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lunes, 19 de octubre de 2015

Relatos de COSOQUETECOSO (XXXVI)

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Entre puntada y puntada
(XXXVI)

Publicaciones de la Escuela Mo-
derna, 1903, cartilla 1ª lectura
 De biblioteca.ferrer.guardia org..

Joselillo apareció en la portería abrazado a una pizarra pequeña y a un libro rojo que acompañaba al suyo. Su cara, por extraño que parezca, no expresaba nada, ni alegría, ni tristeza, ni preocupación, ni nada.
—Hombre, ¿cómo te ha ido, José? —pregunto Venancio tan ilusionado como intrigado.
—No sé.
—¿Cómo que no sabes?
—No sé, bien y mal.
—¿Bien y mal? Cuenta, chaval.
—Ahora no mapetece, Venan.
—Testábamos tos esperando. Cuéntanos lo bueno aunque sea, hombre.
—Vaaaaale —arrastró Joselillo la primera vocal—. Don Zacarías paece bueno. Ma tratao mu bien y ma dao gratis esta pizarra, un cuaderno y este libro —que por fin dejó sobre una silla—. Y estos pizarrines y un lapicero también —que se sacó del bolsillo—, y una goma pa borrar —. Y ahí paró, y dejó a todos a la espera de más.
—Venga, sigue —le tiró de la lengua su hermano.
—Es que también dice que voy a estar en unabitación con él solo hasta que me ponga a laltura de los demás chicos. Yo les he visto y no son tan altos. Ya sé que yo soy más pequeñajo que los de mi edá, pero…
—¿Pero qué? —preguntó Venancio.
—Que no sé si voy a crecer más.
—No, hijo —intervino la señora Cata—. Has entendío mal al fraile ese. Él se refería a la altura de conocimientos, de saber cosas, leer, escribir por ejemplo. No a tu cuerpo, sino a tu celebro.
—Pero yo ya casi sé leer y sepo poner mi nombre, y con mis apellos y to, menseñó mi amigo Mendrugo.
—Sí, eso lo sé yo —confirmó Venancio.
—¿Y?
—No tentiendo casi na.
—¿Lo ves?
—Venga, dejarlo y sentaos a comer, que os sirvo las patatas. Venancio, tray acá tu plato, tú primero questás ahí en la pila apartao. Bien… Luego Joselillo que traerá muchambre —. Y así, la señora Casta repartió el contenido del puchero—. Y ahora, si quiés, nos cuentas. Pero no hables con la boca llena, eh.
—Entonces, tendremos quesperar a que sacabe de devotar las patatas —comentó Reme.
—Pos Venancio y yo nos lo hemos pasado de chipén.
—Ah, sí —preguntó Reme con cierto interés.
—Sí, con las monjitas esas, no te procupes, mujer. San puesto de contentas con to lo que las ha dejao el Venancio...
—Bueno, se lo has llevao tú, Gertru —dijo Venancio con la boca llena. Tragó y siguió—. Ella ha llevao a la Perla, sabéis, y san hecho amigas y to.
—Es que Gertru se lleva mu bien con las burras —ironizó la señora Casta.
—Eh, madre, que la hentendío —y al descubrir los demás la ironía que escondía las palabras de la señora Casta, rieron. Y Joselillo imitó el rebuzno de la Perla, pero como lo hizo con restos de patata en la boca se atragantó, con lo que Reme se sumó a las risas generales, mientras le daba unas palmaditas en la espalda.
—Anda, bebe una poca agua, bobo, que te vas ahogar. Qué payaso estás hecho.
—José, tenemos quir esta tarde a comprar tu cama al Rastro.
—Pos no sé si voy a poder acompañarte, Venan. El hermano Zacarías ma puesto muchos deberes pa mañana.
—Bueno, pos tú haces los deberes. Lo primero es lo primero. Ya voy yo solo.
—Si quieres voy contigo, como habíamos quedado esta mañana —se ofreció Reme.
—No, Reme. Si hubiera sío por la mañana sí, pero por la tarde tiés quir a coser. Ya macerco yo. Tampoco será mu difícil encontrar una cama así, ¿no? Dices callí hay de to, ¿no, José? Nada, tú te quedas aquí a estudiar y tú, Reme, a tu costura.
—No, mejor que Joselillo se suba a casa y haga los deberes esos en la mesa del comedor. Y si tié alguna duda se baja y se lo pregunta a una de las señoritas, seguro que no les importa. De todas formas, cuando subas llamas y les das las gracias y les cuentas lo bien que ta recibío su amigo el cura.
—El hermano Zacarías, no es cura, es fraile. Me lo ha explicao, no son curas. Bueno, no tos los frailes son curas ni todos los curas frailes. Por eso les llaman hermanos, y don tal o don cual.
—Sí, hijo, el hermano sacarías y también el primo meterías —. Como el ambiente era hilarante, todos rieron la broma de la portera—. Y de postre melón de Huerta Baja. A ver, Venancio, Toma, corta tú las rajas y pregunta cuantas quié ca uno. ¿O Joselillo quiere más patatas?
—Sí, señora Casta, si hay, sí.
—Claro, contigo, cuando hay patatas, te cuento por dos. Trae el plato, anda. ¿Dónde lo echarás?
—En casa me voy lejos a un bosquecillo, pa que no güela. Aquí voy al retrete del cuarto.
—Mu bien hijo, pero ni te preguntaba a ti, ni lo que has contestao —. Esta vez rieron todos menos el chaval.
—José, la señora Casta quería decir que comes mucho pa lo que luces. Que no te se notan los dos platos de patatas que te comes casi tos los días.
—¿Qué no? —Joselillo se levantó la camisa heredada de su hermano y sacó tripa.
—Que no es eso, José. Que en la mesa no se habla de mierda.

Entonces el joven se puso colorado y bajó la cabeza de tal forma que la nariz prácticamente tocaba el caldo de las patatas. Acabada la comida, Reme y Gertru echaron de la portería incluso a su madre, a la que “obligaron” a subirse un rato a su casa para que se echara a descansar hasta que ellas fregaran y se fueran a casa de doña Consuelo. Al subirse ella y Joselillo, aprovecharon para cumplir con la señorita Paulita, que se puso muy contenta por lo que le contó Joselillo. Venancio, por su lado, sacó un cubo de agua a la Perla y le dio de comer la poca alfalfa que quedaba en el carro. Luego volvió al tabuco y se echó un cigarro mientras las dos jóvenes recogían la mesa. Cuando acabó y no sabiendo donde apagar la colilla, lo que le pasaba siempre, se despidió y se fue en busca de la cama de Joselillo, con la advertencia de que iba temprano.

—Ya, pero mientras llego… Además como no he ido nunca al Rastro, lo mismo me pierdo. Por eso quería que José viniera conmigo, por eso y porque se probara la ropa.
—Tú sabrás —contestó Reme.
—Hasta luego.

Cuando Venancio dobló la esquina de Españoleto, un anciano de pelo largo y blanco le hizo una seña.

—¡Soooooooo, Perla!
—Oye, muchacho, ¿no irás al Rastro?
—Pos da la casualidá que sí. ¿Lee usté el pensamiento?
—A veces creo que sí, pero no estoy seguro —se sonrió el hombre.
—Suba.
—Gracias, hijo.
—¿Sabe usté ir?
—Claro, perfectamente.
—Pos mira qué bien, yo no sé. Usté dirá entonces.
—Tú deja a la burra que ande, seguro que nos lleva. A veces los animales me parecen mejor y más listos que los hombres.
—¿También se mete en la cabezota de los burros? —siguió la broma Venancio.
—No, en este caso es al revés, son ellos los que leen mis pensamientos, de ahí que la Perla sepa como ir al Rastro.
—Me cae usté simpático. Tiene unas salidas…
—¿Y a qué vas al Rastro, muchacho?
—A ver si encuentro una cama pa mi hermano pequeño. Hoy, por fin, ha empezao la escuela y se va a quedar a dormir en ca mi novia. Su madre lacogío pa que no tenga quir tos los días de Pozuelo a la plaza Chamberí. Nosotros vivimos solos en ese pueblo.
—¿Solos? ¿No tenéis padres?
—No, y mejor no hablar dello.
—No pretendía meterme donde no me llaman. Pero haces bien al pasar página, es una de las cosas que más le cuesta al ser humano.
—¿Y usté?
—Yo nunca he tenido padre ni madre.
—No me refería eso. ¿Qué a qué val Rastro?
—Yo vivía allí, tenía un puesto.
—No sería de muebles o ropa, ¿no?
—No, hijo, lo siento, yo vendía libros usados. Tenía una librería de viejo, como yo. Pero te puedo indicar alguno de muebles y ropas, si quie...
—No me ha contestado.
—Porque no me has dejado.
—Tié usté razón.
—Cada uno tiene la suya, Venancio.
—Anda, ¿y cómo sabe como me llamo?
—Por lo que has dicho tú antes, leo la mente de las personas —. Venancio se río de la contestación—. También sé que tienes un hermano al que tú llamas José y el resto Joselillo. Y no te has dado cuenta, pero he llamado a tu burra por su nombre.
—Mire, porqués usté un viejo pero esto no mestá gustando na. Yo no le conozco y usté paece que conoce to de mí.
—Vale, dejémoslo ahí. Lo único que pretendo es ayudarte. Coge esa calle a la derecha, parece que la Perla se ha despistado. Sólo déjame decirte que estás haciendo lo correcto. Joselillo será una gran persona si sigue con su educación, si no, corre el riesgo de usar su gran potencial en asuntos que no nos gustarían.
—Agora paece usté un adivino desos.
—No, Venancio, la experiencia es la que dicta mis palabras. Lo has dicho antes, soy un viejo, pero no sabes cuanto. Ahora por esa a la izquierda. A la burra le cuesta seguirme cuando me asusto y me has hecho pensar en mi edad. Y tira todo para arriba, por la calle ancha.
—Y José no va a ser, es ya una gran persona, caballero. Y se merece lo que le está pasando ahora. Mayudao mucho el crío y lo ha pasao mal.
—Sí, porque lo que le pasó no se lo merece él, ni ningún otro niño.
—¿Cómo sabe to eso?
—Porque, por desgracia, todavía no ha llegado el tiempo en que haya más niños felices que infelices. Aunque, no te creas, el asunto no  pegará un vuelco importante en épocas venideras, lo que sí ocurrirá es que serán niños que vivan lejos de aquí.
—Pos por José no se procupe, ya mocupo yo dél.
—Ya lo he hecho. El único defecto notable que tienes, es que a ti no te ha dado tiempo a ser un niño, tan solo has vivido la primera infancia. Pero, a pesar de ello, has podido entender y disfrutar de la de tu hermano. Bueno, joven, estamos llegando. ¿Ves esa estatua?
—Sí.
—Pues la calle a la que está mirando ese soldado es la Ribera de Curtidores, la calle del Rastro, aunque hay más comercios en calles adyacentes. A media calle, a la izquierda, esquina a la de un fraile, encontrarás lo que buscas, la cama. Allí debes regatear, no te dejes engañar, que no noten tu necesidad. Y abajo del todo a la derecha, una tienda que parece un cuartel. Allí tienes la ropa. Ya se la he apartado yo —dijo el viejo al apearse del carro que Venancio había parado junto al pedestal de la estatua.
—Pero, espere, ¿usté quién es? No entiendo na.
—No hace falta entender cuando se trata de lo que nos beneficia, el problema es cuando nos perjudica, pero tanto para lo uno como para lo otro existen las mismas razones. Lo único que cambia lo malo por lo bueno es nuestra voluntad, y tanto tú como tu hermano tenéis buena voluntad de sobra. Ah, y yo me llamo Mendrugo, soy un buen amigo de tu José. Adiós, hijo.

Tan sorprendido quedó Venancio que cuando se recuperó, no fue capaz de vislumbrar a Mendrugo alejarse. Se puso de pie en el pescante del carro, y por más que atisbó y remiró, no vio por ninguna parte aquella melena blanca. En eso, notó un tirón del carro que le hizo sentarse de sopetón. Miró a la Perla que estaba con el cuello girado, y le pareció que le guiñaba un ojo. Saltó al suelo y se acercó a la burra, la cogió por las orejotas y se la quedó mirando a los ojos.

—¿Mestás guiñando un ojo, Perla?
—Sí, y esta noche te va a tocar un chotis, isidro —se rió una manola que pasaba por allí y había oído la pregunta de Venancio.
—¿Mestoy volviendo loco?

La cama no fue difícil de adquirir, justo en la esquina con Fray Ceferino González. El hortera de la tienda le ayudó a subirla al carro después de regatear un buen rato. Como Venancio no sabía lo que podía costar un trasto de esos, plegable o no plegable, pagó algo más que otros que sí lo sabían. Pero él no lo supo y se olvidó de los cuartos enseguida. No dejaba de pensar en el tal Mendrugo. Claro, el viejo de melena blanca y gafas de pasta negra era el amigo de José, el que le había enseñado prácticamente a leer y a escribir, por eso sabía tanto de ellos. Pero, ¿por qué había aparecido en la esquina de Españoleto? ¿Sólo para guiarle hasta el Rastro? Pero eso era una tontería. Entonces Venancio pensó en sus palabras y no encontró en ellas ninguna tontuna. Todo tenía sentido y parecía una advertencia o un camino a seguir, que coincidía con el que él se había trazado para su hermano. Y cayó en la cuenta de que, durante el tiempo que Mendrugo había estado subido al carro, no se había sentido solo. En eso llegó al final de la calle, bajó del carro y ató la rienda de la Perla a una farola. Miró en su rededor y distinguió el color y la forma de los uniformes. Se acercó y entró en la tienda. Allí poca ropa civil se veía, solo calzado y prendas militares de todas clases. Lo que le recordó que José necesitaba también un buen calzado para el invierno. Nunca habían tenido zapatos, sólo alpargatas. Detrás de un fardo de ropa apareció un anciano calvo con una colilla apagada en la comisura de los labios.

—¿Tiene burro?
—Sí, ¿por qué?
—¿Y se llama Venancio?
—La burra no, pero yo sí.
—Hombre, joven, soy viejo, pero no por ello tonto. La burra, tendrá nombre de burra. La Perla, si no mequivoco.
—Exacto.
—Entonces vienes a por eso questáhí. Cógelo, es tuyo.
—Pero… No pué ser, ¿gratis? —. Se acercó Venancio al vejete y vio que encima de la mesa, bajo unas gafas, había un libro abierto junto a una pila de ellos.
—Gratis no. Pero sí pué ser, chaval. Al menda lerenda lan pagao con estos —señaló los libros— y muchos más. Hay gente, como yo, que prefiere cobrar en libros que en reales. Y, además, uno lleva tanto tiempo aquí que tié amigos en to los puestos y locales. Anda, coge el bulto y lárgate, seguro que pintas más en otro sitio que aquí, y así yo podré seguir con mi lectura.
—Gracias.
—A mí no me las des, yo he hecho mi trabajo y por él he cobrao. Pero, bueno, para que no tenga que devolverte las gracias, toma —cogió unas botas militares y se las tiró a Venancio—. Son de tu número, seguro. Y adiós—. El anciano desapareció detrás del fardo del que saliera. Venancio cogió las botas y el lío de ropa indicado y salió a la calle algo aturdido, pero contento. Dio un respingo, y volvió a entrar en el comercio. Un “la cartera va envuelta en la ropa y lleva dentro los zapatos” le hizo sonreír y volver a la calle. Estuvo a punto de desliar el paquete para Joselillo, pero estaba seguro de que contenía todo lo que necesitaba su hermano. Así que lo echó al carro junto con sus botas, se subió al pescante, después de desatar a la Perla, y arrancó. En la esquina siguiente preguntó cómo llegar a Chamberí.

———— o O o ————

—¿Quieres cerrar la puerta del aparador, por favor?
—Sí, perdona, no me he dado cuenta.
—Parece como si lo hicieras a posta, para molestarme.
—No, pero tienes que entender que si estoy guardando cosas en el aparador, hasta que no acabe, no voy a cerrar la puerta, aunque sepa lo mucho que te molesta.
—No, si saber lo sabes, pero te da igual.
—Voy a hacer yo igual con las luces.
—Ya lo haces —contestó Carmina algo seca.
—Desde que nos pusieron la luz eléctrica, yo creo que no has girado una llave para apagar, sólo para encender, si es que la he apagado yo, si no, ni eso. Siempre estarían encendidas.
—¿Y qué me dices de tus zapatos?
—Pues que me gustan, que me los pongo para salir a la calle, que los cepillo. No sé, ¿Qué quieres que te diga?
—Por ejemplo, donde los dejas cuando te los quitas.
—En el suelo —usó la sorna Cirilo—. ¿Dónde los voy a poner, en la fresquera?
—Mira, no sería mal sitio. Si los pusieras siempre ahí, al menos no me tropezaría con ellos más que una vez al día, a la hora de hacer la comida —. La sorna fue devuelta.
—En ese sentido podría yo preguntarte por tus alfileres y agujas.
—¿Qué les pasa, que no clavan o qué?
—Perfectamente. Y si no que se lo digan a mi culo.
—¡Qué grosero te pones a veces, Cirilo!
—Sí, salte por la tangente, como siempre.

Está claro que la convivencia es lo más a mano que tenemos para sobrevivir y procrear, pero a la vez es el arte más difícil de desarrollar correctamente para el ser humano. El roce hace el cariño, pero también produce eccemas que terminan escociendo por lo continuo de la fricción. Entre la rutina, la comodidad y la cabezonería, incluyendo el exceso de confianza, nos permiten, a veces, mantener vivos unos sueños que sabemos que jamás se cumplirán, hagamos lo que hagamos, porque lo que amamos forma parte más del recuerdo que del presente que vivimos. Pero son Cirilo y Carmina, ellos solos, quienes tienen que darse cuenta de ello. Debería saltar una alarma en estas situaciones, o crear una asignatura troncal para que estuviéramos informados, al menos, de que se convive, entre otras cosas, para hacer la vida más fácil a la persona o personas con las que compartes espacio y tiempo, para poder mirar hacia delante y hacia atrás sin tener que girar el cuello y al mismo tiempo. El amor prometido de joven tiene fecha de caducidad, y si no se cuida al exponerlo a nuestros elementos internos y externos, termina por estropearse antes de esa fecha incluso y no servir para lo que nació, para hacernos felices unos a otros. La decrepitud propia y ajena sólo puede superarse con inteligencia, no con el statu quo.

—Venga, vamos a lo práctico. ¿Qué quieres que compre en el mercado? —preguntó Cirilo a su mujer, quien aprovechó para quejarse.
—Ay, qué ganas tengo de no pensar un día ni en la comida ni en la cena. No en hacerlas, que no me importa, sino en decidir qué comer.
—Eso es muy fácil, te lo digo yo: lentejas y huevos fritos. Y de cena, acelgas y huevos rellenos.
—Eso es, la fiesta del huevo. De todas formas, a partir de ahora, si lo ves tan fácil, piensas tú en la comida y en la cena del día siguiente. Ahora ya sólo te queda mirar en la alacena y en la fresquera, y ver lo que hace falta comprar para lo que pienses.
—Muy bien, así lo haré. Luego te quejarás de lo que comemos, porque te quejas por todo. Y si eso es lo difícil, no imagino yo lo que es fácil. ¿Acaso enhebrar una aguja?
—No, lo más fácil es sentarse y que te lo den todo hecho.
—Pues la que está sentada eres tú, y encima con exigencias.
—Qué bien te apañas para dar la vuelta a las cosas, Cirilo.
—Lo que hace difícil pensar en la comida es hacerlo de continuo, todos los días. No pensar en qué comer un día concreto.
—Ya, pero eso es lo que hace arduo todo, Carmina. Es por ese “todos los días” por lo que somos mortales. He leído que los tibetanos…
—Déjate de monsergas, Cirilo. Yo no sé quienes son esos, ni me importan. Si me dijeras que el Papa tal o cual, te escucharía…
—Otro que tal baila.
—No seas también irreverente. Cuando te pones así, no te aguanto. Anda, vete a la compra que no me cunde nada.
—Vale, pero luego no te quejes delante de cualquiera de que no hablamos. No paramos de hablar, eso es lo que hacemos. Me voy. Hasta luego.
—¿No pasas por la cocina a ver si hay patatas y huevos?
—No. Adiós.

———— o O o ————

Después de fregar los cacharros, los platos y demás utensilios para la comida, los secaron y guardaron en el único mueble con puerta del chiscón de la portería. Ambas se sentaron, una frente otra, y Reme fue la primera en hablar.

—No he visto a tu don Mauro volver.
—Ha venío cuando estabas en el patio, por eso no las visto.
—¿Y ha salido ya?
—Yo no le visto.
—Pues estará al salir. Voy a subir a llamar a madre y nos vamos.
—Espera, mujer, ya subo yo.
—No, señora. Usté sespera aquí por si tuviera la suerte de ver a su galán. La ocasión la pintan clavá(1) . Ahora bajo.

Pero no hubo suerte, don Mauro se iría a la fábrica al poco de irse las jóvenes hacia su trabajo vespertino. Como desde hacía un tiempo, les franqueó la entrada Susana con esa sonrisa irónica que parecía tener siempre en la boca.
—Buenas tardes Reme. Parece que ya va haciendo fresco, Gertrudis.
—Por algo estamos ya en octubre.
—Ya tenía una ganas. Vaya calor que ha hecho este verano. Bueno, como todos.
—Pues a mí, lo que no me gusta es el frío.
—Hola, doña Consuelo, buenas tardes.
—Buenas tardes, Reme. Gertru.
—Doña Consuelo. Tiene usté mala carilla.
—Es que no me encuentro muy católica. Apenas he comido y estoy hecha unos zorros, no sé qué me pasa, hija, es que no tengo ganas de nada y ando algo mareada. Así que id vosotras al cuarto y seguís con lo de ayer. Hoy yo no hago nada—. Reme estuvo a punto de replicar que como todos los días, pero se paró a tiempo.

—Como siempre... seguimos con lo que estábamos, ¿no?
—Eso he dicho, hija. No creo que lo acabéis hoy. Así que mañana Dios dirá. Si estoy así, el sábado tendré que suspender la merienda. Menos mal que no me toca a mí organizarla este fin de semana. Así que si haces el favor, Susana, me escribes una nota de disculpa. No expliques que me encuentro mal, te inventas otra cosa, un viaje o algo así. Y si mañana sigo igual, se lo acercas a doña Macarena. Ya te daré las señas. Ahora no me apetece. Y no me hagáis hablar más, estoy mareada.
—¿Quiere que llame a un médico o a mi tía Julia? —preguntó Susana.
—No, ayúdame que me voy a echar un rato en la cama, para ver si se me pasa, hija.
—Vamos, doña Consuelo.
—Espera —dijo Gertru—. Yo te ayudo.
—Gracias, Gertrudis —agradeció Susana que durante todo el camino a la alcoba de doña Consuelo no dejó de mirarla y admirarla.

Quedaron las tres costureras solas en el gabinete y pusieron la radio con el permiso de doña Consuelo. Eso sí, se acercaron e hicieron un corrillo para que no necesitaran subir mucho el volumen. Pasó la media hora de la novela y fue el tema de la siguiente conversación.

—¿Os imagináis que nos tocan las quinientas pesetas? —soñó Gertru.
—Si no escribimos no podemos ganar, Gertrudis —advirtió Susana.
—En eso tiés razón, pero yo no tengo nidea de quién ha matao al señor ese —reconoció Reme.
—Yo si tengo una idea, pero me parece una burrada lo que pensao.
—Dínosla, Gertrudis —la animó Susana.
—Yo creo que ha sío el hijo.
—Pero si el hijo va heredar de todas maneras.
—A mí también me lo parece —apoyó Susana—. Pero no sé decir el porqué. Es una intuición. Estoy con Gertrudis.
—Una institución no sirve pa na, tié caber pruebas como dice ese ispector de policía.
—Pero pal concurso no preguntan ni porqué, ni cómo. Sólo el nombre del asesino —contestó Gertru.
—Eso es verdá.
—Venga, yo me encargo de escribirla, y pagamos entre las tres el sobre y el franqueo. ¿Qué os parece?
—Por mí bien.
—Y por mí.

Ninguna tuvo en cuenta a doña Consuelo, que si bien no pertenecía a su clase social, sí pertenecía al grupo de mujeres que compartían unas ilusiones que salían por las ondas y las citaba todos los días una hora ante la radio. Al final, el asunto se suscitó porque lo preguntó Reme al equivocarse en anunciar el problema.

—¿Cuántas son quinientas pesetas entre las cuatro?
—¿Entre cuatro? —preguntó Gertru.
—Estás incluyendo a la jefa, ¿no, Reme? —advirtió Susana.
—Creía que contábamos con ella.
—Nadie lo ha dicho
—Pero yo lo creía.
—No, no. Lo que vamos a hacer es decirla que nosotras vamos a escribir y que si ella quiere participar, que me dé la carta y yo se la meto en el buzón. Así no le decimos que lo hacemos juntas, no mentimos y todas contentas. Aunque sólo faltaba que saliera ella ganadora de un dinero que no necesita. Fíjate, si fuéramos cuatro tocaríamos a ciento veinticinco pesetas cada una, pero si somos sólo tres, serían más de ciento sesenta y seis. Eso sin contar que nos impondría su criterio y me da a mí, por lo que hemos hablado ella y yo, que cree que ha sido la nuera. La tiene un odio especial desde que abortó. Y, además, viene de familia pobre y necesitada, y eso a ella no le gusta un pelo. Doña Consuelo es muy clasista. A nosotras nos acepta como proletariado…
—¿poletra qué?
—Mano de obra barata, Reme. Gente que usa para ganar dinero, aunque con la pensión que tiene del marido, ya la valdría pagarnos según cobra ella nuestros trabajos y no a una miseria la hora, que la tenía que dar hasta vergüenza. Se tendría que ganar de acuerdo a lo que se trabaja, pero entonces ella cobraría poco, claro. Si no fuera porque los clientes son todos amigos o conocidos suyos, doña Consuelo no pintaría nada aquí.
—Mujer, estamos en su casa.
—Sí, casa que cuando le interesa convierte en taller y cuando no en cafetería parisina para recibir a sus inaguantables amigas y cotorrear de vosotras, o de mí.
—Pero a mí ma enseñao a coser.
—Y a mí también.
—¿Y quién la enseñado a ella? Tu madre, Reme. Al menos es lo que me ha contado a mí doña Consuelo.
—Habla más bajito, que te va a oír, Susana.
—Y, además, siempre se aprovecha de las situaciones personales de las tres. Ya ves, a mí cómo me tiene, todo el día de un lado para otro. La menda trabaja más que una camarera de hotel de lujo. ¿Sabéis?, a mí ese dinero, si nos tocara, me permitiría ir a la universidad. Es mi sueño. Quiero ser abogado.
—Pero eso es cosa dhombres, chica.
—Ya hay alguna mujer abogado, Gertrudis, no sería la primera. Quiero demostrar a todos los hombres que una mujer es mejor que muchos de los que imponen sus normas porque sí, porque son varones y tú te callas que eres mujer, y no entiendes de nada. Pues yo quiero entender de todo y contestarles bien contestado.
—Madre, mía. Te vas a meter en un bejenrenal —dijo Reme—. Bueno, eso si te dejan. Verás, al final te vas a quedar con la ganas por ser mujer. Y eso si nos toca.
—Eso lo veremos, porque pienso estudiar todo el día y toda la noche. Y no me tengo por tonta. De hecho, ya casi me sé de memoria el Código Civil.
—¿Y eso qués?
—Las leyes por las que nos tenemos que regir todos, pero sólo contempla delitos que no son de sangre. Las herencias y todo eso. El otro, el Penal, también lo llevo muy avanzado, pero lo domino menos que el otro. Y, a mi entender, habría que cambiar tantas cosas, que sería mejor hacer uno nuevo. ¿Por qué para vender una tierra que hereda la esposa, necesita el permiso del marido? ¿Qué pinta el marido entre padres e hija? ¿Y si el marido tiene querida y pretende que le toque algo a ella, no intervendrá en su beneficio? Vamos, que los bienes de una familia se los lleva uno que no les toca ni el pie. Toda una vida trabajando mis padres para mí, ¿y lo que dejen se lo lleva el que se haya casado conmigo? Que no, que no puede ser. Aunque yo lo tengo claro, yo no me caso. Y si es él quien hereda, yo no veo un céntimo. La única diferencia ante la ley es que uno es hombre y la otra mujer. No es justo que salgamos siempre perjudicadas. ¿Por qué? ¿Para anularnos la libertad? —Gertru y Reme escuchaban embobadas el discurso de Susana—. ¿Para que sigamos sirviéndoles, para su comodidad? Y si no lo haces, entonces ya no eres una buena mujer. Ya nadie te acepta, ni siquiera las demás mujeres por miedo a que las confundan contigo. Y mientras las mujeres no voten, ¿quién va a hacer las leyes? Pues lo hombres, aunque alguno sea idiota. Y mientras estén bien servidos no van a tirar piedras contra su tejado (2) .
—¿De aónde sacas to eso, Susana?
—De los libros que leo, Gertrudis. Cuando aprendas a leer te los dejaré. Ahora estoy leyendo uno de una polaca que se llama Rosa Luxemburgo, y esa sí que lo tiene claro. Y por eso la mataron, claro, por eso y por ser una mujer incómoda.
—¿La mataron por ser mujer? ¿En Polonia matan a las mujeres?
—No, Reme. A ella la mataron en Alemania, por sus ideas políticas, porque incordiaba y sobresalía entre tanto hombre.
—Igual que quisieron matar al rey, aquí.
—Lástima que no hubiera sido al revés.
—Pero, Susana, no digas eso.
—Es lo que pienso, Gertrudis. Y no creo que vosotras hagáis nada contra mí, ¿no?
—No, mujer, pués estar tranquila. Ni desta ni de mí se va enterar naide de na.
—Ella también dice que no todos los hombres son así de aprovechados. A los otros los llama camaradas. Y esos camaradas la ven a ella como a un igual, capaz de pensar y hacer, incluso mejor que ellos, y no por ello dejó de fundar una familia. También fundó un partido político y todo. Y era como tú, Reme.
—¿Cómo?
—Coja.
—Ah. ¿Y se casó?
—Sí. Hay una frase muy bonita que expresa algo que yo también pienso: La libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensen diferente.
—Yo no lo termino de entender.
—Ni yo.
—Bueno, ya lo entenderéis, porque estáis yendo a clases, ¿no?
—Claro, to los días.
—Bueno, no, ni los sábados ni los domingos.
—Yo creo que las mujeres podríamos vivir mucho mejor, siendo más libres, sin tener que depender de un hombre.
—Pero, siempre seremos nosotras las que criemos a los hijos.
—Criemos y paramos. Pero con cambiar una palabra insignificante en lo que has dicho, entenderías mi postura. Si en vez de los hijos, dijeras “sus” hijos, la cosa cambia. Somos nosotras las que conseguimos que haya futuro, las que educamos a nuestros hijos varones para que se sigan imponiendo y a nuestras hijas para que obedezcan. Y los usan para encerrarnos con ellos en casa, con la excusa de cuidarlos, pero sin voto en las decisiones sobre su futuro. Al final siempre es la autoridad del padre la que se impone, salvo que por alguna artimaña, o incluso estafa, puedas cambiar algo puntualmente.
—¿Pero como vas a cambiar con una estafa algo? Las estafas se encienden y se limpian y dan calor, Susana.
—Una estafa no es una estufa, Reme.
—Ah, claro, me confundío, perdona.
—Y yo me pregunto, ¿quién les ha dado a ellos esa autoridad?
—Bueno, pues esto ya está acabao. Doña Consuelo se va a poner bien contenta cuando lo sepa —dijo Gertru al ponerse de pie y enseñar la labor a sus compañeras y camaradas.

Pero doña Consuelo no podría ponerse ni contenta ni triste. El mareo que sintiera la pobre después de comer, se debía a un coágulo que cuando se unió a otro, camino de su cerebro, desencadenó una embolia que al no ser atendida le costaría la vida. Lo descubriría Susana después de que se marcharan Reme y Gertru. Aquélla corrió a casa de su tía Julia. El guindilla que también estaba allí, se hizo cargo de la situación a partir de aquel momento . Susana, disgustada y nerviosa quiso ir a desahogarse a casa de la señora Casta. De alguna manera, se sentía mal por haber hablado de aquella forma de doña Consuelo.

—A ellas las afecta mucho, tía.
—Sí, tiés razón, Susanita. Pero una noticia así no debes darla tú. Ya senterarán, mujer. En estas cosas las prisas, como en todas, son malas. Pero si quieres, macerco yo y se lo cuento.
—No, no se moleste. Si pensándolo bien, ya no tiene remedio ni pueden hacer ellas nada.

Julia, la portera, quería explotar la exclusiva. Susana quedaría en la portería al día siguiente temprano, y su tía iría tienda por tienda voceando el accidente del que su sobrina había sido protagonista viva, y en el que la pobre doña Consuelo la protagonista muerta.

———— o O o ————

—Volvamos a Villaviciosa a comprar sus bártulos —propuso Feliciano.
—No estará cerrado cuando lleguemos, ¿no?
—No, no se preocupe, Antón, cierran tarde. Incluso así, no importa. El dueño y único dependiente es mi hermano Pantaleón.
—Así, todo queda en casa. Ya me extrañaba que no pudiéramos encontrar aquí en Oviedo lo que necesito.
—En parte sí, y en parte no. Pero le aseguro que él no nos engañará en nada, ni siquiera en el precio. Ya lo verá.
—Conociéndole a usted, no lo dudo.

En el camino de vuelta, poco más hablaron, cada uno se sumió en sus pensamientos y así llegaron a la Tienda de Pantaleón, que ése era el nombre que aparecía en el frontal del establecimiento, que no daba muchas pistas de lo que se vendía dentro.

¡Coño, Feli! ¿Qué fexes pequí? Nun me digas que te eches otra vegada al monte (3) .
—¿Y no puede ser que simplemente venga a ver a mi hermano mayor?
—Siempre has sido más listo que yo, Panta. Aquí te traigo a un posible cliente de Madrid —. Con lo que Feliciano dejó claro el idioma a usar.
—Pues sí que te vas lejos a buscarme vecería.
—Clientela —aclaró Feliciano.
—No. He sido yo el que se ha acercado a su preciosa tierra.
—Eso está muy bien, caballeru. ¿Y qué precisa usté?
—De todo — contestó el chófer por el preguntado.

Feliciano puso al tanto a su hermano de las necesidades del madrileño, que esperó paciente las explicaciones dadas en asturiano. Y cuando acabaron cambió el idioma.
—Nos es más fácil comunicarnos así, perdone, Antón. Es mejor dejarle a su aire, sabe más que yo de estas cosas. Luego le explicará todo detalladamente, ya lo verá, se pone incluso pesado.
Ey, que te toi oyendo, guaje. Iros a tomar unes sidres si queréis, me voy a entretener un poco. Hai ciertes coses que tengo na corrolada de padre.
—Si quieres, me acerco yo al corral con el automóvil.
Non, dexa, pongo el cartel en la puerta, y me traigo lo suyo y otras cosas que me faltan. Pero si quies, podéis quedar equí. No pongo el cartel y si entra daquién, atiéndeslu.
—No, mejor nos vamos, te acompañamos y...
Non, nun fai falta, Feli.
—Es que nosotros también tenemos que pasar por casa de padre, aquí Antón, quier dar un presente a los vieyos. Ha estado comiendo en casa.
—A ver si atino, bombones y en dos caja, unos de chocolate negru y otros con lleche.
—Claro. Feliciano me ha contado cómo debo actuar —entendió Antón en este caso las palabras de Pantaleón en asturiano.
Pos como nun lo faiga bien, nun-y agoro bon futuru, nun sabe cómo les gastar el vieyu llambiono y mentiroso.
—Dice que como no lo haga bien, no le augura buen futuro, no sabe cómo se las gasta el viejo golosón y mentiroso. Oye, Panta, aprovecha y carga todo lo que puedas. Eso sí, a ser posible que no manche.
Home, yo nin viendo farina, nin aceite —declaró Pantaleón al cerrar el comercio con llave —. ¿Vamos?

La entrega de regalos marchó como la seda. Y Antón, por estar avisado, pudo ver la chispa de alegría que brotó de aquellos ojos claros y hundidos de un hombre cansado, cuando su mujer quitó el papel que envolvía los bombones con leche. Luego, recibió su esposa el segundo paquete que le entregó Antón.

Esti regalu, pa ti.

Cuando el anciano lo abrió, exclamó de la forma más natural del mundo:

—Tus preferidos, muyer —y lo hizo en español como muestra de agradecimiento hacia su invitado.

Mientras, Pantaleón había cargado todo lo que necesitaba en el maletero del Ford, Se despidieron de sus padres y Antón recibió dos besos sonoros de la madre que, antes de darle el segundo le susurró al oído:

Unu per caúnu. Gústen-y más qu'a mi. Gracies.

Ya de nuevo en la tienda, Feliciano se encargó de meter toda la mercancía en la tienda sin ningún orden. Pantaleón seleccionó aquello que conformaría los pertrechos de Antón. El resto se quedó descolocado a la vista sobre el mostrador de madera. Cuando acabó Pantaleón ofreció un papel de estraza a Antón y un lápiz para que tomara notas. Éste denegó con la cabeza y sacó del bolsillo de su americana una libreta y un pequeño lápiz. Pantaleón cogió un mapa dijo su nombre y explicó para qué servía. Antes de esto, presentó formalmente a Antón la que sería su mochila. Por evidente que fuera el objeto, Pantaleón decía su nombre y explicaba su uso. Hasta el de las cerillas y los chisqueros. Antón, a veces, le pedía árnica porque no podía seguirle al dictado. Cuando llegó al último objeto, así lo reconoció el vendedor, pero se desdijo.

Non, miento, lo último nun son la muda de calcetos, sinón ye esto otru —y Pantaleón enseñó una cajita de madera que sacó de debajo del mostrador—. Pero esto corre de mi cuenta —. Abrió la cajita—. Es una brújula. Marcará siempre el norte, y junto con el mapa que lleva aquí en este bolsillo de la mochila le indicará la dirección a seguir. ¿Sabe cómo se usa?
—Sí, lo aprendí en la escuela de mi pueblo.
De decoración-marinera es
—Acaso sea la herramienta más útil que lleve encima. Nun la pierda, pa ello doilu tamién esta cadena que la puede engabitar nel cintu o na mochila, onde usté quiera. Ella le guiará con mis mejores deseos. Pero yo no dudaría en cambiarla por un buen guía, que falta le va a hacer, caballeru.
—Bueno, pues sólo queda que me haga la factura y que yo le pague.
—Quítale mi comisión, Pantaleón.
—¿Y cuándo te di yo comisión a ti?
—Pensaba que ibas a empezar con esta venta.
Eso non te créeslo tu nin fartu de sidra. Siempres fuisti un manguán.
—Me ha llamado sinvergüenza —aclaró Feliciano.
—Tenga usted cuidado con él, es un liante, sólo de palabra, pero un enguedeyador.
—Y ahora liante. Bueno, pues va usted a tener que dormir aquí en Villanueva, Antón.
—Pero no quiero molestar a nadie. Si no, prescindo de sus servicios. Que quede claro. No quiero molestar.
—Está bien, como prefiera, le dejo en la pensión y yo me voy a Oviedo. Quedamos para mañana, le recojo y a ver hasta donde llegamos. Un abrazo, Panta, que a mí me queda camino.

[Continuará]


(1) [Volver] La ocasión la pintan calva, como sería correcto, es un «[...] dicho muy antiguo, aunque inexacto. Los romanos tenían una diosa llamada Ocasión, a la que pintaban como mujer hermosa, enteramente desnuda, puesta de puntillas sobre una rueda, y con alas en la espalda o en los pies, para indicar que las ocasiones buenas pasan rápidamente. Representaban a esta diosa con la cabeza adornada en torno de la frente con abundante cabellera y enteramente calva por detrás, para expresar la imposibilidad de asir por los pelos a las ocasiones después que han pasado, y la facilidad de asirse a ellas cuando se las espera de frente [...]». El porqué de los dichos, José Mª Iribarren, (ed. Aguilar, 1955), pág. 202.
(2) [Volver] Nadie tira piedras contra su tejado. DRAE, 2014, 23ª edición: «piedra [...]. tirar alguien piedras a su tejado. 1. loc. verb. coloq. Conducirse de manera perjudicial a sus intereses». La Novela Picaresca Española edición de Florencio Sevilla, La Pícara Justina (1605), Francisco de Úbeda, Libro 2º, pág, 462: «[...].  Callar, callemos, que quien tiene tejado de birlo, no es bien bolee al del vecino. [...]». Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española (1611), edición integral e ilustrada de Ignacio Arellano y Rafael Zafra, Universidad de Navarra, ed. Iberoamericana, Vervuert, 2006: «Piedra [...]. Tirar piedras, estar loco. [...]». Estas dos referencias, acaso sean los orígenes de este refrán que el DRAE actual recoge y que en el habla popular tiene tantas variantes.
(3) [Volver] ¡Coño, Feli! ¿Qué haces por aquí? No me digas que te echas otra vez al monte. (No traduzco el resto porque creo que se entiende, si no es así, lo siento, aclararé cualquier duda).

17 comentarios :

  1. Que ilusión, hoy soy la primera que comenta...
    Y me encanta como vas devanando la vida de todos los personajes,para que no sean siempre los mismos, con pinceladas por supuesto del resto.
    Y esos toques de bondad y ternura me encantan y en el mundo que vivimos a veces los hecho de menos,antes la gente tenía menos o no tenían apenas nada y lo compartían todo, ahora nada es suficiente, para mi que hay más egoísmo.
    Y dicho esto, que quizás no venta a cuento pero como soy la primera me despacho a gusto...
    Ya a esperar y ahora sí, una semana entera...
    Feliz semana.
    Chary :)

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    1. Vaya, cómo te has puesto las pilas. Mereces algo más que mi agradecimiento, Chary. Estoy de acuerdo contigo en todo, ahora hay muchos más prejuicios, por ejemplo, así como más competencia personal. En fin, que sabemos de lo que hablamos, ¿verdad? Feliz semana también para ti, un saludo. JC.

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  2. Nos quedamos sin "Consuelo"... y la Susanita que va para abogada... ¡qué bien!!
    Continúa la magia de Mendrugo... me encanta!! y continúa la particular relación de Carmina y Cirilo, que es un ejemplo de lo que vemos a diario en cualquier hogar. Lo de las compras y la comida me lo aplico, es la situación que tenemos cada día Alejandro y yo, ja, ja...
    Hasta la próxima, J.C. Por aquí está lloviendo "a cántaros". Abrazos

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    1. Por aquí llevamos dos o tres días así, y por la radio oigo que la circulación está espantosa. Así que, los hogareños tenemos disculpa para no salir, jajaja. Aunque la verdad es que vosotras estáis menos acostumbradas. La magia y lo cotidiano funciona en literatura y también en nustras vidas, si no, no se puede entender a SS.MM. RR.MM., ¿verdad? ¿Quién no sueña con solucionar un problema a alguien? Gracias, Ligia. Un abrazo, JC.

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  3. Pues yo les diré que ni me gusta pensar ni hacer la comida. Porque hay que comer, que si no, cuando sea rica, cocinera al canto.
    Me gustan mucho los personajes y me entretiene la historia. Susana y sus ideas, ahora tendrá tiempo para estudiar, tendremos abogada? .
    Como dice mi hermana, Ligia, aquí el tiempo está como lo sentimos en el relato en Asturias.
    Hasta el lunes, J. C.

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    1. Ahora no es tan complicado tapiar la cocina como lo era en aquella época, así que si te dejan, sale más barato que una cocinera fija, jaja.
      Por esta casa ocurre algo similar, aunque a los dos nos guste comer y a mí cocinar, de hecho estuve 10 años o así de chef responsable de la "fonda del sopapo". A partir de un momento determinado, sólo me quedé como responsable de compras, como Cirilo, jajaja. El personaje de Susana puede chirriar un poco pero estoy seguro que en aquella época se dio. No hay más que leer un poco de historia durante la Rapública y la última guerra civil para encontrarse unas cuantas, aunque sólo sean "trece rosas". Feliz semana, Varinia y paciencia con la lluvia, si no son torrenciales no vienen mal. JC.

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  4. Que buena lectura para un lunes!
    Alguna vez vi por casa de mi abuelo una cartilla semejante a la de la fotografia..
    Mi padre aun nos recuerda, sobretodo a los jóvenes de la familia, que en la mesa "no se habla de eso (que empieza por m...)"
    Con lo del "menda lerenda" me parto..lo dicen mucho en la familia de mi marido, pues se apellidan Lerendu..jejee
    De las discusiones entre Cirilo y Carmina..tambien aprendo mucho, muy buenas tus reflexiones, por cierto, se pueden aplicar a ciegas a cualquier pareja "de años"
    Parece que D. Mauro se nos escapo hoy por los pelos..
    Todavía recuerdo las tardes al lado de la radio mientras mi madre cosía..
    Que bien reflejas las luchas y dudas de las mujeres de aquella época, cuantas se habrán quedado con las ganas de ser quienes quisieron ser...la realidad machista de entonces se imponía..que pena..
    Gracias por este buen rato..
    Bsss


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    1. Traer recuerdos gratos a los demás es una gozada, te sientes henchido de orgullo. Gracias por compartir tus opiniones. Sobre todo si son positivas, jajaja. Todos tenemos cierta vanidad ¡qué narices!, lo reconozco. Y gracias a ti, "sin vosotras", las de antes y las de ahora, este relato sería una m...., jaja. Un beso, JC.

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  5. ¡Hoy no hay mail! ¿Culpa de la correctora o mérito del escritor?
    Sigo impaciente las aventuras de Antón, que cualquier día se va de geocaching conmigo.
    Cq.

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  6. Ma bien del editor, jaja. Me alegro por ello. Tienes razón, no había caido en ello, aunque el "caché" (se dice así, ¿no?) es un poco grande y Antón no puede tirar de GPS porque eso sí que me habrías corregido, jaja.
    Gracias. Y ya descuento días.
    Cq.

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  7. Que graciosos son los diálogos de Joselillo, siempre sacan como mínimo una gran sonrisa y la bondad de Mendrugo me conmueve, ojalá el mundo estuviera lleno de ellos que falta hace! Por lo demás todo estupendo como siempre. Besos y hasta el lunes.

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  8. Se nota que los críos que me gustan y hablo mucho con ellos, ¿verdad? Muchas gracias, Mar. Un beso y hasta próxima, JC.

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  9. Pero que buenos ratos nos haces pasar, o al menos a mi.
    Las aventuras asturianas, el comienzo de las clases de Jose, y su amigo Mendrugo, que me tiene encandilada por lo generoso que es con los muchachos, Susanita, que me encanta lo clarito que lo dice todo y lo complicado que lo tiene, pero dice verdades como catedrales.
    Vamos que aqui no hay desperdicio, ni siquiera los debates de Cirilo y Carmina, que me rio mucho con ellos, hay que ver lo quejicosos que se ponen, pero como se quieren y se complementan.
    Pues a ver que nos tienes preparado para la siguiente entrega!!!
    Besos.

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  10. Pero que buenos ratos nos haces pasar, o al menos a mi.
    Las aventuras asturianas, el comienzo de las clases de Jose, y su amigo Mendrugo, que me tiene encandilada por lo generoso que es con los muchachos, Susanita, que me encanta lo clarito que lo dice todo y lo complicado que lo tiene, pero dice verdades como catedrales.
    Vamos que aqui no hay desperdicio, ni siquiera los debates de Cirilo y Carmina, que me rio mucho con ellos, hay que ver lo quejicosos que se ponen, pero como se quieren y se complementan.
    Pues a ver que nos tienes preparado para la siguiente entrega!!!
    Besos.

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  11. Creo que, a veces, la palabra "gracias" se me hace pequeña para expresar mi agradecimiento por vuestros comentarios, pero para transmitirlas por escrito, y en la distancia, pocas hay que la igualen. Si acaso escribirlas en mayúsculas, aunque en este entorno de Internet se entienda como un grito, así que GRACIAS (en bajito), Rubi. Un beso, JC.

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  12. Si ya la seňora Casta tenía guasa con Reme y Gertru, sumada ahora la inocencia de Joselillo lo pasará en grande =)
    De nuevo Mendrugo con su magia... Que buen personaje!!
    Me encantó la frase "la libertad siempre ha sido y es la libertad para aquellos que piensen diferente", así como me encanta como piensa Susana, aunque imagino lo difícil que sería para las que pensaron así en aquella época... Gracias a mujeres como ella nosotras hoy en día lo tenemos mucho más fácil.
    Gracias JC por continuar.
    Besitos

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  13. Creo que tienes razón en todo, Amananda. Un beso, JC.

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