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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Cojín de semillas modelo rana


Hasta ahora no había hecho ningún cojín de semillas de este modelo para bebés, en un tamaño más grande, lo podéis ver aqui,  aquí y aquí.

Me falta poner el relleno de semillas de trigo, para los que se acaban de incorporar os diré que sólo pongo 120 grs.,  que se calientan en el microondas durante 30 segundos y que son ideales para calmar los cólicos de lactante.

La trasera la hago con el cierre tipo sobre para que se pueda sacar el relleno y lavar sin dificultad.


Si estás empezando en el mundo costuril, hace tiempo publiqué un tutorial para hacer una funda más sencilla. Lo puedes ver pinchando aquí.

Si tienes un ratito y quieres ver todos los cojines de semillas que he publicado, clicka aquí

Puede ser un buen regalo navideño.

Las medidas son: 
Alto:    26 cm.
Ancho: 26 cm.

Y sigo coso que te coso...

martes, 29 de septiembre de 2015

Bolsa molinillo


Cuando Isabel nos enseñó las bolsas, ya sabía ella que me iban a gustar.

Y acertó, también en que no iba a hacer una sola, no sé las que llevo...

Para ésta, aproveché un bloque que hice de prueba de molinillos en lino. Me encanta trabajar con lino, cualquier cosa que hagas luce mucho.



¿Por qué no soy capaz de hacer sólo una? Porque me gusta trabajar con distintos materiales, probar las diferencias entre unos y otros. Por ejemplo, como no me gusta nada hacer el pasacintas, en esta ocasión elegí una cinta y, aunque justita, me gustó como quedó. En la trasera la podéis apreciar mejor.


El detalle de los picos por fuera, le da un toque diferente.



Para el forro, una tela "discretita" de lunares, como debe ser.



Esta bolsa, lo siento, pero se va a quedar conmigo porque me encanta, y porque yo lo valgo.

Y sigo coso que te coso...

lunes, 28 de septiembre de 2015

Relatos de COSOQUETECOSO (XXXIII)

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Entre puntada y puntada 
(XXXIII)


—Bueno, ¿y tú cuándo? —preguntó doña Consuelo a bocajarro.
—¿Yo, cuándo qué? —respondió Susana.
—Hija, ¿qué va a ser, que cuándo te echas novio?
—No creo yo que encuentre un hombre que me guste. Todos son unos egotistas. Aunque ciertas mujeres también lo son, pero no tantas.
—Egoístas —corrigió la jefa—. Se dice egoísta, no egotista.
—Eso también lo son. Pero está usted equivocada, doña Consuelo, una cosa es ser egoísta y otra egotista.
—Bueno, tú sabrás lo que dices, al fin y al cabo tú has estudiado y yo no. Pero para poder prosperar en la vida, cualquier mujer pobre, y te recuerdo que tú lo eres, sólo tiene una salida decente.
—Eso que lo dice usted, doña Cosuelo.
—¿Vosotras no pensáis eso? —intentó buscar apoyos quien se veía sobrepasada.
—Yo no lo he pensao nunca. Pero al Venancio no le veo como una salida pa na. En to caso como una entrada.
—¿Y tú Gertru?, tú si que has encontrado un buen partido y una buena salida a tu complicada situación, eh.
—Yo tampoco he pensado eso de la salida. Y tié usté razón, he tenío mucha suerte, pero… En fin, lo pasao, pasao está. Sí, ma dao miedo, y aún temo la gran diferencia entre don Mauro y yo.
—Entre ese señor y tú, Gertrudis, no hay ninguna diferencia, los dos sois iguales y tenéis los mismos derechos y deberes apuntaló Susana.
—Ya, pero no sé si una se vacostumbrar a esa vida. Pero siempre puedo recular como decía mi tía: Hija, no semos ríos. Cosa cahora entiendo.
—Pues sí que estoy anticuada. Pero yo sigo en mis trece. No veo yo que una mujer pueda hacer mucho sola. Hemos venido a este mundo a tener hijos y a aguantar a quien nos los hace.
—No quisiera ser cruel, doña Consuelo, pero no es usted el mejor ejemplo de ello.
—Yo estuve casada, pero… —doña Consuelo calló y fijó la vista en la costura.
—Pero eso de tener hijos no voy a ser yo quien lo niegue, si no los tenemos nosotras, ¿quién los va a tener? Por eso son nuestros y pueden o no ser de ellos. Por eso una mujer es más completa que un hombre. Puede hacer lo mismo que ellos y más.
—Sí, estás tú lista, Susanita —contestó la jefa ya recuperada—. ¿Cuántas mujeres conoces tú que sean mozos de cuerda, por ejemplo?
—Vaya una pregunta. ¿No ha ido usted al circo a ver a la mujer forzuda? Pero, de todas formas, ¿a quién sustituyen esos? A los animales de carga, burros y mulos. Al menos, nosotras seguro que poníamos más cuidado y no rompíamos tantas cosas. La gente se queja mucho.
—Para ser tan jovencita, Susana, conoces tú mucho a los hombres —derrotada en todas sus frentes, doña Consuelo pasó al ataque.
—Por eso me extraña que no piense como yo —se defendió con finura la joven feminista—. Tiene usted mucha más experiencia que yo.
—No sé si enfadarme o alegrarme —se quedó en campo de nadie doña Consuelo.
—No se me enfade usted, me refería a su matrimonio, yo no estoy casada ni creo que lo estaré nunca. No me refería a otras experiencias con los hombres. Jamás faltaría al respeto a quien me ha acogido en su casa con tanto cariño y generosidad.
—Y más—se le escapó a Reme.
—¿Qué quieres decir con ese “y más”, Reme? —preguntó una doña Consuelo molesta.
—No… —se quedó cortada la que daba puntadas en el bajo de un vestido—. No, quiero decir que paecen hija y madre.
—Ya…
—Aunque yo pienso —dijo Gertru echando un capote a su amiga, aunque seguía en la misma línea que las otras dos jóvenes— que al principio daba usted más, doña Consuelo. Pero creo que ahora la Susana la soluciona muchas cosas, ¿no cree?
—Si te refieres a limpiar, hacer los recados y la comida, eso es educación para cuando se case, Gertru, como la señora Casta lo está haciendo contigo. No pensaréis que soy una de esas que se aprovechan de las niñas que vienen de los pueblos a trabajar a Madrí, ¿no?
—No, no se preocupe —salió en defensa de su mentora Susana—. Yo creo que tiene usted un gran corazón y mucha paciencia conmigo.
—Menos mal, estaba empezando a pensar que estabais las tres en mi contra.
—Pensar diferente no es estar en contra de nadie, doña Consuelo —matizó Susana—. Pero, no se enfade, ¿por qué la tengo que llamar doña y usted a mí no?
—Eso está clarísimo hija. Por respeto.
—O sea, que me tiene usted menos respeto a mí que yo a usted. ¿Eso es lo que quiere decir?
—No, hija, pero yo tengo una edad y tú eres una niña. ¿No me digas que en  tu pueblo llamabas a tus padres de tú?
—No.
—¿Entonces?
—No lo sentía como una obligación.
—¿Y conmigo sí?
—Sí, señora. 
—Bien, pues si tú quieres llámame Consuelo a secas, a mí no me importa, pero cuando estemos solas o con estas dos.
—Insisto, estas dos son Reme y Gertrudis. Pero volviendo al tema, prefiero seguir como hasta ahora, y anteponer el doña a su nombre. Si a usted no la importa, así no puedo meter la pata en un momento determinado. Ah, y si piensa usted que me está dando un curso intensivo prematrimonial, lo siento por mi maestra, pero ya le he dicho que nunca me casaré con un hombre.
—Mira ésta, ¿y con quién te vas a casar si no es con un hombre? Sigues siendo una niña ingenua. Ay, madre. Cuánto tenéis que aprender. Y ahora, vamos a escuchar la novela. ¿Por qué se me habrá ocurrido preguntar? Basta de cháchara. ¿A quién le toca poner hoy la radio?
—No se preocupe, ya me levanto yo —se ofreció Susana viendo a Gertru que se levantaba.

Acabó el capítulo radiofónico y doña Consuelo se levantó para ir al retrete. Las tres jóvenes se quedaron solas y Susana dio las gracias a Reme por haberla defendido.

—Ya, pero la verdá que se ma escapao eso del y más. Creía que había mentido la pata.
—No, nadie ha mentido, ni el pato ni la pata, Reme —contestó Susana con una sonrisa en la boca.
—La verdá es que tié de criada pa to y sólo te ganas un sueldo de aprendiza confirmó Gertru.
—Pero estoy mejor que en el campo, Gertrudis. Y si no, pregúntaselo al novio de Reme. Y más si tiene animales como tiene mi padre. Aun así, le estoy muy agradecida a Consuelo, ji, ji —Susana rió falsamente y con una ironía que que le hizo encoger los hombros—. Estoy aprendiendo mucho y tomando muchas notas, porque yo quiero ir a la universidad.
—¿Y qué vas hacer tú allí?
—Lo que me dejen, Gertrudis. Eso sí que lo tengo claro. Mientras las mujeres no votemos, mal nos va a ir con los ministros de Educación.
—Anda, también hablas de política. No lo sabía yo.
—De política deberíamos hablar todos, no solo los hombres. Así nos iría mejor.
—Oye, ¿no serás tú una de esas anarquistas? —dijo doña Consuelo al entrar al gabinete.
—Yo no mataría ni una mosca.
—Mira, eso creía yo, que eras una mosquita muerta, pero nos has salido una rosa con espinas.
De rosalux.org.ec
 De wikipedia (2)
—Fíjese, que en una rosa pensaba yo, pero una Rosa de Luxemburgo. O en una Cecilia Böhl de Faber, que para que la publicasen algo se bautizó literariamente con nombre de hombre(1)  y se ocultó como mujer parapetándose detrás del nombre de Fernán Caballero, cosa que no me parece justa.
—Bueno, dejemos eso, no conozco a ninguna de las personas de las que has hablado, Susana. Y, además, creo que nunca vamos a entendernos.
—Pues yo creo en el diálogo. Somos nosotras las que nos lo ponemos difícil.

Desde luego, a doña Consuelo nadie la iba a hacer renunciar a sus principios, adquiridos en su infancia por la maquinaria machista imperante en aquella época, y que poco o nada había cambiado a lo largo de su vida. Pero, tanto Reme como Gertru se llevaron a casa algo en qué pensar, porque, aun a costa de su inocencia y su incultura, sabían que en la lucha diaria algo fallaba, porque sentían una falsa inferioridad ante personas que, curiosamente solían ser hombres, que les podían callar de una bofetada, como sus propios padres habrían hecho de tener ocasión (3) .

———— o O o ————

—Uy, vosotros no sabéis lo que me pasó a mi un día en la mercería. Todavía se me ponen los pelos de punta al acordarme.
—Pues entonces, no lo cuentes, Carmina —propuso Cirilo a su mujer, aun a sabiendas de que se haría muy poco de rogar.
—Ya que has empezado, acaba, ¿no? —. Fue la propuesta de la señora de Alcántara, anfitriona esa tarde noche.
—Está bien, lo haré, si así lo queréis. Al lado de casa, en la calle Covarrubias, hay un muy buena mercería donde suelo comprar los hilos y los apaños para mis bordados.
—No, mujer, lo de esa señora fue en la de García de Paredes, donde, a veces, me mandas. Y no sé porqué, la otra está más cerca, como tú dices.
—Vamos a ver, Cirilo. ¿A quién le pasó? A mí, ¿no? ¿Cómo no voy a saber dónde? Bueno, pues yo ese día, como casi todos, llevaba mi sombrilla… Fue hace... ¿Dos años?, sí dos veranos ha hecho éste. Siempre me entretengo, toqueteo las cosas, las miro por si me sirven, hilos de colores, remates, puntillas, que si unos vivos, en fin que me muevo por la tienda, claro, siempre por fuera del mostrador. La mercería es grande, larga y estrecha, y una de las paredes está llena de expositores con todas estas cosas. Noté que una mujer, más o menos bien vestida, como yo, parecía seguir mis pasos. No le di importancia alguna. Pensé que sería casualidad. Hay muchas mujeres que cosen y bordan.

—Mujer, abrevia un poco, si no, se va a hacer larguísimo.
—Qué pesado eres a veces, Cirilo. Yo lo cuento a mi manera. Cuando cuentes tú algo lo relatas como tú quieras. Y te voy a interrumpir lo mismo que me haces a mí, pesado.
—Sigue, Carmina —animó Felipa—. Los hombres no saben escuchar, tú tranquila, mujer. Sigue.
—Sí sigue —se sumó el señor Alcántara, que, aunque compartía la opinión de Cirilo se sentía en la obligación de ser educado con su invitada y, con ello, ganaría puntos ante su señora, a pesar que intuía que la historia se iba a alargar en demasía.
—Bien, como os decía, al final me convencí de que sí, de que me seguía, o al menos imitaba mi recorrido. Por ejemplo, cogía yo una bobina de hilo de un color nuevo, me acercaba al mostrador y preguntaba su precio. Algunos son muy caros, llevan oro o plata. Detrás de mí, a un lado, y por encima de mi hombro y antes de que me volviera, esa mujer preguntaba el precio de otra bobina, o los metros que tenía, o cosas por el estilo. Yo me volvía, regresaba al expositor y dejaba el hilo. Ella, delante mío…
—Eso no se dice, nadie es propietario del delante ni del detrás, ni del arriba, ni del abajo. Se dice delante de, de mí, no mío, Carmina.
—Ay, madre. Bueno, pues “delante de mí” —la puesta en evidencia recalcó ese “delante de mí”—, hacía lo propio, o más bien, parecía que hacía lo mismo. De ello me di cuenta después, claro, porque en uno de esos acercamientos al mostrador, oí que preguntaba por unas cajitas de imperdibles que hacía sonar, pero cuando las colocó en su sitio, como yo estaba un tanto molesta con que me siguiera, vi que sólo dejaba una de las dos que yo había visto al volverme. Pensé que era yo quien se equivocaba, claro. Entonces, fui yo la que me dejé seguir, por decirlo de alguna manera, y la observé muy disimuladamente. Y, entonces, lo vi, vi lo que hacía esta señora. Y descubrí que me atañía directamente. ¿Sabéis lo que hacía?
—No —contestaron al unísono los señores de Alcántara—. ¿Qué hacía? —preguntó Felipa notoriamente intrigada.
—Yo sí lo sé.
—Hombre, Cirilo, tú me lo has oído contar un par de veces. 
—Sí, un par… O una o ninguna.
—Bueno, ¿me dejas acabar?
—Sí, sí, claro. Adelante, Carmina.
—Pues lo que hacía esa mujer era echar dentro de mi sombrilla, claro, que estaba recogida, toda clase de mercadería de la mercería: botones, alfileres, bobinas de hilo…
—Anda, ¿y para qué los escondía en tu sombrilla? —preguntó Fermín que era lo que pretendía la protagonista de la historia.
—Pues, porque en realidad era la suya. Al principio pregunté a la dependienta por unas telas nuevas, y para poder tocarlas me quité el guante de la mano derecha, para lo cual tuve que dejar el quitasol, que dejé apoyado en el suelo y contra el mostrador. Ella, claro, como estaba al acecho, aprovechó para cambiármelo por el suyo.
—¿Y cómo no te diste cuenta desde un principio? —preguntó el anfitrión pensándose muy agudo.
—Claro, porque tú te hubieras dado cuenta de que te cambiaban el paraguas, como te pasó este invierno, ¿no?, Fermín. Paraguas que hubo que tirar porque tenía tres varillas rotas y no sé que más —. Ahora fue Felipa la que dejó en evidencia a su marido, que tosió mientras se tapaba la boca con un puño.
—No se dio cuenta, Fermín, porque eran muy parecidos —reveló Cirilo ante una mirada asesina de Carmina.
—Claro, eso me pasó a mí —se defendió el señor Alcántara —. Ves, Felipa. A todos nos pasa.
—¿Entonces por qué lo preguntas? Los hombres, a veces, parecéis tontos —por supuesto su marido no le contestó.
—Ya os digo yo que los parasoles eran de los mismos tonos pastel y blanco. Que yo de eso entiendo un poco presumió Cirilo.
—Pero, bueno, ¿no puedes tener la boca cerradita, guapo? —propuso Carmina algo molesta con su esposo. Éste sí contestó a su mujer, en cambio.
—Mujer, es para hacer el relato más ameno.
—¿Ameno…? —contestó Carmina a Cirilo que se volvió y se dirigió a su anfitrión—. ¿Aclarado este punto, Fermín? Claro que yo no fui consciente del cambio hasta mucho después. Cuando fui a pagar lo que había elegido, y para echar mano al dinero tuve que soltar la sombrilla otra vez, pero no la dejé en el suelo, sino que la coloqué sobre el mostrador. Y la dependienta, Margarita, que me conoce de toda la vida y yo a ella, vio cómo salía de mi parasol un huevo de esos de madera para zurcir calcetines. Así que echó mano a la
De Ettimologiia.blogpost.com.es
(ojo me ha saltado una alarma de virus
 al entrar en esta página).
sombrilla, y la palpó con las dos manos, luego me miró a los ojos y me dijo: Pero doña Carmina, no me lo puedo creer. ¿El qué?, le pregunté. Bien lo sabe usted, me contestó. Yo no sé de dónde ha salido ese huevo, Margarita. Yo no he cogido ninguno. En ese momento oímos la campanilla de la puerta, la señora había desaparecido. Entonces la dependienta puso boca abajo la sombrilla, y cayeron sobre el mostrador todo tipo de objetos de mercería y de los expositores que tenían enfrente del mostrador. Abrió hacia un lado la sombrilla y entonces fue cuando me di cuenta de que no era la mía, y así se lo hice saber a Margarita. En un principio dudó, pero luego, al aplicar el sentido común y recordando la reciente y extraña actuación de aquella mujer, llegamos a la conclusión de que había sido ella la que había llenado la sombrilla en cuestión. Pero el rato que pasé siendo vista como una ladrona… No os lo podéis imaginar. Yo, una ladrona.
—Madre mía, Carmina.
—Lo que no entiendo es porqué te cambió la sombrilla y porqué te echaba a ti los objetos robados. Al fin y al cabo tú te ibas a ir con ello  —preguntó Fermín que ya había leído alguna aventura del nuevo personaje de la época, Sherlock Holmes.
—Pues está bien claro —contestó Cirilo—, tampoco hay que pensar mucho, hombre —. En este caso Carmina se dio perfecta cuenta de que su marido estaba a punto de sacar los pies del tiesto; había aguantado mucho, esa era la verdad, sin que se le notara la animadversión que sentía por Fermín.
—Para ti, Cirilo, para ti, pero para Fermín y Felipa no porque no lo saben. Bastante paciencia han tenido contigo y conmigo al aguantar mi historia.
—Sí, eso decía yo —contestó Cirilo ajeno a la intención de su mujer, que no quiso seguir por ahí. Por una vez.
—Fermín, lo que pretendía la ladrona era usarme para transportar lo robado fuera de la mercería. Ella saldría justo tras mío, perdón, detrás de mí. Me seguiría, y una vez fuera del alcance de la vista de Margarita me abordaría lo antes posible y me avisaría de que habíamos cambiado las sombrillas. Claro, todo tenía que ser muy rápido para que a mí no me diera tiempo a abrir su sombrilla cargada de todo aquello. Una vez recuperada su sombrilla y relativamente lejos de la mercería, habría cometido el robo perfecto. Porque, aunque al final le saliera mal, nadie hubiera podido acusarla de nada. Era yo la que llevaba el botín. Menos mal que llevo comprando un cuarto de siglo en esa mercería, y que los objetos que salieron de la sombrilla, Margarita sabía que a mí no me servían de nada. Las bordadoras profesionales compramos cosas muy específicas.
De hemerotecadigital.bne.es.
—Sí, ahora que caigo, he leído algo de eso en La Nación(4) , pero ocurría en una joyería y con un paraguas.
—Es que hay gente para todo. Sobre todo entre esos proletarios, que son todos unos maleantes. Yo haría una purga…
—Pues a mí nunca me ha pasado nada —. Cortó Fermina a su marido temiendo que éste se fuera arriba y defendiera un golpe de estado poniendo como pretexto la delincuencia que ejercían los pobres—. ¿Y a ti Cirilo? —quiso distraer al que consideraba un hombre de izquierdas. Y lo consiguió.
—A mí sí, muchas cosas.
—Pues cuéntanos una.
—No, ya es muy tarde. Mejor un día de estos —. Miró a su mujer como diciéndole, sácame de aquí, por favor.

Y ella, siempre al servicio de su marido, le sacó de aquella casa donde se ahogaba cada día más. 

———— o O o ————

Sin motivo aparente, Gertru estaba nerviosa y arreglada antes de las ocho. Parecía una leona enjaulada. Hasta tal punto que, después de discutir con ella sobre qué abrigo llevar, la señora Casta la “invitó” a salir del chiscón de la portería bajo amenaza de maniatarla.

—Mira, chica, o te calmas a te ato a la silla. Elige. Aunque también pués desfogar esos niervos en la calle.
—Tié razón señora Casta, les espero en la calle. Me salgo fuera. 
—Pero mu fuera, eh. No te quiero ver en el portal asín, ahora voy, ahora vengo. Así que, coges la calle y, pimpan, parriba y pimpan, pabajo.
—Hasta luego.
—Cabezona. Te llevas el de invierno. 
—Sí, si no la importa a usté.
—Me va importar a mí que pases calor con el mantón dinvierno. Allá tú.
—Hasta luego.
—Que lo paséis bien, Gertru.
—Dígale a Reme…
—Venga, se lo dices tú mesma a la vuelta. Seguro que tespera despierta por mu tarde que llegues. Venga, adiós, adiós —la señora Casta acompañó estas palabras con un gesto que sugería a Gertru que abandonara con urgencia el pequeño recinto de la portería—. Hala, hija, y quencuentres la misma paz que descanso dejas —. Una vez sola, la portera suspiró— ¡Uf!, qué nervios, menos mal, pensaba que miba a volver locatis.

Gertru salió a la calle con la intención de descargar aquellos nervios inesperados e inexplicables y bajó la calle hasta la nueva iglesia de San José de la Montaña. Allí dio la vuelta y comenzó el regreso hacia el número cuatro de la calle. Cuando andaba por el número doce, vio salir a la pareja que esperaba. Don Mauro miró hacia arriba y hacia abajo de la calle, sin soltar de la mano a su hijo. Cuando vio a Gertru que se acercaba, levantó la mano y saludó. El gesto de que se cercara porque debían ir hacia Santa Engracia fue inequívoco. Lo primero que hizo Gertru al llegar a su altura fue doblar el torso. Con su cara a la altura de la de Juanín le saludó tan alegre como un cascabel.

—¡Hola, Juanín! ¿Tacuerdas de mí? Volvimos juntos de una verbena. Soy Gertru. ¿Me das un besito?

La respuesta del crío, que no la hubo, no fue muy halagüeña. Se agarró a la pierna de su padre y escondió la cara detrás del muslo de don Mauro.

—No te preocupes, Gertrudis, es lo normal. A este mocetón —dijo don Mauro mientras le revolvía el pelo— hay que darle tiempo y echarle paciencia. Estoy seguro de que cuando volvamos, volveremos como tres amigos y te lo habrás metido en el bolsillo. ¿Vamos?
—Sí, claro.
—Te has puesto muy guapa. Y yo, como ves, no voy trajeado, hasta llevo parpusa.
—Tú también estás mu guapo, Mauro y tú, Juanín. ¡Qué jersey más bonito llevas!
—Es un regalo de Servanda.
—Mu bien, así no desentonamos ninguno. Y el más elegante de los tres, Juanín —miró Gertru al padre con una mirada de complicidad.
—Sí, sí. Es que Juanín es muy elegante. ¿No lo sabías, Gertru?

A pesar de los halagos, el pequeño no daba signos de recibirlos, ni de mal, ni de buen agrado.

—Y mu guapo —Gertru guiñó un ojo a don Mauro que si hubieran estado en pie de guerra hubiera rendido sus armas ante aquel gesto.
—Juanín es el más guapo y Gertrudis la más guapa. Así que esta noche tienen que bailar juntos sin que nadie les vea, ellos solos.
—Uy, qué buena idea ha tenido el papá deste niño bailarín. ¿Tú quieres bailar conmigo?
—Pues claro que quiere, como yo, ¿verdad? Nunca ha bailado como una chica tan fetén, como diría un gato.

Lógicamente, Juanín no contestó, porque, aunque pareciera que el protagonista de la conversación era él, la verdad es que la importante era la que se escondía bajo la primera conversación y de la que el niño permanecía excluido. 

—¿Gertrudis, te importa que vayamos en tranvía?
—Anda, ¿y en qué íbamos a ir? Pues andando o en tranvía, ¿no?
—Es que me gustaría que Juanín subiera a uno. Yo creo que le va a gustar. Es una de las cosas que le llaman mucho la atención.
—Por mí encantada. Estoy deseando verle una sonrisa.
—La has visto muchas veces.
—¿Yo? Nunca.
—Sí, mujer, cuando me miras y yo sonrío —. Ante la cara de extrañeza de Gertru, don Mauro se explicó—. Servanda dice que tenemos la misma sonrisa, así, hacia un lado y hacia arriba.
—Esperamos confirmarlo pronto.
—Gertrudis, quería decirte que no he invitado a tu amiga Reme, porque…
—Mauro —interrumpió Gertru—, yo quiero a Gertru como una hermana, pero hoy pal baile, somos los justos, tres.
—Me congratula que pienses, así.
—¿Congratula?
—Me alegra. Mira, Juanín ese es el nuestro—. Al crío se le iluminaron los ojos como dos luceros y miró a su padre, que le cogió en brazos para subir al tranvía. Antes de sentarse, mientras avanzaban por el pasillo entre los asientos, Gertru preguntó:

—¿Y dónde vamos? ¿Sabes tú donde vamos, Juanín?—. Pero ni el padre ni el hijo contestaron, y don Mauro hizo pasar a Gertru al asiento junto a la ventanilla y sentó a Juanín a su lado, en el otro asiento de madera.
—Y, ahora, cuida a Gertrudis mientras pago.

Pero Juanín no miró a la joven, sino que siguió con la vista en su padre con el cuello torcido y no la despegó de él hasta que volvió y le puso sobre sus rodillas al sentarse él en su lugar. La querencia del niño era acercarse a la ventanilla como había pensado su padre que aprovechó la curiosidad de su hijo para acercar más al niño y a la joven.

—¿Quieres asomarte a la ventanilla, Juanín? —señaló don Mauro la ventanilla medio atascada por arriba. Y por primera vez, Juanín se comunicó al mover la cabeza afirmativamente. Don Mauro le cogió por la cintura, le levantó, y después de un vuelo rápido y corto, le depositó sobre el regazo de Gertru. Y esta vez fue él quien guiñó el ojo. Gertru, instintivamente, abrazó por el torso al crío, entrelazó, las manos y sintió, por primera vez, aquel cuerpecillo cuya frente se pegó al cristal de la ventanilla. Ambos adultos se miraron orgullosos, como si hubieran hecho cima en el Everest. No hablaron más hasta llegar a su destino: la Dehesa de la Villa, con el fin de no romper la comunión que Juanín había aceptado de buen gusto con Gertru.
—Esta es nuestra parada, según me ha dicho el cobrador. Ven, Juanín —. Éste se despegó del cristal que le dejó una señal roja y redonda en la frente blanca y se echó en brazos de su padre sin pensar, aunque cuando estuvo seguro, miró a Gertru un tanto extrañado. Bajaron los últimos del tranvía, precedidos de varias parejas contentas y ruidosas—. Mira, allí está el cartelón que me dijeron.
—Tampoco hace mucha falta. Son las únicas luces de por aquí. Y, además, estas parejas no creo yo que vayan a dar un paseo a oscuras.
—Éstas no sé, pero seguro que hay otras que no vemos entre los árboles. Pero, dejemos eso. ¿Oyes la música, Juanín? Vamos, que hay que bailar —don Mauro apretó el paso y alzó y bajó el brazo donde su hijo se sentaba, para diversión de este. Entre ese movimiento y el de la carrera, Juanín daba unos botes sobre el brazo de su padre que le divertían de lo lindo. Y Gertrudis comprobó que Mauro tenía razón, el niño, reía y sonreía igual que su padre—. Vamos a ser la envidia del baile. Vamos, Gertru, que sin ti no podemos dar envidia a nadie, este caballerete y el menda —. Y, aunque pudiera entenderse que la intención de don Mauro era piropear a su acompañante femenino, nada más lejos de la realidad y así lo entendió ella, como una complicidad íntima entre padre e hijo. Y fue la primera vez que vio a ese hombre en ese rol, en el de padre. Y descubrió a un hombre tierno que debería compartir con un crío tímido y retraído. Quedó mirándoles con una sonrisa boba—. Vamos, mujer, que Juanín quiere bailar contigo, ¿a que sí? —. Y en este otro caso entendió claramente el mensaje: no era el hijo, sino el padre, el que deseaba bailar con ella. Y le agradó, vaya que si le agradó. Hasta salió corriendo en dirección a la pareja, a pesar de que la falda apenas dejaba ver las zapatillas de esparto y lona roja.  

El lugar era muy agradable e iluminado. Gertru había acertado con la indumentaria. Su costumbre de esterarse le había venido muy bien. La señora Casta le había dejado un mantón tan elegante como abrigado, a pesar de ciertas protestas por parte de la dueña, porque era de invierno, y todavía quedaba una miaja de verano. También Servanda dio en el clavo al vestir a Juanín de entretiempo, rematado con un jersecito verde de ochos tricotado por ella misma en muy poco tiempo. A pesar del fresquito, que no llegaba a fresco, la verbena estaba concurrida y animada. Las luces, todavía de gas, jugaban con los farolillos y banderitas multicolores y se unían a las parejas que cubrían. Lo primero que hubieron de hacer fue hartar al pequeño de dar vueltas al diminuto tiovivo, aunque, después de recorridas todas la figuras que lo componían, el crío no parecía presto a renunciar a seguir sus viajes circulares. Sólo pudo con esa ansia de viajar sin moverse del sitio el hambre. Los aromas que salían de detrás de una tapia que hacía de fondo de la barra del merendero, y que se mezclaban en el ambiente festivo, despertaron el apetito del trío.

—¿Tienes hambre, Juanin?
—Sí, papi, Anín tene hambe —. Fueron las primeras palabras que salieron de la boca del mocoso y que Gertru llegó a oír.
—¿Y qué quiere comer este chico para hacerse grande, grande? 
—Anín quere comé totilla.
—¿Tortilla? Muy bien, pues vamos a buscar un sitio para sentarnos y pedir tortilla para Juanín que se la va a pedir él mismo al camarero, ¿tú que te crees, Gertru? La va a pedir el sólo y el sólo se la va a comer. Ya verás.
—No me lo creo —retó Gertru.

El niño miró el tiovivo, giró el cuello y vio la mano de su padre que se le ofrecía. Dudó un par de segundos y optó por agarrarse a esa mano amiga y, saltando, comenzar a acercarse a una de las mesas de listones de madera que bajo un techado de cañas, ya se nutría de comensales tomando fuerzas para el próximo envite a la pista de baile. No se habían sentado casi, cuando un camarero de camisa blanca y pantalón negro se acercó. Don Mauro se acordó del cuñado de Genaro.

—¿Qué va a ser, señores?
—Anín quere totilla —sorprendió Juanín a su padre y a Gertru que no se esperaban que fuera cierto lo que don Mauro había dicho.
—Muy bien, hijo.
—Lo siento, pero creo que no hay.

Don Mauro, curtido en mil batallas al tratar de colocar sus chocolates, sacó la cartera y de ella dos billetes de a peseta, y con un suave golpe las puso sobre la mesa y las tapó parcialmente con la mano.

—¿No conocerá usted a un tal Genaro que trabaja en una fábrica de chocolate?
—Hombre, no le voy a conocer. Semos hermanos. 
—Yo soy compañero de él. Y nos ha recomendado este sitio, por usted y por su señora que creo trabaja entre sartenes.
—Claro, ahí detrás anda.
—Pues mire, si en vez de mi mano es usted capaz de usar un plato con una tortilla encima para tapar los billetes, se los lleva usted con el plato vacío. ¿Qué le parece la idea, caballero?
—Se intentará, señor.
—Y para ayudarle en el intento de convencer a su mujer que, según cuanto nos guste, a lo mejor aparece otro billete con esos dos debajo del plato vacío. Eso le ayudaría a argumentar la rara petición de un niño, cuyo padre ha visto tortillas en casi todas la mesas a nuestro alrededor.
—Es que me paece que san acabao los güevos.

Don Mauro levantó la vista y miró fijamente a los ojos del camarero, y tomó la decisión de hablarle de macho a macho.

—Será por huevos, supongo.
—Algo más querrán.
—Sí, claro. ¿Qué te apetece Gertrudis?
—No sé.

Y ahí entró el profesional y relató las especialidades de la casa, versus su mujer, desde las gallinejas, pasando por los pájaros fritos y acabando con los contundentes callos. Gertru eligió unos pimientos verdes fritos, y don Mauro media docena de sardinas previa consulta a Gertru sobre si la gustaban.

—¿Y de beber?
—Agua del Lozoya y una jarra de sangría, y si hace el favor, trae cinco vasos.
—Bien, ¿la tortilla de cuatro huevos?
—Mejor de cinco.
—Es que —el camarero, bajó la voz—, la última que sale para otra mesa es de cuatro.
—Entonces, está todo hablado.
—¿Quié que le traiga una caja pal chico? 
—No le gusta estar encerrado, sabe —. Gertru soltó una carcajada que hizo girarse a más de un comensal, por lo que terminó tapándose la boca avergonzada. Pero don Mauro se sintió el rey del humor. Incluso el camarero sonrió por la salida del cliente.
—No, lo dicía pa questuviese más alto y llegara mejor a la mesa.
—Le he entendido —sonrió don Mauro orgulloso—. Haga usted el favor. Es una gran idea.
—Y la tuya también —siguió Gertru con las risas.
—Anín quere totilla —. Como si se tratase de un espía torturado a no comer, el hambre hacía hablar al pequeño. 
—Ya, Juanín. Aquí no esta Servanda, hay que tener paciencia, hijo.
—Anín y Ebanda —repitió el que echaba de menos a su ama mirando a su sustituta esa noche.
—Yo Gertru.
—Getu —repitió Juanín.
—¡Eso es! Ella es Gertrudis —se alegró don Mauro.
—No, Getu.
—Vale, caballerete, pues Getu —. La cara de satisfacción de aquel enamorado padre era indescriptible.
—¿Quieres bailar con Gertru mientras te hacen la tortilla?
—No. Anín quere totilla —. Y en ese momento, cayó don Mauro en la cuenta de que esa noche no iba a bailar con Gertru, salvo que su hijo decidiera usar la caja-trono para lo que él había sugerido en broma. No fue el caso y pudieron bailar al ritmo del organillo, pero serían el único trío sobre la pista allanada de tierra. Aun así, Gertru cumplió un sueño, no sin insistir que ella no sabía bailar, y que era la primera vez que lo hacía. A lo que don Mauro respondió con humor que otro día se buscaría a otros dos expertos, porque con los que había ido esa noche a bailar eran principiantes. Y menos mal que a uno le llevaba en brazos porque tenía los pies destrozados de los pisotones.

—Mentiroso. Tu padre es un mentiroso.
—Papi tiroso. Anín, no.
—Eso es. Gertru no ha pisao a tu padre ni una sola vez —usó Gertru al crío para llegar a su padre.
—Getu, papi.
—Sí, hijo, Gertrudis y papi.
—No, Getu y papi.
—Me parece que te vas a quedar sin erres, Gertrudis —. Y los dos adultos rieron.
—¡Totilla! —gritó Juanín y señaló al camarero.

La noche fue un éxito total, porque a la vuelta, Juanín cayó dormido en brazos de don Mauro que se atrevió a repetir el primer beso al aprovechar el momento de tapar con la manta a Juanín y a Gertru, manta facilitada por el cochero que también se ganó por ello una buena propina, lo mismo que el sereno por acudir tan rápido a las palmas de Gertru. Y no por ser el segundo y furtivo, el beso fue peor que el primero. Aunque él insistió en acompañarla hasta el cuarto derecha, ella se negó en redondo. Dio un beso en la mejilla a sus dos acompañantes, y con la llave de don Mauro que le sacara del bolsillo por indicación de éste, abrió la puerta del primero derecha, se la introdujo de nuevo en el bolsillo de la americana, y después de desearles buenas noches, la cerró con sumo cuidado para no hacer ruido. Quedó unos segundos apoyada la espalda contra la puerta  y agarrada a su tirador central, como esperando que el sueño se deshiciera, pero tan solo se confirmó al oír la palabras detrás de la puerta.

—¿Qué tal, don Mauro?
—Se lo ha pasado como nunca. Y, fíjese Servanda, ya la llama Getu. Ella también se ha portado fenomenal. Yo creo que se van a llevar muy bien.
—No sabe cuánto me alegro, señor.
Ah, y no le ha sobrado su jersey.

En ese momento la joven sonrió, se relajó y se le vino encima todo el cansancio acumulado del día. Y nada se rompía, sino todo lo contrario, el sueño se reforzaba en realidad. Se separó de la puerta, tomando impulso con un empujón de espaldas, y se puso en marcha con una sonrisa franca en la cara, rumbo al cuarto piso. Al pasar por la puerta del tercero derecha, deseó a las señoritas buenas noches. Y le vino a la cabeza que no había cogido la llave para entrar en casa. ¡Mecachis!. Pero no le iba a hacer falta. Reme, sentada en el último peldaño de la escalera apoyada la cara en las manos y los codos en las rodillas le recordaba su olvido.

—¿Y la llave, cabecita loca?
—¿Pa qué la necesito?
—¡Qué lista! —Reme bostezó—. Pos ahora me tiés que contar to.
—Hija, déjame por lo menos que me siente, vengo desarmá, hazme sitio, anda.
—Venga, cuenta, cuenta.
—Baja la voz, tu madre está dormida y la vas a despertar —susurró la recién llegada.
—Venga, que me tiés en ascuas, llevo aquí sentá desde que acabao de cenar.
—Pues Juanín es un niño mu rico. Me llama Getu.
—Eso luego, primero lo del padre.
—Ay, cómo eres, Reme.

[Continuará]


(1) [Volver]  Susana se refiere a Rosa Luxemburgo (1871-1919) y a Fernán Caballero, pseudónimo de Cecilia Böhl de Faber (1796-1877). La primera fue una mujer polaca que llegó a fundar el Partido Comunista de Alemania (KPD). Y la segunda llegó a publicar varias obras con ese pseudónimo y también como Corina, y que se casó tres veces. Aunque mientras vivieron no fueron tan conocidas  y admiradas como después de su muerte.
(2)[Volver]  Cecilia Böhl de Faber, 'Fernán Caballero' (1858), Museo del Romanticismo, óleo sobre lienzo de Valeriano Domínguez Bécquer.
(3)[Volver] Algunas notas respecto al machismoEntrada +[MUJER]. Muger. Covarrubias. «[…]. Vio Diógenes pendientes infamemente de un olivo a unas que la justicia había castigado con aquel suplicio y dijo: '¡Ojalá todos los árboles del mundo llevaran este fruto!', «Utinam et ceterae arbores similem ferrent fructum!». ">Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Nació hacia el 412 a. C. Y lo tenía muy claro, la mujer mejor colgada de un árbol. ¿De quién nacería este pavo, de un árbol? En fin, Susana de Andrés del Campo en su estudio Hacia un planteamiento semiótico del estereotipo publicitario de género, Universidad de Valladolid. © UNED. Revista Signa 15 (2006), pág. 266, dice: «[…]. Algunos significados otorgados a los sustantivos son en sí mismos estereotipadores de los géneros. Por poner uno de los ejemplos más evidentes, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (1992: 1117) define hombre como «Ser animado racional. Bajo esta acepción se comprende todo el género humano. 2. Varón, criatura racional de sexo masculino». En contraposición, mujer queda definido como «Persona del sexo femenino. 2. La que ha llegado a la edad de la pubertad. 3. La casada, con relación al marido » (op. cit.: 1414). Entre las locuciones indicadas en las definiciones se incluyen, dentro de las de hombre, algunas como hombre bueno, hombre de armas, hombre de buenas letras, hombre de cabeza, hombre de ciencia, hombre de corazón, hombre de dinero, hombre de distinción, hombre de Estado... Muy al contrario, todas las locuciones incluidas en la definición de mujer son, en este orden: mujer de digo y hago, de edad, de gobierno (criada), del arte, del partido, de mala vida, de mal vivir, o de punto. Ramera. De su casa. Fatal. Mayor. Mundana, perdida, o pública. Locuciones éstas escasas, repetitivas, estereotipadoras y reduccionistas de la condición femenina. Entre quince locuciones, ocho se refieren a la prostituta. […]».
Y vayamos a la Biblia«Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón. Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. (Cor.I,11, 2-16). ¡Tócate las narices!. Y ahora otra cita bíblica que no tiene desperdicio y a la que podría anteponerse una entrada soez: «[Para que te jodas] multiplicaré en gran manera los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido y él se enseñoreará de ti». (Gn., 3; 16), y todo por desobedecer una vez y coger una manzana, si Eva hubiera cogido lo que los mangantes de hoy y tantas veces como alguno, no sé lo que os hubiera caído a las mujeres. Y, además, este Dios miente, porque yo conozco a varias mujeres con deseos, ¡qué narices! Y otras tantas que se enseñorean más que sus maridos. Vamos a por otra: «Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé luz a un varón, será inmunda 7 días…. Y si diera luz a una niña, será inmunda dos semanas…», (Levítico 12: 1, 2 & 5.), anda, chúpate esa, los bebés niñas tienen doble castigo. ¿Y qué me decís de esta?: «Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación», (Cor. I, 14: 34 & 35), vamos, que calladitas y con la patada atada a la mesa estáis más guapas, además, los hombres saben más por ser hombres, ¿qué os parece? Joder con la Biblia, ¿no? Y que me perdonen los cristianos y los judíos. Y esta es la última, tampoco es cuestión de aburriros:«La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción . Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia», (Timoteo I, 2: 11-15)». ¿Para qué comentar más? Fuente: merino1957.wordpress.com.
(4)[Volver]  La Nación fue un «Diario de la mañana que nace durante la primera guerra mundial con ayuda económica alemana, fundado por Alfonso María García Polavieja, primogénito del general Polavieja y segundo marqués de este nombre y figura destacada del Partido Conservador, y a cuyo frente se pone el notorio periodista germanófilo Juan Pujol, […] En su primer número subrayará el ideal patriótico, nacionalista y monárquico para un grupo de publicistas que se autodenominan 'generación de 1916' y que osarán criticar a la ya entonces consagrada del '98'. Al finalizar 1918 dejó de publicarse, teniendo una vida efímera. […]». Fuente hemerotecadigital.bne.es.


domingo, 27 de septiembre de 2015

No es patchwork, pero podría serlo


Hace ya tiempo, mi hijo me pasó unos enlaces del diseñador Matt W Moore, para que viera sus obras, diciéndome que "no era patchwork, pero podría serlo".

Totalmente de acuerdo contigo Raúl,  podemos inspirarnos en su obra para crear alguna con nuestras telas.



Esta exposición merece la pena verla.



A mi me ha encantado el dominio de los colores y con las formas geométricas que utiliza, quizá pueda salir algo de nuestras manos.


Si queréis seguir ampliando información, podéis hacerlo aquí.

Y sigo coso que te coso...

sábado, 26 de septiembre de 2015

Más dudús


He tenido una semana un poco movida y de coser poco, aunque algo he hecho.

Estos dudús los hice con los otros tan coloridos, y también me gustan mucho, porque si lo que tratamos es de llamar la atención de los bebés, cuanto más atrevidos de color mejor.

Hice nueve de tirón porque lo que más pereza me da es hacer uno, elegir las cintas que combinen con las telas es lo más pesado, aunque también me divierte.

Ya están disponibles en la tienda online.

Y sigo coso que te coso...

viernes, 25 de septiembre de 2015

Probando nuevas cestas



Cualquier cosa que veo enseguida la quiero hacer, si se trata de bolsa o cesta, no es que quiera, es que la hago.

Si ya viene con tutorial, me pongo a ello, necesito experimentar.

Y ésto es lo que me sucedió con esta cesta, aquí podéis ver el enlace.



Tengo que deciros que se hace rápido, aunque yo tardo menos en hacer las mías (pero eso es producto de todas las que llevo), quizá yo no he sabido darle el toque (no me ha quedado -ni de lejos- a la altura del modelo), así que seguiré con mi cesta con caramelo.

La medida de corte que he usado ha sido de 30 cm. y el resultado final ha sido de, aprox. 10 (base) x 10 (alto) x 9,5 cm (ancho).

He cosido las esquinas a 7 cm., si repitiera otra lo haría a 5 cm., creo que quedaría mejor.

Vamos que no he quedado muy satisfecha, pero quizá es que no esté yo en mi mejor momento.

Y sigo coso que te coso...