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lunes, 5 de octubre de 2015

Relatos de COSOQUETECOSO (XXXIV)

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Entre puntada y puntada 
(XXXIV)


A Joselillo no le ayudó a conciliar el sueño el baño. Bien es verdad que no se sumergió todo él en una tina de agua caliente, sino que se lavó por partes. Primero la cabeza en la pila con agua fría, después, su hermano le renovó con agua tibia el barreño que su madre usara con él de pequeño, y que anteriormente había tenido que usar Venancio para cumplir el pacto de aseo al que habían llegado. Joselillo no quería ser el único que pareciera y estuviera aseado y limpio al día siguiente. Lo que no logró Venancio fue que, tras levantarse al alba, su hermano se lavara la cara y se peinara. Odiaba tanto el agua como el peine. "Ya me obligaste a lavarme y a peinarme ayer", fue su excusa. Así que, cargaron el carro con lo recolectado la tarde anterior, solo producto fresco, porque la sección de ofertas ya no seguiría en la plaza de Olavide por falta de personal. Después Joselillo se vistió de domingo. Su chaqueta y su pantalón gastados no desentonaban con la camisa, abrochada hasta el cuello, que había perdido en blancura lo que había ganado en ocre. Sin calcetines, sus finas y blancas tibias destacaban más porque los pantalones le quedaban pesqueros, como Lorenza hubiera dicho, y los zapatos negros llamaban la atención por el contraste con la carne blanca. Aun así, quiso presumir.
—¿Qué te paece, Venan?
—Muy bien, pero deberías lavar esa cara y peinarte. A mamá le hubiera gustao que fueras a la escuela como un chico modelo.
—Eso a mamá, ahora, le da lo mesmo —Joselillo se parapetaba siempre que hablaban de su madre tras un muro alto y frío para defenderse de la ausencia y la añoranza de su madre.
—Bueno, pos vámonos. Es tu primer día descuela. Estoy mu orgulloso de ti, José. Aunque esos pelos...
—Yo estoy mu nervioso, Venan.
—No te procupes, hombre, todo va salir bien. Harás amigos entre los otros chavales.
—Esos son los que me ponen nervioso, esos otros.
—¿Conocer gente?
—Si, la gente no sa portao mu bien conmigo.
—No me digas eso, la Reme, su madre, la Gertru, Don Mauro, ese amigo tuyo, Mendrugo…
—Ay, espera, me quiero llevar el libro que cogí, bueno, el que me regaló —Joselillo, saltó del carro y volvió rápido con Don Quijote entre las manos.
—Así que no te pués quejar. Además, se te pasará, verás como el año que viene, cuando cambies de curso va mejor, ya lo verás. Hoy me gustaría dejarte en la puerta de la escuela, por ser el primer día. Me apetece verte entrar.
—Vaya una tontería. Prefiero ir yo solo andando. Me dejas en la plaza Chamberí, y bajo andando. Así tú das la vuelta a la plaza y te vas a poner el puesto.
—Te voy a echar de menos en el puesto de al lao. Aunque por poco tiempo. La semana que viene empieza el arriendo del Garzo, y ya no tendremos na que vender.
—¿Y qué vas a hacer, Venan? No mas contao na.
—Porque no lo sé ni yo. Si me quedo en casa sin la Perla, que va en el lote, no puedo bajar a Madrí salvo que coja el tren tos los días o baje y suba andando. Y en Pozuelo ya ves cómo están los trabajos de la tierra, mira lo que decía el Manolo, y eso es lo único que sé hacer. Sólo hay trabajo pa los paletas, en los chaletes questán haciendo alredor de la estación. Pero yo del yeso ese y del cemento no sé na. Y de peón hay ya muchos en la cola can trabajao antes en eso.
—Pues vete a Madrí, así nos vemos. Allí pués buscar un trabajo. Muchos del pueblo san ido.
—Sí, ¿y dónde duermo? ¿Contigo en el comedor de la señora Casta? No cabemos. Y seríabusar.
—Anda, podrías dormir en la portería.
–Sí, de pie, no te fastidia. A veces paeces tonto, José. Pero ya veré, queda una semana, algo se nos ocurrirá. Tú sigue pensando pero no me digas las tontunas, esas te las guardas pa ti, tonto laba —Venancio terminó por dar un empujón a Joselillo en el hombro que casi le hace caer del carro.
—¡Qué haces, que me tiras! —. En ese momento oyeron a Jacinto, el guardia civil.
—¡Eh, Venancio, Joselillo! —. Los llamados se acercaron a la puerta del cuartelillo con el carro. Lo primero que hizo Jacinto fue saludar a la burra.
—Qué bien te veo, Perla. Y quélegante vas, Joselillo. Oye, que yay fecha pa darle matarile a vuestro tío, el quince doctubre. Tarde o temprano debía ser. El que a yerro mata a yerro muere. Ya, por fin, podréis descansar.
—Vale, gracias, Jacinto y hasta mañana —se despidió Venancio fríamente.
—Jo, paece que no os alegra la muerte del asesino de vuestros padres.
—Pa éste y pa mí es agua pasá. Lo hemos dejao a un lao. Lo mesmo nos da que le maten o que se pudra en la cárcel. Ya no está en nuestras vidas. Lo quimporta es que hoy empiezo la escuela. Así que, adiós Jacinto. Nos veremos menos. Y ya no nos llames pa contarnos na del señor ese. Venga tira, Venan —ordenó Joselillo. Venancio arreó a Perla sorprendido de la determinación de su hermano. Él no lo podía haberlo dicho mejor y más acorde a la verdad. Su hermano lo tenía muy claro. Y se alegró. No hablaron hasta que llegaron a la plaza de Chamberí. Joselillo saltó del carro antes de que la Perla se parara y cayó de rodillas sobre la tierra. Cuando se incorporo lo hizo con el polvo adherido a los pantalones.
—Mira como tas puesto, José.
—Venan.
—¿Qué?
—Tengo miedo —. Al oír a su hermano, Venancio trabó el freno del carro, echó pie a tierra y abrazó a José. Y con él entre los brazos le calmó.
—No pasa na, José.
—A ti nunca te pasa na, siempre estás igual.
—Eso es mentira y tú lo sabes.
—Pero tú eres fuerte y grande, naide se mete contigo.
—Y contigo tampoco, tienes un hermano mu grande y mu bruto. Déjalo claro desde el principio. Y no sobraría que dijeras questoy un poco loco. Por eso quería acompañarte a la puerta.
—Vale, quiés que te vean, ¿no?
—Claro, venga, sube. Vamos —. Subieron al carro y la Perla bajó hasta la puerta de los Maristas. Se apearon nuevamente y se acercaron juntos a la puerta de forja abierta de par en par.
—Bueno, José, aquí estás. Hemos cumplío un sueño. Ahora to depende de ti. Malegro.
—Oye, no se te ocurra darme otro abrazo aquí, eh.
—No, te voy a dar otra cosa para que vean que estoy un poco locotis —. Y Venancio le dio un buen pescozón que Joselillo no se esperaba.
—Pero estás loco, Venan.
—Un poco —sonrió—. Venga pa dentro, chaval, no tagas el remolón, que ahí dentro no muerden.

Más de un estudiante, con su cartera de cuero a cuestas, se les quedó mirando según entraban en la escuela. José también lo hizo gracias al empujón de Venancio. En el camino de tierra que se bifurcaba tomó el ramal que no tomaban los otros chicos, y se dirigió al palacete que hacía las veces de residencia e instalaciones no docentes del colegio. Desde que pisó la bifurcación, repetía para sí mismo y en bajito: “Don Zacarías. Don Zacarías”, como si pensara que el nombre del fraile se le fuera a olvidar. Así que cuando llamó al timbre y le abrieron, sólo tuvo que elevar la voz.
—Don Zacarías. Don Zacarías.
—Sólo tenemos uno le dijo el joven y sonriente fraile que le abrió—. Tú debes ser el nuevo, José Lázaro Alfanje, ¿no? —éste afirmó con la cabeza—. Bien, pasa, hijo. Ahora le llamo. Siéntate ahí si quieres —. Joselillo negó con la cabeza.

———— o O o ————

Antón se levantó temprano. Extrañaba su cama, a parte de no estar satisfecho consigo mismo por las gestiones del día anterior. No había conseguido nada, ni en el Ayuntamiento, ni en el Registro Civil. Durante el desayuno en la pensión, un café con leche y dos madalenas caseras, pensó en poner un telegrama a don Mauro: “De momento, nada STOP No creo que lo consiga STOP lo siento STOP Antón”. Pero cuando salió a la calle se encontró con sol, tímido, pero que le animó un poco. “¿Por qué no viajar a Villaviciosa? Era una opción, ¿no?”. Por esos pensamientos decidió acercarse a la estación. Allí se enteró de que no había conexión ferroviaria con ese pueblo, ya que ese ramal que bajaba por tren de vía estrecha hasta Cangas de Onís y Covadonga no estaba en activo. El último comentario del taquillero tuvo que ver con un amigo que se había empeñado para comprar un vehículo de esos que andan solos sin animales; “amigo que necesita sacarle algo de dinero porque el banco no perdona ni una, caballero”. La contestación de Antón fue negativa, y después de agradecer el interés del taquillero, se marchó. Tenía que pensar qué hacer. Pero, ya con la estación del Norte a su espalda, se arrepintió y volvió a hacer cola delante de la taquilla.

—Mire usté, es que yo nunca me he subido a un artilugio semejante. Los he visto en Madrí, pero jamás se me hubiera ocurrido subirme a uno. Pero no sé una manera rápida de llegar a Villaviciosa. Y el dinero no es problema.
—Pues le aseguro que es una verdadera maravilla, una experiencia muy agradable. Además, mi amigo lo tiene impoluto. Lo cuida más que a su familia, y ya es decir. El automóvil tiene unos asientos comodísimos. A mí, a veces, me da miedo lo deprisa que anda ese trasto. Otra opción, no le miento es la diligencia o los ómnibus nuevos esos que han puesto. Pero no sé, si tiene prisa, la diligencia no le sirve, y de los otros cacharros poco sé, sólo que si van bien son más rápidos. 
—Bueno, pues deme la dirección de su amigo, y me acerco, si hace el favor. ¿Tienen consigna? Por no ir cargado con esto.
—Espere, hombre, le mando recado con un guaje que nos trae los cafés. ¿Dónde quiere ir, a Villaviciosa, no?
—Sí, claro, el billete se lo pedí para ese pueblo, ¿no se acuerda?
—Ya, pero a lo mejor, quería llegar más lejos.
—Eso me lo dirá lo que voy a hacer allí.
—Pues ya es casualidad.
—¿Qué?
—Que mi amigo sea de ese pueblo. Bien, espere un momentito. ¿Sólo lleva ese bulto?
—Sí, sólo esta maleta El taquillero salió por una puerta y al poco volvió a aparecerBien, ya está. Espere usted sin taparme la ventanilla, mi amigo, si le interesa no tardará mucho, y menos tardará el guaje en volver.
—Voy a la cantina, si no le importa, allí estorbaré menos En efecto, el joven desarrapado no tardó mucho en volver y en buscarle en la cantina por sugerencia del taquillero
—¿Señor, ye usté'l del automóvil? —preguntó el guaje.
—Supongo que sí, que yo soy el del automóvil, aunque no te he entendido muy bien. Oye, ¿no tenías que estar tú en la escuela?
Los padres son los que tienen que llevar a los sos fíos a la escuela, si non tienes, non vas, caballeru (1) .
—Como no dejes de hablar asturiano, este caballeru no se va a enterar de nada. Aunque intuyo lo que dices, y me parece mentira, además de huérfano, quieren que seas tonto. Madre, mía.
—Que ahora viene el automóvil. Y que lu espere na cai, na puerta de la estación. L'automóvil ye coloráu.
—¿En la puerta de la estación y el automóvil es colorado, dices?
—Sí.
—Gracias, chaval. Toma, te lo has ganado.
Munches gracies, caballeru. Bonos díes.
Bonos díes, hijo. Y gracias a ti —. Al final entendió Antón que quien debía hacer el esfuerzo por entenderse era él, y no el que estaba en su casa y te hacía un favor.

El guaje se fue bien contento con la propina de Antón que, al darle las monedas, cayó en la cuenta de que no había ajustado el precio con nadie. “Bueno”, se dijo, “todavía hay tiempo. Vamos para allá”. Cuando salió por la puerta, vio venir un automóvil rojo que se paraba delante de él.

Ford A 1927. De aeca.es
—¿Sabe porqué acepté?
—No —mintió Antón.
—Porque yo nací en Villaviciosa. Y volver a la tierrina siempre apetece. Y, además, tendrá usted que volver a Oviedo, digo yo. El mio amigu díxome que ye de Madrid
—Perdone, aunque le he entendido, preferiría que me hablara en español, yo de asturiano no sé nada de nada. Lo siento.
—Perdone, caballeru.
—Y lo de volver aquí, no lo sé, no depende de mí. Sino que el asunto que trato de resolver será el que fije mi próximo destino. Aunque tiene razón, mi último trayecto será a Madrid. 
—Bueno, yo estoy de más en Oviedo. Si me necesita me vendrá muy bien. Esto me ha costado cinco mil pesetas, que se dice pronto. Me he empeñado hasta las cejas. Como no saque esto adelante la mi muyer mátame, oh.
—Lo importante es eso, que el negocio le vaya bien.
—La verdad es que de momento no me puedo quejar, he parado un par de días desde agosto, cuando compré esta preciosidad. Lo principal en este negocio es que éste no este parado ni un minuto.
—¿Bueno, hablamos del precio del viaje?
Claro.
—¿Nun se-y escaez daqué, caballeru? —escuchó Antón a la vez que alguien le tocaba en mitad de la espalda. Se volvió y vio al crío que antes hiciera el mandado con su bolsa de cuero a cuestas.
—Dice que si no se le olvida algo.
Antón disfrutaba de la nueva experiencia de viajar en automóvil. Se sentía muy cómodo en el asiento de atrás del Ford. La velocidad no era mala, pero le permitía deleitarse con el paisaje a través de la ventanilla que bajara en un principio, para subirla más tarde al aparecer el orvallo que, al entrar en Villaviciosa, se quedó en orbín (2) .  

—Ya sabe dónde voy, ¿verdad?
—Sí, al Conceyu, es decir, perdone, al Ayuntamiento. No se preocupe, esto lo domino yo mejor que nadie. Llegaremos enseguida —. Y así fue.
—Si me hace usté el favor, me espera, porque según cómo se me dé ahí dentro con la gestión, no sé si le necesitaré, eso si a usté le interesará hacerme otro servicio —propuso Antón junto a la ventanilla de chófer que había bajado el cristal.
—De acuerdo, aquí le espero.
—Hasta ahora.

Al poco, salió Antón del Conceyu, se acercó a Feliciano, que se había bajado y llegado a los soportales para estirar las piernas, y le comunicó las nuevas.
Fachada del Concejo de Villaviciosa. De tesorosdelayer.com
—Mire, voy a tardar un buen rato. Si quiere le pago y usté se vuelve, y asunto acabado.
—No. Creo que a los dos nos interesa seguir. Vamos a hacer una cosa, como tengo aquí a mis padres y a algún hermano, me voy a acercar a saludarles, luego vuelvo. ¿Cuánto piensa usted que puede demorarse en el Conceyu?
—Según me dice el funcionario, unas dos horas o así, aunque depende de la suerte, según él.
—Bueno, pues en eso vuelvo y hablamos, ¿le parece?
—¿Quiere que le dé una señal o un adelanto?
—No, me fío. Siempre lo he hecho, y me ha ido bien, y no tiene usted pinta de ser el primero en engañarme.
—Muy bien, muchas gracias. Vuelvo dentro.

En el interior del Ayuntamiento de Villaviciosa, Antón se convirtió en un ratón de biblioteca. Nunca lo había hecho, lo suyo eran los números, no las letras, pero se percató que sumergirse en registros y datos que le llevaban a otros tiempos y otras personas, no le desagradaba. Al final, junto al servicial y eficiente funcionario, encontraron algo que podía servirle. Tomó notas, y tras hora y tres cuartos de investigación, salió del sótano, y volvió a ver la luz del sol, aunque en realidad, el sol se ocultaba tras las nubes. No le dejaron pagar nada, ni le aceptaron propinas, pero fuera de la casa consistorial, el funcionario que le había atendido, sí aceptó la propina, ya que Antón insistió en ello. Si bien, aquel hombre cabal le trasladó la discreción con la que Antón debía proceder. Así, al ver enfrente una taberna, Antón, con un gesto, le indicó al funcionario que se dirigieran allí. Ambos cruzaron la calle, y Antón probó la sidra, aunque no le gustó demasiado, sí apreció el esmero con el que se la sirvieron. A la hora de pagar la consumición, Antón actuó.

—Déjeme al menos que le invite, caballero —. Y sacó su cartera, de la que extrajo dos billetes. Los dejó sobre la barra, uno en el extremo cercano al camarero, y otro a su derecha y cercano al vaso del invitado, que quedaba oculto tras él. El funcionario miró a derecha e izquierda, y cuando se sintió seguro, con un movimiento rápido arrastró el billete con la palma de su mano derecha, y éste desapareció de la vista en un abrir y cerrar de ojos en el fondo de un bolsillo de su pantalón.
—Los guajes, ya sabe —dijo el funcionario a modo de disculpa.
—No hace falta que se disculpe, y muchas gracias, yo también tengo uno y sé lo que cuesta sacarles adelante.
—Es usted muy generoso y prudente. Y gracias a usted.
—No las merece. Por favor, camarero, ¿se cobra? —Y Antón señaló el otro billete.

Al salir de la fonda, el reluciente Ford rojo ya estaba aparcado frente al Concejo y todo el que pasaba, al menos, giraba la cabeza para verlo más tiempo. Había dejado de llover y Feliciano secaba la carrocería con gran esmero. Otros se paraban y disfrutaban de la vista que ofrecía aquel raro y novedoso artefacto para muchos. Antón y el funcionario se despidieron con un apretón de manos, un nuevo agradecimiento y un suerte, que le vaya bien.

—¿Qué tal foi-y,caballeru?(3) —preguntó el chófer a Antón según se subían ambos al automóvil.
—Perdón.
—¿Que si le ha ido bien?
—Sí, al menos no tengo la sensación de impotencia que tenía anoche. Ese paisano suyo, el funcionario, ha conseguido encontrar un rastro de finales del siglo diecisiete, a partir del apellido de una de las personas que busco. Es una propiedad que no está lejos del arroyo Valomero que es otra de mis referencias, en el conceyu de Piloña, como dicen ustede , y cerca también de la parroquia de Torín.
—¡Madre mía!
—¿Por qué se sorprende usted?
—No, no es sorpresa, es preocupación, don Antón.
—Que no me añada el don, caracoles. Si no, le voy a llamar yo a usted don Pelayo —protestó el madrileño.
—No me acostumbro, para mí todos mis clientes son don.
—Eso habría que verlo, pero, por favor, Antón a secas.
—Pues bien, ¿qué desea hacer, Antón a secas?
—No se trata de deseos, sino de obligaciones. Así que mi idea sería reponer fuerzas con una buena comida y salir por la tarde, rumbo a Torín. Aunque si le viene mejor la parroquia de Melarde, también me vale. Si a usted le parece bien.
—Por mí encantado. En esta tierrina lo primero no va a ser difícil. Pero respecto a lo segundo veo ya problemas. Donde dice usted que quiere ir, esta maravilla de la ingeniería americana no es capaz de llegar. Con la naturaleza no puede nadie. Esas parroquias se unen por caminos de cabras que un automóvil no puede pisar. Y haría usted bien, cambiándose de atuendo y de calzado. 
—¡Qué me dice!
—Lo que oye. A veces se han encontrado parejas de vieyos muertos en algunas de las casonas que salpican los montes. Por allí no va nadie, salvo algún buhonero. Mire de encontrar a alguno, no le vendría mal, Antón.
—Pero podrá usté acercarme un poco al menos, ¿no? 
—Mire, mientras vea yo que éste —golpeó Feliciano el volante— pueda moverse sin peligro para nosotros o para él, yo le llevo al fin del mundo. Pero tiene que prometerme que cuando yo diga basta, no seguiremos. Acaso usted no lo entienda, pero, a veces, el problema no es ir, sino volver. Eso lo saben todos los que han perecido en esos montes porque veían el camino despejado, pero no tuvieron en cuenta que harían noche o que se perderían porque la borrina les cayó encima.
—¿La borrina? Una maldición o algo así, supongo.
—No, hombre, y perdone por el asturiano. La borrina es la niebla, también se dice así en castellano. Por eso, más que ser necesario cambiarse de ropa y de calzado, es vital. Ya me lo agradecerá. Ah, y otra cosa, no empiece esa aventura por la tarde, le puede pillar la noche en medio de un bosque y el llobu no hace prisioneros, en el mejor de los casos acopio de víveres, que para el asunto es lo mismo. Debe empezar con el alba, antes de ver el sol para que cualquier incidencia no le obligue a hacer noche a la intemperie por esos parajes. Por eso le he dicho antes que, a veces, es peor volver, que ir. Porque, aparte de las alimañas, también puede encontrase con el orbayu o con la borrina. Si se encuentra con la segunda, y se pone pesada, va usted aviado, Antón. Sólo le quedaría esperar a que levantase. Y le anticipo que a veces tarda días en hacerlo. No está todo esto verde sólo por la lluvia que cae.
—Veo que sabe usted mucho de estas cosas, Feliciano. Y le agradezco que las comparta conmigo.
—Yo era guarda forestal. Por los furtivos, ¿sabe? Los señoritos no quieren que les maten los animales que ellos quieren matar. Me despeñé y mi rodilla izquierda quebró como una rama seca. No ha vuelto a ser la misma, y menos por esos lares de Dios. Casi me quedo lisiado, sin ocupación y una familia que mantener. Así son los señoritos, si no les vales, a la puta mierda. Por eso no puedo acompañarle, Antón. Me juego algo más que la vida. De buena gana lo haría. Anda que no hecho yo de menos el bosque y mis árboles, y mis arroyos… Todo el monte. Ahora, no le aconsejo que vaya solo.
—Me dirá usted, Feliciano.
—Podemos buscar a alguien. Nos acercamos a Torín o a Melarde y preguntamos. Alguien querrá y más con lo generoso que es usted.
—¿Y a quién vamos a encontrar?
—¿No me encontró a mí?
—Sí, tiene usté razón. ¿Y los pertrechos?
—Esos los compramos en mi pueblo, yo sé de un comercio donde puede abastecerse de todo lo que necesita, menos de comida, que también debería llevar. Ve usted, en cambio el agua no es importante, se la va a encontrar por todos los lados, hay mucho arroyo y mucho manantial. Pero la calabaza con algo de orujo debe llevarla, y un buen bastón alto, que le ayude en las cuestas y con las matas y el follaje. Tampoco le sobrará si tiene algún encuentro desagradable. He visto que no fuma.
—No, ¿por qué?
Yesquero. De relec.es
—Porque tiene que llevar cerillas, no se le olviden. Una buena provisión, separadas, no todas juntas en el mismo bolsillo o en el morral. A veces se humedecen y no sirven para nada, y si están todas juntas… O mejor un par de yesqueros. El fuego es lo único que le puede proteger durante la noche en los bosques, y eso si encuentra leña seca. Y sino, ya sabe, no se beba el orujo y úselo para prender el fuego. A veces, aunque este húmeda la leña con el orujo termina prendiendo. Y si no, se echa un trago para calentarse.
—Me está usted asustando, Feliciano.
—Informar y prevenir no es asustar. Debe usted saber en qué se va a embarcar, amigo. También tiene familia, por lo que me ha contado.
—Sí, y por cómo se pone esto, me gustaría hablar por teléfono. ¿Tienen en su pueblo?
—Sí, claro, hay una centralita y se pueden poner conferencias. Le llevaré, y usted allí se lo ventila, yo de eso no sé nada. Solo entiendo de este automóvil y del monte.
—Menos mal, si pudiéramos trocar las profesiones, sería lo perfecto. Usted sentadito y tranquilo en una silla y yo preparado para sobrevivir por el monte. Porque con los números, poco se puede hacer contra el orbayu o el llobu.
—Venga, ya estamos llegando, vamos a comer. Hablamos en la comida. No le he dicho nada, pero mis padres me han insistido en que le llevara a usted a comer a casa.

———— o O o ————

—Que no, mujer, que cierra a la una y media, que lo sé yo. Y tú también, pero no te acuerdas.
—Me vas a decir tú a mí a qué hora cierra el zapatero de la calle. Anda que no le he llevado yo pares de zapatos tuyos a poner medias suelas, y botines y botas mías.
—Que te digo que cierra a esa hora, Carmina, hazme caso. Cuando se te mete una cosa en la cabeza...
Pues tú dirás lo que quieras, pero si tú no quieres llevar mis botines, pues dejo lo que estoy haciendo yo y me acerco. No necesitó que nadie me haga favores, y menos tú. Así que, aquí se queda el bordado.
—Que vas a ir en balde —insistió con retintín Cirilo—. Llévalos esta tarde. Creo que abre a las cuatro y media.
—Sí, tú lo sabes todo, ¿no? Pues fíjate, yo creo que abre a las cinco.
—No, yo no lo sé todo, pero ya me he dado un par de veces contra la pared.
—Pues déjame que me dé yo, Cirilo. Aunque estoy más que segura de que no va a ser así.
—Vale, pero no es la primera ni la segunda vez que pasa esto. Haz lo que quieras, pero luego no me digas que no te he avisado.

Carmina dejó a un lado la labor, muy digna ella, envolvió en papel del primer periódico que encontró su botín y, entonces, sobrevino otra pequeña discusión.

—¡Carmina, ése es el de hoy! ¿No has visto que lo he traído cuando he ido a la compra? 
—Uy, hijo, cómo te pones por una hoja de nada.
—Pero si es la primera plana.
—¿Y qué mas da que sea curva o plana? Si sólo mienten.
—Mujer, coge el de ayer, por favor.
—Sí, hombre, ahora voy a deshacer el hatillo.
—Trae acá, ya lo hago yo.
—Hay que ver lo que eres capaz de hacer por una hoja de un periodicucho, y lo poco que estas dispuesto a hacer por tu mujer.
—Venga, no digas tonterías, si parezco tu mayordomo. Toma, anda —. Y Cirilo se puso a alisar las hojas del periódico —. Cómo lo has dejado.
Entierro emperatriz Mª Eugenia
16-7-1920. De  todocoleccion.net
—Ves, si compraras el ABC(4) no te habría pasado eso.
—No me veo yo comprando ese periódico monárquico.
—Bueno, pues ahí te quedas con tus remordimientos y tu periódico. Mira que hacerme salir a estas horas… Otros maridos están todo el día pendientitos de ellas, y ellas tienen hasta criadas, y están todo el día mano sobre mano.
—Sí, pero unas tienen queridos, y lo otros, queridas. Claro, y así, no pueden discutir, ya que no pueden echarse nada en cara los unos a las otras y viceversa.
—Bueno, me voy que, encima, me van a cerrar por tu culpa.
—¿Qué te van a cerrar y por mi culpa? Han cerrado hace… —Cirilo sacó su reloj de bolsillo y lo abrió— diez minutos. Y quien se está entreteniendo eres tú, cantándome las cuarenta que no vienen a cuento porque sólo pretendía ayudarte.
—Bueno, eso de que está cerrado, ya lo veremos. Y pon mientras la mesa, entre que voy y vuelvo te da tiempo. Anda, haz algo.

Cirilo, obediente, puso el mantel y demás utensilios de mesa y lo dejó todo preparado para cuando volviera su mujer. Poco más tiempo tardaría Carmina en volver, porque el zapatero remendón tenía el taller en el número diez de la calle Españoleto. Cuando oyó la cerradura en la puerta se acercó al recibidor y esperó. Mientras Carmina abría la puerta, intentó escamotear el paquete envuelto en papel de periódico, pero le fue imposible.

—Sí, estaba cerrado, ya lo sé.
—Yo no he dicho esta boca es mía.
—Pero lo ibas a decir.
—Siempre sabes de antemano lo que voy a decir. No sé ni para qué preguntas, ni para qué hablo.
—¿Qué quieres oír, que está cerrado porque cierra a la una y media? Pues eso, el zapatero cierra a la una y media y abre a las cuatro y media. Hala ya lo he dicho.
—No, no quería oír nada de eso. Y sigues poniendo palabras en mi boca. Yo lo único que quiero es comer en paz.
—Ya estás con la comida. Mira, tendrías tú razón, pero me he dado un paseo antes de comer que me ha sentado fenomenal. He hecho hasta hambre. 
—¿Ir de aquí al diez le llamas tú darse un paseo capaz de abrir el apetito a alguien?
—Y las escaleras, ¿qué? ¿No cuentan? Tres pisos para abajo y los mismos para arriba. ¿Te parecen pocos? Que lo ves todo negro. No ves nada positivo en nada.
—Vale, ¿comemos o no?
—Claro que comemos. Cualquiera no come contigo protesta que protesta.
—Pero si has sido tú la que me ha dicho que pusiera la mesa, que al volver comíamos.
—Bueno, pues me lavo las manos y sirvo yo la ensaladilla. Luego fiambres y quesos. No voy a estar todo el día pringada en la cocina.

Para esta pareja sería un buen epitafio, aunque todavía les queda cuerda para rato, una frase que leí no sé cuando, y no sé donde de un filósofo (?) italiano: “El pesimismo de la razón [Cirilo] debe ser compensado con el optimismo de la voluntad [Carmina]” (5)

[Continuará]


(1)  [Volver]  Los padres son quienes tienen que llevar a su hijos a la escuela, si no tienes, no vas, caballero.
(2)  [Volver]  Orbín, palabra asturiana que se emplea para designar una lluvia más leve que el orvallo, su orbayu
(3)  [Volver]  ¿Qué tal le ha ido, caballero?
(4)  [Volver]  Este periódico se edita con grapa y en tamaño folio.
(5)  [Volver]  Buscando, buscando y gracias a Internet, he encontrado al autor de la frase, se trata del filósofo, teórico marxista, político y periodista (según he leído en Wikipedia) Antonio Gramsci (1891-1937) que escribió: «[…]. Debemos combinar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad […]». Yo lo recordaba de otra manera, pero al fin y al cabo, es lo mismo. Fuente: columnesp.global-labour-university.org.

13 comentarios :

  1. Muchas personas deberían poner en práctica la última frase (muy pronto para epitafios), y la vida se vería de distinta manera. Las palabras asturianas se me antojan graciosas, yo tengo un buen recuerdo de Villaviciosa hace ya muchos años. A ver si Antón tiene suerte con su encargo. Y me imagino a Jose en su primer día de escuela con el Quijote en la mano, ante la cara interesada de don Zacarías... Las chicas han descansado hoy... Hasta el próximo... Abrazos

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    1. Sí, a las modistillas les doy un respiro de vez en cuando, aunque en realidad me lo doy a mí mismo porque con ellas me tengo que esforzar mucho más que son los demás. Como todos, he tenido padre y madre, soy hombre, estoy casado y tengo hijos. Tan solo he tenido una novia y una hija, pero las veo desde el criterio masculino de mi educación, por mucho que luche contra él, siempre queda algo. Y ese es el problema, que hablo de oído y tras una introspección tortuosa en la empatía del ser humano. Decía a Amanda hace poco que Joselillo me hace pensar mucho. Gracias, Ligia, un abrazo. JC.

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  2. Pues hoy un avance de otros personajes que tampoco está nada mal ver los miedos de José ante un nuevo reto para él, ni los pensamientos de su hermano sobre su futuro inmediato, a Antón se ve que le queda una buena aventura para encontrar a los familiares de Gertru.
    Saludos y hasta el lunes.
    Chary :)

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    1. Realmente, y no es un "spoiler", Antón no es quien corre la aventura, es otro, el sólo la sufre, jeje. Los asturianos, por recuerdos infantiles, siempre me han caído bien; mi mejor amigo de la infancia, José María Mendes, es hijo de astures. De lo que me contaba he recuperado mucho para este relato. Un saludo y buena semana, JC.

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  3. Que ternura siento siempre por los dos hermanos, sobretodo por Joselillo. Ojalà le vaya bién el cole. Cómo siempre tus relatos se hacen cortos pues lo describes todo tan bién que no cuesta ningún esfuerzo imaginar incluso las caras de los protagonistas. Cómo digo siempre gracias por endulzarnos los lunes. Besos.

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    1. Tenías que llamarte Mar, jeje. Por la tranquilidad que transmites en tus palabras, y a su vez la fuerza. Y eso es lo que me gusta de los relatos, que cada uno se imagina sus personajes a partir de los esbozos del autor. Crear imágenes a través de las palabras es de las cosas que más recompensa a quien las escribe. Gracias, Mar. JC.

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  4. Cualquiera se arriesga a buscar nada en esos parajes asturianos. Un vecino nuestro, tenía un coche exactamente igual al de la foto. Me llevó a esa época donde apenas habían coches. Que bien ahora.
    Bien, a esperar al lunes siguiente a ver como se va desarrollando la historia. Saludos.

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    1. Ampliando el comentario que he hecho a Chary, poco me he tenido que imaginar gracias a José María. La aventura que pasaba todos los veranos la familia de mi amigo para llegar y salir de su pueblo era digna de ser contada. Y así lo he hecho. Saludos, Varinia, y gracias. JC.

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  5. Pues a la espera del siguiente... ¡como siempre!
    Gramsci es Sardo, como mis amigos de por aquí.
    Cq.

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  6. Espero que le vaya bien a Joselillo en la escuela y que el Venan encuentre qué hacer con su vida, ambos se lo merecen.
    La aventura en la que se ha embarcado Antón se está poniendo interesante, a ver cómo le va pues lo tiene difícil.
    Ains Cirilo y Carmina, la frase no les puede identificar más, que serían uno sin el otro =)
    Besitos

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  7. Espero, además que todo se resuelva para bien de todos, aunque eso es difícil, jaja. Un beso, Amanda, JC.

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