrado suelo la absorbiera por completo. Yo todavía no conocía de aduanas ni de pasos fronterizos, y tardaría en hacerlo, pero, de haber estado informado como ahora, habría buscado traspasar unos cuantos límites legales para evitar mi captura. Aunque, por otro lado, visto lo visto, en las acciones de esos grupúsculos terroristas las barreras entre países son tan permeables como la grava. Al final siempre consiguen armas y explosivos para segar vidas allí donde se lo proponen. Y aunque sus acciones no tengan un cien por cien de efectividad, con que tengan un cero como cero uno por ciento, ya han conseguido sus fines: sembrar el terror. Tener como único objetivo y dedicar una vida a ensalzar el miedo, debe ser muy triste, aun en la creencia de haber ganado un harén en el otro mundo (?) de entre dos y trescientas vírgenes porque también es triste estar todo el santo día con el pensamiento ocupado en follar ¿O no? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y perdona por la grosería, pero no se me ocurre otra palabra que describa el sueño de un árabe fanático: matar y que te maten para ser dueño de un burdel particular. No creas que no tiene narices la cosa. Estos tíos que no me digan que piensan en su dios, tan solo desean vivir en un palacio con todas las necesidades sobrexcedidas. Triste eternidad, repito, a la vez que tonta y machista a mi entender, porque la madre de tus hijos qué hará en el paraíso árabe. Pues para eso están los Ghulam, que no son otra cosa que jóvenes eternamente célibes destinados a atender las necesidades de las mujeres piadosas. La verdad es que no hay aspecto más humano de un paraíso. Y te lo digo desde la perspectiva de un adolescente descreído que empezaba a sentirse hombre. Y a quien le molestaba su miembro hasta para montar a camello. Pero ya te he avisado que siempre he hecho tontas deducciones. Y, quien avisa, no es traidor. Bien es verdad que hay una etapa en la vida de un hombre heterosexual que es capaz de pensar con sus órganos genitales, aunque muchas mujeres digan que muchos mueren así. Que se descubre el mayor placer físico, eso no lo niego, pero está pensado así para perpetuar la especie. Si al final el seso no prevalece sobre el sexo la has jodido, amigo, porque solo vas a ser feliz a ratos. Eso es a lo que te lleva esa pobreza de espíritu y de miras que, por otro lado, no es exclusivo de ningún hombre, sea de la religión que sea, sea del país que sea, sea de la etnia que sea. Creo que está suficientemente documentado que vivir para follar, y vuelvo a excusarme, no es camino que se cruce con la felicidad. Y hablo de la propia y de la ajena. Y no voy a seguir con el relato de un viaje en el que, por suerte, no pasaría nada más que aquello que ya has leído, es decir, dejar atrás a cada paso el miedo y la mala conciencia, amén de enfrentarme a los cambios que mi cuerpo joven sufría sin que nadie me los explicara o yo pudiera imaginarlos. Y no solo me refiero a la entrepierna, también al crecimiento desmedido de brazos y manos que te vuelven más torpe que un elefante en una cacharrería. El pasado y el presente juntos, porque futuro, ya se vería. Pero Hamal y yo conseguimos llegar a Salal, al decidir o hartarme de estar él y yo solos. A la mierda el miedo. Con él no se puede vivir siempre, salvo que te metas a fraile de clausura. Muerto el perro se acabó la rabia. Aunque sabía que Abu Dharr seguía vivo, para mí estaba muerto y enterrado. Al menos de momento y por el hartazgo. Y también porque se me habían acabado las provisiones, y por encima del miedo solo prima el hambre, como habrás aprendido en los documentales de fieras. He de decirte que esta carta que ahora remato, me ha costado lo mío. He necesitado de tres cafés para poder acabar. Hay temas que si no endulzas no puedes con ellos. Y este era el caso, porque sabes cómo me gusta servirme el café, ¿no? Sí, más dulce que la venganza, aunque yo nunca la he saboreado. Así pues, hasta la próxima, amigo.










(1VG) [↑][Volver] Cuyo enunciado más o menos dice: «Si algo puede salir mal, probablemente saldrá mal». Referencia a la frase «If anything bad can happen, it probably will» del ingeniero aeroespacial Edward Aloysius Murphy. La enunció en 1949 al descubrir que estaban mal conectados todos los electrodos de un arnés para medir los efectos de la aceleración y deceleración en pilotos. Fuente: verne.elpais.com


Imagen 1. Foto bajada de cierzoenmicometa wordpress com
Imagen 2. Foto Bajada de elcomentamierda.blogspot.com.es

7 comentarios :

  1. Un pasito más en la huída de Dikembe, que a la vez es un paso más en su propia vida. En verdad, Hamal le está salvando el pellejo...
    Abrazos y hasta la próxima.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Espero que te hayas ubicado un poco mejor en la historia. Si hubiera omitido la palabra "yihadistas" hubiera sido mejor, con terroristas o rebeldes hubiera valido. He intentado hacer valer tus acertados comentarios. Gracias, Ligia, abrazos, JC.

      Eliminar
  2. Sí, J.C. Muchas gracias a ti. Otro abrazo (si te parece bien...)

    ResponderEliminar
  3. Menos mal que siempre hay un roto para un descosido, sino, peor le iría al pobre Dikembe.
    Bien lo de que nunca se puede votar con odio ni con miedo, por lo de la llegada de Alí Babá. Se lo deberían aplicar muchos el próximo 25. Aunque éste esté ya instaurado en el poder.

    ResponderEliminar
  4. Gracias a que por el camino encuentra buenas personas que lo ayudan a seguir adelante...
    Un paso más cerca de su libertad, o eso deseo.
    Besitos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tiene que haber de todo, como en botica.
      Gracias Amanda, ya casi nos pillas.
      Un beso, JC

      Eliminar