Seguidores

lunes, 26 de octubre de 2015

Relatos de COSOQUETECOSO (XXXVII)

¿Quieres empezar a leer desde la primera entrada? Pulsa aquí.
¿Te has perdido los anteriores? Pulsa aquí.

Entre puntada y puntada 
(XXXVII)

Antes de empezar, aclarar qué es un hortera (aparece en la entrada anterior, y me lo han preguntado). No sabía que fuera un localismo madrileño, lo siento. DRAE, 2014, 23ª edición, entrada hortera: «[...] 3. m. En Madrid, apodo del mancebo de ciertas tiendas de mercader « [...]». De ahí viene que en Madrid "un hortera" sea alguien que aunque pretende ser elegante o moderno resulta vulgar, ordinario y de mal gusto (es la mejor definición que he encontrado).

Mientras las modistillas pasaban el trago en la calle Zurbano, Venancio llegaba a Españoleto con la ilusión por encima de las estrellas.

—Señora Casta, señora Casta, mire lo que man dao en el Rastro.
—¿Ahora soy reseñora? Mía tú que bien. Ya veo, Venancio, pero ¿y la cama? 
—Ahí fuera, en el carro. No crea que me sa olvidao. Pero esto no lo he comprao, me lo han dao pa José. Y estas botas pa mí —Venancio no cabía en sí de gozo.
—Yo creía quen el Rastro no había puestos de la beneficencia, pero bueno, si tú lo dices…
—Pos ya ve usté. ¿Sacuerda del amigo ca enseñao a leer y escribir a José en el Rastro? Pos me lencontrao na más salir daquí, en la esquina, y ma guiao hasta allí. Luego ma indicao dónde debía entrar a comprar la cama y a por la ropa. La cama la pagué, pero regateé mucho como él mismo me recomendó. Pero con la ropa no mizo falta regateo alguno. Por no sé que de unas gracias que no me quería devolver, un viejecillo calvo, así sin más, ma regalao este par de botas nuevas. Este invierno ni José ni yo vamos a tener los pies fríos, ni húmedos, ya lo verá usté. Le subo la ropa y que baje ayudarme a meter y subir la cama, porque supongo questá arriba con los deberes, ¿no?
De estropajo mediateca.
educa.madrid.org
De ohjabon.com
—Sí, hijo, arriba anda. Y deja to eso en mi cama. Extendío, eh. A ver si luego puedo darle una planchá, aunque sólo sea a lo que se va poner mañana Joselillo. Aunque no sé, porque tengo apagao el fogón. Y dile que se lave antes de que subamos nosotras, que seguro que le dan más vergüenzas si nos ve por allí. Que use la pila y el barreño que hay encima lalacena de la cocina. En el cajón darriba de mi armario hay toallas. Coge una grande… Si hay, claro. Y si no quiere lavarse le dices que cuando suba yo le doy un repaso con el estropajo y el jabón de fregar los cacharros delante de tos. En la pila hay jabón, y debajo, tras la cortinilla hay un cubo con estropajos sin usar. Ah, y que los hombres que se visten por los pies(1)  se fregan solos.
—Voy. Pero, ¿la cama?
—Déjala, yanda por aquí el lechuzo de Marcos, y conoce a la Perla. Siempre se vié antes y cuando empieza de verdá su trabajo nunca va derecho, aunque siempre alegre. Por aquí ya pasao. Así me dura a mí lo que me dura el vino pa guisar.

Aun así, lo primero que hicieron los dos hermanos fue bajar a por la cama y subirla. Y como iban cargados con el mueble, a la señora Casta le dio tiempo a amenazar con el estropajo a Joselillo si no atacaba él solo su lavado.

—Y péinate. El peine está encima la coqueta la Reme. No la cojas el cepillo que te mata.

Una vez en el cuarto derecha, desliaron el hato de ropa y cuando llegaron al meollo, descubrieron, como había vaticinado el viejo calvo, una cartera de cuero más usada que las monedas de a céntimo, pero que alegró a Joselillo más que si fuera nueva. Dentro, unas botas marrones, éstas nuevas, hicieron que el escolar se quedara sin habla y mirara a su hermano, que con un gesto le ordenó que se las pusiera. Joselillo no dudo ni un segundo, pero antes de que se sentara Venancio le tiró unos calcetines blancos a la cara, que aceptó sin protestar, lo que le devolvió el habla, con lo que se puso a repetir continuamente la primera sílaba de su nombre. Mientras se calzaba, su hermano le contaba las peripecias de la tarde. Sin atarse los cordones de las botas, Joselillo se levantó y se acercó a la mesa donde descansaba su material escolar, lo recogió y lo metió en su nueva cartera. Y, como un pasmarote, se quedó con ella colgando de la mano, como preguntando a su hermano ¿qué tal estoy?

—Paeces un niño rico si no fuera por esos pelos. Y no te digo na cuando te laves, te peines y te pongas ese traje y esa camisa. Pero ahora, yas oído a la señora Casta, tiés que lavarte antes de que suba ella, ya sabes lo ca dicho.
—Jo. ¿Por qué?
—¿Cómo que porqué? Pa noler mal, pa que no te diga na cuando te mire las uñas y los oídos ese fraile. Pa que tengas las orejas limpias pa escuchar las leciones…
—Bah.
—Tú verás, José, la señora Casta ma dicho que si no te lavas tú solo, cuando suba ella, te mete en la pila desnudo y te frota con el estropajo de fregar los cacharros. Y ya la conoces. 
—No va poder conmigo.
—Somos cuatro contra ti, guarro.

Ante esa perspectiva, en el que las mujeres eran mayoría, Joselillo dio su brazo a torcer, y mal que bien se aseó. 

—No tas frotao el cuello por delante, lo tiés gris. Anda, vuelve a la pila, date jabón y frótate con la toalla mojada —esa fue la solución que Venancio encontró.
—Jo, yastá bien, ¿no?
—Que no, ahora te se nota más, porque tiés la cara y el pecho blancos.
—Vaaaaale —Joselillo volvió junto al grifo de la pila.
—Deja allí los calcetines, en la cama, y no toques na de tu ropa, la señora Casta dice que si pué te la plancha, ¿vale?
—¿Pero me puedo poner las botas?
—Mientras te las pongas en los pies, sí.
—Je, je. ¡Qué listo el Venan!
—Bueno, José. Yo me voy, tengo quentregar la Perla a Manolo y decirle que saga ya cargo de Huerto Bajo. El silencio se instauró entre los hermanos. Cierto halo de tristeza surgió de sus corazones y les envolvió durante unos segundos. Hasta que Venancio reaccionó.

—No te procupes, José. To es pa tu bien. Y no es pa siempre. Dos años no es tanto. Ya verás. Y podrás ver a la burra cuando quieras. Bueno, los domingos. Manolo no es como el tío Eliseo. Ese ya no molestará más a naide. ¿Lo sabías, no?
—No, pero no me acuerdo ya dél, así que no mimporta. 
—José, me voy que todavía me queda camino y no quiero que saga de noche. No des la lata y obedece. No estás en tu casa. Eres un invitao.
—Sí, don Venancio.
—Vete a la mierda, José. Y vete acostumbrando al agua —dijo Venancio al empezar a bajar las escaleras—. La jefa dice que ya eres un hombre y que un hombre tiene que fregarse y peinarse tos los días.
—Entonces, no me quedo aquí, me voy contigo a Pozuelo —gritó Joselillo asomándose al pasamanos de la escalera.
—Que te le crees tú. Tú no te meneas daquí.
—Eh, je, je. Te lo has creído, eres un isidro. Tonto.
—Como suba te vas a enterar.
—Sube y te doy con la puerta en las napias, listo.

———— o O o ————

Lógicamente Julia, que ya madrugaba, madrugó más aquel día. Aunque no se programó bien el horario de la ronda informativa. El primer informe hablado tuvo lugar en la carbonería, y duró poco, al carbonero le importaban poco las muertes de nadie, y la portera estuvo por no comprar nada, pero necesitaba hielo para la nevera que le había regalado doña Virtudes cuando adquirió otra mejor y más grande; así que no tuvo más remedio que llevarse un cuarto de barra en el capacho. El segundo noticiero se oyó en la panadería, allí se entretuvo más porque un par de parroquianas se interesaron por la muerte de doña Consuelo; allí compró una hogaza de pan candeal, el preferido de Felipe, su marido. El siguiente parte lo dio en la vaquería, donde compró un cuartillo de leche. Para dar  tiempo a que abrieran los ultramarinos, el cuarto noticiario llegó en la zapatería, donde sólo saludó e informó, igual y por el mismo motivo que en la relojería. Aún así hubo de esperar con el capacho goteando a que abriera el colmado de su calle y allí sí despachó a gusto mientras la despachaban cuarto y mitad de lentejas; el dependiente y dueño era de su cuerda. Sin contar a las personas que se encontró por la calle y a las que paró para dar la mala nueva, Julia dio siete versiones diferentes de los hechos, si bien, en lo sustancial se parecían mucho ya que todas acababan con la gran intervención de su sobrina ante la muerte de “la pobre doña Consuelo, quen Gloria esté. Mire usté, no somos na, y mi Susi sencontró con to el fregao. Y menos mal questaba en casa mi Felipe…”. Los relatos variaron desde la espiración de la finada en brazos de su sobrina, hasta la ayuda que las tres modistillas trataron de ofrecer a doña Consuelo con el fin de llevarla a algún sitio, pero, claro:

—Las pobres hijas no pudieron siquiera bajarla de la cama. Ya sabe usté lo gordita questaba y lo mucho que la gustaba el dulce…

A las nueve y media de la mañana todo Chamberí y parte de los barrios colindantes sabían de lo acontecido la noche anterior en el segundo de la calle Zurbano número veintinueve. Susana, por su parte, se levantó también un poco más temprano que de costumbre y tomó posesión de su cargo de portera. Y ella, por el contrario, no dio ningún parte de sucesos, tan solo los buenos días a todo el que pasó por delante del ventanuco de la portería. Pensaba si habría obrado bien al quedarse con las llaves de la casa de su jefa. Pero se disculpaba al pensar que alguien tenía que hacerse cargo de los encargos, de los cobros y pagos pendientes, para lo que doña Consuelo llevaba una rudimentaria contabilidad en una libreta. El cuaderno y el dinero dormían juntos en un cajón de su cómoda que, normalmente, su dueña cerraba con llave. El resto de pensamientos se los dedicaba Susana a Gertrudis, aunque sabía que estaba fuera de su ámbito de influencia. Pero no lo podía evitar. En esos pensamientos andaba cuando llegó su tía algo enfadada porque se le había escurrido entre los huecos del capacho diez céntimos de hielo en forma líquida. Y llegó al enfado cuando pensó que la culpa era suya por haber ido primero a la carbonería.

—Toma, hija, sácalo por la ventana del patio, si no, va a oler mal la portería, y de paso tiras lo poco que queda de hielo y así se seca. Hoy tu tía la hecho cerrada(2).
—¿Y, a parte, cómo le ha ido a usted?
—Mu bien, naide sabía na. Ya le dije al tío que dijera lo menos posible en la comisaría. Bueno, lo mesmo que te dije a ti. Pa to el mundo ha sío una novedá y una sospresa. ¡Qué caras he visto al contarlo! Y tú ya eres tan famosa como la Chelito, pero no por lo mismo, hija, sino por tu caridad o interés por los demás, no por enseñar los pechos o guiñar los ojos.
—Tía, no tenía que haber dicho nada de mí.
—Vamos a ver, si una no va a poder presumir de sobrina, ¿de qué va hacerlo? Faltaría más…
—Tia.
—¿Qué, questás triste? Te veo mustia.
—No, bueno, sí, la pobre doña Consuelo, aunque no era una santa, tampoco se merecía morir así de repente. Aún era un poco joven… No, pero yo la quería preguntar…
—Échalo fuera, Susana, no te quedes con na dentro, hija.
—No, es que… Me traje las llaves de su casa, ella me las dio para que no le molestara a diario.
—Pos no pasa na. Se las das al tío y yastá.
—No, es que verá, hay trabajos pendientes de entrega y otros pendientes de cobro. Y otros que ni hemos empezado. Y he pensado que podríamos hacernos cargo las tres de todo. Gertru, Reme y yo.
—No, cielo, eso lo veo yo mu complicao, y más si hay dineros por medio.
—No, tía, no creo que sea nada complicado. Las tres nos llevamos muy bien. Y yo sé más o menos todo y cómo se manejaba doña Consuelo. Estábamos todo el día juntas, recuérdelo. Y también sé donde guardaba las cuentas y los billetes.

Fue oír la palabra “billetes” y a Julia se le agrandaron las orejas.

—Pos mira, vasacer una cosa, porque tiés razón. Ahora mismo te vas a su casa, y te traes las cuentas, no vaya a ser que vosotras no cobréis lo cabéis trabajao este mes. Y de paso, te traes esos dineros, no vaya ser también que caiga en manos de cualquiera. Aquí en casa, por lo menos, estarán seguros y localizados por si alguien pregunta por ellos. Anda ve.
—Pero tía, es que el cajón estará cerrado con llave.
—Anda, pos llévate una desas herramientas del tío que usa papretar los tornillos a los cerrojos del portal. Vaya poblema. Los tié ahí, debajo la pila. Anda ve, hija. Sube si no ves a naide. Es mejor que no te vean. Y te vienes enseguida.

No hizo falta que Susana forzara nada. El cajón no es que estuviera con la llave echada, es que estaba abierto de tal forma que se veía su contenido desde la puerta de la alcoba. La libreta sí estaba, pero el dinero había volado. Con ella arrancó la joven, no sin sentirse como una ladrona que entrara en piso ajeno a llevarse algo. Aunque, en definitiva, era lo que había hecho. Cuando llegó acalorada y azarada a la portería de su tía, le contó las nuevas.

—Vaya por Dios, hemos llegao tarde. Si me lo llegas a decir ayer… En fin, qué le vamos hacer.
—Pero la libreta si que estaba.
—A mí la libreta… Si supiera leer como tú, en todavía. Pero, mira, si me la lees, a lo mejor nos enteramos de algo, Quiero decir —y corrigió a destiempo Julia— que así podrás cobrar o entregar los trabajos, ¿no?
—No me importa leérselo, pero a usted le sonará a chino.
—No creas, aquí donde me ves, conozco a mucha gente. Bueno, y también a gentuza.
—Como quiera, pero se va a dormir.
—Tú lee, hija, y luego, si no tiés cacer, mayudas con la escalera. Mis huesos ya no son lo queran y ya noto cómo va entrando el frío.

———— o O o ————

La huéspeda de la pensión despertó a Antón antes de que el sol se levantara. Se había acostado muy temprano y, aunque le había costado dormirse, se levantó muy descansado. Se aseó y se disfrazó. Al menos eso le pareció a él al verse en el espejo de cuerpo entero, luna que vivía en la puerta del armario ropero que llenaba la mitad de la habitación que le habían asignado la tarde anterior. Dos bultos le observaban, uno en el suelo y otro sobre la única silla del dormitorio. Uno le recordó a su familia, el otro la obligación de seguir con el encargo de don Mauro. Por un momento dudó; pero Antón había hecho muy pocas veces su voluntad, eran más las que había hecho lo que debía hacer, lo que esperaban los demás, bien obligado por un salario, un compromiso o una necesidad. Con el asunto totalmente claro salió de la habitación junto con la maleta comprada para durar y heredar. Llegó a la cocina, única habitación con luz, y vio un desayuno sobre la mesa. Era tan copioso que, tras dar los buenos, preguntó a quién se esperaba aparte de él. La cocinera se le quedó mirando y tras un suspiro le aclaró que era el único comensal, aunque echó la culpa de tanto alimento a los montes.

Los montes, como non te pillen bien comíu, te comen a ti. ¿Ye la primer vegada que s'echa nos sos brazos, verdá(3) ? —a pesar de oír la pregunta en asturiano, Antón la entendió.
—Sí, pero ¿cómo me voy a comer todo esto yo solo?
Como tol mundu, despacito y per la boca. Ande, don Anton, cuanto antes empiece, antes va a acabar. Me recuerda a mi marido de joven.
—Señora Carmiña, he de pedirle un último favor.
—Usté, dirá, don Antón.
—Quíteme usté el don, mujer. Verá, no me voy a llevar la maleta al monte, sería de locos. Con lo que, ¿me la podría guardar hasta mi vuelta?
Nun hai nengún problema. Equí va ta-y esperando cuando vuelva, nun s'esmoleza(4).
—¿Perdone?
—No hay problema. No se preocupe. 
—No, eso no me preocupa.
—Ya lo imagino, mi marido no volvió... ¿Pero qué es ese ruido tan raro? —se preguntó Carmiña al tratar de asomarse a la pequeña ventana de la cocina. 
—Es la bocina del automóvil de Feliciano. Me avisa de que ya está aquí. Bien señora, muchas gracias por todo. Ha sido usté muy amable conmigo. Tome, esto es por si las moscas —Antón entregó a Carmiña un sobre, fue a su habitación, se echó la mochila al hombro y salió por la puerta de la pensión. Su dueña, al oír el portazo, miró dentro del sobre y quedó impresionada por su contenido. Junto a una hoja doblada y escrita, que no le dijo nada, encontró unos billetes que pagaban con creces los servicios prestados. Cogió lo que ella creyó justo y acordado, y volvió a meter en el sobre la carta y el resto del dinero. Después, abrió levemente la maleta apartando la vista para no ver nada de su interior, y deslizó el sobre dentro. La cogió por el asa y la llevó a su alcoba. Volvió a la cocina y empezó a recoger los restos del desayuno de Antón. Alguno, sin tocar, serviría para los otros dos huéspedes habituales de su pensión. Esos necesitarían menos, no se echaban al monte. Y por un momento recordó a su marido sentedo a la mesa y llamándola exagerada “Muyer, como siempres que salgo al monte, prepáresme demasiáu almuerzu. Yes una esaxerada(5)”. Y unas lágrimas le nublaron la vista y acabaron por escapar de sus ojos.

Cuando Antón pisó la calle, el alba dominaba sobre la noche y presagiaba el futuro día. El color rojo del Ford  peleaba por lucir su hermosura. Con el motor en marcha, su conductor esperaba dando cuenta de un cigarrillo. Al ver cargado a su pasajero, se apeó, tiró la colilla, la pisó y abrió el portón del maletero, allí se acercó Antón y descargó la mochila.

—¿Qué, cómo hemos descansado?
—Mejor y más de lo que me esperaba, la verdad. Pero esa mujer me acaba de cebar. Ahora mismo no podría ni dar dos pasos seguidos.
—Luego se lo agradecerá, Antón. ¿Vamos?
—Vamos, Feliciano.
—A ver hasta donde llegamos. Para mí es la primera vez que conduzco sin saber hasta donde voy a llegar, y para éste —golpeó con las dos manos el volante— también. 

Durante el trayecto, si alguien les hubiera podido oír, nadie hubiera dudado de que esos dos hombres, que se desconocían, no eran dos amigos de toda la vida. Al principio el Ford avanzaba alegre aunque la carretera no fuese tal, sino un camino de tierra bien allanado y relativamente ancho, y que estaba harto de ser hollado por las duras ruedas de carros y carretas, y por los cascos de equinos y vacunos. El automóvil paró y su chófer consultó un mapa. Según sus cálculos no debían llegar a Villamayor. Dio marcha atrás y dejó el buen camino por la derecha, rumbo suroeste, por otro que ascendía y que pronto giraba a la izquierda. Y por él fue que el automóvil comenzara a protestar. Habían dejado atrás varias parroquias, en el buen y en el mal camino y, ahora, en su derredor sólo se distinguía vegetación, piedras y un cielo limpio y azul.

—Con el tiempo va a tener usté suerte. Es uno de los pocos días en que las nubes no estorban al sol. Y por aquí eso es muy raro y más en la amanecida. Parece mentira que estemos en octubre. Pero no se confíe, Antón. Recuerde todo lo que hemos hablado y le ha contado Pantaleón. No se fíe.  

El automóvil seguía su tortuoso y lento avanzar, subía entre baches y falsos llanos hasta que un árbol de grandes dimensiones apareció acostado sobre el camino. Feliciano se asomó por la ventanilla y giró el cuello hacia el otro lado.

—Evidentemente que hasta aquí hemos llegado éste y yo. A no ser que usté me sorprenda y retire ese árbol del camino, esta situación no admite discusión alguna, ¿verdad? —. Feliciano se apeó del Ford y golpeó el capó del automóvil—. Éste no da más, pero tampoco se ha portado mal.
—Mejor así —contestó Antón al pisar la hierba salvaje—. Las cosas mejor claras, ¿no? Y, la verdad, no nos lo podían poner más claro. Bien —se puso en jarras y preguntó—. ¿Ha preparado la factura, verdad?
—Bueno, si a esto le llama factura, sí —. El chófer sacó un papel de la cartera en el que Antón pudo leer en una caligrafía infantil: “Por los servicios prestados de chófer las pesetas que abajo se indican. Son 50 pesetas”.
—Me parece muy bien. Pero, ¿no es algo caro?
—Bueno… Por eso no vamos a discutir.
—Vale, tome usted setenta y cinco y mi agradecimiento. 
—He caído, ¿no? Ya sabía yo… —Feliciano abrió el portón del coche y Antón sacó la mochila, se la acomodó en los hombros, cosa que no logró del todo, y antes de iniciar el ascenso al monte, se volvió, se acercó al buen asturiano y le tendió la mano. El sincero apretón de aquel hombretón le 
De virgendecovadonga.es
dolería hasta mediodía.

—Suerte, Antón.
—Suerte, Feliciano.

El chófer quedó con la vista perdida y clavada en la mochila que se movía, sin ver al que se alejaba con dirección sureste, inconsciente de lo que se había propuesto, pero al que había llegado a admirar en esos dos o tres días que habían compartido idas y venidas y algo más. Por ello se acordó de su Virgen de Covadonga.

———— o O o ————

—Mujer, es normal que ellos quieran vivir su vida. Y si les sale una oportunidad…
—¿Pero los dos? Son como tú.
—En eso no hay nada malo.
—Ya, pero me podían haber tocado unos hijos normales.
—¿Y a qué llamas tú un hijo normal?
—No sé, más cariñosos, que siguieran viviendo con sus padres, que desearan formar una familia, que me dieran nietos…
—O sea, que se dejen llevar como borregos y no traten, en cambio, de imponerse para buscar su felicidad, sino la tuya. Tus hijos, aparte de serlo, Carmina, son antes personas. Individuos que desean vivir a su manera, no al dictado de costumbres e inercias que se cuestionan. Son como son, y no como deseamos que sean. Los hemos educado así, no debería ser motivo de queja cómo actúan. Si acaso de arrepentimiento por nuestra parte; por haberles inculcado el respeto a la libertad y a las personas, la obligación de decidir, no a quedarse parados y que la vida o los demás resuelvan por ellos, o a que las circunstancias anulen su voluntad y sus sueños. Si a Israel le han destinado a la sucursal de Londres, Javier no hace más que viajar y se han emancipado muy jóvenes, es lo que han elegido ellos.
—Ya, pero yo había soñado otra cosa mientras los veía crecer.
—Eso es natural. 
—Pero tú nunca has dicho nada sobre lo que te hubiera gustado que fueran.
—Porque yo no pretendo ser adivino y me guardo muy mucho de soñar sobre su futuro. Además soy mucho más realista, léase pesimista. Tú, en cambio, eres una fantasiosa, sin querer decir que eso es peor que lo mío. Ni mejor. Enseguida imaginas en tu cabeza una novela que se ajusta a tus deseos, pero que la vida no escribirá. Y, algunas veces, esos proyectos imaginados se convierten en una obsesión. Conmigo te ha pasado y te pasa lo mismo. Yo no soy la perfección hecha hombre… Sí, no te rías. La perfección como tú me exiges, ni tampoco el desastre en el que me convierto por no cubrir tus expectativas…
—No dices nada más que tonterías, Cirilo —dijo Carmina con una sonrisa en sus labios.
—Es tu opinión. Pero, contéstame a una pregunta.
—A ver, pregunte señor fiscal.
—¿Acaso no vas a presumir de hijos por sus destinos laborales internacionales?
—Conteste ahora el fiscal, ¿acaso no es para presumir como van las cosas por esta España decimonónica?
—Yo podría hacerlo, pero a ti eso no te hace feliz.
—¿Y qué? Son mis hijos y están llegando donde otros no han soñado ni siquiera llegar. Y, además, no aguanto que cierta gente me restriegue por la cara los triunfos logrados gracias a la cuna o al dinero de sus próceres, y no al trabajo y a la valía de las personas. ¿O a ti te gusta eso? Porque sé que no.
—Tienes razón, a mí tampoco me gusta ni un pelo. Pero en el momento que atisbo esa posibilidad, evito a esos individuos e individuas. No necesito oyentes para sentir el orgullo que siento por Javier e Israel. No necesito gritarlo ni que otros me lo confirmen, Carmina.
—Pues chico, a mí nadie me tapa la boca con un casorio que se ve de lejos que es una solución económica a la ruina de un marqués, por ejemplo. 
—Pero es que ese no es mi mundo.
—Pero sí el mundo en el que vivimos. ¿Quién es ahora el fantasioso?
—En eso difiero. Ese es el mundo en el que tú quisieras vivir.
—Tú estás loco, Cirilo. Yo una marquesa y tú un conde… Amos anda.
—Dime que nunca has soñado con eso.
—Bueno, sí, quizá de niña, como todas.
—Pues yo creo que todavía persiste en ti aquella niña.
—Sí, ahora llámame inmadura.
—No es mi intención. Y esa opinión, viniendo de mí, deberías tomártela como un piropo no como un insulto.
—Ay, si yo hubiera sabido que ese joven educado y galante, cariñoso y atento se iba a convertir en un cascarrabias…
—¿De verdad que me ves así?
—A veces.
—¿Y las otras?
—Menos cascarrabias. Cirilo, yo te quiero. ¿Y tú?
—Vaya pregunta, Carmina.
—Ves, tú nunca me lo dices.
—Sí te lo digo, no seas tan testaruda. Lo que pasa es que tú necesitas oírlo cada cinco minutos.
—No crees que exageras un poquito.
—Puede, pero tú necesitas que te lo digan muy a menudo. Y a mí me parece que esa declaración de sentimiento no hay que sobarlo, porque si no, se convierte en una muletilla o en una costumbre que desvirtúa su precioso significado.  
—O sea, que no me dices que me quieres para que cuando me lo digas tenga más valor, ¿no? Pues estamos arreglados.
—No, no es eso. Piensa en lo que le ha pasado al saludo matinal, ese “buenos días” al que hemos cercenado tanto el sujeto como el verbo como el complemento indirecto: “Yo te deseo que tengas buenos días”. De tanto usarlo ha perdido su intención su frescura, y se ha quedado en una simple fórmula de cortesía. A mí no me gustaría que eso pasara con el “te quiero”. Además a mí el verbo querer usado en el sentido de amar me recuerda a poseer.
—Vamos, que por ti no nos dábamos ni los buenos días.
—No, mujer. Yo opino que deberíamos echarle más imaginación y transmitir a los demás nuestros deseos claramente, pero cuando lo sintamos de verdad, no cuando estemos medio dormidos.
—Lo que te digo, que hay días que ni siquiera me hubieras saludado al despertarte.
—Igual que tú a mí. Y eso daría más valor a una caricia el día de mañana acompañado de un “te deseo un día feliz, Carmina”.
—Mira, Cirilo, eres muy raro.
—Pero eso ya lo sabías tú, ¿no?
—Anda, déjame, que no he dado una puntada. Ponte a leer o a pintar.
—Sólo te digo una cosa más y te dejo en paz. Creo que llegará el día en que te gustará más la vida que llevan tus hijos, que aquélla que imaginaste para ellos. Dale tiempo al tiempo. Y piensa que la rareza no me ha disminuido la capacidad de amar.
—¿Es tu forma de decir que me quieres?
—Tú sabrás.
—Raro, pero raro, raro, raro.

———— o O o ————

La relación entre el burgués y la fámula iba viento en popa. A ello había contribuido en gran medida el hecho de que Juanín y Gertru se encariñaran. En el fondo la joven asturiana no dejaba de ser una cría que había nacido y no había conocido hermano alguno. Críada por una tía , muy mayor, que bastante había hecho, antes de morir, con sacarla adelante. Por otra parte, Servanda que se hacía vieja, como ella misma decía, agradecía los pequeños descansos que le proporcionaban los tiempos que padre e hijo pasaban con la futura madrastra del niño, más los que Gertru pasaba sola con Juanin bien en algún paseo, bien jugando en la habitación del pequeño. El crío no se arrancaba a hablar fluidamente, pero ya decía más palabras que cuando se conocieron, aunque seguía señalando lo que quería. Eso sí, Gertru seguía siendo Getu, palabra que decía a todas horas y en cualquier momento para satisfacción de su enamorado padre.
  
—¿Eres feliz, Gertrudis?
—A veces me doy pellizcos porque no me lo creo, Mauro. ¿Y tú?
—Yo tampoco me lo creo. Todos mis miedos se han quedado atrás. Veros juntos a Juanín y a ti me colma de felicidad. Que él conozca a una madre me parece maravilloso. Y tú, después de perder tu hijo o tu hija…
—Ya tenía a Servanda, no exageres —cortó Gertru para no recordar tiempos peores.
—No le quito su valor, no me entiendas mal, pero Servanda ha sido más una abuela, con tanto trabajo que nunca ha podido regalarle ni un minuto de su vida. Y, encima, el padre le tenía relegado, castigado porque le echaba la culpa de la muerte de su madre. Ahora me doy cuenta de lo animal que he sido.
—No te castigues tú ahora, Mauro, no cometas el mismo error que cometiste con él. Yo creo ques normal. Y, además, tas dao cuenta a tiempo.
—Gracias a ti, Getu.
—Ahora tampoco meches a mí la culpa de todo.Tú has sido la persona que más ha hecho por mí junto con Reme y la señora Casta. Pero estoy segura que sin ti hoy no estaría aquí, contigo.
—No digas tonterías, Gertrudis. Lo que a mí me achacas, se lo debes al doctor Ullastres, a Luis. Yo no he hecho más que quererte desde el día que te vi.   
—Pues a mí me pareciste un señor muy serio y estirao. Desos que iban a visitar a los señores de Miralles, donde servía.
—Vaya por Dios. Y yo que me creía interesante y elegante.
—Ahora sí. Aunque de todas formas yo creo que mengañas.
—¿Qué te engaño yo? —se sorprendió don Mauro a sabiendas de que mentía.
—Sí. Yo creo que tienes un secreto que no me quiés contar. O algo así, no sé.
—Mujer, qué ideas se te pasan por la cabeza. Yo nunca te esconderé nada, te lo aseguro —mintió don Mauro que pensó en Antón—. Otra cosa será cuando te compre algo para tu cumpleaños y te lo esconda. Eso sí, sorpresas sí que quiero darte. Pero alegres.
—Bueno, ya veremos. Pero no quiero que me regales nada, bastante me has regalao ya. Pero como lo descubra y sea asunto de faldas te vas a enterar —amenazó Gertru con la boca pequeña. Don Mauro se echó a reír.

El encuentro terminó en un beso fugaz y eterno en el recuerdo de Gertru, porque fue el primero en el que se entregó a don Mauro.

[Continuará]




(1) [Volver] Vestirse por los pies. Frase hecha que permite múltiples interpretaciones. Como se dice en este foro del Centro Virtual Cervantes el primer antecedente que recogen las instituciones lingüísticas es en Diario de un Emigrante, 1958, de Miguel Delibes. Aunque la RAE sea más parca y concreta: DRAE, 2014, 23ª edición, entrada pies: «vestirse alguien por los ~s. 1. loc. verb. coloq. Ser del sexo masculino. [...]».
(2) [Volver] Hacer la cerrada. DRAE, 2014, 23ª edición: «hacer [...]. [hacer]la cerrada. 1. loc. verb. coloq. Cometer un error culpable por todas sus circunstancias». Antes lo encontramos en el Diccionario Castellano con las Voces de Ciencias y Artes, tomo I, imprenta de la Viuda de Ibarra, 1786, Esteban de Terreros y Pando: «hacerla cerrada, frase vulgar, [...] y tambien se dice errár alguna cosa ó hacerla mal, V». Fuente: books.google.es.
(3) [Volver] Los montes, como no te pillen bien comido, te comen a ti. ¿Es la primera vez que se echa en sus brazos, verdad?
(4) [Volver] No hay ningún problema. Aquí le estará esperando cuando vuelva, no se preocupe. 
(5) [Volver] Mujer, como siempre que salgo al monte, me preparas demasiado desayuno. Eres una exagerada.

19 comentarios :

  1. El estropajo!! todavía siento su aspereza.. La técnica del rumor está todavía hoy de moda, empiezas una noticia de una forma y va cambiando hasta llegar al último que la dice o que la escucha... A ver el resultado de esa caminata de Antón, que ya tengo ganas de saberlo. Me encantan los diálogos de Carmina y Cirilo (ya te lo había dicho...) Hasta la próxima semana. Abrazos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo, cuando escribía sobre el estropajo me daba dentera, como ahora. ¡Cómo escocían las rodillas después de que la Juana me las frotara, sobre todo en verano, cuando volvía de jugar de la calle!
      Los rumores... ¿Has jugado alguna vez de niña a los disparates: "Este me ha preguntado tal y tal, y este me ha contestado tal y tal", jaja.
      A lo mejor me paso, pero hay que dar al relato un poquito de intriga.
      Estoy contigo, a mí me encanta escribir sobre Carmina y Cirilo. No me cuesta nada, al revés que con el resto, jajaja.
      Un abrazo, Ligia.

      Eliminar
  2. Jaja, la conversación entre Carmina y Cirilo...
    Me encanta Juanín, ¡estaría bien conocerle!
    Yo tampoco sabía lo de que hortera fuera algo madrileño, una de tantas palabras...

    Cq.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Juegas con ventaja, sinvergüenza.
      Claro, como aquí se dice mucho. Aunque ya se usa menos. En mi época era un grave insulto, jajaja. Aunque en ese insulto cabía todo el que no vestía como tú, claro.
      Creo que has debido conocer a más de un Juanín, tímidos, retraídos y con lenguas de trapo.
      Besos, cq

      Eliminar
  3. Si es que hasta oigo el acento asturiano! Que bueno!!
    Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores....las vicisitudes y sustanciosos diálogos de Cirilo y Carmina los están convirtiendo en grandes protagonista dentro de la historia principal...
    Los "informes hablados"..creo que seguirán existiendo siempre, mas bien para mal que para bien..
    Que detalles para el recuerdo, los estropajos de toda la vida, las pastillas de jabón o la coqueta donde colocar los peines...
    Gracias por continuar ahí, JC, ..

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Lola. Me encanta lo que me dices del acento asturiano porque a mí me pasa igual, y cuando lo leo cargo el tono, aunque seguro que lo haría mal en voz alta. Cirilo y Carmina eran necesarios para resaltar los diferentes ambientes y necesidades de los personajes, y al final, se me han ido de las manos y hacen y dicen lo que quieren, aunque es verdad que no me dan trabajo sus diálogos, es más, los disfruto. Un saludo, JC.

      Eliminar
  4. Pues en Asturias un hortera es lo mismo que en Madrid !!!

    ResponderEliminar
  5. No sabes lo que me gusta oír eso, porque, como he dicho, pensé que era una palabra generalizada y no un localismo como dice la RAE. Y aprovecho, ¿qué tal mi asturiano? Jajaja. me gustaría conocer tu opinión e incluso que me corrigieras.
    Gracias, Paz, un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Hoy un poco más tarde porque he estado algo liadilla. Si yo también recuerdo el estropajo y el jabón lagarto.
    Me está dando una corazonada, ¿conoceremos a ese matrimonio tan divertido?.
    Y yo digo lo mismo que Paz, en La Laguna, hortera significa eso, ¡hortera! Jajaja.
    Bueno a esperar a ver si el lunes tenemos buenos resultados con esas pesquisas.

    ResponderEliminar
  7. Parece que vais leyendo entre líneas, jajaja.
    Me reafirmo en lo de hortera, debería mandar un correo con vuestros comentarios a la RAE, a ver si corrigen esa entrada, porque el lenguaje lo hacemos nosotros.
    Gracias, Varinia. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  8. Pues en Andalucia también existe el "hortera"...
    Bueno me encantan los dialogos de Cirilo y Carmina como al resto de mis compañeras y el acento asturiano, hace poco vinieron unos primos que viven alli y es idéntico, y el resto de personajes con sus historias que se van devanando en cada capitulo y que me encantan.
    Feliz semana.
    Chary :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Está claro, hay que comunicárselo a la RAE, jaja. Me anima que me digas lo del deje asturiano. Ahí no me siento seguro, como se lo he dicho a Paz que vive en ese principado. De Cirilo y Carmina, qué te voy a contar. Al final del relato descubriré algo sobre ellos, aunque ya hay alguna lectora que parece saberlo, jaja. Un abrazote, Chary, JC.

      Eliminar
    2. Ah, sabía que algo se me olvidaba. "Como al resto de mis compañeras". Pues para ellas también mi agradecimiento y un saludo a cada una, JC :)

      Eliminar
  9. Los diálogos de Carmina y Cirilo son muy sabrosos, cariños

    ResponderEliminar
  10. Nunca se me hubiera ocurrido emplear ese adjetivo, pero me lo aprendo para usar lo. Gacias, Abril. Un beso. JC.

    ResponderEliminar
  11. Hoy me ha resultado tan sumamente interesante que hasta se me ha echo cortito el relato.
    Besos.

    ResponderEliminar
  12. Pues en Gran Canaria también se entiende el "hortera" como en Madrid...
    Que intriga con Antón, espero no tenga el mismo final que el marido de Carmiňa.
    Me alegra que Juanín y Gertru hayan congeniado tan bien.
    Me hace mucha gracia que Joselillo no quiera baňarse, claro que yo no conocí ese estropajo....
    Besitos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo dicho, habrá que mandar vuestros comentarios a la RAE.
      No, Antón tiene otro final, pero no ter lo voy a desvelar, jaja.
      El amor es como los polos opuestos de un imán, se atraen.
      No sé (ni me importa) si eres madre, pero todos nosotros, en general, seas varón o hembra, pasamos una época "guarra". Y aunque te pongan el mejor gel, la mejor esponja y la temperatura del agua a tu gusto, rechazas ducharte. Yo de Rey paré a ser Gitano según mi madre, que en su poca cultura asumió que gitano era sinónimo de guarro, pobre mujer porque sé que en su comparación no había malicia aunque estuviera mal. Ah, y mis rodillas sí conocieron el estropajo como parte del instrumental higiénico, jajaja. Besos, Amanada, JC.

      Eliminar