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lunes, 31 de agosto de 2015

Relatos de COSOQUETECOSO (XXIX)

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Entre puntada y puntada 
(XXIX)



De brujulea.net
Sonaban las nueve en el campanario de la iglesia tan cercana al ayuntamiento que el alcalde y el cura podían darse la mano por las ventanas de sus aposentos. Las campanadas se metían entre ladrillos y piedras, y despertaban hasta al más diminuto de los seres. Eran las primeras horas que sonaban en el día, aunque el pueblo se despertara mucho antes. De hecho, Venancio llevaba ya tres horas en pie. Al subir las escaleras de la plaza vio que Manuel bajaba las de enfrente, venía de la taberna donde solía ir. 

—A los buenos días, Venancio.
—Buenos días Manolo —ambos se estrecharon las manos—. ¿Qué tal los asuntos dayer en Madrí?
—Espero quel nuestro me quite el mal sabor de la boca. Es la última vez cago un negocio con los de la capetal. Su palabra vale menos que una perra chica en el fondo de un pozo. En fin... ¿Y tú, no tabrás arrepentío, no?
—No, pa na. Lo único que podría parar esto es quencontrara un sustituto gratis. Y tontos quedan pocos. Ni el Paquito aceptaría —ambos sonrieron.
—¿Salvarte de la mili? Ni lo sueñes, Venancio. Si fueras el hijo el alcalde, en toavía, pero siendo lo que semos…
—Bueno, ¿vamos pa dentro?
—Sí. El alcalde ya está, le visto bajar cuando me tomaba el chispazo. Vamos, chaval. Tenemos aclarar cuando me hago cargo del huerto, no lo hablamos antiyer…
—Tampoco creo caya problema por eso —comentó Venancio ya dentro del ayuntamiento—. Mientras me dé usted un poco tiempo pa mudarnos y pa contarle to lo que hay en Huerta Baja... 
—Tantos bártulos tenís que mover.
—No, es que no tengo claro donde dormiré yo hasta que mincorpore.
—Eso no es problema, Venancio. Pués dormir en tu propia cama, yo no voy a utilizar la casa pa na. Ya tengo la mía.
—Muchas gracias, Manolo. ¿Oíga, por qué le llaman el Garzo?
—Por mis ojos. Pocos los tenemos azules por aquí.

———— o O o ————

—Antón, tengo que encargarle un asunto personal. Puede usté negarse perfectamente y no habrá ningún problema, ni represalia por mi parte. Nada cambiará la buena relación que mantenemos.
—Usted dirá, don Mauro. Y espero que no sea ilegal, porque me pondría en un dilema moral —sonrió el secretario.
—No, no, nada de eso. Es un asunto íntimo que no tiene nada que ver con el chocolate.
—Si no recuerdo mal, mi cargo es el de secretario personal. Por lo que no veo problema alguno.
—Bien, todo lo que voy a contarle a partir de ahora es confidencial, Antón.
—Soy una tumba, don Mauro. Se lo he demostrao en múltiples ocasiones. De mí no ha salido bulo ni verdá ninguna sobre usté.
—No entienda mis palabras como desconfianza, sino en el sentido contrario, como un acto de confianza ciega en usté. Verá, me voy a comprometer con una muchacha. Lo voy a anunciar en los ecos de sociedad de algunos diarios y algunas revistas.
—Me alegra oírlo, don Mauro.
—Gracias, Antón. Bien. De ella sólo sé que es de un pueblo asturiano perdido en el monte. La trajeron a Madrí con menos de tres años, y la sacó adelante una tía que a los diez años, aproximadamente, moría. Se puso a servir y después de que la vida la tratara a batacazos, no voy a entrar en detalles por respeto a ella misma, bueno, el caso es que la conocí por casualidad y en ese mismo instante me prendé de ella. Supongo que también ayudó el vernos todos los días. Somos vecinos desde hace unos meses. Ella vive con la portera de mi casa. Nunca pensé que otra mujer, aparte de mi difunta Adela, me pudiera hacer sentir lo que hoy siento por esa chiquilla. Ya sé que es muy joven para mí, Antón, pero… Lógicamente, también sé sus apellidos, el nombre del río que pasa cerca del caserío de los padres, y poco más. En fin, que su trabajo consistiría en encontrar a esos padres y traerlos a Madrí. No quiero que nadie se entere porque no llegue a oídos de Gertrudis, que así se llama la joven. Y no quiero que se entere porque tengo mis dudas sobre el éxito de su misión, y no por su capacitación y capacidad de trabajo, sino por la pobre información que le brindo para llevar a buen puerto esta misión. Si no lo consiguiera, creo que le daría un disgusto gratuito, sin que se lo espere, ¿no cree? No quiero meter la pata, ¿entiende?
—Perfectamente. No se preocupe, don Mauro, en cuanto a la confidencialidad del asunto. Claro, respecto al éxito o al fracaso de mis averiguaciones, en lo que de mí dependa, sabe usted que me volcaré y que por mí no va a quedar.
—Entonces, ¿acepta?
—Por supuesto.
—Evidentemente tendrá usted todos los gastos pagados y una gratificación por abandonar a su familia por mi causa.
—No, don Mauro, deje usted las gratificaciones monetarias. La mía, en este caso, será poder devolverle parte de lo que me ha dado durante estos años. Eso es más que suficiente, tener la oportunidad de ser agradecido. No se puede imaginar lo que significa para mí. Mi mujer estará encantada, se lo aseguro. Bueno, de dejarla sola, no, pero de poder ser agradecido, sí, de eso estoy seguro. 
—Gracias, Antón. Y déselas a ella también.
—Una duda.
—Dígame.
—¿Quién se va a hacer cargo de mi trabajo aquí en la fábrica?
—No se preocupe. Sabe usté que en verano baja mucho el trabajo. El chocolate es lo que tiene, estacionalidad. Bien lo sabe usté, se lleva muy mal con el calor. Entre Balín y yo sacaremos esto adelante, podremos aguantar unos días. Total falta poco para el cierre de agosto. Pero que no sean muchos, no vaya a ser que entre él y yo estropeemos el trabajo de toda su vida. Aún le recuerdo sentado donde hoy se sienta Balín, cuando yo venía a ver a mi padre de joven.
—Sí, yo también me acuerdo de usted. Y de su padre, no crea. Todo lo que hoy soy, se lo debo a él. Él pagó mis estudios… Cómo pasa el tiempo. Pero no creo que estropeen nada en mi ausencia. Nadie es imprescindible. ¿Cuándo quiere que empiece?
—Ahora mismo. En este sobre encontrará todo lo que conozco de Gertrudis, incluido una foto con sus padres poco antes de venirse a la capital. Será la carta de presentación que le abrirá las puertas de la casa paterna, supongo. Podría escribirles unas líneas, pero no saben leer, así que será usted de viva voz, ayudado de la foto, quien deberá convencerlos de que todo lo que les cuente es la verdad. Por eso no quiero confiar este trabajo a ningún extraño, tal como un detective por ejemplo. Pero si, por lo que sea, tuviera que recurrir a una o cien agencias de ese tipo, no dude en hacerlo. Ah, también le he metido una buena cantidad de dinero. Cuando vuelva, haremos cuentas. Gástese lo que sea necesario para encontrar a esas personas, pero encuéntrelos, por favor. Le quedaré eternamente agradecido.
—Gracias por la confianza que deposita en mí, don Mauro. 
—Es usted poca cosa, Antón, pero ha resuelto todo lo que se le ha puesto en su camino, y en el mío. Pequeño…, ¿cómo dicen?, pero…
—Matón.
—Sí, eso. Pequeño pero matón. Gracias.
—¿Quiere que le firme un recibí antes de irme?
—Usted no cambiará nunca. Ni se le ocurra firmarme nada. Y no necesito recibos de nada de lo que gaste, que le conozco. Esto es entre Antón y Mauro, no entre Hacienda y la fábrica. Cuando salga, dígale a Balín que suba, por favor —. Don Mauro se levantó de su butaca, rodeó su escritorio, tendió la mano a su secretario y con la otra le abrazó—. Gracias, Antón, y mucha suerte —. Con la última palmada el abrazado contestó:
—Espero no defraudarle, don Mauro —. Y Antón deshizo el agradecido y sincero abrazo.
—No lo hará, aunque no consiga encontrarlos.
—Adiós, don Mauro, tendrá noticias mías, cuando las haya —. Y Antón dejó el despacho con el sobre bajo el brazo.

Balín llegó al despacho de don Mauro casi antes de que éste se hubiera sentado. Y tras llamar a la puerta, entró sin esperar respuesta.

—Pero no te he dicho…
—Ya, pero es questaba usté solo, don Mauro.
—Ya…
—¿Ma llamao?
—Sí, Balín, te he llamado. A ver, siéntate.
—¿Yo, don Mauro?
—Sí, Balín, tú. Siéntate.
—Vale —. El joven se sentó en el borde de la silla, como si estuviera de prestado.
—Mira, Balin.
—Sí, don Mauro.
—Antón va a estar unos días fuera solucionando un asunto que le he encargado.
—Sí, don Mauro.
—Quiero que en vez de estar sentado abajo, en la escalera, lo hagas en su silla y atiendas el teléfono y a todo lo que surja. ¿Podrías?
—¿Yo, señor?
—Por fin lo he conseguido.
—¿Qué? 
—Que no digas, sí, don Mauro.
—Sí, don Mauro.
—Bueno, déjalo. ¿Con quién crees que estoy hablando, con Antón que se acaba de ir?
—No, don Mauro. Pero claro que podré, sí, sí que podré.
—Bien. Quiero que seas más educado de lo que eres normalmente. Que no te olvides de ningún recado, aunque de eso estoy más que seguro. Y que vengas vestido con chaqueta. Toma.
—¿Y esto? —pregunto Federico al ver tanto dinero.
—Es para que te compres tu nuevo uniforme de trabajo, gorra incluida. Pero aquí dentro la cuelgas en la percha de fuera. Cuando acabe tu misión temporal y vuelva Antón, podrás quedártelo y usarlo los domingos o en las celebraciones, como sea tu gusto.
—Sí, don Mauro. Pero esto… Son muchos reales.
—Ya verás lo que sobra cuando acabes las compras. Ah, y cómprate también unos zapatos, no vengas en alpargatas.
—¿No voy a correr?
—Estos días poco, aunque también tendrás que atender tu trabajo de siempre.
—Sí, don Mauro. No hay poblema.
—Ah, otra cosa.
—Sí, don Mauro.
—El tiempo que estés de secretario, cobrarás como tal, no como chico de los recados.
—Sí, don Mauro.

Cuando Balín llegó a su casa, a punto estuvo de cobrar.

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—¿De dónde has sacao estos dineros, Federico? ¿Por qué te lo iba a dar don Mauro? Si eres un crío. Tú cobras un duro al mes. ¿No teníamos ya bastantes intrigas con que tos los meses pasen un dinero por debajo la puerta? Y ahora tú traes to el dinero este.
—De verdá que me lo ha dao él, se lo juro, madre.
—¿Y pa qué? A ver.
—Pa que me compre unos calcos.
—Con esto te compras la zapatería.
—Bueno, y una chaqueta y una gorra y una corbata, aunque eso no me la dicho. Voy a ser su secretario mientras el Antón está de viaje.
—Un mico como tú, ¿secretario?
—Sí, madre. Y voy a coger el teléfono y to. Y ma dicho don Mauro que voy a cobrar lo mismo que Antón.
—Madre, mía. Pero ya veré yo mañana. Y como mestés mintiendo te llevo al cuartelillo de cabeza.

Federico, alias Balin, era el adolescente más feliz del mundo. Hasta tal punto que tras calmar las dudas maternas, aunque su madre quedó en confirmarlo, salió a la carrera, cosa que a nadie extrañó, en busca de su nuevo amigo Joselillo. Quería contarle lo que le había pasado.

A su vez, su madre no esperó al día siguiente. La posibilidad de que su hijo hubiera hecho algo ilícito le hizo coger el tranvía y presentarse en la calle Españoleto. La mujer llegó un tanto angustiada y nervioso, pero volvió satisfecha y orgullosa. Al día siguiente harían las compras, Federico tenía permiso del jefe para llegar un poco más tarde a trabajar, pero eso sí, bien vestido y bien calzado. Cuando se “perpetró” la compra, nadie hubiera podido decir cual de los dos, madre o hijo, estaba más feliz y orgulloso.
  
———— o O o ————

—¿Pero por qué pones palabras que no he dicho en mi boca? —preguntó algo molesto Cirilo a su mujer—. Acordamos que la vida me debía algo. Pero la vida, no tú, tú no me debes nada, luego no tienes porqué pagar. Tú, además, no eres mi salvadora, ni el ombligo del mundo. Debo ser yo el que se lo cobre.
—Pero, claro, si no estuviera yo a cargo de todo, tú no podrías resarcirte de esa deuda que te has inventado.
—Vale, no niego que me la haya inventado, pero ha sido a lo largo de toda mi vida, la mente cree lo que quiere creer, bien es verdad. Nuestra mente es como un fanático religioso que oye en persona a su líder espiritual. Es decir, que puede que lleves razón, que mi verdad solo la reconozcan mis ojos como tal. 
—¿Es que una no ha luchado, acaso? 
—Claro que sí, y a brazo partido, pero quizá hayas sabido gestionar mejor que yo la presión exterior o interior. O has llevado una vida con un ligero parecido a tus sueños juveniles. No lo sé. Lo que sí sé con absoluta certeza, no es que la mía se parezca un poco a la soñada, es que es la contraria de la que siempre soñé. Y la he estado soñando durante mucho tiempo. Y más veces despierto que dormido. Luego aquí no hay culpables, ni inocentes, ni comparaciones ajenas a nosotros mismos, individualmente.
—Ves, ese es tu pesimismo. Si hubieras sido como yo, hubieras soltado poco a poco eso que te consume.
—De eso hablaba antes al mentar el verbo gestionar. Además, por el motivo que sea, mis autodefensas, esas que te hacen devolver un golpe cuando te lo dan a ti, por ejemplo, están muy despistadas en mi caso.
—Hombre, como que te da igual el dinero y las clases sociales. Dos elementos vitales para poder vivir bien y a gusto.
—Sí, también valdría como ejemplo.
—Cirilo, tú nunca vas a ser feliz.
—Pero, al menos, déjame intentarlo, ¿no?
—Yo no soy quien para permitirte o prohibirte hacer o deshacer. Sólo te digo que esta Carmina ni puede, ni quiere cambiar. Yo soy feliz como soy, y nadie me va a amargar la vida, ni siquiera tú.
—¿Quieres decir que tu felicidad es lo primero?
—Lo pienso sí, nunca lo he ocultado, es más, lo he dicho en múltiples ocasiones. O sea, que lo sabes desde hace ya tiempo.
—Pero no siempre fue así, recuerda que te conozco desde que tenías catorce años.
—Anda que tú eres el mismo que conocí con dieciséis, no te digo. Siempre de broma, divertido, transigente, lleno de amistades…
—¿Y nunca te has preguntado, Carmina, porqué desde hace equis tiempo no soy así?
—Yo nunca me he preguntado nada, y menos eso que dices. No lo necesito. Tú, en cambio, estás continuamente analizándote a ti y a todo el que te rodea, como si fuéramos animalejos de laboratorio.  
—Sí, tú das fuera de casa aquello que necesitamos dentro, siguiendo tus creencias.
—Mira, Cirilo, no quiero seguir con esta discusión, al final acabamos enfadados y luego, tres días de morros por nada.
—Eso es lo que me preocupa.
—¿Qué, los morros?
—No, que ya no me enfado contigo.
—Mira, pues me alegro. Así tienes dos trabajos menos.
—O uno mayor.
—No sé lo que quieres decir, Cirilo.
—Es igual. Déjalo.
—Al final, ¿pagaste a Marcela?
—No.
—Pero no te dije que…
—Sí, pero es que ni siquiera sé a qué hora se marchó. Salió sin hacer el más mínimo ruido. No oí ni cerrarse la puerta.
—Es que eres tonto. Hay que ser más despierto. No sé como has llegado a lo que llegaste.
—Fiándome de la gente.
—Pues, anda que no te habrán engañado veces.
—Iban a hacerlo de todos modos, esos u otros. Eso sí, sólo me engañaban una vez, te lo aseguro.
—Tengo que hablar con Marcela, me ha dejado mal planchada la ropa, y encima se va a escondidas. Menos mal que está la portera o la hija para informarme a qué hora la vieron salir. Si me dejaras tener una interna. Pero no, al señor le molesta convivir con desconocidos.
—Ni me gusta la explotación. Esas niñas no tienen horario y trabajan como mulas por dos perras (1) , que es lo que nosotros podríamos pagarle también.
—Pues todos nuestros conocidos tienen al menos una.
—Pues mejor para ellos y peor para ellas. Yo no podría dormir tranquilo.
—Desde luego. No puedes coger lo que la vida te ofrece sin cuestionártelo.
—No. Me gusta elegir lo que quiero hacer.
—Pero, a caballo regalado no le mires el diente (2) .
—Eso no funciona conmigo, porque puede ser que no pueda alimentar ese caballo que me regalan.
—Pues lo matas y te lo comes, o lo vendes.
—Tú estás loca Carmina, parece como si no me conocieras. ¿Y la ética?
—La ética es inversamente proporcional a la necesidad.
—En eso estamos de acuerdo, Carmina. Las discrepancias empiezan cuando definimos las necesidades, las comodidades y los lujos. ¿Tú estarías dispuesta a ganarte la vida trabajando de sol a sol por unos céntimos?
—Yo no necesito ganarme la vida, y cuando lo he necesitado no me he arredrado por nada. Y bien contenta que estoy. No como tú.

———— o O o ————

—¿Has cargao el carro, José?
—Sí, hace rato. ¿Qué tal ta ido a ti, Venan?
—Bien. Estoy contento. Pero vamos pa Madrí, en el camino te cuento. Si no se va a hacer tarde pa vender algo.

Con la Perla al frente, tomaron el camino de la capital. Al pasar junto al cuartelillo de la guardia civil, Venancio escuchó su nombre. Giró la cabeza y vio al guardia, que le había entregado otros papeles, hacerle señas con un sobre en la mano.

—¡Venancio, espera! ¡Venancio! —. Éste mandó parar a burra—. Que te tenía que bajar esto. Debe ser de la mili, viene de la Caja de reclutas. Toma.
—Gracias, Justino.
—A ti, me ahorras un viaje.
—Toma, José. Guárdalo. Hasta luego. ¡Arre, Perla! Vamos que llegamos tarde —Joselillo se guardó la carta entre el cuerpo y la camisa —. No lo pierdas. 

Cuando llegaron a la plaza de Olavide y después de descargar la mercancía y montar el tenderete, Joselillo preguntó a su hermano si no abrían la carta. En el fondo le hacía ilusión, prácticamente no había tenido una en su mano nunca. 

—¿Y pa qué, José?
—A lo mejor yo mentero, Venan.
—Pues ábrela, tonto.
—¿Puedo?
—Claro que puedes. Venga, a ver si eres capaz.

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Joselillo, algo nervioso, abrió como pudo el sobre, y al hacerlo rasgo el papel que contenía. Se quedó mirando a su hermano, presto para ser regañado. Pero Venancio no le regañó, si no todo lo contrario.

—No pasa nada, hombre. Venga, inténtalo. Lee. 

Mientras Venancio atendía a unas manolas, Joselillo se sentó en la trasera del carro e intentó estudiar las letras mecanografiadas en el papel. Cuando terminó de despachar, su hermano se acercó.

—¿Qué, José, tenteras?
—No, no paso de la fecha, Venan. Sí, paece ques de la Caja esa de reclutas ca dicho el guardia, pero no entiendo las palabras, no las he visto en mi vida. Lo siento. No sé ques una convocatorria, por ejemplo. Ni qués —leyó Joselillo guiándose con el dedo por el texto— "se le ha con si de rrado ap to pa ra el ser vi qui o“. ¿Qués apto?
—No pasa nada, José. Ya verás como dentro de poco, lo entiendes to y me lo explicas a mí. Trae pacá. Dámela que la guarde. Alguien nos la tendrá que leer. Estas cosas…

———— o O o ————

En el mismo momento en el que Venancio se guardaba la carta en el bolsillo, don Mauro ordenaba a Antón que llamara a Balín. Pero como Antón ya no estaba, tuvo que ser él el que se asomara al ventanal.

—¡Balíiiiiiiiiiiiiiin! ¡Sube! —. Y antes de que cerrara el ventanal, el recadero ya cerraba la puerta de la oficina.
—Sí, don Mauro —entró Balín sin llamar a la puerta.
—Hijo, siempre que veas una puerta cerrada y no sea de tu habitación, llama antes de entrar.
—Sí, don Mauro.
—A mí no me importa, Balín, pero puedes encontrarte con muchas sorpresas y algunas desagradables.
—Sí, don Mauro.
—¿No sabes decir otra cosa?
—Sí, don Mauro.
—Anda, ve a mi casa y le dices a la portera que tengo premura por ver a Venancio. No, espera, mejor… ¿Tú le conoces, no?
—Sí, don Mauro. ¿Es el hermano del que me regaló un suizo, no?
—Ese mismo. Venden verduras todos los días de diario en el mercado de Olavide. Vete para allá y le das personalmente el recado de mi parte. Dile que necesito verlo. Aclárale que es para algo bueno, que no todo van a ser noticias malas.
—Sí, don Mauro.
—Si sigues diciendo eso, te voy a tener que llamar Fede o Federico, que es como te llamas de verdad aunque no te guste.
—Sí, don Mauro. ¿Algo más? —Federico estaba deseando salir corriendo, de hecho los pies no los podía tener quietos.
—No, hijo, no. Anda ve —. Al quedarse solo, don Mauro se echó a reír—. Jodido crío del demonio.

Antes de que acabara otra gestión, e incluso que la empezara, porque pasó por el váter, Federico, más conocido como Balín, llamaba a su puerta y sin esperar respuesta entró jadeante.

—Don Mauro, don Mauro, el Venancio dice que vendrá en cuanto pueda —y resolló.
—Bien, muchas gracias, Balín.
—¿Algo más, don Mauro? —. El crío siempre estaba deseando que le encargaran algo. Con tal de correr, le daba igual ir al fin del mundo que al principio.
—Sí, algo más. Llamar a la puerta y no esperar a que te den permiso para entrar, no sirve de nada. Es como si no llamaras. ¿Lo entiendes, Balín? Es como si no llamaras.
—Sí, don Mauro —repitió Balín bajando la vista al suelo un poco avergonzado.
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—Imagínate que entras así en el retrete y pillas a cualquiera de nosotros con los pantalones bajados porque se nos ha olvidado echar el cerrojo —Balín pudo contener a penas la risa porque se imaginó a Godofredo, alias Gordofeo, con los pantalones por los tobillos.
—Sí, don Mauro.
—Pues gracias otra vez, “Federico” —don Mauro enfatizó el nombre—. Eso es todo por ahora.
—Sí, don Mauro. Estoy donde siempre— y se fue cerrando la puerta.
—Eso seguro, tanto como el “sí, don Mauro” —decía eso y a continuación oía unos taques en la puerta—. Sí —levantó la voz.
—Don Mauro.
—¿Otra vez tú?
—Es que me sa olvidao decirle una cosa.
—Pues dila, venga.
—¿Puedo salir hoy un poco antes y no venir por la tarde?
—Espera, pasa. Voy a ver mi agenda, y si no te necesito puedes ausentarte… —Balín se hinchó como un pavo—. A ver, veamos… Llamada a… Reunión con… Perfecto… Vale, cambio una cita para mañana, porque mañana si estás, ¿no?
—Sí, don Mauro.
—Bueno, pues la cambio, porque te voy a necesitar y así no tienes que venir hasta mañana. Y si quieres irte ya, puedes hacerlo. No creo que te necesite más por aquí.
—Sí, don Mauro.
—¿Sí a todo?
—No, don Mauro.
—Hombre, menos mal que has cambiado el discurso.
—Sí, don Mauro. Sólo a lo primero. Todavía no tengo quirme.
—Hala, hijo. Al trabajo, sino, esto no sale adelante. Y no se te olvide venir mañana vestido de secretario en funciones. Y si tienes que venir un poco más tarde, no pasa nada.

—Sí, don Mauro.

Balín bajó las escaleras como se imaginaba que la bajaban los hombres importantes que había visto de visita en la fábrica. Se sentía el obrero más importante, no ya de la fábrica de chocolate, sino de todo Madrid. Su jefe contaba con él para todo. Estaba orgulloso y se lo demostraba al mundo entero. Y, además, iba a ser el secretario. Ahí es na. Se sentó en el último peldaño de la escalera como se sientan los reyes en sus tronos. Allí estaba él, para seguir con el trabajo y que saliera la fábrica adelante. Y todo por un duro al mes. Que no estaba mal para ser un crío. Lo que no sabía Balín era que los sobres que pasaban por debajo de la puerta de su casa todos los meses, los metía Antón por orden de don Mauro. 

[Continuará]


(1) [Volver] En un artículo aparecido en el número 903 de la revista Nuevo Mundo de abril de 1911 podemos leer: «Veamos lo poquísimo que tiene que hacer una criada: Levantarse antes de amanecer, arreglar su cuarto y asear su persona. Bajar a la calle la espuerta de la basura. Ir a la lechería y al puesto de pan y traer lo de costumbre. Encender el fogón y preparar los desayunos. Servir sendos chocolates á las siete personas de la familia. Limpiar otros tantos pares de botas. Acompañar á los chiquillos al colegio. Disponer de ollas, cacerolas y sartenes para el almuerzo. Traer de la plaza las viandas é ingredientes necesarios para el mismo y para la cena. Hacer limpieza general en el comedor, cocina, despacho, sala, gabinete y pasillos, amén de otras dependencias íntimas. Preparar la ducha de la señora y el baño para los pimpollos. Arreglar las habitaciones, con otras tantas camas y lavabos. Poner la mesa, distribuyendo sillas, platos, copas, cubiertos y servilletas. Subir un botijo de agua de la gorda. Servir la comida y aguantar las impertinencias que originan los gustos de cada cual. Engullir á prisa y de pie los sobrantes, ni muchos, ni escogidos. Fregotear veintiocho platos, catorce copas, ocho jícaras, tres fuentes, una sopera, diez cuchillos, y un bazar de  cubiertos, ollas y demás cachivaches. Lavar en la artesa una carga de ropa blanca y tenderla en la terraza. Y repetir, en cuanto á la cena, la desesperante función del mediodía. 
Además, para que no enferme de aburrimiento, se ocupará de las siguientes tonterías: correr á la puerta cada vez que tiran de la campanilla, recoger el correo y pasar á la sala de visitas. Lavar recados, traer encargos y oír malas razones. Ir y venir con las niñas en sus esparcimientos. Echar agua a los geranios. Tostar y moler café. Cepillar ropas y sacudir alfombras. Poner alpiste al canario. Comprar La Correspondencia. Fregar la cocina dejando bien relucientes los metales y en orden todos los avíos. Y acostarse á media noche, harta de holgar, para dormir como una princesa cinco o seis horas. Por esta vida regalona percibe la haragana sirviente: tres durazos mensuales limpios de polvo y paja, que hacen un diario que se aproxima á sus dos reales. Ítem, una peseta que regala á la chica un generoso primo del señor, todas las Navidades. Ítem, unas botas usadas, ó cosa equivalente, con que alguna vez obsequian las señoritas por su santo. Ítem, participaciones para el gordo, regalo del carnicero y del tendero. Ítem, sisa de dos céntimos cuando viene pescado, y de tres, cuando se trae la salchicha, riñones ó callos. Ítem, un real al mes por periódicos atrasados, vendidos de ocultis en la chatarrería. Demostrado con esto que a mis buenas amigas les sobra a puñados la razón». Fuente: Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Geografía e Historia, Máster en Historia Contemporánea, El casco antiguo de Madrid a principios del siglo XX, de Luis Díaz Simón, dirigido por el dr. Luis Enrique Otero Carvajal, octubre de 2010, pág. 107. 
(2) [Volver]  A caballo regalado no le mires el diente. En un foro del Centro Virtual Cervantes (CVC) aparecen estos dos comentarios que me parecen muy oportunos. El primero de Ignacio Frías, 09/10/2008 dice: «Su origen está relacionado con el método que los expertos emplean para calcular con bastante aproximación la edad de los caballos: mirándoles la dentadura. […]. Si el caballo es regalado, no merece la pena molestarse en mirarle la dentadura[…]». Y el segundo de Mireille Tóth, de la misma fecha: «Se dice en varios idiomas, entre otros en húngaro, en base a la frase atribuida a San Jerónimo: 'Noli equi dentes inspicere donati', que claro significa lo mismo». Así mismo, el CVC en la ficha de este refrán dice en las observaciones: «El referente de este refrán se encuentra en las ferias de ganado, en las que el comprador comprueba la edad y la salud del caballo por el estado de su dentadura». Y por otro lado, debemos a G. A. Becquer este texto de 1865: «[…] me he encontrado con la vida; y como suele decirse que a caballo regalado no hay que mirarle el diente, sin discutirla, sin analizarla, me limito a sacar de ella el mejor partido posible», Memorias de un pavo, Narraciones, Turner, pág. 326).

domingo, 30 de agosto de 2015

Otra mochila para Arthur

Arthur ya tiene dos mochilas, aquí os enseñé la primera.

Es un poquito más grande y con "culete" para que tenga mayor capacidad.

Y es que aunque es un bebé, la mamá quería que tuviera dos como su hermano Isaac, las podéis ver aquí y aquí.


Esta mochila voló conmigo a UK, aprovechando el viaje que hice a Birmingham.

Un primer plano de las letras, bordadas a mano, a punto de tallo, con hilo de la Finca del número 12. 



Ya sabéis lo que me gustan los forros, en este caso una tela de algodón de rayas blancas y azules pensé que le quedaba bien.


Ahora la parte trasera que nunca la enseñamos, y también tiene derecho.


Espero que las disfruten Isaac y Arthur, y a Celine muchas gracias por confiar en mi.

Y sigo coso que te coso...

sábado, 29 de agosto de 2015

Cojin de semillas de perro cocker


En cuanto me puse a hacer los llaveros, enseguida visualicé el perro como funda para el cojín de semillas para bebés, ya he perdido la cuenta de los elefantes que llevo hechos y me apetecía un modelo diferente, y aquí está.

Como es una tela de piqué en azul muy suave, para darle un poco de alegría, elegí hacer la oreja con una tela de algodón llamativa.

Pero, como para gustos los colores, también pensé que quizá podría gustar en tonos más suaves, y, en paralelo nació otro:



Para éste, la oreja en un piqué de cuadritos que me encanta, que ya no me queda, pero que en cuanto la vea la pienso reponer.

Para las traseras de las orejas, un azul, tirando a azafata, de algodón:

El cierre de la funda, como es mi costumbre, tipo sobre para que se pueda introducir el relleno sin dificultad.

Y, como es para recién nacidos, sólo 120-125 grs. de trigo que compro en las tiendas que venden productos para animales, sin añadir lavanda porque puede resultar fuerte el olor para el bebé.

Ya me han pedido una versión más grande para niños y no tan niños. En ello estamos...

También en rosa, y algunos hay en producción.

A ti ¿cuál te gusta más?

Ya están disponibles en la tienda online

Y sigo coso que te coso...

viernes, 28 de agosto de 2015

Manual del independiente

Cuando mi hijo Raúl se independizó, me apeteció regalarle un librito con algunas instrucciones, lo llamé el "Manual del independiente".

La verdad es que se lo dí con todo el cariño del mundo y me olvidé de él....

Hoy, en uno de los correos que nos intercambiamos (a sus amigos les hace mucha gracia que nuestra relación sea vía email y más si consideramos que vive a 500 metros de casa), me dice que su amigo "Richal" lo usa mucho y me pide permiso para pasárselo a otros amigos.

Enseguida me ha entrado la curiosidad por volver a leerlo, y me ha arrancado una sonrisa.

Pienso que, aunque han pasado diez años,  aún está vigente y, siguiendo la recomendación de Raúl, quiero compartirlo con vosotros.




CUIDADOS DE LA ROPA

 Es muy importante clasificar la ropa a diario: la que es para lavar al cubo de la ropa sucia, y ventilar la que nos podamos volver a poner.

Ni que decir tiene que toda la ropa que vaya en contacto directo con el cuerpo se lava a diario: ropa interior, camisetas, camisas... Podemos ponernos varios días: los vaqueros, las sudaderas (si nos las hemos puesto con una camiseta debajo), las chaquetas, las “chupas”... Pero esto no significa que se lleven un mes seguido sin lavar, porque nos podemos duchar todos los días (imprescindible, cuanto menos una vez) que si nos ponemos ropa sucia oleremos fatal.

El clasificado de la ropa es fundamental si no queremos que nuestro vestuario cambie de color.

La ropa blanca y de color claro se lava junta, y la ropa de color oscuro y negro se mezcla entre sí, pero no con la anterior.

Antes de meter la ropa en la lavadora, se debe dar la vuelta a todas las prendas (camisetas, ropa interior, pantalones –previamente hemos mirado en todos los bolsillos-, faldas ...). Los calcetines deben ir en una bolsa amplia y estirados. Los sujetadores, bikinis y bañadores en otra bolsa. Si tenemos alguna camiseta con pedrería también debe ir metida en una bolsa. Si lavamos sábanas, manteles o prendas grandes en general, hay que sacudir las prendas previamente (no meter en la lavadora perfectamente doblados.)

Todo tiene su explicación: si no miramos en los bolsillos podemos lavar la cartera con la documentación de algún despistado, se puede uno encontrar con un clic que atasque la lavadora, monedas...

Si no estiramos los calcetines, es imposible que se laven adecuadamente. Lo de meterlos dentro de una bolsa es porque a la hora de sacarlos para tender los tenemos todos controlados.

También es imprescindible proteger la lavadora de las prendas que llevan aros y se pueden soltar durante el lavado porque pueden causar una avería considerable.

¿Por qué se debe lavar la ropa por el revés?. Hay muchas razones: si se nos cuela algo que destiñe, siempre es menos grave una camiseta desteñida por el revés; hay veces que echamos demasiado detergente y si no se ha disuelto del todo, si una camiseta oscura tiene un poquito de detergente quizá no tengamos que aclararla si está por el revés, si está por el derecho, seguro que tenemos que “trabajarla”. Además como en todos los casos hay que tender la ropa por el revés, ya tenemos hecho ese trabajo.

Para un mantenimiento correcto de la ropa es preferible un ciclo largo y frío a uno corto y a temperatura elevada. Dejar las altas temperaturas para ropa verdaderamente sucia: trapos, paños de cocina..

Si echamos un chorrito generoso de amoníaco en cada lavado de ropa, en la cubeta del detergente según lo va arrastrando el agua, conseguiremos quitar un porcentaje importante de manchas.

Para las manchas rebeldes, poner detergente de lavavajillas a mano en la mancha, restregar un poquito y echar a lavar. Para los muy rebeldes, lo mismo pero en un lavado corto a 90º. No olvidar echar amoníaco.

Ya hemos lavado la ropa y llega la hora de tenderla. Es muy importante tenderla cuanto antes porque, por una parte, se arrugará menos y, por otra, evitaremos que se destiña por contacto.

Si queremos tardar menos tanto en el secado como en el planchado, hay que seguir las siguientes pautas:

1)     Estirar bien la ropa
2)     Si vamos a colgar la ropa en un tendedero, colocar en la cuerda más próxima a la ventana las prendas más pequeñas para que dejen pasar el aire al resto.
3)     Los calcetines perfectamente estirados y no poner la pinza en el elásticos, tender de la punta y muy suave.
4)     Si el tendedero está cerrado intentar poner las menos pinzas posibles. Las camisetas tender colgadas por las axilas. La ropa interior estirada pero sin forzar, y nunca de la parte inferior.
5)     Las camisas se cuelgan del derecho en una percha (es la excepción que confirma la regla) colocando bien el cuello y estirando bien las mangas y los puños.
6)     Los jerséis que lavemos a mano, deben de ponerse a secar en horizontal sobre una superficie dura y sobre una toalla, si los colgamos en una cuerda se deforman.

A la hora de recoger la ropa, conviene que dispongamos de diez-quince minutos para hacerlo correctamente.

Dejar sobre una cesta o bandeja la ropa lo más estirada posible para que el planchado sea menos costoso.

La ropa que no vayamos a planchar (calcetines, ropa interior de licra...) doblarla sobre la marcha para que no nos deprima la bandeja de la plancha.

Si contamos con una central de planchado, la autonomía máxima –en función del tipo de ropa- suele ser de una hora y media. No acumular ropa que nos lleve más tiempo de plancha, porque si tenemos que parar porque se nos acaba el agua, nos retrasa mucho esperar a que se enfríe para echar el agua, esperar a que se caliente... Vamos que se nos quitan las ganas de rematar la faena.

Mientras se calienta la plancha clasificar la ropa, según sea acrílica o de algodón para empezar con la plancha más fría e ir aumentando la temperatura en función del tipo de ropa.

Si tenemos central de planchado, se puede planchar prácticamente toda la ropa a la misma temperatura y, en este caso, lo mejor es empezar planchando lo que menos nos guste porque al principio estamos menos cansados y es más fácil hacerlo.


LIMPIEZA DE LA CASA


Salón

1)     Ventilar
2)     Sacudir y colocar cojines, mantas....
3)     Limpiar el polvo
4)     Aspirar el suelo

Dormitorios

1)     Ventilar
2)     Retirar la ropa de cama
3)     Hacer la cama
4)     Ordenar
5)     Limpiar el polvo
6)      Aspirar el suelo

Baños

Se debe de tener en un recipiente adecuado (puede ser un cubito de los de playa) un estropajo y una bayeta

1)     Tirar de la cadena del inodoro
2)     Echar lejía en el inodoro y dejar la escobilla dentro
3)     Enjabonar la bañera
4)     Enjabonar el lavabo
5)     Frotar con la escobilla en el fondo del inodoro. Tirar de la cadena y enjuagar escobilla
6)     Enjabonar la tapa del inodoro, el inodoro por fuera, y lo último por dentro. Frotar bien por dentro (con guantes)
7)     Aclarar el inodoro y echar un chorro de lejía
8)     Aclarar el baño
9)     Aclarar el lavabo
10) Secar grifería y tapa del inodoro con un trapo seco
Lavar en un barreñito los trapos usados para que estén listos para la siguiente vez.

Cocina


Aquí el orden y la limpieza es fundamental, y si no se van dejando las cosas para después, se puede mantener con poco esfuerzo.

Fuegos: Si la cocina es de gas, no es necesario que estemos todo el día sacando brillo (con hacerlo una vez a la semana es suficiente), pero no debemos tenerla llena de grasa. Si la tenemos limpia y se nos sale un poquito de agua, podemos secarla con una bayeta y, a continuación, la secamos con una servilleta de papel reciclada. Si hemos frito huevos, es inevitable que salte aceite, pues cuando acabemos, con un poquito de Cristasol y una servilleta reciclada queda como nueva.

La campana: Elimina mucho el humo pero es muy pesada de limpiar. Es mejor hacerlo a menudo. Suelen desmontarse, si es así, meter las piezas en un barreño con un buen producto desengrasante (por ejemplo KH7). Dejar reposar y luego la grasa se quita sola.

El horno: Lo ideal es fregarlo en caliente (nada más acabar el guisado). Rociar con KH7 y dejar un rato. Precaución con el producto en caliente porque desprende gases. Después fregar, aclarar y secar.

La Fregada: Lo ideal es disponer de lavavajillas pero si no es así, el secreto es no acumular. Tampoco se trata de estar como esclavos, por la mañana si andamos mal de tiempo, no pasa nada por dejar el vaso del café en la pila, pero si lo dejamos seco, luego vamos a tardar mucho en fregarlo. Simplemente debemos de dejarlo con agua y la cucharilla dentro. Es más importante dejar la cocina recogida que el vaso fregado, cuando volvamos a casa si todo está en orden no nos va a molestar un vaso en la pila, pero si dejamos el tostador en el medio, el paquete de molde, un plato, las migas... igual no es tan agradable volver al hogar dulce hogar.

Los azulejos: Duran bastante tiempo limpios. Lo mejor es limpiarlos con una vaporeta y secar con trapos que no suelten pelusa.

Los muebles: Igual que los azulejos, se trata de mantenerlos, también con la vaporeta y trapos se obtienen muy buenos resultados.

El suelo: Es importantísimo tenerle siempre muy limpio. Se nos puede caer algo de comida y si está limpio no hay que tirarla.  Aspiradora y fregona con producto para el suelo y queda estupendo.


EL ORDEN 

Mucho más importante que la limpieza en una casa es el orden, de nada nos sirve tener el suelo limpio, no tener polvo en los muebles si tenemos la ropa en el suelo, la mochila tirada, el abrigo en un sofá, los cojines de cualquier manera, la mesa con cintas de video, en la silla una sudadera....

Cuando empezamos a habitar una casa, hay que buscar un sitio para cada cosa, por ejemplo, un perchero que nos sea cómodo al llegar para guardar el abrigo, reservar un espacio dentro de un armario para dejar la mochila, tener un cestillo para dejar las llaves (cerca de la puerta).

Para que no se nos olviden las llaves dentro de casa, una buena idea es acostumbrarnos a echar la cerradura. Eso nos obligará a llevarlas en la mano y, si se nos las hemos dejado dentro, lo sabemos desde ese momento, no al volver a las 4 de la mañana.

Si se nos cae un botón y no es el momento de coserlo, lo mejor es dejarlo en el cesto de la costura, porque en definitiva habrá que recurrir a él para utilizar la aguja y el hilo.

Cuando se nos rompa/descosa algo, lo mejor es dejarlo en un sitio aparte de la ropa, porque a lo mejor un día llega una madre hacendosa y le podemos pasar todo lo pendiente de una atacada sin tener que rebuscar por el armario.

Un truco que usamos en casa de toda la vida, es colgar del manillar de la puerta de la calle aquello que no queremos que se nos olvide llevarnos.


Otra cosa importante es el correo, debemos abrir el buzón a diario. No es necesario archivarlo cada día, pero si tener un cajón cercano donde ir metiendo todas las facturas, extractos de bancos....

Llevar una hoja de gastos domésticos también es fundamental, una vez que hayamos pasado el primer año, sabremos que la luz se paga bimensualmente, en qué meses se paga, si nuestro consumo en febrero es de 200 y nos llega un cargo de 400, tendremos que revisar por qué es. Si usamos tarjeta de débito para nuestros gastos, lo mejor es mirar a diario la cuenta del banco por Internet, porque en el día nos acordamos pero a los quince días cuando llega la anotación del banco, cuando menos es complicado recordar.

Si tenemos domiciliada la nómina en un banco y nos carga mantenimiento de cuenta, cuota de tarjeta, y otros gastos, se puede reclamar y “normalmente” devuelven esos gastos.

Como las labores de la casa son muy aburridas, la mejor manera de llevarlas es planteárselas como un trabajo más y con pequeños retos: a ver si soy capaz de organizar la casa en dos horas. Seguro que la semana próxima podemos en una hora y tres cuartos.

El orden en la compra también es fundamental. Si nos acostumbramos a tener una libreta y apuntamos lo que nos falta, cuando vayamos al mercado no perderemos tiempo haciendo la lista, ni nos juntaremos con 3 Kg de azúcar y nada de harina.

Si acostumbramos a los amigos después de una tertulia a que nos ayuden un poquito a dejar las cosas en su sitio, es una forma de estar juntos diez minutos más y por la mañana si nos levantamos y está todo en orden podemos dedicarnos el tiempo para nosotros, que es lo más importante.

En definitiva, el orden nos da armonía, estabilidad, nos hace sentirnos bien, a nadie le gusta limpiar, pero a todos, creo, nos gusta que esté limpio y, repito, sobre todo ordenado.

También es importante mimarnos, no es lo mismo tomar unas gulas en un plato de postre en el mostrador de la cocina, que llevarnos una bandeja al salón con un mantelito y ponerlas en una cazuelita de barro.

Si un domingo al levantarnos está todo más o menos en su lugar, a lo mejor se nos ocurre sacar ese lienzo y empezar a pintar ese cuadro que tenemos pendiente.


Me consta que le hice una portada (esa no la conservo en mis archivos) y se lo encuaderné en Din A5.

Si alguien lo quiere en formato Word, no tiene más que pedírmelo y encantada se lo envío o copiáis y pegáis en un pis pas.

La verdad que lo que más me ha sorprendido es que Raúl lo haya comentado con sus amigos, se lo haya pasado y que, al menos a uno le haya sido útil.

Muchas gracias Richal, para mí es un honor que quieras compartirlo.

Y, a todos vosotros, muchas gracias por vuestras visitas diarias, vuestros comentarios y vuestro cariño, cuando a veces no me apetece preparar el post para el día siguiente, pienso en los que me esperáis con el primer café de la mañana o los que me leéis en la tranquilidad de la noche, "¡y dos minutos que me cuesta quitarme la pereza!".

Bienvenidos a los nuevos seguidores, no sabéis lo que os espera.

Y sigo coso que te coso...

P.D. No me puedo resistir a poner una foto, y esta amapola me encanta. La podéis ver en este post.