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lunes, 30 de mayo de 2016

CAP. 3. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Andanzas y tropezones de Dikembe Biyombo

CAPÍTULO 3

De lo que fue de mi aldea


espués de la pérdida de Kama, todos decidieron que ninguno de nosotros saldría sin compañía del poblado. ¿Sabes?, ahora la medida se me antoja inútil e ingenua. Sirvió entonces para excusar el miedo que teníamos de alejarnos de la seguridad de las chozas y de nuestros mayores. Y la juzgo hoy en día inocente y vana porque cualquiera se puede imaginar un encuentro entre una fiera de ese calibre, y hambrienta, y un grupo opositor compuesto por unos cuantos críos cagados de miedo y desarmados. No hace falta tener mucha imaginación y experiencia en estas lides para saber qué hubiera ocurrido después del «¡Sálvese quien pueda!». Pero las mentiras de ese tipo y la suerte eran la base de nuestra supervivencia. Si no, ninguna madre nos hubiera mandado a por agua al día siguiente de la tragedia. Eso sí, con la advertencia de que fuéramos acompañados, sabedoras de que en el poblado nada más que había niños, mujeres y ancianos; los guerreros que no guerreaban, se ganaban la muerte, como ya he dicho, en la mina.  Otros eran los que hacían la guerra sin saber nosotros el motivo. Nuestros padres ya tenían bastante con ser explotados, porque, no sé si lo sabes, pero allí los turnos laborales no llegaban a las veinticuatro horas porque en la mina no había recursos eléctricos. Hoy día seguro que ya han logrado incluir en el convenio la jornada de veinticuatro horas. Por mucha fogata que encendieras no veías un pimiento agachado dentro de los agujeros. Lo sé por experiencia. Mientras el hambre nos mataba en silencio y los leones sin que fuéramos vistos, las milicias revolucionarias, que las había para todos los gustos, como los colores, sembraban el terror derivado y necesario para cualquier ambición de poder o dictadura que se precie, o acaso no te acuerdas ya de lo que tú mismo viviste y me has contado de los atentados terroristas. Sabes tan bien como yo que esas gentes necesitan del horror para que el efecto de su violencia sea aún mayor de lo que puntualmente es, que ya es bastante. De esa forma se ahorran víveres, desplazamientos, munición y el esfuerzo de apretar los gatillos. Cuanto más atroz es la toma de un poblado, cuantas más violaciones se cometen, más lejos llega la barbarie en todos los sentidos y más se oyen los gritos de las violadas. Los dos o tres que indultan los terroristas pasan por tantas aldeas al huir y al informar que ni siquiera la labor de un gabinete de prensa de un candidato a la presidencia de USA se le puede igualar. Y, además, gratis y engrandecida. El boca a boca no solo hace viajar las noticias, también las desvirtúa y exagera, para bien o para mal. Así, las veinte violaciones se convierten en cincuenta y los muertos se multiplican por cinco aunque no sepas multiplicar. Y así llegó la última masacre que no podíamos ni imaginar, por más veces que nos lo hubieran advertido. A mi familia la indultó el destino, pues en un esfuerzo por parte de padre para reconciliarse con madre, solo se le ocurrió que toda la familia hiciera algo en común. Pero, claro, allí donde nací, salvo cantar, dormir, y, a veces, comer, y siempre sufrir, poco se puede hacer en familia. No hay cines sino imaginación, no hay zoológico sino selva, no hay anuncios que te prometan la felicidad si compras un detergente, no hay televisión sino una iglesia, no hay cumpleaños felices que celebrar, no hay nada, salvo tirar para delante como sea. Bueno, la verdad que se puede ir a por agua en familia y darse un baño con muchas precauciones. Y eso en la época de lluvias. Así que con los cántaros y los pellejos nos fuimos todos al río donde, después de bañarnos y disfrutar del agua, comenzamos a recogerla en los cacharros. Justo en aquel momento, cuando casi acabábamos, oímos disparos y gritos. Madre mandó a todo el mundo que se escondiera. Yo me di cuenta de que mi hermana mayor, Delande, era la más afectada. Madre hubo de sujetarla y amordazarla con la mano para que no gritara y nos descubrieran. Era como ya si hubiera vivido la escena que ocurría en nuestro poblado, y que yo no era capaz de visualizar en mi mente infantil. Pero eso me duraría poco como verás. Porque, nosotros, pegados al suelo y tras unas matas, nos creíamos a salvo hasta que un miliciano a nuestra espalda, desde la otra orilla del río, nos habló en francés y nos ordenó que nos dirigiéramos a la aldea. Y para convencernos, porque dudábamos, disparó a nuestros pies. Mi abuela, en contra de lo que pretendían aquellas balas, a punto estuvo de meterse en el agua y encararse con el terrorista a manos limpias, pero madre la sujetó y, con suavidad y firmeza, la unió a sus hijos. Sin poder abarcar los cuerpos de todos nos guió pendiente arriba. Y allí quedaron los cántaros y los baldes. Claro, que poco importaban. Padre que se había quedado como una estatua después y antes de los disparos, reaccionó a los gritos de aquel hombre que solo se diferenciaba de él en que iba armado. No juzgo a padre, solo cuento lo que ocurrió. Yo no soy padre y, aunque quiera meterme en su pellejo, no sé como hubiera reaccionado. Quizá fue lo mejor para él y para la familia porque, a pesar de las diferencias con madre, seguimos teniendo padre, al menos mis hermanas. Y al ver mi aldea, lo oído cobró sentido y a partir de ese momento fui capaz de imaginar cualquier cosa. Llegamos en el momento en el que otro miliciano, con gorra y hombros llenos de estrellas, se subía los pantalones ante la madre de Kama que había dejado de gritar pero no de llorar ni de sangrar, y, tras ceñirse el cinturón, sacaba su pistola y, como el que bebe un trago de agua, disparaba en la frente a la mujer. Entonces, al mirar a mi alrededor y ver tanto cadáver, tanto fuego donde había chozas y tantos hombres armados sí pude imaginar el motivo de los gritos de las mujeres medio desnudas y de las más viejas muertas sobre la tierra. Pude ver a esos hombres disparando indiscriminadamente a cualquiera que se moviera y no fuera mujer joven. Ésas iban a ser carne de otros cañones y mercancía de otras madamas. Al menos estas mantendrían el pellejo y la esperanza, pero aquellas otras personas, nuestras abuelas, nuestros ancianos, nuestras madres, nuestros hermanos, y algún padre que otro, que debieron ser los primeros en caer no tendrían más posibilidad que pudrirse allí donde habían caído si se lo permitían las otras fieras. Nos dejaron allí, en medio de la explanada, rodeados de soledad y muerte, escuchando el crepitar de la madera y la paja al arder. El de la gorra se acercó y nos dijo:  «Ya lo podéis contar —se volvió y ordenó a uno de sus secuaces—. A la otra familia, matadla, estos son más. A la niña no». Hizo un gesto y todos los hombres armados desaparecieron rumbo a la selva, después oímos los últimos gritos de las niñas con las que aquellos que se autodenominaban guerrilleros harían un buen negocio con algunos de vosotros. Sin pensarlo, cogí un cuchillo del suelo e hice un gesto


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de rabia. Recibí un mamporro de madre que me hizo soltar el arma, y en ese momento mi hermana Delande cayó desmayada al suelo. Y no es que ella fuera más sensible que los demás, que tardamos en hablar mucho tiempo, sino que tenía sus motivos, como verás más adelante, aunque lo supe después. Padre dijo un «vamos» apagado al que todos obedecimos. Acaso era la primera vez que lo hacíamos unánimemente y sin protestar. Nos alejamos un poco, menos mi hermana mayor, a la que hubo que levantar del suelo y traer a la cruel realidad. De ello se encargó mi abuela que, abrazada a su cabeza, parecía cantar sin palabras. Después le dio una contundente y cariñosa bofetada y Delande abrió sus ojos. Mayifa apretó contra su pecho la cabeza de su nieta para ocultarle todo lo que ya había visto más de una vez. Así, con los hombros caídos y Mayifa abrazada a Delande dejamos atrás nuestra vida, que buena o mala, nos habían arrancado como una muela de cuajo. Antes de abondar la explanada, madre se volvió y e hizo intención de correr hacia nuestra choza. Todos la seguimos con la mirada e imaginamos adónde y a qué iba, pero se paró, se volvió y vimos que de sus ojos manaba hacia fuera todo el dolor que nosotros sentíamos dentro. Y comenzó nuestra huida. O lo que vuestras estadísticas llaman la migración interna centro-africana. Los movimientos migratorios entre países africanos suman el 95% del total de ese continente arrasado por los que viven allí, a sueldo de los que viven fuera, para que velen por sus intereses. Solo te daré un dato: La RDC es uno de los países con más recursos naturales del mundo. Y, aun así, es una de las naciones más pobres de la tierra. Bien es verdad que los organismos oficiales occidentales culpan a Ruanda y Burundi de esa explotación, sin tener en cuenta que sus clientes son empresas del primer mundo que fabrican todo tipo de artilugios electrónicos miniaturizados, como los tan necesarios teléfonos móviles o tablets. ¿Qué sería de vuestro día a día sin el coltan? ¿O sin el uranio? ¿Qué harías tú sin tu móvil? Ya ni te lo imaginas. Ya sé que yo tampoco me salvo por tu interés en que tuviera acceso a eso que llamas Interné, y que tantos datos me ha aportado. Ahí he leído cómo vuestros avezados periodistas denuncian la trama que la mafia africana ha creado para explotar y vender en negro estas materias primas. ¿Pero quién compra a las mafias? ¿Quién hace rico a los militares ruandeses de alto grado? ¿Te lo has preguntado? Si se computaran todas las muertes segadas por las hambrunas, la religión u odio entre etnias, que Europa alimentó, y las guerras para controlar los yacimientos, tanto Stalin como Hitler serían hermanitas de la caridad al lado de los responsables de la violencia en África, aunque haya otras opiniones contrarias. Y eso que no hemos contado con la trata de blancas, en nuestro caso negras. Pero, agarrándonos al acervo popular del refranero de tu idioma, cabría decir que todos la mataron y ella sola se murió. Y, por supuesto ella es África. «Y encima nos salpican con sus gotas negras que deslucen nuestras imperfectas democracias» como más de un frente nacional opina. Cuando uno escucha que los ganaderos de tal o cual región o país han protestado por la situación del sector, uno piensa que razones tienen porque «todo anda muy mal». Pero cuando a continuación la noticia sigue y especifica que se han vertido no sé cuantos litros de leche, a más de uno nos chirría la información y más, cuando, por casualidad y tras informar de que en la ‘Tomatina’ (1) se han usado 150.000 kilos de tomates, las teles o las radios giran hacia las noticias internacionales y hablan de nuestras hambrunas y guerras. Y no es que este negro esté en contra de las fiestas populares, pero se pregunta ¿por qué no se tirarán piedras y enlatan los tomates y los donan a quien pasa hambre, aunque no sea en África y los tomates no sean comestibles? Las culturas son caprichosas y los pueblos más. Ya es complicado un individuo, como para entender las relaciones que establece con los demás y la sociedad que dan a luz. Todo esto que digo te puede sonar a demagogia, pero aun así no dejaría de ser cierto, aunque relativamente.







Al leer toda la correspondencia de Dikembe, si bien la primera vez lo hice de tirón y con ansia, no encontré ningún victimismo en sus letras. En todo caso, habrá más en mis palabras que en la suyas, aunque este no debe ser tenido en cuenta, pues es falso a todas luces. En mi defensa aduciré que todo aquel que se alinea puntualmente para defender una injusticia, y lo hace basado en la humanidad, corre el riesgo de exagerar aquello que siente porque, precisamente, la injusticia es un sentimiento, mientras que la justicia es un derecho más que universal. Y dicho esto, no sé vosotros, pero yo, cuando siento el mordisco de una noticia que nunca debería producirse, recurro a la aflicción y los pensamientos tristes se suman a la sensación de injusticia. Todo ello ayuda a que el siguiente donativo a una ONG duela menos en mi bolsillo. A otros, mejores personas que yo, les mueve a un voluntariado que mitiga en magnitudes muy pequeñas ese sufrimiento que nos hace arrostrar. No somos los individuos los responsables ni los activos que deberían solucionar estos problemas. No, señor, no. Deberían ser los estados y aquellas entidades que crean los desajustes en los derechos humanos, y, aunque algunos se vistan de ovejas y creen fundaciones para el desarrollo del tercer mundo, la verdad la sabemos todos. Podrían arreglarlo si quisieran. Eso sí, a todos se nos escapa el motivo por el que no lo hacen. Sentir dolor no sirve nada más que para sufrir. No arregla nada, como yo mismo con mis palabras. Hechos es lo que necesitan esas y otras gentes. Y por mucho que quiera hacer desde mi propia falsa seguridad de títere, sé que necesitamos el consenso de los poderosos. Aquellos que ponen y quitan gobiernos, aquellos que quieren arreglar sus mundos, aquellos que negocian con el mineral de moda, aquellos que se erigen en los mayores demócratas del mundo, aquellos que ensucian nuestros pulmones con sustancias tóxicas, aquellos que nos envenenan la sangre con proclamas nacionalistas... Llega un momento en que ves tantos aquellos como nosotros. Pero no me engaño, son más, y representan más, quienes cuentan que quienes mandan.





Tú sabrás lo que haces y tus motivos tendrás para pedirme que te escriba todo esto con detalle, porque no me creo que sea para que llene mis horas de holgazanería, según tú, y que yo uso para leer. Lo que sí te ruego es que seas prudente y no presentes mis miserias a cualquiera. Tenlo presente, por favor. Ayer hube de dejar para hoy tu encargo, la vista ya no me funciona como antes, prefiero leer a escribir. Ya hace tiempo también que pierdo altura aunque todavía pueda darte capones con la barbilla, no se te olvide. ¡Mira!, tu perro se está comiendo en estos momentos mi otra media zapatilla, así que ya sabes lo que puedes traerme como souvenir de tu viaje, no te doy más pistas. A buen entendedor… Ah, y le pongo la ración de comida que me dijiste, no vayas a pensar que le hago pasar hambre al pobre animal y por eso devora lo que no le corresponde, como tantos otros. Bon, el caso es que nos tuvimos que ir de donde habíamos llegado ya en otro viaje. Ni padre ni madre quisieron asentarse en el campamento de refugiados por el que pasamos sin pena ni gloria, y donde también contamos lo ocurrido. Allí repusimos fuerzas y víveres copiosamente, pero mis padres no aceptaron la hospitalidad ni los consejos de los cooperantes europeos. Allí nos vio a todos, menos a Mayifa, una médica muy amable. Y nos vacunaron de no sé qué. La más reacia a quedarse, incluso a pincharse, fue Mayifa, que ni siquiera quiso pisar el campamento, aunque madre consiguió que durmiera al final con nosotros bajo unas lonas y en el suelo. Con la excusa de orar, siempre se retiraba lejos de las tiendas de campaña. Ella decía que lo que contábamos nosotros pronto se olvidaría porque otros llegarían que contarían otras desgracias más nuevas. Que lo que había que hacer era dejar en paz a Delande y seguir hasta que nadie supiera de lo que estábamos hablando. Yo lo segundo no lo entendía, pero lo primero sí, y le daba la razón. Inevitablemente aquella familia, la mía, portadora de semejantes noticias, haría el trabajo propagandístico gratis a las milicias rebeldes, porque, por allí por donde pasábamos, dejábamos la simiente del horror con nuestras palabras. Y como mis padres no sentían suficiente lejanía con los hechos que te he contado anteriormente, ponían cada vez más tierra de por medio entre nuestra aldea desaparecida y los suyos, sin saber que el pánico lo llevaríamos siempre dentro de nosotros. No era cuestión de espacio, sino de tiempo, como casi todo en esta vida. ¿O no dices tú que la distancia entre dos puntos de esta ciudad se debe medir en tiempo y no en metros? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y seguramente, para nuestro descargo, fuera cierto lo que mi abuela opinaba sobre el miedo que metíamos en el cuerpo a quienes nos acogían, y que no era otra cosa que otros vendrían detrás y contarían desgracias mayores que harían olvidar la nuestra, con lo que la bola de horrores rodaría y se haría cada vez más grande. Era la forma que habían encontrado aquellas malas gentes para llegar a Bamako. Lo que no sabían los rebeldes es que esos oídos oficiales no oían esa clase de noticias, pero sí las trasladaban al extranjero para que aparecieran en las portadas de vuestros periódicos, y así presentarse como garantes contra el terrorismo en mi país. Así llegaría más dinero de los fondos internacionales, más armas de cualquiera de los bloques militares y más ayudas políticas. Con lo que, curiosamente, los terroristas conseguían su propósito: llegar hasta las personas más lejanas a sus ideas. Si las malas noticias surgían de las sedes de las ONG no tenían tanta difusión y transcendencia, al fin y al cabo, están todo el santo día denunciando hechos como los vividos por nuestra familia, ahora lo sé. Ya sabes, la política se aprovecha de todo aquello que tiene a mano, por muy deleznable que sea, y convierte cualquier asunto negativo en positivo para la causa del político. ¿Cuántas veces has escuchado «No, con la vida humana no se puede hacer política»? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y da igual que el gobierno de un país sea democrático, seudodemocrático, dictatorial o impuesto, la política busca el interés de los políticos. Con los ciudadanos no cuentan, como mucho son usados en la capital para ser abrazados por los ministros y presidentes en las pompas fúnebres de las víctimas, éstas elegidas por el impacto en los medios de comunicación internacionales, y aquellas, sus familias, para ser grabadas junto a los verdaderos protagonistas, ellos, y difundidas por la CNN, la BBC o/y Al Jaseera: «Miren ustedes lo humanitarios que somos, lo preocupados que estamos por los ciudadanos». Los ciudadanos muertos diría yo, porque por los vivos… Como dice una canción de hace unos años: «Lo están gritando/siempre que pueden/Lo andan pintando por las paredes» (2) . Pero, una de dos, o ya os habéis avezado a estas denuncias y peticiones, o es que os habéis quedado sordos y ciegos. Yo secundo esta segunda opinión, que los ojos que no quieren mirar también son sordos, porque yo sí oigo los gritos de angustia y no miro hacia otro lado. Y no solo me llegan los lamentos de mi aldea, de mi país o de mi continente. Te lo aseguro. Bon, dejemos a un lado mis percepciones y opiniones, porque, a parte de que no me has pedido estas últimas, vas a empezar con la cantinela de siempre: que si soy un quejicoso, que si soy un gemebundo, un apátrida y no sé qué cosas más…  Mejor te dejo, que por hoy ya es bastante y me he puesto de mal humor. Tu amigo,








(1) [↑][Volver] [] La Tomatina. Fiesta popular de Buñol (Valencia) declarada de interés turístico. Se celebra el último miércoles del mes de Agosto desde 1945, con algunas interrupciones. Fuente página oficial del evento
(2) [Volver] [] Versos finales de Por las paredes (Mil años hace) del álbum 1978, letra y música de Joan Manuel Serrat, lanzado ese mismo año.

13 comentarios :

  1. A mí estos temas también me ponen de mal humor... y me dejan sin palabras. Abrazos, J.C.

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    1. Ligia, te diría que tuvieras un poco de paciencia. En principio el relato "pone de mal humor", pero después Dikembe, gracias a su sutil humor e ironía, te hará sonreír. O eso espero. Gracias, JC

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  2. Como ya presentí,tras leer la presentación de tu relato,me tienes enganchada..
    No se si es algo bueno o no tanto ya que es un relato que refleja tan bien la realidad africana que al leerlo acabo con el animo algo desgastado de imaginar (levemente, ya que esa realidad solo puede vivirse) unas vidas con tanto sufrimiento.
    La injusticia es un sentimiento, efectivamente. Las personas sensibles lo sufrimos mas, por ello a veces queremos cerrar aunque sea por un instante los ojos, pretendiendo jugar a ser un avestruz...sin saber que la realidad esta donde planta sus propias patas por mucho que no quiera verlo...Pero también es licito querer no sufrir,querer evadirse.....
    Tengo un amigo con tu mismo nombre que ha viajado como turista bastante por África, y siempre volvía con una sensación agridulce, disfrutaba de una naturaleza única pero también paseaba por las orillas de "vidas" que no merecían ese nombre...
    Algo semejante sentí yo misma al volver de India...pero esto es otra historia.
    Simplemente, gracias por recordarnos que en este lugar del mundo en el que nacimos por casualidad debemos tener el valor de ser agradecidos.
    Los políticos? Una raza aparte...
    Besos

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    1. Mucho me dices en tu comentario, Lola. Yo tampoco mle miro siempre a la vida a los ojos. Pero sé cuando lo hago y porqué. Gracias, JC.

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  3. Triste realidad. Esta realidad es como la pescadilla que se muerde la cola.
    Lo de la tomatina, algo que siempre me ha molestado, como esas fiestas que derrochan el agua.
    Veremos si mas adelante será tiempo de reír. Un abrazo J.C.

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  4. Ah! Feliz Día de Canarias. Jajaja

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  5. Seguro que sí. Siempre es tiempo de reír y más en vuestra preciosa tierra. Feliz día de Canarias. Gracias, Varinia.

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  6. Cuando surgen estos temas suelo terminar discutiendo, porque NO ENTIENDO por qué no se buscan soluciones o determinaciones para tantas calamidades. Luego te das cuenta que hay muchos intereses de por medio y no se desea meterse en camisa de once varas. Y más tarde la impotencia te hace caer en pozos oscuros en los que ves que al fin y al cabo la vida es una ruleta, porque en un sentido u otro en todos los sitios hay sufrimientos en una escala imposible determinar su nivel. Y en mi caso concreto, no sé si por sensibilidad o por qué razón, empiezo a ver todo negro, en todas las cosas y en todos los sentidos. Con un estado de ánimo tan bajo he de hacer verdaderos esfuerzos por mantener la mente fuera del alcance de esa oscuridad.
    Cuántas cosas más pasarán y que no sabemos.
    Una carta verdaderamente escalofriante JC, ojalá hubiera sido una película, NO LA REALIDAD.
    Un abrazo.

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  7. Comparto tu pesimismo, pero gracias a mi inmadurez e idealismo a veces sonrío a un niño y me creo aquello de los Reyes Magos. Hay que acudir a cualquier recuerdo, a cualquier sueño para que la vorágine no nos coma. Gracias, Nita. Un abrazo, JC.

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  8. Es verdad que lo mas cercano que vemos es mas bien negativo, con muchos intereses y violencia gratuita, como la de los aficionados que han ido a la Eurocopa, pero como tu JC me aferro a los Reyes Magos o a lo que sea que aunque me cierre puertas me abra ventanas... a ver si lo conseguimos.
    Saludos.
    Chary :)

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    1. Ya medio centrado y con PC. Seguro que sí, Chary, gracias y
      ♪♪ a por ellos, e o, a por ellos e o e ♪♪. Saludos JC.

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  9. Yo soy de las de los ojos sordos JC, quizá por consuelo, porque cada día hay que vivir sabiendo que, como bien dices tú quién realmente podría solucionar no lo hace porque no interesa, así que prefiero vivir en mi "burbuja de gominolas" como yo la llamo, aunque sé que puede ser egoísta por mi parte.
    En fin, espero con ansia los capítulos que me hagan sonreir.
    Besitos

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    1. Todos somos así. No es más que el instinto de conservación. Pero el asunto, llevado a otros niveles no es instinto, sino interés. Y, creo, que lo que no saben, es que a los interesados les podría ir mejor si pudieran incorporar a sus mercados a todos los consumidores posibles. En fin que nunca dejaré de creer en las utopías. Gracias Amanda. Un beso, JC.

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